—SE nos ha ocurrido dar un baile —dijo Millicent, quien tuvo que tomar aire antes de añadir—: Aquí.
—¿Aquí? —Lord Tregonning miró a su hermana sin dar crédito a lo que decía. Su mirada regresó al retrato enseguida.
Gerrard miró a Jacqueline y después a Barnaby. Los tres formaban un semicírculo en el salón. Habían llegado esa misma tarde y habían decidido mostrar el retrato por primera vez antes de la cena.
A la postre, lord Tregonning asintió con la cabeza.
—Sí, es una buena idea. Si celebramos un baile, asistirá todo el condado.
Millicent dejó escapar el aire que había contenido.
—Justamente. Y como expondremos el retrato —dijo al tiempo que lo señalaba con gesto grandilocuente—, se morirán de ganas de verlo. No necesitaremos ningún otro reclamo.
—Desde luego. —Lord Tregonning se giró hacia Gerrard y le tendió la mano—. Había albergado muchas esperanzas, pero jamás imaginé que pudiera ser tan… impresionante. Que reflejara la verdad sin dejar lugar a dudas.
Mitchel Cunningham estaba con ellos, algo alejado del grupo, pero de igual manera era incapaz de apartar la vista del retrato. Al recordar sus sospechas de que el apoderado no había creído en su inocencia, Jacqueline se colocó junto a él y esperó a que la mirase para señalar el cuadro.
—¿Qué le parece?
El hombre clavó la mirada en el retrato y compuso una expresión compungida.
—La verdad es que le debo una disculpa. —La miró—. Siempre tuve la duda… Pero ya no. —Con la vista clavada en el retrato una vez más, meneó la cabeza—. Esto no deja lugar a dudas.
Esa respuesta la hizo sonreír. Jamás habría imaginado que Mitchel tenía una vena artística, pero el retrato lo había conmovido.
—Espero que el resto lo vea tan claro como usted.
—Estoy convencido de que así será. —Mitchel siguió admirando el retrato—. Desde luego, el cuadro no les va a dejar más remedio que ver la verdad.
Treadle anunció que la cena estaba servida. Gerrard, que estaba hablando con su padre y su tía, le hizo una señal a Compton, quien estaba a un lado, para que se llevara el retrato antes de girarse hacia ella.
Sin dejar de sonreír, se reunió con él. Juntos se encaminaron al comedor mientras discutían cuál era la mejor forma de desvelar al público el retrato.
Millicent estaba empeñada en que se mantuviera oculto hasta el baile.
—Si dejamos que lo vean antes, los rumores correrán como la pólvora. Alguien se hará una idea antes de verlo e intentará que los demás compartan esa opinión… Bueno, ya sabemos cómo funciona esto. Después de todo el trabajo que ha llevado crearlo, debemos asegurarnos de sacarle el mayor partido posible.
—Desde luego. —Barnaby soltó su cuchara en el plato de sopa antes de continuar—. La verdad es que me ha impactado la fuerza que tiene… Sin duda, dejará muy clara nuestra postura de forma dramática.
—Deberíamos invitar a lady Tannahay a una exposición privada. —Gerrard imitó a su amigo—. ¿Necesitamos a alguien más de nuestro lado?
Todo el mundo coincidió en que debían invitar a los Entwhistle, pero cuando lord Tregonning sugirió que hicieran lo propio con sir Godfrey, su hermana insistió en dejarlo fuera del asunto.
—Lo mejor será que se lleve el mazazo de su vida delante de todo el mundo. En privado, empezará a dudar y no sabrá qué pensar.
La voz de Millicent destilaba sarcasmo. Los demás se miraron entre sí y optaron por pasar a otro tema.
—¿Cuándo? —preguntó Su Ilustrísima—. No se puede organizar un baile de un día para otro.
—Dentro de tres días —declaró Millicent—. Esa noche, abriremos nuestras puertas e invitaremos a todos a que vean la inocencia de Jacqueline y a que piensen en lo que representa. Si algo puede enervar a nuestro asesino, es sin duda el hecho de que todo el mundo se pregunte quién es.
Las siguientes horas las pasaron planeando, hasta que se acostaron a las once. Media hora después, Jacqueline se coló en la habitación de Gerrard y en sus brazos.
Tardó bastante en irse a la mañana siguiente. Al considerar que sería más sencillo explicar el hecho de que estuviera deambulando por los pasillos en camisón y bata si no tenía a Gerrard al lado, insistió en que la dejara volver a su habitación sola. A fin de cuentas, no iba a perderse…
Esa precaución dio sus frutos cuando se topó con Barnaby a pocos metros de la puerta de Gerrard. Se ruborizó, pero él la saludó sin inmutarse y le dijo que iba a dar un paseo por los jardines. Más adelante, se cruzó con dos doncellas, que se ruborizaron… sin duda por el estado en el que se encontraba. Cuando se miró en un espejo de pared, vio que tenía una expresión adormilada, que el cabello estaba totalmente alborotado y que sus labios estaban algo hinchados. No tenía sentido fingir cómo había pasado la noche. Al cruzar la galería en dirección a la otra ala de la mansión, vio a Treadle en el vestíbulo… y él la vio a ella. Eso era lo que sucedía por sucumbir a una pasión desmedida.
