6. La reunión a medianoche de Harry

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James se apresuró a volver a la sala común Gryffindor después de las clases, quitándose la túnica escolar mientras subía corriendo las escaleras. Se puso una chaqueta y una capa de noche, aplastando su pelo con agua de la palangana, se miró críticamente en el espejo, y después volvió a bajar corriendo las escaleras de dos en dos para encontrarse con su padre.

Harry estaba esperando con Neville junto al retrato de sir Cadogan.

—Un animado altercado fue aquel —estaba diciendo Cadogan, apoyado despreocupadamente contra el marco de su pintura y ondeando su espada ilustrativamente. Estaba hablando con Neville, que parecía sumamente incómodo—. Yo lo vi todo, por supuesto. Tuvo lugar aquí mismo. Bollox Humphreys era su nombre, y luchó como un poseso. Perdió, por supuesto, pero fue noble como mil reyes. La mayor parte de sus intestinos se desparramaron ahí mismo, donde estás tú y todavía balanceaba su espada con más fuerza que un troll de montaña. Gallardo hombre. ¡Gallardo!

—Ah, James, aquí estas —dijo Neville ruidosamente mientras James se aproximaba. Harry y sir Cadogan levantaron la mirada. Harry sonrió, mirando a su hijo de arriba a abajo.

—Tu madre se alegrará de saber que le estás dando uso a esa capa.

—Para ser honestos, esta es la primera vez que la saco del baúl —admitió James, sonriendo tímidamente.

Harry asintió con la cabeza.

—Y volverá directa al baúl después de esta noche, ¿no?

—Garantizado.

—Bien hecho —reconoció Harry. James empezó a caminar junto a su padre mientras se dirigían a las escaleras.

—¡Esperad! —chilló Cadogan, enfundando su espada y saltando al centro de su marco—. ¿Nunca os he hablado de la batalla de los Magos Rojos? ¡La masacre más sangrienta que han visto nunca estas paredes! ¡Ocurrió justo al pie de esas escaleras! La próxima vez, entonces. ¡Valor!

—¿Quién es ese? —preguntó James, mirando sobre su hombro.

—Acabarás conociéndole —dijo Neville—. Disfruta de tu ignorancia mientras puedas.

Mientras caminaban, James oyó a su padre contar a Neville los recientes acontecimientos que se estaban sucediendo en el Ministerio. Había habido un arresto de varios individuos involucrados en una operación de falsificación de Trasladores. Más trolls habían sido vistos en las estribaciones, y el Ministerio estaba enviando patrullas para evitar que los problemáticos idiotas se aventuraran en territorio muggle. El nuevo Ministro, Loquacious Knapp, se estaba preparando para dar un discurso sobre expandir el comercio con las comunidades mágicas de Asia, lo que incluiría el levantamiento de la prohibición de alfombras voladoras y de algo llamado «sombras».

—En otras palabras —dijo Harry, suspirando—. Las cosas van más o menos como siempre. Unos pocos estallidos aquí y allá, pequeñas conspiraciones y conflictos. Política y papeleo.

—Lo que quieres decir —dijo Neville, sonriendo socarronamente—, es que ese lugar puede ser bastante aburrido para un auror.

Harry sonrió abiertamente.

—Supongo que tienes razón. Debería estar agradecido de que mi trabajo no sea más interesante, ¿verdad? Al menos paso la mayor parte de las noches en casa con Ginny, Lily y Albus. —Bajó la mirada hacia James—. Y tener una misión de embajador como la de ahora me permite la oportunidad de ver a mi chico durante su primera semana en Hogwarts.

—Tengo entendido que sólo ha estado una vez en la oficina de McGonagall por ahora —comentó Neville suavemente.

—¿Oh? —dijo Harry, todavía mirando a James—. ¿Y eso por qué?

Neville arqueó las cejas hacia James como diciendo tienes la palabra.

—Yo, er, rompí una ventana.

La sonrisa de Harry se tensó un poco en los bordes.

—Ansío oír la historia completa —dijo pensativamente.

James sintió la mirada de su padre como si fuera un juego de diminutas pesas.

Alcanzaron una puerta doble cuyas dos hojas estaban abiertas de par en par. Olores deliciosos vagaban hasta el pasillo.

—Aquí estamos —dijo Neville, haciéndose a un lado para permitir que Harry y James entraran primero—. El cuartel general de los americanos durante su estancia. Les hemos asignado la mayor parte de la torreta sudoeste. Se la ha acondicionado temporalmente con un área recreativa, una sala común, cocina y demás para sus necesidades.

—Suena bien —dijo Harry, examinando el espacio. La sala común era, de hecho, bastante pequeña, con paredes circulares, altos y redondeados techos, un hogar de piedra y solo dos ventanas muy altas y estrechas.

Los americanos, sin embargo, habían estado muy ocupados. Había alfombras de piel de oso en el suelo y tapices de vibrantes colores colgados de las paredes y colocados sobre la escalera de piedra que rodeaba la habitación. Una estantería de tres pisos estaba repleta de gigantescos volúmenes, la mayor parte accesibles solo por medio de una escalera con ruedas de aspecto desvencijado.

El detalle más asombroso, sin embargo, era un impresionante y complejo armazón de engranajes de latón, juntas y lentes de espejo que colgaba del techo, llenando la parte alta de la habitación y moviéndose muy lentamente.

James levantó la mirada hacia él, deleitado y asombrado. Producía unos chirridos y chasquidos muy leves mientras se movía.

—Has descubierto mi Aparato de Acumulación de Luz Solar, muchacho —dijo Ben Franklyn, saliendo de un gran arco bajo la escalera de caracol—. Una de mis necesidades absolutas siempre que viajo durante largos períodos, a pesar de que es un engorro para empacar, y las calibraciones cuando lo vuelvo a montar son simplemente un espanto.

—Es maravilloso —dijo Neville, también levantando la mirada hacia la red de espejos y ruedas que giraban lentamente—. ¿Qué hace?

—Dejadme demostrarlo —dijo Franklyn ansiosamente—. Funciona mejor a plena luz del día, por supuesto, pero incluso las estrellas y la luna de una noche brillante pueden proporcionar luz adecuada. Una noche como ésta debería resultar satisfactoria. Dejadme ver…

Se movió hasta una maltratada silla de cuero de respaldo alto, colocándose en ella cuidadosamente, y después consultó un gráfico en la pared.

—Tres de septiembre, sí. Luna en la cuarta casa, son, déjame ver… aproximadamente la siete y cuarto. Júpiter se está aproximando al final de la etapa de… mmm-hmm…

Mientras Franklyn murmuraba, sacó su varita y comenzó a señalar con ella trozos del aparato. Empezaron a girar engranajes mientras partes del aparato volvían a la vida. Trozos del armazón se desplegaron mientras otros giraban sobre sí mismos, dejando espacio. Los espejos empezaron a deslizarse, colocándose tras grupos giratorios de lentes, que los magnificaron.

