3. El fantasma y el intruso

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James se levantó temprano. La habitación estaba silenciosa excepto por la respiración de sus compañeros Gryffindor y el ronquido silbante de Noah varias camas más allá. La luz en la habitación eran sólo unas pocas sombras sobre la noche, una especie de color rosa perlado. James intentó volver a dormir pero su mente estaba demasiado llena de todo lo desconocido que estaba seguro iba a experimentar en las próximas doce horas. Después de unos pocos minutos, sacó los pies de la cama y comenzó a vestirse.

Los pasillos de Hogwarts, aunque relativamente en calma y vacíos, parecían concurridos de una forma completamente diferente a la de la mañana. Un frescor cubierto de rocío y sombras mañaneras llenaban los espacios, pero había un indicio de ocupación justo fuera de la vista, detrás de las puertas sin marcar, bajo tramos de estrechas escaleras. A medida que James se movía por el pasillo y pasaba junto a clases vacías que estarían más tarde llenas de actividad, captó pistas indirectas de la actividad de los elfos domésticos que se desarrollaba en horas tempranas; un cubo y una fregona, todavía goteando, sostenían abierta la puerta de un baño; el aroma a pan horneado y el estrépito de ollas y sartenes subía por un corto tramo de escaleras; una hilera de ventanas estaban cubiertas con tapices cuidadosamente sacados para airearse.

James serpenteó hasta el Gran Comedor, pero lo encontró en calma y vacío, el techo brillando con un rosa pálido a medida que el cielo de afuera absorbía la luz del amanecer. Parpadeó y miró otra vez. Algo se movía entre las semi-transparentes vigas y travesaños. Una forma gris revoloteaba, tarareando una pequeña melodía un tanto molesta. James observó, intentando averiguar lo que era. Parecía la forma de un hombre bajito y gordo con una expresión alegremente traviesa de concentración. Contra toda probabilidad, la figura parecía estar equilibrando muy cuidadosamente objetos diminutos en los bordes de algunas de las vigas. James notó que los objetos en equilibrio estaban directamente encima de las mesas de la sala, organizados a intervalos, y equilibrados tan delicadamente como para caer con la más mínima brisa.

—¡Fi! —gritó de repente la figura, haciendo saltar a James. Le había visto. Se abalanzó sobre él tan rápidamente que James casi dejó caer los libros—. ¿Quién espía al espía cuando está planeando sus travesuras mañaneras? —cantó la figura, con irritación y alegría se mezclaban en su voz.

—Oh —dijo James, suspirando— te conozco. Mi padre y mi madre me hablaron de ti. Peeves.

—Y yo te conozco a ti, ¡bollito! —anunció alegremente Peeves, haciendo bucles alrededor de James—. ¡Pequeño chico Potter, James! ¡Oooh! Saliendo a hurtadillas de madrugada, no como su papá. ¡Él prefería la noche, la prefería! Buscando un lugar para desayunar ¿verdad? Oh, lo siento, todos los pequeños elfy-welfies están todavía cocinándolo en los sótanos. Hogwarts pertenece sólo a Peeves esta madrugada. ¿A menos que quieras judías balísticas peruanas?

Peeves empujó un brazo tenue hacia la cara de James. Los objetos diminutos que ocupaban la mano de Peeves parecían judías verdes secas.

—¡No! ¡Gracias! Entonces, me… me voy. —James señaló con el pulgar sobre su hombro y comenzó a retroceder.

—¿Estamos seguros? ¡Mmm! Judías, judías, ¡la fruta musical! —Peeves despidió a James y se abalanzó hacia las vigas otra vez—. ¡Cuánto más coloco, más pitan! ¡Quizás, frutas pitadoras en el jugo de calabaza del pequeño Potter!— cacareó alegremente.

James se alejó hasta que estuvo fuera del alcance del canto de Peeves. Después de pocos minutos se encontró en un largo balcón con pilares que dominaba los terrenos del colegio. La bruma surgía del lago en una gran nube dorada, desvaneciéndose al sol. James se apoyó contra una barandilla, absorbiendo la felicidad y el entusiasmo de comenzar su primer día.

Algo se movió entre la calma. James miró hacia allí. Había sido en la linde del bosque, cerca de la cabaña de Hagrid. Quizás Hagrid estaba de vuelta. Estudió la cabaña. Todavía no había humo en la chimenea. El jardín parecía desatendido y cubierto de maleza. James frunció el ceño ligeramente. ¿Por qué Hagrid no había vuelto aún? Sabía que el semi-gigante sentía una conocida debilidad por bestias y monstruos, y le preocupaba, al igual que a sus padres, que eso tarde o temprano fuera su perdición. Quizás la alianza con los gigantes, provisional en el mejor de los casos, se había roto. Puede que hubiesen atacado a Hagrid y a Grawp, o los hubieran apresado de algún modo, quizás…

Un movimiento llamó la atención de James de nuevo. Justo detrás del montón de leña junto a la cabaña de Hagrid se produjo un parpadeo de color y un destello. James entrecerró los ojos, inclinándose tanto como pudo sobre la barandilla del balcón. Ahí estaba otra vez. Una cabeza asomó por encima de la leña. En la distancia, James pudo ver solamente que era un hombre, más o menos de la edad de su padre. La cara pareció estudiar los terrenos, y luego el hombre se puso de pie lentamente y levantó una cámara. Se produjo otro destello cuando el hombre tomó una foto del castillo.

Estaba por irse a buscar a alguien a quien contar su extraña visión, un profesor o incluso un elfo domestico, cuando de repente algo pasó volando ante él. James saltó a un lado, dejando caer los libros de veras esta vez. La figura era blanca, semi-transparente, y completamente silenciosa. Pasó ante él y se abalanzó hacia los terrenos de abajo, apuntando hacia el intruso de la cámara. La forma fantasmal era imprecisa a la brillante luz del sol, pero el intruso lo vio venir como si lo hubiese estado esperado. El hombre soltó un pequeño chillido de miedo pero no huyó, a pesar del hecho de que por lo menos parte de él parecía desearlo. Bruscamente, levantó la cámara otra vez y disparó unas pocas fotos rápidas a la forma fantasmal a medida que ésta iba acercándose él. Finalmente, justo cuando la forma estaba a punto de alcanzarle, el hombre giró sobre sus talones y corrió torpemente hacia el linde del bosque, desapareciendo en la oscuridad. El fantasma se detuvo en el borde del bosque como un perro al final de su correa. Espió dentro, luego merodeó inquietamente de acá para allá. Después de un minuto, se giró y comenzó a volver al castillo. Mientras James miraba, empezó a tomar una forma un tanto más sólida. Para cuando la figura hubo regresado al terreno que había frente al balcón, parecía un hombre joven. El hombre fantasmal caminaba con paso determinado, aunque algo desanimado, y con la cabeza gacha. Entonces levantó la mirada, vio a James, y se detuvo. Hubo un largo momento de perfecta inmovilidad en la cual el hombre miró fijamente a James, su transparente rostro inexpresivo. Luego la figura simplemente se evaporó, rápida y completamente.