Aunque no se arrepentía de nada.
Al llegar a su dormitorio, ya había decidido que no le importaba lo que pensasen los demás. Si había aprendido algo del asesino, era a aferrarse al amor con ambas manos y disfrutar del momento. Celebrar su presencia cuando se topara con él, cuando le ofrecían amor.
«Lo que tenga que ser será». Timms era muy sabia.
Dadas las actividades recientes, debería estar exhausta. Sin embargo, se sentía revitalizada, espoleada por la impaciencia de descubrir al asesino de su madre. Al asesino de Thomas. Al hombre que había mantenido su vida en suspenso durante demasiado tiempo.
Llamó a Holly. Mientras se aseaba y vestía, se sintió llena de confianza. Desde la desaparición de Thomas no se había sentido tan positiva, tan ansiosa por enfrentarse a lo que le deparase el día. Se sentía como si el sol por fin hubiera aparecido tras una noche eterna… Y se lo debía todo a Gerrard.
Su paladín. Sonrió, se dio los últimos toques al peinado y se encaminó al comedor matinal.
Gerrard ya estaba allí, junto con Mitchel. Barnaby, que había aparecido justo delante de ella, apartó una silla para que se sentara junto a Gerrard antes de hacer lo propio a su lado.
Los tres charlaron, intercambiando ideas sobre el baile y sobre todos los preparativos necesarios. Mitchel estaba muy callado. Tras dar buena cuenta de su plato, se levantó y les deseó un buen día. Barnaby le preguntó si estaría por allí más tarde, por si necesitaban ayuda con los preparativos.
Mitchel negó con la cabeza.
—Me temo que no. Estaré fuera la mayor parte del día… Tenemos que programar la rotación de los cultivos.
Barnaby asintió con la cabeza y le hizo un gesto con la mano. Ella, en cambio, le sonrió. Mitchel hizo una reverencia y se marchó.
Una vez solos, se lanzaron a la discusión sobre el baile con entusiasmo, mientras esperaban que Millicent se reuniera con ellos en cualquier momento.
Sin embargo, Millicent no apareció.
Se acababa de percatar de la extraña ausencia de su tía cuando la doncella de Millicent asomó la cabeza por la puerta.
—¿Gemma? —preguntó al verla. La doncella parecía alarmada, de modo que se levantó de la silla—. ¿Pasa algo?
La muchacha entró en la estancia e hizo una reverencia.
—Es su tía, señorita. No sé dónde está. —Tenía los ojos desorbitados—. ¿La ha visto?
Se le heló la sangre al escucharla. Se escuchó el ruido de las sillas al arrastrarse por el suelo cuando Gerrard y Barnaby también se levantaron.
Aunque fue este último quien habló con voz calmada y seria.
—Tiene que estar en alguna parte. Te ayudaremos a buscarla.
No les llevó mucho tiempo encontrarla.
Gemma y otra doncella ya habían buscado en la planta alta. Gerrard le ordenó a Treadle que organizara a los criados; acto seguido, salió con Jacqueline y Barnaby a la terraza, primero para mirar allí y después para organizar la búsqueda.
Llegaron a la escalera principal que bajaba a los jardines y buscaron en todas las zonas que veían desde allí. Jacqueline comenzó a llamar a su tía.
—¡Millicent! —gritó él a todo pulmón, pero no hubo respuesta. Se detuvo junto a Jacqueline en lo alto de la escalera. Al bajar la vista, se fijó en las marcas de pisadas que manchaban el pálido mármol.
Había estado lloviznando por la noche. Recorrió los escalones con la mirada y después estudió el sendero, que efectivamente estaba húmedo. El rastro subía por los escalones.
—Barnaby. —No estaba seguro de que su desbordante imaginación no le estuviera jugando una mala pasada, pero… Cuando su amigo lo miró, le señaló las huellas.
Barnaby se agachó y siguió con la mirada el rastro que ascendía por los escalones y se internaba en la terraza. Las débiles huellas continuaban por toda la zona, diseminadas, pero acababan en un punto concreto: donde la balaustrada daba al Jardín de la Noche.
Se le crispó el rostro. Vio la expresión seria de su amigo cuando se puso en pie.
—¿Qué pasa? —preguntó Jacqueline sin dejar de mirarlos.
—Espera aquí —le dijo, y le dio un apretón en el brazo.
Bajó los escalones a toda prisa y se encaminó hacia el Jardín de la Noche con Barnaby pisándole los talones.
Jacqueline se quedó petrificada. En su cabeza resonaba un grito desgarrador. Le costó la misma vida hacer que su cuerpo respondiese, conseguir moverse. Se aferró a la balaustrada y se obligó a continuar. Paso a paso, siguió a los dos hombres.
