El hombre sin párpados

El hombre sin párpados


En la Capital Federal las personas que deambulan mendigando se cuentan por millares. Mujeres embarazadas, ancianos, jóvenes en sillas de ruedas; no hay límite de edad ni de condición. Ellos arrastran sus bolsas, su desesperación… y sus mitos.

Varias de esas historias llegaron hasta nuestros oídos, pero sólo incluimos unas pocas en la lista de investigaciones. El mito que trataremos a continuación es uno de estos relatos, cuyos inquietantes detalles nos llamaron la atención desde un principio. Luego, cuando confirmamos su perturbadora ubicación —el ferrocarril Bartolomé Mitre, transporte utilizado diariamente por miles de personas—, nos decidimos a conocerlo en profundidad. (Hemos detectado rumores de historias similares en las otras líneas ferroviarias que, como esta, nacen en Retiro. Sin embargo, nuestra investigación se centró en el nombrado ferrocarril Mitre).

La historia cuenta que por los vagones de estos trenes deambula un hombre con una invalidez un tanto especial: sus ojos no tienen párpados. Así, este hombre iría de vagón en vagón, sin poder pestañear, sin poder dejar de mirar, de observarlo todo, con los ojos llenos de lágrimas, mendigando unas monedas para pagarse un carísimo trasplante que le permita recuperar su membrana protectora.

Eso era todo lo que sabíamos cuando comenzamos a recoger los testimonios de algunos pasajeros de la línea Bartolomé Mitre, en la primera etapa de nuestra investigación.

Alma T.: «No creo en el mito. Son cuentos de viejas. Oí decir por ahí que el hombre ese sube siempre en la estación de Coghlan. Mi primo vive en Coghlan y nunca lo vio».

Jerónimo A.: «Hace más de veinte años que viajo en este tren. Cuando empecé a hacerlo, ya se hablaba del tipo ese. Decían que siempre andaba solo. Que siempre se bajaba o se subía en la estación… Saavedra, creo… o en Coghlan… bueno, no me acuerdo. Les soy sincero, yo no lo vi nunca. Ciegos y tuertos, miles, pero un hombre sin párpados jamás. Si hasta decían que era extraterrestre. Miren, se dijeron tantas cosas que terminé por no creer ninguna. Hace tiempo que no escuchaba nada de aquella historia. Para mí el tipo no existió nunca».

Pascual B.: «Pero hace ya mucho tiempo de eso… El tipo se murió. Todos saben que el tipo se murió después de una terrible infección en los ojos».

Otros también coincidieron en el dato de que el hombre del mito estaba muerto ya. Pero la coincidencia se desvanecía a la hora de detallar cómo había sido su deceso. Pascual B. habló de una infección. Veamos qué dijeron otros entrevistados:

Osvaldo V.: «Cuando mi abuelo vivía contaba siempre cómo el hombre sin párpados se suicidó en un vagón, delante de todos los pasajeros. Y mi abuelo estaba entre ellos».

Amalia T.: «Dicen que en sus últimos días estaba casi ciego. Supuestamente se mató cuando se cayó accidentalmente del andén de la estación Coghlan y el tren le pasó por arriba. Y después inventaron las pavadas esas de que los ojos del tipo estaban tan secos, que cuando lo golpeó el tren se le saltaron de las órbitas y se mezclaron con las piedras que están entre los raíles. Y que cuando los bomberos retiraron el cuerpo se olvidaron de los ojos. Todavía hay quienes buscan los ojos del tipo al lado de la vía, entre las piedras. Porque dicen que el tipo era extraterrestre, y entonces los ojos tienen poderes, y qué sé yo. A la gente le encantan esas idioteces».

Carlos T. (vendedor ambulante): «Hace unos meses espichó el viejito que vendía naipes. Ese sabía la posta. Siempre decía que el deforme ese se había tirado abajo del tren, y que al entierro no fue nadie, salvo él, el viejito. Y que en el cementerio había muchos tipos de traje y lentes negros».

Como estas personas, hubo otras pocas que conocían el mito, y repitieron los mismos datos de los testimonios expuestos, o no aportaron nada nuevo sobre él.

Y decimos «otras pocas personas» porque no fue fácil encontrar gente que supiera de qué estábamos hablando: el 84% de los entrevistados nunca habían oído hablar del hombre sin párpados. Algunos hasta pensaron que nuestro sondeo no era más que una cámara sorpresa.

Esta dificultad a la hora de encontrar conocedores de la historia nos llevó a suponer que el mito se hallaba «en retirada» o, dicho de otra manera, en proceso de desaparición.

