9. Traición en el Debate

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A medida que James se iba familiarizando más con la rutina de la escuela, el tiempo parecía pasar casi sin que lo notara. Zane continuaba siendo genial en Quidditch, y James continuaba sintiendo una incómoda mezcla de emociones ante el éxito de Zane. Todavía sentía una puñalada de celos cuando oía a la multitud vitorear uno de los golpes de Zane a la bludger, pero no podía evitar sonreír ante lo mucho que el chico amaba el deporte, cómo se deleitaba con cada partido, el trabajo en equipo y la camaradería. Además, James empezaba a confiar cada vez más en sus propias habilidades con la escoba. Practicaba con Zane en el campo de Quidditch muchas tardes, pidiendo a su amigo que le enseñara trucos y técnicas. Zane, por su parte, siempre se mostraba entusiasta y dispuesto, afirmando que James definitivamente entraría en el equipo Gryffindor al año siguiente.

—Entonces tendré que dejar de practicar contigo y darte pistas, ya sabes —dijo Zane, volando cerca de James y gritando sobre el rugido del aire—. Eso sería confraternizar con el enemigo.

Como de costumbre, James no pudo decir si Zane bromeaba a no.

James disfrutaba de más confianza sobre la escoba, pero le sorprendió descubrir que le encantaba el fútbol. Tina Curry había dividido la clase en equipos y había establecido un calendario de partidos para que jugaran unos contra otros. Muchos estudiantes habían captado los conceptos esenciales del juego y, siendo como eran competitivos de corazón, se habían empeñado en hacer los partidos interesantes. Ocasionalmente, un estudiante podía olvidar la naturaleza no mágica del deporte y ser visto buscando frenéticamente en los bolsillos su varita, o simplemente señalando a la pelota y gritando algo como «¡accio pelota!» lo que generalmente provocaba la interrupción del partido mientras todo el mundo reía. Una vez, una chica de Hufflepuf había agarrado el balón con ambas manos, olvidando las reglas básicas del juego, y había cargado por el campo como si estuviera jugando al rugby. James había descubierto, bastante a regañadientes, que las afirmaciones de la profesora Curry sobre sus habilidades habían estado bastante acertadas. Tenía talento. Podía controlar la pelota fácilmente con la punta de las deportivas mientras zigzagueaba por el campo. Su nivel de control del balón se consideraba mejor que el de cualquier otro de los nuevos jugadores, y estaba el segundo en la lista de goleadores, tan solo superado por la alumna de séptimo Sabrina Hildegard, quien como Zane era una nacida muggle y, al contrario que Zane, había jugado en las ligas muggles cuando era más pequeña.

James y Ralph, sin embargo, apenas se hablaban. La furia inicial de James y su resentimiento habían disminuido hasta convertirse en terco distanciamiento. Una pequeña parte de él sabía que debería perdonar a Ralph, e incluso disculparse por gritarle aquel día en el Gran Comedor. Sabía que si hubiera mantenido la calma, probablemente Ralph habría visto el error que cometía al dejarse guiar por sus compañeros Slytherin. Sin embargo, Ralph parecía considerar que era su deber apoyar a los Slytherins y al Elemento Progresivo tan ansiosamente como podía. Si no fuera por el hecho de que el entusiasmo de Ralph era bastante apático y tristón, James habría encontrado más fácil seguir enfadado con él. Ralph llevaba las insignias azules, y asistía a las reuniones del equipo de debate en la biblioteca, pero lo hacía con tal actitud de tenaz obligación que parecía producir más mal que bien. Si alguno de los Slytherins hablaba con él, levantaba la cabeza de un tirón y respondía con maniática ansiedad, para después desinflarse tan pronto como dirigían la atención hacia algún otro. A James le dolía un poco verlo, pero no lo suficiente como para cambiar de actitud hacia Ralph.

En su habitación por la noche o en una esquina de la biblioteca, James estudiaba el poema que él y Zane habían visto en la verja del Santuario Oculto. Con la ayuda de Zane, lo había escrito de memoria y confiaba en que fuera preciso. Aún así, no quería que pareciera que le daba demasiada importancia. Todo lo que sabían seguro era que las primeras dos frases se referían al hecho de que el Santuario Oculto solo podía ser hallado a la luz de la luna. El resto era un acertijo. Seguía atascado en la línea que ponía «Despertará de su lánguido sueño», preguntándose si podía referirse a Merlín. Pero Merlín no estaba dormido, ¿verdad?

—Hace que parezca como si fuera Rip Van Winkle —susurró Zane un día en la biblioteca—. Durmiendo durante unos cuantos cientos de años bajo un árbol en alguna parte.

Zane tuvo que explicar el cuento de Rip Van Winkle, y James lo sopesó. Sabía, por haber oído conversaciones de su padre con otros aurores, que gran parte de la mitología muggle derivaba de encuentros distantes en el tiempo con brujas y magos. Historias de señores de la hechicería se abrían paso hasta los cuentos de hadas muggles, que habían sido estilizados y alterados, y que terminaban convirtiéndose en leyendas o mitos. Quizás, filosofó James, la historia del durmiente que despertaba cientos de años después, era un eco muggle de la historia de Merlín. Aún así, eso no consiguió que ni Zane ni James se acercaran más a averiguar cómo podría volver Merlín tras tantos siglos, ni ofrecía ninguna pista sobre quién podría estar involucrado en tal conspiración.

Por la noche, mientras comenzaba a dormirse, con frecuencia James descubría que sus pensamientos volvían, extrañamente, a su conversación con el retrato de Severus Snape. Snape había dicho que estaría vigilando a James, pero James no podía imaginar cómo iba a hacerlo. Solo había un retrato de Snape en Hogwarts, por lo que James sabía, y estaba en la oficina de la directora. ¿Cómo podría vigilarle? Snape había sido un mago poderoso, y un genio con las pociones según sus padres, ¿pero de qué manera alguna de esas dos cosas podía permitir que viera lo que ocurría en el castillo? Aún así, James no dudaba de Snape. Si había dicho que estaría observándole, James confiaba en qué, de uno u otro modo, era cierto. Fue solo dos semanas después, dando vueltas en la cabeza a la conversación, cuando se dio cuenta de lo más chocante del asunto. Snape, a diferencia de James y el resto del mundo mágico, había llegado la conclusión de que se parecía a su padre. De tal Potter tal hijo, había dicho, resoplando. Irónicamente, sin embargo, para Snape, esto no constituía precisamente un cumplido.

Para cuando las hojas del Bosque Prohibido empezaron a tornarse de los colores marrón y amarillo del otoño, el azul del Elemento Progresivo se desplegaba en pósters y estandartes para el primer Debate Escolar. Como Ralph había predicho, el tema era «Reevaluación de las Presunciones del Pasado; Verdad o Conspiración». Como si las meras palabras no fueran suficientes, en el lado derecho de cada estandarte y póster un dibujo encantado de un relámpago cambiaba para formar una interrogación durante solo unos segundos. Zane, quien, según Petra, era bastante bueno debatiendo, le dijo a James que el comité de debate de la escuela había discutido bastante tiempo sobre el tema de la primera discusión. Tabitha Corsica no estaba en el comité, pero su compinche, Philia Goyle, era la presidenta del mismo.

—Así que al final —informó Zane a James— el equipo de debate resultó ser un gran ejemplo de democracia en acción: discutieron toda la noche, y después ella eligió. —Se encogió de hombros cansinamente.

