Zane, James y Hardcastle subieron a la espalda de Grawp cuando el gigante se puso en cuclillas. James y Zane treparon cada uno sobre un hombro, aferrando la harapienta camisa de Grawp como apoyo. Hardcastle, aparentemente ignorando lo ridículo que podía parecer, se sentó a horcajadas sobre la nuca de Grawp, como un niño siendo llevado a hombros por su padre. Sostuvo la varita en alto, extendiendo un halo de luz sobre el suelo alrededor de ellos, y después dirigió a Grawp hacia el lago. Cuando se marcharon, Harry y Ted todavía buscaban el mejor método para subir a los hombros de Prechka.
—Necesitamos una escalera, ¿no crees? —gritó Ted.
—Hagamos que se incline, con las manos sobre el suelo —gritó Harry, haciendo señas a la giganta, que se arrodilló pero se distrajo con el jardín de Hagrid. Arrancó un manojo de calabazas, con raíces y todo, y empezó a metérselas en la boca.
—Está bien, está bien —gritaba Hagrid consoladoramente—. Solo inclínate un poco. Allá vamos. ¡Oh!
Se produjo un crujido de madera rota cuando Prechka se apoyó sobre la carreta de Hagrid. Reduciéndola a astillas.
Hagrid palmeó el gigantesco codo, sacudiendo la cabeza.
—En fin, al menos ahora puedes subir, Harry. Utiliza esa parte de ahí como escalón. Vamos.
Prechka estaba siendo persuadida para que se enderezara de nuevo, con Harry y Ted posados sobre sus hombros, cuando Grawp entró en los bosques que cubrían el lado oeste del lago y la vista de los terrenos de Hogwarts se desvaneció tras densos y robustos árboles.
Grawp era sorprendentemente gentil, girándose y agachándose para evitar ramas que podrían golpear a la carga que llevaba. James podía sentir el peso de las pisadas de Grawp presionando el suelo, pero no experimentó las sacudidas y golpes que había esperado sentir montando sobre la espalda de un gigante. Hardcastle dirigía a Grawp tranquilamente, sentado casi junto a la oreja del gigante. Les conducía en un ordenado zigzag, aproximándose al lago, y después girando de vuelta hacia la espesura del bosque otra vez. Su progreso era lento y el movimiento de Grawp al caminar empezaba a mecer a James provocándole sueño. Se sacudió a sí mismo para despertarse, estudiando el suelo en busca de las señales que su padre había descrito. En un intento de mantenerse despierto, explicó a Hardcastle y Zane cómo había visto al hombre en el campo de Quidditch. Les habló de la cámara, y describió las otras dos veces que había visto al hombre en la zona.
—¿Has visto a esa persona tres veces entonces? —preguntó Hardcastle, con voz gravemente monótona.
—Sí —asintió James.
—¿Pero aparte de tu padre esta noche, nadie más le ha visto en absoluto?
James se sintió irritado por el comentario, pero respondió directamente.
—No. Nadie.
Se quedaron en silencio un rato. James suponía que habían recorrido aproximadamente un tercio del perímetro. Captaba destellos del castillo irguiéndose sobre el lago cada vez que se acercaban a la orilla. Los bosques parecían molestamente inmaculados y normales. Se oían grillos zumbando y rechinando, llenando el aire nocturno con sus extraños coros. En todas partes donde James miraba, las luciérnagas punteaban las sombras, ocupándose de sus negocios nocturnos. No había señal de que nadie hubiera atravesado ese bosque, y mucho menos recientemente.
—Alto, Grawp —dijo Hardcastle de repente, con voz tensa. Grawp se detuvo obedientemente y se quedó quieto. Su enorme cabeza giró lentamente cuando miró alrededor. James se asomó alrededor de la enorme y sucia oreja de Grawp, intentando ver lo que Hardcastle estaba mirando o escuchando. Pasó medio minuto. James sabía que no debía hablar. Entonces, en algún lugar cercano, se oyó un áspero sonido escurridizo. Algo se arrastraba, invisible, a través de las hojas caídas y se detenía otra vez. Una rama crujió, como si hubiera sido pisada. El corazón de James estaba de repente palpitando. Sin embargo, ni Grawp ni Hardcastle se movieron. James vio que Hardcastle movía la cabeza ligeramente, intentando precisar la dirección del sonido.
Se oyó de nuevo, más cerca esta vez, pero todavía invisible. Estaba delante de ellos, tras una loma baja cubierta de bosque que había en su camino. James no pudo evitar pensar que había algo claramente inhumano en ese sonido escurridizo. Era, en cierto modo, demasiado desenfrenado. El pelo de la base de su nuca se erizó. Hardcastle palmeó ligeramente la parte de atrás de la cabeza de Grawp y señaló hacia el suelo, inclinándose de forma que Grawp pudiera ver su mano. James sintió como el gigante bajaba más, y se sorprendió de nuevo por la lenta gracilidad del movimiento. Las hojas a sus pies crujieron solo ligeramente cuando Grawp puso las manos en el suelo. Hardcastle se deslizó silenciosamente por la espalda de Grawp. Sus ojos estaban fijos en la loma de más adelante.
—Quedaos con…
Fue interrumpido por el ruido de ese movimiento escurridizo de nuevo. Estaba mucho más cerca esta vez, y ahora James vio movimiento. Hojas muertas se esparcieron por el aire cuando una forma grande y sombría corrió por la loma, moviéndose con horrible velocidad. Asomaba de vez en cuando entre los troncos de los árboles, atravesando arbustos. Parecía tener demasiadas patas, y había una extraña incandescencia azulada que emanaba de su parte delantera. Titilaba frenéticamente cuando la cosa se movía. Hardcastle saltó delante de Grawp cuando la cosa se aproximó. Ondeó su varita con la práctica economía de movimientos de un auror entrenado, enviando un hechizo aturdidor rojo al amasijo de arbustos y hojas. La criatura cambió de rumbo, rodeándoles y metiéndose en una depresión. El parpadeante brillo azul marcaba su progreso mientras esquivaba leños muertos, retirándose más profundamente hacia el interior del bosque.
