El mito del Zorzal

El mito del Zorzal


Qué sería de Buenos Aires sin Gardel, y viceversa. Una relación simbiótica tan fuerte como real.

El Zorzal es el mito entre los mitos, el megamito por definición. ¿Cómo abordar semejante desafío y salir airoso? Carlos Gardel tiene entidad propia y no sólo a nivel nacional sino también mundial, como lo demuestra el hecho de que su voz haya sido declarada patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco en 2003.

Repasemos. Tenemos un cantante carismático y de excelente voz. Le agregamos sus dotes de compositor y una probada intuición para elegir el repertorio adecuado. Por si esto fuera poco, surge en el momento de mayor popularidad del tango. Y como toda figura mítica que se precie de tal, cuando está en la cúspide de su carrera y es amado por todo el mundo, muere trágicamente en un accidente aéreo. Además, para completar un perfil de por sí atractivo, dos países (Argentina y Uruguay) se disputan su nacionalidad.

Hagamos un poco de historia. Gardel llega proveniente de Francia con su madre —soltera— durante la ola inmigratoria de 1893. Recordemos que Charles Romuald Gardes había nacido en aquel país el 11 de diciembre de 1890 en la ciudad de Toulouse.

Se instala en la ciudad rioplatense, toma sus costumbres y se amolda a su nuevo hogar rápidamente. Bebe a Buenos Aires y lo mismo hace la ciudad con él. Se nutren mutuamente. Y desde ese barrio de humildes trabajadores empieza a tejerse la leyenda.

Muy pronto, al «morocho del Abasto» le queda chico el barrio y canta en cuanto bar y café puede. Gardel patea toda la urbe. Desde el bajo Belgrano, pasando por el hipódromo (del cual era asiduo concurrente), y terminando en el barrio de la Boca. Buenos Aires y el Zorzal crecen juntos.

Después llegan las giras, las grabaciones (grabó unas mil canciones en toda su carrera), la fama y la consagración nacional e internacional.

Hasta aquella trágica tarde del 24 de junio de 1935.

Gardel era un suceso en todas partes: en Nueva York, donde acababa de filmar varias películas para la Paramount, entre ellas Cuesta abajo y El día que me quieras, y en Centroamérica y América del Sur, con su exitosísima gira que abarcaba un ambicioso y extenso recorrido que culminaría en Cuba.

La comitiva se encontraba en Colombia (donde Carlitos era reverenciado por sus seguidores) dispuesta a enfrentar la última parte de la agotadora gira. Ese 24 de junio por la mañana, se embarcan en un avión trimotor Ford 31 que parte al mediodía de Bogotá. Llegan al aeródromo «Olaya Herrera» de la ciudad de Medellín para cargar combustible. En las cercanías del lugar unas 20.000 personas se dan cita para despedir al cantor.

El avión comienza su ascenso por la pista. El ruido de la multitud se mezcla con el de la máquina a toda potencia. Algo pasa. Al principio, todos interpretan que el avión realiza esa extraña maniobra de escape como una forma de saludo, algo que ya habían hecho antes otros aviadores volando en círculo. Pero esta vez pasa demasiado cerca del piso, ¡demasiado! Todo el mundo ve asombrado cómo el F-31 encara directamente a otro avión que espera pista. La colisión es inminente. Es un juego, piensan algunos. Sin embargo, cuando el choque y el inmediato incendio se producen ya nadie duda de la tragedia.

A las 14.56 del 24 de junio muere el hombre y comienza el mito.

Como en casi todas las tragedias, increíblemente algunos logran sobrevivir. Del avión en el que viajaba el Zorzal salen con vida y como llamas ardientes: José Plaja, ayudante y profesor de inglés de Gardel; Alfonso Azaff, presentador y publicista del cantor; Ángel Riverol, guitarrista; José María Aguilar, guitarrista, y Grant Yetman Flynn, tripulante.

Azaff y Riverol fallecen al poco tiempo debido a las quemaduras recibidas.

Si bien las emociones del momento nublan la razón, algunas declaraciones como las de José María Aguilar, son contundentes:

… si afirmo que Carlitos Gardel se habría salvado en caso de seguir mi consejo es porque él debió viajar al lado mío. Pero a Gardel le gustaba mirar el paisaje desde el avión…

Así como el relato del accidente:

… al chocar nadie se movió. Después, un ala del avión trimotor con el que habíamos chocado se introdujo en el F-31…

… las puertas que aislaban de la cabina no habían sido cerradas, una lluvia de nafta nos bañó por completo. En un segundo todos ardíamos…

… la ventanilla estaba como a dos metros y medio del suelo. Me arrojé envuelto en llamas…

… conseguí sacar a Riverol y apagué sus ropas. Vi que aparecía Azaff segundos más tarde apareció Plaja.

