3

LA SIMIENTE DE LA MATERIA:

RECONOCIMIENTO DEL CUERPO Y DE LA PSIQUE

Según la mecánica cuántica, la objetividad no existe. No podemos hacer abstracción de nosotros mismos. Formarnos parle de la naturaleza y no se puede dejar de reconocer que la naturaleza se esta estudiando a sí misma. La física ha pasado a ser una rama de la psicología o tal vez a la inversa.

GARY ZUKAV, The Dancing Wu Li Masters

La toma de conciencia del cuerpo se ha convertido en un elemento muy importante de mi trabajo como analista por la experiencia que he tenido con hombres y mujeres que, a pesar de estar realmente interesados en Sus sueños y en su crecimiento, siguen siendo incapaces de tener confianza en el proceso. Sus almas están dislocadas dentro de cuerpos tan heridos que la determinación del yo simplemente no basta.

La incapacidad de superar ciertas encrucijadas de la vida no se debe necesariamente a la incapacidad del yo de adoptar una nueva actitud con respecto al si-mismo mediante el sacrificio de lo antiguo. Muchos de mis pacientes tienen lo que considero una actitud adecuada del yo, pero sus cuerpos han sufrido un trauma a alguna altura. A través de enfrentamientos, desafíos o humor, es posible acercarse al yo, pero el cuerpo no responde. Cuanto más rápido avance el yo, más se aterroriza el cuerpo. Hay que descubrir, entonces, un medio de regresar al punto en que se produjo la herida para ponerse en contacto con el niño abandonado. Al igual que los niños, el cuerpo dice la verdad, y la expresa a través de movimientos o de inmovilidad.

Un observador con experiencia puede percibir si el alma se ha instalado en el cuerpo o si la imagen de lo corporal es tan insoportable que apenas hay alguien en su interior. Es posible que el cuerpo esté tan poco desarrollado que no sea capaz de imaginarse como un adulto. Si James Hillman tiene razón al afirmar que «la imagen que sirve de guía a la carne es el principio rector esencial»[1], entonces hay que descubrir cómo se puede crear una imagen física y psíquica adecuada. A mi juicio, el tomar conciencia del cuerpo no tiene relación alguna con la mecánica corporal. No se trata de estar en buen estado físico o de vivir muchos años, aunque eso puede ser una consecuencia secundaria. Lo que importa es la integración del cuerpo, el alma y el espíritu.

Mientras vivamos en este mundo, la psique se expresará a través del cuerpo. William Blake describe el cuerpo como «un trozo de alma percibido por los cinco sentidos»[2]. Evidentemente, el alma es mucho más que su «porción» corporal. No se limita a manifestarse en el cuerpo físico; también se manifiesta en ese vasto cuerpo que constituye el «cuerpo» de la imaginación, un cuerpo que abarca todo el mundo visionario de las artes (música, escultura, pintura, poesía, danza, arquitectura). Cada uno de estos mundos visionarios o imaginarios puede considerarse como un cuerpo humano de mayores proporciones o como un solo cuerpo humano gigantesco. La posibilidad de que actúe en otro mundo, del cual las artes sean una expresión, es una de las especulaciones más antiguas sobre la inmortalidad del alma y sobre el arte como expresión de esa inmortalidad.

El alma se manifiesta, entonces, de muchas maneras. Mientras está en la tierra, tiene que tener una imagen corporal que le sirva de hogar y de principal medio de expresión. El alma no rechaza espontáneamente su imagen corporal, en el mismo sentido que el pecho de la madre no puede rechazar espontáneamente a su bebé. El cuerpo es un reflejo del alma. Cuando se produce un rechazo es porque algo muy grave ha sucedido. Pero al alma no le importa lo que pueda haber ocurrido y siempre hará todo lo posible por solucionar el problema. ¿Cómo se podría entender si no el bloqueo del cuerpo como medio de expresión del alma? Desde este punto de vista, la anorexia nerviosa y la bulimia, por ejemplo, son consecuencias de una descarga anormal de energía psíquica que tiene por objeto superar el bloqueo corporal. La obesidad es una expresión de un alma que tiene más energía de la que el cuerpo puede manejar.

Metafóricamente (y a veces en sentido literal), un cuerpo bloqueado tiene las arterias endurecidas, bloqueadas por el exceso de colesterol que dificulta al corazón la tarea de bombear sangre a todo el cuerpo. Esas arterias ponen cada vez más obstáculos a la manifestación de la energía psíquica. Por lo tanto, la energía tiene que encontrar otras maneras de actuar, otras formas de expresión. Algunas de ellas son muy creativas y dan origen a brillantes carreras profesionales y artísticas. Pero la persona cuya energía psíquica se ve obligada a abrir otros canales de expresión porque su cuerpo está bloqueado, invariablemente se ve acosada por su determinación consciente o inconsciente a impedir que el alma se arraigue en el cuerpo. No llega a comprender qué siente y por qué, y se ve poseída por un alma a la deriva que vaga como un fantasma en un crepúsculo sombrío, sin encontrar refugio ni descanso. Vive perseguida por su alma errante, que ronda cerca de la tierra gritando en vano para que la dejen entrar. Por impedirle la entrada en su propio cuerpo, esta persona se convierte en enemiga de su alma. Inconscientemente, se da cuenta de que ha condenado a su alma a un exilio perpetuo. Por ello, no siente verdadera satisfacción cuando realiza esas otras actividades que ha descubierto el alma exiliada del cuerpo, por creativas que éstas sean. El alivio pasajero de la desesperación, que encuentra al sumergirse por completo en el trabajo, la deja aún más desesperada una vez que lo termina. De hecho, en algunos casos la labor creativa puede incluso llevar al suicidio.

Toda herida corporal produce una enorme descarga de energía curativa en el punto que se encuentra bloqueado. Eso es lo que ocurre en un cuerpo enfermo. El propósito de las sesiones de trabajo con el cuerpo es ayudar a la persona a reconocer lo que su alma está tratando de hacer y a relajarse para que el alma pueda llegar a hacerlo. Se trata de lograr una sincronización que permita comprender la dolencia desde una perspectiva muy distinta.

