El cuadro parlante

El cuadro parlante


La siguiente es la versión que más ha trascendido de una llamativa fábula barrial:

Cierto día se cerró una exposición de arte, más específicamente de obras inéditas de jóvenes pintores, en el Centro Cultural Recoleta (otras fuentes aseguran que fue en el Museo de Bellas Artes), y los artistas, como se había convenido, retiraron sus obras personalmente. Así, todos los cuadros fueron reclamados… menos uno. El Centro lo mantuvo expuesto durante un determinado tiempo (algunos dicen que aún puede distinguirse una débil marca en la pared donde permaneció colgado), pero, al no tener noticias del autor de la obra, fue finalmente envuelto en papel y abandonado en algún sótano. Así permaneció (se suele hablar de un período de varios años) hasta que alguien descubrió la olvidada pintura. En qué circunstancias fue encontrada conforma un relato aparte, pero vale la pena citar un resumen del relato, ya que hace mención, por primera vez, de las «especiales» facultades del lienzo en cuestión.

Se dice que uno de los empleados encargados de la limpieza del Centro Cultural escuchó lo que parecía ser la voz de una niña, proveniente de uno de los sótanos. Temiendo que la hija de algún visitante se hubiera perdido por aquellos subsuelos, el empleado descendió, linterna en mano, y trató de localizar a la criatura. Al escuchar nuevamente aquella vocecita, decidió que estaba metida en uno de los sótanos de archivo. Hacia allí fue… pero en aquel lugar tampoco había nadie.

Sin embargo, el empleado escuchó otra vez a la niña, y un escalofrío le subió por la espalda. La voz salía de una caja. El hombre la inspeccionó. No había nadie vivo en su interior. Sólo un paquete, algo rectangular envuelto en papel. El hombre lo abrió. Era un cuadro. Una pintura. Decidió que era muy bonita para continuar en aquella caja. Y entonces subió con su hallazgo bajo el brazo. Cuando volvió a bajar para continuar con la búsqueda de la niña, todo fue en vano. La niña perdida no se manifestó nunca más.

Aunque no existe en la fábula pasaje alguno en el que se afirme que la voz provenía de la obra de arte, podemos tomar este cuento como la primera sugerencia de que estamos ante un cuadro con la facultad de emitir sonidos similares a la voz humana.

Bien, sea esta la manera en que el cuadro fue rescatado de su oscuro nicho o no, la versión del mito que estábamos siguiendo asegura que las autoridades del Centro Cultural decidieron exponerlo en algún lugar público, donde la gente que transitara pudiera apreciarlo. De este modo, la obra redescubierta terminó colgada en uno de los corredores del vecino shopping Buenos Aires Design. (Ambos complejos, el shopping y el Centro Cultural, se ubican en el mismo espacio verde, la plaza Intendente Alvear). Y allí, la pintura comenzó a echar fama, a alimentar el mito del cuadro que habla. Hasta que un día desapareció misteriosamente (la teoría de que fue robado es la más aceptada), y ya nadie volvió a verlo. Y el mito creció aún más.

Sin embargo, a pesar de esta creciente aceptación, la gente no parece ponerse de acuerdo a la hora de especificar qué «decía» la pintura a las personas que pasaban cerca de ella:

Nicolás P.: «Yo trabajaba en Wendy’s, acá en el shopping, hace como unos seis años. Era común escuchar decir a la gente que el cuadro le hablaba. La mayoría decía, si mal no recuerdo, que uno de los personajes de la pintura simplemente los había saludado».

Rubén W.: «El cuadro sólo decía fechas, así me contaron. Si pasabas por al lado y el tipo del dibujo te decía una fecha, entonces en esa fecha te iba a pasar algo importante. O te casabas, o te ganabas la lotería, o te morías».

Raúl F.: «Ese cuadro era un hijo de mil putas. A los tipos los puteaba o los escupía, a las minas les decía piropos o les chiflaba. Al Bichi, un amigo mío, le dejó un lindo gargajo chorreando en el cachete. Después los de seguridad lo tuvieron que sacar al Bichi cuando quiso hacer mierda el cuadro a trompadas. A mí esa pinturita me dijo “boludo” bien clarito. Rápido, pero clarito. De eso estoy seguro».

En cambio, encontramos cierta coincidencia en los testimonios con respecto al dibujo que aparecía en el lienzo:

Mónica S.: «Era el cuadro de un hombre y un árbol. Había algo de siniestro en el dibujo, pero no recuerdo qué era».

Carlos. C.: «La voz parecía salir del tipo dibujado. El tipo, completamente desnudo, descansaba apoyado en el tronco de un árbol».

Florencia E.: «Había un hombre durmiendo, pero era la pintura medio abstracta, parecía un Dalí. Si era un Dalí, era una copia, seguro. No van a poner un Dalí en un shopping».

