Emily agradecía que Edna se hiciera cargo de la carreta, lo cual le permitía ir a caballo junto a los hombres. Aunque eso supusiera un esfuerzo agotador, siempre era preferible a permanecer sentada, con horas por delante para pensar. Desde el beso, apenas si conseguía estar más de veinte minutos sin mirar a Sam. En su mente se repetía la escena una y otra vez, evocando el calor del abrazo, la suavidad de las caricias o el mareo que casi la dejó sin fuerzas cuando tuvo que separarse de Sam al oír la llamada de Cody.
Era una mujer casada y debería haberse sentido avergonzada, pero, al fin y al cabo, y para su mayor mortificación, fue ella quien le pidió que la besara. En ese momento le pareció correcto. Sin embargo, cuando las emociones se fueron asentando, vio con claridad la locura que la había llevado a los brazos de Sam. Desde entonces le echaba ojeadas sin atreverse a mirarlo a los ojos.
La noche anterior se reunieron todos en torno a la hoguera para cenar. No supo si fue fortuito o no, pero se encontró sentada a su lado, percibiendo el calor del cuerpo grande que se movía abarcando todo lo que le rodeaba, como si su aura necesitara más espacio que la de los demás. Emily sospechaba que no era otra cosa que su propio calor por tenerlo tan cerca.
La noche fue larga y le costó dormirse, así que supo cuándo Douglas se alejó del campamento y cuándo regresó. Fue consciente de los pasos sigilosos de Edna, que estuvo ausente un tiempo que le pareció largo y preocupante. Estuvo considerando la posibilidad de ir en su busca hasta que la oyó acostarse no muy lejos de donde se encontraba ella. Los ruidos de la noche le parecieron más inquietantes, la oscuridad que les rodeaba, más allá del resplandor del fuego de la hoguera, profunda y peligrosa, y por encima de todo, fue sensible a la presencia de Sam, aparentemente dormido envuelto en su manta.
¿Cómo podía dormir cuando ella vibraba con cada respiración? ¿Acaso el beso no había tenido la misma importancia para él? Aquella duda le revoloteaba en la cabeza desde entonces, y este fue el motivo de que saltara de alegría en cuanto vio que podía ir a caballo.
La pradera parecía no tener fin, salpicada de bosquecillos de arces y nogales. El cielo despejado anunciaba un día caluroso a pesar de estar aún en primavera, lo que auguraba horas sufriendo el azote del polvo y la irritación causada por el sudor en cada centímetro de piel que quedara al descubierto. En lo alto divisó una sombra planeando. Se protegió los ojos con una mano en forma de visera y admiró el vuelo elegante de un águila calva. Tan absorta estaba en su contemplación que no oyó que alguien se acercaba.
—Ponte un sombrero o te quemarás la cara.
La voz autoritaria de Sam la sobresaltó y se aferró con más fuerza a las riendas.
—Me da calor.
Él negó en silencio y, sin más explicaciones, estiró el brazo y le colocó sobre la cabeza el sombrero de ala ancha que colgaba en la espalda de Emily. Se lo encasquetó con decisión y le agitó un dedo bajo la nariz de manera admonitoria.
—No quiero estar pendiente de ti como si fueras una niña.
Aquellas palabras la indignaron. Se enderezó cuanto pudo sin caerse del caballo, que se removió intranquilo.
—No soy ninguna niña.
La sonrisa lenta y perezosa de Sam la pilló desprevenida, porque hasta ese momento él también había evitado quedarse a solas con ella.
—Lo sé, y por eso te vas a portar como una mujer sensata y responsable. Protégete del sol, no te alejes, no te rezagues. Si tienes una emergencia, lo que sea, avisa a quien esté más cerca de ti, pero bajo ningún concepto te quedes sola.
—¿Crees que esos hombres, los de Crawford, andan cerca?
—No es que lo crea, lo sé. Lo que ignoro es a qué esperan. Han tenido oportunidades de crear problemas, sin embargo se conforman con merodear de lejos como chacales esperando los restos de la carnaza.
—¿No podemos hacer nada?
