8
Alexander se quedó inmóvil, observando el rostro que le había obsesionado toda la noche.
¿Qué quería de ella?, se preguntaba. Alguna cosa…
Estaba deslumbrante con su traje de noche verde. Llevaba su exquisito cabello negro recogido artísticamente, con unos mechones sueltos que enmarcaban su rostro añadiendo suavidad al aspecto general. Pero eran sus ojos lo que la diferenciaban de otras mujeres hermosas que había visto.
Tenían el color del Mediterráneo en una tormenta; un turquesa oscuro que refulgía con sabiduría y algo más, algo que conocía bien: dolor.
Sintió deseo y después, al ver al hombre que estaba a su lado, cólera. Se percató claramente de que la deseaba, la quería para sí.
—¿Alexander?
Alexander no apartó los ojos de aquella hechicera morena mientras preguntaba:
—James, ¿se ha presentado esa mujer vampiro que está de visita?
James dijo que no con la cabeza y se tiró de la manga de la camisa. Había sido un día frustrante. Habían encontrado a una florista que había visto a un hombre que encajaba con la descripción de Serguéi, pero cuando Alexander lo capturó, resultó ser un rufián del tres al cuarto.
Habían llevado al hombre ante la policía, ya que era un ladrón y un rufián, pero en conjunto no habían avanzado en la búsqueda de Serguéi.
Centrando su atención en Alexander, James respondió:
—No, debe de haberse ido.
—No.
James se dio cuenta entonces de que su amigo estaba mirando fijamente uno de los palcos de enfrente y observó los asientos frunciendo el entrecejo, confuso.
—Yo no veo ningún vampiro.
Alexander comprendió la confusión de su amigo.
—Parece experta en armonizar su aura con lo que la rodea. Emana colores humanos.
James era todo oídos.
—Sólo un anciano puede hacer algo semejante. Eso la convierte en una persona de nuestra edad. ¿Cómo es que no sabíamos de su existencia? No es probable, amigo mío.
—Habla con ella, James. Es la muchacha del vestido verde y los inquietantes ojos azules.
James examinó los palcos que tenía enfrente con mirada recelosa hasta que sus ojos cayeron sobre una deslumbrante mujer.
—No es posible, Alexander. ¿Cómo podría alguien olvidar haberla visto?
Alexander tampoco habría sabido responder a la pregunta. Tenía que ser una anciana, lo que significaba que tendrían que haberse cruzado en alguna de las reuniones de vampiros que tenían lugar al menos una vez por siglo.
Tenía que acabar con aquel rompecabezas.
Concentró sus pensamientos en ella.
—Buenas noches.
Angélica estaba tan ensimismada que tardó en darse cuenta de que oía una voz en su cabeza, un pensamiento dirigido a ella. Sus ojos llamearon al mirar a su hombre misterioso.
¿Buenas noches? Envió el pensamiento con cautela, ya que nunca había hablado telepáticamente. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso Lord Anthony había conseguido por fin volverla loca?
Soy el jefe del Clan Oriental. Quizá no haya conseguido encontrarnos después de su llegada, pero es necesario que se presente tan pronto como le sea posible. En estos momentos tenemos entre manos un conflicto del que debe usted tener conocimiento, y el Clan del Norte tardará al menos medio día en procurarle una ración de sangre.
Angélica abrió los ojos de par en par.
¿Qué?
No hace falta que se preocupe, si necesita una ración antes, yo mismo le daré de la mía, señorita…
Angélica estaba al borde de la histeria. Repitió una y otra vez la cita de Platón, como si fuera una plegaria: «Ningún asunto humano merece grandes preocupaciones… Ningún asunto humano merece grandes preocupaciones».
Como no le funcionó, cerró los ojos, pero al abrirlos de nuevo se encontró con los del hombre misterioso, que parecían querer tranquilizarla. El hombre no apartó la mirada y al cabo de un momento Angélica sintió un agudo pinchazo en la cabeza.
Ahogó una exclamación de dolor y se llevó la mano enguantada a la frente. El dolor cesó de inmediato, dejando tras de sí una extraña sensación de vacío, como si le hubieran arrebatado una parte de su ser.
† † †
Alexander se esforzó por vencer la desilusión que sintió con el descubrimiento. Cuando por fin se disipó aquella turbadora emoción, su sitio fue ocupado por una extraña punzada de cólera.
—No es una de nosotros —dijo más bien innecesariamente. James ya se había dado cuenta después de oír su conversación.
