Emily ya no podía permanecer sentada; la impaciencia por saber algo más la aguijoneaba hasta impedirle estarse quieta. Se bajó de la carreta y anduvo de un lado a otro observando a Cody. El pequeño jugaba a tirar piedras a los perros, que corrían, buscaban entre el pasto y regresaban dejándoselas a los pies.
Estaba tan concentrada en su hijo que se sobresaltó cuando oyó la voz de Douglas a su lado. El vaquero la miraba sin pestañear con una intensidad que la molestó.
—Ha sido un error —dijo él sin más explicaciones.
—¿A qué te refieres? No te entiendo.
Douglas dio un paso adelante y se plantó frente a ella, tapándole la vista.
—Dejar que ese hombre nos acompañe a Dodge City. No le conocemos, no sabemos nada de él. ¿Ha pensado que bien podría robarle el dinero una vez vendido el ganado?
Para Emily, la simple idea de que Sam pudiera robar algo era ridícula, pero se guardó de sonreír. La actitud dominante de Douglas la irritaba y se sorprendió a sí misma al constatar que no había dado un paso atrás como habría hecho en otras circunstancias. Con todo su actitud autoritaria, como si tuviese algún derecho, sin hablar de cómo se dirigía a ella, con una libertad fuera de lugar, la inquietaba. Cuando Gregory estaba en el rancho, Douglas nunca se había permitido las confianzas que se tomaba últimamente en su trato con ella. A los pocos días de la desaparición de su marido, empezó a dirigirse a ella con la misma familiaridad que Kirk o Nube Gris, con la diferencia que estos dos llevaban años formando parte de su vida y ella aceptaba la confianza de buen grado, porque representaban la familia que ya no tenía. Pero Douglas no era amigo suyo, ni siquiera le caía bien; lo toleraba porque no le quedaba más remedio.
—Tampoco sabíamos nada de ti, Douglas, como pasa con todos los vaqueros que buscan trabajo. Si todos tuviesen que dar su árbol genealógico o sus antecedentes, no podríamos contratar a nadie.
Douglas apretó los dientes y un músculo le tembló en la mejilla izquierda. De no haber sido por su perpetuo ceño fruncido y el rictus de la boca habría sido un hombre atractivo; aun así, Emily veía algo en sus ojos oscuros, sentimientos ocultos, emociones que parecía sofocar delante de ella y que la impulsaban a guardar las distancias sin saber de qué se trataba.
—Es un pistolero, un hombre peligroso.
Emily empezaba a impacientarse.
—Hasta ahora no ha hecho nada reprobable.
Para desagrado de ella, Douglas se hizo con la punta de la trenza, que descansaba sobre un hombro. Ensortijó el índice en el bucle que remataba la mata de pelo.
—Yo podría cuidar de usted, Emily. Lo sabe, ¿verdad? No necesita depender de un hombre como Truman.
De un manotazo, le quitó la trenza de las manos.
—No necesito que nadie cuide de mí, puedo hacerlo sola.
Douglas sonrió con ironía.
—Ya. Como hizo cuando Crawford fue al rancho la última vez, ¿no? Temblaba tanto que no sé cómo pudo llegar hasta la puerta. Reconózcalo: es una mujer débil que necesita a un hombre que vele por ella. Piense en su hijo, tan pequeño. ¿Podría usted protegerle? Piénselo bien, pero no tarde mucho o podría arrepentirse.
—¿Estás insinuando algo?
El grito de Kirk los interrumpió. Emily echó un vistazo a su hijo, que ya corría hacia Nube Gris. No sabía cómo interpretar las palabras de Douglas. ¿La había amenazado con hacerle daño a Cody?
—No te acerques al niño —espetó con la ira latiendo en su interior—. Y no tengas ninguna duda de que soy capaz de proteger a mi hijo.
Le dejó atrás al tiempo que se reunía con Nube Gris. Aún intranquila por las palabras de Douglas, decidió apartar de su mente al vaquero y se centró en su amigo, cuya expresión ceñuda revelaba su disgusto.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el señor Truman?
El indio se apeó de su montura y revolvió el pelo a Cody dándole las riendas, después sonrió a Emily para tranquilizarla.
—No te preocupes, Truman está a punto de volver. Nos hemos topado con una casa incendiada. Los dueños son dos hermanos muy jóvenes que se han quedado sin nada. Van a reunirse con su tía, que vive en Jacksonville. Sam y yo hemos pensado que podrían venir con nosotros hasta Dodge City. Allí tomarán el tren hacia el sur. ¿Te parece bien?
—¿Y quién te ha dado autoridad para que decidas? —espetó Douglas con malos modos.
Emily se sobresaltó al oírlo tan cerca. Sintió la tentación de mandarlo a paseo, alejarlo de una vez por todas de su vida. No obstante seguía necesitándolo, al menos hasta que acabara ese viaje; en cuanto pudiera le pagaría lo que le debía y esperaba perderle de vista.
—¿De qué autoridad me hablas? ¿De la que tú no tienes? —contestó el indio con una sonrisa ladeada.
Douglas se echó hacia él con la clara intención de golpearlo, pero Emily se interpuso entre ellos.
—¡No! No quiero peleas. Douglas, ve a ver si Kirk necesita ayuda.
El vaquero no apartó la mirada torva del indio y este tampoco retrocedió.