Unas ruedas chasquearon y se pusieron en marcha. El aparato entero pareció danzar lentamente sobre sí mismo mientras Franklyn lo dirigía con su varita, aparentemente haciendo cálculos de cabeza mientras proseguía. Y mientras se movía algo empezó a formarse dentro de él. Haces fantasmales de luz rosa comenzaron a aparecer entre los espejos, delgados como lápices, motas de polvo convirtiéndose en diminutos fuegos. Había docenas de haces, brillando, dando vueltas en el lugar, y finalmente formando un complicado trazado geométrico. Y entonces, en el centro del trazado, centellearon formas.

James giró sobre sí mismo, observando embelesado como diminutos planetas coaligados se formaban con la luz coloreada. Giraban y orbitaban, trazando débiles arcos tras ellos. Dos grandes formas se condensaron en el mismo centro, y James los reconoció como el sol y la luna. El sol era una bola de luz rosa, su corona se extendía hasta varios pies de distancia. La luna, más pequeña pero más sólida, era como una quaffle plateada, igualmente dividida entre sus lados luminoso y oscuro, girando lentamente. La constelación entera se entrelazaba y giraba majestuosamente, iluminando dramáticamente el aparato de latón y desplegando maravillosos patrones de luz por toda la habitación.

—Nada hay tan saludable como la luz natural —dijo Franklyn—. Capturada aquí, a través de las ventanas, y después condensada dentro de una red cuidadosamente calibrada de espejos y lentes, como podéis ver aquí. Excelente para la vista, la sangre, y la salud de uno en general, obviamente.

—¿Este es el secreto de tu longevidad? —preguntó Harry, casi sin aliento.

—Oh, ciertamente es una pequeña parte de él —dijo Franklyn sin darle importancia—. Principalmente, es solo que prefiero leer por la noche. Indudablemente esto es mucho más divertido que una antorcha. —Captó la mirada de James y le guiñó el ojo.

El profesor Jackson apareció en el arco. James le vio mirar fijamente de Franklyn al despliegue de luz en lo alto, con una mirada de cansado desdén en la cara.

—La cena, como ya he dicho, está servida. ¿Trasladamos la reunión al comedor o debo traerla aquí?

Junto con Harry, James, Neville, y los representantes del Ministerio, la mayor parte de la plantilla de profesores de Hogwarts estaba presente, incluyendo a la profesora Curry. Para consternación de James, Curry contó a Harry todo sobre las habilidades de James en el campo de fútbol, asegurándole que se ocuparía de ver que esas habilidades se desarrollaran en toda su amplitud.

Contrariamente a las sospechas de su padre, la comida fue notablemente diversa y apetitosa. El gumbo de Madame Delacroix fue el primer plato. Lo llevó a la mesa ella misma, de algún modo sin derramar una gota a pesar de su ceguera. Incluso más curioso, dirigió el cucharón con su varita, una informe y larga varita de mal aspecto, sirviendo una porción en cada cuenco de la mesa mientras ella miraba al techo y canturreaba de forma bastante desconcertante. El gumbo estaba ciertamente sazonado, con grandes trozos de camarón y embutido, pero a James le gustó.

A continuación llegaron rollos de carne y cierta variedad de mantequillas, incluyendo una sustancia marrón y pegajosa que Jackson identificó como mantequilla de manzana. James la probó cautelosamente sobre un trozo de pan, y después extendió un gigantesco pegote sobre lo que quedaba de su rollo.

El plato principal fue costillas de cordero con jalea de menta. James no consideraba esto comida típicamente americana, y lo comentó.

—No existe la comida americana, James —dijo Jackson—. Nuestra cocina, como nuestra gente, es simplemente la suma total de las variadas culturas de los países de los que procedemos.

—Eso no es enteramente cierto —intervino Franklyn—. Estoy bastante seguro de que podemos reclamar incontestablemente las alitas de pollo picantes con queso roquefort.

—¿Tendremos de eso esta noche? —preguntó James esperanzado.

—Mis disculpas —dijo Franklyn—. Es bastante difícil conseguir los ingredientes para tales cosas a menos que poseas las capacidades vudú únicas de Madame Delacroix.

—¿Y cómo es eso? —inquirió Neville, sirviéndose más jalea de menta—. ¿Qué habilidades son esas, madame?

Madame Delacroix se recompuso, tras haber dedicado al profesor Franklyn una ciega mirada fatigada y fría.

—Es un viejo, no sabe de qué habla. Solo resulta que conozco fuentes con las que él no está familiarizado, está más interesado en sus máquinas y cachivaches.

Franklyn sonrió, por primera vez, parecía frío.

—Madame Delacroix está siendo modesta. Ella es, como puede que ya sepan, una de las más importantes expertas de nuestro país en fisioapariciones remotas. ¿Sabes lo que es eso, James?

James no tenía la más ligera idea, aunque algo en la mirada lechosa de Madame Delacroix hacía que se sintiera renuente a admitirlo. Franklyn le estaba observando ansiosamente, esperando una respuesta. Finalmente, James negó con la cabeza. Antes de que Franklyn pudiera explicarlo, sin embargo, Harry habló.

—Significa que madame tiene, digamos, diferentes formas de ir por ahí.

—«Diferentes formas» es una forma de decirlo —rió ahogadamente Franklyn. James se sintió intranquilo oyendo esa risita. Había algo malicioso en ella. Notó que Franklyn estaba vaciando lo que probablemente fuera su tercera copa de vino—. Piensa en ello, James. Fisioaparición remota. ¿Puedes imaginarlo? Quiere decir que esta pobre vieja ciega de Madame Delacroix puede proyectarse a sí misma, enviar una versión de sí misma al amplio mundo, recoger cosas, e incluso traerlas de vuelta. Y la belleza del hecho, es que la versión de sí misma que puede proyectar no es pobre, ni vieja, ni ciega. ¿No es así, madame?

Delacroix miraba ciegamente a un punto sobre el hombro de Franklyn, su cara era una máscara sombría de cólera. Entonces sonrió, y como James había visto el día de la llegada de los americanos, la sonrisa transformó su cara.

—Oh, querido profesor Franklyn, cuenta tales historias —dijo, y su extraño acento bayou pareció incluso más acentuado de lo normal—. Mis habilidades nunca fueron tan grandes como dice, y son mucho menores ahora que soy la vieja que ven ante ustedes. Si pudiera proyectar tal visión, no creo que se me ocurriera dejar que nadie me viera como realmente soy.

La tensión en la habitación se rompió y hubo risas. Franklyn sonrió un poco tensamente, pero dejó que el momento pasara.

Después del postre, Harry, James y el resto de los hogwartianos se retiraron de nuevo a la sala común, donde el Aparato de Acumulación de Luz Solar de Franklyn había reproducido una condensada y brillante versión de la Vía Láctea. Iluminaba la habitación con un brillo plateado tan fuerte que James pensó que casi podía sentirlo en la piel. Jackson ofreció a los adultos un cocktel tras la cena, en copas diminutas. Neville a penas lo tocó. La señorita Sacarhina y el señor Recreant tomaron pequeños sorbos y mostraron sonrisas bastante tensas. Harry, después de sostenerlo a contraluz para mirar a través del líquido ámbar, so la bebió de un trago. Entrecerró los ojos y sacudió la cabeza, después miró inquisitivamente a Jackson, incapaz de hablar.

