35

Desmontaron frente a la oficina del comisario Basset. Sam ayudó a Emily y le tendió la cesta repleta de delicias.

—Tengo que ir a la armería de Zimmerman y de paso compraré lo que Lorelei necesita. Quédate aquí, no quiero que andes por ahí sola. No tardaré.

Emily asintió y lo observó con el corazón en un puño mientras él se alejaba por la acera. Se preguntó si cuando decidiera marcharse podría mirarlo como en ese momento, sin correr tras él suplicándole que se quedara. Se sacudió la congoja y abrió la puerta de la oficina sin llamar. En el interior cuatro pares de ojos se clavaron en ella al instante. Entre los hombres estaba Wyatt, sentado tras su mesa, con el periódico abierto ante él y una taza de café humeante a un lado.

—Buenos días, señora Coleman. Debo suponer que esta no es una visita de simple cortesía —dijo al tiempo que se ponía en pie.

Emily cerró la puerta y se plantó frente al marshall, saludando a los demás con un gesto de la cabeza, que fue devuelto a desgana por los otros tres agentes.

—Está en lo cierto, marshall. ¿Puedo ver a Nube Gris? Le traigo comida.

Wyatt inspiró discretamente antes de volver a sentarse.

—No recuerdo a ningún preso que comiera tan bien como él. Puede pasar.

Emily ladeó la cabeza.

—¿No piensa mirar lo que hay dentro? Podría haber una lima, un cuchillo o un revólver.

Wyatt se echó atrás, apoyándose sobre las dos patas traseras de su silla.

—Me fiaré de usted… Aunque pensándolo bien —añadió con el ceño fruncido—, creo que echaré una ojeada.

Levantó la tapa de la cesta que Emily había dejado sobre la mesa y del interior emanó un olor delicioso. Alzó un pico de la servilleta almidonada que lo cubría todo. El aroma dulzón de los panecillos de maíz rellenos de panceta frita le hizo la boca agua. Sin pedir permiso, cogió uno y se lo zampó ante la mirada indignada de Emily.

—Tengo que felicitarla, señora —farfulló con la boca llena—. Está buenísimo.

Emily entornó los ojos.

—Si le prometo cebarle a base de panecillos rellenos de panceta, ¿accedería a soltar a Nube Gris?

Wyatt la miró sorprendido mientras se relamía el pulgar brillante de grasa.

—Señora, eso se llama soborno —masculló con el dedo aún en la boca.

—¿Y si le añado pollo frito? Crujiente por fuera, tierno por dentro, acompañado de ensalada de col tierna.

El marshall se pasó la mano por el estómago, pensativo.

—Me lo está poniendo difícil…

—¿Y si rematamos el trato con una tarta de melaza?

Wyatt movió el bigote de un lado a otro y finalmente negó con la cabeza.

—Lo siento, señora, pero sigue siendo un soborno, por apetitoso que resulte.

—Tenía que intentarlo.

El marshall la miró con un brillo divertido en los ojos. Se echó de nuevo hacia delante y miró con avidez otro panecillo relleno. Antes de conseguir su objeto de deseo, recibió un manotazo de la mujer y la cesta se cerró ante sus narices. Los ojos penetrantes de Wyatt se entrecerraron.

—Señora, es mi deber advertirle que pegar a un marshall está penado con la cárcel.

Emily se acercó un poco y susurró:

—¿También en el caso de un marshall glotón?

La risa de Wyatt estalló en la oficina, pillando por sorpresa a sus compañeros. Estos lo contemplaron un instante y a continuación los ojos fueron a Emily con curiosidad, mientras ella permanecía erguida con una mano sobre la cesta.

—Por todos los diablos, señora Coleman… —dijo entre risas—, compadezco a Sam. Lidiar con usted tiene que ser premiado con el cielo.

Se puso en pie, aún sacudido por la risa, y la acompañó hasta la puerta que conducía a las celdas. En cuanto la abrió un hedor nauseabundo la abofeteó. Se echó atrás tapándose la nariz con una manga.

—¿Es que tienen a un preso en estado de descomposición? —farfulló, intentando inhalar cuanto menos posible.

Wyatt no dio muestras de que el tufo lo molestara.

—Nosotros ponemos el camastro; la limpieza corre a cuenta de nuestros huéspedes. Cuando estos dos borrachos se despierten, tendrán que limpiar todo esto.

En una celda dos hombres permanecían acostados boca abajo en sus catres con la cabeza colgando. Justo debajo de sus caras, el vómito oscurecía el suelo y despedía un olor ácido que revolvía las tripas. Ellos parecían inmunes a la pestilencia, ya que roncaban como dos locomotoras.

Emily echó un vistazo a la celda de Nube Gris, que yacía encogido de espaldas a la puerta, con la cabeza tapada por una mugrienta almohada. De repente entendió el empeño del indio en que Edna no lo viera en esas circunstancias. Para un hombre tan íntegro como su amigo, aquella inmundicia era una humillación más.

—Por favor —susurró parpadeando—, deje que Nube Gris coma en la oficina. Son cuatro, no intentará escapar.

—Eso no sería muy correcto, señora.

Emily miró fijamente a Wyatt, intentando despertar la compasión del marshall.

—Por favor —insistió—. Ni siquiera los animales deberían aguantar este olor. Nube Gris es un buen hombre, se merece un poco de respeto.

El marshall ladeó la cabeza ligeramente con el ceño fruncido.

—No conseguirá nada poniéndome ojitos, señora, porque ya me ha demostrado que tiene agallas para mucho más. No le va el papel de mujer desvalida.