Un alma sin cuerpo

La mujer que ha sido «la niñita de papá» nunca, o casi nunca, ha tenido algún contacto con su aspecto «sombrío», con su ira y sus celos, su lujuria y su éxtasis. Por estar alejada del cuerpo, no sabe que es dueña de una extraordinaria energía que no tiene acceso a la conciencia y está tan desconectada de ella que rara vez se manifiesta en sus sueños. Esta mujer puede pasar toda una sesión de psicoanálisis en un estado de euforia pictórica de imágenes oníricas doradas, pero de pronto se obliga torpemente a actuar con sensatez y vuelve a aceptar con tristeza el insoportable peso de su cuerpo. Muchos de sus sueños son un perfecto reflejo de su autoalienación: en ellos puede aparecer como un objeto animado (una pelota de golf, una nube, un chorizo con cabeza); a veces, aparece una cabeza que se mueve a cinco centímetros de distancia del cuello cortado; a veces, una soga o una bufanda apretada impide la comunicación entre la cabeza y el corazón; a veces, la cabeza semiputrefacta de su padre descansa sobre su abdomen.

Estas imágenes son un reflejo de las enormes dimensiones del problema de la sombra, pero como analista no puedo limitarme a decir: «¿Ve usted?, allí se refleja su alejamiento de sus emociones. Allí es donde la bruja malvada la aleja de usted misma». La paciente no me escucharía, porque un alma que ha decidido apartarse de un mundo «sucio» no va a reconocer a la autoasesina en medio de él, así como no va a reconocer pasiones humanas tan degradantes como la avaricia, la lujuria, el afán de poder y los «mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne»[3].

El trabajo con el cuerpo puede dejar en libertad a la bruja. Este personaje no soporta que la confronten directamente, que se la obligue a enfrentarse a los trastornos relacionados con la comida a través de alimentación forzada o de dietas, pero es posible decapitarla con hábiles maniobras —con un escudo y una espada, como Perseo se enfrentó a Medusa—, mientras se va logrando que se tome conciencia del cuerpo[4]. El trabajo con el cuerpo acelera el proceso y crea un cauce sólido para el yo.

En el psicoanálisis se trata de descubrir en qué complejos se encuentra atrapada la energía psíquica. Si el paciente tiene una relación relativamente armoniosa entre el cuerpo y la psique, los elementos relacionados con la sombra aparecen claramente en los sueños. Sin embargo, muchas personas han sufrido una escisión entre el cuerpo y la psique a muy temprana edad. En el caso de niños no deseados o de niños rechazados por no ser del sexo que se esperaba, la escisión entre cuerpo y psique comienza a producirse in útero o en el nacimiento, como si el alma decidiera no entrar en el cuerpo y mantenerse exiliada fuera de él. La energía se concentra en la cabeza o por encima de ella, y la persona tiene que hacer un gran esfuerzo para no sumergirse en el mundo de la fantasía y hacer frente a los detalles más simples de la vida diaria. Por no encontrar un hogar en su propio cuerpo, estas personas viven anhelando un hogar imposible. Los primeros sueños que tienen después de comenzar su psicoanálisis suelen ser muy positivos, llenos de visiones espirituales de ciudades doradas, pájaros dorados y lugares bien definidos donde encuentran amor y seguridad. Parecería que el sí-mismo supiera que su contacto con lo cotidiano es tenue y creara estos espléndidos sueños como puntos de apoyo a los que la persona pueda volver cuando empiece a sentir la desesperación suicida, como ocurre siempre en etapas posteriores del psicoanálisis.

El deseo de muerte se hace consciente cuando estos pacientes se ven obligados a reconocer que han creado en torno a ellos un mundo de fantasía hecho de luz, belleza y verdad; un mundo ilusorio ajeno al mundo real, un mundo de dimensiones arquetípicas que los ha defendido de la despreciable realidad que optaron por ignorar y menospreciar. Estos pacientes actúan como la Dama de Shalott de Tennyson, que iba hilando día a día su tela mágica mientras veía las «sombras del mundo» reflejadas en su espejo. La Dama sabía que moriría si osaba mirar hacia Camelot, pero un buen día un «meteoro barbado, que iba dejando una estela de luz» —un hombre real— cruzó velozmente el espejo.

Dejó la tela, dejó el telar,

dio tres pasos en el cuarto,

vio el nenúfar florecer,

vio el casco y la pluma,

miró hacia Camelot.

voló la tela y flotó abierta;

trizóse el espejo de lado a lado;

«La maldición ha caído sobre mí»,

gritó la dama de Shalott[5]

El deseo de muerte tiene un origen distinto en cada persona, pero hay dos factores que se presentan prácticamente en todos los casos de mujeres que sueñan, consciente o inconscientemente, con huir de este mundo. En primer lugar, la madre no se ha relacionado con su cuerpo femenino, ha menospreciado su sexualidad y, por ello, no ha podido expresar afecto al cuerpo femenino de su hija pequeña. La niña ha crecido tratando de sacarle el mejor partido posible a una situación dificilísima, actuando ante sus padres, sus maestros y el mundo con todo su talento racional y espiritual, pero en el fondo sintiéndose rechazada como persona, culpando a la «fealdad» de su cuerpo por hacerla indigna de ser querida. Además, todos los elementos presentes en el hogar generalmente crean una situación en que la niña queda unida al padre, ya sea al padre real o a su imagen ilusoria de ese mundo perfecto que podría existir si él regresara al hogar[6].

Si en la familia se concedía demasiada importancia a la perfección y no se reconocía realmente ni la evolución ni el ser de la niña, la mujer ha aprendido desde la infancia que sus respuestas instintivas no son aceptables; toda su cólera, todo su temor e incluso su alegría se enquistan en los músculos, donde quedan atrapados para siempre, en un lugar inaccesible para lo cotidiano. Cuando se produce una escisión entre los auténticos sentimientos y los instintos, el conflicto real permanece en el inconsciente o se somatiza allí.

Refiriéndose al complejo del yo que precede a la formación del yo consciente, Esther Harding dice lo siguiente:

Cuando un adulto moderno tiene un yo que no se ha desarrollado en forma adecuada ni se ha hecho consciente, el complejo del yo permanece en el inconsciente y actúa desde allí. En el plano consciente, la persona que ha llegado a ese nivel de desarrollo de la conciencia puede adolecer de una notoria falta de esa concentración y esa habilidad para actuar a partir de un centro que caracterizan a quienes han logrado un desarrollo más consciente del yo; no obstante, y aunque la persona no evolucionada no lo reconozca, el egoísmo y la búsqueda de poder pueden manifestarse y producir sus inevitables efectos en todos los seres con los que se relaciona. … (Cuando) el egoísmo y la obstinación se encuentran en el inconsciente…, se manifiestan a través de expresiones somáticas, es decir prepsicológicas.