—La pregunta entonces es qué es, si no es vampiro.
Alexander se encogió de hombros, deseando que aquel ramalazo que le recorría las entrañas desapareciera con el gesto.
—Nunca he conocido a ningún humano telépata. Al menos ninguno que tuviera tanta fuerza. ¿Es posible?
James miró a la mujer, que seguía con la vista fija en ellos, probablemente tratando de comunicarse. Los bloqueos que habían levantado tanto Alexander como él la mantendrían lejos, pero la situación le inquietaba. ¿Qué era ella?
—Es más fácil creer que sea una humana con una habilidad telepática muy desarrollada que aceptar la posibilidad de que exista una raza totalmente diferente.
Antes de que se les ocurriera nada más, un mensajero descorrió las cortinas y entró apresuradamente en el palco; con las prisas estuvo a punto de caerse.
—¡Alteza, un mensaje!
James alargó el brazo y cogió el papel doblado. Alexander se levantó al ver que su amigo se ponía en tensión.
—Serguéi ha sido visto en los alrededores del teatro.
No necesitaba decir más.
Angélica trató de reprimir las lágrimas de frustración cuando los dos hombres que había estado observando con aquella mezcla de confusión y esperanza se levantaron y salieron del palco. Aquel hombre era igual que ella y lo estaba perdiendo otra vez.
—¿En qué está pensando, querida?
Por primera vez en mucho rato, Angélica recordó la presencia de Lord Anthony. Aunque nunca había sido maleducada, descubrió que por primera vez en su vida deseaba decirle directamente a alguien que no deseaba hablar con él.
—Lord Anthony, me resulta doloroso y muy embarazoso, pero me temo que he de ir a empolvarme la nariz.
Anthony la miró sorprendido y volvió a adoptar su acostumbrada expresión de superioridad.
—Por supuesto, princesa, sus deseos son órdenes para mí.
Angélica no dijo nada más y el pomposo lord la acompañó fuera del palco y por el pasillo hasta el tocador de señoras. Angélica miraba a todos los que pasaban con la esperanza de ver a los dos hombres o a su hermano. Si al menos estuviera allí para ayudarla… ¿Dónde diablos estás, Mijaíl?, pensó furiosa.
Al llegar a la puerta del tocador, Angélica se volvió hacia su acompañante.
—Mi querido lord, ¿sería tan amable, si no le molesta, de traerme un refresco?
Complacido con la sonrisa que le había dedicado Angélica, Anthony le hizo una reverencia.
—Por supuesto, princesa, por supuesto.
Angélica empujó la puerta con la mano enguantada y esperó dos latidos cardíacos para volver a salir. Tenía que encontrar a aquellos hombres o a su hermano y marcharse de allí.
Sentarse durante toda la segunda mitad de la obra con lord Anthony era una opción sencillamente impensable.
Había unas cuantas personas paseando por los pasillos que daban a los palcos superiores del teatro. Las señoras iban al tocador acompañadas por hombres, mientras junto a la mesa de las bebidas había caballeros vestidos formalmente que hablaban entre sí.
—Y yo que creía que iba a ser otra velada soberanamente aburrida.
Angélica se volvió al oír la voz.
—Nicholas —dijo, esbozando una sonrisa sincera, aunque ligeramente distraída.
—Me halaga que recuerde mi nombre —dijo Nicholas, sonriendo al ver su expresión sarcástica—. Muy bien, esperaba que lo hiciera. Después de todo, ¿a cuántos hombres ha conocido escondida detrás de una planta?
Por toda respuesta, Angélica se echó a reír, pero siguió observando el corredor.
—Bueno, ahora ya no me siento halagado. ¿Qué es lo que la distrae tanto, querida?
—Lo siento, pero estoy buscando a una persona. —Consiguió calmarse lo bastante para mirar a Nicholas a los ojos. Había estado oyendo sus pensamientos durante todo el tiempo, aunque no les había prestado atención hasta ahora.
¿A quién está buscando? Esos ojos… qué hermosos. Cuéntame tus secretos, princesa. Ven a casa conmigo.
Angélica se ruborizó en el acto, pero ahora no tenía tiempo de analizar qué opinaba de la atracción que él sentía por ella. También le encontraba atractivo, eso seguro… pero no podía pararse a pensar en todo eso en aquellos instantes. Lo más probable era que aquellos hombres ya hubieran salido del teatro, pero quizá pudiera encontrarlos fuera. ¡Tenía que irse!