James miro fijamente al lugar donde la figura había estado. Sabía que no se lo había imaginado. Los fantasmas eran tan parte de Hogwarts como las varitas mágicas y las pinturas en movimiento. Había visto al fantasma de la casa de Ravenclaw, la Dama Gris, justo el día anterior, deslizándose por un pasillo y con aspecto extrañamente malhumorado. Esperaba con impaciencia encontrarse con Nick casi Decapitado, el fantasma de la casa de Gryffindor. Pero este fantasma era nuevo para él. Por supuesto, sus padres no podían haberle contado todos los pequeños detalles de la vida en Hogwarts. Mucho de esto era nuevo para él. Aún así, la figura le molestó, como lo había hecho la visión del hombre con la cámara, acechando por ahí y tomando fotos. ¿Podía haber sido de uno de los periódicos sensacionalistas mágicos? No del El Quisquilloso, por supuesto. James conocía a la gente que dirigía esa publicación, y a ellos no les interesaría la amodorrada vida mañanera de Hogwarts. Aún así, había muchas publicaciones mágicas sensacionalistas siempre interesadas en los supuestos sucios secretitos de Hogwarts, el Ministerio, e incluso del padre de James.

De vuelta a la sala común donde esperaba encontrar a Ted o a uno de los Gremlins antes del desayuno, James recordó que aún no había saludado de parte de sus padres al profesor Longbottom. Decidió hacerlo en el desayuno, y aprovechar la oportunidad para preguntar a Neville sobre el fantasma y el hombre de la cámara.

En el Gran Comedor, sin embargo, a Neville no se lo veía por ninguna parte. Las largas mesas estaban ahora abarrotadas de estudiantes con sus túnicas del colegio.

—¿Así que viste a un tipo sacando fotos en los terrenos? —preguntó Ralph en torno a un bocado de tostada francesa—. ¿Qué tiene eso de raro?

—Yo estoy más interesado en el fantasma —dijo decidido Zane—. ¿Me pregunto cómo murió? ¿Los fantasmas sólo vuelven cuando han resultado muertos de un modo realmente turbio?

James se encogió de hombros.

—No lo sé. Pregunta a uno de los chicos mayores. Para este tema pregunta a Nick cuando le veas la próxima vez.

—¿Nick Casi Decapitado? —dijo Sabrina desde más abajo en la mesa.

—Sí. ¿Dónde está? Tenemos una pregunta que hacerle.

—Desaparecido —dijo Sabrina, sacudiendo la cabeza de tal forma que la pluma que llevaba en ella se bamboleó—. No ha estado con nosotros desde nuestro primer año. Finalmente fue aceptado en La Caza sin Cabeza después de todos estos años. Montamos una fiesta para él, y entonces se fue. Nunca volvió. Debe haber sido lo que necesitaba para seguir finalmente adelante. Bien por él, además. Aún así…

—¿…sin Cabeza? —preguntó Ralph tentativamente, como si no estuviese seguro de desear una aclaración.

—¿Nunca volvió? —repitió James—. ¡Pero era el fantasma de la Casa de Gryffindor! ¿Quién es nuestro fantasma ahora?

Sabrina sacudió la cabeza otra vez.

—En este momento no tenemos ninguno. Algunos pensamos que sería el viejo Dumbledore, pero no hubo suerte.

—Pero… —dijo James, pero no supo como continuar. Todas las casas tienen un fantasma ¿no? Pensó en la forma tenue que se había convertido en el silencioso joven sobre el césped delantero.

—¡El correo! —gritó Zane. Todos levantaron la mirada cuando las lechuzas comenzaron a entrar por las altas ventanas. El aire estaba de repente lleno de agitadas alas y de cartas y paquetes cayendo. Los ojos de James se ensancharon cuando recordó el extraño proyecto de Peeves de esa mañana temprano. Antes de que pudiese decir algo, la primera pequeña explosión ruidosa sonó y una chica gritó de sorpresa y enfado. Se levantó de una mesa cercana, con la túnica salpicada de amarillo.

—¡Mis huevos han explotado! —exclamó.

Más pequeñas explosiones estallaron a lo largo del salón a medida que las lechuzas pasaban volando entre las vigas.

Zane miró frenéticamente alrededor, intentando ver qué estaba pasando.

—¡Hora de irse, colegas! —gritó James, intentando no reírse. Mientras hablaba, una judía balística peruana cayó desde una viga cercana, aterrizando en una taza medio vacía y estallando con una ruidosa explosión. El zumo estalló fuera de la taza como un diminuto volcán. Mientras James, Zane y Ralph huían del caos, Peeves descendió y se lanzó de cabeza a través del Gran Comedor, riendo alegremente y cantando sobre fruta musical.

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La clase de Tecnomancia tenía lugar en una de las aulas más pequeñas en los niveles sobre el salón principal. Tenía una ventana inmediatamente detrás del escritorio del profesor, y el sol de la mañana brillaba directamente a través de ella, haciendo de la cabeza del profesor Jackson una corona de luz dorada. Este se inclinaba sobre el escritorio, rascando con una pluma y un pergamino cuando Zane y James llegaron. Encontraron asientos en el incómodo silencio del aula, teniendo cuidado de no romperlo al arrastrar sus sillas. Lentamente, el aula se llenó, pocos estudiantes se atrevían a hablar, así que ningún ruido podía oírse, excepto el atareado roce de la pluma del profesor. Finalmente, este consultó el reloj de su escritorio y se puso en pie, alisando la parte delantera de su túnica gris oscuro.

—Bienvenidos, estudiantes. Mi nombre, como ya es posible que sepáis, es Theodore Jackson. Os instruiré este año en el estudio de la Tecnomancia. Creo mucho en la lectura, y pongo mucha atención al escuchar. Haréis mucho de ambas cosas en mi clase. —Su voz era tranquila y comedida, más refinada de lo que James había esperado. Su cabello gris acerado estaba peinado con pulcritud militar. Sus espesas cejas negras formaban una línea tan recta como una regla a través de su frente.

—Se ha dicho —continuó Jackson, empezando a caminar lentamente alrededor del aula— que no hay tal cosa como una pregunta estúpida. Sin duda vosotros mismos lo habréis dicho. Las preguntas, se supone, son señal de una mente inquisitiva. —Hizo un alto, estudiándolos críticamente—. Al contrario, las preguntas son simplemente señal de un estudiante que no ha estado prestando atención.

Zane dio un codazo a James. James le miró, luego a su pergamino. Zane ya había dibujado una simple pero notablemente exacta caricatura del profesor. James ahogó una risa, tanto ante la audacia de Zane como ante el dibujo. Jackson continuó:

—Prestar atención en clase. Coger apuntes. Leer los textos asignados. Si podéis llevar a cabo estas tareas, encontraréis las preguntas muy poco necesarias. Cuidado, no estoy prohibiendo las preguntas. Simplemente os advierto que consideréis si una pregunta requiere que me repita. Si no es así, os elogiaré. Si lo es,… —hizo un alto, dejando que su mirada vagara por el aula— recordaréis esta conversación.

Jackson había completado su circuito por el aula. Se giró hacia la pizarra que había junto a la ventana. Sacando su varita de una funda de su manga, hizo un movimiento rápido con ella hacia la pizarra.

—¿Quién, ruego, sería capaz de decirme qué comprende el estudio de la Tecnomancia? —En la pizarra la palabra se escribió correctamente con una pulcra caligrafía ladeada. Hubo una larga e incómoda pausa. Finalmente, una chica levantó la mano tentativamente.