—Quedaos con Grawp, los dos —gruñó Hardcastle, partiendo tras la criatura a la carrera—. Grawp, si se acerca cualquier cosa que no sea yo, aplástala. —Se movía con sorprendente agilidad para su tamaño. En quince segundos, ni él ni la criatura a la huída podían ser vistos u oídos ya. Los dos chicos saltaron de los hombros de Grawp para asomarse a la depresión.
—¿Qué era eso? —preguntó Zane sin aliento.
James sacudió la cabeza.
—Ni siquiera estoy seguro de querer saberlo. Definitivamente no era el tipo al que estamos buscando.
—Me alegro —dijo Zane con convicción.
Vigilaron la depresión por la que Hardcastle y la criatura se habían desvanecido. El incesante coro de insectos y el destello de las luciérnagas llenaron el bosque de nuevo, pareciendo negar que nada inusual estuviera ocurriendo. No llegaba ningún ruido o movimiento de la depresión.
—¿Cuánto rato va a perseguir a esa cosa? —preguntó finalmente Zane.
James se encogió de hombros.
—Hasta que la atrape, supongo.
—O ella le atrape a él —añadió Zane, estremeciéndose—. Sabes, me sentía mucho mejor cuando estábamos subirlos a los hombros de este tiarrón.
—Buena idea —estuvo de acuerdo James, girándose—. Eh, Grawp, ¿qué tal si…?
Se detuvo, Grawp se había ido. Zane y James miraron alrededor durante varios segundos, ambos demasiado atónitos y atontados como para decir nada.
—¡Allí! —dijo Zane de repente, apuntando con un dedo en dirección al lago. James miró. Grawp justo estaba desapareciendo alrededor de una gigantesca piedra cubierta de musgo, agachándose lentamente.
—¡Vamos! ¡No dejemos que se pierda de vista!
Ambos chicos corrieron rápidamente tras el gigante, gateando sobre los enormes árboles caídos y deslizándose por las rocas cubiertas de verdor. Rodearon la roca del tamaño de una casa junto a la que habían visto pasar a Grawp. Grawp estaba ahora incluso más lejos, agachándose bajo un árbol muerto.
—¿Adónde va? —gritó Zane exasperado.
—¡Grawp! —chilló James, dudando si gritar más alto por miedo a atraer a alguna otra criatura horrible y furtiva. La noche se había vuelto oscura. Pesadas nubes oscurecían la luna, reduciendo los bosques a una maraña de sombras grises—. ¡Grawp, vuelve! ¿Qué haces?
Pasados varios minutos, Zane y James siguieron el rastro de Grawp, luchando por abrirse paso a través de lechos de arroyos y sobre troncos de árboles que el gigante había atravesado de un solo paso. Finalmente, le alcanzaron cerca del lago, donde un grupo de pequeñas islas boscosas oscurecían la visión a través del agua. El aire olía a húmedo y mohoso y estaba denso por los insectos que zumbaban en él. Grawp estaba de pie bajo un árbol nudoso, extrayendo metódicamente nueces de las ramas y dejándolas caer en su boca, con cáscara y todo. Las trituraba audiblemente cuando los chicos se aproximaron, jadeando.
—¡Grawp! —gritó Zane, luchando por recobrar el aliento—. ¿Qué haces?
Grawp bajó la mirada ante el sonido de la voz de Zane, con expresión interrogativa.
—Grawp hambriento —respondió—. Grawp huele comida. Grawp come y espera. Hombrecillo vuelve.
—¡Grawp, ahora nos hemos perdido! ¡Titus ni siquiera sabe donde estamos! —dijo James, intentando controlar su furia. Grawp le miró fijamente, todavía triturando nueces, su expresión mostraba un humilde desconcierto.
—No importa —dijo Zane—. Dejémosle masticar algunas nueces, después conseguiremos que nos lleve de vuelta por donde vinimos. —Se dejó caer sobre una roca cercana y examinó los arañazos y magulladuras que se había hecho durante la persecución. James hizo una mueca, molesto. Sabía que no tenía sentido discutir con el gigante.
—Vale —dijo tensamente—. Grawp, solo llévanos de vuelta cuando termines. ¿Vale?
Grawp gruñó mostrando su acuerdo, tirando de una de las ramas del gran árbol hacia abajo hasta que esta crujió amenazadoramente.
James vagó desconsolado hacia el borde del agua, empujando ramas y arbustos a un lado. El lago parecía aquí más bien un riachuelo, con solo un estrecho hilo de agua enfangada entre la costa y una de las pantanosas islas. La isla era agreste, cubierta de arbustos densos y árboles. Tenía el aspecto de un lugar que estuviera bajo el agua al menos parte del año. A siete metros de distancia, un grupo de árboles había caído de la isla. James asumió que habían sido arrancados de sus acuosas raíces por una tormenta reciente. La escena era notablemente fea y apocalíptica en medio de la noche oscura.
Justo acababa de decidir volver, preocupado porque Hardcastle les estuviera ya buscando, cuando salió la luna. A la luz plateada esparcida sobre los bosques, James se detuvo, un lento y excitado estremecimiento le sacudió de la cabeza a los pies. Los insectos habían callado de repente y todo estaba completamente en silencio. James se sentía enraizado en el sitio, congelado del todo excepto por los ojos, que recorrían los bosques circundantes. El silencio de los grillos no era el único cambio. La perpetua miríada de destellos de las luciérnagas también había cesado. El bosque se había quedado completa y repentinamente inmóvil a la luz de la luna.
—¿James? —llegó la voz de Zane, tentativa en el repentino y opresivo silencio—. ¿Esto es… ya sabes… normal? —Se unió a James a la orilla del lago—. ¿Y qué es lo que pasa con ese lugar?
—¿Qué lugar? —siguió los ojos de Zane, y entonces jadeó.