La visión de los signos y estandartes, y especialmente el inequívoco relámpago, hacía que la sangre de James ardiera. Ver a Ralph terminando de colocar él mismo uno de los estandartes justo fuera de la puerta de la clase de Tecnomancia fue más de lo que pudo soportar.

—Me sorprende que puedas alcanzar tan alto, Ralph —dijo James, la furia le hizo vomitar las palabras—, con la mano de Tabitha Corsica tan metida en el culo.

Zane, que había estado caminando junto a James, suspiró y entró agachándose en la clase. Ralph no se había fijado en James hasta que éste habló. Bajó la mirada, con expresión sorprendida y herida.

—¿Qué se supone que significa eso? —exigió.

—Significa, que creía que para estas fechas ya te habrías hartado de ser su pequeño títere de primero. —James ya se arrepentía de haber dicho nada. La cándida miseria en la cara de Ralph le avergonzó.

Ralph tenía su mantra bien aprendido, sin embargo.

—Tú eres el que tiene un titiritero, alentando los miedos de los débiles para mantener la demagogia del prejuicio y la injusticia —dijo, pero sin mucha convicción. James puso los ojos en blanco y entró en clase.

El profesor Jackson estaba ausente de su lugar habitual tras el escritorio del profesor. James se sentó junto a Zane en primera fila. Mientras se sentaba, se esforzó por bromear y reír con otros Gryffindors que había cerca, sabiendo que Ralph estaría observando a través de la puerta. El placer que eso le proporcionó fue hueco y crudo, pero no obstante fue placer.

Finalmente la habitación se quedó en silencio. James levantó la mirada y vio entrar al profesor Jackson, llevando algo bajo el brazo. El objeto era largo, plano y envuelto en tela.

—Buenos días, clase —dijo con sus acostumbrados modales bruscos—. Vuestros ensayos de la semana pasada están calificados y sobre mi mesa. Señor Murdock, ¿le importaría distribuirlos, por favor? En general, estoy terriblemente decepcionado, aunque creo que la mayor parte de ustedes pueden sentirse aliviados por el hecho de que Hogwarts generalmente no califica en la curva.

Jackson colocó cuidadosamente su carga sobre el escritorio. Cuando apartó la tela que la rodeaba, James pudo ver que era una pila compuesta por tres pinturas bastante pequeñas. Pensó en la pintura de Severus Snape y su atención se afinó.

—Hoy es día de tomar notas, puedo tranquilizaros —dijo Jackson ominosamente. Colocó las pinturas en fila sobre el estante porta-tizas de la pizarra. El primer cuadro era de un hombre delgado con gafas redondas de lechuza y una cabeza casi perfectamente calva. Parpadeaba hacia la clase, con expresión alerta y ligeramente nerviosa, como si esperara que alguien, en cualquier momento, saltara y le gritara «¡Buu!». El siguiente cuadro estaba vacío excepto por un fondo de madera bastante monótono. El último mostraba a un payaso ligeramente fantasmal de cara blanca y horrenda sonrisa grande y roja pintada sobre la boca. El payaso miraba estúpidamente de reojo a la clase y sacudía un poco un pequeño bastón con una bola en uno de sus extremos. La bola, notó James con un estremecimiento, era una versión diminuta de la propia cabeza del payaso, que sonreía aún más locamente.

Murdock terminó de repartir los trabajos de todo el mundo y volvió a su asiento. James bajó la mirada a su trabajo. Delante del todo, con la perfecta e inclinada hacia la izquierda letra cursiva de Jackson, estaban escritas las palabras: Tibio, pero en una línea convincente. Hay que trabajar la gramática.

—Como siempre, las preguntas sobre las calificaciones se me enviarán por escrito. Se realizaran discusiones más intensas, cuando sea necesario, durante mis horas de tutoría, asumiendo que alguno recuerde donde está mi oficina. Y ahora, prosigamos. —Jackson paseaba lentamente a lo largo de la línea de pinturas, gesticulando hacia ellas—. Como muchos de ustedes recordarán, en nuestra primera clase tuvimos un corto debate, propuesto por el señor Walker. —Atisbó bajo sus pobladas cejas en dirección a Zane—, sobre la naturaleza del arte mágico. Expliqué que las intenciones del artista son imbuir al lienzo a través de un proceso mágico y psicoquinético, lo cual permite al arte tomar una semblanza de movimiento y actitud. El resultado es una pintura que se mueve y gesticula al antojo del artista. Hoy, examinaremos una clase distinta de arte, una que representa la vida de un modo totalmente diferente.

Las plumas rascaban fervorosamente mientras la clase luchaba por mantener el paso al monólogo de Jackson. Como era acostumbrado, Jackson paseaba mientras hablaba.

—El arte de la pintura mágica se presenta en dos formas. La primera es solo una versión más extravagante de la representada por aquella sobre la que ya ilustré a la clase, que es la creación de una imagen puramente imaginaria basada en la imaginación del artista. Esta es diferente del arte muggle solo en cuanto a que la versión mágica puede moverse y mostrar emoción, basada en la intención… y solo dentro de los límites de la imaginación… del artista. Nuestro amigo de aquí, el señor Biggles, es un ejemplo. —Jackson gesticuló hacia la pintura del payaso—. El señor Biggles, gracias a Dios, nunca existió fuera de la imaginación del artista que lo pintó.

El payaso respondió a la atención, brincando en su marco, meneando los dedos de una mano enguantada de blanco y ondeando el bastón con la otra. La diminuta cabeza de payaso del extremo del bastón sacó la lengua y bizqueó. Jackson miró a la cosa un momento, después suspiró y empezó a pasearse de nuevo.

—El segundo tipo de pintura mágica es mucho más preciso. Depende de un avanzado hechizo y pinturas mezcladas con pociones para recrear a un individuo o criatura viva. El nombre en tecnomancia de este tipo de pintura es imago aetaspectulum, que significa… ¿alguien puede decírmelo?

Petra levantó la mano y Jackson asintió hacia ella.

—¿Significa, creo, algo parecido a una imagen viva en un espejo, señor?

Jackson sopesó su respuesta.

—Casi, señorita Morganstein. Cinco puntos para Gryffindor por el esfuerzo. La definición más precisa del término es una pintura mágica que capta una impronta viva del individuo que representa, pero confinada dentro del aetas, o tiempo, de la vida del propio sujeto. El resultado es un retrato que, aunque no contiene la esencia viva del sujeto, refleja cada característica intelectual y emocional de ese sujeto. Es decir, el retrato no aprende ni evoluciona más allá de la muerte del sujeto, pero retiene exactamente la personalidad del sujeto mientras sea estrictamente dentro de la duración de su vida. Aquí tenemos al señor Cornelius Yarrow como ejemplo.

Jackson señaló ahora al hombre delgado y nervioso del retrato. Yarrow se sobresaltó ligeramente ante el gesto de Jackson. El señor Biggles hacía cabriolas frenéticamente en su marco, celoso de la atención prestada al otro.

—¿Señor Yarrow, cuándo murió usted? —preguntó Jackson, pasando junto al retrato mientras volvía a pasear por la habitación.

La voz del retrato era tan fina como el hombre que había en él, con un tono agudo y nasal.

—Veinte de septiembre, mil novecientos cuarenta y nueve. Tenía sesenta y siete años y tres meses de edad, redondeando, por supuesto.

—¿Y cuál, si se me permite preguntar, era su ocupación?

—Fui secretario de finanzas de la escuela Hogwarts durante treinta y dos años —respondió el retrato con un resoplido.

Jackson se giró para mirar a la pintura.

—¿Y qué hace ahora?

El retrato parpadeó nerviosamente.

—¿Disculpe?

