—UNA cosa es haber obtenido el respaldo de los que me conocen de toda la vida —le dijo Jacqueline a Gerrard en un susurro mientras, cogida de su brazo, seguían a su padre y a Millicent por los escalones de entrada a Trewarren Hall. Tomó aire y luchó contra el impulso de llevarse una mano al estómago revuelto mientras esbozaba una sonrisa forzada—. El resto de la sociedad de por aquí tal vez no sea tan complaciente.
—Tonterías. —Gerrard le sonrió—. Deja de preocuparte. Limítate a comportarte como te dicte tu conciencia. —Enfrentó su mirada un momento antes de musitar—: Sigue los dictados de tu corazón.
Ardua tarea cuando parecía a punto de salírsele del pecho. Tomó una nueva bocanada de aire, consciente de que Gerrard había clavado la vista en sus senos. Se sintió reconfortada por esa ligera caricia de su mirada, aunque no entendió por qué.
No tuvo que preguntar si pensaba quedarse a su lado, sabía que lo haría. No tuvo que preguntarse si sus atenciones serían motivo de especulación, porque en semejantes circunstancias, era inevitable. Su mente trabajaba a marchas forzadas. Le faltaba el aliento, pero sentía un extraño nerviosismo, una emoción que jamás había experimentado.
No era de extrañar que le diera vueltas la cabeza.
Cuando se pusieron a la cola para saludar a sus anfitriones, intentó no recordar el momento en el que Gerrard había aparecido vestido de gala en el salón. Barnaby había entrado casi al mismo instante, pero no había reparado en él hasta largo rato después. Gerrard iba de blanco y negro, con un chaleco de seda marrón con matices dorados, y en cuanto sus ojos se posaron en él, el resto del mundo había dejado de existir.
El contraste de colores resaltaba sus anchos hombros, su musculosa y esbelta figura y los rasgos patricios y austeros de su rostro. Esa fuerza contenida que tantas veces había presentido en él estaba bien visible esa noche, al igual que esa intensidad innata, que había liberado de su férreo control. Lo rodeaba un aura de sexualidad indiscutible. Casi podía saborear ese atávico poder y esa agresiva pasión tan propios de él.
Eleanor iba a caerse de espaldas.
Jamás habían competido por las atenciones de un caballero; tampoco tenía muy claro que fueran a hacerlo por Gerrard, pero el intento de su amiga por monopolizar a Gerrard esa misma mañana había despertado su suspicacia. Otro factor causante de las miles de mariposas que le revoloteaban por el estómago.
El hombre que iba a su lado, y no se estaba refiriendo al caballero, era otro de esos factores.
Tampoco sabía qué pensar con respecto a él, no después de haber visto por fin su verdadera naturaleza. Mucho menos allí de pie junto a ella, mientras caminaba de su brazo y no podía olvidarse de su presencia… Porque era muy consciente de que lo tenía al lado.
Desde que confeccionaran ese vestido, había crecido varios centímetros. Al menos dos de alto, lo que hacía que el bajo le quedara a la altura de los tobillos y fuera muy provocativo. Aunque esa era la menor de sus preocupaciones. Porque también había ganado algunos centímetros en el pecho y en las caderas. Si respiraba demasiado hondo, podría acabar en un serio apuro.
Mientras esbozaba su mejor sonrisa y saludaba a lady Trewarren con una reverencia, recordó que debía localizar el gabinete antes de que sucediera algún desastre, de modo que supiera adónde huir en caso de que alguno se produjera.
Cuando se irguió tras la reverencia, captó la expresión arrebatada de lady Trewarren y contuvo a duras penas el impulso de mirarse el escote; pero la mirada de Su Ilustrísima se desvió hacia su rostro y entonces se dio cuenta de que la estaba observando con verdadero aprecio. Se estrecharon las manos y se besaron. Tras eso, Gerrard la instó a seguir a su padre y a su tía.
Como habían previsto, la presencia de su padre creó un revuelo instantáneo. Los invitados se pusieron de puntillas para confirmar que, ciertamente, lord Tregonning estaba allí. Agradeció sobremanera la distracción que supuso la presencia de su padre.
Estaba a punto de ojear a la concurrencia cuando se topó con la mirada de Gerrard y se dio cuenta de que la había estado observando.
—Relájate —le dijo al tiempo que se inclinaba hacia ella. Le cubrió la mano que tenía apoyada en su brazo para reconfortarla—. Estás maravillosa. —Su mirada la recorrió con lentitud, y bastante descaro, demorándose en los senos antes de seguir su camino descendente. Vio cómo esbozaba una media sonrisa cuando la miró de nuevo a los ojos y, acto seguido, clavó la vista al frente—. Me encanta llevar la razón. Ese color te realza de forma exquisita.
¿Exquisita? ¿Era por eso que le había dado la impresión, a través de esa fugaz mirada, de que le encantaría…?
Se negó a terminar con la pregunta, ya tenía demasiadas distracciones.
Gerrard sabía qué tenía que hacer. Era crucial que Jacqueline no hiciera caso de los rumores, que no se preocupara por lo que los demás pensaban de ella. Que no se replegara. El escudo tras el que se ocultaba daba pábulo a los rumores y ocultaba lo que era en realidad: una joven incapaz de asesinar.
Estaba allí para distraerla, y sabía muy bien cómo hacerlo.