Jackson le hizo gestos.

—Dígalo, señorita, er… perdónenme, aprenderé todos sus nombres con el tiempo. Gallows, ¿no?

—Señor —dijo la chica en voz baja, aparentemente pensando en el consejo de Franklyn del día anterior— la Tecnomancia es, creo, ¿el estudio de la ciencia de la magia?

—¿Pertenece a la casa Ravenclaw, señorita Gallows? —preguntó Jackson, mirándola. Ella asintió con la cabeza—. Cinco puntos para Ravenclaw entonces, aunque no apruebo la palabra «creo» en mi clase. La creencia y el conocimiento tienen poco, si acaso nada, en común. En esta aula nos aplicaremos al conocimiento. Ciencia. Hechos. Si quieren creer, la clase de la señora Delacroix se reunirá en el salón de abajo la próxima hora —indicó, y por primera vez asomó algo parecido al humor en su fachada de piedra. Unos pocos estudiantes se atrevieron a sonreír y reír discretamente. Jackson se giró, haciendo un rápido movimiento con su varita hacia la pizarra otra vez.

—El estudio de la ciencia de la magia, sí. Es un común y triste malentendido que la magia es un pasatiempo místico o poco natural. Aquellos que creen, y aquí uso el término «creer» intencionadamente, aquellos que creen que la magia es simplemente misticismo son también propensos a creer en cosas tales como el destino, la suerte, y el equipo de Quidditch americano. En resumen, causas perdidas sin asomo de evidencia empírica para apoyarlas. —Más sonrisas aparecieron en el aula. Obviamente había más en el profesor Jackson de lo que se veía a simple vista.

—La magia —continuó, mientras la tiza empezaba a garabatear sus notas— no, repito, no rompe ninguna de las leyes naturales de la ciencia. La magia explota esas leyes usando métodos muy específicos y creativos. Señor Walker.

Zane saltó en su asiento, levantando la mirada del dibujo en el que había estado trabajando mientras los demás garabateaban notas. Jackson estaba todavía de cara a la pizarra, de espaldas a Zane.

—Necesito un voluntario, señor Walker. ¿Puedo tomar prestado su pergamino? —No era una petición. Mientras hablaba, hizo un rápido movimiento con la varita y el pergamino de Zane zigzagueó hacia la parte delantera del aula. Jackson lo atrapó hábilmente con una mano levantada. Se giró lentamente, manteniendo el pergamino en alto, sin mirarlo. La clase miraba en significativo silencio la caricatura bastante buena de Jackson que Zane había dibujado. Zane empezó a hundirse en el asiento, como si estuviese intentando derretirse bajo el escritorio.

—¿Es simplemente magia lo que hace que el dibujo de un verdadero mago cobre vida? —preguntó Jackson. Mientras hablaba, el dibujo del pergamino se movió. La expresión cambió de una caricatura de severa mirada acerada a una caricatura enfadada. La perspectiva se amplió, y ahora había un escritorio delante del dibujo de Jackson. Una versión diminuta en caricatura de Zane se acobardaba tras el escritorio. El dibujo de Jackson sacó un gigantesco portafolios y empezó a trazar barras rojas en el papel, que tenía las letras T.I.M.O. en la parte superior. El Zane de dibujo cayó de rodillas, suplicando en silencio a la caricatura de Jackson, el cual sacudía la cabeza imperiosamente. El Zane del dibujo lloró, su boca era un boomerang gigante de infortunio, lágrimas cómicas brotaban de su cabeza.

Jackson giró la cabeza y finalmente miró al pergamino que tenía en la mano mientras la clase estallaba en carcajadas. Sonrió con una pequeña pero genuina sonrisa.

—Desafortunadamente, señor Walker, sus cinco puntos menos cancelan los cinco puntos concedidos a la señorita Gallows. Mmm. Así es la vida.

Empezó a pasear por el aula otra vez, dejando el dibujo delicadamente en el escritorio de Zane al pasar.

—No, magia no es, como quien dice, simplemente una palabra mágica. En realidad, el verdadero mago aprende a imprimir su propia personalidad en el papel usando otro medio aparte de la pluma. No ocurre nada antinatural. Simplemente tiene lugar otro medio diferente de expresión. La magia explota las leyes naturales, pero no las rompe. En otras palabras, la magia no es antinatural, pero es sobrenatural. Es decir, está más allá de lo natural, pero no fuera de ello. Otro ejemplo. Señor mm…

Jackson señalo a un chico próximo a él, el cual se inclinó de repente hacia atrás en su silla, mirando bizco al dedo que le señalaba.

—Murdock, señor —dijo el chico.

—Murdock. Tienes edad para Aparecerte. ¿Estoy en lo cierto?

—Oh. Sí, señor —dijo Murdock, pareciendo aliviado.

—Describe la Aparición para nosotros, ¿quieres?

Murdock parecía perplejo.

—Es bastante básico, ¿no? Quiero decir, es sólo cuestión de conseguir un lugar agradable y sólido en tu mente, cerrar los ojos, y, bueno hacer que pase. Entonces, bang, estás ahí.

—¿Bang, dices? —dijo Jackson, con la cara en blanco.

Murdock enrojeció.

—Bueno. Sí, más o menos. Tú sólo te envías allí. Tal cual.

—Así que es instantáneo, dirías.

—Sí. Supongo que eso diría.

Jackson alzó una ceja.

—¿Supones?

Murdock se retorció, mirando a los que estaban sentados cerca de él en busca de ayuda.

—Eh. No. Quiero decir, sí. Definitivamente. Instantáneamente. Como ha dicho.

—Como usted ha dicho, señor Murdock —corrigió Jackson afablemente. Se estaba moviendo otra vez, procediendo de vuelta al frente del aula. Tocó a otra estudiante en el hombro mientras pasaba—. ¿Señorita?

—Sabrina Hildegard, señor —dijo Sabrina tan clara y educadamente como pudo.

—¿Sería tan amable de hacernos un pequeño favor, señorita Hildegard? Se requiere la utilización de dos cronómetros de arena diez-segundos de la clase de pociones del profesor Slughorn. Segunda puerta a la izquierda, creo. Gracias.

Sabrina se apresuró a salir mientras Jackson enfrentaba al aula otra vez.

—Señor Murdock, ¿tiene alguna idea de qué es, exactamente, lo que pasa cuando te Apareces?

Murdock aparentemente había determinado que la más absoluta ignorancia era su rumbo más seguro a seguir. Sacudió la cabeza con firmeza.

Jackson pareció aprobarlo.

—Vayamos a estudiarlo de esta manera. ¿Quién puede decirme a dónde van los objetos Desaparecidos?

Esta vez Petra Morganstern levantó la mano.

—Señor, los objetos Desaparecidos no van a ninguna parte, es decir, van a todas partes.

Jackson asintió con la cabeza.

—Una respuesta de libro de texto, señorita. Pero vacía. La materia no puede estar en dos sitios a la vez, ni puede estar a la vez en todas partes y en ninguna. Nos ahorraré tiempo al no sumar otras contribuciones a la ignorancia de esta clase sobre el tema. Esta es la parte donde ustedes escuchan y yo hablo.