Cuando el yo aflora a la conciencia y el individuo toma conciencia de sí, la reacción ante las dificultades o los obstáculos deja de expresarse físicamente a través de síntomas y se reconoce a nivel de la conciencia como emociones. Lo anterior significa que la reacción es de carácter psíquico. … La aparición del yo desde el inconsciente plantea un nuevo problema: el problema de la búsqueda de poder[7].

La recuperación del cuerpo

Es posible que el conflicto sólo empiece a aparecer en los sueños, después de varios meses de psicoanálisis. El trabajo con el cuerpo, que debe encararse con mucha paciencia y mucho amor, llega hasta donde se encuentra ese niño pequeño a cuyo cuerpo —fuerte, tierno y seguro— nunca se le permitió desarrollarse. El cuerpo está aterrorizado y actúa con recelo; sólo gradualmente puede aprender a confiar en sus instintos y a disciplinarlos para que se conviertan en una base sólida de la psique en proceso de maduración. A menos que el cuerpo se sienta querido y sepa que sus respuestas son aceptables, la psique no encuentra en los instintos la base segura que necesita; a alguna altura del psicoanálisis el paciente se detendrá, porque el yo tiene miedo de confiar; en el punto de entrega el yo se paraliza. A menos que el cuerpo sepa que en su interior hay brazos afectuosos y fuertes que pueden protegerlo, aunque esté muy furioso o muy débil, se aferrará a su rigidez en un esfuerzo por sobrevivir. Esa rigidez se refleja en la rigidez de la máscara y del yo.

La mujer cuya madre no amaba a su propia feminidad y que, por ese motivo, rechazaba el cuerpo de su hija, casi siempre pasa por una etapa en la que tiene sueños de tipo homosexual o de exteriorización homosexual, porque su cuerpo necesita la aceptación de una mujer. Esta etapa suele ser pasajera y la energía de la mujer se va orientando poco a poco hacia los hombres. Si se ha integrado bien esta etapa, logrando así que el yo femenino quede firmemente arraigado en el cuerpo, la mujer que nunca ha podido abrirse a la experiencia del orgasmo empieza a conocer un nuevo mundo de sexualidad. Los nudos de energía que se habían formado en la pelvis y en los muslos desde la niñez y la pubertad se van desatando, y la energía fluye espontáneamente hasta llegar al éxtasis. Cuando se produce esta liberación de energía, la mujer que hasta entonces buscaba protección y caricias en el abrazo de un hombre, deja de esforzarse por convertir a su amante en una madre. El hombre queda en libertad de sentir su propia masculinidad en el dar y recibir de la relación sexual.

Hay que encarar el trabajo con el cuerpo con el mismo respeto que con los sueños y prestarle la misma atención. El cuerpo tiene una sabiduría que le es propia. Aunque se expresa con lentitud e indirectamente, a partir del momento en que se la reconoce, se convierte en un cimiento, en una base de conocimientos que da confianza y un apoyo sin límites al yo. El ponerse en contacto con esa sabiduría exige una concentración absoluta: hay que dejar que la mente se funda con el cuerpo, inhalando aquello que está a punto de liberarse y permitiendo que se produzca el proceso de expresión hasta que surja la energía negativa y bloqueada, dando cabida a la energía positiva, a la genuina luz. Después del trabajo con el cuerpo, los sueños permiten tomar conciencia de los complejos que se han visto en peligro o que se han liberado. Los antiguos lavabos que estaban llenos hasta el tope, rotos o taponados empiezan a funcionar normalmente; los animales que antes aparecían muertos, lisiados, frenéticos o casi muertos de hambre empiezan a sanar; alguien arregla los automóviles que tenían desperfectos en el motor, neumáticos desinflados o el portaequipajes roto; las casas con instalaciones eléctricas en mal estado, con circuitos que concentraban demasiada energía en un enchufe mientras otros no recibían nada de corriente quedan con el sistema eléctrico en perfecto estado. En muchos casos, nuevas ventanas reemplazan a las grietas en un desván; en la antigua casa se descubren amplias habitaciones secretas.

Si la persona está lista y si la experiencia le ha despertado confianza, suele recibir un potente sueño numinoso en el que aparece la Gran Madre como protectora nutricia y fecunda. Casi nunca deja ver su rostro, pero su amor se infiltra en todo el cuerpo con una luz suave y brillante, y ésta es una experiencia tan impresionante que la mujer vuelve a recordar una y otra vez ese momento cuando los días de Getsemaní del psicoanálisis parecen insoportables. Uno tras otro, los pacientes repiten: «No sé qué me pasó. No soy una persona religiosa, pero sé que Alguien me quiere».

Una experiencia como ésta puede modificar de raíz una adicción. El vacío en el centro de la psique, que hasta entonces había aparecido como una ausencia —un abismo que se debía evitar con toda la anestesia que fuera necesaria—, puede transformarse en existencia, en un lugar digno de respeto y veneración donde habita la Diosa. La concentración se convierte entonces en movimiento en torno al centro y esas horas de frenesí y desamparo, que hasta entonces el paciente dedicaba a comer en exceso, a vomitar, a privarse de alimentos, a trabajar, beber o limpiar, pueden transformarse en las horas más creativas del día. Las personas que tienen una tendencia a la adicción suelen ser muy activas y se sienten perdidas en un laberinto, porque han fracasado en su búsqueda de sentido. Por ello, dan vueltas en el vacío, buscando alguna experiencia trascendente mediante la euforia del hambre, el orgasmo del vómito, la embriaguez del alcohol, el «mundo» de las drogas. Si tan solo una vez logran tener un atisbo de la realidad que existe en su propio centro y aprenden a alimentarla a través de la respiración, la danza, el Tai Chi (lo que le sirva a cada cual), se ponen en contacto con su creatividad. La energía deja de ser destructiva para convertirse en energía creativa.