—Con todo el tiempo que tienen en sus manos, quiero decir. Ha pasado mucho tiempo desde mil novecientos cuarenta y nueve. ¿Qué hace ahora mismo, señor Yarrow? ¿Ha desarrollado alguna afición?

Yarrow pareció morderse los labios, obviamente confuso y preocupado por la pregunta.

—Yo… ¿afición? Nada de aficiones. Yo… siempre me gustaron los números. Tiendo a pensar en mi trabajo. Eso es lo que siempre hice cuando no estaba ocupado con los libros. Pienso en presupuestos, números y trabajo con ellos en mi cabeza.

Jackson mantuvo contacto ocular con la pintura.

—¿Todavía piensa en números? ¿Pasa su tiempo trabajando en los libros de los presupuestos de la escuela como hacía en mil novecientos cuarenta y nueve?

Los ojos se Yarrow saltaron de acá para allá por la clase. Parecía sentir que de algún modo le estaban tendiendo una trampa.

—Er. Sí. Sí, eso hago. Es justamente lo que hago, ya me entiende. Como siempre hice. No veo razón para dejarlo. Soy el secretario, ya ve. Bueno, era, por supuesto. El secretario de finanzas.

—Muchas gracias, señor Yarrow. Ha ilustrado la cuestión precisamente —dijo Jackson, reasumiendo su circuito por la habitación.

—Siempre complacido de ser útil —dijo Yarrow un poco rígidamente.

Jackson se dirigió de nuevo a la clase.

—El retrato del señor Yarrow, está colgado, como probablemente alguno de ustedes ya sabrá, en el pasillo justo fuera de la oficina de la directora, junto con muchos otros miembros del personal de la escuela y miembros del personal docente. Sin embargo, hemos entrado en posesión del segundo retrato del señor Yarrow, uno que normalmente cuelga en la casa de su familia. El segundo retrato, como muchos pueden suponer, es este de aquí, el del centro. Señor Yarrow, ¿le importa? —Jackson gesticuló hacia el retrato vacío del centro.

Yarrow alzó las cejas.

—¿Hm? Oh. Sí, por supuesto. —Rígidamente, se puso de pie, se sacudió alguna pelusa inexistente de su pulcra túnica, y después salió cuidadosamente del marco del retrato. Durante unos pocos segundos, ambos retratos permanecieron vacíos, entonces Yarrow apareció en el retrato del centro. Vestía ropas ligeramente diferentes en este cuadro, y cuando se sentó estaba girado en ángulo mostrando la protuberancia de su nariz de perfil.

—Gracias de nuevo, señor Yarrow —dijo Jackson, apoyándose contra el escritorio y cruzándose de brazos—. Aunque hay excepciones, típicamente, un retrato solo entra en actividad tras la muerte del sujeto. La tecnomancia no puede explicarnos por qué es así, salvo que parece responder a la ley de Conservación de Personalidades. En otras palabras, un señor Cornelius Yarrow a la vez es, cósmicamente hablando, suficiente. —Hubo un murmullo de risa contenida. Yarrow frunció el ceño mientras Jackson continuaba—. Otro factor que entra en juego una vez el sujeto ha muerto es la interactividad entre retratos. Si hay más de un retrato de un individuo, estos se conectan, compartiendo un sujeto común. El resultado es un retrato mutuo que puede maniobrar entre sus marcos. Por ejemplo, el señor Yarrow puede visitarnos en Hogwarts, y después volver al retrato de su casa cuando quiera.

James luchaba por escribir todos los comentarios de Jackson, sabiendo que el profesor era famoso por sus creativas preguntas de examen que exigían el más mínimo detalle de cada uno de sus sermones. Se distrajo de la tarea, sin embargo, pensando en el retrato de Snape. James se arriesgó a alzar la mano.

Jackson le divisó y sus cejas se alzaron ligeramente.

—¿Una pregunta, Señor Potter?

—Sí, señor. ¿Puede un retrato abandonar sus propios marcos? ¿Puede, quizás, ir a otras pinturas diferentes?

Jackson estudió a James durante un momento, con las cejas todavía alzadas.

—Excelente pregunta, señor Potter. Averigüémoslo, ¿le parece? ¿Señor Yarrow, podría ayudarnos una vez más?

Yarrow estaba intentando mantener la pose de su segundo retrato, que era estudiosa y pensativa, mirando ligeramente a lo lejos. Sus ojos se deslizaron a un lado, mirando a Jackson.

—Supongo. ¿En qué más puedo ayudar?

—¿Es usted consciente de la pintura del bastante odioso señor Biggles que hay junto a su marco?

El señor Biggles respondió a la mención de su nombre fingiendo una gran sorpresa y timidez. Se cubrió la boca con una mano y guiñó los ojos. La diminuta cabeza de payaso del extremo del bastón miraba con ojos saltones y hacía una pedorreta tras otra. Yarrow suspiró.

—Soy consciente de esa pintura, sí.

—¿Sería tan amable de entrar en la pintura solo un momento, señor?

Yarrow se giró hacia Jackson, con sus ojos acuosos amplificados tras las gafas.

—Incluso si fuera posible, no creo que pudiera imponerme a mí mismo tal compañía, lo siento.

Jackson asintió, cerrando los ojos respetuosamente.

—Gracias, sí, no le culpo, señor Yarrow. No, como podemos ver, por consiguiente, y aunque se requiere una magia mucho más poderosa para crearlo, el imago aetaspeculum, no está diseñado para permitir que el retrato entre en la pintura de un sujeto puramente imaginario. Sería, en cierto sentido, como intentar obligarse a uno mismo a atravesar una puerta pintada. Por otro lado, ¿señor Biggles? —El payaso saltó otra vez extasiado ante la mención de su nombre, y miró a Jackson con la caricatura de una intensa atención. Jackson extendió un brazo hacia el marco de en medio—. Por favor, únase al señor Yarrow en su retrato, ¿le importa?

Cornelius Yarrow pareció sorprendido, después horrorizado, cuando el payaso saltó de su propia pintura y entró en la de él. El señor Biggles aterrizó detrás de la silla de Yarrow, aferrándola y casi tirando a Yarrow de ella. Yarrow balbuceó cuando Biggles se inclinó hacia delante, con la cabeza sobre el hombro izquierdo de Yarrow y la cabeza de payaso en miniatura por el derecho, haciendo pedorretas en la oreja del hombre.

—¡Profesor Jackson! —exclamó, su voz se había alzado un octavo y temblaba al borde de la inaudibilidad—. ¡Insisto en que saque a este… este febril imaginado de mi retrato al instante!

La clase irrumpió en vendavales de risa cuando el payaso saltó sobre el hombro de Yarrow y aterrizó en su regazo, lanzando ambos brazos alrededor del flaco cuello del hombre. El payaso del bastón besaba repetidamente la nariz de Yarrow.

—Señor Biggles —dijo Jackson ruidosamente—. Es suficiente. Por favor vuelva a su propia pintura.

El payaso parecía poco dispuesto a obedecer. Se levantó del regazo de Yarrow y se ocultó elaboradamente tras la silla del hombre. Los ojos de Biggles se asomaban sobre el hombro derecho de Yarrow, la cabeza en miniatura sobre el izquierdo.

Yarrow se dio la vuelta y dio una palmada remilgada al payaso, como si este fuera una araña que le daba asco tocar pero a la que estaba ansioso por matar. Jackson sacó su varita… doce pulgadas de nogal… de la manga y apuntó cuidadosamente al marco vacío del payaso.

