Sus ojos. Mate, esperando, siempre esperando. Pacientes no, desesperanzados no, sino en suspenso. Cee. Ycidra. Mi hermana. Ahora mi única familia. Cuando escriba esto, ha de saber: fue una sombra la mayor parte de mi vida, una presencia que señalaba su propia ausencia, o tal vez la mía. Quién soy yo sin ella, esa niña desnutrida de ojos tristes que esperan. Cómo temblaba cuando nos escondimos de las paladas. Le tapé la cara, los ojos, con la esperanza de que no hubiera visto el pie que asomaba de la tumba.
La carta decía «Habrá muerto». Arrastré a Mike, le puse a cubierto y espanté a los pájaros, pero murió de todas formas. Me quedé con él, le estuve hablando una hora, pero murió de todas formas. Restañé la sangre que rezumaba por el sitio donde Stuff debía tener el brazo. Encontré el brazo a unos veinte pies y se lo di por si podían volver a cosérselo. Murió de todas formas. Basta ya de personas que no salvaba. Basta ya de ver morir a personas a las que quería. Basta.
A mi hermana no. Ni hablar.
Era la primera persona a la que había tomado bajo mi responsabilidad. Muy dentro de ella vivía la secreta imagen de mí mismo: un yo fuerte y bueno ligado al recuerdo de aquellos caballos y al entierro de un desconocido. Protegiéndola, encontrando un camino entre aquella hierba alta y al salir de aquel sitio, sin miedo a nada, ni a las culebras ni a los viejos salvajes. Me pregunto si salir bien de aquello fue la simiente de todo lo que vino después. En mi corazón de niño me sentí como un héroe y supe que, si nos encontraban o la tocaban, mataría.