A duras penas lograban entender lo que Edna decía entre sollozos. La joven lloraba entre los brazos de Lorelei e hipaba tan fuerte que todo su cuerpo se sacudía. Sam y Emily se miraron, impotentes.
—Edna —empezó Sam—, si no te calmas, no podremos entender lo que tratas de decirnos.
Cuando la aludida alzó el rostro bañado en lágrimas, tenía los párpados tan hinchados que apenas si podía abrir los ojos. Se limpió las mejillas con la manga del vestido. El temblor de la espalda encorvada delataba el esfuerzo que estaba realizando la joven por serenarse.
—Nube Gris no ha matado a ese hombre.
—Eso ya lo sabemos —aseguró Emily, tendiéndole un pañuelo—. Todos sabemos que es incapaz de hacer algo así.
—No. Digo que no ha matado a nadie porque yo sé dónde es tuvo anoche.
Las mejillas de la joven se tiñeron de rojo, lo que captó la atención de Sam.
—¿Qué quieres decir?
Edna agachó la cabeza sin dejar de retorcer el pañuelo. No se avergonzaba de lo que había hecho, no se arrepentía de haberse dejado llevar por la ternura de los besos de Nube Gris, pero decirlo en voz alta la abochornaba. No soportaría que Emily la mirara con censura. No obstante, dejaría de lado sus escrúpulos porque de ella dependía que el hombre al que amaba saliera de la cárcel.
—Quiero decir que estuve toda la noche con él. Lo acompañé hasta la carreta y me quedé con él hasta poco antes del amanecer.
Lorelei carraspeó y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Cariño, no tienes de qué avergonzarte.
—No me avergüenzo —aseguró Edna, irguiéndose de repente—. Quiero ir a la oficina del marshall y decírselo. Me da igual lo que piense la gente.
—¿Estás segura? —preguntó Sam.
—¿Por qué dudas de mí? —inquirió la joven con el ceño fruncido—. Pensé que os alegraría saber que Nube Gris cuenta con un testigo.
Emily soltó un suspiro. Si Edna iba a la oficina admitiendo haber pasado la noche con Nube Gris, la noticia se extendería como la pólvora y sería señalada como la amante de un indio. Además, sería su palabra contra la de un hombre. Y Emily acababa de ser testigo de lo despreciables que podían ser muchos de ellos, ciudadanos respetables que consideraban a las mujeres seres inferiores sin ninguna entidad legal. Pese a todo, admiraba el valor de la muchacha.
—Lo principal es salvar a Nube Gris, pero no queremos que te expongas. Primero tenemos que averiguar quién es el testigo, porque está más que claro que miente.
—Yo sé quién le odia lo suficiente como para mentir con la intención de deshacerse de él —afirmó Edna con tanta seguridad que todos la miraron sin pestañear—. Mi hermano Joshua no ha pasado la noche aquí. Ayer salió a última hora y no ha regresado; nadie ha dormido en su cama. Joshua no soporta mi… mi… relación con Nube Gris.
—Es una acusación muy grave —señaló Sam.
—Lo sé —asintió Edna, sollozando de nuevo.
—Tenemos que ir a la oficina del marshall y tratar de averiguar quién es el testigo.
Emily se puso en pie al mismo tiempo que Lorelei.
—Os prepararé una cesta para que se la llevéis al chico —dijo esta última—. No sé si le darán de comer algo decente en un sitio así.
—Os acompaño —añadió Edna—. Necesito verle y decirle a ese Wyatt que Nube Gris es inocente.
Sam se rindió. No serviría de nada intentar convencer a Edna de que se quedara en casa de Lorelei, y de hecho la entendía. Si Emily se encontrara en la misma situación que el indio, él haría cuanto estuviese en su mano para salvarla.
Como esperaba Emily, las palabras de Edna no fueron recibidas con entusiasmo por parte del hombre al que todos llamaban Wyatt. Este escuchó con atención a la joven y a continuación le permitió que fuera a ver al prisionero, pero en cuanto Edna desapareció, negó con la cabeza.
—Lo siento, pero lo que dice esa joven no es un testimonio fiable. Está muy claro que mantiene una relación con el acusado y podría decir lo que fuera por salvarlo.
Emily se puso en pie, indignada por esas palabras.
—¿Por qué la palabra de Edna vale menos que la de un desconocido?
Los ojos de Wyatt fueron a Sam, que se conformó con encogerse de hombros.
—Edna ha dicho la verdad, ¿tanto le cuesta creerla? —siguió Emily—. Usted sabe que su declaración la pondrá en una situación muy delicada. Sabe lo que piensa la gente de las mujeres que mantienen relaciones con indios. ¿Cree que mentiría en una cosa así por gusto? Sin embargo, alguien aparece de la nada diciendo que ha visto a un indio matar a un hombre, y todos le creen, nadie pone en duda sus palabras, nadie le pide que demuestre su acusación.
El resentimiento de Emily iba en aumento. Al negarse a creer en su palabra, ese hombre estaba pisoteando el coraje de Edna.
—Lo siento, señora Coleman —se disculpó Wyatt—, pero no puedo arriesgarme a soltar al acusado hasta que el juez escuche los dos testimonios.
—¿Y el juez creerá en la palabra de una mujer o en la de un hombre? —insistió Emily con voz áspera.
El marshall ni se inmutó ante la cólera de la mujer.
—Mi trabajo consiste en atrapar a cualquiera que ponga en peligro la vida de los ciudadanos de esta ciudad; no soy el juez.
Emily apoyó las manos sobre la mesa y se echó adelante, acercándose todo lo que pudo a Wyatt.
