Capítulo 10

BARNABY tenía razón. Si permitían que el descubrimiento del cadáver de Thomas y las consecuentes especulaciones se utilizaran para hacer que Jacqueline pareciese una asesina perturbada, la tarea de abrirle los ojos a la gente de la comarca con ayuda del retrato sería mucho más ardua.

Discutieron la posibilidad de hablar con lord Tregonning. Jacqueline no estaba segura.

—Mi padre se quedó devastado con la muerte de mi madre. —Miró a Gerrard—. Es el dolor, la idea de reabrir la herida, lo que hace que rehúse hablar de cómo murió. Además, es quien más teme que se descubra que fui yo si investigan las circunstancias de su muerte.

—Eso me parece estupendo —insistió Barnaby—, pero estamos hablando ahora de la muerte de Thomas, no de la de tu madre.

Gerrard extendió el brazo, le cogió la mano e hizo que Jacqueline lo mirara a los ojos.

—Barnaby tiene razón: es necesario hablar con tu padre ahora mismo, cuando todo el mundo está centrado en el asesinato de Thomas. Sin embargo, creo que estás subestimándolo —dijo mientras le acariciaba el dorso de la mano—, porque ya ha hecho algo para investigar la muerte de tu madre. Removió cielo y tierra para convencerme de que te retratara.

Vio cómo Jacqueline asimilaba sus palabras. A la postre, tras mirar de nuevo a Barnaby, quien respondió con una mirada lastimera que la hizo sonreír, clavó la vista en sus ojos y asintió con la cabeza.

—Muy bien. Hablaremos con mi padre.

Aunque primero fueron en busca de Millicent. Cuando regresaron a la mansión, la encontraron repantingada en el diván del salón. Recobró la compostura al ver que alguien entraba, pero volvió a recostarse al darse cuenta de que eran ellos.

—¡Válgame Dios! ¡Jamás me había enfrentado a semejante panda de chismosos! —Se detuvo un momento antes de añadir—: Por supuesto, eso me facilitó la tarea de averiguar qué pensaban y de lanzarles unas cuantas indirectas para que reflexionaran. Ni siquiera tuve que sacar el tema del cadáver: ¡habían venido para enterarse de los detalles!

—¿Ha logrado que se cuestionen la identidad del asesino de Thomas? —quiso saber Barnaby.

Millicent frunció el ceño.

—Por desgracia, mi suerte ha variado según la persona. Por raro que parezca, fue Marjorie Elcott quién captó todas las indirectas a la primera, una suerte increíble, dado que es la mayor cotilla de todo el condado.

—¿Quién más ha venido? —le preguntó él.

Millicent les regaló una larga lista de nombres, entre los que se encontraban todas las damas que Barnaby y él habían conocido.

—La señora Myles y María Fritham parecían incapaces de entender que si una mujer no pudo matar a Thomas, a todas luces Jacqueline no era su asesina. La señora Hancock y la señorita Curtis han sido más receptivas, al igual que lady Trewarren, aunque mucho me temo que Su Ilustrísima acabó hecha un lío. Ha habido otras personas que perdieron el interés en cuanto comencé a hablar de hechos. —Millicent compuso una mueca—. Aun así, creo que eso es mejor que el hecho de que pensaran que yo le había dado pábulo a las tonterías que la mayoría de ellos se habían tragado.

Jacqueline se sentó en el diván al lado de su tía y le tocó el brazo.

—Muchas gracias, tía.

La aludida resopló y le dio unas palmaditas a su sobrina en la mano.

—Ojalá pudiera hacer más por ti. Es descorazonador comprobar lo extendida, y arraigada, que está la creencia de que eres culpable, querida. De lo más inquietante. —Millicent miró a Barnaby y expresó sin saberlo las mismas dudas que su amigo le había comentado—. Me pregunto si alguien, y me refiero a alguien en concreto, no habrá extendido el rumor deliberadamente. No me refiero a estos días, sino a todo este tiempo. Les he preguntado a varias damas por qué creían lo que creían y todas me han contestado del mismo modo. Primero me han mirado como si me hubiera crecido otra cabeza y luego han dicho: «Pero si lo sabe todo el mundo…».

Barnaby compuso una mueca.

—Va a costarnos trabajo echar por tierra esa creencia.

—¡Sobre todo cuando se niegan en aras de la consideración a discutir eso que todo el mundo sabe!

—Desde luego. —Gerrard se había sentado en el sillón que había frente al diván—. Por eso hemos llegado a la conclusión de que debemos empezar la campaña ahora mismo en vez de esperar a que haya terminado el retrato.

En pocas palabras y con alguna que otra intervención de Barnaby, le explicó a Millicent el plan a seguir.

—Estoy de acuerdo. Tal y como el señor Debbington ha señalado —dijo Jacqueline, que se comportaba con extrema formalidad en presencia de su tía—, papá ya ha dado el primer paso para investigar la muerte de mamá al encargar mi retrato.

Millicent asintió con la cabeza.

—Cierto, cierto. —Lo miró—. Como ya he comentado, no he pasado mucho tiempo aquí. Por tanto, no conozco a Marcus demasiado bien. Pero sí sé que quería a Miribelle con locura; todo su mundo giraba a su alrededor. Lo era todo para él. Y también sé que quiere a Jacqueline. Quienquiera que esté detrás de todo esto (no sólo de los asesinatos, sino también de haber convertido a Jacqueline en una cabeza de turco), ha colocado a mi hermano en una situación insostenible, una que estoy convencida de que lo está destrozando. Sospechar que Jacqueline asesinó a su madre… —Se interrumpió para terminar con un resoplido—. Desde luego que Marcus ha sido también una víctima de este asesino.