Tenía la vista fija en el Jardín de la Noche, no en la zona que Gerrard había pintado, sino en la parte más cercana a la mansión. En la entrada donde había estado hacía un año y había visto el cuerpo sin vida de su madre, tirado como una muñeca de trapo, con las piernas en el estanque y la espalda rota contra el muro de piedra.
El arco se fue acercando cada vez más, hasta que por fin llegó a él y se quedó a la fría sombra de los jardines.
Gerrard y Barnaby estaban inclinados sobre el cuerpo de su tía. Al igual que pasara con su madre, Millicent estaba medio tendida sobre el muro. Blanca como la muerte. Sus dedos inertes descansaban sobre la gravilla.
Se le escapó un gemido. Quería gritar, pedir ayuda, pero no le salía la voz. Era como si le hubieran cerrado la garganta.
Gerrard la escuchó y se giró hacia ella. Le dijo algo a Barnaby antes de levantarse y acercarse a ella a toda prisa.
Se llevó las manos a la boca. Era incapaz de formular la pregunta, pero se la transmitió con la mirada.
—Está viva. —Gerrard la estrechó entre sus brazos para reconfortarla—. Inconsciente pero viva. —Levantó la cabeza para gritar—: ¡Treadle!
Un segundo después, el mayordomo apareció en los escalones.
—¿Señor? ¿Señorita? ¿Qué…?
—Mande a alguien en busca del médico y luego haga venir a varios criados con la hoja de una puerta.
Viva. Millicent estaba viva. Se le aflojaron las rodillas.
Gerrard soltó un juramento y la abrazó con más fuerza.
Le apoyó la cabeza en el pecho y se obligó a inspirar hondo. Tragó saliva.
—Lo siento. —Tomó aire una vez más antes de tensar las piernas y levantar la cabeza—. Vuelve con ella. Está malherida. Yo esperaré aquí. —Al darse cuenta de que titubeaba, añadió—: Estaré bien. De verdad. La mejor manera de ayudarme es ayudarla a ella… Yo no puedo. No puedo entrar ahí.
Gerrard entendió lo que sentía, se dio cuenta por la forma de mirarla. La apoyó contra la balaustrada.
—Quédate aquí… No te muevas.
Asintió con la cabeza. Al instante, Gerrard ya se estaba volviendo para regresar al Jardín de la Noche.
Llevaron a Millicent a su habitación y la tendieron en la cama.
Se informó a lord Tregonning. Se mandó llamar a sir Godfrey.
El médico llegó y lo llevaron de inmediato a la habitación de Millicent. Cuando entró en el salón media hora después, tenía el semblante serio.
—Está inconsciente, pero ha tenido mucha suerte. Una rama amortiguó la caída. Se rompió por el peso y evitó que se le rompiera la espalda o se abriera la cabeza por el golpe. Tiene el brazo roto, pero se curará bien. Sin embargo, se ha golpeado la cabeza. No puedo asegurar cuánto tiempo permanecerá inconsciente.
—Pero… ¿vivirá? —Jacqueline se inclinó hacia delante con las manos apretadas en el regazo.
—Dios mediante, creo que sí. Pero mucho me temo que no es seguro. Sigue con nosotros, pero debemos ir paso a paso… No es joven y la caída ha sido…
—Espantosa. —Lord Tregonning estaba pálido, estupefacto. Tenía los nudillos blancos de lo fuerte que apretaba el mango del bastón.
—La he dejado lo más cómoda que he podido. La señora Carpenter sabe qué hacer. Volveré esta tarde para ver si hay cambios, pero tal vez tarde un par de días en recuperar la consciencia.
Barnaby cambió de postura y le dijo algo en voz muy baja a lord Tregonning. Su Ilustrísima asintió con la cabeza antes de clavar la mirada una vez más en el médico.
—Manning, le agradecería que guardara este asunto en el más estricto secreto. Al menos hasta que hayamos averiguado algo más.
El médico vaciló un momento, pero acabó por acceder. Miró de reojo a Jacqueline antes de hacer una reverencia y marcharse.
Barnaby miraba boquiabierto la espalda del médico; en cuanto la puerta se cerró, ya no aguantó más.
—¡No puedo creerlo!
Gerrard se obligó a aflojar los puños.
—Pues créelo —dijo con ferocidad—. Pero esta vez no va a salirle tan bien el juego.
Se giró hacia Jacqueline. No le gustaba en lo más mínimo la mirada perdida que tenía.
—Cuando Millicent recupere la consciencia, nos dirá quién la tiró por la terraza, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que eso suceda. —Miró a su anfitrión—. El asesino cree que Millicent está muerta… Si averigua que no es así, que sólo está inconsciente, le entrará el pánico y querrá silenciarla para siempre. Tenemos que mantenerla a salvo.
Lord Tregonning puso los ojos como platos. Hizo que Barnaby fuera en busca de Treadle, con quien discutieron el asunto. Una legión de criados protegería a Millicent día y noche. Barnaby sugirió que lo mejor sería que se comportasen como si no hubiera sucedido nada extraño, algo con lo que todos estuvieron de acuerdo. Treadle les aseguró que la servidumbre no diría ni una sola palabra y se marchó para asegurarse de que se cumplían las órdenes.
