2. Llegada de los Alma Aleron

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Para cuando James se hubo vestido y bajado al Gran Comedor para desayunar eran casi las diez. Menos de una docena de estudiantes podían verse moviéndose desconsoladamente entre los restos del temprano apresuramiento de la mañana. En la esquina más alejada de la mesa Slytherin, Zane se sentaba encorvado y guiñando los ojos bajo un rayo de luz solar. Ante él estaba Ralph, que vio entrar a James y le saludó con la mano.

Mientras James atravesaba el Comedor, cuatro o cinco elfos domésticos, cada uno vistiendo grandes servilletas de lino bordadas con el emblema de Hogwarts, rodearon las mesas, siguiendo lo que en un principio parecían caminos al azar. Ocasionalmente, uno de ellos se agachaba bajo la superficie de una mesa, y reaparecía momentos después, lanzando casualmente un tenedor vagabundo o media galleta al desorden que había sobre la mesa. Cuando James pasó junto a uno de los elfos este se enderezó, alzando sus brazos flacuchos, y después bajándolos velozmente. El contenido de la mesa que había ante él giró como atrapado por un ciclón en miniatura. Con un gran estrépito de platos y platería, las esquinas del mantel salieron disparadas hacia arriba y se retorcieron alrededor de la pila de restos del desayuno, creando un enorme saco rechinante que flotó sobre la mesa de madera pulida. El elfo doméstico saltó del suelo al banco, luego a lo alto de la mesa y después girando en medio del aire, aterrizó ágilmente en lo alto del saco. Asió la parte superior retorcida, utilizando el nudo como si fuera un juego de riendas, y girándolo lo condujo bamboleante hacia las gigantescas puertas de servicio en el costado del Comedor. James se agachó cuando el saco pasó sobre su cabeza.

—Phew —masculló Zane mientras James se dejaba caer junto a él y se extendía hacia el último trozo de tostada—. Estos pequeños camareros vuestros son un poco raritos, pero saben cómo hacer una buena taza de café.

—No son camareros, son elfos domésticos. Leí sobre ellos ayer —dijo Ralph, masticando alegremente media salchicha. La otra mitad estaba pinchada en el extremo de un tenedor que utilizó como puntero para señalar a los elfos—. Trabajan abajo. Son como los elfos de esos cuentos de críos. Los que vienen por la noche y hacen todo el trabajo para el zapatero.

—¿El qué? —preguntó Zane por encima de su taza de café.

—El tipo que hace zapatos. Los tiene todos a medio terminar y esparcidos por ahí y no puede más de tanto trabajo. Conoces esa historia, ¿verdad? Así que se queda dormido y en medio de la noche todos esos pequeños duendes aparecen y sacan sus martillos y arreglan todos los zapatos por él. Se levanta y ¡Wow!, todo está genial. —Ralph mordió el resto de la salchicha de su tenedor y la masticó ruidosamente, mirando alrededor—. Sin embargo, nunca me los imaginé llevando puestas servilletas.

—Eh, chico alienígena, ya veo que tu cara ha vuelto a la normalidad —dijo Zane, examinando a James críticamente.

—Podríamos decir que sí, supongo —replicó James.

—¿Dolió cuándo Sabrina te cambio?

—No —dijo James—. Se sintió raro. Realmente raro. Pero no dolió. Simplemente volví a la normalidad a lo largo de la noche.

—Debe de ser una artista. Te veías genial. Pies palmeados y todo.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Ralph, mirando de uno a otro.

Le hablaron de la noche anterior, de alzar el Wocket y del granjero que se había desmayado cuando James, el pequeño extraterrestre, se había tambaleado y caído sobre él.

—Yo estaba escondido en la esquina del patio, cerca del cobertizo, y me provoqué una hernia intentando no reírme cuando caíste sobre él. ¡El Ataque de los Marcianos Torpes! —Se disolvió en risas y después de un momento, James se unió a él.

—¿De dónde sacaron la nave? —preguntó Ralph, dejando pasar la broma.

—Es solo un montón de alambre y papel maché —dijo Zane, apurando lo que quedaba de su café y golpeando la taza contra la mesa. Alzó el brazo y chasqueó los dedos dos veces—. Sabrina y Horace la hicieron el año pasado como parte del desfile de Navidad en Hogsmeade. Solía ser un caldero gigante. Ahora, con la ayuda de un poco de pintura y algo que Jennifer llama un encantamiento visum-ineptio, es el R.M.S. Wocket.

Un elfo doméstico muy pequeño se aproximó a Zane, frunciendo el ceño.

—¿Ha, er, chasqueado usted, joven amo? —La voz del elfo era irritantemente profunda, a pesar de su tamaño.

—Aquí tienes, colega —dijo Zane, ofreciendo al elfo la taza de café vacía—. Estupendo trabajo. Sigue así. Esto es para ti.

El elfo bajó la mirada al trozo de papel que Zane le estaba ofreciendo. Alzó los ojos otra vez.

—Gracias, joven amo. ¿Necesita, er, algo más?

Zane agitó la mano indiferente.

—No, gracias. Vete un rato a dormir o algo. Pareces cansado.

El elfo miró a Ralph, después a James, que se encogió de hombros e intentó sonreír. Poniendo los ojos en blanco apenas perceptiblemente, el elfo se metió el billete de cinco dólares en el interior de su servilleta y desapareció bajo la mesa. Zane parecía pensativo.

—Podría acostumbrarme a esto.

—No creo que se suponga que tengas que dar propina a los elfos domésticos —dijo Ralph inseguro.

—No veo porque no —dijo Zane frívolamente, estirándose—. Mi padre da propinas a todo el mundo cuando está de viaje. Dice que es parte de la economía local. Y fomenta un buen servicio.

—Y no puedes decir a un elfo doméstico que se vaya a dormir sin más —dijo James, comprendiendo repentinamente lo que acababa de ocurrir.

—¿Por qué demonios no?