Florencia no fue la única que sugirió el nombre de un autor (aunque su opinión no se correspondería con la versión de que el cuadro proviene de una exposición de obras inéditas de jóvenes pintores); tenemos también el testimonio de alguien que no sólo nombró un posible creador, sino que describió el dibujo con bastante detalle:

Martín V.: «El dibujo mostraba a un joven seduciendo a una muchacha. Los dos estaban sentados en el césped. Y detrás de ellos había ovejas. No me acuerdo muy bien el nombre del pintor, pero creo que era algo así como Waldis o Caldis».

Ahora bien, lo que prometía ser un testimonio jugoso, por la cantidad de datos y por cierta certeza del interlocutor, acabó, a nuestro parecer, en una simple confusión. Luego de investigar los elementos mencionados por Martín, hallamos una novela con el enigmático título de «Informe sobre Probabilidad A» (Report on Probability A), cuya trama gira en torno a una pintura que encaja perfectamente con la descripción dada por el entrevistado. Y no sólo eso: el autor de la novela es Brian W. Aldiss, a quien la confusión lo podría transformar, sin mucha demora, en el señor Waldis o Caldis.

Este testimonio en nada colaboró a la investigación del mito del cuadro que habla, pero sí nos permitió «palpar» la entropía inherente a los individuos, esas confusiones que pueden iniciar una cadena de más confusiones, para terminar creando otra versión del mito original; o llegar, inclusive, a construir una leyenda totalmente nueva: Caldis podría convertirse en el nombre que toma el mismo Satán para firmar una serie de cuadros diabólicos que no son otra cosa que entradas al Infierno.

Pero volvamos a la Recoleta. Existe una especie de cordón umbilical que une el Buenos Aires Design con el Centro Cultural: una improvisada feria esotérica (activa en su totalidad los fines de semana), en donde uno puede toparse con los astrólogos y videntes más dispares: algunos totalmente producidos, con sotanas multicolores, anillos gigantescos y turbantes con brillantina; y otros sin adorno alguno, adivinos de jean y camisa, con un mazo de cartas en la mano.

Por su especial ubicación, nos introdujimos en esta fauna de gurúes urbanos, y obtuvimos, entre otros, los siguientes testimonios:

Zorobabel (vidente-experto en energías corporales): «Los dedos de la mano me sobran para señalar los temas de los que decido no hablar. Y el cuadro aquel es uno de ellos. Sólo diré que esa obra no es de este planeta. Nada más».

Fabio F. (tarotista-adivino): «El dibujo en aquel cuadro estaba vivo. Había tomado conciencia de sí mismo, pero no sabía cómo escapar del lienzo. Gritaba, como un preso que supiera que su celda no se abriría jamás».

En una de los extremos de esta feria-oráculo, encontramos al siguiente personaje, que nada tiene que ver con el mundo de las mancias:

Miguel T. (estatua viviente): «No hace mucho que trabajo acá, pero cuando empecé venía siempre un viejito, todos los días, me tiraba unas monedas y miraba muy atentamente el movimiento que me había “comprado”. Yo ya me había convencido de que era un viejo puto, cuando, el último día que lo vi, me miró moverme como siempre y luego me dijo “sos igualito al muchacho del cuadro”. Y se fue».

Vemos así que el mito no sólo se refugia en el shopping o en el Centro Cultural, sino que invade los alrededores, y más cuando en esos alrededores los dones extraordinarios y las artes milagrosas son moneda corriente.

Rastreemos ahora el posible origen de nuestro mito.

Son muchas las historias de «voces que están donde no deben estar»: desde la serpiente bíblica que habla con Adán y Eva (relato que hoy se supone muy primitivo, perteneciente, tal vez, a los denominados «mitos de la naturaleza»), hasta los miles de testimonios de gente que escucha voces de seres muertos, y también la multitud de fieles que afirman haber oído hablar, entre lágrimas de sangre, a figuras religiosas, a los santos de su fe.

A estos fenómenos se los conoce como «psicofonías», palabra que deriva del griego psyqué (alma) y phonos (sonido). Las supuestas psicofonías han dado pie al nacimiento de una gran cantidad de teorías pseudocientíficas, como la que asegura la existencia de un planeta llamado Marduk, también conocido como el planeta de los muertos, que sería la primera parada en nuestro viaje post mortem; o el denominado «principio de impregnación ambiental», que sostiene que todo lo que decimos en este mundo queda registrado en un «campo» o dimensión que la ciencia aún no ha podido localizar. Podemos percibir un eco de estas ideas en los testimonios que obtuvimos en la feria esotérica.

Hurgando entre toda esta maleza de tradiciones, mitos y pseudociencia, sólo hallamos un único precedente documentado relativo a un cuadro, a una pintura parlante. Se dice que, en 1976, un sacerdote llamado Edvard Trondheim afirmó haber hablado de la cercanía del fin del mundo con la serpiente que aparece en la pintura Laocoonte, de El Greco. El cuadro se hallaba, según la crónica, en una iglesia de Bergen, Noruega. Y se asegura que el sacerdote gozaba de una excelente salud mental antes, durante y después de aquel milagro.