Emily respiró hondo y se acercó tanto que Wyatt dio un paso atrás.

—Entonces saque a mi amigo de esa pocilga. No es un asesino, y cuando se lo demostremos, tendrá que tragarse su tozudez y sus prejuicios.

Media hora más tarde, Nube Gris comía sentado a la mesa que Wyatt le dejó por cortesía y a cambio de otro panecillo. Procuraba no mirar a Emily, pues le avergonzaba su aspecto sucio y el mal olor que empezaba a desprender su ropa. Nunca se había sentido tan humillado, como un animal enjaulado.

—Nube Gris —susurró Emily—. Mírame.

Él negó con la cabeza sin dejar de masticar, pese a que todo lo que se llevaba a la boca le sabía a paja.

—Ya basta —insistió ella—. Deja de portarte como un niño enfadado.

Aquello picó su amor propio. Alzó el rostro y la fulminó con la mirada.

—¿Crees que no tengo motivos para estar enfadado? Me han encerrado injustamente por haber matado a un hombre. Anoche, unos cuantos se divirtieron tirándome piedras por la ventana de la celda, gritando que un indio no se merecía un juicio. Para estos hombres no valgo más que una rata apestosa.

Emily soltó un suspiro, dividida entre la pena y la rabia.

—Escúchame, entiendo que estés resentido, pero ¿por qué te empeñas en recordar lo malo sin pensar que no estás solo? Me tienes a mí y a Cody, a Kirk y Sam. Y Edna está llorando desconsolada porque te niegas a verla. Si sigues por este camino, caerás en el resentimiento. Tú no eres rencoroso. Deja de obsesionarte por lo que te ha hecho esa gente que no te conoce de nada y ten presentes a los que tratan de ayudarte. Recuerda que Lorelei te manda esta comida, que Mickaela y Daphne han metido la ropa limpia que hay en el fondo de la cesta. De modo que deja de lloriquear. Tienes motivos para estar preocupado, y contra eso no puedo decir nada ni engañarte, pero no consentiré que caigas tan bajo como para amargarte.

Nube Gris volvió a bajar la vista al plato y cogió otro muslo de pollo. Masticó en silencio hasta que se atrevió a mirarla con el rabillo del ojo.

—No sé si me gustas cuando te enfadas —masculló con la boca llena.

Como respuesta, Emily le tiró una servilleta a la cara.

—No hables con la boca llena.

Los dos compartieron una sonrisa, al principio tímida, hasta que soltaron sendas carcajadas. Wyatt y sus hombres los miraron intrigados desde la otra punta de la oficina. Emily alzó la barbilla.

—¿Señor Earp, le apetece otro panecillo?

—No, pero se lo agradezco —contestó Wyatt sin esconder su diversión.

Ella volvió a prestar atención a su amigo y se echó hacia delante.

—No seas tan testarudo y permite a Edna que venga a verte. Ella te quiere, pero se siente impotente porque no puede hacer nada por sacarte de aquí, y para colmo tú le impides que cuide de ti. ¿Cómo crees que se siente? —Emily no esperó la respuesta y contestó ella misma—: Se siente herida y rechazada.

El indio dejó el muslo a medio comer y se limpió las manos en la servilleta. Se le veía abatido y asustado.

—¿Cómo te sentirías si Sam te viera como yo estoy ahora?

—Asustada, enfadada, indignada, pero no lo alejaría de mí —susurró con apremio—. Sé que tu intención es noble, que quieres protegerla, pero con tu actitud no haces más que herirla.

Dividido entre sentimientos contradictorios, Nube Gris se recostó contra el respaldo. Contempló a su amiga, que era casi una hermana para él y, como cabía esperar, estaba a su lado tratando de ayudarle. Tenía razón: si se dejaba llevar por el resentimiento, acabaría odiándose a sí mismo y a los demás.

—Está bien, dile que puede venir a verme, pero no quiero que acuda sola.

Emily esbozó una sonrisa deslumbrante.

—Kirk la acompañará, él también está deseando verte.

Tras la tregua, Nube Gris formuló la pregunta que lo atormentaba.

—¿Sabéis algo nuevo?

Emily no supo si decirle la verdad, pero tarde o temprano lo averiguaría y prefería que se enterara por alguien que no se regodearía en las malas noticias.

—Fue Joshua quien te acusó de haber visto cómo matabas a ese hombre.

Nube Gris no mostró ninguna señal de sorpresa.

—¿Y qué motivo se supone que tenía para cometer ese crimen?

Una vez más Emily dudó, pero se decidió al momento.

—El muerto es Jack, el sobrino de Crawford.

Nube Gris fue a contestar algo, pero se tragó las palabras y contempló el rostro preocupado de su amiga.

—¿Tú me crees, Emily? No he matado a ese hombre.

Ella colocó una mano sobre la de él y se la apretó con fuerza.

—No he dudado de ti ni un segundo. Sé que no eres un asesino.

Se puso en pie y se alisó la falda pantalón para disimular las lágrimas que le emborronaban la vista.

—Señora, tiene que marcharse. El preso ha de volver a su celda —señaló Wyatt, acercándose a la mesa—. Chico, puedes quedarte con la cesta.

Antes de que el marshall pudiera impedírselo, Emily abrazó a su amigo con fuerza.

—No desesperes, tal vez esta mañana hallemos algunas respuestas.

Nube Gris le devolvió el abrazo con la misma intensidad y se separó de ella a los pocos segundos.