—¡Porque eso es exactamente lo que hará! —dijo James con exasperación. Estaba pensando en el elfo doméstico de la familia Potter, un pequeño y triste elfo cuyo mal humor solo era sobrepasado por su absoluta determinación a hacer exactamente lo que se le pedía. No es que a James no le gustara Kreacher. Era solo que tenías que saber precisamente como pedirle las cosas—. Los elfos tienen que hacer lo que les dicen sus amos. Esa es simplemente la clase de seres que son. Probablemente ese esté ahora mismo volviendo a su alacena, o estante, o a donde sea que duerma e intentando pensar en cómo va a dormirse a media mañana. —James sacudió la cabeza, y entonces le vio la gracia. Intentó no sonreír, lo que solo empeoró la situación. Zane lo vio y lo señaló.

—¡Ja, ja! ¡Tú también lo encuentras divertido! —rió con satisfacción.

—No puedo imaginarme que tengan que hacer todo lo que nosotros les pidamos —dijo Ralph, frunciendo la frente—. Solo somos estudiantes. No los dueños del lugar ni nada. Somos de primero.

—¿Recuerdas el nombre del hechizo que Sabrina utilizó para hacer que el Wocket pareciera un Cohete? —preguntó James, girándose impresionado hacia Zane.

Visum-ineptio —dijo Zane, evaluando el sonido del mismo—. Significa algo así como «engaña al ojo». Si sabes un poco de latín, puedes darle algo de sentido. Horace dice que solo ayuda a que la gente vea lo que creen que van a ver.

James frunció el ceño.

—¿Entonces el granjero al ver ese rayo de luz llegando del cielo a la granja, esperaba ver una nave alienígena?

—Seguro. Todo el mundo sabe que un rayo de luz, de noche, en medio de ninguna parte significa que los pequeños hombrecillos verdes están llegando.

—Eres un tipo extraño, Zane —dijo Ralph, no como un cumplido.

En ese momento, James sintió a alguien de pie tras él. Los tres se giraron, levantando la mirada. Era la chica Slytherin de la noche anterior, la que había dirigido el aplauso a James antes de su selección. Le estaba mirando con una expresión complacida y vagamente indulgente. Estaba flanqueada por otros dos Slytherin, un chico con rasgos apuestos y bastante afilados cuya sonrisa mostraba una carga horrible de dientes, y otra chica, que no estaba sonriendo. El calor arrobó las mejillas de James cuando recordó que estaba sentado en la mesa Slytherin. Antes de poder pensarlo, se levantó torpemente, con un trozo de tostada todavía pegado a la boca.

—¡No, no! —dijo la chica guapa, alzando la mano hacia él, con la palma hacia afuera, deteniéndole al instante casi como si hubiera utilizado magia—. No te levantes. Me alegro de ver que te sientes lo bastante cómodo como para sentarte a la mesa Slytherin con nosotros. Los tiempos son bastante distintos a los de tu padre. Pero estoy asumiendo demasiado. ¿Señor Deedle, sería tan amable de presentarme a su amigo?

Ralph tosió, aclarándose la garganta con embarazo.

—Uh, este es mi amigo James Potter. Y él es Zane. Olvidé su apellido. Lo siento. —Dijo esto último a Zane que se encogió de hombros, sonrió a Ralph, después saltó sobre sus pies y se estiró sobre la mesa para estrechar la mano de la chica Slytherin.

—Walker. Zane Walker. Es un indiscutible y sincero placer conocerla, ¿Señorita…?

La sonrisa de la chica se amplió un poquito más e inclinó la cabeza, todavía mirando a Ralph.

—¡Oh! —dijo Ralph, saltando un poco—. Sí. Es, hmm, Tabitha Corsica. Es prefecta de la Casa Slytherin, de sexto, creo. Capitana del equipo de Quidditch. Y del equipo de debate. Y, hmm… tiene una escoba realmente guay. —Habiendo agotado todo lo que se le ocurría decir sobre ella, Ralph se derrumbó exhausto.

Tabitha finalmente aceptó la mano de Zane, sujetándola ligeramente antes de soltarla.

—Me alegro de que nos hayan presentado oficialmente. Señor Potter, ¿o puedo llamarte James? —dijo, girándose hacia él. Su voz era como campanas de plata y terciopelo, más baja que la del propio James, pero bastante hermosa. James comprendió que le estaba haciendo una pregunta, se sacudió a sí mismo y respondió.

—Sí. Claro. James.

—Y me encantaría que me llamaras Tabitha —dijo ella, sonriendo como si este gesto de familiaridad la complaciera inmensamente—. Solo quería decir, en nombre de toda la Casa Slytherin, que nos alegramos de que estés entre nosotros, y esperamos sinceramente que cualquier… —levantó los ojos, considerándolo— prejuicio se quede en el pasado, donde debe estar. —Giró a derecha e izquierda, abarcando a los dos Slytherin que la acompañaban—. Todos nosotros no sentimos más que el mayor de los respetos y sí, aprecio, por ti y por tu padre. ¿Podemos, supongo, esperar ser todos amigos?

El chico a la derecha de Tabitha continuaba sonriendo a James. La chica de la izquierda estudiaba un punto de la mesa en algún lugar entre ellos, con cara inexpresiva.

—C… Claro. Amigos. Por supuesto —tartamudeó James. El silencio del resto del comedor parecía algo enorme. Se tragaba su voz, haciéndola minúscula.

La sonrisa de Tabitha se caldeó incluso más. Sus ojos verdes chispearon.

—Me alegra que estés de acuerdo. Y ahora te dejaremos terminar tu, er, desayuno. ¿Tom? ¿Philia?

Los tres giraron en el lugar y se alejaron pasillo abajo.

—¿Con qué acabas de mostrarte de acuerdo? —preguntó Ralph mientras se levantaban y seguían a los Slytherin a cautelosa distancia.

—Creo que aquí James acaba de hacer o una amiga guapísima o una enemiga encarnizada —dijo Zane, observando el balanceo de la túnica de Tabitha mientras esta doblaba la esquina—. No puedo decir con seguridad por cual me decanto.

James estaba pensando con fuerza. Las cosas ciertamente habían cambiado mucho desde los días de mamá y papá. Aunque en realidad no podía decir si habían cambiado, a decir verdad, a mejor.