—Pues déjeme que le diga una cosa: metiendo a Nube Gris en la cárcel no está protegiendo a los buenos ciudadanos de esta ciudad, porque el verdadero culpable anda suelto y podría matar otra vez.
Emily no soportaba ni un segundo más seguir mirando a ese hombre, cuyo rostro apenas si dejaba entrever sus emociones. Sabía que, por muchos argumentos que le planteara, no lograría convencerlo, porque ya tenía a un culpable y eso resolvía todos los problemas. Nadie se molestaría por un indio.
—Está cometiendo un error —concluyó antes de dirigirse a la puerta de la calle, que cerró tras de sí bruscamente.
Sam se rascó la nuca y soltó un largo suspiro.
—Dime al menos una cosa. ¿El testigo se llama Manning? ¿Joshua Manning?
Los ojos sagaces de Wyatt no parpadearon, ni un solo músculo de su cara se movió. Sam soltó una maldición.
—Es él, ¿verdad?
—Yo no he dicho nada —soltó lacónicamente Wyatt sin desmentir las palabras de Sam—. Pero no quiero que nadie encuentre el cuerpo de un joven rubio que se parece como dos gotas de agua a esa chica que está ahora con el indio.
—Te aseguro que aparecerá, pero será bien vivo y diciendo la verdad. —La mirada de Sam fue hacia la puerta por donde Edna había desaparecido para ver a Nube Gris—. ¿Puede quedarse un rato más?
—No tengo inconveniente, no creo que lleve una lima en la bota, ¿verdad?
Los ojos de Wyatt brillaron de diversión.
—No lo creo, aunque últimamente las mujeres no paran de sorprenderme —aseguró Sam.
—Tu patrona parece una mujer con mucho carácter.
Sam reprimió una sonrisa. En efecto, la Emily que acababa de salir dando un portazo era una mujer con genio suficiente como para no achicarse delante de un hombre tan peligroso como Wyatt. Apenas si la reconocía.
—Sí, tiene carácter. Y te aseguro que últimamente me asusta.
Antes de cerrar la puerta a sus espaldas, Sam oyó la risa de Wyatt.
Fuera Emily esperaba, hirviendo de rabia al pensar que estaban como al principio, incapaces de demostrar la inocencia de Nube Gris. Miraba la calle, por donde los transeúntes caminaban con tranquilidad, ajenos a sus sentimientos. En algún lugar estaba el verdadero culpable. No se dio la vuelta al oír unos pasos sobre las tablas de la acera.
—El testigo es Joshua —expuso Sam, colocándose a su lado.
Emily dio un respingo.
—¡Dios mío! Cuando Edna ha dicho que su hermano era el que había acusado a Nube Gris, no podía creerla. Es cierto que Joshua ha demostrado sentir una desconfianza exagerada hacia él, pero acusarlo de haber matado a un hombre me parece una locura.
Sam se pasó una mano por la mejilla sin dejar de mirar a Rufián, que esperaba impaciente atado cerca de un abrevadero. El problema no era si Joshua había acusado injustamente al indio, era necesario averiguar si el joven había matado a Jack. Tenía motivos; al fin y al cabo los hermanos Manning estaban sin hogar por culpa del sobrino de Crawford. Podría haberse encontrado con él, iniciado una pelea y asestado una puñalada. Tal vez su acusación fuera fruto del miedo a que lo inculparan.
—Tenemos que encontrar a Joshua —declaró Sam—, y cuanto antes, mejor. Podría abandonar la ciudad, aunque no sé qué valor tendría su acusación si no se presentara ante el juez para confirmar su testimonio.
Emily echó un vistazo a la calle con desánimo. Si algo caracterizaba Dodge City eran sus innumerables saloons, que alquilaban habitaciones donde Joshua podría esconderse.
—¿Por dónde empezamos a buscarlo?
Sam le acarició la mejilla con los nudillos en un intento de darle ánimos.
—Creo que deberíamos ir al Longh Branch. Media ciudad pasa por ahí, y si alguien ha visto al chico, nos lo dirá.
Emily irguió los hombros. Ya tenía lo que necesitaba, un objetivo por donde empezar la búsqueda.
—¿Qué hacemos con Edna?
—De momento puede quedarse con Nube Gris. Wyatt ha dado su permiso.
—Ese hombre es como un témpano de hielo —opinó Emily con un estremecimiento—. Le conocías de antes, ¿verdad?
—Sí, de mi época en Lamar. Entonces me dedicaba a las cartas, vivía de lo que ganaba en las partidas.
Emily sonrió con ternura y le pasó las yemas de los dedos por el pelo, apartándoselo de la frente. Cada vez que lo miraba a la cara se sorprendía descubriendo un detalle nuevo, como el diminuto hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda, un resquicio del niño que fue.
—Un pistolero que contempla las mariposas, un tahúr que sabe hacer la colada, un hombre peligroso que se entretiene rompiendo platos. ¿Quién eres, Sam?
Este se acercó todo lo que las buenas maneras le permitieron y le susurró al oído:
—Has olvidado que hago de doncella de noche…
De la boca de Emily surgió una risa velada por el recuerdo de la noche anterior.
—Eres un pozo sin fondo, lleno de sorpresas.
A sus espaldas oyeron los pasos de Edna. Nada más ver el rostro congestionado por el llanto de la joven, Emily la abrazó.
—¿Qué sucede?
La muchacha sollozó contra el hombro de su amiga.
—Se ha enfadado conmigo por haber dicho que había pasado la noche con él. —Otro sollozo se le escapó—. No quiere que vuelva a visitarlo y le ha dicho al señor Earp que he mentido acerca de su coartada.
Sam y Emily intercambiaron una mirada cargada de preocupación.
—Lo sacaremos de la cárcel —le aseguró Sam.