Pasó un minuto. Pensaba en todos pero me dominaba la imagen de Carlitos.

No hubo otros síntomas de vida en el trimotor…

El guitarrista estaba convencido de que en ese avión iba Gardel.

En este punto, el mito presenta dos alternativas igualmente atractivas. En la primera, aseguran que el Zorzal no murió en el accidente pero sí que sufrió terribles quemaduras. Analicemos las posibilidades:

En la urgencia del momento, los heridos son transportados en forma caótica a un hospital cercano. Recurramos nuevamente al testimonio de Aguilar:

en un automóvil nos condujeron a un sanatorio. Hubo que realizar grandes esfuerzos para abrirnos paso… [en medio de la masa de admiradores, que no salían de sus estupor].

… en los primeros momentos fuimos atendidos deficientemente. Después fui subido a una camilla de operaciones. Me vendaron y me dejaron en el suelo mientras atendían a otros. Oí decir: «¿Quién es este?». «Aguilar», respondió alguien que había podido leer mi cédula de los restos de mi ropa quemada…

… inútil describir mi estado de ánimo. Horas más tarde se inició mi delirio. Éste se prolongó durante 25 o 26 días. Me contaron que llamaba insistentemente a Gardel y pedía mi smoking para trabajar…

Volviendo al momento del accidente, si bien entre los restos del avión se cree reconocer a Gardel por su vestimenta y hasta su dentadura, cabe la posibilidad de que lo hayan confundido con otro de los fallecidos, tal vez con José Corpas Moreno, asistente del Zorzal en esa gira. Imaginemos a nuestro ídolo en otro hospital y no en el mismo al que fueron a parar sus compañeros. Sin poder identificarse, totalmente vendado. Imaginemos también que, algo recuperado, logra fugarse y retornar a Buenos Aires para pasar sus últimos años como un alma en pena, confundido en la noche porteña como otro fantasma de la ópera.

El rumor de Gardel vivo pero horriblemente desfigurado corrió muy fuerte, sobre todo en la década de los cuarenta. En un programa de televisión, la nieta del guitarrista Barbieri, Carmen, a su vez hija del popular cómico Alfredo Barbieri, confirmó ese rumor pero incluyendo a su abuelo.

Hay muchos datos que conspiran en contra de esta versión. Cuando encontraron el cuerpo del cantor, junto a uno de los motores, hallaron varios objetos personales que acreditaban la identidad del portador, es especial una cadenita de oro con su nombre y su domicilio. Sin embargo, esto nos lleva directamente a la segunda variante del mito.

La otra teoría es poco conocida pero no por eso deja de ser fascinante: el hombre que murió en el accidente no fue Gardel sino… su doble.

Pero ¿por qué Gardel necesitaría de un doble? La causa sería la enfermedad de Gardel: cáncer de pulmón. Es necesario tener presentes dos hechos importantes en la vida del Morocho. Uno es muy puntual. En el año 1915, en una gresca callejera, Carlitos recibió un balazo a quemarropa en el pulmón. Se salvó, pero la bala nunca pudo ser extirpada. El otro, su afición compulsiva al cigarrillo. La combinación de ambos habría contribuido a desencadenar la enfermedad.

Lo del doble lo habrían ideado el mismo Gardel y su manager y compositor Alfredo Le Pera. La idea se habría materializado antes de iniciar la gira por Latinoamérica con el objetivo de aliviar la exposición pública del astro argentino, para que se trasladara lo menos posible y sólo se dedicara a cantar. Además, a Gardel volar le producía pánico. Entonces, mientras su doble se demoraba en agasajos varios y otros eventos sociales, Gardel viajaría tranquilo y de incógnito en otros medios de transporte. El elegido fue un uruguayo de apellido Tabárez que se dedicaba a imitar a Gardel para ganarse la vida. El cantor lo habría conocido en uno de sus viajes por Montevideo. Se dice que Tabárez abordó un barco, con todos los gastos pagos, y a toda carrera viajó a Nueva York para unirse con el original.