Los tres pasaron el resto de la mañana explorando los terrenos de la escuela. Visitaron el campo de Quidditch, que a Zane y James les pareció notablemente diferente a la brillante luz del sol de lo que había sido en la oscuridad. La boca de Zane se abrió de par en par cuando vio a un grupo de estudiantes mayores jugando un tres contra tres. Los jugadores volaban entrando y saliendo de la formación, apenas separándose unos de otros, gritando jugadas y ocasionalmente juramentos.

—¡Brutal! —proclamó felizmente Zane cuando uno de los jugadores golpeó contundentemente una bludger hacia la cabeza de un jugador contrario, casi tirándole de su escoba—. Y yo que creía haberlo visto todo habiendo estado en un partido de rugby.

Pasaron junto a la cabaña de Hagrid, que parecía vacía y oscura, sin humo en la chimenea y con la puerta firmemente cerrada. Poco después, se encontraron con Ted Lupin y Noah Metzker, que les condujeron al borde del Bosque Prohibido. Un gigantesco sauce de aspecto antiguo dominaba el límite del claro. Ted extendió los brazos, deteniendo a Ralph que se acercaba a él.

—Suficientemente cerca, compañero —dijo—. Observad esto.

Ted abrió la boca de una enorme bolsa de lavandería que había estado arrastrando tras él. Sacó de ella un objeto con apenas la forma de un animal de cuatro patas con alas y pico. Estaba cubierto de trozos de papel cuyos colores cambiaban y nadaban con la pequeña brisa.

—¡No! ¡Es una piñata! —exclamó Zane—. Con forma de un… un… ¡No me lo digas! ¡Un… sphinxoraptor!

—Es un hipogrifo —dijo James, riendo.

—Me gusta más su nombre —dijo Ralph.

—¡A mí también! —añadió Noah.

—¡Silencio! —dijo Ted, alzando la mano. Levantó la piraña con la otra mano, la sopesó, y después la tiró tan fuerte como pudo hacia la cortina de ramas que colgaban del sauce. Se desvaneció entre el denso follaje. Y por un momento nada más ocurrió. Entonces se produjo un susurro entre las ramas con aspecto de látigos. Se contorsionaron, como si algo grande se estuviera moviendo bajo ellas. De repente, el árbol explotó en un violento remolino de movimiento. Sus ramas flameaban salvajemente, abofeteando, gimiendo y rechinando. El ruido que hacía era como el de una tormenta muy localizada. Después de unos pocos segundos la piñata estaba atrapada visiblemente entre las ramas. El árbol la abrazaba con una docena de retorcidos y furiosos látigos, y entonces todas las ramas empujaron a la vez. Fue como si la piñata hubiera caído en una batidora. Trizas de papel multicolor y caramelo mágico explotaron cuando el encantamiento basilisco del centro de la piñata se activó. Confeti y caramelo salpicaron el árbol y el claro circundante. El árbol se sacudió, aparentemente molesto ante el colorido desastre en sus ramas, después pareció rendirse. Se reacomodó en su posición original.

Ted y Noah rieron estrepitosamente.

—¡Contemplad la muerte del Sphinxoraptor! —proclamó Noah.

James había oído hablar del Sauce Boxeador, pero aún así le impresionó a la vez su violencia y la despreocupación de los otros dos Gryffindors al respecto. Zane y Ralph simplemente observaban asombrados, con las bocas abiertas. Sin mirar, Ralph se sacó una judía de sabores del cabello y se la metió en la boca. Masticó dubitativamente un momento, y después miró a James.

—¡Sabe a taco! ¡Genial!

James se separó del grupo poco después y subió las escaleras hacia el rellano fuera de la sala común Gryffindor.

—Contraseña —cantó la Dama Gorda cuando se aproximó.

—Genisolaris —replicó, esperando que no la hubieran cambiado ya.

—Proceda —fue la jadeante respuesta, mientras se abría.

La sala común estaba vacía; el fuego, apagado. James ascendió al dormitorio y se dirigió a su cama. Ya sentía una cálida sensación de pertenencia en esta habitación, incluso con su indudable vacío somnoliento. Las camas ya habían sido pulcramente hechas. Nobby, la enorme lechuza parda de James, estaba durmiendo en su jaula con la cabeza metida bajo el ala. James se dejó caer sobre la cama, sacó un trozo de pergamino y una pluma, y empezó a escribir, cuidando de no derramar tinta sobre las mantas.

Queridos Papá y Mamá:

Llegué anoche sin problemas. Ya he conocido a algunos amigos geniales. Ralph resultó ser un Slytherin, lo cual nunca habría supuesto. Zane es un Ravenclaw, y está tan loco como el tío George. Los dos son nacidos muggles, así que estoy aprendiendo un montón aunque las clases no hayan empezado aún. Con su ayuda, Estudios Muggles estará chupado. Ted nos mostró el Sauce Boxeador, pero no nos acercamos mucho, mamá. Hay algunos profesores nuevos aquí. Vi a Neville ayer, pero no tuve oportunidad de entregarle vuestros saludos. Oh, y una delegación de magos americanos llega hoy. Debería ser interesante ya que Zane es de Estados Unidos también. Es una larga historia. Después os cuento más.

Vuestro hijo, James.

Posdata: ¡Soy un Gryffindor!

James sonrió orgullosamente mientras doblaba y sellaba la carta. Se había debatido acerca de la mejor forma de anunciar su Casa a mamá y papá (y a todos los demás, ya que todos estarían esperando a saberlo por sus padres), y había decidido que decirlo directamente sería lo mejor. Cualquier otra cosa habría parecido demasiado casual o innecesariamente grandilocuente.

—Eh, Nobby —murmuró. El pájaro alzó un poco la cabeza, revelando un gran ojo naranja—. Tengo un mensaje para que entregues. ¿Qué tal un vuelo a casa, hmm?