—Podríamos explorar los alrededores, pero eso nos retrasaría y tendríamos que dividirnos. Tal vez sea precisamente lo que esperan. Si lo hiciéramos, eso dejaría el ganado desprotegido. No somos muchos para tantas reses, cada uno tiene su cometido. Creo que lo mejor es seguir adelante, tratar de llegar cuanto antes a Dodge City y vender el ganado. El problema también estaría a la vuelta.
—El dinero —musitó Emily, cada vez más preocupada.
—Sí, y es más lógico. Es arriesgado robar ganado marcado, pero el dinero desaparece enseguida. —Sam se encaminó hacia la cola de la comitiva con Emily a su lado—. De hecho, eso es lo que yo haría: esperaría que vendieras las reses y te robaría el dinero.
Emily le echó una mirada de soslayo, buscando algún indicio de si lo decía para asustarla.
—Sam, algunas veces creo que te empeñas en que te vea como el mismísimo demonio.
La respuesta fue una sonrisa sesgada de su compañero, lo que incrementó su aspecto de hombre despiadado, con el sombrero de ala ancha ligeramente caído sobre la frente y la barba tupida, que no hacía más que realzar los ojos claros.
—Y tú no puedes evitar parecer un ángel —replicó, dejándola sorprendida.
De Sam se habría esperado cualquier cosa, pero que la comparara con un ángel la dejaba sin palabras. Tardó unos segundos en reaccionar, todavía aturdida por la alegría.
—¿Y sueles besar a muchos ángeles? —preguntó antes de que su mente acertara a censurar sus palabras.
La sonrisa regresó, pero en su mirada brillaba de nuevo el fuego azul que la hipnotizó segundos antes de besarla tan solo un día antes.
—No, señora, aunque hubo unas cuantas que se parecían mucho a un ángel hasta que sacaban las uñas.
Emily achicó los ojos mirando al frente. No quería que vislumbrara los celos que palpitaban como fogonazos en su interior. Imaginar a Sam tomando a otras mujeres entre sus brazos se le antojaba insoportable. Soltó un suspiro de fastidio. No tenía ningún derecho a sentirse tan posesiva con el pasado de Sam, pero ¿qué pasaba con su futuro?
—No me arrepiento del beso de ayer —susurró sin atreverse a ver qué decían los ojos de Sam.
El silencio la impulsó a volverse. A su lado él clavaba la mirada al frente con el rostro inexpresivo. Emily agachó la cabeza. No debería haber sacado a relucir el beso, era una chiquillada. Para Sam no había sido más que uno de tantos en su larga vida, y teniendo en cuenta la escasa experiencia de ella, a juzgar por las recriminaciones de Gregory, habría sido el peor beso que jamás le hubiese dado una mujer.
—Yo tampoco.
Había tardado tanto en contestar que Emily se quedó desorientada, sin estar segura de si contestaba a sus palabras. Fue la mirada azul la que le confirmó que Sam y ella pensaban en lo mismo. Pero el momento apenas duró unos segundos, porque Nube Gris dio un grito y los dos advirtieron que un becerro y su madre se quedaban rezagados pastando tranquilamente. Sam volvió a prestar atención a Rufián y cabalgó hacia los dos animales, dejando a Emily dividida entre la más absoluta felicidad y el miedo a que un día Gregory volviera a su vida.
Un recodo en el río Smoky Hill fue el emplazamiento perfecto para pasar la noche. Emily se apeó de Sansón con un quejido involuntario. Le dolía todo el cuerpo y cada paso le pareció un suplicio hasta que los músculos se fueron relajando. Ayudó a Kirk a organizar el campamento con la ayuda de Cody y los hermanos Manning, mientras los demás se encargaban de los caballos junto a la orilla.
—Creo que podríamos probar suerte y echar el anzuelo para ver si esta noche podemos cambiar la cena —propuso Nube Gris al acercarse—. Empiezo a aborrecer la carne, sea como sea.
—Yo te ayudo —se ofreció Cody con los ojos brillantes de anticipación.
Edna buscó los ojos de su hermano esperando que se ofreciera, ya que a Joshua se le daba bien la pesca y siempre conseguía buenas capturas. No obstante, este se alejó sin emitir ni una sola palabra. Decepcionada, la joven agachó la cabeza. Nube Gris le había salvado en el río, sin embargo, Joshua seguía resistiéndose a admitir que le debiera algo a un indio.