—Sólo un poco del más fino licor de Tenessee, con algo de lagarto de fuego —explicó Jackson.

Finalmente, Harry agradeció la velada a los americanos y deseó buenas noches.

Volviendo sobre sus pasos a través de oscurecidos corredores, Harry caminó con la mano sobre el hombro de James.

—¿Quieres quedarte conmigo en las habitaciones de invitados, James? —pregunto—. No puedo garantizar que pueda verte después de esta noche. Estaré ocupado todo el día de mañana, reunido con los americanos, evitando que nuestros amigos del Departamento de Relaciones Internacionales provoquen un «incidente internacional» ellos mismos, y después de vuelta a casa otra vez. ¿Qué me dices?

—¡Claro! —estuvo de acuerdo James instantáneamente—. ¿Dónde están tus habitaciones?

Harry sonrió.

—Mira —dijo quedamente, deteniéndose en medio del pasillo. Se giró y paseó ociosamente, contemplando pensativamente el techo oscuro—. Necesito… una habitación realmente guay con un par de camas para que mi chico y yo durmamos esta noche.

James miraba a su padre enigmáticamente. Varios segundos pasaron mientras Harry continuaba paseando adelante y atrás. Parecía estar esperando algo. James estaba a punto de preguntarle qué pasaba, cuando oyó un ruido repentino. Un roce débil y un retumbar que provenían de la pared que había tras él. Se dio la vuelta justo a tiempo de ver la piedra alterarse y cambiar, formando una enorme puerta que no había estado ahí un momento antes. Harry bajó la mirada hacia su hijo, sonriendo sabedoramente, después extendió el brazo y abrió la puerta. Dentro había un gran apartamento, completado con un juego de literas con dosel, pósters de Gryffindor en las paredes, un armario que contenía el baúl de Harry y la túnica escolar de James, y un baño totalmente equipado. James atravesó la puerta, abriendo y cerrando la boca, sin palabras.

—La Sala de los Menesteres —explicó Harry, dejándose caer sobre un sofá bajo y acolchado—. No puedo creer que nunca te haya hablado de ella.

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James estaba listo para irse a la cama, pero su padre simplemente se cambió y se puso un par de vaqueros, un jersey y se refrescó en el lavabo.

—Tengo que salir un rato —dijo a James—. Después de la cena de hoy, el profesor Franklyn me pidió que me reuniera con él en privado. Quería algún tiempo para discutir unas pocas cosas fuera de las reuniones oficiales de mañana. —Había algo en la forma en que Harry lo dijo que indicó a James que su padre prefería una charla privada a una reunión oficial de todos modos—. No debería llevar mucho, y estaré justo pasillo abajo, en las habitaciones de los americanos. ¿Desayuno mañana tú y yo?

James asintió felizmente. Todavía no se había obligado a sí mismo a contar a su padre su fallo abismal en el campo de Quidditch, y se alegraba de aplazarlo tanto como fuera posible.

Cuando Harry se fue, James se tendió en la litera superior, pensando en los acontecimientos de la noche. Recordó la súbita mezquindad de Franklyn, que le había sorprendido. Era un cambio de carácter casi tan grande como el de la reina vudú, Madame Delacroix, cuando sonreía. Pensar en Madame Delacroix le recordó a James la forma en que había servido el gumbo, a ciegas, manejando el cucharón con su espeluznante varita negra, sin derramar nunca una gota.

James comprendió que simplemente estaba demasiado excitado para dormir. Bajó de la litera y rondó por la habitación intranquilo. El baúl de su padre estaba abierto al fondo del armario. James miró dentro ociosamente, entonces se detuvo y miró más atentamente. Supo lo que era en cuando la vio, pero le sorprendió que su padre la hubiera traído con él. ¿Qué uso podría darle aquí? James lo consideró. Finalmente, metió la mano en el baúl y retiró la Capa de invisibilidad de su padre, que se desplegó fácilmente.

¿Cuántas veces habría explorado el joven Harry Potter los terrenos de Hogwarts a salvo oculto bajo esta capa? James había oído suficientes historias de su padre, tío Ron y tía Hermione, como para saber que esta era una oportunidad que no debía desaprovecharse. ¿Pero adónde ir?

Pensó un momento, y después sonrió con una larga y maliciosa sonrisa. Se deslizó la capa sobre la cabeza, justo como solía hacer en las raras ocasiones en las que Harry le dejaba jugar con ella. Se desvaneció. Un momento después, la puerta de la Sala de los Menesteres pareció abrirse por sí misma, meciéndose lentamente sobre sus enormes goznes. Después de una pausa, se cerró de nuevo, cuidadosa y silenciosamente.

De puntillas, se dirigió a las habitaciones de los representantes de Alma Aleron. Solo había recorrido medio pasillo cuando se produjo un ligero movimiento. La Señora Norris, el horrible gato de Filch, había cruzado velozmente el pasillo que cortada con el corredor veinte pasos adelante. James se detuvo, conteniendo el aliento en el pecho.

—¿No deberías estar ya muerta por estas fechas, tú, vieja muestra de alfombra infestada de ratas? —susurró para sí mismo, maldiciendo su suerte. Entonces algo peor, la voz de Filch llegó resonando pasillo abajo.

—¿Qué es querida? —dijo con voz cantarina—. No dejes que esas pequeñas alimañas escapen. Dales una lección que hará que sus pequeños bigotes de ratón tiriten de miedo. —La sombra de Filch cruzó el suelo de la intersección, ondeando la mano mientras se aproximaba.

James sabía que era invisible, pero no pudo evitar la sensación de que debía aplastarse contra la pared.

Avanzó furtivamente por un espacio estrecho entre una puerta y una armadura, intentando mantener la respiración superficial y silenciosa. Espió por el codo de la armadura.

Filch atravesaba la intersección, con paso más bien inestable.

—Has encontrado un escondrijo, ¿verdad, preciosa? —preguntó a la invisible Señora Norris. Metió la mano en su abrigo y sacó un frasco plateado. Tomó un sorbo, se limpió la boca con la manga, y después volvió a enroscar la tapa—. Ahí están, viniendo por aquí de nuevo, querida. Vamos, vamos.

Dos ratones se escabulleron por la intersección, saltando y esquivando mientras se aproximaban a los pies de Filch. La Señora Norris saltó al ataque, cayendo sobre ellos, pero los ratones escaparon, corriendo rápidamente a lo largo de la pared hacia donde James estaba oculto. La Señora Norris los siguió, gruñendo. Para gran desazón de James, los ratones se escabulleron tras la armadura y se colaron bajo la Capa de Invisibilidad. Sus frías patitas corrieron sobre los pies descalzos de James, después se detuvieron entre sus pies, olisqueando el aire como presintiendo un lugar oculto. James intentó empujarlos fuera de la capa con los pies, pero se negaban a irse.

