23

Arrodillada a orillas del río, Edna limpiaba las truchas que Nube Gris y ella habían pescado momentos antes. Una vez más el indio le dejó usar la caña y con regocijo ella sacó dos buenas capturas que relucieron como el más bello premio a su éxito. Incluso el indio la felicitó, arrancándole un sonrojo. Oyó unos pasos a sus espaldas y sonrió.

—Vaya, Nube Gris, has sido muy rápido en ir a por el cubo. Ni siquiera me ha dado tiempo de limpiar la primera trucha.

—Veo que ese indio y tú os habéis hecho muy buenos amigos.

La voz de Joshua rezumaba desprecio. Se arrodilló junto a su hermana.

—No quiero que pases tanto tiempo con ese hombre.

—¿Por qué? ¿Porque es un indio? —exclamó Edna, agitando ante la nariz de su hermano la trucha que sostenía—. Ni siquiera te has molestado en conocerlo. Si nuestro padre viviera, no se sentiría muy orgulloso de ti. Él nos enseñó a respetar a las personas por lo que hacen, no por lo que son.

—Nuestro padre era un soñador y ya ves cómo le fue —escupió con rabia dando un manotazo al pez, que salió disparado por el aire—. Nos trajo a este agujero…

Indignada, Edna abrió los ojos como platos.

—¡No hables así de papá!

—¿Por qué? ¿Acaso pensó en nosotros cuando decidió llevar adelante su sueño? ¡No! Nos arrastró por medio país con tantas quimeras estúpidas en la cabeza que nos condenó a vivir como campesinos. Y ahora estamos solos, sin un centavo en los bolsillos, en medio de la nada.

Edna miró a su hermano como si fuera un desconocido. Se estaba convirtiendo en un hombre rencoroso que nada tenía que ver con el chico amable que la había protegido hasta entonces.

—Me avergüenzo de ti, Joshua… —susurró, apenada.

—Y tú me avergüenzas cada vez que te veo con ese indio. Pasas demasiado tiempo con él.

—Tú pasas mucho tiempo con Douglas y no te digo nada, aunque no me gusta. No creo que sea una buena influencia para ti. No para de provocar a Nube Gris, aunque este no le devuelve los insultos.

—Porque es un cobarde —replicó Joshua con desprecio.

—¡No es un cobarde! Si lo fuera no se habría tirado al río. Sin embargo tu amigo Douglas no hizo nada.

Molesto, Joshua lanzó con fuerza una piedra al agua. El hecho de que Nube Gris lo salvara de ahogarse seguía mortificándolo.

—Douglas estaba ocupado y no se dio cuenta.

—No, Joshua; yo estaba en la orilla y vi que Douglas se quedaba mirando sin mover un dedo. Fue Nube Gris quien se tiró al agua sin pensarlo. Luego te pusiste tan nervioso que podríais haberos ahogado los dos.

Sin argumentos para rebatirla, Joshua quiso cambiar de tema.

—No entiendo por qué no te gusta Douglas.

—No me gusta cómo mira a Emily. Hay algo en él que me inquieta.

Joshua soltó una exclamación de irritación.

—Estás imaginando cosas, Douglas no mira de ninguna manera a Emily. ¿Y tú qué sabes de cómo mira un hombre a una mujer? —añadió con una sonrisa de suficiencia.

—No puedo explicarlo, pero no me gustaría que nadie me mirara así.

—Eres una niña y no sabes lo que dices. Pero yo soy tu hermano mayor, sé qué es mejor para los dos y te ordeno que no pases tanto tiempo con ese indio. Ese sí que podría tener intenciones sospechosas. Ya se sabe cómo tratan los indios a las mujeres blancas.

—¡No sabes nada! —gritó ella—. Nube Gris siempre es respetuoso conmigo…

Incapaz de controlar su ira, Joshua agarró a Edna por el brazo sin darse cuenta de que estaba clavándole los dedos. Ella emitió un gemido.