Barnaby la aplaudió.

—No podría estar más de acuerdo.

—Bueno, entonces debo suponer que todos pensamos lo mismo, ¿no? —inquirió él, mirando a los presentes.

—Ya lo creo, muchacho —dijo Millicent.

Jacqueline y Barnaby asintieron con la cabeza.

—Y lo que debemos hacer a continuación es planear el primer paso de nuestra campaña —concluyó Barnaby.

No sólo lo planearon, sino que también lo ensayaron. Cuando subieron a sus habitaciones a fin de arreglarse para la cena, ya habían orquestado su escena al detalle.

Millicent debía dar el primer paso.

Se reunieron en el salón como de costumbre; y también como de costumbre, lord Tregonning se sumó al grupo a falta de unos minutos para que Treadle anunciara que la cena estaba servida. Cuando su hermano la saludó con una ligera reverencia, Millicent se colgó de su brazo.

—Marcus, querido —dijo en voz muy baja—, me preguntaba si Jacqueline y yo podríamos hablar contigo después de la cena. ¿Te parece bien que vayamos a tu despacho?

Lord Tregonning parpadeó sorprendido pero, como era de esperar, accedió.

La cena transcurrió con su habitual placidez. Gerrard estaba encantado, ya que todos debían repasar sus líneas.

Cuando la cena llegó a su fin, Millicent lanzó una mirada a la cabecera en vez de salir del salón con Jacqueline.

—Si no te importa, Marcus…

Lord Tregonning se dio por aludido.

—¿Qué? Claro, por supuesto… —Miró a sus dos invitados—. Si me disculpan, caballeros…

—De hecho, Marcus —lo interrumpió su hermana—, sería conveniente que el señor Debbington y el señor Adair nos acompañaran, ya que lo que tenemos que discutir también les concierne.

Lord Tregonning no era estúpido. Miró a las dos mujeres y a sus dos invitados, que esperaban junto a ellas. Entrecerró los ojos, pero asintió con la cabeza en un gesto un tanto brusco.

—Como gustes. ¿En mi despacho?

Se despidieron de un Mitchel Cunningham muerto de la curiosidad, aunque intentase disimular, en el vestíbulo principal y se encaminaron hacia el despacho de Su Ilustrísima. No quedó mucho espacio una vez que entraron los cinco, pero había asientos para todos.

Lord Tregonning esperó a que se hubieran sentado para mirarlos a la cara hasta que sus ojos se posaron en el rostro de su hermana.

—¿Y bien, Millicent? ¿A qué viene esto?

—A bastantes cosas, ya que estamos, pero antes de entrar en detalles, quiero que sepas que he escuchado todos los argumentos, todos los hechos y todas las conclusiones, y que los comparto sin reservas. Y ahora… —Miró a su sobrina—. ¿Querida?

Sentada en el borde del enorme sillón de cuero, con las manos apretadas en el regazo, Jacqueline inspiró hondo y rezó para que no se le quebrara la voz.

—Soy consciente de que nunca hemos hablado de esto, papá, pero quiero que sepas que no tuve nada que ver con la muerte de Thomas. —Se detuvo con los ojos clavados en los de su padre mientras sentía que la tensión se iba apoderando de sus músculos—. Y tampoco le hice daño a mamá… Nunca… Jamás habría hecho nada que le hiciera daño. Sí, discutimos ese día, pero eso fue todo. No volví a verla después de salir del comedor matinal. No sé quién la mató, ni quién mató a Thomas. Pero sí sé que le pediste al señor Debbington que pintase mi retrato, y comprendo tus motivos.

El rostro de lord Tregonning se había convertido en una máscara pétrea. Al desviar la vista hacia Jacqueline, Gerrard deseó poder cogerla de la mano, recordarle con esa caricia que estaba a su lado, que la apoyaba, pero ya estaban pidiéndole a su padre que asimilara demasiadas cosas esa noche.

La tensión del ambiente era tal que podría haberse cortado con un cuchillo, e iba en aumento por las emociones contenidas que se respiraban. Jacqueline inspiró hondo una vez más.

—También estoy al tanto de los rumores, de lo que se dice a mis espaldas… Por desgracia, no me enteré a tiempo para negar nada. No pude hacerlo cuando alguien me hubiera creído. Cuando me di cuenta… —Se le quebró la voz y gesticuló, impotente—. No le di importancia. No vi lo peligrosos que eran… hasta que fue demasiado tarde. —Con voz algo más firme, continuó—: Pero no maté a mamá, ni tampoco a Thomas. Lo hizo otra persona y nosotros… —se interrumpió y los abarcó a los tres con la mirada— creemos que fue esa misma persona quien instigó los rumores, y que ha seguido inventándose cuentos sobre mí. Creí… Recé porque el retrato, una vez terminado, les abriera los ojos a nuestros vecinos y los hiciera reconsiderar su postura. Pero ahora que se ha encontrado el cuerpo de Thomas… Si no hacemos nada, también me culparán de su muerte. —Tomó aire—. El señor Debbington y el señor Adair te explicarán mejor los detalles, pero yo… te ruego que escuches lo que tienen que decirte.