La isla que estaba justo en la orilla había cambiado. James no podía precisar con exactitud qué parte era diferente. Era solo que lo que minutos antes habían parecido árboles y arbustos colocados al azar, ahora, a la luz plateada de la luna, parecía más bien una antigua estructura oculta. Se notaba la incuestionable sugerencia de pilares y puertas, contrafuertes y gárgolas, todo cubierto por la vegetación natural de la isla como si fuera una especie de complicada ilusión óptica.
—No me gusta el aspecto de eso —dijo Zane enfáticamente, en voz baja.
James miró más allá. El grupo de árboles que había caído sobre el agua, conectando la isla con la costa, había cambiado también. Podía ver que había un orden en ellos. Dos habían caído juntos haciendo que formaran lo que obviamente era un puente. El puente resultaba incluso estilizado, modelado para parecer la cabeza de un gigantesco dragón. Una roca marrón que se destacaban entre las raíces arrancadas servía como ojo. Dos árboles más, solo medio caídos, formaban la mandíbula superior, proyectándose sobre el puente como para comerse a cualquiera que intentara cruzar.
James se acercó cuidadosamente al puente.
—Eh, ¿no irás a ir allí, verdad? —dijo Zane—. A mí no me parece una idea muy saludable.
—Vamos —dijo James, sin mirar atrás—. Dijiste que querías aventuras y experiencias realmente salvajes.
—Bueno, en realidad creo que solo deseaba esas cosas en muy pequeñas dosis. Ya he tenido suficiente con ese monstruo que hemos visto, si no te importa.
James esquivó un afloramiento de arbustos y árboles delgados y se encontró de pie ante la boca del puente. De cerca, era incluso más perfecto. Había un pasamanos formado por abedules caídos, lisos y fáciles de agarrar, y los dos árboles que formaban el suelo del puente estaban tan cerca, que enredaderas y hojas se apiñaban entre ellos, lo que daba lugar a una superficie sobre la que resultaba fácil caminar.
—Bien, quédate aquí —dijo James, sin culpar a Zane por su renuencia. Sin embargo el misterio de esto le resultaba extrañamente atractivo. Pisó el puente.
—Ahhh, Jesús —gimió Zane, siguiéndole.
En el lado de la isla, un complicado crecimiento de enredaderas y arbolillos habían formado un juego de altas y ornamentadas verjas. Más allá de ellas solo había una sombra impenetrable. James se acercó más, podía ver que las enredaderas formaban un patrón reconocible a lo largo de las verjas.
—Creo que dice algo —dijo, su voz fue casi un susurro—. Mira. Es un poema, o una runa o algo.
Tan pronto como fue capaz de descifrar la primera palabra, el resto apareció claro a la vista, como si hubiera entrenado sus ojos para verlo. Se detuvo y leyó en voz alta:
Con la luz majestuosa de la hermosa Sulva
Encontré el Santuario Oculto
Antes de que la noche de los tiempos retorne
Despierta de su lánguido sueño.
Una vez haya vuelto el agitado amanecer
Sin una reliquia perdida;
Ha pasado toda una vida, un nuevo eón,
La Senda a la Encrucijada de los Mayores.
Algo en el poema hizo estremecer a James.
—¿Qué significa? —preguntó Zane cuando lo hubo leído por segunda vez.
James se encogió de hombros.
—Sulva es una palabra antigua para la Luna. Eso lo sé. Creo que la primera parte significa que solo puedes encontrar este lugar cuando la luna brilla sobre él. Eso debe ser cierto, porque cuando lo vi por primera vez en la oscuridad, solo parecía una isla fea. Así que esto debe ser el Santuario Oculto, sea eso lo que sea.
Zane se inclinó hacia adelante.
—¿Y qué hay de esta parte? «Una vez haya vuelto el agitado amanecer». Suena como si debiéramos volver cuando salga el sol, ¿no? A mí me parece bien.
Ignorando a Zane, James cerró las manos alrededor de la verja y les dio un fuerte tirón. Traquetearon pero no se movieron. La acción pareció disparar una respuesta en la isla. Un súbito sonido furtivo surgió bajo los pies de los chicos. James miró abajo, y entonces saltó hacia atrás cuando zarcillos de enredaderas espinosas crecieron de la parte baja del puente. Las enredaderas se entretejieron alrededor de la verja, cubriéndola con un sonido como de periódico al quemarse. Las espinas eran de un feo color púrpura, como si pudieran contener algún tipo de veneno. Se hicieron más grandes mientras James observaba. Después de un minuto, las verjas estaban completamente cubiertas por ellas, oscureciendo las palabras del poema. El ruido de crecimiento murió.
—Bueno, eso resuelve el asunto —dijo Zane con voz aguda y estrangulada. Estaba de pie detrás de James, retrocediendo lentamente—. Creo que este lugar quiere que lo dejemos en paz, ¿no?
—Quiero intentar algo más —dijo James, sacando la varita de debajo de la capa. Sin pensar en realidad en ello, apuntó la varita hacia la puerta—. Alohomora.
Hubo un destello de luz dorada, y esta vez, el resultado fue inmediato y poderoso. Las verjas repelieron el hechizo, devolviendo una ráfaga de chispas, y la isla entera pareció temblar, tensarse amenazadoramente. Se produjo un sonido, como de miles de personas inhalando, y entonces una voz, una voz completamente inhumana y pantanosa, habló:
—¡Fuera… de… aquí!
James retrocedió tambaleante ante la vehemencia de la respuesta, tropezó con Zane y cayeron ambos al suelo del puente. El puente se estremeció bajo ellos, y entonces James vio que las puertas se estaban combando, inclinándose sobre ellos. Los árboles de arriba, los que parecían formar la mandíbula superior de la cabeza de dragón del puente, estaban bajando, amenazadores, sus ramas rotas se parecían cada vez a más dientes.
—¡Fuera… de… aquí! —dijo otra vez la isla. La voz sonaba como formada por millones de diminutas voces, susurrando y cuchicheando al unísono.
