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En casa me esperaban varias sorpresas. En primer lugar, un montón enorme de ofertas de trabajo. Que he echado a la papelera una vez leídas. Todas las empresas del país parecían dispuestas a criar Chivos Expiatorios. Nanay. Se acabó, «nunca más ya», como dijo un Papa con respecto a una guerra.

El último sobre procedía del Ministerio de Educación Nacional. Lo he abierto sólo para ver cuánto me ofrecía el ministro por dejarme pisotear en su nombre. No me ofrecía nada. Sólo me pedía que pagase la escuela de Jérémy. Se adjunta la cuenta.

Estaba contando los ceros cuando ha carraspeado el interfono.

—¿Ben? Baja enseguida, hay una sorpresa para ti.

Evidentemente, he volado.

La sorpresa era grande. (¡Era incluso el doble de sí misma!)

¡Mamá! Era mamá.

Era hermosa como una madre. Era joven todavía como una madre. Y estaba preñada hasta las cejas, como una joven y hermosa madre.

He dicho:

—¡Mamá! ¡Mamá!

Ha dicho:

—¡Benjamin, pequeño mío!

Ha intentado estrecharme entre sus brazos pero el otro, desde su interior, se oponía ya.

He dicho:

—¿Y Robert?

Ha respondido:

—Ya no hay Robert.

He señalado al pequeño esférico:

—¿Y él?

Ha respondido:

—Es el último, Ben, te lo juro.

He descolgado el teléfono y he llamado a la Reina Zabo.