—Suéltala —ordenó una voz pausada.

Detrás de ellos, Nube Gris se mantenía erguido con un cubo en una mano y una navaja en la otra. Joshua advirtió el brillo letal en los ojos de obsidiana y por un momento vislumbró al guerrero que el indio habría sido si hubiera vivido con su gente. El miedo le azotó, no obstante alzó la barbilla con bravuconería.

—Lárgate, Edna y yo estamos hablando.

Los ojos del indio fueron a los de la joven y percibió su dolor y el miedo que la embargaba. La rabia lo azotó por dentro.

—Solo veo que le estás haciendo daño.

Joshua tomó conciencia de lo que estaba haciendo y soltó a su hermana como si le quemara la mano. Sintió que se ruborizaba de vergüenza. Nunca había lastimado a Edna y ahora ella se sostenía el brazo justo donde él la había sujetado. La expresión herida en los ojos de su hermana lo mortificó.

Se puso en pie de un salto y se alejó sin mirar atrás.

Nube Gris se arrodilló junto a la joven dejando el cubo y la navaja a un lado. Se quitó el pañuelo del cuello para mojarlo en el agua fresca y se lo pasó por las rojeces que los dedos de Joshua le habían dejado en el brazo. Lo hizo todo con una suavidad exquisita que arrancó una mueca a Edna.

—Lo siento —susurró ella—. No es el mismo desde que nuestros padres murieron. Creo que está asustado, pero nunca lo admitiría. Es demasiado orgulloso para pedir ayuda o hablar de sus temores.

—El orgullo es el peor de los consejeros —opinó Nube Gris sin mirarla a los ojos, porque no soportaba verla tan afectada—. ¿Te duele?

—Un poquito.

El indio volvió a mojar el pañuelo y se dedicó a pasárselo por el brazo, refrescando la quemazón.

—Si pasar tiempo conmigo ha de traerte problemas con tu hermano, es mejor que guardemos las distancias.

Aquellas palabras alarmaron a Edna. Si bien al principio el indio la había asustado, desde hacía unos días buscaba su compañía. A su lado se sentía segura, más de lo que nunca estuvo junto a su hermano, aunque eso la abochornara.

—No, por favor. Me gusta pescar contigo y con Cody. Me gusta hablar contigo, me das… —agachó la cabeza—, me das paz…

Nube Gris sonrió con tristeza. Se fijó en su mano cobriza, que sostenía el brazo pálido de Edna; una diferencia de color que siempre supondría una barrera entre ellos.

Llevaba más de cinco minutos sentado sobre un tronco seco. El silencio los envolvía, aunque a lo lejos se oía el trinar de los pájaros y el gorgoteo del río a sus espaldas. Cuando Sam sintió el tirón de Cody en la manga, dejó de cepillar a Rufián. Algo en el rostro del niño le indicaba que se trataba de un asunto muy serio. Echó un vistazo por encima del hombro buscando a Emily y esta se encogió de hombros con una sonrisa divertida. Le dio a Kirk el cepillo con el que estaba cepillando su caballo y atendió al pequeño.

—Tenemos que hablar —anunció Cody con solemnidad.

Sam asintió y echó a andar al compás de los pasos cortos del niño. Se alejaron lo suficiente para que nadie los oyera, y allí estaban desde hacía cinco minutos. Cody andaba cuatro pasos hacia un lado y volvía en sentido contrario delante de él. Tenía las manos metidas en los bolsillos y la cabeza agachada, en señal de concentración. Se le veía la nuca frágil, delicada a la luz del sol.

—Soy el hombre de la casa mientras él no esté —dijo de repente Cody, sin levantar la mirada del suelo ni interrumpir su paseo—. Y tengo que asegurarme de que mi madre sea feliz.

Sam asintió con un «hum» que animó al pequeño a seguir. No era necesario preguntar quién era «él».