La Señora Norris recorría el pasillo atentamente, sus bigotes sacudiéndose. Se agazapó a lo largo de la base de la armadura, con una pata extendida, después saltó alrededor, deteniéndose a centímetros del borde de la Capa de Invisibilidad. Miró alrededor, sus ojos centelleaban, presintiendo que los ratones estaban cerca, pero sin verlos.

—No me digas que esos estúpidos animales te han superado, querida —dijo Filch, arrastrándose por el pasillo hacia ellos.

James observaba a la Señora Norris. La gata ya se había tropezado con la Capa de Invisibilidad antes, años antes. James conocía las historias, habiéndolas oído de boca de tía Hermione y tío Ron. Quizás recordara su olor. O quizás estaba sintiendo al propio James, su calor u olor, o el latido de su corazón. Alzó los ojos, entrecerrándolos, como si supiera que él estaba allí y estuviera intentado con fuerza verle.

—No seas mala perdedora, mi querida Señora Norris —dijo Filch, todavía acercándose. Casi estaba lo suficientemente cerca como para tocar a James inadvertidamente si extendía el brazo—. Si han escapado, hablaran a sus amigos roedores de ti. Es una victoria si lo miras bien.

La Señora Norris se acercó más. Los ratones entre los pies de James se estaban poniendo nerviosos. Intentaban ocultarse uno bajo el otro, escurriéndose más atrás entre los pies de James. La Señora Norris alzó una pata. Para horror de James, rozó el borde de la Capa de Invisibilidad con ella. Siseó.

Los ratones, oyendo el siseo, cedieron al pánico. Salieron corriendo de debajo de la capa, pasando directamente entre las patas de la Señora Norris. Esta saltó al verlos, agachándose para observarlos escurrirse pasillo abajo. Filch rió ásperamente.

—¡Te han asustado, preciosa! Nunca lo hubiera esperado. ¡Ahí van! ¡Tras ellos, vamos!

Pero la Señora Norris medio se giró hacia James, con sus malignos ojos naranja entrecerrados, sus pupilas verticales abiertas. Alzó la pata de nuevo.

—¡Vamos, Señora Norris, vamos! —dijo Filch, su humor empezaba a agriarse. La empujó con el pie, enviándola lejos de James y hacia los ratones, que habían desaparecido por el pasillo. El pie de Filch dio con el borde de la capa, apartándola de los pies de James. Este pudo sentir el aire frío en los pies.

La Señora Norris volvió a mirar hacia James y siseó de nuevo. Filch, sin embargo, estaba demasiado embebido como para notarlo.

—Se fueron por ahí, vieja cegata. Nunca habría supuesto que un par de estúpidos animales te harían saltar. Vamos, vamos. Siempre hay más de ellos cerca de las cocinas. —Deambuló entre las sombras del pasillo y finalmente la Señora Norris le siguió, lanzando ocasionales miradas irritadas hacia atrás.

Cuando doblaron la esquila, James exhaló temblorosamente, se tranquilizó, y luego continuó corredor abajo, corriendo ágilmente y sintiéndose extremadamente afortunado.

Cuando alcanzó la puerta de las habitaciones de los americanos esta estaba cerrada y asegurada. En la oscuridad, James podía oír las voces de su padre y Franklyn dentro, pero quedaban amortiguadas y eran ininteligibles. Estaba a punto de seguir y dirigirse escaleras abajo, pensando que quizás encontrara al fantasma de Cedric otra vez, o incluso al intruso muggle, cuando las voces de dentro se hicieron más fuertes. El cerrojo se abrió y James se escurrió fuera del camino, olvidando por un momento que estaba oculto bajo la capa. Se presionó contra la pared en el lado opuesto del corredor justo cuando la puerta se abrió. Franklyn emergió primero, hablando quedamente. Harry le siguió, cerrando la puerta con el sigilo practicado de cualquier buen auror. Practica el ser silencioso cuando no lo necesites, había dicho Harry a su hijo en muchas ocasiones, y no necesitarás pensar en ello cuando lo necesites.

—Encuentro que es más seguro moverse durante una conversación privada —estaba diciendo Franklyn—. Incluso nuestras habitaciones son susceptibles a escuchas por parte de aquellos cuya filosofía difiere de la mía. Al menos de este modo ninguna oreja indeseada puede oír toda nuestra conversación.

—Curioso —dijo Harry—. Pasé tanto tiempo escabulléndome por estos pasillos y salones cuando era estudiante que incluso de adulto me es difícil evitar el instinto de acechar y esconderme, por miedo a poder ser capturado y ganarme un castigo.

Los dos hombres comenzaron a caminar lentamente, aparentemente vagando sin ninguna dirección en particular. James los siguió a una distancia segura, cuidando de no respirar demasiado pesadamente o tropezar contra cualquiera de las estatuas o armaduras alineadas contra las paredes.

—Las cosas no han cambiado mucho, sabes —dijo Franklyn—. Ahora, sin embargo, tenemos cosas peores que un castigo de las que preocuparnos.

—No sé —dijo Harry, y James pudo oír la sonrisa sardónica en su voz—, tuve algunos castigos bastante horribles.

—Mmm —murmuró Franklyn sin comprometerse—. La historia de nuestras dos escuelas incluye a algunos personajes desagradables e innecesariamente horribles. Vuestra señora Umbridge, nuestro profesor Magnussen. Vuestro Voldemort, nuestro… bueno, honestamente, no tenemos nadie en nuestra historia que pueda compararse con él. Ciertamente, fue una terrible amenaza para todos nosotros mientras vivió. Nuestro deber es asegurarnos de que tales cosas no vuelvan a ocurrir.

—¿Asumo que esta reunión, entonces, es una oportunidad de comparar notas sobre tales amenazas? ¿Extraoficialmente, por así decirlo? —preguntó Harry seriamente.

Franklyn suspiró.

—Uno nunca tiene demasiados amigos o demasiadas fuentes, señor Potter. Yo no soy auror, y no tengo ninguna autoridad real o jurisdicción policial ni siquiera en mi propio país. Sólo soy un viejo profesor. Los viejos profesores, sin embargo, con frecuencia son subestimados, como indudablemente sabe. Los viejos profesores ven bastante.

—¿Tienen su propia versión del Elemento Progresivo en Alma Aleron?

—Oh, más que eso, desafortunadamente. Para la mayor parte de los estudiantes e incluso del profesorado, los hechos de Voldemort y sus mortífagos están abiertos a conjeturas. Es increíble el poco tiempo que debe pasar antes de que una cierta clase de mentalidad sienta que es seguro dar la vuelta a la historia.