—¿Tendré que alterar su medioambiente mientras está usted fuera, señor Biggles? Tendrá que volver tarde o temprano. ¿Preferiría encontrarlo atestado de ortigas?

El payaso frunció el ceño petulantemente bajo el maquillaje y se puso de pie. Contrariado, salió del retrato de Yarrow y volvió a su propia pintura.

—Una regla general muy simple —dijo Jackson, observando al payaso que le lanzaba una muy entusiasta mirada atravesada—. Una personalidad unidimensional puede introducirse en el ambiente de una personalidad bidimensional, pero no al contrario. Los retratos están confinados en sus propios marcos, mientras que los sujetos imaginarios pueden moverse libremente dentro o a través de cualquier otra pintura que esté en sus alrededores. ¿Contesta eso a su pregunta, señor Potter?

—Sí, señor —respondió James, después se apresuró a continuar—. Una cosa más. ¿Puede un retrato aparecer en más de uno de sus marcos a la vez?

Jackson sonrió a James mientras simultáneamente su frente se arrugaba.

—Su curiosidad acerca del tema no tiene límites al parecer, señor Potter. De hecho es posible, aunque sea una rareza. En el caso de grandes magos, cuyos retratos han sido duplicados muchas veces, al parecer puede producirse una especie de división de personalidad, lo que permite que el sujeto aparezca en múltiples marcos a la vez. Tal es el caso de vuestro Albus Dumbledore, como podéis suponer. Este fenómeno es muy difícil de medir y, por supuesto, depende enteramente de la habilidad de la bruja o mago que aparece en el retrato. ¿Eso es todo, señor Potter?

—Profesor Jackson, señor —dijo una voz diferente. James se giró para ver a Philia Goyle que estaba cerca, con la mano levantada.

—Sí, señorita Goyle —dijo Jackson, suspirando.

—Si he entendido correctamente, el retrato sabe todo lo que sabe el sujeto, ¿verdad?

—Creo que eso es evidente, señorita Goyle. La pintura refleja la personalidad, conocimiento y experiencias del sujeto. Ni más ni menos.

—¿Entonces un retrato puede hacer a ese sujeto inmortal? —preguntó Philia. Su cara, como siempre, se mostraba estoica e impasible.

—Me temo que confunde las apariencias con lo cierto, señorita Goyle —dijo Jackson, mirando a Philia atentamente—, y ese es un error atroz para que lo cometa una bruja. Gran parte de la magia, como de la vida en general podría añadir, es primordialmente ilusión. La capacidad para separar ilusión de realidad es una de las reglas básicas de la tecnomancia. No, un retrato es simplemente una representación de un sujeto que vivió una vez, no más vivo que su propia sombra cuando cae sobre el suelo. No tiene forma sin embargo de prolongar la vida del sujeto difunto. A pesar de las apariencias, el retrato de un mago es simplemente una pintura sobre un lienzo.

Cuando Jackson terminó de hablar, se giró hacia la pintura del señor Biggles. Con un veloz movimiento, apuntó con la varita a la pintura sin siquiera mirarla. Un chorro de límpido y amarillento líquido surgió del extremo de la varita y se estampó contra el lienzo. Instantáneamente, la pintura se disolvió. El señor Biggles dejó de moverse mientras su imagen se emborronaba y la pintura se corría del lienzo. Un inconfundible olor a trementina llenó la habitación. La clase estaba mortalmente callada.

El profesor Jackson se paseó lentamente hasta quedar detrás de su escritorio.

—Me creía todo un artista en mi juventud —dijo, inspeccionando el extremo de su varita mientras se giraba—. El señor Biggles, horrible como era, fue uno de mis mejores trabajos. Podéis suponer con libertad qué clase de circunstancias de la vida pudieron conducirme a crear semejante cosa, ya que yo mismo lo he olvidado. Creía haber olvidado también al señor Biggles, hasta que lo encontré en el fondo de mi baúl mientras empacaba para mi viaje. Pensé —dijo, mirando a la masa pintarrajeada que chorreaba del marco y goteaba sobre el sueño— que este sería un final apropiado para él.

Jackson se sentó tras su escritorio, posando cuidadosamente su varita sobre el papel secante delante de él.

—Y ahora, clase, ¿qué verdad de la tecnomancia podemos derivar de lo que acabo de ilustrarles?

Nadie se movió. Entonces una mano se alzó lentamente.

Jackson inclinó la cabeza.

—¿Señor Murdock?

Murdock se aclaró la garganta.

—¿No intentar ser artista si se supone que tienes que ser profesor de Tecnomancia, señor?

—Eso no es exactamente lo que tenía en mente, señor Murdock, pero igualmente es una verdad indiscutible. No, la verdad que he ilustrado es esta, mientras un mago pinta, un retrato u otra cosa, no está solo pintando en un lienzo. —La mirada de Jackson recorrió la clase, para finalmente posarse en James—. Solo el artista original puede destruir su pintura. Nada ni nadie más. El lienzo puede ser cortado, el marco destruido, pueden ser arrancados los soportes del lienzo, pero la pintura resistirá. Continuará representando al sujeto, sin importar lo que le ocurra, incluso en un millar de pedazos. Solo el artista original puede destruir esa conexión, y una vez lo hace, se destruye para siempre.

La clase se disolvió, James no pudo evitar ralentizar el paso cuando pasó junto a la pintura destruida del señor Biggles. La cara del payaso no era más que un embarrado borrón gris en el centro del lienzo.

Vetas de pintura corrían sobre el borde inferior del marco, encharcando el estante de la tiza, y cayendo al suelo, formando una salpicadura de blanco y sangriento rojo. James se estremeció, y siguió adelante. Pensó que nunca volvería a mirar igual a ninguna otra pintura mágica. Mientras se dirigía a su siguiente clase, pasó junto a una pintura de varios magos reunidos alrededor de un gigantesco globo. Irónicamente, James notó que uno de los magos, un hombre severo con un mostacho negro y gafas, le estaba observando atentamente. James se detuvo y se inclinó hacia él. El mago se mantuvo impertérrito, sus ojos eran penetrantes.

—No tienes nada de que preocuparte —dijo James quedamente—. Ni siquiera sé quién te pintó. El arte es el departamento de Zane.

El mago de la pintura hizo una mueca hacia él, molesto, como si James lo hubiera entendido todo mal. Soltó un resoplido y señaló en la dirección en la que James había estado caminando, como diciendo «muévete, no hay nada que ver aquí».

James reanudó su camino a clase de Encantamientos, pensando ociosamente en el mago de la pintura. Le parecía familiar, pero no podía ubicarle. Para cuando entró en la clase del profesor Flitwick, ya había olvidado al pequeño mago pintado y su mirada penetrante.

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El día del famoso primer debate escolar llegó y James se sorprendió de ver cuanta gente tenía planeando asistir. Había asumido que los debates eran típicamente asuntillos ordinarios a los que asistían solo los propios equipos, algunos profesores, y un puñado de los estudiantes de mentes más académicas. A la hora del almuerzo de ese viernes, sin embargo, el debate había generado el tipo de tempestuosa tensión que acompañaba a ciertos partidos de Quidditch. Lo único que parecía faltar, sin embargo, eran las bromas burlonas entre las aficiones.

Gracias a los estandartes y pósters cuidadosamente colocados y que anunciaban el debate, la población estudiantil había quedado claramente dividida entre los dos puntos de vista, que al parecer, no eran compatibles a ningún nivel. El resultado era una tensión tétrica que llenaba los silencios donde de otra forma las bromas y alardes competitivos podrían haber estado. James no había estado considerando seriamente el asistir al debate. Ahora, sin embargo, comprendió que el resultado del evento probablemente afectaría a toda la cultura de Hogwarts. Por esa razón, sentía la obligación de ir, al igual que debido a una creciente curiosidad. Además, si Zane iba a estar discutiendo delante de gran parte de la población de la escuela, en parte defendiendo a Harry Potter, James sabía que sería importante que él estuviera allí para mostrar su apoyo.