Lo miró. Consciente de que su padre no le quitaba ojo, se abstuvo de sonreír e inclinó la cabeza con gesto formal. Le había dado la oportunidad perfecta para introducir el tema.

Gerrard miró a lord Tregonning a los ojos.

—Voy a hablarle desde la perspectiva de un pintor, y también como hombre de negocios. Como hombre de negocios, me he encontrado con el mal en muchas ocasiones cara a cara… y conozco su verdadero rostro. Pero como retratista, sólo he trabajado con personas inocentes, con personas amables, generosas y buenas. Reconozco esas cualidades mejor que cualquier otro rasgo, ya que llevo trabajando con ellas más de siete años. Cuando miro a su hija, es lo único que veo… A mis ojos, su inocencia y su corazón puro brillan más que el sol.

Se detuvo y dejó que reinara un momento de silencio para que lord Tregonning aceptara sus palabras y las asimilara.

—Cuando escuché los rumores que hablaban de la señorita Tregonning y de la muerte de su madre, me quedé estupefacto. No daba crédito a semejantes sospechas. Desde mi punto de vista, son por completo insustanciales. Como prueba de esto, le puedo asegurar que el retrato que le entregue de su hija hará zozobrar la veracidad de los rumores. Como es evidente que la señorita Tregonning no mató a su madre, ni a ninguna otra persona, eso nos deja con una pregunta: ¿quién lo hizo?

Tenía la total atención de Su Ilustrísima. Cualquier duda que tuviera acerca de que no fueran capaces de convencerlo para que los ayudara, de que lord Tregonning siguiera en sus trece y se negara a tomar ninguna medida, se disipó. Sintió la dolorosa intensidad de la mirada del otro hombre, y por un momento atisbó el tormento que había tenido que soportar con tanto estoicismo. Se sintió conmovido.

—Está convencido de que es… —Lord Tregonning miró a su hija—. Perdóname, cariño, pero… —Lo miró a él de nuevo—. ¿No le cabe la menor duda de que no tiene nada que ver?

Asintió con la cabeza.

—Claro que también soy muy consciente de que la opinión de un pintor no sirve a los ojos de la ley, pero le aseguro que sí servirá a los ojos de la alta sociedad. No obstante, en este caso hay un sinfín de detalles, hechos y deducciones recopilados por el señor Adair que establecen más allá de toda duda razonable que Jacqueline no tiene nada que ver con las muertes de Thomas Entwhistle y de su propia madre, Miribelle Tregonning.

Desvió la mirada hacia su amigo, pasándole el testigo de su bien orquestada exposición.

Barnaby lo aceptó de buena gana y explicó en pocas palabras las pruebas que había recabado y que demostraban que era imposible que una mujer, sobre todo una dama, matara a Thomas Entwhistle. También explicó por encima por qué no era sospechosa de la muerte de su madre.

—Además, los rumores hablan de que mató a su madre en un ataque de furia transitorio, pero no hay prueba alguna de que sea propensa a la violencia. Los testimonios de los criados, que siempre están al corriente de estas cosas, y de los amigos, quienes en su mayoría la conocen desde siempre, así lo confirman. —Miró a Jacqueline con una media sonrisa—. Ni siquiera han mencionado un buen berrinche.

Barnaby se concentró nuevamente en lord Tregonning antes de exponer sus conclusiones.

—En resumidas cuentas, la campaña de rumores malintencionados se cae por su propio peso en cuanto se analiza; sin embargo, el asesino (asumiendo, como creo que deberíamos hacer, que es quien está detrás de los rumores) ha sido muy inteligente. Se ha aprovechado de la posición de Jacqueline, del hecho de que es muy apreciada por sus vecinos. Al lanzar al aire la posibilidad de que ella sea la culpable, se ha asegurado de que todos sus allegados, incluido usted, se apresuraran a cerrar la investigación sobre el asesinato. —Hizo una pausa antes de añadir en voz baja—: No tengo la menor duda de que fue un hombre quien asesinó a Thomas Entwhistle, y de que ese mismo hombre asesinó también a su esposa. Su identidad sigue siendo un misterio, pero a tenor de los últimos rumores (los surgidos con el hallazgo del cuerpo de Thomas), me parece lógico concluir que sigue por aquí, en el condado. No se ha marchado de la zona.

Lord Tregonning inspiró hondo antes de colocar muy despacio las manos sobre el escritorio.

—¿Por qué contármelo precisamente esta noche?

Los demás miraron a Gerrard.

—Porque los rumores han empezado a correr. Habíamos pensado seguir con el plan original, terminar el retrato y utilizarlo para abrir los ojos de sus vecinos. En lo que respecta a la muerte de su esposa, ese plan sigue siendo válido. Sin embargo, ahora que se ha descubierto el cadáver de Thomas, el asesino ha aprovechado la oportunidad para oscurecer aún más la reputación de la señorita Tregonning. Si esperamos y permitimos que las sospechas vayan creciendo sin que nadie les ponga freno, nuestra posición se verá debilitada. Incluso hasta tal punto que, cuando termine el retrato y aunque este muestre su inocencia, no sea suficiente para desbancar la idea que el asesino ha sembrado en las mentes de todos.

Lord Tregonning se quedó largo tiempo callado. A la postre, se giró hacia su hija.

—Querida, te debo una disculpa. Lo siento tanto… No sé por qué hice caso de esos rumores… —Se le quebró la voz y tuvo que interrumpirse, pero no apartó los ojos de Jacqueline—. Jamás debí dudar de ti. Sólo puedo decirte que cuando tu madre murió… cuando la asesinaron… No pensaba con claridad. No pude hacerlo durante meses. Le pido a Dios que puedas perdonarme algún día.