A medida que el cuerpo se va haciendo más consciente, los mensajes que envía son más claros y convincentes. Muchas personas intuitivas, que toda la vida han prestado atención a la intuición, descubren en el trabajo con el cuerpo que su físico es tan intuitivo como su psique. Por ejemplo, una noche, cuando dormía junto a su amigo, una mujer sintió de pronto que su cuerpo empezaba a temblar. Si esto hubiera ocurrido antes, simplemente lo habría ignorado; esta vez reconoció su pavor. Al día siguiente, el amigo la llamó por teléfono para decirle que quería poner fin a la relación. Su cuerpo se había dado cuenta de lo que pasaba. El cuerpo es el medio a través del cual se expresa el alma. Por muy bloqueado que esté ese medio, y a menos que esté totalmente destruido, sigue registrando la actividad del alma (se escuchen o no las señales que envía). En el análisis hay que prestar atención a esta intensa respuesta corporal, porque la función afectiva es esencial para el desarrollo del yo. Si una persona se está esforzando al máximo por adoptar una actitud propia en base a sus auténticos valores afectivos y está tratando de apelar a todo su valor para actuar de acuerdo con sus puntos de vista, el cuerpo debe contribuir a ese esfuerzo. Sin embargo, he descubierto que muchos de mis pacientes adoptan en esos casos una actitud de evitación, en la que el cuerpo no quiere ni está dispuesto a reforzar los valores afectivos. El cuerpo siente que la vida es un misterioso campo minado en el que sólo él recibe el impacto de inaudibles explosiones. Si hay una hostilidad inconsciente en el medio, el cuerpo interior actúa en forma autónoma y se desploma, como si estuviera muerto. Por haber sentido ese derrumbe interno toda su vida, estas personas aprenden a sumarse al parloteo social y a usar su máscara amable como señuelo que aleja todo peligro del yo caído. Cuando la crisis pasa, el yo trata de ponerse en pie pero, si llega a sentir que hay un enemigo invisible, automáticamente vuelve a caer «muerto».

Si el cuerpo es tan intuitivo y, a la vez, tan inconsciente, el yo nunca llega a funcionar bien porque en toda situación peligrosa el sistema nervioso autónomo dice ¡no! y el yo se repliega. Mientras las respuestas del cuerpo no se hagan conscientes, de tal modo que podamos reconocer lo que está sucediendo dentro de nosotros y en el medio, es imposible que nuestros actos tengan un componente de agresión normal, que responda a los retos cotidianos, y que el yo madure a través de una interacción normal. El cuerpo sensible crea mecanismos de defensa que pueden manifestarse en gordura, hinchazón, rubor y vómitos; es un cuerpo que hace todo lo posible por impedir que el enemigo se acerque. Si la persona vive en un nivel cercano al inconsciente (por ejemplo, si es un médium o un artista), hay que observar con atención las reacciones corporales y enfrentarse a ellas conscientemente. De lo contrario, el yo aislado busca algún tipo de narcótico para huir de la vaga amenaza.

Cuando el yo adquiere suficiente conciencia para escuchar las advertencias del cuerpo que finge estar muerto («Sé que hay minas en alguna parte»), tiene que asumir la responsabilidad de autodefenderse; de lo contrario, es vulnerable al envenenamiento psíquico sin darse cuenta de ello. Después de reconocer de dónde proviene el peligro, el yo puede optar por replegarse o mantenerse firme. Como la amenaza es invisible, no puede haber un enfrentamiento. Los dos mecanismos de defensa dan origen a una ira o un temor encapsulados, que necesitan un vehículo y un lugar adecuados para expresarse. En lugar de rascarse, comer, beber o tener alguna otra conducta compulsiva que se manifiesta en movimientos automáticos, el cuerpo necesita tiempo para volver a actuar de acuerdo con su propio ritmo. Por ejemplo, si se le permite bailar inmerso en la paz de su propia sala, la reacción desplazada encuentra una expresión natural en el movimiento acompasado. En vez de volverse destructiva, la energía se canaliza creativamente. La manifestación de la energía psíquica en movimientos rítmicos marca el comienzo de la expresión espiritual de los instintos[8].

Integración de cuerpo y alma

La tarea que se plantea a continuación consiste en salvar la distancia «aparentemente inconmensurable entre el mundo físico y la psique»[9]. El mismo Jung trató de hacerlo al elaborar el concepto del carácter psicoideo de los arquetipos. «Como la psique y la materia coexisten en el mismo mundo», escribe en su ensayo Sobre la naturaleza de la psique.

y como, además, están constantemente en contacto y, en último término, se basan en factores irrepresentables y trascendentes, no sólo es posible sino incluso bastante probable que la psique y la materia sean dos aspectos de lo mismo. A mi parecer, los fenómenos sincronísticos apuntan en esa dirección, porque demuestran que lo no-psíquico puede actuar de la misma manera que lo psíquico, y viceversa, sin que exista ninguna relación causal entre ellos. Nuestro saber actual no nos permite hacer mucho más que comparar la relación de la psique con el mundo físico con dos conos cuyos vértices se encuentran en un punto que no tiene extensión (un verdadero punto cero) donde se tocan y no se tocan a la vez[10].

El punto cero donde los vértices de los dos conos «se tocan y no se tocan» es lo que exploramos en los grupos que he dirigido con tres especialistas en trabajo corporal: Mary Hamilton, profesora de baile y movimiento; Beverly Stokes, que estudió procesos de desarrollo y anatomía vivencial, y Ann Skinner, profesora de expresión vocal, que estudió con Kristin Linklater[11]. Nuestro interés en conducir a los alumnos hasta ese punto cero nos llevó a descubrir nuevas formas de investigación y conocimiento de los misterios que encierra la relación entre la psique y el cuerpo.

Por ejemplo, a través de una profunda relajación, los participantes en estos grupos de trabajo pueden descubrir una zona inconsciente en su cuerpo, para luego concentrarse y colocar en esa zona un símbolo numinoso de origen onírico. Se reconoce el símbolo como un don individual capaz de curar que actúa a tres niveles —emocional, intelectual e imaginativo— y que se relaciona con el cuerpo, la mente y el espíritu. La imagen onírica que se incorpora al cuerpo actúa como un imán que atrae energía, la transforma y la libera como fuerza sanadora. Los músculos ocultos y bloqueados desde siempre reciben una energía vibrante; en los sueños que aparecen a continuación se manifiesta el complejo que hasta entonces había mantenido a esa parte del cuerpo esclavizada. La energía psíquica libera a lo físico; lo físico ilumina a la psique. Como señalé antes, aunque una persona comprenda conscientemente cómo la paraliza un complejo, si el cuerpo no abandona el conflicto creado a lo largo de años de constante tensión, la mitad del problema queda sin solución y rápidamente vuelve a configurarse el esquema distorsionado anterior.