—Yo voy a buscar un cubo para meter todas las truchas que saquéis del río —propuso ella, con la intención de aportar su granito de arena a la cena.
Ignoró la mirada airada de Joshua y fue a la parte trasera de la carreta. Allí se encontró con Emily, quien se proponía ir al río para hacer la colada. Esta la recibió con una sonrisa.
—Pídele a Nube Gris que te enseñe a pescar. A mí me enseñó cuando éramos pequeños y se le da muy bien. —Se rio mientras sacaba el cubo que la chica necesitaba—. Era nuestro acuerdo: él me revelaba todos los secretos de la pesca o cómo poner trampas, y a cambio yo le enseñaba a leer y escribir. Le repetía como un loro todas las lecciones que recibía de mi madre.
Edna ladeó la cabeza y buscó al indio, que en ese momento estaba hablando con Sam.
—¿Quieres decir que os habéis criado juntos?
—Bueno, no del todo. Yo tendría unos once años cuando mi padre encontró a Nube Gris, solo y enfermo, y desde entonces ha estado conmigo. —Emily le tendió el balde y la miró a los ojos—. Es un buen hombre, no te fijes solo en el color de la piel. Es noble, leal y generoso.
Edna agachó la cabeza sin saber si Emily le estaba pidiendo algo o si esperaba una respuesta. Llevaba dos días observándolo cuando él no se daba cuenta y su opinión con respecto a Nube Gris iba cambiando a medida que lo conocía mejor. Pero mientras su hermano se negara a aceptar que no era un salvaje, le sería imposible indagar un poco más. De hecho, ir a pescar con él le supondría discutir con Joshua. Como no se sentía segura de lo que debía decir, prefirió cambiar de tema.
—¿Quieres que te ayude con la colada?
Emily frunció ligeramente el ceño, pero sonrió.
—No, ve y traed mucho pescado, porque estamos todos famélicos.
La observó mientras se alejaba en pos de Nube Gris y Cody, que charlaban animadamente entre risas y empujones. Edna le caía bien. Era una chica dulce que le recordaba algo de ella. Por desgracia su hermano la controlaba demasiado, como si la chica fuera una propiedad. Era evidente que los dos se querían y estaban pendientes el uno del otro, pero Joshua ahogaba cualquier iniciativa de la joven.
Miró por encima del hombro cuando oyó a Kirk andar entre rezongos.
—¿Qué te pasa?
—Me duele la pierna —se quejó el viejo con una mueca.
Emily se acercó a él y le peinó inútilmente el pelo alborotado.
—Esta noche puedo montar la guardia en tu lugar. Descansa y duerme toda la noche.
Kirk abrió los ojos como platos de pura indignación.
—¿Estás loca, mujer? No puedo consentir que hagas una cosa así. Además, tienes tan mala puntería que podrías acabar matando a cualquiera de nosotros si te asustaras.
—Gracias por tu voto de confianza —replicó Emily.
Kirk se rio por lo bajo.
—No hay mejor sirope de arce en todo el condado que el tuyo, incluso montas a caballo mejor que muchos hombres, pero eres un desastre con un revólver.
En un arranque de ternura que Kirk escasas veces dejaba entrever, le pellizcó una mejilla.
—Estoy orgulloso de ti, pequeña. Algunas mujeres se habrían quedado en casa esperando que sus problemas se solucionaran solos, pero tú has tenido valor suficiente para decidir llevar el ganado a Dodge City. Tu padre se habría sentido muy orgulloso de ti, tanto como si hubieses sido un varón.
Las palabras del anciano conmovieron a Emily, que apretó los labios en un lastimero intento de reprimir las lágrimas que le empañaban la mirada. Su padre no fue un hombre cariñoso, nunca tenía tiempo para ella, y Emily siempre sospechó que habría preferido tener un hijo, un digno heredero para el rancho.
—¿Tú crees?
—Desde luego. Greyson tenía sus defectos, lo sé, pero siempre supo reconocer el mérito de los demás…, al menos antes de perder a Louise.