Después de la cena, se unió a Ted y el resto de los Gremlins de camino al evento, junto con muchos de los demás estudiantes.

El debate se celebraba en el Anfiteatro, donde se representaban ocasionalmente obras y conciertos. James nunca había estado en el Anfiteatro antes. El área de asientos al aire libre, esculpidos en la ladera que estaba detrás de la Torre Este, descendía en escalones hasta un largo escenario. Cuando James se abría paso trabajosamente a través del arco abarrotado que se abría sobre la última fila de distribución de asientos, vio que el escenario de abajo estaba casi vacío. Una silla de respaldo alto y aspecto oficial estaba colocada en la parte posterior central del escenario, flanqueada por dos pódiums y dos largas mesas, con filas de sillas detrás. El profesor Flitwick estaba en el escenario, guiando un globo fosforescente que flotaba en medio del aire con su varita, colocándolo junto con otros más que iluminaban el espacio en localizaciones estratégicas.

El pozo de la orquesta había sido cubierto con una gran plataforma, y después arreglado con una mesa de biblioteca y seis sillas. Zane había explicado que los jueces se sentarían ahí. El ruido de la multitud de estudiantes era un balbuceo apagado, casi perdido entre los ruidos normales de la tarde que emanaban de las colinas oscuras y el bosque cercano. Ted, Sabrina y Damien lideraron el camino hacia una fila a medio camino de la sección media, uniéndose a un grupo de otros Gryffindors. Noah ya estaba allí. Ondeó la mano hacia James cuando tomaron asiento. «Saludo Gremlin», dijo Noah, efectuando, con cara seria, una serie de complicados gestos manuales que incluían el tradicional saludo con la mano en la frente, un puño alzado, un meneo de ambos codos que se parecía un poco a la danza de una gallina, y terminaba con ambas manos enmarcando la cara, con los dedos y pulgares extendidos, simulando con gestos unas orejas de gremlin.

Ted asintió, respondiendo con solo el gesto de las orejas gremlin, que era aparentemente la señal de respuesta.

—¿Nuestros amigos tenían algo para nosotros?

Noah asintió.

—Efectuamos una pequeña prueba esta tarde bajo condiciones controladas. Parece incluso mejor de lo que esperábamos. Y —añadió sonriendo—, nos proporcionaron sus servicios gratis además. George envió una nota con un paquete pidiendo solo que le contemos exactamente como resulta la cosa.

Ted sonrió más bien sin humor.

—Le íbamos a dar un informe completo de todas formas.

James codeó a Ted.

—¿Qué pasa?

—James, muchacho —dijo Ted, examinando a la multitud—, ¿sabes lo que significa el término «negación plausible»?

James sacudió la cabeza.

—No.

—Pregunta a tu colega, Zane. Lo inventaron los americanos. Digamos que algunas veces es mejor no saber nada hasta después del hecho.

James se encogió de hombros, figurándose que estaba sentado lo suficientemente cerca de la acción como para averiguar, probablemente antes que nadie, lo que estaban tramando los Gremlins. Alguien en las cercanías tenía una pequeña radio sintonizada con Red Inalámbrica Mágica. La diminuta voz del locutor balbuceaba, formando parte del ruido, hasta que James oyó la frase «atestado Anfiteatro». Su miraba recorrió los grupos apelotonados cerca del escenario, y encontró lo que estaba buscando. Un hombre alto que llevaba un bombín púrpura estaba hablando a la punta de su varita. La cadencia de su discurso extraía pequeña nubes de humo del extremo de su varita, las nubes tomaban la forma de palabras mientras flotaban a través del aire. Sobre una pequeña mesa cerca del hombre había una máquina que se parecía en cierto modo a una grabadora antigua con un enorme embudo. Las palabras etéreas eran succionadas por el embudo tan pronto como abandonaban la varita del hombre. James nunca había visto una emisión mágica en acción. Leyó las palabras que el mago estaba pronunciando un segundo antes de que fueran emitidas por la radio.

—Curiosos y contenciosos parecen haberse congregado por igual en manadas para el acontecimiento de esta noche —dijo el locutor—, ilustrando el debate de actualidad estos días en todo el mundo mágico, tanto las políticas del Ministerio como las prácticas de los aurores se cuestionan en referencia a la reciente historia mágica. Esta noche, por medio de esta emisión especial de Noticias Mágicas de Actualidad, veremos lo que uno de los más afamados centros de aprendizaje mágico de este país piensa al respecto. Su anfitrión, Myron Madrigal, hablando con el patrocinio de nuestro sponsor de esta noche, Pulido de Varitas y Encantamientos Realzadores Wymnot: los mejores hechizos provienen de una varita Wymnot. Estaremos de vuelta para los comentarios de apertura después de este importante mensaje.

El locutor giró un dedo hacia su ayudante, que taponó el embudo con un gran émbolo, después añadió una grabación al aparato. Un anuncio de Pulido de Varitas Wymnot empezó a sonar por la radio cercana. A James le preocupó el hecho de que el debate fuera a ser emitido para todo el mundo mágico, pero después decidió que mejor eso a que fuera recortado y manipulado por alguien como Rita Skeeter. Al menos así, todos los argumentos se oirían en su totalidad. Solo podía esperar que Zane, Petra y su equipo discutiera bien contra Tabitha Corsica y su bien tramada agenda de dudas y medias verdades.

Justo cuando el anuncio estaba a punto de terminar, Benjamin Franklyn se aproximó al pódium izquierdo que había sobre el escenario. Desde la radio, la voz del locutor habló con un tono apagado.

—En un atrevido giro de los acontecimientos se le ha pedido al portavoz de la escuela americana de hechicería Alma Aleron, Benjamin Amadeus Franklyn, que oficie el debate de esta noche. Se está aproximando al pódium.

—Buenas tardes, amigos, estudiantes, invitados —dijo Franklyn, desechando su varita y alzando su clara voz de tenor—. Bienvenidos a este, el Debate Estudiantil Inaugural de Hogwarts. Mi nombre es Benjamin Franklyn, y me siento honrado de haber sido elegido para presentar a los equipos de esta noche. Sin más dilación, ¿podrían los equipos A y B tomar sus lugares sobre el escenario?

Un grupo de diez personas se puso de pie en la primera fila. El grupo se dividió, la mitad ascendió al escenario por el lado derecho y la otra mitad por el izquierdo. Se colocaron en las sillas tras las dos mesas mientras Franklyn les presentaba.

El equipo A lo formaban Zane, Petra, Gennifer Tellus, un Hufflepuff llamado Andrew Haubert, y un estudiante de Alma Aleron llamado Gerald Jones. El equipo B estaba formado, qué sorpresa, principalmente por Slytherins de séptimo curso, que incluían a Tabitha Corsica, su colega Tom Squallus, y a otros dos, Heather Flack y Nolan Beetlebrick. La quinta persona a la mesa, y el único menor de quince años, era Ralph. Estaba sentado en su silla tan rígido como una estatua, mirando fijamente a Franklyn como hipnotizado.