—Con eso confundiremos al villano. Además, el retrato es cebo más que suficiente —dijo Barnaby al tiempo que lo miraba.
—Desde luego —convino con un gesto de la cabeza—. Pero aun así tenemos que averiguar qué ha pasado.
Barnaby buscó sus ojos antes de dirigirse a lord Tregonning.
—Con su permiso, me gustaría interrogar al personal antes de que llegue sir Godfrey.
Lord Tregonning miró a su interlocutor y asintió con la cabeza. Apretó los dientes y desvió la vista hacia su hija.
—No hace falta que me pida permiso, haga todo lo necesario. —Se sentó junto a Jacqueline y le dio unas palmaditas en la mano con cierta torpeza—. Querida, ¿por qué no subimos a la habitación de Millicent y le hacemos compañía? Estoy seguro de que querrá que estemos allí cuando se despierte.
Para su alivio, Jacqueline miró a lord Tregonning y accedió a sus deseos. Padre e hija se pusieron en pie. Los acompañó hasta el dormitorio de Millicent, se aseguró de que se ponían cómodos y regresó junto a Barnaby, que seguía dándole vueltas al asunto en el salón. Leyó la determinación en su rostro.
Barnaby levantó la vista cuando escuchó que cerraba la puerta.
—No vamos a permitir que este incidente quede sepultado porque alguien crea que está protegiendo a otras personas.
—Justo lo que yo estaba pensando. ¿Qué tienes en mente?
—Que tomemos las riendas. Que recopilemos todos los hechos y se los presentemos a sir Godfrey, de modo que no tenga oportunidad de pasar por alto lo evidente.
Asintió con la cabeza.
—¿Por dónde empezamos?
Barnaby enarcó una ceja.
—Lo primero es determinar a qué hora salió Millicent a la terraza, siempre que sea posible, y establecer el motivo. Después, tenemos que asegurarnos de que podemos demostrar, en caso de necesidad, que Jacqueline estaba en otro lugar entre esa hora y el amanecer.
—Estaba conmigo —dijo sin rehuir la mirada de su amigo.
Barnaby sonrió.
—Lo sé. Me topé con ella cuando salía de tu dormitorio esta mañana… Escuché la puerta y creí que eras tú, de modo que salí… Pero era ella. Y también debieron de verla más personas. Bueno… ¿a qué hora llegó?
—Sobre las once y media.
—Bien… Ya tenemos cubierto ese aspecto. Ahora veamos lo que puede decirnos esa doncella.
Conmocionada pero cada vez más furiosa por lo que le había sucedido a su señora, Gemma se aprestó a contarles todo lo que sabía.
—Siempre seguía un ritual antes de acostarse… Cremas, pociones… Y tenía que arreglarle el pelo todas las noches para que se levantase a la mañana siguiente con los rizos perfectos. Salí del cuarto pasada la medianoche, y ni siquiera entonces se había acostado. Estaba inquieta… Las mujeres mayores suelen estarlo, ya me entienden. No se tranquilizan con facilidad, así que suelen caminar de un lado para otro mientras lo hacen. Si hace buena noche, suele bajar a la terraza, al menos eso hace desde que estamos aquí. La he visto pasear a la luz de la luna en la terraza.
Gemma resultó ser una fuente de información muy detallada. Fue capaz de enumerar las distintas tareas que le encargaba Millicent todas las noches.
—Es evidente que Millicent no pudo salir de su habitación en menos de una hora —concluyó Barnaby—, y a las once subía las escaleras con nosotros.
A continuación, hablaron con Treadle. Con rostro inexpresivo, confirmó que dos doncellas y él mismo habían visto a Jacqueline cuando esta regresaba a su habitación a eso de las siete de la mañana. Añadió, con la vista clavada en la pared, que la doncella de Jacqueline podía confirmar que no había dormido en su cama.
Barnaby lo miró cuando el mayordomo salió del salón.
—No tenía previsto preguntártelo pero… tienes intención de casarte con ella, ¿no?
Miró a su amigo como si le hubiera crecido otra cabeza.
—¡Por supuesto! —Pero después gesticuló con la mano—. No, de verdad, sé por qué has tenido que preguntarlo. Sí, le he pedido que se case conmigo, pero Jacqueline quería esperar a que todo este asunto estuviera resuelto, a que ya no hubiera dudas sobre su inocencia y hubiéramos atrapado al asesino, para darme una respuesta en firme.
Barnaby asintió con la cabeza.
—Algo de lo más comprensible. Y ahora, vayamos a echarle otro vistazo a las huellas de la terraza.
Una vez allí, se agacharon para estudiar las manchas en el punto donde acababan, junto a la balaustrada. En ese preciso momento, Treadle apareció seguido de sir Godfrey.
El hombre parecía muy descompuesto.
—¿Qué ha pasado? ¿También ha tirado a Millicent por la balaustrada? —Tenía el rostro encarnado y no se le entendía muy bien—. ¡Pues voy a…!