El suelo del puente se arqueó, separándose de la costa. Las mandíbulas superiores crujieron y empezaron a cerrarse, listas para devorar a los dos chicos. Ellos gatearon hacia atrás, tropezando a lo loco uno con otro, y cayendo a la orilla cubierta de malas hierbas justo cuando el puente se soltaba. Las gigantescas mandíbulas chasquearon y rechinaron ferozmente. Ramas rotas y pedazos de corteza salieron despedidas de la figura que se contorsionaba, acribillando a James y Zane mientras escapaban a la carrera, con las manos resbalando sobre las hojas muertas y las agujas de pino.
La tierra retumbó bajo ellos. Empezaron a brotar raíces de la tierra, desgarrando el suelo. James sintió como la orilla se desintegraba bajo él. Sus piernas cayeron en un súbito agujero y las subió de un tirón, evitando por poco una sucia raíz que se contorsionó hacia afuera para cogerle. Luchó por ganar la orilla que se derrumbaba, pero ésta se hundía bajo él, arrastrándole de vuelta al borde del agua. La superficie del lago se enturbió, girando hasta formar un sumidero. Los pies de los chicos salpicaban en el cieno, y éste los succionaba, tirando de ellos. Zane trataba de asir la orilla mientras el agua espumosa tiraba lentamente de él. James buscaba a tientas, pero nada parecía sólido. Incluso las raíces de árbol reveladas por la tierra que se derrumbaba se soltaban y resbalaban bajo sus manos, cubiertas por un horrible limo que se desprendía en costras.
Entonces, de repente apareció Grawp. Se dejó caer de rodillas, aferrando el tronco de un árbol cercano con una mano y extendiendo la otra hacia Zane, que era el que estaba más cerca. Sacó al chico del barro y lo dejó caer sobre su hombro. Zane se aferró a la camisa de Grawp mientras el gigante se agachaba para recuperar a James, que estaba ya casi sumergido entre las sucias aguas. Una horrible y peluda raíz culebreó por el agua y se enroscó alrededor del tobillo de James, tirando de él. Se quedó allí colgado, atrapado entre la garra de Grawp y la horrible raíz, y estaba seguro de que se partiría por la mitad de lo fuerte que tiraban. La raíz se resbaló sobre la pernera de su pantalón y le arrancó el zapato. James vio como se retorcía ávidamente alrededor de su zapato y lo hundía bajo la superficie.
Grawp le puso sobre su hombro libre e intentó levantarse, pero más raíces habían brotando a su alrededor. Enormes tentáculos de madera le envolvían las piernas. Enredaderas verdes crecían con la velocidad de un rayo sobre los tentáculos más gruesos, afianzándose en la tela de sus pantalones con diminutas raíces. Grawp rugió y tiró, desgarrando los pantalones y arrancando las raíces más aún de la tierra, pero su fuerza combinada era demasiado. Tiraron de él hasta hacer que volviera a arrodillarse, y después se abalanzaron hacia arriba, rodeándole la cintura, subiendo por su espalda y hombros. Las enredaderas se abatían sobre James y Zane, amenazando con tirarles de los hombros de Grawp. Grawp rugió de nuevo cuando una de las enredaderas verdes se le enroscó alrededor del cuello, obligándole a bajar aún más, tirando de él hacia el sumidero.
Justo cuando James empezaba a resbalar del hombro de Grawp, empujado de vuelta hacia el suelo por una docena de musculosas enredaderas, de repente, una luz cegadora llenó el aire. Era de un vibrante verde dorado, y llegó acompañada por un zumbido bajo. Las enredaderas y raíces retrocedieron frente a la luz. Se soltaron, repelidas por ella, pero renuentes a abandonar su presa. Oleadas de luz los bañaban, y cada onda liberaba más la enredada masa hasta que las enredaderas más pequeñas cayeron como muertas y las raíces más grandes se retiraron, succionadas otra vez de vuelta a la tierra con un asqueroso burbujeo.
Grawp, James y Zane medio cayeron, medio gatearon por la orilla hasta que encontraron tierra firme. Allí se derrumbaron, jadeando e intentando levantarse, en medio de hojas muertas y ramas quebradas.
Cuando James rodó y se arrodilló, vio que había una figura cerca, brillando débilmente con la misma luz verde dorada que había repelido a las enredaderas. James podía ver a través de la luz, aunque lo que vio estaba a la vez sobre iluminado y refractado, visto como se veían las cosas a través de una gota de lluvia. La figura parecía una mujer, muy alta y muy delgada, con un vestido verde oscuro que caía directamente desde sus caderas y, aparentemente, atravesaba el suelo. Su pelo verde blanquecino se extendía y florecía alrededor de su cabeza como una corona. Era hermosa, pero su cara estaba seria.
—James Potter, Zane Walker, Grawp, hijo de la tierra, estáis en peligro aquí. Debéis abandonar este bosque. Ningún humano está ahora a salvo bajo esta canopia.
James luchó por ponerse en pie.
—¿Quién eres? ¿Qué eres?
—Soy una dríada, un espíritu del bosque. Me las he arreglado para silenciar la Voz de la Isla, pero no seré capaz de contenerla mucho más. Se inquieta más y más a cada día que pasa.
—¿Un espíritu del bosque? —preguntó Zane mientras Grawp le ayudaba bastante rudamente a ponerse en pie—. ¿Los bosques tienen un fantasma?
—Soy una dríada, un árbol hada, el espíritu de un solo árbol. Todos los árboles del bosque tienen espíritus, pero han estado adormecidos desde hace muchas, muchas generaciones, languideciendo lentamente en la tierra, casi desapareciendo. Hasta ahora. Las náyades y las dríadas han sido despertadas, aunque no sabemos por qué. Aquellos pocos humanos que una vez se comunicaron con los árboles están muertos y olvidados. Nuestro tiempo es el pasado. Pero hemos sido convocados.
—¿Quién os convocó? —preguntó James.
—No hemos podido averiguarlo, a pesar de nuestros mayores esfuerzos. Hay disonancia entre nosotros. Muchos árboles recuerdan solo el hacha del hombre, no su replantación. Son viejos y están enfadados, solo desean hacer daño al mundo de los hombres. Están pasados. Habéis experimentado su furia, aunque no como ellos querían.