Nobby se estiró, erizó las plumas tanto que pareció del doble de su tamaño por un momento, y después estiró una pata. James abrió la jaula de Nobby y ató la carta. La lechuza se movió cuidadosamente hacia la ventana, desplegó las alas, se encorvó, y se lanzó rápidamente al brillante cielo más allá de la ventana. James, sintiéndose casi absurdamente feliz, observó hasta que Nobby fue una mota entre el distante azul de las montañas. Silbando, se dio la vuelta y corrió ruidosamente escaleras abajo.

Almorzó en la mesa Gryffindor en el Gran Comedor y después se encontró con Zane, Ralph y el resto de la escuela que empezaban a reunirse en el patio principal. Una pequeña orquesta estudiantil se había reunido para tocar el himno nacional americano a la llegada de la delegación de Estados Unidos. La cacofonía mientras afinaban sus instrumentos era ensordecedora. Zane comentó con convicción que era la primera vez que oía Barras y Estrellas tocada con gaitas y acordeón. Los estudiantes se arremolinaban y congregaban, llenando el patio. Finalmente, el Profesor Longbotton y otro profesor al que James aún no conocía empezaron a moverse entre la multitud, presionando a los estudiantes para que se colocaran ordenadamente a lo largo de las paredes.

James, Zane y Ralph se encontraron colocados cerca de las verjas frontales, esperando la llegada de los americanos con creciente expectación. James recordaba las historias de sus padres sobre la llegada de las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang cuando el Torneo de los Tres Magos se había celebrado en Hogwarts: los gigantescos caballos y el carruaje volador de unos y el misterioso galeón submarino de los otros. No pudo evitar preguntarse como escogerían llegar los americanos.

La multitud reunida observaba y esperaba, con voces susurrantes. La orquesta estudiantil estaba de pie en una pequeña tribuna, con los instrumentos listos, parpadeando a la luz de la tarde nublada. La directora McGonagall y el resto del personal docente observaba el cielo, colocados a lo largo del pórtico que conducía al vestíbulo principal.

Finalmente, alguien señaló y las voces se alzaron. Todos los ojos giraron, afinando la vista. James entrecerró la mirada hacia la neblina dorada sobre los distantes picos de las montañas. Un punto resuelto se hacía más grande a medida que se aproximaba. Mientras observaba, dos más se hicieron visibles, siguiendo de cerca al primero. Los sonidos fueron a la deriva por el patio, aparentemente provenientes de los objetos que se aproximaban. James miró a Zane, que se encogió de hombros, obviamente confundido. El sonido era bajo, un rugido ahogado, haciéndose mucho más alto. Los objetos debían estar moviéndose a gran velocidad porque ya estaban descendiendo rápidamente, tomando forma mientras se aproximaban al patio. El sonido se volvió más bajo, vibrando, como el zumbido de un gigantesco insecto alado. James observó como los objetos se detenían, bajando para encontrarse con sus sombras sobre el césped del patio.

—¡Genial! —gritó Zane sobre el ruido—. ¡Son coches!

James había oído hablar del Ford Anglia encantado de su abuelo Weasley, que había sido conducido una vez por su padre y su tío Ron hasta Hogwarts, donde se había refugiado en el Bosque Prohibido y nunca se lo había vuelto a ver. Estos no se le parecían en absoluto. Una diferencia era que, al contrario de las fotos del Anglia que James había visto, estos coches estaban relucientes e inmaculados, los cromados lanzaban destellos a la luz del sol por todo el patio. La otra diferencia, que produjo un sustancioso suspiro de apreciación de la multitud de Hogwarts, eran las alas que se desplegaban a mitad de cada vehículo. Eran exactamente como alas de insectos gigantes, zumbando ruidosamente, captando la luz del sol en borrosos abanicos del color del arco iris.

—¡Es un Dodge Hornet! —gritó Zane, señalando al primero de ellos mientras aterrizaba. Las ruedas delanteras tocaron tierra primero y rodaron ligeramente hacia adelante mientras el resto del coche se posaba tras ellas. Tenía dos puertas, y era de un amarillo feroz, con largas alas de avispa. El segundo, según Zane, que parecía ser un experto en el tema, era un Stutz Dragonfly. Era color verde botella, bajo y alargado, con guardabarros sobresalientes y adornos cromados saliendo de la capota terminada en filo. Sus alas eran también largas y afiladas, provocando un profundo y palpitante zumbido que James podía sentir en el pecho. Finalmente, el último aterrizó, y James no necesitó que Zane lo identificara. Incluso él sabía lo que era un Escarabajo Volkswagen. Su cuerpo bulboso se meció hacia atrás y adelante mientras el llamativo coche rojo descendía, sus alas achaparradas tamborileaban bajo dos duras alas exteriores que se desplegaban en la parte de atrás del coche igual que las de un auténtico escarabajo. Se posó sobre sus ruedas como si fueran un tren de aterrizaje, y las alas dejaron de zumbar, se plegaron delicadamente, y desaparecieron bajo las duras alas exteriores, que se cerraron sobre ellas.

Los hogwartianos irrumpieron en un enorme y excitado saludo en el mismo momento en que la orquesta comenzaba a tocar el himno. Detrás de James, la voz de una chica se mofó por encima del ruido.

—Americanos y sus máquinas.

Zane se giró hacia ella.

—Ese último es alemán. Habría pensado que sabrías eso. —Sonrió hacia ella, después se giró, disfrutando del aplauso.

Mientras la banda de Hogwarts se abría paso a través del himno, las puertas de los coches se abrieron y la delegación americana comenzó a emerger. Tres magos adultos idénticamente vestidos aparecieron primero, uno saliendo de cada coche. Vestían capas oscuras de un gris verdoso hasta el muslo, chalecos negros sobre camisas blancas de cuello alto, y pantalones grises sueltos que se acumulaban justo sobre los calcetines blancos y los brillantes zapatos negros. Se quedaron de pie medio minuto, parpadeando y frunciendo el ceño, como examinando al gentío. Aparentemente satisfechos con el nivel de seguridad del patio, los hombres se apartaron de las puertas abiertas de cada vehículo y asumieron una posición en guardia. James podía ver un poco por la puerta abierta del coche más cercano, el escarabajo, y no se sorprendió ante al interior desproporcionadamente grande y suntuoso. Se movían unas figuras dentro, y entonces la vista quedó bloqueada cuando empezaron a salir del coche.

