[1]
Los hombres extranjeros, felices y enjoyados sólo hicieron las veces de un pequeño fermento; desde un palacio, entonces, un poco más humilde del epulón, el alma lanzó su hedor al cielo.
[2]
¿Qué precio tiene el rojo fuego que me arrojasteis desde una limpia granja, que nunca tuvo nombre? ¿Decid cuál es el precio del muerto que trajisteis? Otros muertos no ofrecen ese terrible aspecto.
¿Cómo habré de cobraros el viejo campanario en el que destrozasteis lo que nunca sabréis? ¡Oh, pueblo miserable!, ¿cómo habré de cobraros? ¿Cómo habré de cobraros todo lo que debéis?
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