—¿Qué quiere decir «están pasados»? —preguntó Zane, dando medio paso adelante, mirando de reojo la belleza de la dríada—. ¿Es ese lugar? ¿La Isla? El… ¿la Senda a la Encrucijada de los Mayores?
—El tiempo del hombre es corto en la tierra, pero los árboles ven pasar los años como si fueran días. Las estrellas están inmóviles para vosotros, pero nosotros observamos y estudiamos los cielos como si fuera una danza —dijo la dríada, su voz se volvió suave, casi soñadora—. Desde nuestro despertar, la danza de las estrellas se ha vuelto horrenda, mostrando mil destinos oscuros para el mundo de los hombres, todos balanceándose con el equilibrio de los próximos días. Solo un posible destino será para bien. El resto conlleva derramamiento de sangre y pérdida. Gran pesar. Tiempos oscuros, llenos de guerra y avaricia, poderosos tiranos, carestías de terror. Mucho se decidirá con el final de este círculo. El pueblo de los árboles solo puede observar, por ahora, pero aquellos de nosotros que conservamos esperanzados el recuerdo de la armonía entre nuestro mundo y el de los hombres, cuando llegue el momento, ayudaremos en lo que podamos.
James casi estaba hipnotizado por la voz de la dríada, pero sintió nacer una sensación de impotencia y frustración ante sus palabras.
—Pero dijiste que había una oportunidad de evitar esa guerra. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos hacer que el único destino bueno ocurra?
La cara de la dríada se suavizó. Sus grandes y líquidos ojos sonreían tristemente.
—No hay forma de predecir el camino al que conduce una sola acción. Podría ser que lo que ya estás haciendo sea lo que traerá la paz. También podría ser que las mismas cosas que haces por el bien sean las que den como resultado la guerra. Debes hacer lo que sabes hacer, pero solo con una mente despejada.
Zane se arriesgó a soltar una risa burlona.
—Muy útil, este… Sensei.
—En la tela del destino hay peligros mayores de los que tú conoces, James Potter —dijo la dríada, acercándose a James hasta que su luz le bañó la cara—. El enemigo de tu padre, y todos aquellos que le amaban, han muerto. Pero su sangre palpita dentro de un corazón distinto. La sangre de vuestro mayor enemigo aún vive.
James sintió que sus rodillas se aflojaban.
—¿Vol… Voldemort?
La dríada asintió, al parecer no estaba dispuesta a pronunciar el nombre.
—Su plan preferido fue frustrado para siempre por tu padre. Pero era infinitamente mañoso. Preparó un segundo plan. Un sucesor, una línea de sangre. El corazón de ese linaje late hoy, en este momento, a no más de una milla de distancia.
Los labios de James estaban temblando.
—¿Quién? —preguntó con una voz apenas audible—. ¿Quién es?
Pero la dríada ya estaba sacudiendo la cabeza tristemente.
—Nos es imposible saberlo. Ni desde fuera, ni desde dentro. Aquellos árboles que han vencido trabajan contra nosotros, embotan nuestra visión, nos mantienen a muchos dormidos. Sólo sabemos que ese corazón está aquí, pero no más. Debes ser cauteloso, James Potter. La batalla de tu padre ha terminado. La tuya comienza.
La dríada se estaba desvaneciendo. Sus ojos se cerraban mientras se fundía en la nada, ya parecía dormir.
Se oyó un gemido rechinante, después una salpicadura en la isla.
—Bueno —dijo Zane con maníaca alegría—. ¿Qué me dices de saltar a los hombros de nuestro colega gigante y convertir este lugar en un recuerdo antes de que él haga eso mismo con nosotros?
Los tres se encontraron con Titus Hardcastle antes de llegar a la mitad del camino de vuelta a su lugar de partida. Su cara parecía tormentosa, pero todo lo que digo fue:
—¿Todo el mundo bien?
—Claro —gritó Zane desde los hombros de Grawp—. Pero déjeme decirle que hemos tenido una experiencia de lo más rara.
Grawp se agachó para permitir que Hardcastle trepara a su espalda.
—Lo normal por aquí entonces, ¿no? —gruñó Hardcastle.
Zane extendió la mano, intentando ayudar a Hardcastle a trepar y casi consiguió caer de su sitio en lugar de eso.
—¿Qué era la cosa a la que perseguía, por cierto? —dijo, jadeando.
—Una araña. Uno de los hijos del viejo Aragog, sin duda. Se han mantenido tranquilos las dos últimas décadas, pero uno había salido y se había conseguido un juguetito. —Hardcastle sostenía algo en alto, y James vio que era la pequeña videocámara que el intruso había estado utilizando en el campo de Quidditch—. Todavía funcionaba cuando alcancé al bruto, la pequeña pantalla estaba toda iluminada. Se rompió cuando, er, despaché a la bestia. Al menos tuvo una buena última comida.
James se estremeció involuntariamente mientras Grawp comenzaba a abrirse paso entre los bosques.
—¿Realmente cree que… se comió al tipo?
Hardcastle tensó la mandíbula.
—El círculo de la vida, James. Estrictamente hablando, sin embargo, las arañas no comen gente. Solo les succionan los jugos. Mala forma de irse, pero al menos ya no dará más problemas.
James no lo dijo, pero tenía el presentimiento de que los auténticos problemas solo estaban empezando.
El miércoles por la mañana, James se sentía torpe e irritable cuando entró en el Gran Comedor para desayunar. Era una mañana sombría, con un cielo bajo y amoratado que llenaba la porción alta del comedor y una fina neblina que salpicaba las ventanas. Ralph y Zane estaban sentados en la mesa Slytherin, Zane soplando su tradicional café matutino y Ralph atacando una naranja con un cuchillo de mantequilla, aserrándola para pelarla y todo. No parecían estar hablando mucho. Zane no era normalmente una persona madrugadora, y había estado levantando hasta tan tarde como James. Ni Zane ni Ralph levantaron la mirada, y James se alegró. Todavía estaba enfadado y disgustado con Ralph. Bajo todo eso, sin embargo, se sentía triste y dolido por la traición del chico. Intentaba no sentir resentimiento hacia Zane por sentarse con Ralph, pero estaba demasiado cansado como para hacer mucho esfuerzo, y el humor de la mañana no estaba ayudando.