—El Elemento Progresivo sabe que aquí tiene que ser muy cuidadoso —dijo Harry en voz baja—. Todavía vive suficiente gente que recuerda de primera mano a Voldemort y sus atrocidades. Suficiente gente todavía recuerda a familiares y amigos perdidos, muertos a manos de sus mortífagos. Aún así, el atractivo de desafiar el status quo, cualquiera que pueda ser este, es fuerte en la juventud. Es natural, pero típicamente de corta vida. La historia dirá, como dicen.

—La historia es basura —dijo Franklyn asqueado—. Yo debería saberlo. He vivido durante buena parte de ella, y puedo decirte, ciertamente, que algunas veces, de hecho, hay mucho trecho entre lo que se recoge y lo que realmente ocurrió.

—Espero que eso sea la excepción y no la regla —declaró Harry.

Franklyn suspiró y dobló una esquina.

—Supongo. La cuestión es, sin embargo, que las excepciones dan a alborotadores como el Elemento Progresivo la munición que necesitan para desafiar cualquier información histórica que deseen. La historia de Voldemort y su ascenso al poder, como sabemos, no encaja en su agenda. Así que, cuidadosamente la atacan, plantando la semilla de la duda entre mentes tan poco profundas como para creer tales distorsiones.

—Suena —dijo Harry, manteniendo la voz baja y cortés— como si tuviera una idea bastante clara de cual es su agenda.

—Por supuesto que la tengo, y usted también, señor Potter. La agenda no ha cambiado en mil años, ¿no?

—No, no lo ha hecho.

—Harry Potter. —Franklyn se detuvo en la oscuridad del pasillo, mirando a Harry a la cara—. Incluso ahora, una considerable minoría en mi país cree que Lord Tom Riddle, como ellos prefieren llamarle, ha sido injustamente demonizado por aquellos que le derrotaron. Prefieren creer que Voldemort era un héroe revolucionario, un libre pensador, cuyas creencias eran simplemente demasiado para que la tradicional clase gobernante las tolerara. Creen que fue destruido porque amenazaba con mejorar las cosas, no con empeorarlas, pero que los ricos y poderosos se resisten incluso a un cambio a mejor.

James, de pie a varios pasos de distancia, oculto bajo la capa, pudo ver la mandíbula de su padre tensarse mientras Franklyn hablaba. Pero cuando Harry respondió, su voz permaneció tranquila y mesurada.

—Sabes que eso son mentiras y distorsiones, asumo.

—Por supuesto —dijo Frankly, ondeando una mano despectivamente, casi furiosamente—. Pero la cuestión es que son mentiras atractivas para un cierto tipo de personas. Aquellos que predican estas distorsiones saben como apelar a las emociones del populacho. Creen que la verdad es un alambre que doblar a su voluntad. Su agenda es lo único que les preocupa.

Harry permaneció estoico e inmóvil.

—¿Y la agenda, crees tú, es la dominación del mundo muggle?

Franklyn rió bastante ásperamente, y James pensó en la asquerosa risita del profesor durante la cena, cuando discutía los poderes de Madame Delacroix.

—No les oirás decirlo. No, son taimados estos días. Reclaman ser exactamente lo opuesto. Su grito proselitista es igualdad absoluta entre los mundos muggle y mágico. Total divulgación, la abolición de todas las leyes de secretismo y no competición. Predican que cualquier otra cosa es injusta para los muggles, un insulto a ellos.

Harry asintió sombríamente.

—Como vemos aquí. Por supuesto, es un arma de doble filo. Prejuicio e igualdad en un mismo mensaje.

—Ciertamente —estuvo de acuerdo Franklyn, reasumiendo su paseo por el corredor—. En América, estamos viendo el resurgir de historias sobre brujas y magos capturados por científicos muggles, torturados para descubrir el secreto de su magia.

—¿Un retroceso a los viejos juicios de Salem? —preguntó Harry.

Franklyn rió, y esta vez no había malicia en ello.

—Difícilmente. Aquellos eran los buenos viejos tiempos. Claro, las brujas fueron sometidas a juicio, y montones de ellas ardieron, pero como ya sabes, ninguna bruja que se precie de su varita se dejaría dañar por una hoguera muggle. Se quedaban entre las llamas y chillaban un rato, solo para dar a los muggles un buen espectáculo, después se transportaban de la pira a su propia chimenea. Ese fue el origen de la red Flu, por supuesto. No, actualmente las historias de brujas y magos capturados y sistemáticamente torturados son puras fabulaciones. Eso no tiene importancia para los fieles, sin embargo. La cultura del miedo y el prejuicio funciona mano a mano con su misión de «igualdad». La transparencia total, reclaman, traerá paz y libertad. Continuar el programa de secretismo, por otro lado, solo puede traer más ataques sobre la sociedad mágica por parte del crecientemente invasivo mundo muggle.

Harry se detuvo junto a una ventana.

—¿Y una vez consigan su meta de total transparencia con el mundo muggle?

—Bueno, solo hay un único resultado para eso, ¿verdad? —respondió Franklyn.

La cara de Harry estaba pensativa a la luz de la luna.

—Muggles y magos transcenderían en competiciones y celos, como ocurrió eones atrás. Los magos oscuros se asegurarían de ello. Empezaría como pequeños desafíos y estallidos. Se aprobarían leyes, obligando a un tratamiento igualitario, pero esas leyes se convertirían en base para nuevas argumentaciones. Los magos exigirían ser colocados en las estructuras de poder muggles, todo en nombre de la «igualdad». Una vez allí, empujarían para lograr un mayor control, más poder. Vencerían sobre los líderes muggles, utilizando promesas y mentiras donde pudieran, amenazando y con la maldición Imperious donde no pudieran. Finalmente, el orden se derrumbaría. Inevitablemente, habría una guerra total. —La voz de Harry se había suavizado, considerándolo. Se giró hacia Franklin, que estaba observándole, con cara tranquila pero temerosa—. Y eso es lo que quieren, ¿verdad? Guerra con el mundo muggle.

—Eso es lo que siempre han querido —estuvo de acuerdo Franklyn—. La lucha nunca se detiene. Solo tiene diferentes capítulos.

—¿Quién está involucrado? —preguntó Harry simplemente.

Franklyn suspiró de nuevo, profundamente, y se frotó los ojos.

—No es tan simple. Es virtualmente imposible decir quienes son los instigadores y quienes los seguidores. Hay algunos individuos a los que sería instructivo observar estrechamente, sin embargo.

—Madame Delacroix.

Franklyn levantó la mirada, estudiando la cara de Harry. Asintió.

—Y el profesor Jackson.

James jadeó, y después se apretó la mano sobre la boca. Su padre y el profesor Franklyn estaban de pie muy quietos. James estaba seguro de que le habían oído. Entonces, Harry habló de nuevo.

—¿Alguien más?

Franklyn sacudió la cabeza lentamente.

—Por supuesto. Pero entonces tendrías que vigilar a todo el mundo y a todo. Es como una infestación de cucarachas en las paredes. Puedes vigilar las grietas, o quemar la casa. Elige al gusto.