Alrededor del aula, las plumas estaban empapadas y listas. Jackson comenzó a caminar otra vez.

—La materia, como incluso todos ustedes saben, está compuesta casi enteramente de nada. Los átomos se reúnen en el espacio, tomando una forma que, desde nuestro punto de vista, parece sólida. Este candelabro. —Jackson puso las manos sobre un candelabro de bronce que había sobre su escritorio— nos parece una sencilla y muy sólida pieza, pero es, de hecho, billones de diminutas motas cerniéndose con la suficiente proximidad unas de otras como para implicar forma y peso a nuestra torpe perspectiva. Cuando lo hacemos desaparecer. —Jackson hizo un rápido movimiento con su varita despreocupadamente hacia el candelabro y éste desapareció con un estallido apenas—. No estamos moviendo el candelabro, o destruyéndolo, o causando que la materia que lo comprende deje de ser, ¿verdad?

Los ojos penetrantes de Jackson vagaron por el aula, saltando de cara en cara mientras los estudiantes dejaban de escribir, esperando a que continuara.

—No. En lugar de ello, hemos alterado el acuerdo de espacio entre esos átomos —dijo significativamente—. Hemos expandido la distancia de punto a punto, tal vez mil veces, tal vez un millón de veces. La multiplicación de esos espacios expande el candelabro a un punto de dimensiones casi planetarias. El resultado es que podemos realmente caminar por él, por los espacios entre sus átomos, y ni siquiera notarlo nunca. En resumen, el candelabro esta todavía aquí. Ha sido simplemente ampliado en gran medida, diluido a tan efímero nivel, como para volverse físicamente insustancial. Está, en efecto, en todas partes, y en ninguna parte.

Sabrina volvió con los relojes de arena, colocándolos en el escritorio de Jackson.

—Ah, gracias señorita Hildegard. Murdock.

Murdock saltó otra vez. Hubo risas tontas por toda la clase.

—¿Señor?

—No tema, mi valiente amigo. Me gustaría que realizara lo que sospecho va a considerar una tarea muy sencilla. Me gustaría que se Apareciera para nosotros.

Murdock pareció horrorizado.

—¿Aparecerme? Pero… pero nadie puede aparecerse en los terrenos del colegio, señor.

—Muy cierto. Una restricción pintoresca y simplemente simbólica, pero una restricción sin embargo. Afortunadamente para nosotros, he arreglado una concesión temporal educativa que le permitirá, señor Murdock, aparecerse de ahí. —Jackson caminó hasta la esquina delantera del aula señalando al suelo— a aquí.

Murdock se puso de pie y se balanceó ligeramente mientras consideraba lo que el profesor estaba pidiendo.

—¿Quiere que me aparezca de esta aula… a esta aula?

—De ahí, donde está, a aquí. A esta esquina, si puede ser. No considero que sea un desafío excesivo. Excepto que me gustaría que lo hiciese llevando esto. —Jackson recogió uno de los pequeños relojes de arena que Sabrina había traído—. Gírelo precisamente en el momento antes de Aparecer. ¿Entendido?

Murdock asintió con la cabeza, aliviado.

—Ningún problema, señor. Puedo hacerlo con los ojos vendados.

—No creo que eso sea necesario —dijo Jackson, entregando a Murdock el reloj de arena. Regresó al frente del aula, cogiendo el segundo reloj de arena.

—A la de tres, señor Murdock. Uno… dos… ¡tres!

Ambos Murdock y Jackson giraron sus relojes de arena. Una fracción de segundo más tarde, Murdock se desvaneció con un fuerte crack. Todos los ojos del aula saltaron a la esquina delantera.

Jackson sostenía el reloj de arena, observando el flujo silencioso a través del cristal pinzado. Tarareaba un poco. Se permitió apoyarse ligeramente contra su escritorio. Entonces, perezosamente, se dio la vuelta y examinó la esquina delantera del aula.

Hubo un segundo crack cuando Murdock reapareció. Con un movimiento notablemente rápido, Jackson cogió el reloj de arena de Murdock de su mano y puso ambos el suyo y el de Murdock uno al lado del otro en el centro de su escritorio. Retrocedió, mirando severamente ambos relojes de arena. La arena del reloj de arena de Jackson estaba dividida casi regularmente entre los dos receptáculos. El reloj de arena de Murdock todavía tenía casi toda su arena en la parte de arriba.

—Me temo, señor Murdock —dijo Jackson, sin quitar los ojos de los relojes de arena— que su hipótesis ha resultado defectuosa. Vuelva a su asiento, y gracias.

Jackson levantó la mirada hacia el aula y gesticuló hacia los relojes de arena.

—Una diferencia de cuatro segundos, algunas décimas arriba o abajo. Parece que la Aparición no es, de hecho, instantánea. Pero, y esta es una parte muy interesante, es instantánea para el que Desaparece. ¿Qué puede la Tecnomancia decirnos acerca de esto? Es una pregunta retórica. Yo la contestaré.

Jackson reanudó su pasear alrededor del aula mientras algunas palabras empezaban a garabatearse en la pizarra otra vez. Por toda el aula, los estudiantes se inclinaban sobre sus pergaminos.

—La Aparición utiliza exactamente la misma metodología que los objetos que Desaparecen. La persona que Desaparece manifiesta la distancia entre sus propios átomos, expandiéndolos a tal nivel que se vuelven físicamente insustanciales, invisibles, inconmensurables, en efecto en todas partes. Habiendo logrado estar en todas partes, la persona que Aparece por tanto reduce automáticamente la distancia entre sus átomos, pero con un nuevo punto central, determinado por su punto de referencia mental inmediatamente antes de la Aparición. El mago, encontrándose en Londres se imagina Ebbets Field, Desaparece, es decir, logra estar en todas partes, y luego reaparece con un nuevo punto de solidez en Ebbets Field. Es fundamental que el mago haga la predestinación en su mente antes de la Aparición. ¿Puede alguien decirme, usando la Tecnomancia, por qué?

Silencio. Luego la chica llamada Gallows levantó la mano otra vez.

—¿Porque el proceso de Aparición es instantáneo para el mago?

—Crédito parcial, señorita —dijo Jackson, casi amablemente— dependiendo de las distancias, la aparición lleva tiempo, como acabamos de ver, y el tiempo no es, hablando relativamente, flexible. No, la razón por la que el mago debe fijar firmemente su destino antes de Aparecerse es que, mientras el mago está en el estado de estar en todas partes, su mente está en un estado de perfecta hibernación. El tiempo que lleva Aparecerse no es instantáneo, pero ya que la mente del mago está eficazmente congelada durante el proceso, parece instantáneo para él. Puesto que un mago no puede pensar o sentir durante el proceso de la Aparición, un mago que falla al fijar su sólido destino antes de Aparecerse… nunca reaparecerá del todo.

Jackson frunció el ceño y escudriñó el aula, buscando algún signo de que habían comprendido la lección. Después de varios segundos, una mano se levantó lentamente. Era Murdock. Su cara era una sombra de miseria mientras aparentemente luchaba por organizar estos conceptos radicales en su mente. Las tupidas cejas negras de Jackson se alzaron lentamente.

—¿Sí, señor Murdock?

