21

Era todavía noche cerrada cuando Emily se arrastró fuera de la manta. Le tocaba guardia y se enfrentaba a ello con una mezcla de sentimientos que la había mantenido despierta gran parte de la noche. Aceptó con un gruñido de agradecimiento la taza de café que Nube Gris le tendía, pero al dar el primer sorbo estuvo a punto de atragantarse con el líquido ardiente que se deslizó por su garganta hasta caer como una bola de fuego en el estómago.

—Cuidado, quema —le dijo un poco tarde el indio con una sonrisa en los labios.

—Gracias por avisar —espetó ella con voz ahogada—. ¿Qué haces levantado a estas horas? Esta noche no te tocaba guardia.

—Me he despertado hace un buen rato y he preparado café. Sam ya está junto al ganado. Me ha dicho que, si estás de acuerdo, yo podría hacer tu guardia.

Emily entrecerró los ojos, irritada.

—Dije que haría la guardia esta noche y la haré.

Se puso en pie y se bebió lo que quedaba en la taza con una mueca. Caminó hasta el carromato para coger el cinturón con el Colt en su funda. Se lo colocó con gestos precisos y fue hacia la mancha oscura que formaba el ganado en la pradera, donde sin duda estaría Sam. Ignoraba cómo se comportaría con ella, porque desde que regresaron de recoger leña, apenas si se habían dirigido la palabra. Incluso Emily tenía que admitir que se había mostrado brusca con él. El hecho no había pasado desapercibido a los demás, que los espiaron sorprendidos… Todos menos Douglas, quien los observó con una sonrisa de satisfacción en los labios.

Lo localizó al instante, recostado contra un árbol. Decidió que no quería verle la cara de momento. Seguía enfadada con él por ser tan terco, por haber decidido sin contar con ella lo que era mejor para ambos. Con todo, a pesar de la indignación, sus emociones seguían bullendo en ella como un caldero a rebosar de anhelos con respecto a Sam. Aquella paradoja la enloquecía. ¿Cómo podía estar enfadada con él y desear que la besara hasta dejarla aturdida? Hasta entonces el único amor que la había colmado de tal manera era el que su hijo le inspiraba, pero lo que Sam despertaba en ella era como una tormenta desatada. Por primera vez quería pensar en ella, en lo que su corazón reclamaba a gritos. Estaba cansada de ser la última en enterarse de todo, incluso de lo que la afectaba directamente, como su futuro o sus sentimientos.

Pensando en todo lo que había dicho en el bosque llegó a la conclusión de que no había sido un arrebato del momento. Llevaba días cavilando acerca del posible regreso de Gregory, consciente de que entonces debería enfrentarse a su marido, pero cuando llegara ese momento habría una diferencia de peso, y era que ya no le temía, al menos ya no se sentía amedrentada con el mero hecho de pensar en él. La llegada de Sam supuso un punto de inflexión, pero el cambio ya se había producido antes. Desde que su marido se fue, poco a poco volvió a disfrutar con la promesa de un día lleno de posibilidades sin que nadie la humillara. Paulatinamente fue descubriendo que era capaz de decidir por sí sola sin temer las consecuencias. Y luego Sam la hizo sentirse mujer, lo único en lo que no había pensado hasta entonces.

Se acercó a la orilla del río y mojó su pañuelo para pasárselo por la cara y el cuello. El agua fresca la espabiló. Permaneció en cuclillas observando la corriente oscura que fluía incansable. Los dos perros se acercaron gimoteando y le lamieron la cara en señal de bienvenida. Los acarició distraída hasta que se alejaron, perdiéndose en la noche.

Había exigido a Sam que se marchara en cuanto llegaran a Dodge City, eso era lo único que había dicho sin pensar, con la intención de herirle, pero ese pensamiento la estaba atormentando. Ignoraba cómo hacerle saber que no quería que desapareciera de su vida.

A sus espaldas oyó el crujido de una rama al partirse. Inhaló para darse unos segundos antes de enfrentarse a él. Se puso en pie, limpiándose en la falda las manos temblorosas. Al darse la vuelta no vio más que una silueta delineada por la luna creciente. Frunció el ceño: algo en aquella presencia no le cuadraba. Si se trataba de Sam, ni el sombrero ni la estatura eran los que correspondían. Cuando cayó en la cuenta de que se encontraba frente a un desconocido, este se le echó encima tapándole la boca con una mano y sujetándola con fuerza contra su cuerpo. El olor agrio a sudor le llegó como una bofetada, así como el tufo a alcohol del aliento de su agresor.