Esas palabras, tan sentidas como sencillas, resonaron en el silencioso despacho.

Jacqueline se levantó del sillón con un respingo, rodeó el escritorio y se lanzó a los brazos de su padre.

—¡Ay, papá!

Gerrard apartó la vista y miró a su amigo, que había hecho lo propio para darles algo de intimidad a padre e hija. Los ojos azules de Barnaby tenían un brillo peculiar. Sí, estaba pero que muy ufano. Millicent se secó los ojos con un pañuelo. Mientras tanto, él se acomodó en el sillón y pensó en Patience, y también en las gemelas, así como en un sinfín de escenas familiares que había presenciado en las que las mujeres habían acabado llorando.

Su mente recreó la emoción que había vibrado en la voz de lord Tregonning. Carraspeó y devolvió la vista a la pareja. Su Ilustrísima le estaba dando unas palmaditas en la espalda a su hija con cierta torpeza.

—Gracias, querida.

Lord Tregonning sorbió por la nariz antes de sacar el pañuelo y sonarse. Jacqueline le dio un apretón en el brazo y regresó al sillón que había estado ocupando al tiempo que se sacaba un pañuelito de lino de la manga del vestido para enjugarse las lágrimas.

—Bueno, antes de nada… —Lord Tregonning enderezó la escribanía antes de mirar a sus dos invitados y, por último, a su hermana—. Les estoy muy agradecido por su actuación… Jacqueline y yo somos afortunados al contar con semejante ayuda. Sin embargo, debo suponer que, precisamente por la necesidad de contrarrestar el efecto de estos nuevos rumores —dijo con voz cada vez más firme y decidida al tiempo que cuadraba los hombros—, ya tienen un plan.

Barnaby se inclinó hacia delante.

—Por supuesto.

Y procedió a explicárselo.

Lord Tregonning asintió con la cabeza.

—Me parece bien. Dada la cantidad de personas que creen que Jacqueline es la responsable de la muerte de su madre, las mismas que creerán que también asesinó a Thomas, nuestro comportamiento va a ser crucial.

Barnaby los abarcó con la mirada.

—Tenemos, y me refiero a todo el mundo, que comportarnos de un modo que proclame nuestra creencia de que Jacqueline es inocente. Más aún, los demás tienen que ver que nos comportamos así. Millicent ya ha dado los primeros pasos en esa dirección esta tarde, pero debemos ir más allá.

La aludida asintió con la cabeza.

—Pero ¿bastará con eso?

—Tal vez. —Pensó en el poder que ciertas damas de la alta sociedad ostentaban; un buen ejemplo eran las mujeres del clan Cynster. Ojalá pudiera llevar a Cornualles a unas cuantas. A Helena, la condesa viuda de Saint Ives, a lady Osbaldestone, a Minnie y a Timms, incluso a Honoria y a Horatia. Pondrían a Jacqueline en un pedestal, coronada como la reina de la inocencia, en cuestión de días… Incluso encabezarían la jauría en persecución del verdadero asesino. Salió de su ensimismamiento y miró a Jacqueline—. Sin embargo, tenemos que ser más directos en este caso. Los rumores pueden soplar en ambas direcciones.

Jacqueline comprendió lo que decía nada más mirarlo a los ojos.

—Quieres que pongamos en circulación nuestros propios rumores… Pero ¿qué diremos?

—Hablaremos de los hechos —respondió Barnaby—. El asesino extendió mentiras y nosotros haremos saber la verdad. A la postre, nuestra verdad aplastará sus mentiras. Aunque lo más importante es que sembrando la duda en las mentes de los demás, estaremos arrancando las raíces que él ha sembrado. Así será mucho más fácil que, una vez terminado el retrato, podamos hacer cambiar de opinión a la gente y comenzar por fin la caza del verdadero asesino.

Lord Tregonning asintió con la cabeza muy despacio.

—Dado que nuestro malhechor ha aprovechado la oportunidad del hallazgo del pobre Thomas para retomar su campaña de rumores contra Jacqueline, sino actuamos ahora mismo, corremos el riesgo de no poder contrarrestar más adelante dichos rumores; por el contrario, si nos enfrentamos a los cotilleos ahora mismo, debilitaremos su posición incluso antes de mostrar el retrato. Nos ha dado la oportunidad de comenzar a deshacer la maraña de mentiras que ha estado tejiendo… Sus acciones nos brindan más posibilidades de éxito.

Barnaby parpadeó, pero justo después esbozó una enorme sonrisa.

—Lleva toda la razón del mundo. Se ha cavado su propia tumba… Qué ironía.

—Desde luego. —Una mueca burlona, muy rara en él, apareció en los labios de lord Tregonning—. Bien, ¿cómo vamos a hacerlo?

—Es muy sencillo. —Procedió a explicar las tácticas que tanto éxito habían tenido cuando sus formidables conocidas las ponían en práctica.

Millicent asintió con la cabeza.

—La siguiente reunión importante es la Verbena de la Caza, que se celebrará dentro de tres días. Los Trewarren son los anfitriones. Es una fiesta anual, una a la que asiste todo el mundo. —Miró a su hermano—. ¿Qué te parece, Marcus?