James retrocedió muy cuidadosamente, entonces, cuando estuvo seguro de estar fuera de alcance del oído, giró y volvió sobre sus pasos de vuelta a las habitaciones de los americanos. Su corazón palpitaba tan pesadamente que había estado seguro de que su padre o el profesor Franklyn lo oiría.

Sabía que el así llamado Elemento Progresivo no era bueno, pero ahora sabía además que debían ser ellos los que estaban planeando el retorno de Merlinus Ambrosius, creyendo que él les ayudaría a lograr su falsa meta de igualdad, que conduciría inevitablemente a la guerra. Merlín había dicho que volvería cuando el equilibrio entre muggles y magos estuviera «maduro para sus manos». ¿Qué más podía significar eso? No le había sorprendido que Madame Delacroix pudiera estar involucrada en un complot semejante. ¿Pero el profesor Jackson? James había llegado a simpatizar con el profesor, a pesar de su duro exterior. Era difícil imaginar que Jackson pudiera estar planeando en secreto la dominación del mundo muggle. Franklyn tenía que estar equivocado con él.

James pasó corriendo ligeramente las habitaciones de los americanos, buscando la puerta de la habitación de invitados en la que él y su padre se alojaban. Con una súbita puñalada de miedo, recordó que la puerta se había desvanecido cuando él había salido. Era una habitación mágica, después de todo. ¿Cómo se suponía que iba a volver a entrar? Tenía que estar dentro de la habitación, aparentemente dormido, para cuando su padre volviera. Se detuvo en el pasillo, sin estar siquiera seguro de en que pared había aparecido la puerta. Miró alrededor impotente, incapaz de evitar buscar alguna pista sutil o indicio de donde podía ocultarse la puerta. ¿Qué había dicho su padre? ¿La Sala de Menesteres? Esta vez se había acordado de su varita. La sacó y sacudió la mano sacándola de debajo de la capa, revelándola.

—Uh —empezó, susurrando ásperamente y señalando con la varita a la pared—. Sala de Menesteres… ¿ábrete?

No ocurrió nada, por supuesto. Y entonces James oyó un ruido. Sus sentidos se habían vuelto casi dolorosamente agudos mientras su cuerpo se llenaba de adrenalina. Escuchó, con los ojos abiertos de par en par. Voces. Franklyn y su padre ya volvían. Debían haber empezado el viaje de vuelta casi en el mismo momento exacto que James, pero un poco más lento. Les oyó hablar con voces bajas, probablemente mientras estaban de pie junto a la puerta de las habitaciones de Franklyn. Su padre volvería en cualquier momento.

James pensó furiosamente. ¿Qué había hecho su padre para abrir la puerta? ¿Solo había estado de pie ahí, no, un momento, esperando, y entonces bang, ahí estaba la puerta? No, recordó James, había hablado primero. Y paseado un poco. James evocó la noche en su memoria, intentando recordar qué había dicho su padre, pero estaba demasiado azorado.

Una luz floreció al final del corredor. Se aproximaban pasos. James miró corredor abajo frenéticamente. Su padre se estaba aproximando, con la varita iluminaba pero baja, con la cabeza agachada. James recordó que tenía su propia varita empuñada, el brazo fuera de la capa. Lo metió dentro de un tirón tan rápida y silenciosamente como pudo, arreglando la capa para que le cubriera completamente. Era inútil. Su padre entraría en la habitación y vería que James no estaba allí. ¿Quizás pudiera seguirle y reclamar que había ido a su habitación a coger un libro que necesitaba? Casi gimió en voz alta.

Harry Potter se detuvo en el pasillo. Alzó la varita y miró a la pared.

—Necesito entrar en la habitación donde mi hijo duerme —dijo. No ocurrió nada. Harry no pareció sorprenderse.

—Hmm —dijo, aparentemente para sí mismo—. Me pregunto por qué no se abre la puerta. Supongo… —Miró alrededor alzando las cejas y sonriendo ligeramente—, que es porque mi hijo no está durmiendo en la Sala de los Menesteres en absoluto, sino que está aquí de pie en el pasillo conmigo, bajo mi Capa de Invisibilidad, intentado tan duro como puede recordar cómo demonios se abre la puerta. ¿Cierto, James?

James dejó escapar el aliento y se quitó de un tirón la Capa de Invisibilidad.

—Lo has sabido todo el tiempo, ¿verdad?

—Lo supuse cuando oí tu jadeo ahí abajo. No lo supe seguro hasta el truco con la puerta. Vamos, entremos —rió Harry Potter cansadamente. Paseó tres veces y pronunció las palabras que abrieron la Sala de los Menesteres y entraron.

Cuando ambos estaban en sus camas, James en la litera de arriba, mirando al oscuro techo, Harry habló.

—No tienes que seguir mis pasos, James. Espero que lo sepas.

James tensó la mandíbula, no estaba listo para responder a eso. Escuchó y esperó.

—Estabas ahí abajo esta noche, así que oíste al profesor Franklyn —dijo finalmente Harry—. Hay una parte de lo que dijo que quiero que recuerdes. Siempre hay complots y revoluciones en marcha. La batalla es siempre la misma, solo que con diferentes capítulos. No es tu misión salvar el mundo, hijo. E incluso cuando lo haces, él vuelve a ponerse en peligro una y otra y otra vez. Es la naturaleza de las cosas.

Harry hizo una pausa y James le oyó reír quedamente.

—Sé lo que se siente. Recuerdo el gran peso de la responsabilidad y la intoxicante emoción de creer que yo era el elegido que detendría al mal, que ganaría la guerra, la batalla por el bien último. Pero James, incluso entonces, no era solo deber mío. Era la lucha de todos. Todo el mundo hizo sacrificios. Y están aquellos que sacrificaron mucho más que yo. No es deber de un sólo hombre salvar el mundo. E indudablemente no es deber de un niño que no puede aún ni siquiera figurarse como abrir la Sala de los Menesteres.

James oyó movimiento en la litera de abajo. Su padre se puso en pie, su cabeza se alzó para mirar a James en la litera superior. En la oscuridad, James no pudo adivinar su expresión, pero la conocía no obstante. Su padre lucía una sonrisa ladeada y sabedora. Su padre lo sabía todo. Su padre era Harry Potter.

—¿En qué piensas, hijo?

James tomó un profundo aliento. Quería contarle a su padre todo lo que había visto y oído. Lo tenía en la punta de la lengua, todo sobre el intruso muggle, y el fantasma de Cedric Diggory, y el secreto de Austramaddux, el plan para el retorno de Merlín y su uso para empezar una guerra definitiva con los muggles. Pero al final, decidió que no. Sonrió a su padre.

—Lo sé, papá. No te preocupes por mí. Si decido salvar al mundo yo solito, os enviaré a mamá y a ti una nota antes, ¿vale?

Harry sonrió abiertamente y sacudió la cabeza, sin creérselo realmente pero sabiendo que no servía de nada presionar más. Volvió a ocupar la litera de abajo.