El número de figuras que emergió de los coches sorprendió incluso a James, que había acampado en tiendas mágicas en muchas ocasiones y sabía lo flexible que el espacio mágico podía ser. Mozos de equipajes con capas color borgoña se acercaron a los portaequipajes de cada vehículo, sacando pequeños carritos y descargando innumerables baúles y maletas en ellos, formando tambaleantes e inestables pilas. Jóvenes brujas y magos con túnicas sorprendentemente informales, algunos incluso con vaqueros y gafas de sol, empezaron a llenar el centro del patio. Brujas y magos adultos con aspecto oficial los siguieron, sus capas de un ligero gris y túnicas color carbón los identificaban como miembros del Departamento Americano de Administración Mágica. Gravitaron, sonriendo, con las manos extendidas, hacia el pórtico, donde la directora McGonagall y los profesores estaban descendiendo para encontrarse con ellos.

Los últimos en emerger de los coches fueron también adultos, aunque la variedad de vestimenta y edad implicaba que ni eran oficiales del departamento ni estudiantes. James supuso que eran los profesores de Alma Aleron, la escuela americana de hechicería. Parecía haber uno por coche. El más cercano, que salía del escarabajo, era tan gordo como un barril, con largo cabello gris dividido para enmarcar una cara agradable y cuadrada. Llevaba unas diminutas gafas cuadradas y sonreía con un aire de vaga y arrogante benevolencia hacia los hogwartianos. Algo en él disparó las alarmas en el recuerdo de James, pero no pudo ubicarle del todo. James se giró, buscando al segundo profesor, y le encontró emergiendo del Stutz Dragonfly. Era muy alto, de cabello blanco, con una cara larga y gris, seria y severa. Examinó a la multitud, sus pobladas cejas negras trabajando sobre la tabla de su frente como un par de orugas. Un mozo apareció cerca de él y le ofreció un maletín negro de piel. Sin mirar, el profesor agarró el asa de la maleta con una gran mano nudosa y avanzó, aproximándose al pórtico como un barco a toda vela.

—Convierto en mi resolución de Año Nuevo evitar cualquier clase con ese tipo —dijo Zane gravemente.

Ralph y James asintieron.

James divisó al tercer profesor del Alma Aleron justo cuando salía lenta e imperiosamente del Dodge Hornet. Se alzó en toda su altura, giró la cabeza lentamente, como si examinara a cada cara de la multitud. James jadeó, y sin pensar, se agachó detrás de la fornida figura de Ralph mientras la profesora recorría la multitud. Cuidadosamente, James espió sobre el hombro de Ralph.

—¿Qué haces? —preguntó Ralph, esforzándose para ver a James por el rabillo del ojo.

James se asomó sobre el hombro de Ralph. La mujer no le estaba mirando en absoluto.

No parecía estar mirando nada, precisamente, a pesar de la expresión escrutadora de su cara.

—Esa mujer alta de ahí. La del chal en la cabeza. ¡La vi la otra noche en el lago!

Zane se puso de puntillas.

—¿La que parece una momia gitana?

—Sí —dijo James, sintiéndose de repente estúpido. La mujer del chal parecía mucho mayor de lo que la recordaba. Sus ojos eran de un gris embotado, su cara oscura, huesuda y marcada. Un mozo le ofreció un largo bastón de madera y ella lo aceptó con un asentimiento. Empezó a abrirse paso entre la multitud del patio lentamente, golpeando con el bastón hacia adelante, como tanteando el camino.

—A mí me parece que está tan ciega como el proverbial murciélago —dijo Zane dudosamente—. Quizás fue un caimán lo que viste en el lago en vez de a ella. Sería un error comprensible.

—¿Tíos, sabéis quién es ese otro profesor? —interrumpió de repente Ralph con voz baja y respetuosa, señalando al hombre rechoncho de las gafas cuadradas—. ¡Es…! ¡Es…! ¡Es el de cinco… no! ¡Espera el de cincuenta…! —balbuceó.

Zane miró hacia el pórtico frunciendo el ceño.

—¿El tipo pequeño con las gafas a lo John Lennon y ese pequeño y raro cuello andrajoso?

—¡Sí! —jadeó Ralph excitadamente, señalando a Zane como si intentara sacar el nombre del hombre de su cabeza—. ¡Ese… oh, como se llama! ¡Es dinero!

—Me sorprende que digas algo así, Ralph —dijo Zane, golpeándole la espalda.

Justo entonces, la directora McGonagall se tocó la garganta con la varita y habló, magnificando su voz de forma que resonara a través del patio.

—Estudiantes, profesores y personal de Hogwarts, por favor únanse a mí dando la bienvenida a los representantes de Alma Aleron y el Departamento de Administración Mágica de los Estados Unidos.

Otra ráfaga de aplauso maquinal llenó el patio. Algunos de los estudiantes de la orquesta, tomando el anuncio como una señal, comenzaron a tocar de nuevo el himno americano. Tres o cuatro músicos más se les unieron apresuradamente, intentando coger el ritmo, antes de ser silenciados por las frenéticas señas del profesor Flitwick.

—Estimados invitados de Hogwarts —continuó la directora, asintiendo hacia la multitud de recién llegados—. Gracias por unirse a nosotros. Todos ansiamos un año de aprendizaje mutuo e intercambio cultural con tan firmes y leales aliados como son nuestros amigos de Estados Unidos. Y ahora, representantes de Alma Aleron, si fueran tan amables de adelantarse para que pueda presentarlos a sus nuevos pupilos.

James asumió que el profesor alto de los rasgos severos sería el líder, pero no era así. El mago rechoncho de las gafas cuadradas se aproximó al pórtico y se inclinó galantemente ante la directora. Se giró y se dirigió a la multitud sin utilizar su varita, su clara voz de tenor llevada expertamente, como si hablar en público fuera algo a lo que estaba bastante acostumbrado.

