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Angélica estaba de pie, acariciándose el hinchado vientre con una mano y con la otra cogiendo firmemente la mano de Alexander. Las últimas semanas habían sido las más difíciles y horrorosas de su vida. Tras su roce con la muerte había querido volver a Polchester Hal y Alexander la había complacido. Su hermano y Alexander la acompañaron.
Aceptar el hecho de que su tía había matado a su padre y había estado a punto de matarla a ella no había sido fácil. Y aún tardó más en aceptar que podía ser la Elegida y, en honor a la verdad, Angélica se había resistido a la idea hasta que Margaret la había convencido de que era la única forma de explicar que el hijo de Alexander estuviera creciendo en su vientre.
¿Te encuentras bien?
La voz de Alexander la devolvió al presente. Aún no se había acostumbrado a hablar con él por telepatía. Estuviera donde estuviese, podía comunicarse con él; era su auténtico cónyuge.
Su amor por Alexander hacía que todo mereciera la pena, pero era inevitable que tuviera miedo. Miró a su alrededor, a los cientos de rostros desconocidos. Estaban allí para verla, para ser testigos de la profecía. No era agradable ser una profecía, ni tener que estar de pie sobre una plataforma de piedra, rodeada por cientos de vampiros.
No tienes por qué tener miedo.
Angélica asintió con la cabeza. El viento soplaba, haciendo ondear su cabello a su espalda y ciñendo aún más a su vientre la capa negra que vestía.
—¿Angélica? —James se volvió hacia ella tras terminar el largo discurso. Le estaba pidiendo que diera un paso adelante y se pusiera al borde de la piedra para que pudieran verla todos los asistentes al espectáculo. Angélica miró a los otros dos jefes que estaban a su lado.
Isabelle le dirigió una sonrisa animosa mientras Ismail la miraba con algo cercano a la reverencia.
¿Vamos, cariño?
Con gran alivio, se dio cuenta de que Alexander no pensaba soltarle la mano. Con él a su lado, era capaz de cualquier cosa.
Dio un paso al frente, hasta el borde de la piedra, y fue recibida por un silencio sepulcral.
Angélica miró a la multitud y distinguió a Joanna y a Kiril. Su amiga había sido juzgada por ayudar a Serguéi, pero debido al papel que había desempeñado en su detención posterior, su sentencia fue reducida a lo que Alexander denominó «prisión abierta». Tras la ceremonia, sería trasladada a una residencia de Rumania en la que estaría confinada cincuenta años. Joanna había aceptado la sentencia sin quejarse. Ahora su amiga le sonreía, pero Angélica estaba demasiado nerviosa para corresponderla. Era como si todos los presentes estuvieran esperando que dijera o hiciera algo.
¿Qué se supone que tengo que hacer? Envió el pensamiento con frenesí, esperando que Alexander la ayudara.
Lo que tú quieras, amor mío.
¿Qué quieres decir? ¡Alexander, ayúdame, no sé qué decir!
Sus frenéticos pensamientos se estrellaron contra el silencio. Angélica soltó la mano de Alexander. No iba a tener miedo, estaba entre los suyos. Su padre era uno de ellos y su hijo… su hijo iba a ser uno de ellos.
Cerró los ojos para contener las lágrimas, se puso las manos sobre el vientre y apretó con fuerza. Su hijo era uno de ellos.
—¡Elegida! —exclamó una voz entre la multitud. Angélica abrió lentamente los ojos. La multitud se estaba arrodillando; uno por uno, los vampiros se fueron postrando de hinojos, inclinando la cabeza. Angélica temió haber cometido un error y se volvió hacia Alexander. Estaba de rodillas con los demás jefes.
Alexander la miraba con el orgullo reflejado en sus ojos.
Eres su esperanza, amor mío, y nuestro hijo es la salvación de mi raza.
Elegida. La palabra resonó entre los árboles y más allá, en la distancia. ¡Elegida!
Angélica dejó que la palabra le acariciara la piel y levantó el rostro hacia el cielo. La sonrisa brotó lentamente, iluminando sus facciones mientras cerraba los ojos.
¿Eso quiere decir que te quieres casar conmigo?
Alexander reprimió una sonrisa con cierta dificultad.
Estás dentro de mi mente, amor mío, ¿no ves la respuesta a tu pregunta?
Fin