Pepe Cipriani, el más veloz
Así como un domingo de fútbol es sagrado para los seguidores del balompié; un domingo de carrera es religión para los fanáticos del automovilismo, los «tuercas», como comúnmente se los llama.
Infiltrarse en una tribuna colmada de ellos, uno de esos domingos, en el Autódromo Oscar Alfredo Gálvez de Avenida General Paz y avenida Roca, es sumergirse en un universo muy particular, un universo que grita con las voces de los hinchas que surgen de entre el ruido de los motores y el humo de los choripanes: «¡Mirá cómo le mostró el auto! En una vuelta más es boleta», «¡Cómo toma las curvas ese pibe!», «Aquel dejó media goma en el pianito».
Nunca faltan, como en casi todos los deportes, los defensores del pasado, esos que defenestran el presente resaltando aquellos «buenos viejos tiempos». Sus comentarios son del tipo: «Ah, en mi época era otra cosa, las carreras eran a vida o muerte» o «Antes sí que había que saber manejar, había que tener muñeca, no es como ahora que aprietan un botoncito y listo».
Y, por supuesto, en ese tipo de aseveraciones, Fangio y los hermanos Gálvez, entre otros pilotos, son nombres de dioses inalcanzables. En esos momentos, si uno agudiza un poquito más el oído, puede escuchar, entre las hazañas de esos próceres del automovilismo, un nombre no tan conocido, pero no por eso menos heroico. Un tal Pepe Cipriani.
Esa era la razón que nos había llevado a mezclarnos con la multitud fanática: el mito del veloz Pepe Cipriani.
Individualizamos entre los hinchas a aquellos que lo habían nombrado, y los abordamos en el descanso entre Clasificación y Carrera:
Osvaldo Q.: «¡El Pepe! Señores, el Pepe fue único. No corrió mucho, pero dejó su marca. Enfrentó él solito a los grandes, se animó a hacerle sombra a Ford y Chevrolet. Por aquel entonces el autódromo se llamaba 15 ó 17 de Octubre. El Pepe anduvo rápido, más rápido que ningún otro, sí señor. Hasta que murió en el accidente».
Pedro C.: «El Pepe Cipriani batió el récord de velocidad. No me pregunten en qué categoría, pero aquel día el hijo de puta manejó como un loco. Era a fines de los sesenta, creo. No me acuerdo a la velocidad que dicen que llegó…, lo que sí sé es que fue una marca increíble. Lástima que no fue oficial: no tenían prendidos los cronómetros, porque creo que era una práctica o algo así».
Máximo G.: «Dicen que batió todas las marcas, que nadie anduvo más rápido que él. Pero parece que el tipo corrió un par de carreras y se mató».
Con la ayuda de estos y unos pocos testimonios más, pudimos desenredar el mito (al menos los elementos compartidos por casi todas las versiones): a pesar de su corto paso por el Turismo Carretera (habría muerto en un accidente de carrera), un piloto conocido como Pepe Cipriano (o simplemente «El Pepe») hizo historia por dos hechos heroicos: haber armado sus propios autos, enfrentando así a los grandes equipos, y haber conquistado una fantástica marca de velocidad.
Con respecto a esto último, algunas versiones son realmente exageradas:
Oscar M. (ex banderillero): «El Pepe llegó a los 400 kilómetros por hora. Sí, sí; no me miren así: 400, lo sabe todo el mundo. Era día de entrenamiento, y no quedó registrado. Pero todos lo saben. Fue en un tramo muy corto, es verdad, pero lo hizo».
Enrique F. (mantenimiento de boxes): «Escuché decir que anduvo a más de 500, que los autos que él preparaba no usaban nafta, que “El Pepe” había inventado un combustible diferente. Hasta hay algunos que hablan de pactos con el Demonio».
Podemos arriesgar, por lo tanto, que estamos ante un caso de exageración mitológica (algunos también lo denominan «inflación del mito»).