—Una pregunta señor. Lo siento. ¿Dónde… —tosió, aclarándose la garganta, y luego se lamió los labios—… dónde está Ebbets Field?

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James se encontró con Zane y Ralph después de la comida, los tres tenían un corto descanso. Con demasiado tiempo para dirigirse directamente a sus siguientes clases, pero no con el suficiente como para ir a sus salas comunes, dieron un paseo sin rumbo a lo largo de los pasillos atestados cercanos al patio, intentando apartarse del camino de los estudiantes más mayores y hablando de las clases que habían tenido en la mañana.

—Te lo digo yo, ¡el viejo Cara de Piedra tiene algún chiflado efecto mágico en el paso del tiempo! —contaba Zane a Ralph apasionadamente—. Juro que una vez vi el reloj de verdad avanzar hacia atrás.

—Bueno, a mí me gusta mi profesor. El profesor Flitwick. Lo habréis visto por ahí —dijo Ralph, amablemente cambiando de tema.

Zane ni se inmutó.

—El tipo tiene ojos en la parte de atrás de la peluca o algo. ¿Quién habría pensado que un colegio de hechicería sería tan solapado?

—El profesor Flitwick enseña los orígenes de los hechizos y el funcionamiento de la varita, ¿no? —preguntó James a Ralph.

—Sí. Fue realmente excelente. Quiero decir, una cosa es leer sobre hacer magia, pero ver como ocurre es otra cosa. ¡Hizo que su silla, con libros y todo flotara!

—¿Libros? —intervino Zane.

—Sí, ya sabes, ese montón de libros que tiene en su silla para poder ver por encima del escritorio. Debe de haber cien kilos de ellos. Hizo flotar la silla directamente fuera del suelo con ellos todavía encima, sólo usando su varita.

—¿Qué tal te fue? —preguntó Zane. James se encogió, pensando en la ridícula varita de Ralph.

—No estuvo mal, en realidad —dijo Ralph ligeramente. Hubo una pausa en la cual Zane y James se detuvieron para mirarlo—. De verdad. No fue mal —repitió Ralph—. Quiero decir, no levantamos sillas ni nada. Sólo plumas. Flitwich dijo que no esperaba que lo consiguiéramos la primera vez. Pero aún así, lo hice tan bien como cualquier otro. —Ralph parecía pensativo— puede incluso que un poco mejor. Flitwick parecía bastante complacido. Dijo que tenía un talento nato.

—¿Hiciste flotar una pluma con ese disparatado leño-de-bigote-de-hombre-de-las-nieves tuyo? —preguntó Zane incrédulamente.

Ralph pareció molesto.

—Sí. Para tu información, Flitwick dice que la varita es sólo un instrumento. Es el mago quien hace la magia. Quizás tengo talento. ¿Se te ha ocurrido eso, señor experto-en-varitas-de-repente?

—Jesús, lo siento —murmuró Zane— pero no me señales con ese disparatado leño-de-bigote-de-hombre-de-las-nieves. Quiero conservar el mismo número de brazos y piernas.

—Olvidadlo —les tranquilizó James mientras comenzaban a andar otra vez—. Flitwick está en lo cierto. ¿A quién le importa de dónde salió tu varita? ¿Realmente conseguiste que la pluma levitara?

Ralph se permitió una pequeña sonrisa de orgullo.

—Todo el camino hasta el techo. ¡Está todavía ahí arriba ahora! Conseguí que se pegara a una viga.

—Bien —asintió James con la cabeza con aprecio.

Un chico mayor con una corbata verde golpeó a James, echándolo del camino a la hierba del patio. Golpeó a Ralph también, pero Ralph era tan alto como el chico mayor, y bastante más ancho. El muchacho rebotó en Ralph, el cual ni se movió.

—Lo siento —murmuró Ralph cuando el chico se detuvo y le miró.

—Mirad por donde vais, novatos —dijo fríamente, mirando de James a Ralph—. Y quizás deberías tener más cuidado de con quien te ven, Leedle. —Pasó rodeando a Ralph sin esperar respuesta.

Ese es el espíritu Slytherin del que me hablaste en el tren —dijo Zane—. Bien por el «Espero que todos seamos amigos».

—Ese era Trent —dijo Ralph hoscamente, observando como el muchacho se alejaba—. Fue él quien me dijo que mi Game Deck era un insulto a mi sangre mágica. Aunque no le llevó mucho tomarla prestada.

James apenas escuchaba. Estaba distraído por algo que el chico llevaba puesto.

—¿Que decía su insignia?

—Oh, todos ellos han empezado a llevar esas —dijo Ralph—. Tabitha Corsica las estaba repartiendo en la sala común esta mañana. Aquí está. —Ralph buscó en su túnica y enseño una insignia similar—. Olvide ponerme la mía.

James estudió la insignia. En letras blancas en un fondo azul oscuro decía «Magos Progresistas Contra la Falsa Historia». Una larga X roja cortaba repetidamente las palabras «Falsa Historia», y luego perdía color.

—No todas dicen esto —dijo Ralph, devolviendo la insignia a su sitio— algunas dicen «Cuestiona a los Victoriosos». Otras tienen inscripciones más largas que no tienen ningún sentido para mí. ¿Que es un auror?

Zane abrió la boca.

—Una vez mi padre fue llamado para el servicio de auror. Se libró porque estaba en un rodaje en Nueva Zelanda. Él dice que si los aurores cobraran más conseguiríamos mejores veredictos.

Ralph miró a Zane desconcertado. James suspiró.

—Los aurores —dijo lentamente y con cuidado— son brujas y magos que encuentran y atrapan a brujas y magos oscuros. Son como una especie de policía mágica, supongo. Mi padre es un auror.

—El Jefe del Departamento de Aurores, querrás decir —dijo una voz cuando pasaban junto a un grupo. Tabitha Corsica iba a la cabeza del grupo, miró hacia atrás majestuosamente cuando James pasaba—. Pero perdonad mi interrupción.

Los demás miembros del grupo volvieron la vista hacia James con sonrisas ilegibles. Todos ellos llevaban puesta la insignia azul.

—Sí —dijo James, fuerte pero más bien inseguro— lo es.

—¿Tu padre es el jefe de la policía mágica? —preguntó Zane, mirando de los ya desaparecidos Slytherins a James. James hizo una mueca y asintió con la cabeza. Había tenido oportunidad de leer otra de las insignias. Decía «Di No a la Censura de los Aurores; Di Sí a la Libertad de Expresión Mágica». James no sabía lo que significaban, pero tenía un mal presentimiento al respecto.

Zane se giró de repente y dio un codazo a Ralph.

—Mejor ponte esa insignia, compañero, o tus colegas de Casa pensarán que te has ablandado con la Historia Falsa y los Aurores Imperialistas o lo que sea.

James parpadeó, finalmente registrando algo que Ralph había dicho hacía un minuto.

—¿Has dicho que tu compañero de habitación tomó prestada tu consola esa?

Ralph sonrió sin humor.

—Bueno, puede que no fuera él. Alguien lo hizo. Aunque no mucha gente está al corriente de su existencia. A menos que lo hablaran a mis espaldas. Todo lo que sé es que desapareció de mi mochila justo después de mostrárosla, chicos. Imagino que mis compañeros de Casa sólo estaban purgando la habitación de falsa magia —suspiró.