—Nicholas, lo siento muchísimo, pero tengo que irme. Mi hermano debe de estar buscándome y…
—¿Angélica?
Angélica observó con alivio el desaliñado aspecto de su hermano. ¿Había estado corriendo?
—Mijaíl, ¿dónde has estado? —dijo, tendiendo una mano hacia él y tratando de sonreír.
Mijaíl le cogió la mano de inmediato y se la apretó.
—Buscándote —dijo mirando a Nicholas. Angélica siguió su mirada y se apresuró a hacer las presentaciones.
—Mijaíl, este es Nich…, Lord Adler. Lord Adler, mi hermano, el príncipe Mijaíl Belanov.
Los hombres se estrecharon la mano sin dejar de inspeccionarse.
—Es un placer, príncipe Mijaíl.
—El placer es mío —dijo Mijaíl, inclinando la cabeza y tratando de no hacer muecas cuando Angélica le dio un suave codazo en el costado. Temía que Mijaíl quisiera interrogar en profundidad a Nicholas y no tenía paciencia para algo así.
—Pero me temo que tenemos que disolver la reunión. He recibido un mensaje de mi tía y Angélica y yo tenemos que irnos inmediatamente. —La última parte fue para que la oyese Angélica, que tuvo ganas de aplaudir al ver su rápida reacción.
—¡Muy bien, hemos de irnos! —dijo Angélica, dirigiendo a Nicholas una sonrisa de disculpa—. Espero que pueda disculparnos.
—Por supuesto, princesa Belanov. Londres no es una ciudad tan grande como parece. Estoy seguro de que nuestros caminos se cruzarán antes de lo que espera.
Aunque era una afirmación bastante extraña, Angélica no quiso prolongar la conversación preguntándole a Nicholas qué había querido decir.
—Muy bien, adiós —dijo, colgándose del brazo de Mijaíl.
—Adiós. —Nicholas hizo una reverencia a su hermano y al poco rato ya estaban camino de las escaleras.
† † †
—¿Dónde estabas? —preguntó Angélica a Mijaíl cuando ya nadie podía oírlos.
—¡Buscándote!
—¿Buscándome? Me dejaste con ese…, ese bufón y…, bueno, ahora ya no importa, ¿podemos irnos a casa?
Por suerte, Mijaíl asintió sin pedir más explicaciones. Salieron del teatro y recorrieron la calle hasta donde les esperaba el coche. Angélica no vio ni rastro de su hombre misterioso ni de su amigo, aunque tampoco lo había esperado. Había pasado mucho tiempo desde que abandonaran el palco del teatro. En aquel momento ya podían estar camino de Escocia.
Mijaíl, despeinado y con el pañuelo del cuello torcido, estaba extrañamente callado mientras la ayudaba a subir al carruaje.
Considerando su propio estado psicológico, Angélica decidió conceder a su hermano el silencio que parecía estar deseando.
—Hopkins, por favor, envíe un mozo al palco doce con este mensaje para Lord Anthony —dijo Mijaíl al cochero mientras Angélica se acomodaba en el asiento.
Una vez hecho esto, Mijaíl indicó al cochero que los llevara a casa. En medio del silencio, Angélica miraba por la ventanilla del carruaje, tratando de despejarse la mente. Tenía que recuperar el control. Perder la calma no era de ninguna ayuda.
—Siento haberte dejado sola. No me encontraba bien —dijo su hermano en voz baja.
Angélica volvió la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
Mijaíl se pasó una mano por el cabello despeinado y cerró los ojos.
—Estaba tomando una copa cuando hubo una conmoción en el bar. Dos hombres estaban peleándose por algo. Estaban enganchados, tratando de golpearse, mientras otros dos forcejeaban para separarlos.
»Entonces me di cuenta de que conocía al tipo que sujetaba a uno de los contrincantes y decidí echarle una mano. Así que en cierta manera me metí en la pelea y entonces… —Mijaíl la miró con expresión extraña y respiró profundamente—. Estaba empujando a uno de aquellos tipos hacia un coche de punto cuando sentí la necesidad de sentarme.
Mijaíl cogió la mano de su hermana y miró su rostro preocupado.
—Estoy bien, Angélica, no fue nada. Nada. Fue una tontería que me metiera en ese ridículo asunto. Siento haberte dejado sola.