—Estudiantes de Hogwarts, profesores y amigos, gracias por tan cálida bienvenida. No esperábamos menos, aunque os aseguro que no necesitábamos nada tan grandioso. —Sonrió y guiñó un ojo a la multitud—. Nos sentimos emocionados por la idea de ser parte de su educación este año, y déjenme asegurarles que el aprendizaje será indudablemente en ambos sentidos. Podría, en este punto, quedarme aquí de pie al sol y regalarles interminables e impresionantes anécdotas sobre todas las diferencias y similitudes entre los mundos mágicos europeo y americano y prometo que tal diatriba sería, por supuesto, interminablemente interesante… —De nuevo la sonrisa y la sensación de una broma mutua y privada—. Pero como puedo ver que mi propia delegación de estudiantes está ansiosa por librarse tan rápidamente como sea posible de nuestra supervisión, solo me queda asumir que lo mismo se aplica a nuestros nuevos amigos de Hogwarts. Así que simplemente proporcionaré las presentaciones necesarias para que sepáis quién enseñará qué, y después os liberaré a todos para que atendáis vuestros diversos asuntos.

—Ya me gusta este tío —oyó James que decía Ted en algún lugar tras él.

—Sin ningún orden en particular —gritó el mago regordete—. Déjenme presentarles al señor Theodore Hirshall Jackson, profesor de Tecnomancia y Magia Aplicada. También es un general de tres estrellas de la Milicia Libre de Salem-Dirgus, así que os aconsejo a todos que le llaméis «señor» tantas veces como sea posible cuando os dirijáis a él.

La cara del Profesor Jackson estaba tan impasible como el granito, como si hiciera mucho tiempo que se hubiera insensibilizado ante las bromas de su colega. Se inclinó ligera y grácilmente, su barbilla alzada y sus ojos oscuros gravitando hacia algún lugar sobre la multitud.

—Junto a él —continuó el profesor, gesticulando expansivamente con un brazo—. La profesora de Adivinación, Encantamientos Avanzados y Parapsicología Remota, Desdemona Delacroix. También hace un delicioso gumbo, eh, bastante intimidante, aunque os consideraréis muy afortunados sin duda si alguna vez se os permite saborearlo.

La mujer oscura con el chal sobre el cabello sonrió al orador, y la sonrisa transformó su cara de vieja fea esquelética hasta asemejar a algo parecido a una abuela disecada pero agradablemente traviesa. Se giró y sus ojos ciegos deambularon, sin enfocarse, sobre el gentío, arrugándose mientras sonreía. James se preguntó cómo podía haber pensado que esa mirada ciega y acuosa había sido la misma que había visto perforándole a través de la oscuridad del lago la noche anterior. Por otro lado, ella acababa de llegar, razonó. No podía haber estado allí la noche anterior.

—Y finalmente —dijo el profesor—, por último y posiblemente el menos relevante, permítanme presentarme a mí mismo. Vuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, jefe del equipo de debate de Alma Aleron, y extraoficialmente pero muy voluntariamente competidor de Ajedrez Mágico, Benjamin Amadeus Franklyn, a su servicio. —Se inclinó profundamente, abriendo los brazos, su canoso cabello cayendo hacia adelante.

—¡Eso es lo que estaba intentado decir! —susurró Ralph ásperamente—. ¡Estaba en tu billete, tonto!

Codeó a Zane en las costillas, casi tirando al suelo al chico más pequeño.

Minutos más tarde, James, Zane y Ralph subían las escaleras hacia la sala común de Ravenclaw.

—¿Benjamin Franklyn? —repetía Zane incrédulamente—. No puede ser el Ben Franklyn original. Sería… —Pensó un momento, frunciendo el ceño—. Bueno, no sé como de viejo, pero realmente, realmente viejo. Alocadamente viejo. Más viejo que McGonagall incluso. No puede ser.

Ralph silbaba, intentando mantener el paso.

—Te lo estoy diciendo, creo que estos magos… nosotros los magos… tenemos formas de quedarnos por aquí mucho tiempo. No es nada sorprendente cuando piensas en ello. Ben Franklyn casi parece un mago cuando lees sobre él en los libros de historia muggle. Quiero decir, el tipo captó un relámpago con una llave atada al cordel de una cometa.

James estaba pensando.

—Recuerdo que mi tía Hermione me habló de algún viejo mago sobre el que estudió en su primer año. Nicholas Flammel o algo así. Tenía una especie de piedra que le hacía vivir para siempre, o casi. Por supuesto, esa es la clase de cosa que siempre parece estar cayendo en las manos equivocadas, así que al final la destruyó y acabó muriendo como todo el mundo. Aún así, creo que probablemente haya un montón de formas de que brujas y magos prolonguen la vida mucho tiempo, incluso sin la piedra de Flammel.

—Quizás debieras conseguir su autógrafo en uno de tus billetes de cien dólares —reflexionó Ralph para Zane.

—No tengo ninguno de cien. Le di mis últimos cinco al portero elfo de abajo. Eso era todo lo que tenía.

—¡No es un portero! —James intentó de nuevo convencer a Zane.

—¿Cómo que no? Nos abrió la puerta —dijo Zane plácidamente.

—¡Ralph le dio con ella cuando la empujó para abrir! ¡No estaba intentando abrirla para nosotros!

—Bueno, sea como sea, se me acabó el dinero. Solo espero que el servicio no se resienta.

Zane se detuvo delante de la puerta de la sala común de Ravenclaw. El águila del llamador de la puerta habló con una voz alta y chillona.

—¿Cuál es el significado del sombrero en el arte de la magia?

—Ahhh, Jesús, se supone que tienen que ser fáciles —se quejó Zane.

—¿Estás seguro de que está bien que nosotros entremos aquí? —dijo Ralph, arrastrando los pies—. ¿Qué hay de las reglas sobre los que se cuelan en salas comunes que no son las suyas?

—No hay ninguna regla al respecto que yo sepa —dijo James—. Simplemente no creo que la gente lo haga mucho.

Esto no pareció aliviar la mente de Ralph. Miraba arriba y abajo por el pasillo impacientemente.