Cinco minutos después, James habló en la oscuridad.

—Eh, papá, ¿hay alguna posibilidad de que me dejes quedarme la Capa de Invisibilidad el primer año de escuela?

—Ninguna en absoluto, pequeño. Ninguna en absoluto —dijo Harry adormilado. James lo oyó darse la vuelta. Unos minutos después, ambos dormían.

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Cuando James y Harry Potter entraron en el Gran salón a la mañana siguiente, James sintió el cambio de humor en la habitación. Estaba acostumbrado a la reacción de la comunidad mágica donde fuera que saliera con su padre, pero esto fue diferente. En vez de girarse hacia ellos, James tuvo la sensación de que la gente miraba intencionadamente en otra dirección. Las conversaciones callaron. Había una extraña sensación de gente mirándoles de reojo, o girándose para mirarles una vez pasaban junto a ellos. James sintió una oleada de rabia. ¿Quién se creía esta gente? La mayoría de ellos eran buenas brujas y magos, de padres trabajadores que siempre habían apoyado a Harry Potter, primero como El Chico Que Vivió, después como el joven que ayudó a la caída de Voldemort, y finalmente como el hombre que era Jefe de Aurores. Ahora, solo porque algunos agitadores había pintado unas pocas pancartas y extendido unos estúpidos rumores, tenían miedo de mirarle directamente.

Incluso mientras lo pensaba, sin embargo, vio que estaba equivocado. Cuando Harry y James se sentaron al final de la mesa Gryffindor (James había suplicado a su padre que no le hiciera sentarse en la mesa de los profesores sobre el estrado) hubo unas pocas sonrisas y saludos de corazón. Ted vio a Harry, gritó de alegría, y corrió a lo largo de la mesa, dando a Harry un complicado apretón de manos que involucraba un montón de choque de puños, sacudidas de mano y finalmente, un saludo que era en parte abrazo y en parte sacudida.

Harry se derrumbó sobre el banco, riendo.

—Ted, una de estas veces te vas a tumbar tú mismo.

—Eh todo el mundo, este es mi padrino —dijo Ted, como presentando a Harry a toda la habitación—. ¿Aún no conoces a Noah, Harry? Es un Kremlin, como Petra y yo.

Harry estrechó la mano de Noah.

—Creo que nos conocimos el año pasado en el Campeonato de Quidditch, ¿no?

—Claro —dijo Noah—. Fue el partido en el que Ted marcó el tanto ganador para el equipo contrario. ¿Cómo podría olvidarlo?

—Técnicamente, fue una asistencia —dijo Ted remilgadamente—. Ocurre que golpeé la quaffle de su equipo a través de la meta por accidente. Estaba apuntando a la tribuna de prensa.

—Odio interrumpir, chicos, ¿pero os importa si James desayuna un poco? —Harry gesticuló hacia la mesa.

—Adelante —replicó Ted magnánimamente—. Y si alguno de estos descontentos te da algún problema, házmelo saber. Hay Quidditch esta tarde, y guardamos rencores. —Recorrió la habitación con la mirada sombríamente, después sonrió y se alejó paseando.

—Le diría que no se haga mala sangre, pero eso acabaría con su diversión, ¿verdad? —dijo Harry, observando la partida de Ted. James sonrió. Ambos empezaron a llenar sus platos de las humeantes fuentes a lo largo de la mesa.

Cuando empezaron a comer, James se alegró de ver entrar a Ralph y Zane. Les saludo entusiastamente.

—Eh, papá, estos son mis amigos, Zane y Ralph —dijo James cuando se colocaron en el banco, uno a cada lado—. Zane es el rubio, Ralph es la pared de ladrillos.

—Encantado de conoceros, Zane, Ralph —dijo Harry—. James habla muy bien de vosotros.

—He leído sobre usted —dijo Ralph, mirando fijamente a Harry—. ¿Realmente hizo todas esas cosas?

Harry rió.

—Directamente al grano, ¿eh? —dijo, alzando una ceja hacia James—. La mayor parte sí, probablemente sean verdad. Aunque si hubieras estado allí, te habría parecido menos heroico en ese momento. Principalmente, mis amigos y yo solo intentábamos evitar que nos hechizaran, comieran o maldijeran.

Zane parecía inusualmente callado.

—Eh, ¿qué pasa? —dijo James, codeándole—. Es un poco nuevo en ti tener complejo de ídolo con el gran Harry Potter.

Zane hizo una mueca, y sacó una copia de El Profeta de su mochila.

—Esto apesta —dijo, suspirando y dejando el periódico desplegado sobre la mesa—. Pero ibais a verlo tarde o temprano.

James se inclinó y lo miró «Demostración anti-auror en Hogwarts ensombrece Conferencia Internacional» rezaba el titular principal. Abajo en letra más pequeña «La visita de Potter provoca una amplia protesta escolar para que la comunidad mágica reevalúe las políticas de los aurores». James sintió que sus mejillas enrojecían de furia. Antes de que pudiera responder, sin embargo, su padre le colocó una mano en el hombro.

—Hmmm —dijo Harry suavemente—. Esto suena a Rita Skeeter por todas partes.

Zane frunció el ceño hacia Harry, después volvió a mirar el periódico.

—¿Puede decir quién lo ha escrito por el titular?

—No —rió Harry, descartando el periódico y lanzándose sobre un trozo de tostada francesa—. Su nombre está junto al titular. Aún así, sí, es su típica línea de bobadas. Apenas tiene importancia. El mundo lo habrá olvidado la semana que viene.

James estaba leyendo el primer párrafo, con el ceño fruncido furiosamente.

—Dice que la mayor parte del colegio estaba allí, protestando y gritando. ¡Es una completa basura! ¡Yo lo vi, y si había más de cien personas allí, besaré un escreguto de cola explosiva! ¡Además, casi todos estaban allí solo para ver qué pasaba! ¡Había solo quince o veinte personas con las pancartas y los slogans!

Harry suspiró.

—Es solo una historia, James. No se supone que tenga que ser precisa, se supone que tiene que vender periódicos.

—¿Pero cómo puedes dejar que digan estas cosas? ¡Es peligroso! El profesor Franklyn…

La mira que Harry le dirigió le impidió decir más. Después de un segundo, la expresión de Harry se suavizó.

—Sé lo que te preocupa, James, y no te culpo. Pero hay formas de tratar con estas cosas, y una de ellas es no discutir con gente como Rita Skeeter.

—Suenas como McGonagall —dijo James, dejando caer los ojos y atacando un trozo de embutido.

—Debería —replicó Harry rápidamente—. Ella me enseñó. Y creo que es directora McGonagall para ti.

James se dedicó a su plato malhumoradamente durante un rato. Entonces, no queriendo mirarlo más, dobló el periódico rudamente y lo apartó de la vista.

—Primer partido de Quidditch de la temporada esta tarde entonces, ¿eh? —preguntó Harry, ondeando su tenedor hacia los tres chicos en general.