Angélica no pudo reprimir las lágrimas más tiempo. Era demasiado. Lord Anthony y su insoportable clasismo, el hombre misterioso que tras sincerarse tanto se había cerrado a cal y canto, y Nicholas, cuyas atenciones debía cultivar porque necesitaba un marido rico. Y encima descubría que todo aquel tiempo que había estado enfadada y nerviosa su hermano se encontraba mal y necesitaba su ayuda.
Apretó la mano de Mijaíl con la intención de proporcionarle consuelo y darle fuerzas.
—Yo soy la que lo siente. Debería haber imaginado que esa era la única razón de que me dejaras sola. Prométeme que no volverás a hacer una tontería semejante, Mijaíl; eres mi única familia. Sin ti, no me quedaría nadie.
Mijaíl la abrazó y le acarició el cabello.
—Cálmate, no llores. Todo irá bien, Ángel. No volveré a ser tan descuidado, te lo prometo. —Tras un elocuente silencio, Mijaíl añadió con cierta brusquedad—: Ahora que lo pienso, si esta enfermedad me mata, ya no tendré que aguantar tu palabrería.
Angélica se rio a pesar suyo y golpeó a su hermano en el hombro.
—Eres horrible.
Mijaíl sonrió, aliviado por haber podido vencer el llanto.
—Sabes que soy mucho más inteligente que tú, Mijaíl Belanov, ¿verdad? Casi todo lo que digo tiene un valor filosófico.
—Tu engreimiento es impresionante. No me gusta pensar qué habrías hecho si hubieras nacido hombre, Angélica, aunque puedo adivinarlo con claridad. —La voz de Mijaíl tenía cierto tono amargo, pero en su mirada había una chispa de regocijo.
Ahora que la crisis había pasado, Angélica recordó la rabia que la había invadido aquella noche.
—¿Qué creías que ibas a conseguir llevando al palco a Lord Anthony? —preguntó con el entrecejo fruncido.
Mijaíl arqueó las cejas con aire inocente.
—¿A qué te refieres, querida hermana? Sólo es un buen amigo mío.
—Ah, ¿sí? —preguntó Angélica con recelo—. Entonces no te importará que te haga unas preguntas sobre él.
—Por supuesto que no —dijo Mijaíl.
—¿Tiene casa en Londres?
—Naturalmente —dijo Mijaíl despacio.
—Supongo que será de buena familia. ¿Algún escándalo pendiente de descubrir?
—Absolutamente ninguno —dijo Mijaíl.
—¿Y tiene una casa en el campo?
—Sí —respondió su hermano con rapidez.
—¿Una cuadra grande?
—Sí.
—¿Ingresos elevados?
—Muy elevados.
—¿Y lo conociste ayer?
—No, anteayer… ¡eh! ¡Descarada! —dijo Mijaíl, echándose a reír.
Angélica hizo un gesto con la mano y concluyó.
—Bien, sí que debe de ser un buen amigo. Dos días enteros, ¡fíjate!
Mijaíl se encogió de hombros.
—No es un delito querer que una hermana se case bien —señaló—. Él es mucho más respetable que la mitad de los cerdos que te babean la mano durante los bailes.
Angélica dejó a un lado la indiferencia fingida. Ella también estaba buscando un marido, pero no se lo podía decir a Mijaíl, ya que había protestado demasiado y en demasiadas ocasiones por todo lo contrario, y un cambio de opinión podía hacerle recelar. Claro que también su hermano podía elegir a sus pretendientes con más cuidado.
—Es el hombre más pomposo que he tenido la desgracia de conocer. No, eso no es cierto, pero definitivamente está entre los diez más pomposos, Mijaíl. ¿Es necesario que me tortures de ese modo?
Mijaíl rio con ojos chispeantes.
—No se le puede llamar tortura, Ángel, pero antes de elegir a otro pretendiente, averiguaré si puede controlarse para no ser pomposo.
—¡Mijaíl Belanov, eres insoportable!
Angélica se volvió para mirar las calles de Londres. Pronto los árboles y las aceras se fueron desvaneciendo hasta que sólo vio un par de ojos inquietantes. Se asustó al darse cuenta de lo mucho que deseaba volver a ver aquellos ojos. Estar en presencia de su hombre misterioso la hacía sentirse… no sabía muy bien cómo, pero tenía que ser bueno (¿o no?), ya que pensaba en ello constantemente.
¿Dónde estás?, se preguntó. ¿Quién eres?