Intentó gesticular, gritar para pedir ayuda, pero recibió una bofetada que la dejó aturdida. Las rodillas le flaquearon y habría acabado en el suelo de no haber sido por el brazo que la sostenía. Desorientada, notó que el tipo le metía un trapo en la boca y la arrastraba hacia la zona más frondosa del bosquecillo. En ese momento el pánico se adueñó de ella y le dio fuerzas para forcejar, entorpeciendo los pasos de su raptor. Este la tiró al suelo. Emily se dio con la cabeza contra un tronco caído, lo cual no hizo más que aumentar su aturdimiento y el miedo que la embargaba, porque el hombre se le echó encima manoseándola con brusquedad. Intentó escupir el trapo al tiempo que hacía lo posible por liberarse las muñecas, que el desconocido le sujetaba con una mano. La bilis le subió a la garganta cuando notó la otra por debajo de la falda. El contacto le revolvió el estómago y le erizó la piel. Los gritos se le quedaron atascados en la garganta y apenas si lograba respirar por la nariz. Una arcada la sacudió y temió ahogarse, aunque ese era el menor de sus problemas, porque comprendió que su atacante pretendía violarla.

Se removió cuanto pudo para que la mano no siguiera subiendo por la pierna, mientras volvía la cara de un lado a otro huyendo de la boca húmeda que se restregaba contra sus mejillas, bañadas en lágrimas. No podía creer que le estuviera sucediendo algo así, a escasos metros del campamento, con Sam apostado al otro lado. Pese a la fetidez del aliento de aquel tipo, que seguía provocándole arcadas, Emily se centró en intentar arquearse, patalear, todo cuanto pudiera con tal de alejarlo, aunque solo fuera unos centímetros. Sin embargo todo aquello parecía incrementar la excitación del hombre, porque su respiración se aceleraba al tiempo que se restregaba con más fuerza contra ella. En su mente un grito de desesperación brotó, una llamada hacia Sam. ¿Por qué no la buscaba? ¿Por qué no iba hacia donde ella debería haber estado? El llanto se intensificó, lo que la impedía respirar por la nariz. Volvió a retorcerse en vano y notó que el cuerpo se le bañaba en un sudor helado. Soltó un grito ahogado por la mordaza cuando la mano del hombre dio un tirón a la cinturilla de los calzones. Las lágrimas se le deslizaban por las sienes hasta perderse en el cabello y apenas si notaba las manos, insensibles debido a la fuerza con que se las agarraba. Aquello no podía estar pasándole, no podía suceder. Cerró los ojos sintiéndose más indefensa que nunca.

De repente notó que el hombre dejaba de moverse. Al cabo de un instante una sustancia espesa y tibia se le deslizó por la cara. Se vio liberada del peso que la oprimía, al tiempo que oía el golpe sordo de algo macizo que caía su lado. No se atrevió a abrir los ojos, aún aterrada. Se sobresaltó al percibir que le quitaban la mordaza.

—Emily… —Era la voz de Sam. Le pasaba un pañuelo por el rostro mientras la ayudaba a sentarse—. ¿Estás bien? Háblame. Abre los ojos, ya no hay peligro.

Cuando la abrazó, Emily rompió a llorar y se agarró a Sam para asegurarse de que la pesadilla había acabado, temblando con tanta intensidad que los dientes le castañeaban. Sam le acariciaba el pelo sosteniéndola muy pegada a él, y eso fue lo único que importó. La fortaleza de su cuerpo era como una roca a la que aferrarse para no ponerse a gritar.

Sam no podía soltarla, su corazón latía tan rápido en el pecho que amenazaba con desbocarse. La había visto pasar de largo y decidió darle unos minutos de tranquilidad antes de ir a hablar con ella. Si hubiese tardado un poco más en decidirse… Aquel pensamiento le heló la sangre.

—¿Estás bien? —preguntó, temiendo la respuesta. Apenas si reconoció su propia voz, cargada de furia y desesperación.

Emily asintió contra la camisa de Sam. No se atrevía a separarse de él y ver el cuerpo de su agresor, porque intuía que estaba muerto. Tragó con dificultad.

—Sí, estoy bien —logró responder con voz ronca.

—¿Puedes ponerte en pie?

Emily no tenía muy claro si sus piernas la sostendrían. Se pasó una mano por la cara y notó de nuevo la humedad espesa que minutos antes se le había deslizado por el rostro. No necesitó preguntar qué era: el olor metálico se lo decía todo. Era la sangre del hombre que había estado a punto de violarla. Rompió a llorar de nuevo, incapaz de controlarse. Se sentía más humillada que nunca e inútil por no haber pensado en desenfundar su arma y disparar. Debería haberse defendido con más fuerza, debería haber sido capaz de quitarse a ese hombre de encima, pero se había sentido vulnerable, incapaz de actuar con frialdad. Una vez más el miedo la había dominado.