James se abrió paso hasta la mesa Gryffindor, mirando hacia el estrado mientras lo hacía. Ni su padre ni Titus Hardcastle estaban a la vista. Se figuraba que, a pesar de lo tarde que se habían acostado la noche anterior, se habrían levantado y desayunado poco después del amanecer y ya estarían ocupándose de sus tareas de la mañana. La idea de que el día de su padre y Titus probablemente hacía ya rato que estaban en marcha, lleno de emocionantes reuniones e intrigas secretas, mientras que él estaba justo ahora tomando el desayuno de camino a sus sombrías clases del día y sus deberes, le llenó de melancolía. Encontró un asiento rodeado por felices Gryffindors charlatanes, se dejó caer en él, y comenzó a comer metódicamente, sin ánimo.
La noche antes, James se había quedado levantado con Titus Hardcastle, su padre y la directora McGonagall hasta casi dos horas después de su regreso del perímetro del lago. Titus había hecho una señal de varita tan pronto como alcanzaron el castillo, convocando a Harry, Ted, Prechka y a Hagrid de vuelta de sus correrías. Cuando todos volvieron a reunirse junto a la cabaña de Hagrid, la directora despidió a Grawp y Prechka, agradeciéndoles formalmente a ambos su ayuda y ofreciéndoles un barril de cerveza de mantequilla por sus esfuerzos. Después de eso, el grupo convergió en la cabaña de Hagrid, congregados alrededor de la enorme y rústica mesa, bebiendo el té de Hagrid, que era sospechosamente humeante y marrón y tenía un sabor vagamente medicinal, y evitando unos panecillos más bien rancios.
Hardcastle habló primero. Explicó a todos los presentes como primero había oído a la araña, y después la había perseguido, dejando a James y Zane bajo la protección de Grawp. Harry se había removido en su asiento, pero refrenó cualquier comentario. Después de todo, había sido él quien había pedido a James que se uniera a la expedición, y había consentido, si bien a regañadientes, la compañía de Zane. La directora había dirigido una mirada bastante larga y penetrante a Harry cuando había visto a Zane entrar en la cabaña. Ahora, McGonagal se giró hacia Hardcastle, preguntándole cómo se las había arreglado para matar a la araña.
Los ojos redondos de Hardcastle centellearon un poco cuando dijo:
—La mejor forma de matar a una araña que no cabe bajo tu bota es arrancarle las patas. La primera fue la más difícil. Después de eso, se hizo cada vez más y más fácil.
Hagrid se pasó una mano por la cara.
—Pobre viejo Aragog. Si viviera para ver a sus jovencitos volverse salvajes, eso le habría matado. Los pobres solo hacen lo que hacen las arañas. No se les puede culpar.
—La araña tenía la cámara del intruso —dijo Harry, mirando al objeto roto que estaba sobre la mesa. La lente estaba hecha pedazos y la pequeña pantalla de la parte de atrás estaba agrietada—. Así que sabemos que el hombre escapó por los bosques del lago.
—Un modo repugnante de morir, quienquiera que fuera —dijo McGonagall.
La expresión de Harry no cambió.
—No sabemos seguro que la araña cogiera al hombre.
—Parece improbable que la cosa esa le pidiera prestada la cámara para hacer películas caseras de sus crías, ¿verdad? —retumbó Hardcastle—. Las arañas no son del tipo educado. Son del tipo hambriento.
Harry asintió pensativamente.
—Probablemente tengas razón, Titus. Aún así, siempre existe la posibilidad de que el intruso dejara caer la cámara y la araña simplemente la encontrara. No hará daño incrementar la seguridad durante un tiempo, Minerva. Aún no sabemos cómo entró esta persona, o quién era. Hasta que sepamos más, tenemos que asumir que hay riesgo.
—Yo estoy particularmente interesada en saber cómo esta cámara pudo funcionar dentro de los terrenos —resopló la directora, mirando con dureza al aparato en la mesa—. Es bien sabido que el equipamiento muggle de este tipo no funciona en el ambiente mágico de la escuela.
—Es bien sabido, señora directora —rumbó la voz de Hardcastle—, pero se entiende muy poco al respecto. Los muggles son infinitamente inventivos con sus herramientas. Lo que una vez fue cierto puede que ya no lo sea. Y todos sabemos que los hechizos protectores erigidos alrededor de los terrenos desde la Batalla no son tan perfectos como aquellos que mantenía el viejo Dumbledore, que Dios le tenga en su gloria.
James pensó en el Game Deck de Ralph, pero decidió no mencionarlo. La videocámara rota era toda la prueba que necesitaban de que al menos algunos aparatos modernos funcionaban en los terrenos de la escuela. Finalmente, la atención se volvió hacia James y Zane. James explicó como Grawp se había alejado en busca de comida, y como los dos chicos le habían perseguido, encontrándole junto al lago y la pantanosa isla. Zane intervino entonces en la conversación, describiendo la misteriosa isla y el puente. Se saltó cuidadosamente la parte en la que James había intentado abrir las verjas utilizando la magia, y James se alegró de ello. Había parecido una estupidez en el mismo momento en que lo hizo, y se arrepentía de ello. Aún así, en ese momento, lo había sentido como algo natural. Por turnos contaron lo de la cabeza de dragón encantada del puente que intentó comerles, y después el ataque de las enredaderas que casi les había empujado al sumidero. Finalmente, James explicó la historia del espíritu del árbol.
—¿Náyades y dríadas? —exclamó Hagrid incrédulamente. James y Zane se detuvieron, parpadeando hacia él. Hagrid continuó—. Bueno, no son reales, ¿verdad? Sólo son historias y mitos. ¿No? —Dirigió la última pregunta a los adultos presentes.