Antes de seguir, hay que aclarar que, si bien hay muchísimas fotos que atestiguan la presencia auténtica de Gardel en los diferentes lugares, inclusive en el mismo aeroparque de Medellín, éstas no son prueba de que el Zorzal abordara el avión de la tragedia. Por otra parte, hay testimonios que acreditan —con la subjetividad del momento— la apariencia del Morocho en esa gira, como el de una tal Martha Cary, bailarina y periodista húngara: «Parecía más joven y apuesto que nunca». De hecho, Tabárez era más joven y hasta más alto que el propio Gardel, que apenas superaba el metro setenta.

Después que se produce la tragedia, y con las obvias consecuencias psicológicas, Gardel habría viajado a Nueva York. Esto coincide con versiones que aseguran que «después de muerto» lo vieron en varios lugares de la Gran Manzana. Dicen que, posiblemente, se sometió a una intervención quirúrgica en la que le extirparon un pulmón, lo cual lo habría dejado totalmente disminuido. De incógnito, habría vuelto a Buenos Aires y vivido unos pocos años más.

Pero volvamos al principio de la teoría y a la evidencia de la cadenita identificatoria. Y aquí debemos exponer una hipótesis macabra aunque no descabellada.

Gardel, como buen porteño, era afecto a las bromas, y algunas bastante pesadas. ¿Puede ser que ese espíritu risueño, ese carácter casi infantil que lo acompañara toda su vida, lo salvara de la tragedia a la vez que lo condenara?

Como testimonio de una de sus bromas nos remitimos sólo a una, citada en las memorias del músico Francisco Canaro. En la gira que realizó Gardel por España, en Madrid, un lustrabotas le preguntó cómo hacía para mantener sus dientes tan prodigiosamente blancos y su cabellera tan perfectamente pulcra, el Morocho le recomendó entonces cepillarse los dientes con jabón y usar jalea de membrillo en el pelo. Al poco tiempo, volvió a encontrarse con el mismo lustrabotas y éste se quejó diciéndole que había probado con el jabón y le había producido vómitos, y con la jalea el pelo le quedaba fijo pero las moscas no lo dejaban en paz. El Zorzal imperturbable con su mejor sonrisa le contestó: «La falta de práctica, pibe».

La leyenda se completa diciendo que lo de la enfermedad era otra de sus bromas y que lo del doble lo había hecho para ver si sus compañeros de viaje se daban cuenta del engaño. Esto explicaría que Tabárez reprodujera hasta los mínimos detalles del cantor, como la famosa cadenita de oro con sus datos.

Esta variante del mito no ofrece más datos sobre lo que pudo haber pasado con Gardel.

Circulan unos versos de tango (la música no pudimos hallarla) que ilustrarían este mito:

Juguete oxidado

Malabar de un destino fiero

Vos jugaste Carlitos y la quetejedi te marcó

Doble uruguayito de canelón no Tacuarembó

Esa Parca que el Morocho engrupió a vos te fajó.

La letra le es atribuida nada menos que a Enrique Santos Discépolo, uno de los mejores letristas del género junto con Enrique Cadícamo, y autor de tangos memorables como «Cambalache». Discépolo no sólo había conocido a Gardel; éste grabó temas de su autoría.

Este tango, que habría interpretado Tita Merello, dataría de finales de los años treinta y hace referencias muy explícitas al mito del doble del Morocho. Juega con la nacionalidad del malogrado doble, haciendo una broma al intercambiar la palabra canelón por Canelones, una localidad de Uruguay, y mencionando a Tacuarembó, supuesto lugar del mismo país, donde se atribuye el nacimiento del cantor para los orientales.

En cambio, en las memorias de su amigo y administra don Armando Defino no aparecen referencias a la teoría del doble. Inclusive, dedica numerosas páginas a la odisea de recuperar el cuerpo de su amigo y traerlo a Buenos Aires por expreso pedido de Berta, la madre del Zorzal. También es poco lo que puede sugerir el comportamiento de su madre, cuya rutina consistía en escuchar todas las veces que pudiera la música de su hijo, ver sus películas y visitar el Panteón de los Artistas, lugar donde fue ubicado el cuerpo —auténtico o no— de Gardel. Citamos nuevamente el testimonio del fiel Defino, quien, después de colocar una foto del ídolo cerca de la cama de doña Berta, escuchó varias veces que ésta murmuraba:

Pobre mi Carlitos. ¡Dios mío! ¿Cuándo me llevarás a su lado?

La madre sobrevivió unos ocho años a su hijo querido.