Se sumaron a la multitud que inundaba el salón de baile y dejaron que fueran lord Tregonning y Millicent quienes hicieran frente a la marea de murmuraciones, junto con la inestimable ayuda de Barnaby y sus deducciones. Pasado un momento, lord Tregonning y Millicent se fueron en una dirección y Barnaby en la contraria. Y él se concentró en la tarea de hacer que Jacqueline disfrutara de un baile de la alta sociedad.
Lady Trewarren les había proporcionado a todas las solteras un carnet de baile. La antigua costumbre era una manera de asegurarse de que Su Ilustrísima no tuviera que poner paz, tal y como dijo la propia lady Trewarren.
—Me pediré el primer vals —musitó él—, si no te importa.
Jacqueline levantó la cabeza, lo miró a los ojos y volvió a bajar la mirada.
—Como gustes. —Cogió el diminuto lápiz que iba unido al carnet y escribió su nombre en la línea correspondiente.
—Y el vals previo a la cena, también.
Lo miró de reojo, pero también anotó su nombre para esa pieza.
—¡Jacqueline! —Giles Trewarren se abrió paso entre la multitud con una expresión de franca alegría y aprobación—. ¡Excelente! Te he pillado a tiempo. Me sentiría honrado si me reservaras la primera contradanza.
En un abrir y cerrar de ojos, se vieron rodeados por todos los solteros del distrito, unos caballeros que estaban muy ansiosos por reservar un baile. Se quedó junto a ella, disfrutando de la sorpresa que pasó por sus ojos. Era evidente que no tenía ni idea del efecto que causaba en un puñado de hombres impresionables vestida de esa manera.
Y también en los hombres que no se dejaban impresionar tan fácilmente.
Un deje posesivo se había colado en sus ademanes, lo sabía muy bien. Casi no abrió la boca, pero sí controló la conversación, preparado para cortarla de raíz o cambiar de tema en caso necesario. No quería que nadie mencionara a Thomas ni a su madre, no quería que nadie le estropeara la noche a Jacqueline, a quien le brillaban los ojos. Estaba floreciendo, como bien sabía que haría.
Matthew Brisenden se acercó a ellos. Lo miró con semblante malhumorado, pero se dirigió a Jacqueline con modales impecables y solícitos. Tuvo que reconocer que siempre era el epítome de la caballerosidad en su presencia. El muchacho (porque no podía pensar en él como en su igual) seguía comportándose como si fuera el paladín de Jacqueline.
Refrenó a duras penas el impulso de informarle de que ese puesto ya estaba ocupado.
—Mi querida señorita Tregonning… —Un caballero algo mayor que él, de buen porte aunque algo entrado en carnes, se abrió paso entre la multitud de caballeros que le rendían pleitesía a Jacqueline—. Esta noche hace palidecer a las estrellas, querida. ¿Me concedería el enorme honor de reservarme el vals previo a la cena?
Jacqueline le sonrió al tiempo que le tendía la mano. Aunque no detectó que cambiara su actitud, a sus ojos, ese tipo era un Romeo ya pasadito.
—Sir Vincent, me encantaría hacerlo, pero me temo que el señor Debbington se le ha adelantado.
Gerrard reconoció el nombre y se puso alerta. Ese hombre era el mismo que, según Millicent, tenía las miras puestas en Jacqueline.
Esta lo miró antes de devolver la vista a sir Vincent.
—Me parece que no se conocen. ¿Me permite que les presente?
Así lo hizo. Sir Vincent Perry lo sometió a un discreto escrutinio, pero acabó por corresponder a su reverencia.
—Debbington. —Sir Vincent se concentró de nuevo en Jacqueline—. Bueno, entonces tal vez pueda concederme la pieza posterior a la cena.
Tras consultar el carnet de baile, Jacqueline asintió con la cabeza y anotó el nombre de sir Vincent en la línea correspondiente.
—Por supuesto, será todo un honor.
Más caballeros se acercaron para charlar o para asegurarse un baile con Jacqueline antes de alejarse para conocer a otras jóvenes, pero sir Vincent se quedó con ellos. Jacqueline respondió a sus comentarios, pero le dispensó el mismo trato que a los demás. No hizo nada para alentar sus atenciones.
Gerrard cada vez era más consciente de las miradas que le lanzaba sir Vincent.
No les prestó atención, pero sí lo mantuvo vigilado mientras echaba un vistazo por el salón para comprobar cómo se iban desarrollando los acontecimientos. Lord Tregonning se había ido deteniendo en distintos grupos para apaciguar el interés que su presencia había despertado; su comportamiento, el que tendría un hombre sin preocupaciones y dispuesto a pasar un buen rato, propició que sus interlocutores se giraran hacia Jacqueline en cuanto su padre se alejaba… Gerrard esperaba que lo hicieran con nuevos ojos.
Su Ilustrísima había trazado una línea recta en dirección a sir Godfrey, con quien se reunió a la postre. Millicent y Barnaby se acercaron para servirle de apoyo con el magistrado. Conocía la estrategia que iban a seguir. Lord Tregonning presentaría a Barnaby y hablaría de sus hallazgos para después dejar que fuera este quien explicara todo el asunto. Y en eso estaba Barnaby en ese momento. Daba la sensación de que a sir Godfrey le estaba costando asimilar las deducciones de su amigo.
Lord Tregonning se disculpó e inició un lento paseo hasta la sala de juegos; una vez allí, entabló conversación con los caballeros de su edad y expresó su conmoción por el hallazgo del cuerpo de Thomas, así como su opinión acerca de quién era el culpable. En otras palabras, se entretuvo en cortar por lo sano cualquier sospecha de que Jacqueline tuviera algo que ver en ese asunto.