Además, la energía contenida en las imágenes constituye lo que Jung, basándose en una antigua tradición, llamó «el cuerpo sutil» o el «alma hálito»[12]. Al unir los vértices del cono físico y psíquico en ese punto cero, «donde se tocan y no se tocan a la vez», lo reconocemos. El cuerpo sutil no niega ni a la psique ni al cuerpo, sino que los une en un tertium non datur, un tercer elemento que contiene las tensiones físicas y psíquicas, y actúa como catalizador que libera energía en las dos direcciones. Cuando el cuerpo sutil empieza a hacerse consciente, ya no se puede ignorar su existencia; si se la ignora, se producen graves síntomas físicos y psíquicos. Hay que reconocer las leyes que actúan en el cuerpo sutil, lo que generalmente supone profundos cambios de los hábitos inconscientes relacionados con la comida y la bebida, la respiración, la sexualidad, etcétera. Una de las funciones del análisis es crear un cauce consciente adecuado para el cuerpo sutil.

Si una mujer obesa se da cuenta de que concibe su cuerpo como una protección contra el mundo, también puede darse cuenta de que concibe su muralla defensiva como una circunferencia de medio metro en tomo a ella. Su cuerpo es lo suficientemente pesado como para llenar ese espacio. Si la mujer transforma su actitud defensiva en una actitud de fortaleza interior, puede concentrarse en un rayo de luz interior que no puede ser invadido desde fuera. A partir de entonces, su postura empieza a cambiar notablemente y, poco a poco, su cuerpo comienza a adquirir una forma y una consistencia más definidas. El observador y el objeto de la observación se influyen mutuamente.

Hay otro tipo de trabajo con el cuerpo que se basa en las pautas del desarrollo humano y en los orígenes evolutivos. Como el movimiento humano tiene su origen en los modelos que aprendemos y desarrollamos en la infancia y en la herencia evolutiva que recibimos, el revivir estas secuencias de movimientos puede dar a las experiencias físicas y psíquicas una profundidad mucho mayor. Los sueños con peces y embriones humanos que aparecen en esta etapa confirman la idea de Jung de que «los vertebrados inferiores han sido desde tiempos muy remotos los símbolos favoritos del substrato de la psique colectiva, localizada anatómicamente en los centros subcorticales, el cerebelo y la médula espinal»[13].

También es posible acercarse a la realidad psíquica y somática a través de la voz. Cuando se libera al cuerpo de sus conflictos crónicos y se permite que el aliento llegue hasta su mismo fondo, la voz fluye espontáneamente y con toda su resonancia desde su fuente instintiva. Pocas personas escuchan su propia voz, porque el temor y la ira bloqueada detienen la voz en la garganta y la mantienen alejada de la energía real que encierran la imaginación y las emociones. En esos breves instantes en los que logramos expresarnos con nuestra propia voz, todo el ser vibra con esa verdad y en el entorno se percibe que se está produciendo una unión entre lo personal y lo transpersonal.

Actualmente están comenzando a surgir diversas posibilidades de búsqueda en este ámbito, que pueden convertirse en el punto donde confluyan la sabiduría intuitiva de Oriente y el conocimiento racional de Occidente. En El Tao de la física, Capra afirma:

Él [Bohm] ve la mente y la materia como interdependientes y correlacionadas, pero no conectadas causalmente. Las dos son proyecciones, que se envuelven una a otra, de una realidad superior que no es ni materia ni conciencia[14].

Integración del cuerpo, los sueños y la imaginación activa

A continuación presento un ejemplo que demuestra cómo puede responder el trabajo con el cuerpo a una imagen onírica, provocando de inmediato una toma de conciencia de las potentes emociones reprimidas que, si no se corporizan, podrían volver a ocultarse en el inconsciente. Louise tenía poco más de cuarenta años, había sufrido diversos trastornos relacionados con la comida, había hecho trabajo intensivo con el cuerpo durante varios años y llevaba ya tres años de psicoanálisis. El padre de Louise murió cuando ella tenía tres años y la dejó con una imagen masculina ideal con la que ningún hombre común y corriente podría competir jamás. Louise tuvo este sueño después de una intensa sesión de trabajo con el cuerpo. Esta versión del sueño es una copia textual de la grabación que hizo en su casete. Ésta es la primera parte:

Veo un rayo de luz a través de una puerta entreabierta. Entro (en la habitación). En su interior no hay un solo mueble, el piso es de madera dura y brillante, los muros son de color azul claro con molduras blancas y hay ventanales desde el techo hasta el piso; el techo es alto y hay mucha luz. En la pared del fondo hay estanterías empotradas como en una sacristía y dos lavabos. También hay una pequeña escalera posterior donde están trabajando varios obreros. Se preguntan por qué estoy allí. Les pregunto si hay una cocina. Me responden «no». Eso nada más. «No». Pienso que no por ello deja de ser un estudio perfecto, del tamaño exacto, y que no necesitaría una cocina si no viviera allí. Pero cuando regreso al estudio me parece más grande, mucho más grande, y también se me ocurre que el alquiler puede ser muy alto. Se va agrandando cada vez más mientras lo atravieso y me voy.

Aparece entonces la silueta de un brazo sobre un mapa. Parece un pene erecto. Arranca una tira del mapa. Es aquello que debe quedar abierto después de esta experiencia. A continuación, estoy en la habitación que antes era el estudio, con mi esposo y el gusano…

En esa época de su vida, Louise estaba buscando un estudio para dar clases y le interesaba tanto que fuera un buen lugar que prefería comer fuera para no pagar el alquiler de un estudio con cocina ni preocuparse de cocinar. En el sueño, el estudio tiene un aire clásico y elegante; es un lugar amplio y muy bien iluminado, con muros azules enmarcados de blanco. El decorado hace pensar en elevados ideales; es un lugar de trabajo alejado de la realidad cotidiana. No hay muebles ni comida para Louise. Es un lugar donde puede ayudar a otros. La hermosa habitación hace pensar en un padre idealizado y, a medida que se va ampliando, Louise se da cuenta de que el precio de esa perfección puede ser muy alto. La puerta abierta se refiere a una oportunidad, a la posibilidad de examinar el lugar para reconocer que es negativo, que no se puede vivir en él; que en ese mundo de racionalismo frío y perfeccionista se necesitan dos lavabos y no queda lugar para su realidad personal. Este tipo de espacio psíquico está dominado por una actitud crítica, es simultáneamente altruista e indiferente a las necesidades del yo. Los obreros que están en la escalera insisten en que no hay cocina. Nada puede ingresar en ese lugar para ser transformado. En ese sitio tan iluminado Louise puede reconocer más a fondo su conflicto neurótico, pero no encuentra la energía en bruto necesaria para la curación y la transformación. Es un lugar donde puede llegar a convertirse en mártir de sus ideales, sin haber llegado jamás a arraigarse en su realidad instintiva.