Barnaby levantó una mano cuando se puso en pie.
—No tan deprisa. Escuche lo que hemos averiguado hasta el momento. —En pocas palabras, Barnaby detalló los movimientos desde que subió a su habitación hasta que salió a la terraza—. Después, por algún motivo, bajó los escalones y se dirigió al Jardín de la Noche. Aún no sabemos cuánto se internó, pero sí que traspasó el arco. Fue allí donde se ensució los escarpines. En ese momento, un hombre la agarró por detrás —siguió Barnaby, que señaló con gesto teatral las huellas—. Le tapó la boca para que no gritara y la arrastró por los escalones hasta la terraza, donde la lanzó (y no me refiero a que la empujara) por encima de la balaustrada al Jardín de la Noche. Encontramos una rama bajo su cuerpo. El médico ha confirmado que se rompió bajo su peso y que eso le salvó la vida. Si va al jardín y echa un vistazo a la rama, verá de dónde procede… Está más claro que el agua que a Millicent no la empujaron, sino que la lanzaron por encima de la balaustrada. Que la lanzó un hombre.
Sir Godfrey había perdido todo rastro de color, pero había estado atento a la explicación de Barnaby.
—¿Un hombre? —preguntó.
—Sin lugar a dudas —respondió Barnaby—. Ninguna mujer pudo hacerlo.
Por sugerencia de Gerrard, se retiraron al despacho de lord Tregonning, donde le sirvieron una copa de brandi a sir Godfrey. El magistrado había estado sumido en la estupefacción, pero comenzaba a recuperar el control.
Gerrard esperó al momento oportuno antes de hablar.
—Sir Godfrey, usted es un hombre de mundo… Sabemos que podemos contar con su discreción. La señorita Tregonning y yo pensamos casarnos en cuanto se solucione este asunto. En consecuencia, pasó la noche conmigo, desde antes de que la doncella de Millicent saliera de su habitación hasta las siete de esta mañana. Además de mi palabra, hay varios miembros de la servidumbre que pueden confirmar ese hecho.
Sir Godfrey lo miró con expresión sorprendida, pero se apresuró a restarle importancia a sus palabras.
—Discreción absoluta, se lo aseguro. De todas maneras… —Apretó con más fuerza la copa de brandi antes de apurarla de un trago. Continuó con voz más dura—: Jacqueline no ha sido, ha sido un hombre… Un infame, un villano que nos ha estado llevando por donde quería, matando una y otra vez y riéndose de nosotros porque teníamos miedo de que ella fuese la culpable. Pues esta vez no va a suceder… Esta vez vamos a atrapar a ese demonio.
—¡Bien dicho! —Barnaby se inclinó hacia delante en el asiento—. Tenemos que averiguar qué pudo instar a Millicent a bajar al jardín. Su doncella asegura que tenía la costumbre de pasear sólo por la terraza. Además, había estado lloviendo.
—A Millicent no le gustan demasiado los jardines, ¿saben? —dijo sir Godfrey con un gesto de cabeza—. Debió de oír algo, de ver algo.
Barnaby se enderezó de golpe y clavó la vista en el vacío.
—Hay que llamar a Treadle.
Gerrard así lo hizo. Cuando apareció el mayordomo, Barnaby le lanzó una pregunta.
—Ya lo creo, señor —respondió Treadle—, lady Tregonning solía pasear por la terraza de noche. Tenía problemas para dormir.
—¿Al igual que la mayor de las señoritas Tregonning?
—Esa costumbre es muy conocida por los criados, señor… Además, como no podía ser de otra manera, siempre sé cuándo alguien abre las puertas de la terraza después de que las haya cerrado con llave.
Barnaby contempló al mayordomo con curiosidad.
—¿Recuerda por casualidad si habían abierto la puerta la noche previa a la muerte de lady Tregonning?
—Pues la verdad es que sí me acuerdo, señor. Recuerdo perfectamente que, cuando apareció con tan mal aspecto por la mañana a la hora del desayuno (la mañana de su muerte), pensé que se había pasado toda la noche paseando. Estaba claro que había pasado la noche en vela y las puertas de la terraza estaban abiertas.
Barnaby le dio las gracias a Treadle, que se retiró tras hacer una reverencia.
Sir Godfrey miró a Barnaby con expresión horrorizada, porque comenzaba a comprender.
—¿Cree que Miribelle también oyó algo?
El aludido apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Creo que oyó o vio algo, pero que regresó al interior… Fuera lo que fuese, sabía lo que significaba, pero creyó que la persona involucrada (digamos que el asesino) no la había visto.
—Pero sí la vio —concluyó él.
—Es posible. Quienquiera que fuese, sabía que alguien lo había visto… Más tarde, seguramente por algo que Miribelle dijo o hizo, o tal vez por el mal aspecto que presentaba, nuestro asesino averiguó la verdad. —Se reclinó en el respaldo—. Y la mató.
—Lo que quiere decir —dijo él—, que lo que vieran (u oyeran) Miribelle y Millicent es peligroso, muy peligroso, para el asesino.