—El debate de esta noche —continuó Franklyn, ajustándose sus gafas cuadradas—, como puede asumirse por la gran asistencia y la cobertura de la prensa, trata temas a la vez graves y de largo alcance. Se ha dicho que la disensión es el combustible para que una población honrada mantenga un gobierno justo. Esos son los axiomas que nos definen, esta noche, los veremos en acción. Asumamos una actitud de respeto y razonamiento, a pesar de nuestras opiniones, a fin de que lo que ocurra aquí esta noche sea en beneficio de la escuela y de todos los que han pasado por sus muros. No importa el resultado. —Franklyn se giró en este punto, recorriendo a los dos equipos de debate a ambos lados—, salgamos de aquí como hemos entrado: amigos, compañeros de clase y colegas brujas y magos.

Hubo una ronda de aplausos que, en opinión de James, sonó bastante más maquinal que apreciativo. Franklyn sacó un papel de su túnica y lo examinó.

—Como se determinó antes por medio de sorteo —gritó con voz oficial—. El equipo B comienza con sus declaraciones de apertura. La señorita Tabitha Corsica, creo, será su representante. Señorita Corsica.

Franklyn retrocedió alejándose del pódium, tomando asiento en la silla de respaldo alto en el centro de la parte posterior del escenario. Tabitha se aproximó al pódium, con las manos vacías. Mostró su maravillosa sonrisa al público, pareciendo dirigirse a cada persona individualmente.

—Amigos y compañeros de clase, profesores y miembros de la prensa, ¿puedo ser tan atrevida como para empezar remarcando que las palabras de nuestro estimado profesor Franklyn, de hecho, representan el mismo corazón del error que subraya nuestra discusión de esta noche?

La multitud reaccionó con algo parecido a un jadeo colectivo o un suspiro de expectación. Tabitha se tomó un momento para girarse y sonreír a Benjamin Franklyn.

—Con mis disculpas, profesor.

Franklyn parecía absolutamente imperturbable. Alzó una mano hacia ella, con la palma hacia arriba, y asintió. Adelante, parecía decir el gesto.

—Por supuesto el decoro y el respeto deben ser la regla del día durante una discusión como ésta —dijo Tabitha, volviendo su atención a la audiencia—. Y a ese respecto estamos más que de acuerdo con el profesor. No, el error yace en la última frase del profesor Franklyn. Nos anima, a todos, a recordar que somos todos, al fin y al cabo, colegas brujas y magos. Amigos, ¿es esta la base esencial de nuestra identidad? Si así es, desde luego considero que somos los peores tiranos, la más baja forma de fanáticos. ¿Por qué no somos, bajo las varitas y hechizos, más humanos que brujas y magos? Permitirnos a nosotros mismos ser primordialmente definidos por nuestra magia es negar la humanidad que compartimos con el mundo no mágico. Peor aún, es relegar, por omisión, al resto de la humanidad a un estatus más bajo y menos importante que el nuestro. Ahora bien, no atribuyo estos prejuicios al profesor Franklyn en particular. Estos perjuicios están tan arraigados en los métodos y modales de la política como la magia a las escobas. ¿No es la creencia innata del mundo mágico que la humanidad muggle es inferior a la nuestra sino el desafortunado e inevitable resultado de las actuales políticas del Ministerio?

»Nuestro argumento esta noche es que esas presunciones de la actual clase dirigente han conducido a este prejuicio. Estas afirmaciones tienen tres vertientes. La primera es que la Ley de Secretismo es necesaria para salvaguardar al mundo muggle de su supuesta incapacidad para asumir nuestra existencia. Aunque posiblemente necesaria en épocas anteriores, mantenemos que esa Ley de Secretismo es obsoleta, dando como resultado una sociedad segregada que niega injustamente a la vez al mundo mágico y al muggle los beneficios que podrían obtener el uno del otro.

»La segunda presunción es que la historia prueba la idea de que ese hermanamiento muggle-mago solo puede dar como resultado una guerra. Argumentaremos que este reclamo ha sido vastamente orquestado basándose en una serie de incidentes históricos aislados y sin conexión alguna, que fueron desafortunados pero relativamente de escasa importancia. El espectro del todopoderoso mago malvado que busca dominar el mundo ha sido colocado en el mismo estante que el consabido prejuicio de la debilidad mental del mundo muggle, incapaz de aceptar la existencia de la sociedad mágica. Ambas amenazas, afirmamos, han sido cultivadas por la clase mágica dirigente para mantener una cultura del miedo, cimentando así su propia agenda de poder y control.

»Y la presunción final que deseamos cuestionar es la existencia de la así llamada “magia oscura”. Afirmaremos que la magia “oscura” es simplemente una forma de compleja y sí, ocasionalmente peligrosa magia, solo considerada malvada porque es principalmente utilizada por aquellos que en su momento se opusieron a la clase mágica dirigente de la época. La magia “oscura” es al fin y al cabo una invención del Departamento de Aurores, utilizada para justificar el aplastamiento de cualquier individuo o grupo que amenace a esa clase dirigente.

»Afirmamos que éstas tres suposiciones forman la base de las políticas de prejuicio contra el mundo muggle. Nuestra meta es la igualdad, nada menos, para los muggles y para nosotros mismos. Después de todo, antes de ser brujas o magos, muggles o no, somos primero y ante todo… humanos.

Con eso, Tabitha se giró y volvió a su asiento en la mesa del equipo B. Hubo un momento de silencio bastante impresionado, después, para desmayo de James, la multitud irrumpió en un aplauso. James miró alrededor. No todo el mundo estaba aplaudiendo, pero los que sí, más o menos la mitad, lo hacían con sombrío vigor.

—… efusivo apoyo por parte de la asamblea de estudiantes —podía oírse decir a la voz de la radio— mientras la señorita Corsica, la viva imagen de la compostura y la seguridad, toma asiento. La señorita Petra Morganstern, capitana del equipo B, se aproxima ahora a…

Petra arregló un pequeño taco de notas sobre el pódium mientras el aplauso moría. Levantó la mira, sin sonreír.

—Señoras y caballeros, compañeros, saludos —dijo, su voz sonaba precisa y resonante—. Los miembros del equipo B reclaman que hay tres puntos de argumentación, sus «tres presunciones». El equipo A demostrará que hay, en realidad, solo una «presunción» válida para el debate de esta noche, sus otras dos líneas de argumentación son completamente dependientes de esta. Esa «asunción» es que la noción de la historia, como una ciencia y un estudio, no es digna de confianza. El equipo B debe convencernos de qué esa historia, además de no ser digna de confianza, es una completa invención, tramada por los antojos y las manipulaciones deliberadas de un pequeño grupo de brujas y magos dirigentes e increíblemente poderosos. Estos individuos debieron ser poderosos ciertamente, porque la historia que supuestamente inventaron está, de hecho, todavía en la memoria de muchos de los que viven hoy en día. Nuestros padres y abuelos, nuestros profesores, y sí, nuestros líderes. Ellos estaban allí cuando esta historia supuestamente inventada tuvo lugar, sin ir más lejos, aquí mismo en estos mismos terrenos. Utilizando la lógica del equipo B, la Batalla de Hogwarts nunca ocurrió, o transcurrió de modo tan diferente como para carecer completamente de sentido. Si así fuera pueden muy bien defender que sus otras «presunciones», tales como la aseveración de que no hay necesidad de Ley de Secretismo y de que la magia oscura es una invención del Departamento de Aurores. Sí, sin embargo, nosotros podemos demostrar que los informes históricos del ascenso del Señor Tenebroso y su sangrienta búsqueda de poder y dominio sobre el mundo muggle son precisos, el resto de las afirmaciones del equipo B caerán por su propio peso también. Por tanto, emplearemos todas nuestras energías en discutir sólo eso, con nuestras disculpas al equipo B.