Barnaby y Millicent siguieron charlando con un sir Godfrey cariacontecido en voz baja. En un momento dado, Millicent apartó la vista, a todas luces exasperada. Acto seguido, señaló la puerta, se colgó del brazo de sir Godfrey y prácticamente tiró de él hacia la biblioteca, donde supuso que le soltaría un sermón y se aseguraría de que el magistrado comprendiese de una vez por todas la opinión de la familia Tregonning. Barnaby los siguió con férrea determinación. Gerrard estaba convencido de que la pareja despejaría todas las dudas que pudiera albergar el hombre.
—Ah, mi querida Jacqueline…
La arrogante voz de Jordan Fritham hizo que recordara unos sucesos mucho más recientes.
Jacqueline le sonrió al tiempo que le tendía la mano.
—Jordan, ¿dónde está Eleanor? Todavía no la he visto.
—Bueno, anda por ahí, está muy ocupada rellenando su carnet de baile. —Con un gesto desdeñoso, Jordan se olvidó de su hermana—. Y yo creí que mi deber era venir a llenar el tuyo. —Observó la multitud con arrogancia—. El cotillón será lo mejor, si no tienes inconveniente, claro.
Gerrard se tensó. Sir Vincent empezó a echar humo por las orejas. La actitud de Jordan, su tono de voz y su arrogancia eran tan absolutamente pomposos que rayaban en la grosería. Sin embargo, estaba casi convencido de que ese gallito egocéntrico ni se daba cuenta. Estaba sopesando la idea de desinflar el ego de Jordan cuando Jacqueline habló.
—Lo siento mucho, Jordan, pero llegas demasiado tarde. —Con una sonrisa afable, levantó el carnet—. Ya está lleno.
Jordan se quedó totalmente estupefacto. Gerrard tuvo que contener la carcajada, sobre todo cuando se encontró con la mirada de sir Vincent.
—Vaya. —Jordan parpadeó. Parecía tener problemas para asimilar lo que era evidente, que Jacqueline era una joven muy popular que no necesitaba que él la ayudase a encontrar parejas de baile. Parpadeó de nuevo—. Vaya. Bueno, pues entonces… te dejo.
Con una brusca reverencia, se dio media vuelta y se alejó.
—Jacqueline, querida. —Cuando se giraron hacia la voz, vieron que Millicent se acercaba a ellos. Presentaba una estampa digna de admiración con su vestido lila de damasco italiano. Sonrió al círculo de caballeros que rodeaba a su sobrina antes de anunciar—: Lady Tannahay y los Entwhistle acaban de llegar, querida, y están ansiosos por hablar contigo. Y con el señor Debbington también, por supuesto. —Les regaló a los demás una sonrisa deslumbrante—. Estoy segura de que estos atentos caballeros lo entenderán y os disculparán.
Cosa que hicieron con reverencias formales y la curiosidad pintada en el rostro.
Gerrard cogió la mano de Jacqueline, se la volvió a colocar en la manga. La miró para darle ánimos.
—Sé tú misma. Es lo único que tienes que hacer. No tengas miedo de demostrar lo que sientes.
Se percató del temblor de sus dedos, pero la vio tomar aire y enderezar la espalda. Ya se había concentrado en su objetivo, que se encontraba en un extremo del salón. Junto a lady Tannahay vio a un caballero entrado en años, alto e imponente pero con los hombros caídos, y a una dama algo más bajita y rechoncha que llevaba un vestido gris oscuro y de corte severo.
Jacqueline mantuvo la cabeza en alto. Las palabras que le acababa de susurrar Gerrard resonaron en su cabeza. Lo que sentía por los Entwhistle, lo que sentía por Thomas… Conforme se fueron acercando al trío, se concentró en eso y dejó que sus emociones la consumieran.
Gerrard se detuvo delante de sir Harvey y de su esposa Madeline, lady Entwhistle, momento que ella aprovechó para clavar la mirada en la de la mujer. Era consciente de que Millicent hacía las presentaciones, pero la mujer no dejaba de mirarla a los ojos… Y en los de lady Entwhistle no encontró más que comprensión, compasión y el mismo sentimiento de pérdida que ella seguía sintiendo.
—Mi querida niña… —Con una sonrisa rebosante de emoción, lady Entwhistle le buscó las manos. Se las tendió con premura y le devolvió el ligero apretón—. Sé que compartes nuestra pérdida, querida… Sé que has llorado a Thomas tanto como nosotros. Era un ángel, un muchacho maravilloso, y lo echamos de menos todos los días, pero tú… —Lady Entwhistle intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora y le dio otro apretón—. Aunque el hallazgo de su cuerpo ha supuesto toda una conmoción, espero que ahora puedas dejar descansar su alma y retomar tu vida. Nos alegramos mucho cuando te eligió, pero no queremos que su muerte te arruine la vida. Hasta que Elsie nos lo contó, no sabíamos que alguien había considerado siquiera que… Pero con lo que estos caballeros han averiguado —dijo la mujer y desvió la mirada hacia Gerrard con el asomo de una sonrisa pintado en el rostro—, la situación debería quedar ya más que aclarada.
Lady Entwhistle tomó aire para calmarse y le sonrió con mucha más seguridad. Después, guiada por un impulso, se acercó a ella y la besó en las mejillas.
—Querida niña —murmuró—, espero de todo corazón que puedas olvidarte de este asunto y seguir con tu vida. Sé que eso es lo que habría deseado Thomas.