James no podía quitarse de encima la desagradable sensación que estaba coleando en su vientre. Estaba relacionada con la dulce amabilidad de algunos de los Slytherins, y las extrañas insignias. Y ahora, uno de ellos había cogido el extraño aparato de juego muggle de Ralph. ¿Por qué?

Estaban pasando junto a la vitrina de trofeos de Hogwarts cuando Zane, que se había adelantado, gritó.

—Eh, hojas de inscripción a clubes. Vamos a hacer algo extraescolar —se inclinó, examinando una de las láminas en particular—. «¡Lee las Runas! ¡Predice tu destino y el de tus amigos! Aprende el lenguaje de las estrellas». Bla, bla. Club de las Constelaciones. Se reúne a las once los martes en la torre oeste. Me suena a excusa para estar fuera de noche. Allá voy. —Agarró la pluma que había sido fijada a un estante por un trozo de cuerda, la mojó teatralmente y garabateó su nombre en la hoja.

James y Ralph se vieron atrapados con él. Ralph se inclinó, leyendo las hojas de suscripción en voz alta.

—Equipos de debate, Club de ajedrez mágico, equipos de las Casas de Quidditch.

—¿Qué? ¿Dónde? —dijo Zane, todavía sosteniendo la pluma como si fuese su intención intentar algo con ella. Encontró el pergamino para las pruebas del equipo de Quidditch de Ravenclaw y empezó a firmar con su nombre—. Simplemente tengo que subirme a una de esas escobas. ¿Cuáles crees que son mis posibilidades, James?

James le cogió la pluma a Zane, sacudiendo la cabeza con diversión.

—Todo es posible. Mi padre fue buscador del equipo de Gryffidor en su primer año. El buscador más joven de la historia del equipo. Él es en parte la razón por la que cambiaron las reglas. Antes los de primer año no podían estar en el equipo. Ahora está permitido, pero es realmente, realmente raro.

James escribió su nombre en la parte inferior de la hoja para el equipo de Quidditch de Gryffindor. Las pruebas, vio, eran después de clase al día siguiente.

—Ralph, ¿vas a firmar para los Slytherins? ¡Venga! ¡Todos tus amigos lo están haciendo! —Zane miró de reojo al chico más grande.

—No, nunca fui muy bueno en los deportes.

—¿Tú? —gritó Zane con ganas, tirando un brazo más bien con torpeza sobre el hombro de Ralph—. ¡Eres una pared de ladrillos! ¡Todo lo que tienes que hacer es aparcarte delante del aro y la defensa ya está reforzada! Todo lo que hace falta es encontrar una escoba que sostenga, tu gran lastre.

—¡Cállate! —dijo Ralph, desembarazándose del brazo de Zane, pero sonriendo y poniéndose rojo—. En realidad estaba pensando en apuntarme al equipo de debate. Tabitha cree que sería bueno en eso.

James parpadeó.

—¿Tabitha Corsica te ha pedido que entres en el equipo de debate de Slytherin?

—Para ser exactos —dijo Zane, estudiando detenidamente las hojas de inscripción del equipo de debate—. Los equipos de debate no están divididos por casas. Son sólo equipos aleatorios A y B. Mirad, gente de las diferentes Casas están en el mismo equipo. Incluso hay algunos invitados de Alma Alerons aquí.

—¿Por qué no te lanzas y firmas, Ralph? —preguntó James. Ralph obviamente quería.

—No sé. Puede que lo haga.

—Oh, mira, Petra esta en el equipo A —dijo Zane. Empezó a inscribir su nombre otra vez.

James frunció el ceño.

—¿Te estás uniendo al equipo de debate sólo porque Petra Morgansterne está en él?

—¿Se te ocurre una razón mejor?

—Ya lo sabes —dijo James, riendo—, que Petra está saliendo con Ted, ¿no?

—Mi padre dice que las chicas no saben cómo les gusta el helado hasta que han probado todos los sabores —dijo Zane sabiamente, dejando la pluma de vuelta en su funda.

Ralph arrugó la frente.

—¿Qué significa eso?

—Significa que Zane cree que puede hacer sudar a Ted en el apartado romántico —dijo James. Admiraba y le preocupaba a la vez la falta de inhibición de Zane.

—Significa —replicó Zane— que Petra no sabrá lo que quiere en un hombre hasta que haya tenido oportunidad de llegar a conocer a tantos como le sea posible. Sólo estoy pensando en lo mejor para ella.

Ralph estudió a Zane por un momento.

—Sabes que tienes once años, ¿no?

James se detuvo mientras Zane y Ralph empezaban a andar. Una foto en la vitrina de trofeos había llamado su atención. Se inclinó, ahuecando las manos alrededor de la cara para bloquear el resplandor del sol. La foto era en blanco y negro, en movimiento, como todas las fotos mágicas. Era su padre, más joven, más delgado, su pelo negro salvaje y revuelto sobre la famosa y característica cicatriz. Sonreía incómodamente a la cámara, sus ojos se movían como si estuviese evitando el contacto ocular con alguien o algo fuera del foco de la cámara. Junto a la foto enmarcada había un gran trofeo de metal y de una especie de cristal azul que brillaba con una luz cambiante y ondulada. James leyó la placa que había bajo el trofeo.

LA COPA DE LOS TRES MAGOS

CONJUNTAMENTE CONCEDIDA A HARRY POTTER Y CEDRIC DIGGORY,

ESTUDIANTES DE HOGWARTS DE LAS CASAS DE GRYFFIDOR Y HUFFLEPUFF, RESPECTIVAMENTE,

POR GANAR EL TORNEO DE LOS TRES MAGOS, QUE TUVO LUGAR EN ESTOS TERRENOS CON LA COOPERACIÓN DE REPRESENTANTES DE LA ACADEMIA DE DURMSTRANG Y LA ESCUELA DE BEAUXBATONS.

Había más, pero James no lo leyó. Conocía la historia. El nombre de Harry Potter había sido vilipendiado como competidor fraudulento, habiendo sido situado en la competición por un mago oscuro llamado Crouch. Esto había conducido a ambos, Harry y Diggory, a ser enviados vía Traslador a la guarida de Voldemort, lo que llevó al regreso corporal del malvado mago. No era de extrañar que su padre pareciese tan incómodo en la foto. Estaba por debajo de la edad legal para el torneo, y había sido el añadido cuarto concursante en una competición de tres magos. Había estado en una habitación llena de gente que sospechaba de él por fraude y magia oscura, en el mejor de los casos.

James miró a la imagen del otro lado de la copa, la de Diggory. Su sonrisa parecía genuina y cordial en comparación con la de su padre. James nunca había visto una foto de Diggory antes, y sin embargo le pareció familiar. Conocía la historia de Diggory, sabía que había muerto junto a su padre en el cementerio al que los habían enviado, asesinado por orden de Voldemort. Su padre pocas veces hablaba de esa noche, y James entendía por qué, o por lo menos creía que lo hacía.

Suspiró, y luego corrió para alcanzar a Zane y Ralph.

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Más tarde ese día, cuando James se detuvo en su habitación para intercambiar libros para su clase de Defensa contra las Artes Oscuras, encontró a Nobby esperándole, arañando el alféizar impacientemente. James asió el pergamino enroscado de la pierna de Nobby y lo leyó.