—Creo que, dadas las circunstancias, deberíamos asistir. Sí, yo también me incluyo. —Lord Tregonning miró a Barnaby y luego a él—. Me desagradan una barbaridad las paparruchas de los bailes y las fiestas… He asistido a muy pocos. Y precisamente por eso, mi aparición en Trewarren Hall suscitará el revuelo que estamos buscando.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó Millicent con un brillo belicoso en la mirada—. Todo el mundo se quedará petrificado y empezará a preguntarse por qué estás allí. Quizá seas un gruñón empedernido, Marcus, pero de vez en cuando tienes tu utilidad. Tu sola presencia causará furor.

El aludido resopló.

—Bueno, cuento con todos para sacarle el mayor partido posible… Lo mío no son las conversaciones, mucho menos las que se mantienen en los salones de la alta sociedad hoy en día.

—No se preocupe —le dijo Barnaby—. En lo concerniente a los juegos de sociedad, Gerrard y yo hemos aprendido de los mejores.

—Lo que me recuerda —intervino él— que el vestido de Jacqueline tiene que ser perfecto, y que debemos orquestar su llegada meticulosamente.

Millicent volvió a asentir con la cabeza.

—Tenemos que revisar tu guardarropa, querida. Tal vez, señor Debbington, pueda usted darnos su opinión al respecto.

—Estaré encantado de ayudar, señora —dijo con un gesto de cabeza. Jacqueline lo miró con los ojos entrecerrados, pero se cuidó mucho de mirarla a la cara.

—Tendremos que preparar el terreno con alguna aparición previa antes de la verbena —apuntó Millicent—. María Fritham suele recibir visitas mañana. Una oportunidad perfecta tanto para los jóvenes como para los que ya no lo son tanto. Y por la tarde creo que deberíamos visitar a mi vieja amiga, lady Tannahay. Mantiene una estrecha relación con los Entwhistle y creo que así nos aseguraremos de que llegan hasta sus oídos los hechos que queremos presentar. Con independencia de todo lo demás, merecen estar al tanto de lo que sabemos. Elsie se lo transmitirá en nuestro nombre.

Gerrard miró a Barnaby con una ceja enarcada, y este le devolvió el gesto con cara de resignación.

—Estaremos encantados de acompañar tanto a la señorita Tregonning como a usted, señora —le dijo Gerrard a Millicent.

Manipular la opinión de la alta sociedad conllevaba por fuerza dejarse ver socialmente. Aunque consideraba que pintar el retrato de Jacqueline era su contribución más importante para rescatarla de la situación en la que se hallaba inmersa, Gerrard también comulgaba con los argumentos que le habían expuesto a su padre. Primero tenían que poner a la sociedad de la zona de su parte, antes de que su opinión terminara por condenar a Jacqueline.

De modo que a la mañana siguiente, Barnaby y él se encontraron inmersos en la clase de actividad que había instado su huida de la capital: rondar a una cohorte de jovencitas en el salón de otra dama.

El de lady Fritham estaba bastante concurrido. A juzgar por el súbito silencio que se hizo en la estancia y por las caras alarmadas que se giraron hacia ellos nada más entrar, no les costó adivinar cuál era el principal tema de conversación.

Millicent entró primero, la viva estampa de la seguridad, con una sonrisa relajada en los labios.

Lady Fritham se levantó del diván donde estaba sentada para recibirla, aunque quedaba patente que no sabía cómo interpretar esa sonrisa.

—Millicent, querida… Se rozaron las mejillas a modo de saludo. Estoy encantada de verte por aquí. —Lady Fritham se apartó y observó el rostro de la recién llegada—. Y de tan buen humor.

Su Ilustrísima desvió la vista hacia Jacqueline, quien iba detrás de su tía con una sonrisa del mismo talante. Lady Fritham frunció levemente el ceño y miró de nuevo a Millicent.

—No sabía si con las malas noticias que hemos recibido… Bueno, no sabía cómo te habrían afectado. Ni cómo habrían afectado a Jacqueline, por supuesto.

Millicent enarcó las cejas.

—Bueno, querida, debo admitir que descubrir un cadáver en la zona más recóndita de los jardines ha sido toda una conmoción, sobre todo cuando nos enteramos de que era el pobre Thomas; en su momento ya sospechamos que había pasado algo raro con su desaparición, pero por fin hemos obtenido pruebas irrefutables que lo demuestran. Cierto que ha sido de lo más inquietante, pero no nos ha dejado paralizadas. Al fin y al cabo, ningún miembro del personal, y mucho menos de la familia, es sospechoso del crimen.

Lady Fritham parpadeó.

—Que no son… No, por supuesto que nadie es…

Millicent le dio unas palmaditas en la mano.

—Ya lo expliqué todo ayer, pero sin duda que no te diste cuenta… Es evidente que al pobre Thomas lo golpeó por la espalda un hombre de identidad desconocida mientras estaban en la cima de la loma norte. Parece que dicho hombre era alguien a quien Thomas conocía muy bien. Eso es todo lo que sabemos hasta el momento. —Millicent se giró hacia ellos, que habían seguido a Jacqueline—. El señor Adair y el señor Debbington saben mucho más que yo… y no me cabe la menor duda de que estarán encantados de explicar los detalles.

Tal y como habían acordado durante el trayecto hasta Tresdale Manor, Barnaby aprovechó ese pie para calmar la curiosidad de las mujeres que se congregaban alrededor de lady Fritham mientras Millicent iba de grupo en grupo, extendiendo la información. Tras intercambiar los saludos de rigor, Gerrard y Jacqueline se reunieron con los grupitos de jóvenes que se habían dispersado por la estancia.