Jacqueline se apartó de la mujer. Se desentendió de las lágrimas que le inundaban los ojos y le sonrió.
—Gracias. —Se miraron a los ojos largo rato. No hacía falta decir nada más.
—Ejem. —Sir Harvey carraspeó antes de hacerle un gesto de cabeza—. Me alegro de verte tan bien, querida. —Miró a su esposa—. He estado hablando con Debbington. —Gerrard le estrechó la mano a lady Entwhistle antes de que sir Harvey prosiguiera—. Me ha dicho que su amigo, el señor Adair, puede explicar mejor los pormenores… Ah, aquí llega.
Barnaby, a quien Gerrard le había hecho señas para que se reuniera con ellos, se acercó. En cuanto se hicieron las presentaciones pertinentes, los Entwhistle decidieron que sería mejor retirarse a la biblioteca para escuchar todo lo que Barnaby tenía que decirles.
De modo que se despidieron del matrimonio. Cuando Gerrard se giraba para marcharse, se encontró con la mirada de Elsie Tannahay.
—Pasead conmigo un ratito, queridos. Eso evitará que os acosen, al menos hasta que comience el baile.
Gerrard le ofreció el brazo a la mujer, quien lo aceptó con una sonrisa deslumbrante. Acto seguido, le ofreció el otro brazo a Jacqueline.
Millicent les indicó que siguieran sin ella.
—Voy a hablar con ese zoquete de Godfrey. Quiero tenerlo controlado.
Así que se separaron. Mientras paseaban por la estancia, lady Tannahay reclamó toda la atención de Jacqueline, parloteando sin cesar sobre temas insustanciales. La posición que ocupaba en el escalafón social de la región les aseguraba que nadie los interrumpiría, pero sabían que todos los observaban con ávido interés.
Eran muchos los que habían presenciado el encuentro con los Entwhistle y que comprendían lo que dicho encuentro implicaba. Y esos muchos estaban muy ocupados explicando lo sucedido a quienes se lo habían perdido.
Lady Tannahay enfiló hacia la terraza, donde admiraron las luces que brillaban en las copas de los árboles. Al escuchar que era obra de Gerrard, lo felicitó por el efecto que la iluminación creaba.
—Es una creación mágica.
Comenzó a sonar la música en el salón de baile, reclamando a los bailarines. Tras acompañarlos de vuelta al interior, lady Tannahay se detuvo y les sonrió.
—Bueno, ya hemos hecho nuestro trabajo… Gertie Trewarren tendría que darnos las gracias de rodillas. Ahora ya podemos divertirnos. Disfrutad del resto de la noche, queridos.
Con un elegante gesto de cabeza, se alejó de ellos.
Roger Myles se abrió paso entre la multitud. Con una sonrisa, le hizo una reverencia.
—Mi baile, bella dama.
Jacqueline soltó una carcajada antes de tenderle la mano.
Gerrard le dio un apretón en la mano que tenía sobre su brazo y se inclinó hacia ella para susurrarle al oído.
—Reúnete aquí conmigo en cuanto termine la pieza.
Lo miró de reojo, pero acabó asintiendo con la cabeza, de modo que la dejó marchar. Observó cómo Roger reclamaba toda su atención con sus bromas.
Como estaba convencido de que eso era precisamente lo que le hacía falta, lo que sin duda alguna la animaría, se replegó a un lado del salón. Todo iba según lo previsto; además, lady Tannahay los había ayudado mucho. Al darse cuenta de los invitados, hombres y mujeres por igual, que miraban a Jacqueline con aprobación, se convenció de que el plan estaba funcionando. Pasada esa noche, nadie daría pábulo a ningún rumor que involucrara a Jacqueline con la muerte de Thomas.
Barnaby se unió a él mientras las parejas seguían bailando en la pista.
—Sir Harvey es muy astuto… Captó todo lo que quería decirle a la primera. Al igual que Jacqueline, ya han llorado a su hijo. Sin embargo, tienen más hijos y quieren zanjar el asunto para que todos puedan vivir en paz. En lo que se refiere a Jacqueline, están de nuestro lado, no hay duda. Nos ayudarán en todo lo que puedan para averiguar quién está detrás de todo esto.
Asintió con la cabeza sin apartar la vista de Jacqueline, que giraba en la pista con el resto de bailarines.
A su lado, Barnaby estudiaba a los que no estaban bailando, que en su mayoría se trataba de los mayores.
—Ya me había olvidado de cómo se hacen las cosas en el campo. El hallazgo del cadáver de Thomas es el principal tema de conversación. —Lo miró a los ojos—. Voy a dar una vuelta a ver qué me encuentro. Tal vez, como visitante que no sabe nada del asunto, encuentre alguna pista que nos conduzca a la persona que ha extendido los rumores.
—¿Crees que tienes alguna posibilidad? —le preguntó, concentrado nuevamente en los bailarines.
—No lo sé, pero cuanto más pienso en los efectos que han tenido, más me convenzo de que los rumores han sido muy sutiles y muy continuados. Quienquiera que esté detrás de ellos, se relaciona con mucha gente.
Tras ese comentario, Barnaby se alejó. La música llegó a su fin con una floritura. Los bailarines se detuvieron entre carcajadas. Las pulcras líneas se fueron rompiendo poco a poco, hasta desaparecer del todo.
Vio que Jacqueline miraba a su alrededor, buscándolo. Y Roger Myles ganó muchos puntos cuando la cogió de la mano y comenzó a llevarla hacia él. Sin embargo, apenas había llegado a su lado cuando los músicos comenzaron a tocar de nuevo y Giles Trewarren apareció para reclamar a su pareja.