De pronto, un brazo arranca una tira del mapa, un enorme pene corta lo que hasta entonces había sido su arquetipo de la senda; el rasgón es «aquello que debe quedar abierto después de esta experiencia». Algo superior a lo conocido se abre paso violentamente, exigiendo una mayor toma de conciencia. Louise sintió que era la mano de Dios, del destino, del sí-mismo, que la hacía abrirse a una circunferencia más amplia. Ya no podía seguir viviendo para complacer a los demás en su habitación azul. (Fue tal el impacto del sueño que tengo la impresión de que puede haber sido el punto de giro de su vida). Después del sueño, Louise se ve obligada a preguntarse «¿quién soy?».

De la escisión neurótica surge la experiencia; del conflicto reconocido surge la verdad; de la herida surge la curación. El pene es el principio creativo. (Jung afirma que «el falo siempre significa maná creativo, poder curativo y fertilidad, algo extraordinariamente potente»)[15]. A través del falo se unen el hombre y la mujer; a través del falo entra el semen. Si no está erecto, no hay una necesidad inmediata de unión. El origen del pene erecto es la pregunta «¿qué quiero en realidad?». El origen de la herida es la pregunta «¿qué siento en realidad?». Cuando Louise decide salir de la habitación, el pene está erecto. Pero el problema es «¿quién soy realmente fuera de la habitación?». Mientras Louise analizaba el sueño, dejó escapar un sollozo de terror y reconocimiento al repetir la última pregunta. «No sé», susurró, «no sé». En ese momento, en el sueño aparece el gusano.

El sueño continuaba así:

Mi esposo y yo lo criamos desde que era muy pequeño. No más que una cosita cómica y diminuta, parecida a un marsupial que acaba de ser concebido, y que sale del útero de la madre y da vueltas dentro de su bolsa. No tiene pelo, sólo piel húmeda, como todos los gusanos pequeños. Mi esposo lo comprende muy bien; es muy importante para él.

Estamos en la habitación donde mi esposo lo cuida. Lo tengo en las manos, pero se mueve tan rápido que me aterroriza la posibilidad de que se escape. Se me ocurre que sería interesante dejarlo reptar por el suelo, porque así 110 se movería tanto en mis manos. El suelo de madera está bien pulido. El gusano se mueve con tanta rapidez que realmente tengo miedo de perderlo, de no poder volver a tomarlo, de que se esconda debajo de algo. Es tan pequeño que no vamos a alcanzar a verlo si se esconde. Es tan pequeño que nos va a costar verlo. Trato de sujetarlo nuevamente, pero se escapa a un rincón, entre las tablas; hay mucho polvo y pelusas que lo envuelven. Se le pegan en el cuerpo y queda convertido en una mota de polvo. Estoy aterrorizada. Se me escapa.

Mi esposo no siente miedo en ningún momento. Finalmente logro tomarlo, pero se lo ve espantoso. Está tieso como un trozo de madera, seco, cubierto de polvo. El polvo y las pelusas lo han dejado seco. «¡Dios mío, esto es terrible!», pienso. Tiene los ojos en blanco, como los de un pescado demasiado cocido, y tiene otro ojo blanco en la panza (como el hueco en la panza del niño que aparece en la propaganda de masas Pillsbury)[16]. Le echo agua y no pasa nada. «¡Dios mío, está muerto!», digo. «¡Qué horror!, está muerto, muerto, muerto». ¡No pasa nada, nada! Mi esposo sale de la habitación. Mientras lo observo, allí, en mi mano, se produce una metamorfosis. Los ojos se le ponen más blancos todavía y queda cubierto por una cáscara de maíz; toda su espalda parece una cáscara de maíz, es una verdadera cáscara de maíz. De pronto se reanima. Empieza a crecer y crecer y sale de la cáscara. Se lo ve espantoso y llamo a gritos a mi esposo para que venga rápido, rápido, rápido.

Mientras mirábamos en la otra dirección, se ha subido a la cama. No dejo de mirar a este niño-mono que crece cada vez más. En la mano izquierda tengo un cuchillo muy afilado y puntiagudo. El animal toma un cuchillo también. Creo que tenía un cuchillo. Llamo a gritos a mi esposo, que se asoma a la puerta; me acerco a él y le digo: «Tienes que llamar al zoológico. Tienes que llamar al zoológico. Llama al zoológico. Llama al zoológico». Parte a hacerlo.

Trato de que el chimpancé no deje de hablar. Me parece muy peligroso; siento que es muy hostil. Salta de la cama y se mete en el armario.

Le digo: «¿Te acuerdas del abuelo?».

Tiene malos recuerdos del pasado. «Lo odiaba».

Le digo: «¿Te acuerdas de la escuela?» (mi esposo le había dado clases).

«La odiaba, la odiaba», dice.

«¿Recuerdas cuando todavía no ibas a la escuela y eras muy pequeño?»

«¡También odiaba eso! Odiaba todo».

Mi esposo entra con una bandeja llena de comida para él y la apoya en la cama. Me parece que ésa no es en absoluto una comida adecuada para un chimpancé; nada más que sopa, puré de patatas, zanahorias, judías, todo casi molido.

A continuación, mi esposo sale de la habitación y corro detrás de él, dejando la puerta abierta para vigilar al chimpancé. Le pregunto: «¿Ya llamaste al zoológico?».

«Primero preparé la comida», me responde.

Yo digo: «¡Dios mío, es una locura! ¡Primero tendrías que haber llamado al zoológico! ¡Ya estarían aquí!».

Al final del sueño tomo el teléfono, imperturbable, para llamar al zoológico.

Louise está ahora con su esposo en su dormitorio, que antes era el estudio. El ambiente reitera el tema de la relación entre lo masculino y lo femenino en su inconsciente. Su esposo «comprende muy bien» al pequeño gusano que da vueltas en la bolsa marsupial de su madre. El gusano es un reflejo de lo que ha sido Louise, de esa persona que parece mansa y sumisa, que actúa como los demás quieren que actúe, la niñita de papá que hace lo que se debe hacer por motivos erróneos y que trata de actuar de acuerdo con el orden establecido. Este gusano es «muy importante» en una unión con ese tipo de dócil masculinidad.