Sam cerró los ojos, apoyó la mejilla en la coronilla de Emily, que temblaba en sus brazos, y la estrechó con más fuerza. La sed de venganza lo azotaba por dentro hasta desear salir corriendo y asestar golpes a todo lo que se le pusiera por delante. Podrían haber violado a Emily a pocos metros de donde estaba él. Todos los sentimientos que ella despertaba en él emergieron hasta dejarlo aturdido; comprendió que la amaba más que a su vida y en ese momento supo que nunca podría renunciar a ella, aunque esa misma tarde hubiese asegurado que lo mejor para ellos era alejarse de su vida. Pero antes de dejarse llevar por el amor que colmaba cada rincón de su ser, tenía que averiguar si aún existía la posibilidad de que el agresor tuviese cómplices escondidos cerca. Emitió un silbido que rompió la quietud de la noche.

Nube Gris apareció a los pocos minutos, corriendo sigilosamente, y se arrodilló junto a ellos.

—¿Qué ha pasado?

La escasa luz nocturna no le impidió distinguir la ropa desgarrada de Emily y la sangre que le manchaba la cara. Buscó los ojos impenetrables de Sam, que le parecieron dos esquirlas de hielo.

—Un hombre ha intentado agredirla. —Señaló con la cabeza detrás de él—. Mira a ver si su cara te suena.

El indio asintió, y en silencio hizo lo que Sam le había pedido. Regresó al momento.

—Es uno de los tres tipos que me golpearon en el rancho, el que intentó llevarse a Emily.

—Hombres de Crawford —murmuró Sam sin dejar de abrazar a Emily.

Aquellas palabras parecieron sacarla de su desconsuelo, porque de pronto levantó la cabeza.

—¿Es un hombre de Crawford? —preguntó con un hilo de voz.

Nube Gris asintió sin dejar de mirar a Sam. Los dos sabían lo que tenían que hacer: los otros dos estarían cerca y era necesario encontrarlos, porque era cuestión de tiempo que atacaran de nuevo.

Sam obligó a Emily a ponerse en pie y la llevó de nuevo a la orilla del río. Cogió el pañuelo que el indio le tendió y lo humedeció en el agua para limpiarle las manchas de sangre. Ella permanecía aferrada a él, negándose a perder la seguridad que le brindaba su contacto. Sam emitió ruidos reconfortantes sin dejar de pasarle la tela por la piel sudorosa y acto seguido la besó en la frente con toda la ternura de que fue capaz.

—Ahora vete con Nube Gris.

—¿Y tú? —quiso saber ella, agarrándole el chaleco con las manos crispadas.

—Voy a asegurarme de que no hay más peligro.

Emily negó con la cabeza.

—No te vayas, no te alejes de mí —rogó con un deje de pánico en la voz—. No sabes cuántos son, podrían matarte.

Sam sonrió sin ganas. Emily le pedía que no se alejara de ella, casi como si quisiera protegerlo, cuando en realidad apenas si se sostenía en pie. Tal vez ella no comprendiera lo que se proponía, pero era necesario tomar medidas drásticas para que Crawford entendiera que no se estaba enfrentando a una mujer sola e indefensa. Le acarició el suave cabello y se lo remetió detrás de las orejas. Se sorprendió a sí mismo al advertir la ternura implícita en sus gestos: hacía mucho que no se permitía expresar sus sentimientos y había llegado a pensar que con el paso de los años estos se habían desvanecido para siempre. Pero Emily reavivaba emociones que creía muertas. Sin dejar de mirarla a los ojos, se dirigió a Nube Gris.

—Despierta a Joshua y a Douglas, que estén pendientes del ganado. Tú quédate con las mujeres y Cody.

El indio asintió y cogió por los hombros a Emily, que empezó a debatirse. Sam le tomó el rostro entre las manos.

—Ve con Nube Gris, con él estarás segura. Yo regresaré enseguida.

La mirada pálida de Sam le transmitió paz por primera vez desde que el hombre de Crawford se le echara encima. Lo abrazó con fuerza y cerró los ojos, temiendo por él. Inhaló el olor de su cuerpo, que, para entonces, ya era capaz de reconocer entre una multitud. En el breve tiempo que llevaban juntos, desde que lo vio en el almacén de los Schmidt, Sam había pasado a ocupar un espacio inmenso en su corazón, un lugar que hasta entonces había permanecido en la sombra. Disfrutó de la caricia de la mano grande que le peinaba el pelo con mimo. Escondió el rostro contra su cuello y le besó, saboreando la piel que anhelaba tocar como si fuera el cielo. Allá donde estuviese Sam, ese era su hogar. Con todo se separó de él, solo para recibir un último beso tan ligero que casi creyó soñarlo.