Ya hablamos de cómo el boca a boca deforma los relatos, modificando ciertos componentes en la narración. Ahora diremos que hay elementos más vulnerables que otros, más predispuestos a sufrir cambios.
Si tenemos una historia que incluye en su crónica alguna cifra o medición importante, este elemento es el candidato a ser el que más mutaciones sufra con el paso del tiempo, llevando la versión original del relato, en algunos casos, a niveles inverosímiles.
Esta clase de deformación es muy común en hazañas deportivas, las cuales suelen incluir mediciones que son, justamente, la materialización del logro conseguido.
Podemos citar el caso del famosísimo gol que el Chango Cárdenas le metió al Celtic de Escocia en el Centenario de Montevideo, con el cual por primera vez un club argentino (el Racing Club de Avellaneda) se consagró Campeón del Mundo. A medida que pasaba el tiempo, cada nueva versión del relato de aquella histórica conquista ubicaba a Cárdenas más lejos del arco escocés. Si hasta llegó a decirse que el Chango había pateado desde la mitad de cancha. No se alcanzó un mayor nivel de deformación debido al testimonio visual que ofrece la añeja filmación que se guarda del gol. En ella puede verse, en realidad, que Cárdenas estaba más cerca del área grande rival que del mediocampo en el momento de su inolvidable zapatazo.
La exageración es un defecto natural de los contadores de historias, y estos «datos numéricos», como la distancia al arco del Chango o la velocidad alcanzada por el Pepe, son los primeros en ser exagerados.
Así y sin descontar el incremento que pudo haber sufrido la hazaña de Cipriani, nos dispusimos a investigar los archivos oficiales del automovilismo argentino. Pero no sólo no encontramos registro de ninguna marca de velocidad que pudiera ser la del corredor, sino que no dimos con ningún dato acerca del piloto: según los archivos, nunca existió un corredor llamado Pepe Cipriani que tuviera participación en alguna categoría relativamente importante.
Entonces: ¿quién fue Pepe Cipriani?, ¿dónde nació la historia de su increíble récord de velocidad?
La única mención que podríamos tildar de «oficial» (la cual algunos reconocen como disparador de la leyenda) se encuentra en una desaparecida revista de automovilismo con el intrigante nombre de Axalon. En un pasaje de un supuesto reportaje a Ángel «Hipómenes» Lo Valvo (ganador, en 1937, del primer Gran Premio de Turismo Carretera, aunque esa denominación todavía no existía, y campeón en 1939) el periodista pregunta lo siguiente:
—¿Cuál fue su peor enemigo en carrera?
A lo que Hipómenes responde simplemente:
—Cipriani.
La entrevista está fechada en 1954, aunque muchos dicen que este reportaje ni siquiera existió. Otros aseguran que se trata de un error de la revista y que el corredor debió referirse a un tal «Zepriani», ya que, según cuenta la historia, en 1938 Lo Valvo volcó con una cupé Dodge, y su acompañante, Moisello, se rompió el brazo. Luego, debido a una mala praxis médica, falleció. Se dice que hubo un exceso en la anestesia al operarlo y que el responsable fue un doctor de apellido Zepriani. O sea que Hipómenes se habría referido a este «enemigo», el que se llevó a la tumba a su compañero. En otra declaración el piloto habría dicho: «fue mi recuerdo más triste».
El único antecedente de un «Pepe» histórico en el automovilismo argentino es el de José Froilán González o Pepe González.
Entre muchas de sus hazañas se cuentan la conquista, en 1959 y en 1960, de los dos primeros títulos sudamericanos para nuestro país, el subcampeonato mundial de 1954 en Europa, y las 24 horas de Le Mans ganadas con Ferrari en el mismo año.
Algunos dicen que los dos «Pepes» son la misma persona:
Ignacio Rutherford (autor del libro Historias ocultas del automovilismo latinoamericano) nos dijo lo siguiente: «Se cuenta que, cuando no hacía mucho que Froilán había iniciado su trayectoria, algunas personas de su entorno comenzaron a llamarlo “Pepe Cipriani”, simplemente porque ciertos parientes lejanos del corredor ostentaban ese apellido. Luego, con el tiempo, el apodo se abandonó y se pensó que “Pepe Cipriani” se trataba de otro piloto y se le adosó una historia netamente ficticia».