—¡Ravenclaw contra Gryffindor! —anunció Zane—. ¡Mi primer partido! A penas puedo esperar.

James levantó la mirada y vio a su padre sonreír a Zane.

—¡Estás en el equipo Ravenclaw entonces! Eso está muy bien. Si puedo terminar lo bastante temprano, tengo planeado ir al partido. Ansío verte volar. ¿En qué posición juegas?

—Golpeador —dijo Zane, fingiendo golpear una bludger con su bate.

—Es bastante bueno, señor Potter —dijo Ralph ansiosamente—. Yo le vi volar su primera vez. Estuvo a punto de hacer un cráter en medio del campo, pero remontó en el último segundo.

—Eso requiere un serio control —reconoció Harry, estudiando a Zane—. ¿Has tomado lecciones de escoba?

—¡Ni una! —gritó Ralph, como si fuera el relaciones públicas de Zane—. Lo cual es bastante asombroso, ¿verdad?

James miró a Ralph, con la cara sombría, intentando captar su mirada y advertirle sobre el tema, pero ya era demasiado tarde.

—Probablemente no se hubiera figurado como hacerlo —dijo Ralph— si no hubiera ido detrás de James cuando lo de su ataque-cohete-fuera-de-control. —Ralph se retorció en el banco, simulando con gestos el vuelo inaugural de James en escoba.

—¡Pero usted apoyará a Gryffindor, por supuesto! —interrumpió Zane de repente, plantando la palma de la mano en la frente de Ralph y empujándole hacia atrás.

Harry miró alrededor de la mesa, masticando un trozo de tostada, con una mirada interrogativa en la cara.

—Er, bueno, sí. Por supuesto —admitió, todavía mirando de un chico a otro.

—Sí, bueno, está bien. Lo entiendo completamente —dijo Zane rápidamente, meneando las cejas hacia Ralph que estaba sentado algo desconcertado—. Ser leal a tu Casa y todo eso. Guau. Mira que hora es. Vamos, Ralphinator. Hora de ir a clase.

—Tengo libre la primera hora —protestó Ralph—. Y no he desayunado aún.

—¡Vamos, cabeza huevo! —insistió Zane, rodeando la mesa y enganchando el codo de Ralph. Zane difícilmente hubiera podido mover a Ralph, pero Ralph se permitió a sí mismo ser arrastrado.

—¿Qué? —dijo Ralph ruidosamente, frunciendo el ceño ante la mirada significativa que Zane le estaba dedicando—. ¿Qué he hecho? ¿He dicho algo que no debía…? —Se detuvo. Sus cejas se alzaron y se volvió hacia James, con aspecto mortificado—. Oh. Ah —dijo mientras Zane le empujaba hacia la puerta. Cuando doblaron la esquina, James oyó a Ralph decir—. Soy un completo idiota, ¿verdad?

—Vaya, sí, apesto en Quidditch. Lo lamento.

Harry estudió a su hijo.

—Es un asco, ¿no? —James asintió con la cabeza—. Lo sé —dijo—. No es para tanto. Es solo Quidditch. Siempre queda el próximo año. No tengo que hacerlo solo porque tú lo hiciste. Lo sé, lo sé. No tienes que decirlo.

Harry continuó mirando a James, su mandíbula se movía ligeramente, como si estuviera pensando. Finalmente se recostó hacia atrás y cogió su zumo de calabaza.

—Bueno, es una carga menos a mi espalda entonces. Parece como si ya hubieras hecho mi trabajo.

James levantó la mirada hacia su padre. Harry le devolvió la mirada mientras tomaba un sorbo muy largo y lento de su vaso. Parecía estar sonriendo, y ocultando su sonrisa tras el vaso. James intentó no reírse. Esto es serio, se dijo a sí mismo. No es divertido. Esto es Quidditch. Ante ese pensamiento, su compostura se agrietó ligeramente. Sonrió, y después intentó cubrir la sonrisa con una mano, lo cual solo lo empeoró.

Harry bajó su vaso y sonriendo, sacudió lentamente la cabeza.

—Realmente has estado preocupado por esto, ¿verdad, James?

La sonrisa de James palideció de nuevo. Tragó saliva.

—Sí, papá. Por supuesto. Quiero decir, es Quidditch. Es tu deporte y el del abuelo también. Yo soy James Potter. Se supone que tengo que ser excelente sobre una escoba. No un peligro para mí mismo y todos los que me rodean.

Harry se inclinó hacia adelante, bajando el vaso y mirando a James a los ojos.

—Y todavía podrías ser genial en la escoba, James. Por las barbas de Merlín, hijo, es tu primera semana y ni siquiera has dado aún tu primera lección de escoba, ¿verdad? En mis tiempos, ni siquiera se nos habría permitido practicar con la escoba sin lecciones, y mucho menos intentar entrar en los equipos de las Casas.

—Incluso así —interrumpió James—, tú habrías sido excelente en ello.

—Esa no es la cuestión, hijo. Estás tan preocupado por igualar al mito que se supone que fui yo que ni siquiera te estás dando a ti mismo una oportunidad para ser incluso mejor. Te derrotas a ti mismo antes siquiera de empezar. ¿No lo ves? Nadie puede competir con una leyenda. Incluso yo desearía ser la mitad de mago de lo que las historias han hecho de mí. Cada día me miro al espejo y me digo a mí mismo que no tengo que intentar tan duro ser el famoso Harry Potter, que solo tengo que relajarme y permitirme ser vuestro padre, el marido de tu madre, y el mejor auror que pueda ser, lo que algunas veces no parece ser tan genial, si te digo la verdad. Tienes que dejar de pensar en ti mismo como el hijo de Harry Potter… —Harry hizo una pausa, viendo que James realmente le estaba escuchando, quizás por primera vez. Sonrió un poco de nuevo—… y darme la oportunidad de pensar en mí mismo simplemente como el padre de James Potter, en vez de eso. Porque de todas las cosas que he hecho en mi vida, tú, Albus y Lily sois las tres cosas de las que más orgulloso estoy. ¿Lo coges?

James sonrió de nuevo, una sonrisa ladeada. Él no lo sabía, pero era la misma sonrisa que con tanta frecuencia veía en la cara de su padre.

—Del todo, papá. Lo intentaré. Pero es difícil.

Harry asintió mostrando su comprensión y se recostó hacia atrás. Después de un momento dijo:

—¿Siempre he sido tan predecible?

Ahora fue el turno de James de sonreír sabedoramente.

—Claro, papá. Mamá y tú, los dos. ¿No vas a salir llevando eso, verdad? —Harry rió ruidosamente ante la imitación de Ginny. James continuó—. ¡Ahí fuera hace frío, ponte un jersey! ¡No digas esa palabra delante de tu abuela! ¡Deja de jugar con los gnomos del jardín o se te pondrán los pulgares verdes!

Harry todavía estaba riendo y limpiándose los ojos cuando se despidió, prometiendo que se encontrarían esa tarde en el partido de Quidditch.