Si el mito del doble fuera cierto y realmente Gardel se hubiera salvado de la tragedia, no indica necesariamente que haya vuelto a Buenos Aires. Pero teniendo en cuenta el inmenso amor que profesaba a su progenitora, es difícil pensar que no deseara volver a verla. Por otra parte, cuesta creer que la anciana llevara a cabo semejante engaño.

Este misterio, por ahora, no tiene indicios de ser resuelto.

Entretanto, una película argentina de ficción, que apropiadamente lleva el título de Sus ojos se cerraron, cuenta la historia de un tal Renzo Franchi, un cantante que tiene un parecido asombroso con el Zorzal y aprovecha esa situación para imitarlo y con eso ganarse la vida. Los destinos de Renzo «Gardelito» Franchi y el verdadero Gardel se cruzan con insospechados resultados…

Pero como el tiempo no se detiene, tampoco las leyendas. Gardel es una fuente inagotable de nuevos mitos:

Fijemos la atención en un lugar específico: la propiedad de la calle Jean Jaurès 735, que Gardel compró en 1926. Cuando la madre del cantor murió, Armando Defino y su mujer, que se habían mudado con la anciana para hacerle compañía, permanecieron en la propiedad hasta 1946. Luego fue alquilada y finalmente vendida al inquilino en 1949. En 1971, esta histórica casa se convirtió en un local nocturno donde se bailaba tango. Se levantó el piso original y muchos otros detalles fueron modificados. Increíblemente, a partir de la década de los ochenta, la propiedad quedó abandonada. La casa que había albergado al «rey del tango» estaba prácticamente en ruinas. Finalmente, hace pocos años, el empresario Eduardo Eurnekian compró el lugar y luego lo donó a la Ciudad. El gobierno la reacondicionó y la reinauguró el 24 de junio de 2003. Al parecer, la tarea no fue fácil, pero no por problemas edilicios, sino por algunas «interferencias».

Cuando arribamos al que fue el hogar del Zorzal y de doña Berta, nos encontramos con una fachada posmoderna que no respeta en absoluto el estilo original. Se asemeja más a un restaurante reciclado que a una casa-museo. Adentro, el panorama no mejora demasiado. Por un pasillo corto accedemos a una sala muy despojada donde unos pocos objetos —que representan la época pero no pertenecen a Gardel— pretenden dar una supuesta ambientación. Custodia esta sala una inmensa foto del Zorzal sonriente y se mantiene el decorado original. Detrás de aquélla, hay un escritorio y luego un ambiente más bien alargado, que es el verdadero corazón espiritual de la casa. Allí podemos encontrar discos, cartas, fotos, cheques y demás recuerdos. La estancia cierra con unos cuartos más pequeños que rodean un patio. Hay unas escaleras que llevan a un primer piso donde ahora funcionan los baños, una administración y un bar.

En el momento de nuestra investigación, nos encontramos con una guía que daba una visita —a nuestro entender bastante descolorida— a un grupo amplio de visitantes. Entrevistamos a una mujer que era algo así como una administrativa del lugar, encargada entre otras cosas de cobrar entrada.

Su relato nos parece sumamente interesante. Hemos hecho una síntesis con los aspectos más importantes.

Según explicó, el proyecto de reformas estaba previsto para un año antes. Y la demora no se debió sólo a la severa crisis económica y presupuestaria —ya los fondos estaban asignados— sino a otras causas imprevistas.

—Se escuchaban voces —enfatizó la administrativa—. Risas también. Los llantos eran lo peor, los obreros no querían trabajar. Después se acostumbraron al ver que no había peligro. Hasta disfrutaban de las canciones. Escuchaban ensayar a Gardel. Siempre era a la nochecita.

Obviamente, le preguntamos si «los eventos» seguían sucediendo. La mujer se rio.

—A veces, escuchamos pasos en los escalones —dijo señalando las escaleras que llevan al primer piso—. Bueno, en la inauguración pasaron cosas… la puerta de entrada se cerró y se abrió, y eso que no había viento, y había un olor muy fuerte todo el tiempo a cigarrillo, ese vaho iba y venía.

Vamos por partes.