Se produjo otro silencio cargado, precipitado por la mención de Señor Tenebroso, después otro estallido de aplausos, igual en volumen que el anterior, pero salpicado por exuberantes aullidos y silbidos.

—Una corta pero directa declaración de la señorita Morganstern —dijo el locutor. James vio al hombre del sombrero púrpura y leyó sus palabras mientras fluían de la varita al embudo—. Aparentemente centrada en un punto como respuesta a las tres ramificaciones de la señorita Corsica. Esto promete ser una discusión directa y apasionada, damas y caballeros.

Durante los siguientes cuarenta minutos, los miembros de cada equipo ocuparon el pódium, ofreciendo argumentos y contra argumentos, todo regulado y oficiado por el profesor Franklyn. A la audiencia se le había indicado que refrenara los aplausos, pero estos habían sido imposibles de impedir. Una vez sonaba una ronda de aplausos provocada por la argumentación de un equipo, esta parecía animar a los defensores del punto de vista opuesto a vitorear a su propio lado igualmente.

La noche descendió sobre el Anfiteatro, amenazadoramente oscura, con solo un ralo rayo de luna en el horizonte. Flotaban linternas encantadas sobre las escaleras y arcos de entrada, dejando las zonas de los asientos entre las sombras. El escenario relucía en el centro, iluminado casi como si fuera mediodía por los globos fosforescentes del profesor Flitwick que flotaban gentilmente en el aire. Zane se enfrentaba a Heather Flack, debatiendo la afirmación de que los informes históricos siempre eran alterados por los vencedores.

—Yo soy de los Estados Unidos, ya sabes —dijo Zane, dirigiéndose a Heather Flack desde el otro lado del escenario—. Si tu afirmación es cierta, resulta que es mentira todo lo que he aprendido sobre el ocasionalmente terrible pasado de mi país, desde nuestro trato a los nativos americanos, a las cazas de brujas de Salem, o los tiempos de la esclavitud. Si los vencedores escriben la historia, ¿cómo es que sé que incluso Thomas Jefferson tuvo una vez esclavos?

Benjamin Franklyn hizo una mueca ante eso, después asintió lentamente, aprobadoramente. Los seguidores del equipo A aplaudieron a rabiar.

Finalmente, sin haber sacado nada en claro, los capitanes de ambos equipos se aproximaron a los pódiums para la argumentación final. Tabitha Corsica seguía teniendo el primer turno.

—Aprecio —empezó, mirando fijamente a Petra—, que mi oponente en este debate haya restringido la discusión a esta doctrina central: que la historia reciente del mundo mágico ha sido realzada y estilizada para instigar el terror a algún monstruoso y legendario enemigo. Para ser más específicos, continuamente sacan a colación la imagen del Señor Tenebroso, como prefieren llamarlo. Si la señorita Morganstern desea evadir las demás facetas válidas de la discusión de esta noche, la complaceré. Si, como parece, está dispuesta a debatir los detalles de la figura de la que se derivan todos los demás detalles, discutamos el tratamiento dado a Lord Tom Riddle.

Un jadeo de inconfundible sorpresa y temor recorrió la multitud ante la mención del nombre de Voldemort.

Hasta para Tabitha Corsica, pensó James, sacar a colación a Tom Riddle parecía un riesgo terrible, incluso si él estaba, de hecho, en el corazón del asunto. James se sentó inclinado hacia adelante en su asiento, con el corazón palpitante.

—El «Señor Tenebroso», como al Departamento de Aurores le gusta llamar a Tom Riddle —dijo Tabitha hacia la apagada oscuridad— fue de hecho un mago poderoso, y quizás incluso desencaminado. Demasiado entusiasta, puede ser. Pero en realidad, ¿qué sabemos seguro sobre sus planes y sus métodos? La señorita Morganstern les dirá simplemente que era malvado. Que era un mago «oscuro», dirá, que anhelaba sólo poder y muerte. Pero ¿existe en realidad gente así? En los libros de cómics, quizás. Y en las mentes de aquellos que alimentan el miedo. Tom Riddle andaba desencaminado, pero era un mago bienintencionado cuyo deseo de la igualdad mago-muggle fue simplemente una noción demasiado radical para la clase mágica dirigente. Los poderes urdieron una campaña muy cuidadosa de medias verdades y mentiras categóricas diseñadas para desacreditar las ideas de Riddle y demonizar a sus seguidores, a quienes los medios de comunicación controlados por el ministerio apodaron «mortífagos». A pesar de todo, las reformas de Riddle finalmente ganaron suficiente apoyo como para asumir el control del Ministerio de Magia durante un corto tiempo. Sólo después de un cruento y vicioso enfrentamiento los viejos poderes derrotaron a Riddle y sus reformistas, matando a Tom Riddle en el proceso y difamándolo tan implacablemente como pudieron.

Mientras Tabitha hablaba, un gruñido se propagó por la asamblea reunida. El gruñido creció hasta convertirse en gritos aislados de rabia, otros gritaban «¡Dejadla hablar!». Finalmente, justo cuando terminaba, la multitud estalló en un agitado frenesí que James encontró aterrador. Miró alrededor. Muchos estudiantes estaban de pie y gritando con las manos ahuecadas sobre la boca. Varios se habían subido a sus asientos, machacando o sacudiendo los puños. James no podía ver quién, entre la multitud, estaba gritando en apoyo o contra Tabitha.

A esas alturas del disturbio, tuvo la vaga sensación de que Ted Lupin y Noah Metzker estaban acuclillados alrededor de algo. De repente, se produjo un estallido de luz cegadora entre ellos, lo que los convirtió en siluetas recortadas. El rayo de luz ascendió, llenando el anfiteatro con su brillo. A alrededor de cien pies de altura, la bola de luz explotó en un millón de diminutas luces. La gente se quedó en silencio, desconcertada, todos con los ojos en alto. Las luces diminutas se unieron, tomando forma. Se oyó un jadeo colectivo cuando las luces formaron la enorme forma de la legendaria Marca Oscura: una calavera con una serpiente saliendo de su boca. Después, casi instantáneamente, la forma quedó apagada por la forma estilizada de un relámpago. El relámpago pareció golpear la calavera, que mordió, partiendo la serpiente por la mitad. La mitad delantera de la serpiente dio vueltas, y sus ojos se convirtieron en pequeñas cruces, y entonces la calavera se partió por la mitad. El relámpago se desvaneció mientras el siguiente mensaje salía de la calavera rota:

«¡Vuestra Calavera de la Risa solo en Sortilegios Weasley!

Tiendas en el Callejón Diagon y Hogsmeade

Los pedidos por correspondencia son nuestra especialidad»

Se hizo un largo momento de silencio, de absoluto desconcierto, mientras todo el mundo se quedaba con la mirada fija en las letras brillantes. Entonces las letras se quebraron y cayeron, lloviendo hermosamente sobre el Anfiteatro. Se oyó una risita disimulada en alguna parte.

—Bueno —dijo el profesor Franklyn, habiéndose puesto en pie y avanzado hasta el centro del escenario—. Esa ha asido, debo admitirlo, una oportuna y en cierto modo asombrosa diversión. —Hubo algunas risas desperdigadas y avergonzadas. Lentamente, la gente empezó a volver a sus asientos. James se giró hacia Ted y Noah, que estaban ahora parpadeando y guiñando los ojos deslumbrados, cegados por los fuegos artificiales por encargo Hermanos Weasley.

—Malditos Weasley, lo han convertido en un servicio de anuncios público —mascullaba Ted.