¿Estaría nuestro cuadro del Buenos Aires Design, como la víbora de Bergen, tratando de dar un aviso del Apocalipsis?

En contraposición a esta posibilidad podemos comentar que las revelaciones de esta índole suelen ser experimentadas por una única persona, un «iluminado», como Trondheim, el sacerdote del relato noruego, y no por cualquier persona que se encuentre caminando en un shopping.

¿Se trataría nuestra pintura, entonces, según el «principio de impregnación ambiental», de una ventana hacia aquella dimensión no develada aún, una ventana de la cual escaparían, de vez en cuando, algunas de aquellas palabras eternamente grabadas? Quizá.

Sin embargo, también nos encontramos con dos explicaciones que dan una respuesta sin acudir al universo de lo sobrenatural.

La primera se apoya en el testimonio de numerosos testigos que, palabras más, palabras menos, repitieron lo siguiente: «Dicen que el cuadro tapaba un agujero que los mismos empleados de limpieza del shopping habían hecho en la mampostería. Los tipos se metían por unos pasadizos, que sólo ellos conocían, y así llegaban del otro lado de la pared, justo detrás de donde colgaba la pintura. Entonces hablaban por el agujero y parecía que la voz salía del cuadro».

Esta versión de los empleados bromistas concuerda con otros testimonios que, como el de Raúl F. citado al comienzo, sostienen que el cuadro insultaba a los hombres y piropeaba a las mujeres.

Incluso, podemos agregar que hay un punto de contacto con la fábula barrial de cómo el cuadro fue rescatado de su abandono. ¿Recuerdan quién lo encontró en un oscuro sótano? Sí, un empleado de limpieza.

¿Será posible, entonces, que los empleados, ante los rumores que amenazaban con arruinarles la diversión del agujerito, echaran a correr la historia del descubrimiento del cuadro, no sólo para reforzar la creencia de que aquellas voces que salían del lienzo eran sobrenaturales, sino para evitar cualquier sospecha al transformar en héroe solidario a uno de sus colegas? Aun así, quedaría pendiente la siguiente cuestión: ¿qué clase de entes sobrenaturales harían uso del cuadro con el fin de insultar o lanzar piropos a los transeúntes? Según quien sintonizara, algunas veces podría tratarse de demonios juguetones y otras de querubines que valoraban la belleza humana.

Cuando intentamos hablar con el personal de maestranza del Buenos Aires Design nos encontramos con un rechazo unánime. Uno de ellos nos lo dejó bien en claro:

—Déjense de joder con esa mierda. Ya tuvimos bastantes problemas con el invento ese del cuadrito. ¿No saben lo jodido que es mantener un laburo?

Esta negativa confirma, por lo menos, que las sospechas existieron. Si éstas eran infundadas o no, aún no lo sabemos.

Ahora bien, dijimos que teníamos dos explicaciones «antivocesdelmasallá».

La segunda también se basa en una serie de testimonios coincidentes. Estos testimonios pertenecen en su mayoría a empleados de diferentes locales del shopping, personas que pasan la mayor parte del día dentro del complejo, lo que les otorga cierto crédito respecto de la siguiente opinión, que, más o menos, todos compartieron:

—El shopping está lleno de ecos. ¿No vieron el aspecto irregular que tiene? Con tanto pasillo y desnivel, parece un laberinto. Y esa irregularidad se paga con una cacofonía de locos. Los ruidos rebotan por las paredes, y luego surgen en el rincón menos esperado.

Esto último pudimos corroborarlo. Hay esquinas de las que brotan, literalmente, los sonidos más variados. No ocurre todo el tiempo, hay que tener paciencia. Pero sucede.

¿No habrá estado nuestro cuadro colgado en alguno de estos rincones sonoros, produciendo así el efecto «sobrenatural» del habla? ¿No es esta la explicación más sencilla de todas, la más simple, y no por eso menos satisfactoria?

Como ya dijimos, el cuadro desapareció. Nadie conoce su paradero.

Los defensores de la razón, de la lógica, dicen que simplemente alguien se lo robó. Algunos, incluso, llegan al extremo de asegurar que la pintura parlante jamás existió, y así pretenden resolver todo el asunto.

Del lado opuesto están los devotos de las psicofonías, de las voces de otro mundo, quienes aseguran que estas «aberturas dimensionales», como el cuadro de nuestro mito, se hacen presentes sólo por un tiempo, para luego desaparecer, a veces para siempre.

La cuestión es que el cuadro ya no está, si es que alguna vez estuvo. Lo que aún perdura es el mito, como si el relato mismo se tratara de las últimas palabras que emitió la pintura antes de desaparecer, las cuales, gracias a la irregular arquitectura, rebotan por los pasillos del shopping, de pared en pared, eternamente.

En realidad, el cuadro sigue hablando, pero ya no desde un lienzo, sino desde la boca de cada persona que difunde la leyenda.