Barnaby le dio la razón.
—Tan peligroso que ha matado sin remordimientos para evitar que se sepa.
—¿Por qué no se lo dijo Miribelle a alguien? —preguntó sir Godfrey—. Si lo que había visto la descompuso tanto, ¿por qué no lo dijo?
—No lo sé —admitió Barnaby al cabo de un momento—. Tiene que haber un motivo; pero hasta que averigüemos qué vieron, no lo sabremos.
—Aparte de eso —insistió Gerrard—, todo este asunto gira en torno a lo que vieron. Eso es lo más importante. ¿Qué pudo ser?
—¿Quién pudo ser? —matizó sir Godfrey—. ¿Quién demonios deambula de noche por los jardines?
—Para empezar, Eleanor Fritham —contestó él, y miró al magistrado a los ojos—. Hay un telescopio en mi habitación… La he visto en varias ocasiones, siempre acompañada de un caballero cuyo rostro no he podido ver de modo que desconozco su identidad. —Titubeó un instante y por sus ojos pasó la imagen de algo que había visto—. Además, hay un nidito de amor en el Jardín de la Noche. Está bien oculto, pero alguien lo está usando.
Sir Godfrey enarcó las cejas.
—¿De veras? —preguntó, interesado, pero al punto frunció el ceño—. Ni Miribelle ni Millicent se escandalizarían por ver a una pareja de enamorados en el jardín, así que eso sólo no basta. Sin embargo… —Miró primero a Barnaby y después a él antes de continuar con voz acerada—. Sin embargo, propongo que le preguntemos a la señorita Fritham con quién se encuentra por las noches en los jardines y veamos si ella o su galán pueden darnos alguna pista sobre lo que vio Millicent.
Por sugerencia de Barnaby, sir Godfrey mandó una nota a Tresdale Manor en la que reclamaba la presencia de Eleanor en Hellebore Hall. Llegó una hora después, acompañada de su madre, quien entró en primer lugar en el salón.
—De verdad que no sé por qué necesitas a Eleanor, Godfrey, pero te la he traído de inmediato. Todas las damas que estaban reunidas en mi casa saben que ocurre algo. —Lady Fritham le lanzó una sonrisa interrogante al magistrado.
Sir Godfrey adoptó una expresión indolente y carraspeó antes de hablar.
—Bueno… es un asuntillo que tengo que aclarar, María. Tal vez… —Miró a Barnaby—. Si no te importa, al señor Adair y a mí nos gustaría charlar un momento con Eleanor en el despacho mientras Marcus, Jacqueline y el señor Debbington te hacen compañía.
Barnaby esbozó una sonrisa afable y le ofreció el brazo a Eleanor. Esta lo aceptó y le lanzó una mirada incierta a su madre, pero Barnaby la sacó de la estancia y sir Godfrey no tardó en seguirlos.
—¡Vaya! —Lady Fritham parecía desconcertada—. ¡Qué cosa más rara!
Jacqueline, que estaba sentada en el diván, inspiró hondo, ensanchó la sonrisa y le dio unas palmaditas al asiento que tenía al lado.
—Siéntese, por favor. ¿A quién ha dejado en su casa? Sé que a mi tía Millicent le encantará conocer todos los detalles.
Con el ceño fruncido, lady Fritham tomó asiento.
—¿Dónde está Millicent?
—Está algo indispuesta —declaró lord Tregonning.
—Vaya… —Lady Fritham aceptó la respuesta sin cuestionarla—. Bueno, déjame ver. Estaba la señora Elcott, por supuesto…
Eleanor apareció en la puerta cuando su madre llegó al final de la lista y Jacqueline se estaba devanando los sesos a fin de alargar la conversación.
Una Eleanor transformada. Tenía las mejillas encendidas y echaba chispas por los ojos. Era la viva imagen de una persona ofendida en extremo.
—¡Vamos, mamá! Tenemos que irnos.
Lady Fritham parpadeó sin entender esa reacción.
—Pero, querida…
—¡Ahora, mamá! ¡Quiero irme ahora mismo! —Eleanor miró a Barnaby, que estaba junto a la puerta, con los ojos entrecerrados—. No tengo nada más que decirle a sir Godfrey ni al señor Adair. Así que, si no te importa…
Eleanor no esperó una respuesta, sino que dio media vuelta y salió hecha una furia.
Lady Fritham estaba estupefacta.
—¡Válgame Dios! ¡Vaya! No estoy segura de… —Con la mano en la garganta, se puso en pie—. Por favor, discúlpanos, Marcus… No sé qué se le ha metido en el cuerpo.
—No te preocupes, María. —Lord Tregonning y Gerrard se pusieron en pie y le hicieron una reverencia a una agitada lady Fritham, que voló hacia la puerta.
—¿María? —Lord Tregonning esperó a que Lady Fritham lo mirase—. Una cosa nada más… Te estaría muy agradecido si le comunicas a tu familia y a tus empleados que los jardines de Hellebore Hall ya no están abiertos para su uso. Parece que son demasiado peligrosos.