—Los bosques del lago son solo una extensión del Bosque Prohibido —dijo Harry—. Si hay un lugar en el que cosas como las náyades y dríadas pueden existir, es ese. Aún así, si es cierto, no han sido vistas desde hace cientos de años. Por supuesto, creíamos que eran un mito.
—¿Qué quiere decir «si es cierto»? —preguntó James, un poco más alto de lo que pretendía—. La vimos. Habló con nosotros.
—Tu padre se comporta como un auror, James —dijo McGonagall aplacadora—. Todas las posibilidades deben ser consideradas. Todos estabais bajo un gran estrés. No es que no os creamos. Simplemente debemos determinar la explicación más probable a lo que visteis.
—Pues para mí la explicación más probable es que ella era lo que dijo que era —masculló James por lo bajo.
No había contado a propósito a su padre ni a ninguno de los otros adultos lo último que le había dicho la dríada, la parte del sucesor, la sangre del enemigo latiendo en otro corazón. Parte de su renuencia se debía al recuerdo de las historias de su padre sobre cómo el mundo mágico le había tratado a él, Harry Potter, cuando había salido del laberinto del Torneo de los Tres Magos con la historia sobre el retorno de Voldemort, cómo habían dudado de él y le habían desacreditado. Por otra parte su padre ni siquiera estaba dispuesto a creer la parte de la dríada. ¿Si dudaba de eso, como iba a aceptar que la dríada había predicho el retorno de una nueva especie de Voldemort, a través de un heredero, un descendiente? Pero lo que había decidido finalmente a James a no contarlo había sido recordar las últimas palabras de la dríada: La batalla de tu padre ha terminado. La tuya comienza.
La conversación había seguido hasta bastante tarde después de que todos los detalles hubieran sido descritos y discutidos, lo bastante como para que James se aburriera con ella. Quería volver al castillo para poder dormir, pero más que nada, quería tiempo para pensar en lo que la dríada había dicho. Quería averiguar para qué servía la isla, qué significaba el poema de la verja. Intentaba recordarlo, se moría por escribirlo mientras todavía lo tenía fresco en la mente.
Estaba seguro, de algún modo, de que todo encajaba con la historia de Austramaddux y el plan secreto de los Slytherins para traer de vuelta a Merlín y empezar una guerra final con el mundo muggle. Ni siquiera se preguntaba ya si esa parte era cierta. Tenía que ser cierta, y él estaba dispuesto a evitarla.
Finalmente, los adultos terminaron de hablar. Habían decidido que la misteriosa isla, aunque obviamente peligrosa, era precisamente uno de los muchos misterios e inexplicables peligros que hacían que el Bosque Prohibido estuviera prohibido. La preocupación principal todavía era descubrir cómo había entrado el intruso, y asegurarse de que nadie más era capaz de repetirlo. Con eso resuelto, la reunión se disolvió.
La directora McGonagall había acompañado a James, Zane y Ted de vuelta al castillo, instruyéndoles para que hicieran lo posible por mantener los acontecimientos de la noche en secreto.
—Especialmente usted, señor Lupin —dijo severamente—. Lo último que necesitamos es a usted y su panda de hooligans corriendo por los terrenos en medio de la noche intentando emular las experiencias del señor Potter y el señor Walker.
Afortunadamente, Ted era lo bastante listo como para no intentar negar la posibilidad de algo semejante. Simplemente asintió con la cabeza y dijo «Sí, señora».
James sólo vio a su padre una vez más en el transcurso de su visita, y eso después de las clases de la tarde, justo cuando Harry, Titus y los oficiales del Ministerio se preparaban para partir. Neville había vuelto a Hogwarts esa tarde, y acompañó a James al despacho de la directora para despedirse de Harry y el resto. El grupo planeaba viajar vía red Flu, como habían llegado, y habían escogido la chimenea de la directora para partir ya que era la más segura. Si a Neville se le hacía raro que la oficina perteneciera ahora a su antigua profesora, a la que había conocido como profesora McGonagall, en vez de a Albus Dumbledore, no lo dejaba entrever. Pero hizo una pausa durante un momento ante el retrato del anterior director.
—¿Está fuera otra vez? —preguntó a Harry.
—Creo que generalmente solo duerme aquí. Hay retratos de Dumbledore por todas partes —suspiró Harry—. Eso sin mencionar todas sus viejas cartas de las ranas de chocolate. Todavía aparece en ellas algunas veces solo por diversión. Guardo la mía en mi cartera, por si acaso. —Sacó su cartera y mostró una carta muy usada que había en ella. El espacio de la imagen estaba vacío. Harry sonrió a Neville mientras la volvía a guardar.
Neville se acercó al grupo congregado alrededor del fuego. Harry se agachó junto a James.
—Quería darte las gracias, James.
James disimuló el orgullo que se transparentaba en su cara.
—Solo hice lo que nos pediste que hiciéramos.
—No solo quería decir por venir con nosotros y ayudarnos a averiguar lo que pasaba —dijo Harry, posando una mano sobre el hombro de James—. Quería decir por divisar al intruso y señalármelo. Y por estar lo suficientemente alerta como para verle las otras veces. Tienes buen ojo y una mente despierta, hijo. No debería sorprenderme, y en realidad no lo hace.
James sonrió ampliamente.
—Gracias, papá.
—No olvides lo que hablamos la otra noche, sin embargo. ¿Recuerdas?
James lo recordaba.
—Nada de lanzarme a salvar el mundo por mi cuenta. —Contaré al menos con la ayuda de Zane, pensó, pero no lo dijo, y quizás también de Ted, ahora que Ralph me ha abandonado.
Harry abrazó a su hijo, y James le devolvió el abrazo. Se sonrieron el uno al otro, Harry tenía las manos sobre los hombros de su hijo, y se puso en pie, llevando a James hacia el fuego.
—Dile a mamá que me porto bien y me como mis verduras —instruyó James a su padre.