—Antes mi madre lloraba mucho y eso no me gusta, pero, desde hace un tiempo, sonríe y se ríe, y eso sí que me gusta…

Sam reprimió una sonrisa. Cody se parecía más que nunca al hombre que sería en el futuro, respetuoso, trabajador y honrado. No entendía que un desalmado como Gregory pudiera haber contribuido en la creación de un niño tan asombroso.

—Eso está muy bien, significa que eres un buen hijo.

Cody asintió muy serio, aunque su pecho se hinchó de orgullo, porque esas palabras en boca de Sam eran todo un halago.

—Quiero que mi madre sea feliz —insistió—, y me gustaría que te quedaras con nosotros porque ella te quiere… Y yo también —remató en un susurro.

Una oleada de emociones invadió a Sam dejándolo tan aturdido como si hubiera recibido un puñetazo. Deseó coger en sus brazos al pequeño y estrecharlo contra su pecho, pero se contuvo con un nudo de nervios en la garganta, porque Cody obviaba algo indiscutible. Decidió hablarle con total sinceridad, de hombre a hombre.

—Gregory podría regresar, y la ley está con él. Es el marido de tu madre y es tu padre.

Cody dejó de andar y clavó la mirada parda, tan parecida a la de su madre, en sus ojos.

—Pero él es malo y, si algún día regresara, volvería a hacer llorar a mamá… —La voz se le quebró.

Sam no pudo aguantar más: lo cogió entre los brazos y lo estrechó cálidamente. Le resultaba extraño sentirlo tan pequeño, tan delicado, tan quebradizo como su madre. Enterró la nariz en el pelo suave, que olía a sueños por cumplir, a inocencia y a dulzura. Era una réplica exacta de Emily y ambos le necesitaban, pero nunca serían suyos.

—No te vayas —susurró Cody con la voz entrecortada—. Si él regresara, podrías proteger a mi madre. No quiero que vuelva a llorar…

Sam cerró los ojos. ¿Cómo negarse a algo que todo su ser anhelaba? Y era protegerlos de un animal como Gregory.

—Yo sería bueno, lo prometo. Ayudaría en todo lo que pudiera, leería la Biblia todas las noches. Prometo que no me quejaría —barbotó el niño, con el llanto entrecortando su alegato.

Una enorme burbuja de felicidad se coló en el pecho de Sam. Cody era el hijo que cualquier hombre habría soñado tener; era fiel, voluntarioso, valiente a pesar de su corta edad. ¿Cómo podía resistirse a algo tan precioso? Sería muy sencillo hacer oídos sordos a su conciencia y quedarse para siempre, protegerlos, darles todo lo que sus manos y su corazón pudieran conseguir.

—¿Y si tu padre vuelve? —preguntó con voz áspera por la emoción.

—Le diremos que no le queremos —replicó el niño con firmeza—, y si tú estás a nuestro lado, él no se atreverá a hacernos daño. Se irá a otro sitio.

Sam sonrió con un deje de tristeza. Si fuera tan fácil, colocaría su alma en las manos de ese niño.

—No creo que sea tan sencillo. Pero puedo prometerte que me quedaré un tiempo; después ya veremos lo que hacemos.

Cody asintió contra el pecho ancho y fuerte, conformándose con esas palabras. Haría cuanto estuviese en sus manos para que Sam se quedara con ellos, aunque tuviese que trabajar hasta caer agotado. Sería el niño más obediente y más listo de la Tierra. Con ese convencimiento, se apartó y se limpió los mocos en la manga de la camisa.

—Tengo que preguntarte una cosa —añadió con la voz aún ahogada en un resto del llanto. Esperó a que Sam asintiera. Entonces se irguió todo lo que pudo—. ¿Tus intenciones son honradas?

Los ojos de Cody brillaban por las lágrimas.