—El sombrero… el sombrero… —mascullaba Zane, mirándose los zapatos—. Sombrero, sombrero, sombrero. Conejo saliendo de un sombrero. Sacas cosas de un sombrero. Probablemente sea una metáfora o algo. Te pones el sombrero en la cabeza… tu cerebro está en tu cabeza, bajo el sombrero. Hmm… —Chasqueó los dedos y levantó la mirada hacia el llamador del águila—. ¿No puedes sacar de un sombrero lo que en realidad no hayas puesto ya en tu cabeza?

—Burdo, pero bastante cerca —replicó el llamador. La puerta chasqueó y se abrió.

—¡Guau! —dijo James, siguiendo a Zane a la sala común—. ¿Y tus padres son muggles?

—Bueno, como ya he dicho, mi padre hace películas, y mi madre tiene percepciones extrasensoriales sobre casi todo, yo intento pasar de ella, así que asumo que estoy inusualmente preparado para el mundo mágico —dijo Zane con un ademán de la mano—. Bueno. Esta es la sala común Ravenclaw. No hay luz eléctrica ni una maquina de Coca-cola a la vista. Sin embargo tenemos una estatua realmente guay y un fuego de chimenea parlante. Vi en él a mi padre anoche. Se está adaptando a todo esto un poco demasiado bien, si me preguntáis a mí.

Zane los guió a través de las habitaciones Ravenclaw, aparentemente inventado detalles siempre que no los conocía. Ralph y Zane intentaron enseñar a James como se jugaba al rummy con un mazo de cartas muggles, pero James no conseguía interesarse en las cartas de reyes, reinas y jotas que no se atacaban realmente unas a otras. Cuando se aburrieron, Ralph los llevó a la sala común Slytherin, conduciéndoles a través de un laberinto de oscuros pasadizos iluminados con antorchas. Se detuvieron ante una gran puerta que dominaba el final de un corredor. En medio de la puerta residía la escultura de latón de una serpiente enroscada, con la cabeza proyectándose amenazadoramente, tenía la boca abierta.

—Oh, sí —masculló Ralph. Se sacudió hacia atrás la manga, revelando un nuevo anillo que llevaba en la mano derecha. El anillo estaba engastado con una gran esmeralda verde, en forma de ojo con una pupila vertical. Ralph lo presionó cuidadosamente en una de las órbitas oculares de la serpiente. La otra cuenca volvió a la vida, con un resplandeciente verde.

—¿Quieeeen bussssca entrar? —dijo la cabeza de la serpiente con una fina voz silbante.

—Yo. Ralph Deedle. Slytherin, primer año.

El brillante ojo verde pasó sobre James y Zane.

—¿Y esssstosss?

—Mis amigos. Yo, uh, respondo por ellos.

El brillante ojo estudió a Zane y después a James durante un rato incómodamente largo, y después finalmente se apagó. Una serie de complicados chasquidos, golpes y estruendos llegaron desde dentro de la puerta. Esta se abrió pesadamente.

Las habitaciones Slytherin ocupaban un espacio grande y gótico excavado bajo el lago. Gruesas ventanas de cristal tintado en los techos abovedados miraban hacia arriba a través de las profundidades del lago, haciendo que la parpadeante luz del sol se filtrara con un tono verdoso sobre el cristal iluminando los retratos de Salazar Slytherin y su progenie. Incluso Ralph parecía nervioso mientras les mostraba el sitio. Solo había unos pocos estudiantes en la sala común, descansando sobre el mobiliario con extravagante indolencia. Seguían a Zane y James con los ojos, sonriendo enigmáticamente pero aparentemente sin malicia. Ralph masculló saludos rígidamente.

Los cuartos de los Slytherin dieron a James la sensación de ser de tan buen gusto y tan ricos como la recámara en la que podría dormir un capitán pirata. La habitación era amplia, con un suelo hundido y techos bajos de los que colgaban lámparas de cabeza de gárgolas. Las grandes camas tenían grandes pilares cuadrados de madera en cada esquina. El emblema de la Casa Slytherin colgaba de los cortinajes en el extremo de cada cama. Los tres chicos treparon a la cama inmaculadamente hecha de Ralph.

—Estos tipos son bastante elegantes y fríos —admitió Ralph en voz baja, señalando a los propietarios de las otras camas—. A decir verdad, me siento un poco fuera de lugar aquí. Me gustaban más las habitaciones de Ravenclaw.

—No sé —dijo Zane, mirando alrededor admirado—. Está claro que tienen estilo decorando. Aunque será difícil dormir con todas esas cabezas de animales en las paredes. ¿Esa es de un dragón?

—Sí —replicó Ralph, su voz tensa y cansada—. Estos tipos las traen de sus casas. Tienen familias que realmente salen a cazar dragones.

James frunció el ceño.

—Yo creía que la caza de dragones era ilegal.

—Sí —susurró Ralph severamente—. Esa es la cuestión, ¿no? ¡Estos tíos tienen familias que tienen cotos de caza donde pueden dispararle a cualquier cosa! Eso de ahí es el cráneo de un unicornio. Todavía tiene el cuerno, aunque dicen que no es un cuerno auténtico. El auténtico es demasiado valioso para usos mágicos como para dejarlo colgado de la pared. ¡Y esa cosa que hay tras la cama de Tom es la cabeza de un elfo doméstico! ¡Las ponen en la pared cuando les despiden! ¡Y os juro que me mira a veces! —Ralph se estremeció y después pareció decidir que había hablado demasiado. Apretó la boca en una fina línea y miró de James a Zane.

—Sí, es bastante espeluznante —admitió James, decidiendo no contar a Ralph alguna de las cosas que había oído sobre cómo vivían las familias de los Slytherin—. Aún así, espero que sea solo para impresionar.

—¿Qué es eso? —dijo Zane de repente, saltando hacia adelante sobre la cama—. ¿Es un Game Dec? ¡Lo es! ¡Y tienes el uplink inalámbrico para competiciones online y todo! —Rebuscó en una bolsa de lona en el extremo de la cama de Ralph, sacando una pequeña caja negra de más o menos el tamaño y la forma del mazo de cartas con el que habían estado jugando antes. Tenía una diminuta pantalla en la parte delantera, con un imponente y abrumador conjunto de botones bajo ella.