Colgada de su brazo, Jacqueline mantuvo la barbilla en alto y esa sonrisa indolente en los labios; sin embargo y pese a su aparente calma, a Gerrard no se le escapó el nerviosismo que vibraba en su interior. Esa era su primera aparición pública desde que encontraran el cuerpo de Thomas. Era muy importante que diera la impresión apropiada.

Habían hablado por encima de cómo debía comportarse, de que cuando hablasen de la muerte de Thomas o de la de su madre, no debía retraerse, no debía esconderse tras su máscara impasible. Para todos aquellos que la habían conocido como a una jovencita abierta y extrovertida, el cambio podía ser interpretado (como había sucedido, de hecho) como una prueba de su conciencia culpable.

Los tres enormes ventanales que daban al jardín estaban abiertos. Los más jóvenes se habían reunido en pequeños grupos junto a ellos. Mientras la conducía al primer grupo, le susurró:

—Sé tú misma. Con eso bastará.

Jacqueline lo miró de reojo antes de clavar la vista al frente para sonreír a Mary Hancock.

Con los ojos como platos, Mary les devolvió el saludo.

—Debe de haber sido una terrible conmoción enterarte de que habían encontrado el cuerpo de Thomas.

Jacqueline hizo como que intentaba expresar lo que sentía en palabras antes de replicar con voz serena.

—Creo que es más tristeza que conmoción lo que siento. Siempre sospechamos que le había pasado algo malo, pero tenía la esperanza de que hubiera alguna otra explicación. —Inspiró hondo y luego soltó todo el aire con un largo suspiro—. Sin embargo, como no ha sido el caso, lo único que nos queda es la esperanza de que podamos encontrar al hombre que lo asesinó y llevarlo ante la justicia.

Sus palabras destilaban sinceridad. Mary asintió con la cabeza, a todas luces anonadada, tal y como estaba Roger Myles, de pie a su lado.

Aunque otros no fueron tan receptivos. En ese mismo grupo, vio cómo Cecily Hancock apretaba los labios antes de esbozar una mueca desdeñosa. Se percató de que tenía un comentario sarcástico en la punta de la lengua. La vio abrir la boca… y la fulminó con la mirada.

Tras un momento, la muchacha se tragó el comentario y se contentó con resoplar muy por lo bajo.

Satisfecho, se concentró en responder cualquier pregunta en busca de información detallada. Habían acordado que Jacqueline no debía contestarlas, aduciendo a las reservas que toda joven de buena cuna debería tener.

Entre los dos, consiguieron hacer que se tambalearan las sospechas que se habían instalado en las mentes de todos sobre la muerte de Thomas.

Después de ese primer enfrentamiento, Jacqueline se relajó un tanto. Cuando se reunieron con el segundo grupo que se encontraba junto a los ventanales, estaba más cómoda mostrándose tal y como era. El escudo interno tras el que se escondía era menos rígido, menos formidable, aunque siguiera allí. Si bien de forma menos aparente.

Creyó que había ocultado bastante bien la satisfacción que ese hecho le reportaba, pero cuando se trasladaron al tercer grupo, Jacqueline le pellizcó el brazo.

—¿Qué pasa?

Al mirarla, comprendió que ella se había percatado de su respuesta. Mantuvo el rostro impasible y la mirada al frente.

—Nada.

Derribar sus defensas, erradicar el miedo y la desconfianza que las habían erigido para que pudiera ser delante de todo el mundo esa mujer que él sabía que era y que así se mostrara no sólo su inocencia, sino también su enorme corazón, su valor, su honestidad… Sí, eso se había convertido en su objetivo personal, era de vital importancia para él.

Jordan y Eleanor estaban en el último grupo, al igual que Giles Trewarren. Eleanor y Giles les hicieron un hueco. Saludaron a los demás, momento en el que Jordan le sonrió a Jacqueline con su habitual pomposidad y arrogancia, aunque a todas luces en actitud conciliadora.

—Querida, no dejes que esos rumores infundados te inquieten… Ninguno de nosotros creería nada semejante.

El comentario fue recibido por un silencio ensordecedor. Algunos miembros del grupo se ruborizaron, mientras que Clara Myles y Cedric Trewarren, quienes ya habían conversado con Barnaby, se quedaron muy confundidos. Eran los únicos del grupo que estaban al tanto de las últimas noticias. Gerrard sopesó la idea de responder al comentario y, como invitado que era, declarar que no sabía nada del tema al tiempo que le preguntaba a Jordan qué diantres quería decir con eso. Pero Jacqueline se le adelantó.

—¿Qué quieres decir, Jordan? —preguntó con el ceño fruncido y expresión confusa—. ¿A qué rumores te refieres?

El aludido parpadeó y procedió a observarla con expresión impasible. Acto seguido, miró a la concurrencia.

—Yo… Bueno… Esto…

Eleanor, que estaba junto a Jacqueline, se inclinó hacia ella y le colocó una mano en el brazo.

—Lo que Jordan quiere decir —comenzó en voz baja— es que ahora que se ha hallado el cuerpo de Thomas en tus jardines, han comenzado a correr rumores infundados. Sólo queríamos hacerte saber que no creemos ni una sola palabra.

Jacqueline sostuvo la mirada de su amiga y mantuvo la expresión confundida un instante más; luego, dejó que su rostro se relajara en una sonrisa de complicidad.