Sam reprimió una carcajada ante la incongruencia de la situación, porque por muy honradas que fueran sus intenciones, Emily nunca sería suya, mientras la barrera de Gregory se interpusiera entre ellos. Con todo se tomó la pregunta en serio y se puso de rodillas frente al niño para mirarlo a los ojos. Se maravilló al encontrar tanta inocencia y ternura. Colocó las manos, que le parecieron muy grandes, sobre los estrechos hombros del pequeño.

—Te aseguro que si pudiera me casaría con tu madre en cuanto llegáramos a Dodge City y antes te pediría su mano, esperando que me dieras tu consentimiento.

—Te lo daría —aseguró el niño con una sonrisa de orgullo.

Era la última noche que pasaban todos juntos; al día siguiente llegarían a Dodge City. Después de la cena que compartieron en torno a la hoguera, Douglas y Joshua se fueron junto al ganado para montar la primera guardia. Sam y Emily se habían sentado contra una roca, a unos metros de los demás. Kirk tocaba el arpa de boca y Nube Gris lo acompañaba con una armónica. Tantearon unas notas hasta que se pusieron de acuerdo en una melodía y la música vibrante se elevó en la noche. Cody se puso en pie de un saltó y tiró del brazo de Edna para que lo acompañara en una danza alocada en torno al fuego. Cogidos de las manos, formaban una extraña pareja en la que no quedaba muy claro quién guiaba a quién, porque chocaban continuamente el uno contra el otro, estallando en carcajadas con cada tropiezo.

Emily sonrió al ver a su hijo tan feliz. Todavía no había preguntado a Sam de qué habían hablado, pero Cody se mostraba eufórico, como si hubiese vencido una dura prueba. Ella sostenía la mano áspera de Sam escondiéndola entre los pliegues de su falda. Se la apretó suavemente y él la miró.

—Creo que tengo que enseñar a bailar a mi hijo.

Sam soltó una suave carcajada devolviendo el apretón.

—Creo que sí. A este paso acabará pisoteando tanto a Edna que mañana ella no podrá caminar.

La joven giraba una y otra vez con Cody. La música que tocaban Kirk y Nube Gris invitaba a mover los pies con rapidez, tanto que los dos bailarines eran incapaces de seguirlos, provocando más estallidos de hilaridad.

—Edna no parece muy feliz de irse a vivir con su tía. Me ha contado el motivo y la entiendo. Le he asegurado que siempre tendrá un sitio en el rancho.

Sam observó a la joven y acto seguido se fijó en los ojos de Nube Gris, que no se apartaban de la grácil silueta femenina. Otra pareja que parecía abocada a una separación irremediable.

—No creo que a su hermano le haga gracia que Edna esté muy cerca de Nube Gris.

Emily soltó un suspiro cargado de pesar. La actitud de Joshua durante la cena fue más arisca que nunca y el joven parecía encontrar la compañía de Douglas mucho más interesante que la de los demás. Lo sentía por el muchacho, porque estaba encaminándose hacia el rencor y la intolerancia. Y el vaquero no haría más que emponzoñar las ideas de Joshua.

—Lo sé, pero Edna es lo bastante mayor para tomar sus propias decisiones. Yo tenía su edad cuando me casé. —Se mantuvo en silencio unos minutos con la vista fija en la joven. Se la veía tan alegre como lo había sido ella a esa edad, cuando todo le parecía tan sencillo que pensaba que bastaba con desear las cosas para conseguirlas—. Bueno, tal vez eso no sea del todo cierto. Ya no lo sé. A su edad cometí mi mayor error.

Sam le cogió la barbilla, obligándola a mirarle.

—No. Tienes un hijo que no estaría aquí si no te hubieses casado con Gregory. No olvides lo malo, pero piensa que algo bueno salió de tu matrimonio. Yo daría el brazo derecho por un chico como Cody. ¿Sabes qué me ha preguntado esta mañana?