La verdad queda al descubierto cuando el gusano sale de la cáscara de maíz, cuando se aparta del principio materno. De pronto, una parte suya totalmente desconocida empieza a crecer a un ritmo impresionante. Por no haber conocido a su simio, no se ha dado cuenta de que aquello que va alimentando dentro de la imagen masoquista de sí misma es ira. Ha reprimido en su cuerpo el odio contra su abuelo, contra la escuela, contra su niñez, contra todo. No ha hecho más que imitar, como un mono, lo que otros querían que hiciera, identificándose con la madre que hace todo correctamente pero que no puede actuar de acuerdo con lo que siente. En esa situación, el hombre interior es un blandengue, pero tiene la sensatez de ofrecer al mono delicados alimentos femeninos. El yo reconoce el peligro y quiere encerrar la ira en el zoológico. El conflicto no se soluciona en el sueño, pero lo masculino no se apresura a encerrar la energía entre barrotes. ¿Hay que relegar al animal al zoológico o la energía instintiva es una fuerza necesaria para que maduren tanto lo masculino como lo femenino?

Esto es lo que había escrito Louise después de asistir a una clase de yoga la noche antes de tener el sueño:

He estado haciendo ejercicios con la pelvis, tratando de moverla, tratando de mover el sacro, la base de la columna, tratando de ponerme en contacto con hara y de transmitir la energía a los brazos y las piernas. Cuando me tendí al final de la clase, sentí que se producía un equilibrio entre el lado derecho (débil) de mi cuerpo y el izquierdo. El lado izquierdo se suavizó. Sentía que mi cuerpo era enorme, pero en un sentido positivo; la energía fluía a través de los pies y las manos. Me gustaba mi cuerpo macizo. Pero ¿qué iba a hacer con ese equilibrio, esa fuerza, esa energía quietá? Algo se aterrorizó dentro de mí; sentí un miedo espantoso.

Cuando logró internalizar al mono en un ejercicio de imaginación activa en mi consultorio, Louise empezó diciendo:

Siento dolor en la quinta vértebra lumbar, también en el cuello. Es algo característico de mi familia. Es el odio, la aversión, el desprecio que siente un niño cuando no hay nada que pueda controlar. Es odio contra lo patriarcal, contra la escuela. Nunca aprendí nada que tuviera alguna relación conmigo. La escuela era aburridísima, con la excepción de algunos profesores.

Mientras iba recordando lo que le producía aversión, su cuerpo vibraba en forma incontrolable. En su clímax, la ira se expresaba en ondas de energía en todo su cuerpo. Se produjo una pausa, luego gritos histéricos entre la risa y el sollozo, luego una risa clara como el agua que agitó todo su cuerpo por algunos instantes. Su cuerpo se desplomó y quedó con la frente apoyada en el piso. Louise permaneció en esa postura reverente por un rato, luego se sentó y, sin moverse, dijo:

Siento tanta alegría, tanta paz… Todo el trabajo que he hecho con el cuerpo, todos los gritos de ira y de dolor, todo eso era algo personal. Yo creía que ya había pasado. Incluso cuando tuve el sueño no lo relacioné con la ira. Estoy impresionada. No sabía que estaba allí. Recién ahora me doy cuenta de que esa ira es transpersonal. Así lo siento. Es un alivio.

Al meter el dedo en el «hueco en la panza» del niño de la propaganda de masas Pillsbury, Louise no estaba preparada para recibir la energía numinosa que salía de esa masa; energía negativa primero, luego energía positiva. La energía numinosa había entrado, física y psíquicamente, a través de su herida y había comenzado a producirse la transformación.

capo03_MarthaGraham

Martha Graham nunca se atribuye el haber inventado la contracción del cuerpo. Más bien, eligió dar forma al aspecto esencialmente orgánico de la vida y dramatizarlo. En términos generales, explica: «La relajación es el instante de la vida en que se inhala; la contracción es el exhalar. Son el primer y último instantes de la vida y su técnica se utiliza para estimular la actividad emocional del cuerpo. Así educamos al cuerpo, no a la mente».

La contracción de Graham es angulosa, aguda y sorprendentemente análoga a golpes de percusión. Su origen está siempre en lo que Graham llama «la casa de la verdad pélvica». Anna Kissel-goff, «New York Times Magazine», 19 de febrero de 1984. (Fotografía de Barbara Morgan publicada en «The Notebooks of Martha Graham»; Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1973.)

Si se considera al sueño y a las reacciones corporales posteriores como un rito de pasaje, éste es un claro ejemplo de la reacción psíquica, y no a través de síntomas físicos, de la persona consciente, a la que se refería Esther Harding (p. 104).

El estudio azul ya es demasiado pequeño para Louise, que ha superado ese estilo de vida que consistía en alimentar al padre idealizado mientras descuidaba a su bebé marsupial («recién concebido»), mientras buscaba una compensación inconsciente en la comida. Louise se siente aterrorizada sin ese útero azul y sin la bolsa marsupial de la madre. La enorme «mano de Dios» atraviesa su territorio y destruye el viejo mapa. Entonces se produce el nacimiento psíquico: su feminidad psíquica consciente, su esencia, se libera de la materia inconsciente. Louise se reconoce como un yo con necesidades y emociones propias, y ese reconocimiento trae consigo el problema de la ira reprimida y de la búsqueda de poder.

Al igual que Louise, muchos hombres y mujeres han vivido con hambre toda su vida. Pero ¿con qué tipo de hambre? ¿Hambre físico, hambre de reconocimiento, de poder, de justicia? Como el joven superficial de El sueño americano de Edward Albee, sienten que, cuando aún eran niños, los separaron de sus hermanos mellizos, «en la medida que se puede dividir en dos a un ser humano». Los «separaron violentamente, los arrojaron a los dos extremos del continente». Como al joven, les han arrancado el alma, ese «mellizo torpe». El personaje dice:

Me han exprimido, me han despedazado… me han sacado las entrañas. Ahora sólo me tengo a mí mismo… mi cuerpo, mi cara. Aprovecho lo que tengo… dejo que me quieran… acepto lo que sucede a mi alrededor; aunque no puedo relacionarme, sé que tengo que hacerlo. Dejo que me quieran… dejo que me toquen… dejo que sientan placer al tocarme entre las piernas… que sientan placer por mi presencia… por el hecho de que existo… pero eso es todo. Como dije, soy un ser incompleto… no puedo sentir nada. No puedo sentir nada. Y… aquí estoy… como me ven. Soy… sólo eso… lo que se ve[17].

Por poco desarrollado que esté, el yo de este tipo de personas trata desesperadamente de ocultar su mundo interior o la falta de un mundo interior. No tienen cocina; no existe la posibilidad de absorber la sabiduría de la naturaleza, de elaborarla e integrarla. Como el yo es tan frágil, no puede actuar como intermediario entre lo que sucede en la conciencia y en el inconsciente. El yo se identifica con la máscara y crea un cuerpo hermoso que gesticula y actúa, constantemente aislado de las raíces de los instintos y la imaginación. Si esas raíces nunca reciben alimento, la persona no se puede sentir gratificada. Está abandonada, vive con un hambre voraz, tratando de llegar a su punto natural de saciedad sin lograrlo jamás. Mientras no se permita al alma abandonada regresar del exilio, no hay ninguna posibilidad de lograr una paz física o espiritual.

