Incluso antes de bajar las escaleras, Sam supo que algo andaba mal. La voz tensa de Kirk presagiaba un serio problema. Enseguida vio a los dos hombres armados con Colts que franqueaban la puerta abierta y a un tercero delante de Kirk, quien sostenía un rifle y apuntaba al pecho del desconocido. Se puso las cartucheras en las caderas y descendió de dos en dos los escalones.
—¿Qué sucede?
Todos se volvieron, y en ese momento Sam distinguió también a Nube Gris. El joven estaba pálido y los ojos parecían demasiado grandes en su rostro habitualmente tranquilo.
—Estos tipos dicen que Nube Gris ha matado a un hombre —explicó Kirk.
Sam llegó hasta el desconocido y entrecerró los ojos al oír las palabras del anciano.
—Eso no puede ser…
—Tenemos un testigo.
—¡No he matado a nadie! —gritó el indio, dando un paso adelante.
Sam estudió al recién llegado, cuyo rostro le resultaba familiar. El corazón se saltó un latido al reconocerlo. No podría olvidar los ojos sagaces, las facciones enjutas y el aura de peligro que desprendía el hombre. De hecho los dos se reconocieron y se midieron guardando las distancias.
—Wyatt Earp.
—Sam Truman. La última vez que nos vimos fue…
—En Lamar, Misuri —finalizó Sam—. Han pasado muchos años.
—Sí… —fue la escueta respuesta—. Aquí no queremos pistoleros, Sam. Ni siquiera por los viejos tiempos.
—Tampoco te lo pido, aunque no recuerdo que esos años fueran buenos. ¿Qué tenéis contra Nube Gris?
—Ha matado a un hombre y tenemos un testigo que ha venido a la oficina del comisario Basset. La víctima murió de una puñalada en el vientre.
Nube Gris negó vehementemente con la cabeza.
—No he matado a nadie.
Los ojos escrutadores de Wyatt se clavaron en él.
—¿Dónde estuviste anoche, chico?
—Fui a nuestra carreta después de la cena para echar comida a los perros, me quedé un rato con ellos y volví aquí.
—¿Alguien estuvo contigo para confirmar lo que dices? —insistió Wyatt.
Nube Gris se mordió la lengua mientras pensaba que no podía exponer a Edna, que había estado con él casi toda la noche. Después de dar de comer a los perros, se metieron en la carreta y estuvieron besándose como si no hubiese mañana, hasta que ninguno de los dos supo dónde empezaba uno y acababa el otro. Si revelaba lo ocurrido, la señalarían con el dedo, se convertiría en la fulana de un indio. Negó agachando la cabeza. Sin un testigo que confirmara dónde había pasado la noche, acabaría en la horca.
Wyatt dio un paso adelante, pero Sam lo frenó interponiéndose en su camino.
—Nube Gris es incapaz de matar a nadie.
—Si quieres salvarlo y tan seguro estás de su inocencia, encuentra al culpable. De lo contrario, me temo que el chico acabará en la horca en cuanto el juez dictamine su sentencia.
—¡No! —gritó Kirk—. ¡Nadie va a llevárselo!
Sam y Wyatt intercambiaron una mirada. No había vuelta atrás, la palabra de un testigo era sagrada y Nube Gris era un indio, lo que implicaba que ya estaba condenado. Intentar impedir su arresto no haría más que empeorar las cosas para el acusado. Sam apretó los dientes y echó una mirada al joven.
—Tienes que acompañarlos. Yo iré en cuanto pueda y te aseguro que encontraré a quien lo hizo. —Al ver el abatimiento de Nube Gris, supo que no era únicamente la acusación lo que le mortificaba, era la humillación de cruzar toda la ciudad maniatado—. No le pongas las esposas —pidió Sam al marshall Earp—, te seguirá sin intentar escapar.
—Lo siento, pero eso no puedo hacerlo.
Wyatt dio un paso adelante y Sam apartó a Kirk, quien apretaba el rifle con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Nube Gris se dejó esposar en silencio y con la mirada clavada en el suelo.
—Te soltarán —le prometió Sam. Al ver que el indio no reaccionaba se dirigió a Wyatt—. ¿Quién es el testigo y quién es el muerto?
—No te diré quién es el testigo. Cuando lo hago, suelen esfumarse de la faz de la tierra o aparecen con una bala en el cuerpo. En cuanto al muerto, está en la funeraria. Si puedes identificarlo, mejor; si no, lo enterraremos en el cementerio de Boots Hill con una cruz y poco más.
Nube Gris salió sin dirigir una mirada a nadie. Kirk quiso decirle algo, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Sam los siguió. Fuera, un pequeño grupo de personas esperaba para averiguar a qué se debía la presencia de los hombres del comisario Basset en la casa de Lorelei. Los murmullos se elevaron en cuanto salieron.
—¿Qué ha hecho el indio? —preguntó uno de los presentes.
—¡El mejor indio es el que acaba en la horca! —gritó otro.
No tuvo tiempo de decir nada más: el puño de Sam se estrelló contra la boca del tipo. Wyatt negó con la cabeza.