Desde hace un tiempo se estudia algo que se conoce como «memoria de los materiales». Básicamente, la teoría explica que un cierto tipo de energía queda atrapada o almacenada en los materiales que utilizamos. Curiosamente, uno de esos materiales sería el silicio, el elemento base de los chips de computadora. Por citar un ejemplo, en los Estados Unidos hubo un «caso» que fue exhaustivamente analizado. En una casa más que centenaria se escuchaban gritos, gemidos y otras expresiones de angustia o dolor. Después de grabar por varios meses estas manifestaciones, se pudieron distinguir nombres concretos, inclusive apellidos. Sin amilanarse, los científicos investigaron que efectivamente estos nombres correspondían a personas que vivieron y, no sólo eso, habían muerto en el derrumbe de una mina ubicada a pocos metros de la casa en cuestión. En apariencia, y de acuerdo con ciertas condiciones atmosféricas y energéticas, esta «información» era liberada por la casa. Por supuesto, hay muchas cosas que bordean lo inexplicable, pero acercamos esta posibilidad como una variante racional.

En el caso de la casa de Gardel, no es muy difícil pensar en llantos, teniendo en cuenta los años de duelo de doña Berta. Con respecto a la voz del Zorzal, tiene su lógica. En esa casa ensayó muchas veces con sus guitarristas, sus «escobas», como los llamaba Gardel. Pero convengamos en que nada nos garantiza que los dichos de nuestra simpática administrativa —quien nunca quiso revelar su nombre— no tengan la intención de fomentar el mito del «fantasma de Gardel». Sin embargo, la cuestión no termina acá. Este sub-mito o leyenda actual alcanza al mismísimo Mercado del Abasto, lugar muy querido por el ídolo y en donde actualmente funciona un shopping.

Acerca de esta cuestión, hicimos un relevamiento y encontramos testimonios que llaman la atención.

En el shopping existe una sala de control desde donde se programa la musicalización. Dos empleados —que pidieron no ser identificados— aseguraron que se han producido extraños acontecimientos, en especial los 24 de junio. Sin razón, la música deja de sonar y se escucha una voz, inconfundiblemente la del Morocho, en medio de una fuerte «fritura». La voz parece venir de muy lejos. Por otro lado, si bien esa área es de acceso restringido, las cámaras de seguridad registraron en más de una ocasión una silueta de un hombre vestido de traje y sombrero recorriendo las instalaciones. Estos eventos se producirían siempre de madrugada y cuando el shopping permanece cerrado al público.

Juan B., empleado de seguridad, afirma ese rumor:

—Yo lo vi, no tengo dudas, y no fui yo solo, lo que pasa es que nadie habla porque no quieren hacer un papelón.

Le pedimos precisión.

—Es como una persona común y corriente, con la diferencia de que el Mudo no estaba apoyado sobre el piso, flotaba unos centímetros. Como es lógico, al ver un desconocido le pedí que se identificara. No contestó, entonces inmediatamente llamé por el handy a otro compañero que estaba cerca, en otro sector. Yo empecé a sentir un cagazo bárbaro, porque me di cuenta de que esto era muy raro. Encima, a mí que me gusta el tango… no tardé mucho en reconocer a Carlitos. La sonrisa, la sonrisa era… cómo explicarlo. En eso llegó mi compañero y se quedó más duro que yo. Ahí Carlitos giró hacia su derecha, saliendo a través del vidrio que da a la entrada de Anchorena y no lo vimos más.

Después, dialogamos con Daniel A., librero de una prestigiosa librería ubicada en el shopping. Fue más tajante pero no dejó de reconocer cierto halo de extrañamiento.

—Me tienen repodrido con Gardel. Ya tenemos bastante con algunos turistas insufribles para que también fomenten un culto a lo sobrenatural. Es como tener un Gardel multidimensional. Lo único que puedo aportar a esta cuestión es que concretamente, en los dos años que llevo acá, encontré más de una vez a primera hora de la mañana, en la sección de música, libros tirados en el piso, pero no cualquiera, sino todos los que tengan que ver con Gardel. Admito que es una casualidad inquietante, pero eso no prueba absolutamente nada. Con esto no le echo la culpa a nadie, pero antes que yo viene la gente de limpieza…

Carlitos Gardel da para todo. Hasta hay un libro para niños que se llama El Fantasma de Gardel ataca el Abasto, de Eduardo González. Y aunque nada de lo que contamos tenga una validez definitiva, el mito del cantante genial, de ese pedazo de Buenos Aires va a vivir por siempre en nuestros corazones. En cada rincón, en cada bar, en una charla con amigos, la melancolía del tango va a asomarse y la de su máximo exponente:

Canción maleva, lamento de amargura,

sonrisa de esperanza, sollozo de pasión;

ese es el tango, canción de Buenos Aires.