Aguantó como pudo ese baile, claro que el siguiente sería el primer vals. Se encontró con Jacqueline y Giles en la pista de baile, reclamó la mano de ella y charló un momento con Giles hasta que los violines empezaron a tocar. Rodeó a Jacqueline con los brazos y se lanzó a bailar en cuanto comenzaron los primeros acordes.
Y cuando la experiencia de tenerla entre sus brazos una vez más se fue abriendo paso en su cabeza, fue como si algo se relajara en su interior.
Dieron cuatro vueltas antes de que Jacqueline recobrara el aliento. Consciente del frufrú de la seda de su vestido al rozarse con la ropa de Gerrard, con sus largos muslos, consciente de la intensidad con la que la estaba mirando, tan concentrado… Tomó una honda bocanada de aire sin dejar de dar gracias porque él no hubiera bajado la vista.
—Se te da muy bien esto.
No sólo se refería al vals.
—Lo mismo digo —fue todo lo que respondió, si bien la media sonrisa que esbozó le indicó que había entendido el doble sentido.
Gerrard levantó la vista y con un amplio giro llegaron al extremo del salón de baile al tiempo que la instaba a acercarse más a él con la mano que le había puesto en la base de la espalda. Cuando empezaron a girar por uno de los laterales, volvió a mirarla.
—No has debido de bailar mucho últimamente.
—No. —Sin dejar de mirarlo a los ojos, hizo memoria—. No desde antes de que Thomas desapareciera.
Aunque ni siquiera entonces había tenido parejas tan seguras en su habilidad, una seguridad que le permitía ceder todo el control y limitarse a disfrutar el momento, la música y la indefinible magia del baile.
—Me gusta bailar el vals. —La confesión abandonó sus labios sin pensar.
Gerrard le sostuvo la mirada.
—Y a mí también.
Habían llegado al otro extremo del salón, donde realizaron un giro más peligroso que el anterior. Mientras otras parejas se detenían para ajustar sus posiciones, Gerrard la pegó más contra su cuerpo. Percibió la fuerza que desprendía mientras la hacía girar.
El júbilo le corrió por las venas.
Seguido del deseo, acrecentado por la expresión de sus ojos, por la certeza de saber lo que estaba pensando, lo que su mente de artista veía. Lo miró a los ojos y sintió que se ahogaba en sus profundidades, que se ahogaba en su visión, que la hechizaba por completo.
Un escalofrío sensual le recorrió la columna e hizo que le hormigueara la piel. Se le endurecieron los pezones. Sintió una intensa oleada de calor que se fue extendiendo por su vientre hasta consumirla por entero.
—Si sigo bailando contigo, voy a necesitar un abanico.
Gerrard se echó a reír con un brillo pícaro en los ojos. Sin embargo, esa mirada, que sólo ella podía interpretar, seguía siendo apasionada e intensa, seguía encerrando no una promesa, sino una invitación.
La declaración de que entre ellos sucedieran muchas más cosas.
Se preguntó por qué no tenía miedo, por qué no estaba nerviosa siquiera. Con él, jamás sentía esas emociones; ni el miedo ni los nervios impregnaban la impresión que tenía de él, ni mucho menos la que tenía de ellos dos juntos. La impresión de lo que podría ser… de lo que sería en cuanto accediera.
La música empezó su crescendo hasta el gran final. Los ojos de Gerrard se tornaron serios y su mirada, más intensa.
—¿Has tomado ya una decisión?
Pronunció las palabras con voz firme y clara, pero no exigente. Aunque sí muy incitante.
—No —contestó mientras enfrentaba su mirada en ese último giro antes de detenerse—, pero lo haré. Pronto.
Gerrard siguió mirándola a los ojos un momento más y después asintió con la cabeza.
Y se obligó a soltarla antes de conducirla fuera de la pista de baile. Su siguiente pareja apareció al punto para alejarla de él.
La dejó marchar con creciente renuencia. Habría preferido con mucho llevarla a un lugar apartado donde pudiera pasar el tiempo convenciéndola para que se entregara a él. Sin embargo, muy consciente de su otro objetivo, bailó con otras jovencitas y se aseguró de que el mayor número posible se enterase de los hechos que habían rodeado la muerte de Thomas, siempre y cuando no los tergiversaran.
Poco después, Eleanor apareció y dejó claro que le había reservado un baile. En circunstancias normales, la habría puesto en su lugar sin miramientos, pero decidió que merecía la pena correr el riesgo de darle alas (por pocas que fueran) para comprobar qué pensaba Eleanor de la muerte de Thomas tras la aparición de Jacqueline en el baile.
Sin embargo, Eleanor no estaba interesada en cadáveres.
—Hace tanto tiempo de eso… Estoy convencida de que la pobre Jacqueline no ha tenido nada que ver en ese asunto, así que no hace falta decir nada más, ¿no le parece? —Con los ojos brillantes clavados en su rostro, intentó pegarse más a él, pero se lo impidió. Eleanor entornó los párpados y le lanzó una mirada seductora—. Preferiría hablar de cosas mucho más estimulantes…
Consiguió controlarla lo que quedó de pieza sin recurrir a la réplica que se merecía. La soltó aliviado y se preguntó si lady Fritham, que parecía ser una mujer muy normal, estaba al tanto de las tendencias tan descaradas de su hija. Cierto que él estaba haciendo todo cuanto estaba en su mano para seducir a Jacqueline, pero también estaba seguro de que era virgen. Sin embargo, Eleanor… Había algo en sus ojos, un descoco en su comportamiento, que le dejaba bien claro que ya se había bañado en las aguas de Eros.