Sus palabras se perdieron en un suspiro, porque los dos recordaban al hombre derrotado por la pérdida de su esposa, la única persona capaz de arrancarle una sonrisa y de sacar el lado más bondadoso que se escondía tras la fachada de insensibilidad. Y en un mutuo acuerdo, ninguno de los dos hizo referencia a Gregory, que se aprovechó de la debilidad de Greyson para campar a sus anchas en un rancho que no le pertenecía aún, y encima despreciar a Emily, aunque sin ella nunca habría logrado su objetivo.
Al oír unos pasos a sus espaldas, se recompusieron al momento y vieron que Sam se acercaba a ellos. Truman los observó detenidamente, sobre todo a Emily, que lucía un brillo sospechoso en los ojos.
—¿Va todo bien? —inquirió, suspicaz.
—De maravilla —le aseguró ella con una sonrisa trémula—. Le estaba diciendo a Kirk que descansara esta noche, porque le duele la pierna.
Kirk fue a protestar, pero Sam alzó una mano para acallarlo.
—Tiene razón. Cojeas cada vez más y, si no descansas, al final llegarás a Dodge City arrastrándote. Emily y yo haremos la última guardia. —Buscó a su alrededor hasta que vio a Joshua—. Josh, harás la primera guardia con Douglas.
El joven asintió sin mucho entusiasmo. Hasta entonces había dormido a pierna suelta toda la noche, pero Sam opinaba que ya era hora de hacerle partícipe del trabajo que suponía vigilar el ganado. No era necesario ser un lince, con tener los ojos bien abiertos era suficiente.
—¿Quién te ha nombrado el jefe de todos nosotros?
Douglas, cuya voz les llegó desde el otro lado de la carreta, apareció al momento con el ceño fruncido y la airada mirada clavada en Sam. La inquina era tan evidente que Emily estuvo a punto de retroceder, pero enseguida se esforzó por mantenerse erguida.
—Sam hace lo que es mejor para todos nosotros. Dime una sola cosa que nos haya perjudicado. Hace más guardias que nadie, algunas noches apenas descansa y nadie le ha oído quejarse. —Según iba defendiendo a Sam, la voz de Emily iba tomando un cariz cada vez más autoritario e indignado por la actitud de Douglas—. Apruebo cada una de sus decisiones, y espero lo mismo de todos vosotros. —Echó una mirada a Joshua—. Sam te ha dado una orden y sigues ahí plantado. ¿A qué esperas? —Volvió su atención a Douglas—. Y lo mismo te digo.
Los dos se alejaron, pero Douglas echó una última mirada a la pareja y Emily se estremeció por el odio que captó en sus ojos.
—Está cada vez más arisco —señaló Kirk—. No me gusta su actitud. Deberíamos vigilarle.
Sam asintió sin pronunciar palabra. De momento le importaban poco las miradas cargadas de odio de Douglas, no era la primera vez que un hombre se enfrentaba a él. Sin embargo las palabras de Emily todavía le retumbaban en los oídos. Su confianza era ciega, y su lealtad, abrumadora.
—¿Sam?
La voz interrogante de Kirk lo sacó de sus cavilaciones.
—Sí —contestó distraído—. Habrá que echarle un ojo. Y tú descansa —ordenó a Kirk—. Emily, montaremos guardia, pero primero iremos a por leña para la lumbre.
Era consciente de su tono autoritario, pero estaba demasiado turbado como para controlarse. Algo hervía en su interior, algo que pugnaba por salir sin averiguar si era bueno o malo.
—Pero iba a hacer la colada —adujo Emily.
—Por una vez, que la haga Edna. ¿Dónde se ha metido?
—La he mandado a pescar con Nube Gris y Cody.
—Pues ya te ayudaré yo después de recoger la leña.
—¿Tú? —exclamó Emily, atónita. Imaginarse a Sam lavando la ropa en el río le parecía tan inconcebible como verle andar sobre las manos.
Él le echó una mirada retadora.
—He sabido arreglármelas durante muchos años sin una mujer o una madre que me hicieran la colada. No creo que sea una tarea tan difícil.
Kirk se rio mientras se alejaba con su paso irregular.
—Un hombre haciendo la colada —farfullaba entre risitas, como si Sam hubiese decidido ponerse lacitos en la barba—. Vivir para ver… lo que me faltaba…