Emily negó, conmovida por las palabras de Sam.

—Me ha preguntado si mis intenciones eran honradas.

Los dos se echaron a reír, pero detrás de esa risa se escondía la verdad que ambos conocían. Con la sombra de Gregory interponiéndose entre ellos, por muy profundos que fueran sus sentimientos, los juzgarían por no estar casados y a ella, en concreto, la despreciarían por estar con un hombre que no fuera su legítimo marido.

—También me ha pedido que me quede en el rancho —siguió Sam.

—¿Y qué le has contestado? —inquirió ella con el corazón encogido.

—Lo mismo que te dije a ti…

Emily cerró los ojos, desolada al oír esas palabras.

—Mírame —susurró Sam. Cuando ella alzó los párpados, las lágrimas empañaban sus ojos. Le acarició una mejilla con los nudillos—. No puedo prometerte nada más, Emily. No quiero arrastrarte en una espiral de chismorreos malintencionados y desprecio. Si por mí fuera, te llevaría conmigo, pero tienes una vida, una familia, gente que te necesita. No puedes abandonarlos.

—Pero lo que más temo es perderte. ¿Qué harás cuando te marches? ¿Volver a una vida solitaria?

Sam negó en silencio apoyando la frente en la de ella.

—Entiende que te estoy protegiendo de la mejor manera que puedo. Vives en un rancho aislado y necesitas a tus vecinos. Si me quedara, estarías en el punto de mira de medio condado. Algunos tendrían la prudencia de mantener la boca cerrada, pero muchos otros se encargarían de señalarte como una mujer adúltera, y tarde o temprano el rechazo se haría evidente. No conmigo, sé que delante de mí se callarían, pero contigo sería diferente, y por supuesto Cody se vería afectado. ¿Y qué haría yo entonces? ¿Quedarme de brazos cruzados o liarme a puñetazos con todos los que te señalaran con el dedo?

Emily fue a hablar, pero él le puso con suavidad los dedos sobre los labios.

—Ahora todo parece fácil, sin embargo dentro de unos meses podrías arrepentirte de tu decisión de enemistarte con todos por mí. Primero tienes que pensar en tu hijo; es todavía muy joven para enfrentarse a los demás. Solo te tiene a ti. Además, está el asunto del regreso de tu marido…

Ella esbozó una sonrisa trémula, Sam anteponía la felicidad de Cody a la suya propia.

—A pesar de todo esto quiero que sepas que te has adueñado de mi corazón y que nunca te olvidaré —susurró Sam—. Te deseo como jamás he deseado a ninguna mujer. Es tan fuerte que me asusta…

Emily saboreó las palabras de Sam hasta que se colaron lentamente en lo más hondo de su pecho con la agónica sensación de que nunca olvidaría ese momento, por mucho que viviera. El destino, en un juego cruel, había puesto en su camino a un hombre que la amaba con una intensidad que nunca creyó posible, y sin embargo ella tendría que conformarse con los recuerdos de las pocas semanas que vivieron juntos.

—Yo también te amo, Sam —susurró con voz ronca de emoción—. Te amo tanto que a mí también me asusta.

No obstante, una nube ensombreció ese trance de absoluta felicidad. Sam la deseaba, y eso la preocupaba. Las relaciones íntimas entre un hombre y una mujer no eran un misterio para ella, pero lo poco que sabía evocaba recuerdos desagradables, una sumisión que la había mortificado y dejado dolorida. Pese a ello, los besos de Sam provocaban emociones turbulentas en su interior, despertaban anhelos que Emily ni siquiera había sospechado, lo que la llevaba a preguntarse cómo sería intimar con Sam, sentir su cuerpo firme sobre el suyo, notar el roce de su piel. El mero hecho de imaginárselo bastó para despertar un palpitar desconocido en sus entrañas. Pero ¿y si decepcionaba a Sam? ¿Y si con él también resultaba una experiencia desagradable?