—¿Y lo haces? —preguntó Harry, arqueando una ceja.
—Bueno. Sí y no —dijo James, un poco incómodo cuando todo el mundo le miró.
—Haz que sea cierto y se lo diré —dijo Harry, quitándose las gafas y metiéndoselas dentro de la túnica.
Momentos después, la habitación quedó vacía excepto por James, la directora McGonagall y Neville.
—Profesor Longbotton —dijo la directora—, sospecho que será mejor que le informe sobre todo lo que ha ocurrido durante las pasadas veinticuatro horas.
—¿Quiere decir lo referente al intruso en el campus, madame? —preguntó Neville.
La directora pareció notablemente sorprendida.
—Ya veo. Quizás simplemente pueda repetirme entonces. Cuénteme lo que ha oído, profesor.
—Simplemente eso, madame. Corre el rumor entre los estudiantes de que un hombre fue visto o capturado en el campo de Quidditch ayer. La teoría más extendida es que era un representante de la comunidad de juegos de azar que o informaba o pretendía influir en el partido. Pura basura, por supuesto, pero asumo que será mejor dejar que las lenguas se entretengan con una historia tan ridícula en vez de negarlo todo.
—El señor Potter sin duda estaría en desacuerdo con usted —dijo la directora con mordacidad—. Aunque, ya que requeriré sus servicios para incrementar la seguridad de los terrenos, debería explicarle con precisión lo que ocurrió. James, ¿no te importa esperar un momento, verdad? No retendré al profesor mucho rato, y después él te acompañará de vuelta al pasillo. —Sin esperar respuesta, le dio la espalda volviéndose hacia Neville, Lanzándose a detallar la noche anterior.
James conocía toda la historia, por supuesto, pero aún así sintió que era más correcto esperar cerca de la puerta, tan lejos de la conversación como fuera posible. Era incómodo y vagamente molesto. Se sentía un poco propietario del intruso, habiendo sido el primero en verle, y habiendo sido el que lo señalara en el campo de Quidditch. Siempre pasaba lo mismo, los adultos negaban algo que un niño decía, y después, cuando se probaba que era cierto, tomaban totalmente el control y descartaban al niño. Comprendía que ésta era otra razón por la que no había hablado a ningún adulto de sus sospechas en lo concerniente al complot Slytherin sobre Merlín. Ahora se sentía incluso más seguro de que debía guardar el secreto, al menos hasta que pudiera probar algo.
James se cruzó de brazos y revoloteó cerca de la puerta, girándose para mirar a Neville, que estaba sentado delante del escritorio de la directora, y a McGonagall, que se paseaba ligeramente tras éste mientras hablaba.
—¿Qué estás tramando, Potter? —Una voz baja y arrastrada sonó detrás de James, haciéndole saltar. Se giró de golpe, con los ojos muy abiertos. La voz le cortó antes de que pudiera responder—. No preguntes quién soy y no malgastes el tiempo con un montón de mentiras inútiles. Sabes exactamente quién soy. Y yo sé, incluso mejor que tu padre, que estás tramando algo.
Era, por supuesto, el retrato de Severus Snape. Los ojos oscuros evaluaban a James fríamente, la boca se curvaba hacia abajo en una mueca burlona y sabedora.
—Yo… —empezó James, y entonces se detuvo, presintiendo que si mentía, el retrato lo sabría—. No voy a contarlo.
—Una respuesta más honesta que cualquiera de las que daba tu padre, al menos —dijo Snape, manteniendo la voz lo bastante baja como para no atraer la atención de McGonagall o Neville—. Una pena que no esté vivo todavía para ser director o encontraría la forma de sacarte la historia de un modo… u otro.
—Bueno —susurró James, sintiéndose más valiente ahora que la sorpresa había pasado—. Supongo que es una suerte que ya no sea el director entonces. —Pensó que sería mejor decir eso que es una suerte que esté muerto. El padre de James sentía un gran respeto por Severus Snape. Incluso había puesto su nombre a Albus.
—No intentes hacerte el listo conmigo, Potter —dijo el retrato, pero más cansada que furiosamente—. Tú, al contrario que tu padre, sabes bien que fui un fiel aliado de Albus Dumbledore y tan responsable de la caída de Voldemort como él. Tu padre creía que dependía enteramente de él ganar todas las batallas. Era estúpido y destructivo. No creas que no he visto esa misma mirada en tus ojos no hace ni cinco minutos.
A James no se le ocurrió qué contestar a eso. Solo sostuvo la oscura mirada del retrato y frunció el ceño testarudamente. Snape suspiró teatralmente.
—Sigue tu camino entonces. De tal Potter, tal hijo. Sin aprender nunca de las lecciones del pasado. Pero debes saber esto: te estaré vigilando, como vigilé a tu padre. Si tu innombrable sospecha es, contra toda probabilidad, acertada, ten por seguro que trabajaré por el mismo objetivo que tú. Intenta, Potter, no cometer los mismos errores que tu padre. Intenta no dejar que otros paguen las consecuencias de tu arrogancia.
Eso último picó a James hasta la médula. Asumió que Snape abandonaría su retrato después de una frase como esa, satisfecho de tener la última palabra, pero no lo hizo. Se quedó, con esa misma mirada penetrante en la cara, leyendo a James como a un libro abierto. Aún así, no había nada específicamente malicioso en esa mirada, a pesar de las palabras punzantes.
—Sí. —James finalmente encontró su voz—, bueno, lo tendré en cuenta. —Era una respuesta penosa y lo sabía. Después de todo solo tenía once años.
—¿James? —dijo Neville tras él. James se giró y miró al profesor—. Al parecer tuviste una noche excitante ayer. Siento curiosidad por esas enredaderas que os atacaron. Quizás pudieras contarme algo más de ellas en alguna ocasión, ¿te parece?
—Claro —dijo James, sentía los labios entumecidos. Cuando se giró hacia la puerta otra vez, siguiendo a Neville afuera, el retrato de Snape todavía estaba ocupado. Los ojos le siguieron misteriosamente mientras salía de la habitación.