—Mi querida Eleanor —dijo y le dio unas palmaditas en la mano—, qué buenos amigos sois los dos. Pero ahora que han encontrado el cuerpo de Thomas, el único interrogante que se plantean aquellos que saben la verdad es la identidad del hombre que lo mató.

Eleanor puso los ojos como platos y los clavó en Jacqueline.

—¿Hombre?

Jacqueline asintió con la cabeza. Comenzaba a gustarle aquella farsa, empezaba a disfrutar combatiendo fuego con fuego.

—Parece que Thomas subió a la cima de la loma con otro hombre y después dicho hombre lo golpeó en la cabeza con una piedra, matándolo. El cuerpo rodó ladera abajo hacia el jardín, y el asesino lo cubrió con las ramas de los cipreses.

Clara se estremeció.

—Imaginárselo ya es espantoso de por sí.

—Debe de haber supuesto toda una conmoción averiguar que era el cuerpo de Thomas —dijo Giles con suma educación y expresión comprensiva—. Mi madre me ha comentado que fuiste tú quien reconoció su reloj.

Jacqueline asintió con la cabeza.

—Me quedé petrificada en ese momento, sí. Pero ahora sólo estoy triste. Es terrible pensar que un hombre pudiera matar a Thomas de esa manera.

Gerrard la escuchó mientras respondía aquellas preguntas que les eran de utilidad para reiterar los hechos que querían poner de manifiesto, disipando así lo que Eleanor había calificado de «especulaciones infundadas». Cuando alguien pedía más detalles, Jacqueline le decía que hablara con Barnaby.

Jordan y Eleanor intercambiaron una mirada. A todas luces se sentían estúpidos por haber sacado a colación unos rumores que estaban siendo sistemáticamente desmantelados. Se mantuvieron en silencio, algo poco usual en ellos, y fueron testigos de cómo Jacqueline respondía encantada la andanada de preguntas que los demás le lanzaban. Sabía muy bien cómo debían presentar el caso y poco a poco iba ganando, y demostrando, confianza en sí misma.

Fue una actuación de primera.

Cuando Millicent les indicó que estaba preparada para marcharse, a Gerrard no le quedó la menor duda de que, si seguían por ese camino, acallarían de una vez por todas los rumores que había extendido el asesino.

Regresaron a Hellebore Hall justo a la hora del almuerzo. Para su sorpresa, lord Tregonning comió con ellos, ya que estaba ansioso por enterarse de los progresos que habían obtenido en su primera incursión social. Mitchel Cunningham estaba inspeccionando la propiedad, de modo que podían hablar sin tapujos. Barnaby estaba de tan buen humor que incluso le arrancó alguna que otra carcajada a su anfitrión.

Cuando Gerrard miró a Jacqueline y vio cómo le cambiaba la expresión del rostro y cómo le brillaban los ojos, supo que hacía mucho tiempo que no escuchaba semejante sonido de labios de su padre. También se percató de que tuvo que parpadear y de que bajó la vista. Pasado un momento, se limpió los labios con la servilleta y alzó de nuevo el rostro, una vez recuperada la serenidad.

Ver ese fugaz ramalazo de expresividad en su rostro le aceleró el pulso. Tenía que ponerse manos a la obra ya. Cuando dejaron la mesa, le confirmaron que a las tres de la tarde partirían hacia la casa de lady Tannahay.

Una vez en el vestíbulo principal, se despidió de Millicent y Jacqueline.

—Tengo que ocuparme de varias cosas en el estudio. Estaré aquí a las tres.

—Por supuesto, querido. —Millicent se despidió de él y se marchó en dirección al saloncito. Barnaby la acompañó mientras proseguían con su conversación acerca del cuerpo de policía que se había creado en la capital.

Jacqueline se quedó allí. Lo miró a los ojos.

—Gracias por tu apoyo de esta mañana.

Él sostuvo su mirada un momento antes de cogerle la mano y llevársela a los labios.

—El placer ha sido todo mío. Me alegro de que pudiéramos sacar tanto provecho de la situación.

Acto seguido, le soltó la mano, se dio media vuelta y echó a andar, pero fue muy consciente de que Jacqueline no le quitó la vista de encima hasta que dobló la esquina y se perdió por el pasillo.

—¿Cómo va la cosa? —le preguntó Barnaby cuando entró en el estudio.

Gerrard levantó la vista de los bocetos que estaba mirando, masculló algo y regresó a su tarea.

Barnaby deambuló por la estancia hasta que se detuvo junto al ventanal. Apoyó el hombro contra el marco, se metió las manos en los bolsillos y lo miró.

—Bueno… ¿cuánto tiempo crees que llevará el asunto?

—¿Te refieres al retrato? —Dejó uno de los bocetos en la mesa, junto con otro de los que había estado barajando. Examinó con ojo crítico la serie que tenía delante y añadió en voz baja—: Creo que puedo pintarlo bastante rápido. Algunos retratos llevan más tiempo que otros. En este caso, ya sé exactamente lo que quiero demostrar, cómo tiene que ser el resultado final. Sólo tengo que ponerme manos a la obra. —Ladeó la cabeza y siguió estudiando los bocetos—. Voy a pintar primero el fondo y después haré que Jacqueline pose para mí aparte. Y luego, la colocaré sobre el fondo. Como ya sé cómo quiero pintar tanto el fondo como a Jacqueline… Bueno, creo que con un mes me bastará.