—¡Válgame Dios! Sí, por supuesto que se lo comunicaré a todos, Marcus. Por favor, dile a Millicent que me pasaré más tarde para ver cómo sigue. —Tras despedirse con un gesto de la mano, lady Fritham salió al vestíbulo en pos de su díscola hija.
Barnaby se adentró en la estancia, seguido casi al instante por sir Godfrey. Esperaron a que la puerta principal se cerrase.
—¿Qué habéis averiguado? —preguntó Gerrard.
—Muy poco —respondió Barnaby al tiempo que se sentaba en una silla—. Ha negado rotundamente que haya estado de noche en los jardines. Mentía como una descosida.
—Ya lo creo. —Sir Godfrey se dejó caer en un sillón—. Jamás la había visto así… Tan petulante y desdeñosa, echando chispas por los ojos.
—Le entró el pánico —aseguró Barnaby—. Y se puso a gritar para que no se notase.
Sir Godfrey resopló.
—Lo que me gustaría saber es a quién protege con sus mentiras. Debe de ser alguien conocido. —Miró a Jacqueline—. Mmmm, ¿a quién le tiene echado el ojo? ¿La han visto rondando a alguien?
Jacqueline abrió la boca para decir que no tenía ni idea, pero se contuvo. Los cuatro se percataron de su titubeo y esperaron. Sintió que se le encendían las mejillas mientras meditaba si debía ser leal con su amiga; pero entonces recordó a su tía, inconsciente en la cama. Tomó una honda bocanada de aire.
—Eleanor tiene un amante. No sé quién es, pero… —Gesticuló con la mano—. Lleva viéndolo durante años.
Era imposible que sir Godfrey adoptara una expresión más perpleja.
—¿El mismo hombre durante años?
—Hasta donde yo sé. Y antes de que me lo pregunte, le puedo decir que no tengo la menor idea, ni una pista siquiera, de quién es.
—Pero ¿es alguien que no se ha movido de aquí? —preguntó Barnaby—. ¿Alguien de la zona?
—Hasta donde yo sé, sí —respondió y se encogió de hombros.
Sir Godfrey frunció el ceño.
—Tenemos que encontrar a alguien que sepa decirnos más sobre el amante secreto de la señorita Fritham.
Los cinco oyeron pasos en el vestíbulo procedentes de la entrada. Supusieron que se trataba de Treadle, pero los pasos se detuvieron de golpe… justo al otro lado de la puerta abierta. Levantaron la vista a la par.
Mitchel Cunningham estaba en el vano de la puerta, con expresión sorprendida y el rostro amarillento. Observaba a sir Godfrey como si no diera crédito a lo que veía, pero parpadeó. Dio un paso hacia ellos con el ceño fruncido.
—¿Ha pasado algo?
—Mitchel… acércate, acércate —lo instó lord Tregonning—. Tal vez puedas ayudarnos con este asunto.
Lord Tregonning le explicó en pocas palabras lo sucedido, de modo que todos pudieron ver su reacción. Su conmoción y asombro eran irrevocablemente sinceros.
—¡Por el amor de Dios! Pero ¿está bien?
—Sí. —Sir Godfrey tomó la palabra—. Pero… —Explicó que en esos momentos buscaban al caballero con quien Eleanor solía encontrarse por las noches en los jardines—. ¿Tiene idea de quién puede ser este rufián?
Gerrard no supo si fue por su ojo artístico o si su relación con Jacqueline lo había vuelto más sensible, pero no le costó interpretar la expresión apenada (no, atormentada) que brilló en los ojos del apoderado.
—No eres tú, ¿verdad? —preguntó, aunque por mera formalidad.
Su voz dejó bien claro que era más una afirmación que una pregunta. Mitchel desvió los ojos hacia él y enfrentó su mirada mientras meneaba la cabeza muy despacio.
—No soy yo. —Pronunció las palabras sin inflexión. Dolía escucharlas.
A ninguno le cupo la menor duda de que decía la verdad.
Lord Tregonning carraspeó.
—Gracias, Mitchel.
El apoderado asintió con la cabeza, pero daba la sensación de que no les estaba prestando atención.
—Si me disculpan…
Lo dejaron marchar.
—¿Me equivoco al pensar que…? —preguntó sir Godfrey cuando sus pasos desaparecieron en el interior de la mansión.
—Mitchel había… Albergaba ciertas esperanzas —respondió él con un gesto de la cabeza—, aunque no creo que fuera nada serio.
—Esperanzas que acabamos de aplastar —dijo lord Tregonning—. Pero es mejor que se haya enterado ahora que más adelante.
Después de eso, repasaron todo lo que habían averiguado. Sir Godfrey preguntó por las medidas de seguridad concernientes a Millicent y se quedó tranquilo con la respuesta.
—Cuando se despierte, podrá señalar al villano —dijo el magistrado con mirada gélida y tono vengativo, para sorpresa de todos—. Y que Dios lo ayude cuando lo haga.