Cuando la mujer empieza a sentir su verdadera feminidad, suele desencadenarse la furia de la Diosa abandonada. Cuando se arranca al alma virgen de las garras del complejo materno, reconoce cómo ha traicionado a su prostituta paria y puede sentirse furiosa con todos los que en el pasado negaron su plenitud. En ese punto tiene que reconocer que sus antepasadas probablemente nunca pasaron por la etapa de iniciación en la feminidad y que, por ese motivo, dejaron a sus hijos un legado de cólera femenina inconsciente. Cada generación tiene que labrar su propia vida a la sombra de sus antepasados.

Es importante reconocer la diferencia entre la cólera personal, que se expresa en las relaciones íntimas, y la cólera transpersonal, que irrumpe desde un nivel arquetípico, precisamente el nivel en el que hace su entrada la Diosa. Cuando se hace esa distinción y se expresa la cólera como corresponde, la Diosa puede mostrar su otra cara. El alma puede instalarse entonces en su hogar, mucho más amplio ahora, y entregarse a la creatividad. La luz atraviesa la materia compacta de tal manera que, en lugar de vivir arrastrando un montón de carne opaca, la persona siente la paz y la enriquecedora sabiduría del yo consciente en su cuerpo, también consciente, y la autenticidad del amor transpersonal que impregna el ser.

La materia redimida se convierte en un cauce que tiene suficiente confianza y flexibilidad para dar una dimensión mucho mayor a la imaginación creativa.

Voces de crisálidas

Es difícil tratar de recordar con mi cuerpo las palizas que me dieron desde mi primera infancia y durante toda la adolescencia. Sé que es algo que sucedió. Recuerdo lo que pasaba antes y después, pero no recuerdo un solo golpe. Siempre he pensado en esas páginas en blanco como una gracia salvadora, como una necesaria misericordia, pero empiezo a darme cuenta del precio que ha tenido que pagar mi cuerpo por su amnesia. Ha perdido la conciencia de sí mismo, se ha anestesiado demasiado perfectamente. El esfuerzo es espantoso. Lo siento en la garganta, en el pecho, en la pelvis. Pero ya decidí qué voy a hacer. No voy a desistir.

El incesto me convirtió en un niño radiactivo. Yo despertaba sentimientos de culpa, deseo sexual. Las fantasías me defendían del dolor. Siempre fingía que estaba durmiendo.

Decidí soltar amarras. Dejé que los pulmones se abrieran y que el aire entrara hasta el diafragma. Aprendí a respirar desde el fondo de mí y lo que descubrí allí… ¡Dios mío, qué horror! El diafragma tenía preso a un asesino.

Siempre creí en Dios. Siempre tuve el don de la fe. Ahora, después de la muerte de mi esposa, siento este terrible vacío que no se llena con nada. Intenté con la comida, con el alcohol. Pero no quiero que me entierren vivo. Quiero confiar nuevamente. Estoy haciendo algo muy difícil, tratando de recordar con la memoria física, con el cuerpo.

Nunca aprendí a sentir ira, a menos que fuera una ira muy violenta. Ahora me cuesta sentir que tengo razón.

Vivir con mi madre era como vivir con una estrella tan imponente, tan bella, que quería tragármela con los ojos. Fui tomando cada vez más conciencia de mi simpleza y de lo insignificante que era. A pesar de su frialdad y de lo difícil que era acercarse a ella, me la tragaba con los ojos. Era un hermosísimo cuchillo en mi costado.

Finalmente descubrí a mi niñita. La dejé bailar, espontánea, libre. Al quererla, me quiero a mí misma. Merezco que me quieran. Soy capaz de querer.

Siempre tuve la garganta y el pecho llenos de flema. Un día fui capaz de lanzar un verdadero rugido. Entonces pude cantar.

La respiración es la clave para soltar amarras. No me deja encerrarme en una sola cosa. La respiración refuerza las imágenes o les permite ir cambiando. Me permite ser receptivo, armonioso, equilibrado.

Nunca viví mi propia vida. Ruego conocer la dignidad de vivir mi propia muerte.

Me miro en el espejo. Veo arrugas. Me pongo maquillaje. El lápiz de labios no me ayuda a lucir llena de vida. Veo un rostro agotado y pintado. Tengo sesenta años; en dos años he envejecido diez. Nunca antes me pesó la edad. Ahora quiero ser yo, no una capa que me cubra, simplemente yo. No voy a fingir. Quiero vivir antes de morirme.

«Hay dos tipos de personas —me dijo una vez, categóricamente—. Con sólo mirar a las primeras, se puede saber en qué punto se petrificaron y quedaron convertidas para siempre en lo que son ahora. Pueden ser muy simpáticas, pero tú sabes que no puedes esperar de ellas ninguna sorpresa. En cambio, el otro tipo de personas sigue moviéndose, cambiando constantemente… Son seres que fluyen. Siguen avanzando siempre y haciendo nuevas citas con la vida, y su movimiento las hace mantenerse jóvenes. Pienso que son las únicas personas que todavía están vivas. Tienes que estar siempre atento, Justin, siempre atento para no petrificarte».

GAIL GODWIN, The Finishing School

Me haces sentir nueva y radiante,

como una virgen,

tocada por primera vez,

como una virgen.

MADONNA, cantante popular

El leño es el destino del fuego; mientras subsista abajo, el fuego arderá arriba. Esto es lo que ocurre con la vida humana. También en el hombre hay un destino que presta fuerzas a su vida. Cuando se logra asignar a la vida y al destino el sitio correcto, se fortifica el destino, pues así la vida entra en armonía con el destino.

«Ting (El caldero)», I Ching, hexagrama 50.

Hay una VERDAD elemental cuya ignorancia destruye incontables ideas y espléndidos planes:

Cuando alguien se compromete definitivamente, la Providencia también hace lo suyo. Empiezan a producirse las cosas más variadas que ayudan, cosas que de otro modo nunca se hubieran producido

Todo lo que puedas hacer,

Todo lo que sueñes que puedes hacer,

Empieza a hacerlo.

La valentía tiene ingenio, poder y magia.

Empieza a hacerlo; ahora.

GOETHE