Querido James:

Tu padre y yo estamos encantados de oír que te estás adaptando bien, como sabíamos que harías. Tu tío Ron dice que enhorabuena por ser un Gryffindor, y todos nosotros coincidimos. No podemos esperar para escuchar como te ha ido el primer día de clases. También quiero que escuches esto de nosotros en primer lugar: han pedido a tu padre que vaya a Hogwarts para un encuentro sobre Seguridad Internacional y otros temas de «interés común» con los magos americanos. Yo me quedaré en casa con Albus y Lily, pero tu padre espera verte la próxima semana. Para cerciorarse de que comes algo más que pasteles y empanadas y para estar seguro de que lavas tus túnicas y a ti mismo por lo menos una vez a la semana (eso era broma. En realidad, no lo era).

Con cariño y besos,

Mamá

James dobló la nota y la metió en el libro que llevaba mientras corría hacia las escaleras. El conocimiento de que vería a su padre la próxima semana le había dejado con sentimientos entremezclados. Por supuesto que le emocionaba verlo y poder presentarlo a sus nuevos amigos. Aunque, tenía miedo de que la visita también hiciera que fuera mucho más difícil escapar a la sombra de su famoso padre. Se sintió fugazmente agradecido de que Zane y Ralph fuesen ambos nacidos muggles, y por lo tanto relativamente ignorantes de las hazañas de su legendario padre.

Cuando se unió a la multitud de estudiantes que entraban en la clase de Defensa contra las Artes Oscuras, James vio otra de las insignias en la túnica de un Slytherin. «Magos Progresistas Contra La Discriminación Mágica» decía. Sintió una especie de sensación de hundimiento sin rumbo, y entonces se fijó en el recorte de periódico clavado con tachuelas a la pared cerca de la puerta. «Harry Potter en la Cumbre de Unión Internacional Mágica» decía el titular. Debajo, un mecanografiado más pequeño decía: «El Jefe de Aurores se reunirá con los representantes de Estados Unidos durante la Ceremonia en Hogwarts. Prevalecerán las Cuestiones de Seguridad.» Sujeta al recorte de periódico, clavado de modo que ocultaba la foto de un sonriente Harry Potter adulto había otra de las insignias azules. «Cuestiona a los Vencedores», centelleaba.

—Vamos —urgió Ralph, uniéndose a James— llegaremos tarde.

Mientras navegaban por el aula llena y encontraban dos asientos cerca de la parte delantera, Ralph se inclinó hacia James.

—¿Era ese tu padre, el de la historia del recorte de periódico?

James había supuesto que Ralph no se había dado cuenta de ello. Miró a Ralph mientras se sentaban.

—Sí. Mi madre me acaba de escribir al respecto. Estará aquí a principios de la semana que viene. Un Gran Encuentro con los americanos, supongo.

Ralph no dijo nada, pero parecía incomodo.

—Ya lo sabías, ¿no? —susurró James cuando la clase se quedó en silencio.

—No —murmuró Ralph— al menos, no específicamente. Aunque mis compañeros de Casa han estado hablando de una especie de protesta todo el día. Parece que es sobre tu padre, supongo.

James miró fijamente a Ralph, con la boca ligeramente abierta. Así que eso era lo que tramaban Tabitha Corsica y sus Slytherins, tras todas esas sonrisas amistosas y habladurías. Las tácticas de Slytherin habían cambiado, pero no su propósito. James apretó los labios en una línea inflexible y se giró hacia delante mientras el profesor Franklyn se aproximaba al escritorio principal. El profesor Jackson caminaba junto a él, llevando su maletín de piel negro y hablando en voz baja.

—Saludos, estudiantes —dijo Franklyn secamente—. Sospecho que muchos de vosotros ya habéis conocido al profesor Jackson. Por favor perdonad el pequeño retraso.

Jackson miró por encima del hombro a los estudiantes sentados, con su cara de granito. El apodo de Zane para el hombre parece bastante apropiado, pensó James. Franklyn se giró hacia Jackson y habló con voz silenciosa. Jackson parecía descontento con lo que le estaba diciendo Franklyn. Colocó su maletín en el suelo junto a él, liberando su mano para hacer gestos.

James se fijó en la maleta. Sólo treinta centímetros o así de donde estaba sentado en la fila delantera. Jackson no había sido visto nunca sin la maleta, lo que habría sido corriente en casi todos los sentidos si no fuese por el hecho de que la vigilaba muy atentamente. James intentó no oír la conversación entre los dos profesores, que evidentemente pretendía ser un secreto. Por supuesto, eso lo hacía todo de lo más intrigante. Escuchó las palabras «oculto» y «Merlín». Luego, una tercera voz atravesó el aula.

—Profesor Jackson —dijo la voz, y aunque no era una voz fuerte, resonó con un aire de sencillo poder. James se dio la vuelta para ver quien había hablado. Madame Delacroix estaba de pie justo en el interior de la puerta de entrada al aula, su mirada ciega cerniéndose en alguna parte sobre las cabezas de todos—. Creí que quizás le gustaría saber que su clase le está esperando. Usted es siemre tan… —pareció buscar en el aire la palabra correcta—, riguroso, insistente en la puntualidad. —Su voz tenía una cadencia lenta que era en cierta forma francesa y americana sureña a la vez. Sonrió vagamente, luego se giró, con su bastón haciendo click en el suelo, y desapareció por el pasillo.

El rostro de Jackson se mostró incluso más duro de lo normal mientras miraba al ahora vacío umbral. Miró intencionadamente a Franklyn, y luego dejó caer la mirada, alargando la mano hacia su maleta. Se quedó congelado a medio camino, y James no pudo evitar mirar a los pies del profesor. El maletín de cuero negro al parecer había quedado un poco abierto cuando lo había dejado en el suelo. Los cierres de latón centelleaban. Nadie más parecía haberse dado cuenta excepto James y el profesor Jackson. Jackson reanudó el camino hasta la maleta, y lentamente, accionando los cierres la cerró con una gran mano nudosa. James sólo obtuvo una visión fugaz del interior de la maleta. Parecía estar llena de pliegues de alguna tela rica y oscura. Jackson se enderezó, recogiendo la maleta, y cuando lo hizo vio a James, su pétrea cara estaba sombría. James intentó apartar la mirada, pero era demasiado tarde. Jackson sabía que lo había visto, aunque no supiera lo que era.

Sin una palabra, Jackson avanzó a zancadas hacia el pasillo, moviéndose con esa determinación y modo de andar marcial que tanto le hacía parecer un viejo buque de guerra a toda vela, y luego giró por el pasillo sin mirar atrás.