Decidieron seguir adelante con el baile. Gerrard, Barnaby y su padre pasaron la tarde escribiendo y enviando las invitaciones mientras que ella se encargaba de la infinidad de preparativos necesarios.
Después de la cena, fue al dormitorio de Millicent y dejó a los hombres para que siguieran discutiendo el plan de acción. Más tarde, Gerrard fue a buscarla y la acompañó hasta su habitación.
Transpuso la puerta en primer lugar y se dirigió a las ventanas, desde donde observó el cielo nocturno. Gerrard cerró la puerta y se quedó junto a ella, lugar desde el que observó la curva de su espalda, la cabeza recta y la forma en la que cruzaba los brazos. No había velas encendidas. La estancia estaba sumida en sombras plateadas. Muy despacio, se reunió con ella sin dejar de pensar en las posibilidades.
Se detuvo a su espalda y extendió los brazos para pegarla contra su pecho. Jacqueline se apoyó en él, apoyó la cabeza en su hombro. Bajó la vista para contemplar su atormentada expresión y esperó a que ella hablara.
—Siempre… siempre es la gente que me quiere, que se preocupa por mí, quien acaba sufriendo. Quien acaba muriendo —dijo a la postre tras inspirar hondo. Se le quebró la voz cuando prosiguió—: No quiero que a ti te pase lo mismo.
Inclinó la cabeza y le rozó la sien con los labios.
—No me pasará nada. Y Millicent no ha muerto… No ha empeorado y no hay motivos para creer que vaya a morir. Además, tienes que creerme cuando te digo que no pienso dejar que este asesino nos separe. —Le recorrió el rostro con la mirada—. No voy a dejar que nos arrebate esto… que nos quite lo que tenemos, que nos prive de nuestro futuro.
Jacqueline se percató del compromiso que destilaban sus palabras y sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¿Qué ocurriría si lo creía y después…?
—Eso no va a suceder. —Gerrard musitó las palabras junto a su oído y la abrazó con más fuerza—. Antes, el asesino sólo tenía que enfrentarse a una persona… pero ahora tendrá que enfrentarse a todos nosotros. Todos estamos contra él. Lady Tannahay y los Entwhistle, sir Godfrey, Barnaby, tu padre, tú y yo. Ahora no tiene posibilidades de ganar.
Su paladín… Había reunido un ejército para luchar por su causa. Sin él, seguiría atrapada en la espantosa maraña que su torturador había tejido.
Apoyó las manos en las de Gerrard, que le sujetaban la cintura, y sintió la fuerza y la calidez de su cuerpo, que se pegaba a su espalda. Por primera vez comprendía de verdad el miedo que lo llevaba a protegerla, por mucho que ella protestase. Si pudiera encerrarlo en algún lugar seguro hasta que hubieran atrapado al malhechor, lo haría sin pensar.
Su siguiente comentario le indicó que Gerrard compartía su opinión.
—Supongo que no has cambiado de idea sobre anunciar nuestro compromiso.
Que no sobre aceptar casarse con él, algo que todavía no había hecho.
—Ya te lo dije, lo haré cuando lo atrapemos. Hasta entonces… —Se giró sin soltarse y le rodeó el cuello con los brazos mientras lo miraba a la cara—. Hasta entonces, sólo somos amantes.
Los ojos de Gerrard, casi negros en la noche, la atravesaron. Tras un largo silencio, lo vio negar con la cabeza.
—No, no lo somos.
Gerrard inclinó la cabeza, se apoderó de sus labios… y se lo demostró. Se lo demostró con un despliegue sobrecogedor que no dejó lugar a dudas de que eran muchísimo más que meros amantes.
Que hizo imposible negar, ante él, la realidad de lo que había llegado a ser su relación, de la inmensidad de esa arrolladora fuerza, de ese poderoso vínculo que se había establecido entre ellos. La pasión, acompañada de una acuciante necesidad y de una fiera posesividad, prendió en sus venas y aniquiló las inhibiciones y todo vestigio de resistencia. Una pasión que abrió las puertas a un deseo abrasador y los llevó hasta lo único que podía calmarlo. Una pasión que consumió sus pensamientos e impregnó cada uno de sus movimientos hasta consumirlos en cuerpo y alma.
Era como si la fuerza que los impulsaba estallara en una ardiente bola de fuego que los devoró, trascendiendo la intimidad física hasta llevarlos más allá del deseo y la pasión… más allá de la realidad.
Una fuerza que aceptó su ofrenda, su devoción y, por último, su absoluta rendición.
La noche fue avanzando y las sombras se hicieron más densas mientras ella yacía entre los brazos de Gerrard, atenta al compás del corazón que latía con fuerza bajo su cabeza. Y esa fuerza, esa devoción que los unía, seguía arrullándolos.
Se preguntó qué les depararían los siguientes días con la certeza de que Gerrard estaba pensando en lo mismo.
Las palabras de Timms resonaron en su cabeza, y tuvo la impresión de que Gerrard también las estaba recordando.
«Lo que tenga que ser será».
No tenían más alternativa que aceptar el destino y seguir adelante.