Por regla general, no se lo tendría en cuenta a una dama, desde luego que no era tan hipócrita, pero había algo en el comportamiento libidinoso de la muchacha que le resultaba repelente; y no sólo a él, porque a Barnaby le sucedía lo mismo. No lo habían hablado, pero tampoco hacía falta… Les había bastado con una mirada. Ninguno se sentía atraído por Eleanor, algo un tanto extraño porque era muy atractiva físicamente.
Eso hizo que buscase a Jacqueline entre la multitud. Nada más ver que se dirigía hacia él, se le aligeró el semblante, aunque fuera del brazo de Matthew Brisenden. Claro que Matthew era otro que no había caído presa de los encantos de Eleanor. A diferencia de él, Brisenden no ocultaba su desaprobación, de modo que Eleanor se alejó. Se tragó el impulso de darle las gracias a Matthew, pero sí buscó su mirada y le hizo un gesto con la cabeza.
La velada siguió y, conforme iba avanzando la noche, más y más invitados se fueron trasladando del salón de baile a la terraza y a los jardines, y también al resto de las estancias habilitadas.
A la postre, comenzaron a sonar los primeros acordes del vals previo a la cena. Con verdadero alivio, y una buena dosis de expectación, estrechó de nuevo a Jacqueline entre sus brazos y comenzaron a dar vueltas por la pista de baile.
Cuando ella sonrió, exhaló un leve suspiro y se relajó entre sus brazos, fue incapaz de presionarla más. En cambio, la pegó más a él con delicadeza y dejó que sus ojos, que las palabras que no decía, hablaran por él.
Entre ellos se estaba agudizando esa forma de comunicación, se estaba volviendo más segura. Cuando terminó la pieza, a pesar de que no habían intercambiado ni una sola palabra, Jacqueline sólo podía pensar en él, en los dos, y en la decisión que debía tomar.
En la señal que aún tenía que ver, en la respuesta que aún tenía que darle.
Gerrard la condujo al comedor. En cuanto llenaron los platos, se sentaron a una mesa. Al poco tiempo, se les unieron Giles, Cedric, Clara y Mary; algo después, también apareció Barnaby. Charlaron de temas insustanciales. Muy consciente de la presencia de Gerrard a su lado, su mente se concentró en asuntos de índole muchísimo más privada.
Estaban hablando de regresar al salón de baile cuando Eleanor y Jordan se sumaron al grupo. Les sonrió al ver que se acercaban a la mesa y se le pasó por la cabeza que, hasta ese momento, habían estado juntos en todos los bailes. Esa noche no. De hecho, ya era imposible. El hecho de que dejara de asistir a bailes y veladas esos pasados años había provocado un distanciamiento entre ellos. Si bien no había sido demasiado evidente cuando iban de visita a Hellebore Hall, en situaciones como esa saltaba a la vista.
Jordan y Eleanor se unieron a la conversación. Poco después, Jordan buscó su mirada y, tras rodear la mesa, se colocó a su lado. Se inclinó hacia ella y le habló en voz baja.
—Deja que te diga que corren muchos rumores acerca del asesino de Thomas… Parece que por fin se han dado cuenta de que no fuiste tú. Por supuesto, sigue habiendo muchas especulaciones infundadas sobre la muerte de tu madre, pero puedes estar segura de que he dejado en su sitio a todos los que las repetían. —La miró por encima de la nariz largo rato antes de enderezarse—. Sólo un puñado de cotillas, por supuesto… Todos sabemos que no hay nada de cierto en esas palabras.
Aunque no dejó de mirarlo a la cara, fue muy consciente del repentino silencio. A pesar de que Jordan había hablado en voz baja, todos lo habían escuchado.
No supo cómo responder.
Se le cayó el alma a los pies. Sintió que se le formaba un nudo muy conocido en el estómago. Hizo un brusco gesto con la cabeza.
—Gracias.
Se giró hacia la mesa y se obligó a mirar a los demás, y vio indecisión, incertidumbre y expresiones que podían representar un sinfín de reacciones.
El ambiente relajado había desaparecido.
Con una sonrisa indolente, Gerrard apartó la silla y se puso en pie Barnaby lo imitó.
—Es hora de regresar al salón de baile. —Gerrard la cogió de la mano y le dio un ligero apretón—. Los músicos están afinando los instrumentos.
Los demás siguieron su sugerencia de buena gana. Las conversaciones se retomaron donde se habían quedado. Aunque todo le sonaba falso, al menos se había evaporado ese espantoso silencio.
Regresó al salón de baile del brazo de Gerrard. Sir Vincent apareció entre la multitud que volvía a congregarse. Lo vio esbozar una sonrisa encantada al tiempo que le hacía una reverencia formal con su característica pompa.
—Creo que es mi turno, querida.
Se obligó a sonreír y le tendió la mano, aunque se dio cuenta de que no había saludado a Gerrard, como si no estuviera a su lado. Echó un vistazo por encima del hombro mientras sir Vincent la conducía a la pista de baile. Gerrard estaba donde lo había dejado, sin apartar la mirada de sus ojos.
En ese preciso momento, Eleanor apareció a su lado y le pasó la mano por el brazo. Gerrard se giró hacia la recién llegada.