—Si no quieres compartir celda con tu amigo, te aconsejo que controles tu genio.
Sam se quedó mirándolos mientras se alejaban por la calle. Ni siquiera lo llevarían en carreta; Nube Gris tendría que recorrer toda la ciudad hasta la cárcel soportando los insultos. Detrás oyó que alguien se acercaba corriendo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Emily, incapaz de ocultar el miedo que la atenazaba. Las lágrimas le nublaban la vista, que mantenía clavada en la espalda de su amigo—. Kirk me ha dicho que acusan a Nube Gris de haber matado a un hombre.
—Sí. Voy a acompañarlos hasta la cárcel, no vaya a ser que a alguien se le ocurra ahorrar a la ciudad el juicio de un indio. Ve a la oficina de Linker, después regresa aquí de inmediato. Pídele a Kirk que te acompañe, no quiero que regreses con todo ese dinero encima.
Emily sacudió la cabeza, cada vez más aterrada.
—Dios mío, Sam. No tengo la cabeza para negociar con Linker. Estoy tan asustada por Nube Gris que las rodillas apenas me sostienen. Le ahorcarán, a nadie le importa un indio…
La voz se le quebró. Sam le acarició una mejilla con los nudillos.
—A mí sí, y te aseguro que no dejaré que lo linchen ni lo ahorquen sin haber removido esta ciudad de punta a punta. Encontraré al culpable.
Emily asintió, vacilante.
—Lo sé y confío en ti.
La besó en los labios sin importarle los curiosos que seguían mirándolos sin reparo.
—Vuelve dentro.
Sam alcanzó la comitiva, listo para desenfundar si alguien amenazaba a su amigo. Su amigo. No recordaba cuándo había tenido uno de fiar en los últimos años. Nube Gris le gustaba, era honesto y tranquilo. Sam no dudaría en poner su vida en las manos del joven, cuya lealtad para con Emily le hacía aún más valioso.
Los insultos no se hicieron esperar, aunque nadie se atrevió a romper el cerco de Wyatt y sus hombres; con todo Sam observaba las terrazas encima de los bares y las puertas de las tiendas. Una mujer se acercó a Nube Gris, pero el agente la despachó de un empujón. Sam reconoció a Edna, que volvió a intentar acercarse al indio, aunque este no levantó la mirada del suelo. Cuando la empujaron por segunda vez, corrió a su lado.
—¿Por qué lo llevan esposado? —preguntó ella con el rostro desencajado.
—Edna, vuelve a la casa de Lorelei.
—¡Dime por qué se lo llevan esposado! —gritó, aferrándose al chaleco de Sam.
—Lo acusan de haber matado a un hombre —explicó, y vio que el rostro de la joven palidecía. La sujetó por los hombros—. No es momento de desfallecer. Vuelve a la casa de Lorelei, Kirk te explicará lo poco que sabemos.
Edna asintió, aturdida por los acontecimientos.
Sam la dejó y siguió al indio hasta que lo introdujeron en la oficina del marshall. En la puerta, Wyatt se dio la vuelta y se encaró con él.
—Mis hombres lo custodiarán. Mientras, podemos ir a la funeraria.
Sam asintió y lo siguió.
—¿Qué te ha traído a Dodge City? —preguntó Wyatt mientras andaban con pasos largos.
—Estoy de paso.
—Oí decir que estabas en Oregón buscando oro.
—Y es cierto, pero lo dejé. ¿Y tú? ¿Piensas seguir aquí? Siempre creí que querías ser granjero.
Wyatt se rio sin ganas.
—Sí, Urilla quiere marcharse. Dice que si nos quedamos en Dodge City, acabará siendo una joven viuda.
—Y tiene razón. En tu profesión no se llega a conocer a los nietos.
Wyatt asintió.
—Pronto nos marcharemos a Arizona. Queremos instalarnos en Tombstone.
—Entonces te deseo suerte.
—La suerte la vas a necesitar tú, si quieres salvar a tu amigo. El asunto de la muerte de ese hombre parece bastante claro.
—Nube Gris no es culpable. Además, aquí no conoce a nadie, no tiene enemigos.
—Pareces muy seguro —comentó Wyatt delante de la puerta de la funeraria.
Sam entró. Un hombre joven de rostro picado por la viruela se acercó enseguida a ellos.
—Señor agente, ¿ha venido a ver al muerto que me han traído esta mañana?
—Sí, Tadeo, el señor Truman quiere verlo.
El aludido se apartó y señaló la puerta del fondo.
Sobre una mesa de madera yacía el cadáver de un hombre cubierto por una sábana. Sin esperar a que le dieran permiso, Sam la apartó y observó el rostro ceniciento del muerto. El estómago le dio un vuelco: no había duda respecto a la identidad del cadáver.
—¿Lo conoces? —inquirió Wyatt.
—Sí, se llama Jack y es el sobrino de Cliff Crawford, un ganadero del condado de Ellsworth.
—Está un poco lejos de su casa —adujo Wyatt—. ¿Conocía al indio?
Sam soltó un suspiro.
—Sí, pero sigo convencido de que Nube Gris no lo mató.
—Pues tendrás que demostrarlo.