Caminó junto a Nube Gris, que le había pasado un brazo por los hombros en un gesto protector. Volvió la vista atrás y se encontró con la mirada de Sam, que no la abandonaba. La ternura que segundos antes había vislumbrado en él había desaparecido por completo y, pese a la oscuridad, no le pasó desapercibida su máscara de frialdad, la de un hombre listo para matar. Comprendió que Sam estaba dispuesto a llevar la venganza hasta las últimas consecuencias y esa certeza la estremeció de horror. Quiso retroceder, volver a su lado y pedirle que no lo hiciera, que abandonara su intención de ir a por los cómplices del hombre que la había agredido. Poco le importaba que intentaran robar el ganado, el dinero o el rancho. No quería, no soportaba añadir más sangre a la que ya manchaba las manos de Sam, porque con cada hombre que mataba, Emily sabía que algo moría en él. Pero cuando se dio la vuelta de nuevo, Sam ya no estaba, y en su lugar los perros, gruñendo y gimiendo, husmeaban la sangre del hombre muerto. El corazón le dio un vuelco y se echó a temblar.

Nube Gris la estrechó contra sí, con los dientes tan apretados que le crujían. Entre sus brazos Emily tiritaba, todavía conmocionada por la agresión. Al verla tan frágil, pensó en ir tras Sam y acabar con los hombres de Crawford con sus propias manos. Ella era la única persona por quien sería capaz de dar la vida, con la excepción de Cody.

La llevó hasta la hoguera, donde Edna y Joshua los esperaban muy juntos, preocupados.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Edna, acercándose enseguida. Le echó a Emily una manta por encima y la condujo hacia la hoguera, junto a la que se sentaron.

—Un hombre ha intentado agredirla.

Joshua se llevó la mano al pelo en un movimiento nervioso.

—¿Uno de los que quemaron nuestra casa? —inquirió el joven.

—Sí, fue uno de ellos. ¿Dónde están Kirk y Douglas?

—Douglas ha dicho que necesitaba ir a lo suyo —explicó Joshua, señalando unos arbustos—, y Kirk ha ido a los caballos porque habían empezado a ponerse nerviosos.

—¿Dónde está Cody?

—Duerme dentro de la carreta, no se ha despertado.

Edna colocó una taza de café caliente en las manos temblorosas de Emily y la abrazó.

—Ya ha pasado todo… —Los ojos de la joven fueron a las manchas de sangre que destacaban en el cuello desgarrado de la blusa de Emily—. Esa sangre…

—No es mía —susurró ella, sin lograr despegar los ojos del camino por donde Rufián y Sam habían desaparecido.

Los pasos de Douglas se fueron acercando hasta que el resplandor de la hoguera le iluminó el rostro. Nada más percatarse del aspecto de Emily frunció el ceño.

—¿Qué está pasando aquí? —Se colocó de cuclillas frente a ella—. ¿Quién le ha hecho daño? —Buscó a su alrededor con suspicacia—. ¿Dónde está Sam? Tenía que montar guardia con ella… No habrá… —Sus ojos volvieron a Emily—. No habrá…

Emily entornó la mirada, porque las palabras de Douglas insinuaban algo que la enfurecía.

—Sam no me ha hecho nada malo, al contrario. Me ha salvado de ser violada —explicó con sequedad—. Y ahora se ha ido solo en busca de los cómplices, porque el que me agredió era uno de los hombres de Crawford.

Douglas palideció.

—¿Seguro que era un hombre de Crawford? ¿Y dónde está ese hombre ahora? —Apenas si conseguía controlar el nerviosismo que lo agitaba hasta hacerle sudar.

—Muerto —aclaró Nube Gris.

—No he oído ningún disparo —musitó Douglas, cuyos ojos iban de Emily al indio.

—No ha disparado —susurró Emily, estremeciéndose al recordar la sangre espesa y tibia sobre el rostro.

—Joshua y tú seguiréis con la guardia —organizó Nube Gris—. Yo me quedaré aquí con las mujeres.

Douglas estaba tan aturdido que no opuso resistencia a las órdenes del indio, como habría sido el caso en otras circunstancias. No podía dejar de pensar en que Jack no le había hecho caso y, en lugar de ir directo a Dodge City, había permanecido cerca de ellos hasta que Cass no pudo sujetarse los pantalones. Si Sam daba con Hank y él, el plan se venía abajo.