—¿Qué juegos tienes? ¿Tienes el Armaggeddon Master Tres?

—¡No! —jadeó Ralph, alejando la diminuta máquina de Zane—. ¡Y no permitas que nadie más vea esta cosa! Se ponen como locos por cosas como estas.

Zane parecía incrédulo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Cómo voy a saberlo? ¿Qué pasa con los magos y la electrónica? —Ralph dirigió la pregunta a James, que frunció el ceño y se encogió de hombros.

—No sé. Principalmente, no la necesitamos. La electrónica, como los ordenadores y los teléfonos, son solo cosas muggles. Hacemos lo que necesitamos con magia, supongo.

Ralph estaba sacudiendo la cabeza.

—No es así como actúan estos tipos. Hablan de ello como si hubiera traído algo asqueroso a la escuela conmigo. Me dijeron que si pretendía en serio ser un auténtico Slytherin tenía que abandonar toda mi falsa magia y mis máquinas.

—¿Falsa magia? —preguntó Zane, mirando a James.

—Sí —suspiró él—. Eso es lo que piensan algunas familias mágicas de la electrónica y las máquinas muggles. Dicen que esas cosas son solo sustitutos baratos de lo que hacen los auténticos magos. Creen que cualquier mago que utilice máquinas muggles es un traidor a su herencia mágica o algo así.

—Sí, eso se parece mucho a lo que me dijeron —asintió Ralph—. ¡Son bastante apasionados, al respecto! Escondí mis cosas de inmediato. Imagino que se lo daré todo a papá en las próximas vacaciones.

Zane dejó escapar un silbido bajo.

—Apostaría a que a tus magos ortodoxos no les gustó ver a mis compatriotas aterrizar hoy en esos trozos de hierro rodantes. No puedes conseguir algo que sea más máquina que un Dodge Hornet.

James lo consideró.

—Sí, puede que no les gustara mucho, pero hay una diferencia entre la electrónica y la mecánica. Piensan que los coches son sólo un manojo de engranajes y pistones. No son tan falsa magia como simplemente máquinas innecesariamente complicadas. Son los ordenadores y esas cosas lo que realmente odian.

—Ya te digo —respiró Ralph, bajando la mirada a su Game Deck, y después volviendo a meterla en su bolsa. Suspiró—. Salgamos de aquí. La cena será pronto y estoy hambriento.

—¿Alguna vez te llenas, Ralph? —preguntó Zane mientras saltaba de la cama.

—Tengo los huesos grandes —dijo Ralph automáticamente, como si lo hubiera dicho muchas veces antes—. Es un problema glandular. Cállate.

—Solo preguntaba —dijo Zane, levantando las manos—. Francamente, ya que estamos, me gusta la idea de tener un amigo del tamaño de un contenedor de basura.

En la cena, los tres se sentaron juntos en la mesa Gryffindor. James estaba un poco preocupado por ello hasta que apareció Ted y golpeó la espalda de Zane afectuosamente.

—Nuestro pequeño diablillo Ravenclaw. ¿Qué tal la vida en la segunda mejor Casa de la escuela? —Después de eso, James notó que Zane y Ralph no eran los únicos estudiantes sentados a la mesa de otra Casa.

Después de la cena discutieron el horario del día siguiente. Zane se uniría a James en la clase de Tecnomancia con el Profesor Jackson, y Ralph estaría con James en Defensa Contra las Artes Oscuras. Los chicos exploraron la biblioteca, revoloteando un rato fuera de la sección de libros prohibidos hasta que la bibliotecaria los espantó con su mirada severa. Finalmente, se desearon buenas noches y fueron por caminos distintos.

—¡Te veo mañana con el Profesor Cara de Piedra! —gritó Zane, que tenía una predisposición única para poner motes a los profesores, mientras subía las escaleras hacia la sala común Ravenclaw.

Entrando en sus propias habitaciones, James encontró a Ted sentado en el sofá con el brazo casualmente alrededor de Petra. Sabrina y Damian estaban en una mesa cercana, discutiendo calladamente sobre unos papeles extendidos sobre la mesa entre ellos.

—¿Listo para las clases de mañana, Junior? —exclamó Ted cuando James se unió a ellos.

—¡Sí! Eso creo.

—Lo harás bien —dijo Ted tranquilizadoramente—. El primer año es principalmente práctica con la varita y teoría. Espera a que estés en cuarto y tengas a la profesora Trelawney.

—Al menos podremos diluir a Trelawney con esa nueva bolsa de huesos de los Estados Unidos —dijo Petra.

James alzó las cejas.

—¿Qué quieres decir?

Ted respondió.

—Parece ser que se van a dividir las clases. El último curso era de Trelawney y Firenze, el centauro, pero él se fue este año, volvió con los centauros del valle en Greyhaven. Así que este año son Trelawney y la reina vudú, Madame Delacroix.

—Imagino que serán las mejores amigas —anunció Damian filosóficamente—. Como guisantes en una vaina. Como cáscara de huevo de dragón en polvo y savia de mandrágora.

James parpadeó, pero antes de poder preguntar a Damian qué quería decir, Ted sacudió la cabeza, sonriendo maliciosamente.

—Usa tu imaginación, colega.

Unos minutos después, James se separó del grupo y subió a los dormitorios.

Sentía una mezcla agradable de nerviosismo y excitación respecto al día siguiente. Por un momento, simplemente se quedó de pie en la habitación iluminada por la luz de la luna, empapándose de la emoción de estar allí, de ser un Gryffindor, y empezar sus estudios. Sintió una momentánea y vertiginosa sensación de aventuras y desafíos a los que se enfrentaría en los años venideros, y en ese momento deseó poder saltar hacia adelante, y recibirlos todos a la vez.

Noah apareció saliendo del diminuto baño. Miró a James antes de lanzarse sobre su cama.

—Todos nos sentimos así a veces —dijo, como si hubiera leído los pensamientos de James—. Espera a mañana por la noche y volverás a la normalidad. Una buena dosis de sermones y deberes hace milagros. —Y sopló la vela que había junto a su cama.