Debemos aclarar que aún hoy se encuentra en discusión la denominada «desaparición total» de un mito o de una leyenda. Algunos estudios, que incluyen enormes programas de sondeos en decenas de países, parecen tener pruebas de que las historias míticas nunca desaparecen de manera absoluta. «Siempre —dicen quienes defienden esta postura— habrá un grupo de personas, por pequeño que sea, que guarde el mito en su memoria. Y entonces, tarde o temprano, la leyenda renacerá. En su estado puro o en uno mutante. Pero siempre volverá».

Quizá sea el caso de nuestro mito. Quizá la historia del hombre sin párpados se halle agazapada, esperando mentes jóvenes para saltar a ellas y así resucitar, volver a su antiguo esplendor, si es que alguna vez lo tuvo. O quizá ya nadie la recuerde dentro de unos años, y muera. Aunque esperamos que este libro contribuya a que esto último no ocurra.

Pero volvamos a nuestra investigación. El sondeo en la línea Bartolomé Mitre no sólo nos había provocado la idea de un mito «en retirada», sino que también nos había dejado un tanto confundidos. Nos aferramos entonces a uno de los pocos datos que compartía un gran número de testimonios: Coghlan. Decidimos que la segunda etapa de nuestra investigación se desarrollaría en aquel barrio.

Muy a nuestro pesar, en Coghlan, más que en Retiro, nos fue difícil hallar a personas que conocieran el mito. Las pocas que conocían la historia sólo habían escuchado algo relacionado con un accidente, un tren que mató a un inválido.

Ernesto P. (empleado de un maxikiosco sobre la calle Quesada): «Aquello pasó hace más de treinta años. Salió en todos los diarios. El pobre tipo era sordo o ciego».

Teresa S. (dueña del puesto de diarios sobre la calle Congreso): «Tengo entendido que la locomotora que encabezaba el tren que lo mató, se encuentra abandonada en los talleres de Retiro. Y los que la vieron dicen que aún tiene, aunque casi imperceptibles, unas extrañas manchas anaranjadas: lo que queda de antiguos manchones de sangre».

El escaso personal de la estación de Coghlan nos negó directamente la veracidad de la historia.

«En todas las estaciones muere gente —nos dijo el empleado que vendía boletos en la ventanilla—. ¿Saben la cantidad de accidentes que ocurren? ¿Y los suicidios? Si cada estación tuviera un fantasma por cada persona muerta en sus vías, no habría lugar en los andenes para contenerlas. Las estaciones ferroviarias son tumbas. Tumbas gigantes. Un tipo muerto es una gota de agua en un océano».

En la búsqueda del posible origen de la leyenda del hombre sin párpados, nos encontramos con un mito sospechosamente parecido: «los hombres sin pupila» del subterráneo moscovita. Esta leyenda urbana rusa asegura que cualquiera que utilice el subte de ese país podrá descubrir, si observa bien, a ciertos hombres mezclados con los pasajeros normales, hombres… cuyos ojos son absolutamente negros: no tienen «parte blanca», ni pupila. Algunos dicen que pertenecen a una raza de humanoides que vienen de una secreta sociedad subterránea. Otros afirman, como en nuestro mito, que son extraterrestres, cuya labor, en este caso, sería ser escoltas secretos del gobierno.

¿No sería posible que la leyenda de «los hombres sin pupila», llegara a nuestras tierras para transformarse en «el hombre sin párpados»? Quizás, hace algún tiempo, un inmigrante ruso viajó en los trenes porteños, y creyó ver en uno de los vagones a una persona extraña que le hizo recordar la leyenda urbana de su país. Luego, simplemente echó a rodar el cuento, hasta que la historia transmitida oralmente, mutó una y otra vez, incluyendo algunos elementos y eliminando otros. Tal vez, uno de los elementos agregados más tardíamente haya sido el que se refiere a la muerte del protagonista del mito. Este dato pudo provenir de algún accidente real, acoplado al mito en una época reciente.

Aún hay algo más. Algo que quizá sea un reflejo de aquello que defienden los que dicen que un mito nunca desaparece, que «siempre habrá un grupo de personas, por pequeño que sea, que guarde el mito en su memoria».

Sabemos que no puede considerarse una pista porque se trata sólo de una impresión. Tal vez nuestros deseos de conseguir algo sólido sobre el mito nos llevó a especular más de la cuenta. Pero vale la pena consignarlo.

A pesar de las negativas que recibimos del personal de la estación de Coghlan, hubo algo que nos llamó la atención. En uno de los andenes, más precisamente en el que arriban los trenes que se dirigen a Retiro, había ocho personas esperando. Seis de ellas estaban paradas muy cerca del borde del andén, con el rostro hacia abajo… como si estuvieran buscando algo con la mirada, algo entre las vías del tren, entre las piedras.

Y entonces, mientras abandonábamos la estación, no pudimos evitar recordar las palabras de Amalia T.: «Todavía hay quienes buscan los ojos del tipo al lado de la vía, entre las piedras. Porque dicen que el tipo era extraterrestre, y entonces los ojos tienen poderes».