Jacqueline clavó la vista al frente, sorprendida por el pinchazo que acababa de sentir, por la súbita tensión que se apoderó de su cuerpo y por la fiera reacción de su mente. Había esperado que las palabras de Jordan y el efecto que habían tenido se apoderasen de ella, que la llevasen de vuelta a la incertidumbre de no saber qué pensaban de ella los demás. En cambio, si bien el baile con sir Vincent pasó en un santiamén, sólo tuvo pensamientos para Gerrard.
Para lo que Eleanor estaba intentando hacer sin género de dudas y para cuál sería la reacción de Gerrard.
Para las posibilidades que se abrían ante ella, para la decisión que debía tomar. Para el tipo de señal que estaba esperando… y el motivo por el que lo hacía.
Cuando la música llegó a su fin, tuvo que enfocar de nuevo la vista para saber dónde se encontraban. Estaban muy cerca de las puertas que daban a la terraza, al otro extremo del salón de baile donde se había separado de Gerrard.
—Querida mía, me estaba preguntando si podría robarte unos minutos de tu tiempo. La siguiente pieza no empezará enseguida. —Sir Vincent señaló las puertas que daban a la terraza—. Tal vez podamos dar un paseo tranquilo… Hay más personas fuera. Es todo muy decoroso, te lo aseguro.
El salón de baile estaba muy caldeado, un ratito al fresco le parecía una idea excelente. Necesitaba aclararse la cabeza para volver a pensar con claridad.
—Eso sería muy agradable.
Salió a la terraza del brazo de sir Vincent. Se detuvieron para admirar los alrededores. Había un buen número de senderos alumbrados con farolillos que cruzaban el prado y se perdían entre los setos y los árboles. Una ligera brisa agitaba las hojas. La luz de los farolillos titilaba como un millar de diminutas estrellas.
Varias parejas paseaban por la terraza y los jardines. Al clavar la vista en el otro extremo de la terraza, se le detuvo el corazón. Allí estaba Gerrard con Eleanor del brazo; a juzgar por los gestos que hacía su amiga, estaba intentando convencerlo para que bajase los escalones y se perdieran en los jardines.
Sir Vincent y ella estaban en la penumbra, pero Gerrard y Eleanor estaban bañados por la luz procedente del salón de baile. Eleanor estaba de frente a ellos, aunque no los había visto. Estaba pendiente de Gerrard… decidida a seducirlo. Aunque daba la sensación de que él no estaba por la labor de dejarse seducir. Lo vio negar con la cabeza en un gesto brusco y dar media vuelta al tiempo que intentaba soltarse, pero Eleanor se colgó de su brazo sin pudor… y con mucho menos pudor levantó el rostro hacia él e intentó acercarse más.
Gerrard retrocedió. Con gélida precisión, se zafó del brazo de Eleanor y lo dejó caer.
Vio que decía algo y que Eleanor se quedaba descompuesta.
Tras girar sobre los talones, Gerrard regresó al salón de baile sin mirar atrás.
—¡Vaya! —Sir Vincent carraspeó y la hizo girar, demasiado tarde, en la dirección contraria—. La verdad es que me estaba preguntando… Nunca se sabe con los caballeretes de Londres, pero Debbington parece que tiene los pies en el suelo. En circunstancias normales no lo comentaría, sé que es amiga tuya, pero la señorita Fritham tendría que cambiar de aires. —Llegaron al final de la terraza y sir Vincent echó un vistazo al otro lado de la esquina—. Sí, sí, eso es justo lo que necesitamos.
Sir Vincent dobló la esquina. Le llevó un momento reparar en la extraña elección de palabras de su acompañante ya que estaba demasiado absorta por lo que acababa de presenciar, por el alivio que la había inundado al ver que Gerrard despachaba a Eleanor con tan pocos miramientos a pesar de que no sabía que ella estaba mirando… y también por el ramalazo de placer que comenzaba a extenderse por su cuerpo al haber ganado ese asalto, al saber que prefería su belleza menos convencional a la de Eleanor.
¿Justo lo que necesitaban para qué?
Cuando se detuvo a pensarlo, ya la había conducido sin resistencia alguna hacia las puertas francesas que daban a uno de los saloncitos, unas puertas que estaban sin cerrar con llave. Sir Vincent las abrió de par en par y la condujo con su habitual educación… Entró por ellas, sin saber qué pensar y con cierta aprensión.
Aunque la luna ofrecía suficiente luz para ver, sir Vincent se apresuró a encender una lámpara. Conforme su luz comenzó a inundar la estancia, los miedos que la asaltaban se fueron calmando. Se trataba de sir Vincent, al fin y al cabo. A pesar de que había sido demasiado insistente en sus atenciones, siempre se había tomado sus rechazos con el aplomo de un caballero de pies a cabeza. Cuando sir Vincent se giró para mirarla, tenía una expresión decidida en el rostro; hecho que la llevó a preguntarse si estaba a punto de ponerla al tanto de los rumores. Preparó una réplica adecuada y esperó a que él hablase primero.
Para su más absoluta sorpresa, hincó una rodilla en el suelo delante de ella.
—¡Querida mía! —exclamó y le cogió las manos.
Estupefacta, tiró para liberarse, pero Sir Vincent se limitó a apretar con más fuerza.
—No, no, ¡no tengas miedo! Debes perdonar mi pasión desmedida, querida Jacqueline, pero ya no aguanto más este silencio.