Noah se encogió de hombros.

—Supongo que por eso fue gratis.

—Damas y caballeros —continuó Franklyn—. Este es ciertamente un tema que despierta mucha pasión entre muchos de nosotros, pero no debemos permitirnos dejarnos llevar. La señorita Corsica ha hecho algunas afirmaciones que muchos encontramos difíciles de oír. Sin embargo, esto es un debate, y de donde yo vengo no —dijo con gran énfasis— acallamos un debate simplemente porque el tema nos resulte incómodo. Espero que podamos completar esta discusión con dignidad, de otro modo, estoy seguro en que la directora estará de acuerdo conmigo en que posponer las argumentaciones finales serán el único recurso que nos quede. Señorita Morganstern, creo que es su turno.

Franklyn volvió a sentarse, y James tuvo el presentimiento de que estaba mucho más enfadado de lo que dejaba entrever. Petra se quedó de pie tras el pódium varios segundos, con los ojos bajos. Finalmente, levantó la mirada, obviamente sacudida.

—Admito que no sé por dónde empezar a responder a la francamente increíble hipótesis de la señorita Corsica. El Señor Tenebroso no era malvado simplemente porque fuera conveniente para los que estaban en el poder afirmarlo así. Utilizó métodos infames para ganar y mantener poder. Era conocido por utilizar libremente, y por instruir a sus seguidores a que utilizaran, las tres Maldiciones Imperdonables. Lord Voldemort no estaba más interesado en la igualdad para los muggle que… que… —se detuvo, buscando la palabra. James apretó los labios furioso. Lo sentía por ella. Había tantas mentiras que rebatir. Y ese resbalón sería interpretado como renuencia a admitir la verdad.

—Señorita Morganstern —dijo Tabitha, su voz imploraba—. ¿Tiene alguna base para esas reclamaciones, o simplemente está repitiendo lo que se le ha dicho?

Petra miró a Tabitha, con la cara pálida y furiosa.

—Solo la totalidad de la historia escrita, y los recuerdos vivos de los que lo experimentaron de primera mano —escupió—. Y le corresponde a usted, supongo, proporcionar pruebas de su reclamación de que Lord Voldemort no era todo lo que la historia dice que fue.

—Ya que lo menciona —dijo Tabitha llanamente—. Creo que hay individuos aquí esta noche que presenciaron de primera mano la Batalla de Hogwarts. Podríamos aclararlo ahora mismo, si lo desean, entrevistándolos en persona. Esto no es un juzgado, sin embargo, así que simplemente preguntaré lo siguiente: ¿Puede algún asistente, alguien que estuviera en la Batalla, negar que el propio Lord Tom Riddle declaró de forma que todos pudieran oírle que deploraba la pérdida de cualquier vida en la batalla? ¿Puede alguien negar que suplicó a sus enemigos que se reunieran con él personalmente, para que tanta violencia pudiera evitarse?

Tabitha examinó a la audiencia. Había un silencio perfecto excepto por el sonido distante de los grillos y el crujir del viento entre los árboles del Bosque Prohibido.

—No, nadie lo niega porque es cierto —dijo, casi amablemente—. Muchos murieron, por supuesto. Pero es un hecho para los que le conocieron qué él era más que un loco asesino.

Petra había recuperado la compostura. Habló ahora, clara y firmemente.

—¿Y es también un hecho que ese reformador amante de la paz asesinó personalmente a la familia de un bebé, e intentó asesinar al propio niño también?

—¿Hablas de Harry Potter entonces? —dijo Tabitha, sin perder un latido—. ¿El hombre que, irónicamente, encabeza el Departamento de Aurores?

—¿Niegas que es cierto entonces?

—No niego nada. Simplemente cuestiono y desafío. Solo puedo suponer que la verdad es mucho más compleja de lo que se nos ha permitido creer. Expongo que las alegaciones de asesinato a sangre fría y ataques a niños, todas las cuales carecen convenientemente de pruebas, encajan muy favorablemente con la doctrina de miedo que nos ha controlado durante los pasados veinte años.

—¡Cómo te atreves! —James oyó su propia voz antes de comprender que estaba hablando. Estaba de pie, señalando a Tabitha Corsica, temblando de rabia—. ¡Cómo te atreves a llamar mentiroso a mi padre! ¡Ese monstruo mató a sus padres! ¡Mis abuelos fueron asesinados por él y tú te pones ahí de pie y nos dices que es una especie de historia inventada! ¡Cómo te atreves! —Su voz se rompió.

—Lo siento —dijo Tabitha, y su cara, de hecho, era el vivo retrato de la compasión—. Sé que crees que es cierto, James.

El profesor Franklyn estaba de pie y se adelantaba, pero James gritó de nuevo antes de que Franklyn pudiera hablar.

—¡Mi padre mató a tu gran héroe! —gritó, sus ojos ardían con lágrimas de rabia—. Ese monstruo intentó matarle dos veces, la segunda porque mi padre mismo se entregó a él. ¡Tu gran salvador era un monstruo, y mi padre finalmente le derrotó!

—Tu padre —dijo Tabitha, su voz se alzó y se volvió severa— era un mago mediocre con un gran departamento de relaciones públicas. Si no fuera por el hecho de que estuvo rodeado de grandes magos en todo momento, ni siquiera conoceríamos su nombre hoy.

Ante eso, la multitud explotó de nuevo, gritando furiosa y los gritos llenaron el espacio como un caldero. Hubo un estrépito en el escenario. James miró y vio que Ralph, que ni siquiera había hablado aún, se había levantado de un salto, volcando su silla. Tabitha se giró y le miró fijamente, y sus ojos se encontraron durante un segundo. Siéntate, dibujó ella silenciosamente con los labios, su cara estaba lívida. Ralph le devolvió la mirada furiosa, después se giró resueltamente y abandonó el escenario. James lo vio, e incluso en medio de la angustia y del gentío amotinado, su corazón se regocijó.

No tenía sentido continuar ya con el debate. La directora McGonagall se unió al profesor Franklyn sobre el escenario y ambos dispararon chispas rojas con las varitas, reinstaurando el orden en el anfiteatro. Sin preámbulos, la directora ordenó a todos los estudiantes que volvieran inmediatamente a sus salas comunes. Su cara era severa y estaba muy pálida. Mientras la multitud murmuraba y gruñía, dirigiéndose hacia las entradas de vuelta el castillo propiamente dicho, James vio a Ralph abriéndose paso entre ella. Se hizo a un lado hasta que el otro chico le alcanzó.

—No podía más —dijo Ralph a James, su voz era baja al igual que sus ojos—. Lamento que ella haya dicho esas terribles estupideces. Puedes seguir odiándome si quieres, pero no podía más con toda esta basura del Elemento Progresivo. No sé mucho de ello en realidad, excepto que es demasiado trabajo ser tan… tan político.

James no pudo evitar sonreír.

—Ralph, eres un ladrillo. No te odio. Soy yo el que debería disculparse.

—Bueno, dejemos las disculpas para luego, ¿vale? —dijo Ralph, abriéndose paso hacia el arco mientras James seguía su estela—. Ahora mismo, solo quiero salir de aquí. Tabitha Corsica me ha estado perforando con la mirada desde que abandoné el escenario. Además, Zane dice que Ted nos ha invitado a vuestra sala común. Quiere presumir de haber conquistado a un miembro del equipo B.

—¿Y eso no te molesta? —preguntó James.

—No —replicó Ralph, encogiéndose de hombros—. Vale la pena. Gryffindor tiene los mejores aperitivos.