Otro corredor en el que se sospecha puede estar basado el mito de Pepe Cipriani es Nasif Estéfano. Nasif fue el único campeón post mortem en la historia del Turismo Carretera: se mató en una de las últimas carreras, cuando marchaba como líder indiscutible del certamen. Este hecho podría estar relacionado con la supuesta «muerte en carrera» de Cipriani. Otra relación, dicen algunos, estaría en el apodo de Nasif: «Califa chico», al que luego unos pocos le dirían «Pepe chico» o «Pepe chicana» (lo de «chicana» haría referencia a las chicanas de las pistas), para deformarse finalmente en «Pepe Cipriani». Lo único que no se ajusta es la ubicación temporal: Nasif murió (y fue campeón) en 1973, mientras que la mayoría de las versiones hablan de un Cipriani que fue piloto antes de la década de los setenta.
Por último, no podemos descartar la posibilidad de que efectivamente haya existido un Pepe Cipriani que corrió unas pocas competencias en alguna clase menor, y que, quizás, hasta batió alguna marca de velocidad; luego la categoría habría desaparecido (algo bastante común en las competencias menores), y con ella todas sus estadísticas, dejando el recuerdo del «veloz» Cipriani y su récord en la mente de algunos «tuercas», quienes se encargarían de ir exagerando los logros del piloto, hasta transformarlo en leyenda. Podemos suponer también que (como aseguran algunos) Cipriani consiguió el récord gracias a un auto revolucionario que él mismo había armado. De esta manera, luego de su abandono del automovilismo (por muerte o por lo que fuere), los grandes equipos habrían intentado hacer desaparecer toda evidencia del corredor y sus logros. Tal vez no pudieran aceptar la superioridad de un piloto que trabajaba de manera independiente.
Otra de las cosas que se dicen es que la historia del «auto revolucionario de Cipriani» y su récord pueden estar inspirados en «El Halcón de Pronello», un auto que, en 1970, llegó a promediar los 245 kilómetros por hora, pero que según Dante Emiliozzi, su piloto y cuádruple campeón de TC, «andaba en 295». El Halcón quedó destruido en un accidente, con fuego incluido; lo cual también podría llegar a guardar relación con la historia del supuesto accidente fatal de Pepe Cipriani.
Existe una versión que describe dramáticamente y con lujo de detalles el deceso de Cipriani. Algunos dicen que se trata de un viejo cuento «tuerca», una obra de ficción que solía escucharse en los comienzos del automovilismo argentino, y que en épocas posteriores fue atribuida a Pepe Cipriani, para inflar aún más su leyenda.
Sea como fuere, vale la pena comentarla.
La historia relata el desarrollo de la supuesta «última carrera de Cipriani», en la cual marchaba primero cuando faltaban sólo cinco vueltas. En ese momento, repentinamente, su auto se prendió fuego. Pero El Pepe no se detuvo: corrió así las últimas vueltas, envuelto en llamas. Algunos fanáticos dicen que el incendio fue provocado por la increíble velocidad que había alcanzado. Sin embargo, y a pesar del esfuerzo de Cipriani, a metros de la línea de meta el auto no aguantó más y explotó en mil pedazos. Sólo quedaron humo y hierros al rojo vivo. Entonces, el hombre que portaba la bandera a cuadros se acercó a uno de estos restos humeantes. Era el cuerpo carbonizado de Pepe Cipriani. La explosión lo había despedido hacia delante, haciendo que atravesara la línea de meta, dejándolo tirado unos dos metros más allá…
El Pepe había ganado su última carrera.
Haya existido o no nuestro mítico piloto, podemos asegurar que aún viaja a toda velocidad, de boca en boca, en la tribuna «tuerca» de cada domingo.