—¡Sir Vincent, le ruego que se levante! —Desvió un instante la vista hacia la terraza. El hecho de que unos minutos antes no hubiera nadie por allí no quería decir que ese lugar no fuera frecuentado por los invitados. Además, la luz de la lámpara brillaba como un faro al otro lado de las puertas francesas.
En lugar de ponerse en pie, sir Vincent se llevó sus manos a los labios y le besó apasionadamente los nudillos.
—Mi querida Jacqueline, debes prestarme atención. No puedo permitir que te encapriches con uno de esos caballeretes de la capital… No te merecen.
—¿Cómo dice? —Lo miró sin dar crédito—. Sir…
—Llevo esperando demasiado tiempo como para callar. Al principio, creí que eras demasiado joven. —Sin soltarle las manos, sir Vincent se levantó—. Después sucedió ese desafortunado incidente con Entwhistle y, más tarde, justo cuando estabas a punto de volver a los círculos sociales, Miribelle murió y tuve que esperar de nuevo. Pero ya no voy a esperar más. Querida mía, deseo convertirte en mi esposa.
La declaración la dejó boquiabierta.
—Esto… —Buscó algo que decirle—. Sir Vincent, jamás se me ha pasado por la cabeza…
—¿No? Bueno, tampoco tenías motivos. Yo soy un hombre de mundo y tú apenas has vivido en él, pero tengo las miras puestas en ti desde hace mucho tiempo… Tu madre estaba al tanto de mis intenciones. Insistió en que debía esperar antes de decirte nada, y eso he hecho. —Dio un paso hacia ella, le apretó las manos y la miró a la cara—. Bueno, querida, ¿qué me dices?
Tomó una honda bocanada de aire.
—Sir Vincent, es un gran honor, pero no puedo casarme con usted.
El hombre parpadeó confundido.
Intentó liberarse una vez más, pero sir Vincent se negaba a soltarla. Parecía estar pensando… demasiado para su gusto.
—Sir Vincent…
—No, no… Comprendo mi error. Sin duda has soñado con una pasión arrolladora. —La aplastó contra su pecho.
Con el corazón en la garganta, hizo fuerza con los brazos para apartarse de él.
—Sir Vincent, ¡ya basta!
—No debes temer nada, querida. —De forma inexorable la fue acercando cada vez más—. Sólo un beso para demostrarte…
—Perry.
Esa única palabra rompió el silencio como un cañonazo. Marcada por la tensión y vibrante por la amenaza implícita, hizo que sir Vincent se estremeciera de pies a cabeza. A Jacqueline no le sorprendió en lo más mínimo que estuviera asustado.
Gerrard entró en el saloncito.
—Le sugiero que suelte a la señorita Tregonning ahora mismo.
El tono de su voz hizo innecesaria la segunda parte de la amenaza. Sir Vincent parpadeó una vez más antes de soltarla, como si acabara de recuperar el uso de sus facultades.
Jacqueline se apartó de él y se acercó a Gerrard mientras movía los dedos, doloridos por el fuerte apretón.
Gerrard se giró hacia ella.
—¿Te ha hecho daño?
Cuando lo miró a la cara, vio la promesa de venganza inmediata en sus austeras facciones, que parecían talladas en piedra a la luz de la luna.
—No, sólo me… ha sorprendido —respondió, aliviada de poder hacerlo.
Echó un vistazo a sir Vincent y se percató de que estaba ruborizado, bastante amedrentado, avergonzado y también molesto, supuso.
—Sir Vincent, le repito que es un gran honor, pero no deseo convertirme en su esposa. Por favor, créame cuando le digo que nada, que ningún argumento, me hará cambiar de opinión. —Recapituló lo que sentía por si se le quedaba algo en el tintero, pero decidió que no quería añadir nada más. Inclinó la cabeza y le tendió la mano a Gerrard—. ¿Señor Debbington?
Como Gerrard seguía mirando a sir Vincent, tuvo que esperar. Estaba claro que no quería marcharse sin administrar la justicia adecuada al crimen, pero a la postre la miró a la cara. Acto seguido, cogió la mano que le ofrecía, se la colocó en el brazo y, tras dar media vuelta, la acompañó fuera de la estancia.
A sus espaldas, escuchó que sir Vincent soltaba el aire.
Barnaby los esperaba junto a la puerta, de modo que tuvo que apartarse para dejarlos pasar.
Una vez en la terraza, Jacqueline inspiró hondo. Sentía la tensión que se había apoderado de los músculos de Gerrard bajo sus dedos. Regresaron muy despacio a la terraza principal, acompañados de Barnaby.
Suspiró e intentó relajar el ambiente.
—Gracias, no tenía la menor idea de que iba a hacer eso.
—Mmmm. —Barnaby tenía el ceño fruncido—. No lo he entendido mal, ¿no? ¿Acaba de pedirte que te cases con él?
Al recordar su hipótesis, se echó a temblar.
—Sí, pero no creo que… —Se interrumpió cuando algo afloró en su cabeza.
La mirada de Gerrard se posó sobre su rostro.
—¿Qué pasa?
¿Sería posible?
—Me ha dicho que le había hablado a mi madre de sus intenciones. Y estaba en la propiedad la última vez que Thomas fue de visita. Sir Vincent se marchó antes que Thomas… o eso era lo que creíamos.
Barnaby meneó la cabeza.
—El encargado de los establos dijo que no fue en busca de su montura hasta bastante después… y que supusieron que había estado en la cala.
Se detuvieron al llegar a la terraza principal.
—En la cala o en el jardín de Hércules. —Gerrard miró primero a Barnaby y después a ella—. ¿Quién puede asegurarlo?