—Mmmm… —Su amigo no le había quitado el ojo de encima—. Sé que estás ansioso por empezar… y también que no hay motivo alguno para que tengas que ejercer de acompañante.

Eso lo hizo levantar la cabeza.

Barnaby adoptó una pose afectada.

—Y como fiel amigo que soy, estoy preparado para hacer el enorme sacrificio de ocupar tu lugar en todas las visitas que haga falta.

—No me lo trago —replicó con una carcajada—. Te encanta cotillear, sobre todo cuando eres el centro de atención y los rumores giran en torno a un crimen. Y aunque todas esas encantadoras damas no se den ni cuenta, yo sé que buscas información en todo lo que dicen, que andas detrás de cualquier pista que se esconda en sus lindas cabecitas, por insignificante que parezca.

—Cierto —reconoció Barnaby con una sonrisa, sin parecer en absoluto arrepentido—. Pero lo he dicho en serio. Si prefieres quedarte y comenzar el retrato, me pegaré como una lapa a Jacqueline. Además, si no he entendido mal a Millicent, lo de esta tarde será una visita privada.

Sentado en el taburete, Gerrard volvió a concentrarse en los bocetos. Lo estaban llamando, le reclamaban que se concentrara en ellos, en el cuadro que crearía a partir de esos trazos. Ardía en deseos de comenzar. La oferta de Barnaby era muy tentadora, pero…

Negó con la cabeza.

—No, yo también os acompañaré. Nos fue bastante bien esta mañana, y se debe en gran parte a que pudimos dividir el grupo y, así, vencer. Se te dan muy bien las mujeres ya maduritas, y a mí se me dan mejor los jóvenes con eso de que soy pintor, un ser exótico a sus ojos. Juntos, somos el apoyo perfecto para Millicent y Jacqueline.

Además, si no iba con ellos, si no estaba al lado de Jacqueline, preparado para allanarle el camino y para asegurarse de que nada dañase la recuperación de la confianza en sí misma… no sería capaz de concentrarse en nada.

—Será mejor que sigamos como hasta ahora. Y puedo pintar de noche.

Barnaby lo miró a la cara antes de asentir con la cabeza.

—Si estás seguro… —dijo al tiempo que se apartaba de la ventana—. Entonces te dejo que sigas. Nos veremos en el vestíbulo principal a las tres.

Asintió con la cabeza y dejó que los bocetos lo hechizaran una vez más.

La visita que le hicieron a lady Tannahay, en Tannahay Grange, una residencia emplazada muy cerca de la mansión de los Tregonning, fue tal y como Barnaby había asegurado: privada. Millicent le entregó su tarjeta al mayordomo y, en cuestión de minutos, los llevaron ante su vieja y querida amiga.

Elsevia, o Elsie para los amigos y lady Tannahay para el resto del mundo, era una dama muy agradable unos cuantos años mayor que Millicent. Los recibió con abierta hospitalidad y una mirada astuta. Les indicó con un gesto de la mano que se sentaran en el salón.

—Por favor, sentaos. Y empezad a contarme todos los detalles de este desagradable asunto sobre el cuerpo de Thomas Entwhistle.

Millicent se lanzó a la explicación de buena gana. Gerrard se acomodó en el asiento mientras la mujer, con la inestimable ayuda de Barnaby, le contaba todo lo que se sabía acerca de la muerte de Thomas Entwhistle.

Cuando dieron cuenta del té y del plato de deliciosas pastas y terminaron con su relato, lady Tannahay ya no fingía.

—¡Válgame Dios! —exclamó al tiempo que se reclinaba en el asiento y los miraba, dejando a Jacqueline para el final—. Querida niña, espero que me permitas compartir esta información (todo lo que me habéis contado) con Harvey y Madeline Entwhistle. Los pobrecillos jamás supieron qué pensar… —dijo con los ojos relampagueantes—, y me hago cargo de lo que ese patán de Godfrey Marks les diría… Sobre todo me hago cargo de lo que no les habrá dicho, no sé si me explico…

Su Ilustrísima guardó silencio un instante, a todas luces repasando los defectos de sir Godfrey, pero después se concentró de nuevo en Jacqueline.

—Aunque el hallazgo del cuerpo es un alivio por sí mismo, sé que Harvey y Maddy se quedarán mucho más tranquilos si conocen más detalles, sobre todo si saben de quién no tienen que sospechar. Por favor, dime que puedo contarle todo lo que me habéis dicho.

Jacqueline sonrió con semblante comprensivo y mirada compasiva.

—Por supuesto que sí, señora, teníamos la esperanza de que accediera a oficiar de mensajero. No deseamos imponer nuestra presencia a los Entwhistle en semejante momento, mucho menos cuando siguen dándole vueltas a ciertas sospechas que deben desaparecer de sus mentes.

Lady Tannahay sonrió.

—Déjalo en mis manos, jovencita. Me aseguraré de que los hechos que el señor Adair y otras personas han recabado lleguen sin tergiversar a oídos de Harvey y Maddy. —Soltó la taza y miró a Millicent con expresión inquisitiva—. Vais a asistir a la Verbena de la Caza, ¿no es así?

Millicent esbozó una sonrisa deslumbrante.

—No te quepa la menor duda. Y Marcus también asistirá.

—¡Válgame Dios! —exclamó de nuevo lady Tannahay con los ojos desorbitados. Tras un momento, añadió con un tono de voz la mar de risueño—: ¡Será maravilloso!