—Gracias por vuestra paciencia —dijo Franklyn a la clase, ajustándose las gafas—. Bienvenidos a Defensa contra las Artes Oscuras. Ahora mismo, la mayoría de vosotros sabéis mi nombre, y muchos de vosotros, asumo, sabéis algo de mi historia. Sólo para quitar algunas preguntas obvias del camino: Sí, soy ese Benjamin Franklyn. No, en realidad no inventé la electricidad para los muggles, pero les di un pequeño empuje en la dirección correcta. Sí, era parte del Congreso del Continente Americano, aunque por razones obvias, no fui uno de los que firmó la Declaración de Independencia. Por aquel entonces utilizaba dos ortografías diferentes de mi nombre, sólo una de ellas era conocida para el mundo muggle, lo que me hacía más fácil saber que correspondencia debía abrir primero. Sí, me he dado cuenta de que mi cara adorna el billete americano de cien dólares. No, en contra del mito popular, no llevo hojas sin cortar de los de cien para recortar y firmar a los admiradores. Sí, soy en efecto bastante viejo, y sí, eso se logra a través de medios mágicos, aunque os aseguro que esos medios son mucho más mundanos y prosaicos de lo que muchos han asumido. Enfáticamente no, no soy inmortal. Soy un hombre muy, muy viejo que ha envejecido bastante bien con un poco de ayuda. ¿Cubre eso la mayor parte de las preguntas obvias? —finalizó Franklyn con una sonrisa socarrona, contemplando la clase extraordinariamente llena. Hubo un murmullo de asentimiento.

—Excelente. Adelante y arriba entonces. Y por favor —continuó Franklyn, abriendo un libro muy grande sobre su escritorio—. Vamos a evitar cualquiera tipo de bromas sobre «los Benjamins». No eran graciosas hace doscientos años y son incluso menos graciosas ahora, gracias.

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Cruzando los terrenos de camino a cenar en el Gran Comedor, James y Ralph pasaban junto a la cabaña de Hagrid cuando notaron la cinta de humo que salía de la chimenea. James rompió en una sonrisa, gritando a Ralph que le siguiera, y corrió a la puerta delantera.

—¡James! —bramó Hagrid, abriendo la puerta. Arrojó los brazos alrededor del chico, devorándolo completamente. Los ojos de Ralph se ensancharon y dio un paso hacia atrás, mirando a Hagrid de arriba a abajo—. Que bien tener a un Potter de vuelta en el colegio. ¿Cómo están tu madre y tu padre, y el pequeño Albus y Lily?

—Todos están bien, Hagrid. ¿Dónde has estado?

Hagrid salió, cerrando la puerta tras él. Le siguieron cruzando los terrenos hacia el castillo.

—Arriba en las montañas, con los gigantes, ahí es donde he estado. Grawp y yo, vamos todos los años, ¿no? Difundiendo buena voluntad e intentando mantenerlos honrados, valga eso lo que valga. Hemos estado más tiempo este año porque Grawpie se estaba buscando novia. ¿Quién es tu compañero de aquí, James?

James, momentáneamente distraído por la idea del hermanastro de Hagrid, que era un gigante completo, realizando rituales de apareamiento con una giganta de montaña, se había olvidado completamente de Ralph.

—¡Oh! Este es mi amigo Ralph Deedle. Esta en primero, como yo. Hagrid, ¿estás diciendo que Grawp está enamorado?

Hagrid se puso vagamente lloroso.

—Ahh, es encantador ver al pequeño y su amiguita juntos. Vaya, ambos son tan felices como un par de hipogrifos en un gallinero. Los cortejos de gigantes son cosas muy delicadas, ya sabéis.

Ralph estaba teniendo alguna dificultad para seguir la conversación.

—Grawp, tu hermano, ¿es un gigante?

—Bien, claro —retumbó Hagrid felizmente—. Pero uno pequeño. Cinco metros más o menos. Deberíais ver a su amiga. Es de la tribu Crest-Dweller, si bien tiene siete metros de altura. No es mi tipo de chica, por supuesto, pero Grawpie está noqueado por ella. No es de extrañar, en realidad, ya que el primer paso en cualquier cortejo de gigantes es golpear al compañero en la cabeza con un trozo grande de tronco de árbol. Ella dejó al pequeño tipo bien fuera de juego para la mayor parte del día. Después de eso, ha estado con los ojos tan saltones como un cachorro.

James tenía miedo de preguntar, y sospechaba que ya sabía la respuesta.

—¿Ha traído Grawp a su novia de vuelta a casa con él?

Hagrid pareció sorprendido.

—Bueno, claro que la ha traído. Esta es su casa ahora, ¿no? Hará de ella una buena esposa, una vez hayan terminado con el cortejo. La dama se ha hecho una agradable y pequeña casucha en las colinas detrás del bosque. Grawp está ahora allí, ayudándola a instalarse, supongo.

James intentó imaginar a Grawp ayudando a «instalarse» a una giganta de siete metros, pero su agotada imaginación se apagó. Sacudió la cabeza, intentando aclararla.

—He oído que tu padre viene a una reunión la próxima semana, James —dijo Hagrid mientras entraban a la sombra de las puertas principales—. Un encuentro de mentes con los asquerosos cabeza huecas del otro lado del charco, ¿eh?

James quedó asombrado por la terminología de Hagrid.

—Podría decirse así.

—Ahh, será agradable tener a tu padre de nuevo para el té, igual que en los viejos tiempos. Sólo que sin todo el secreto y la aventura. ¿Te he hablado de la vez en que tu padre, Ron y Hermione ayudaron a escapar a Norberto?

—Sólo unos cientos de veces, Hagrid —rió James, tirando para abrir la puerta del Gran Comedor—. Pero no te preocupes, cambia un poco cada vez que la oigo.

Más tarde, cuando la cena estaba casi terminada, James se aproximó a Hagrid donde creyó que podrían tener una conversación más privada.

—Hagrid, ¿te puedo hacer una especie de pregunta oficial?

—Claro que puedes. No puedo garantizarte que sepa la respuesta, pero haré todo lo que esté en mi mano.

James miró alrededor y vio a Ralph sentado en la mesa de Slytherin al margen del grupo de Tabitha Corsica. Ella estaba hablando seriamente, su bonita cara encendida a la luz de las velas y la luz profunda del techo oscuro.

—¿Alguna vez a la gente se la ha, no sé, seleccionado mal? ¿Es posible que el Sombrero pueda cometer un fallo y poner a alguien en la Casa equivocada?

Hagrid se sentó pesadamente en un banco cercano, haciéndolo gemir considerablemente.

—Bueno, no puedo decir que alguna vez haya oído que ocurriera —dijo—. A algunas personas puede que no les guste donde han sido colocados, pero eso no significa que no sea un buen sitio. Puede significar simplemente que no están contentos con lo que son en realidad. ¿Que te preocupa, James?

—Oh, no estoy pensando en mí —dijo James apresuradamente, apartando los ojos de Ralph para no implicarle— es sólo, una especie de, ya sabes, pregunta general. Sólo me lo estaba preguntando.

Hagrid sonrió ladeadamente y palmeó a James en la espalda, haciéndole tropezar medio paso.

—Eres igual que tu padre. Siempre atento a otras personas cuando deberías estar vigilando tus propios pasos. ¡Te meterás en líos si no te andas con cuidado, justo como le pasó a él! —rió entre dientes, profiriendo un sonido como de rocas sueltas en un río rápido. El pensamiento pareció traer a Hagrid cierta cantidad de delicioso placer—. No, el Sombrero Seleccionador sabe lo que hace, supongo. Todo saldrá bien. Espera y verás.

Pero cuando James volvía a su mesa, cruzando la mirada con Ralph por un momento al pasar junto a los Slytherins, lo cuestionó.