—No me hables así, indio asqueroso. No eres nadie, no lo olvides.
Nube Gris fue a replicar, pero Emily le puso los dedos sobre los labios para acallarlo.
—No, no repliques. —Se dio la vuelta para enfrentarse a Douglas—. Te he dado una orden, ve a ayudar a Kirk.
—Está muy equivocada al rodearse de estos hombres. Si Gregory estuviese presente…
—Pero no está —lo interrumpió ella secamente—, y yo decido, te guste o no.
Durante unos segundos, que a Emily le parecieron angustiosos, Douglas la taladró con un brillo en la mirada que la hizo estremecerse. Instintivamente quiso dar un paso atrás, huir de esos ojos amenazadores. Se asemejaban demasiado a los de Gregory, con la misma furia que podía estallar en cualquier momento. Recordó las palabras de Sam esperando encontrar el valor para seguir plantando cara a Douglas, pero el miedo empezaba a susurrarle que una retirada a tiempo siempre era lo más sensato. Casi sintió cómo su cuerpo retrocedía, dispuesto a ceder ante la mirada. No obstante Emily se irguió cuadrando los hombros, pese a los temblores que la sacudían por dentro con tanta fuerza que se sorprendió al hablar sin vacilar ni tartamudear como siempre le sucedía con Gregory.
—Obedéceme, vete con Kirk.
El reto entre ambos fue interrumpido por otro grito de Kirk a lo lejos saludando a Sam, que ya asomaba en lo alto de la colina. Como había dicho Nube Gris, iba acompañado de dos personas, un hombre y una mujer.
—¿Están heridos? —quiso saber Emily, echando a andar hacia los tres jinetes que se acercaban. Echó un vistazo por encima del hombro a Douglas, que seguía en el mismo sitio sin perderla de vista. Volvió a prestar atención a Sam, ignorando el miedo que se le colaba bajo la piel.
Una vez estuvo junto al caballo de este, se concentró en la pareja. La sorprendió que fueran tan jóvenes y parecían muy afectados. El hombre ayudó a la chica a bajar de la mula y se presentaron a Emily.
—Me llamo Joshua Manning y esta es mi hermana Edna.
En pocas palabras Sam la puso al corriente de todo y Emily estuvo de acuerdo con él.
—Por supuesto que podéis viajar con nosotros. Meted vuestras cosas en el carromato. Señor Truman, ya se ha hecho tarde. Podríamos buscar un sitio para acampar esta noche, de ese modo Edna y Joshua podrán asearse y descansar. Además, tengo ropa que lavar. —Se dio la vuelta para hablar con Nube Gris—. ¿Por qué no intentas cazar algo para la cena?
—Un disparo podría asustar el ganado —objetó Sam.
Nube Gris sonrió de oreja a oreja, pero sus ojos no se alejaban de los hermanos Manning.
—¿Es que no sabes que los indios somos unos demonios, que cazamos con las manos desnudas y matamos a nuestras presas a mordiscos?
Emily ahogó una expresión de sorpresa, ignorando que el indio lo decía por los hermanos, que lo observaron horrorizados. Nube Gris se dirigió en silencio hacia el carromato, donde se hizo con un arco y un carcaj lleno de flechas. Saludó a los demás alzando un brazo y soltó un grito espeluznante que hizo palidecer a los Manning. Acto seguido se alejó corriendo con el sigilo y la elegancia de un felino.
—¿Por qué ha dicho una cosa tan horrorosa? —preguntó Emily, asombrada por la actitud tan poco propia de su amigo.
Sam se rio por lo bajo.
—No lo sé. —Echó un vistazo de soslayo a los dos hermanos, quienes se mantenían unos pasos atrás. Sus rostros revelaban su conmoción—. Venga, tenemos que organizar unas cuantas cosas.
Al cabo de una hora, ya instalados cerca del río, Emily se alejó en compañía de Cody, cargada con una cesta llena de ropa sucia. Joshua y Edna la seguían para asearse y cambiarse de ropa. Sam pensó en ayudarla, pero en ese momento apareció Nube Gris; de una de sus manos colgaban tres liebres flácidas, la otra sostenía el arco, que se balanceaba con cada paso. A pesar de la ropa y el cabello corto, nadie habría dudado de su ascendencia. La piel cobriza, el cabello negro como la noche, y por encima de todo, los ojos oscuros lo delataban, aunque había algo más, algo que sin duda llevaba en la sangre: su capacidad para moverse siempre en silencio fundiéndose con el entorno. Sam se alegraba de que estuviera a su lado en lugar de tenerlo como enemigo, porque pese al carácter afable del joven indio no dudaba de su capacidad de matar si fuera necesario.
Mientras Nube Gris desollaba las liebres, Sam se puso a afilar ramitas para ensartar las piezas y asarlas sobre el fuego, al tiempo que Kirk preparaba un guiso de frijoles que acompañaría la carne. En un silencio amigable, Sam recordó las palabras de Joshua y eso rompió su sensación de tranquilidad. Estaba disfrutando de ese viaje a Dodge City, más de lo que habría imaginado, pero el peligro que se cernía sobre ellos, en concreto sobre Emily, empañaba su buen humor.
—Creo que los tres tipos que incendiaron la casa de los Manning eran el sobrino de Crawford y sus dos amigos.
—No me sorprende —replicó Kirk—, Crawford tiene que hacer lo posible para que Emily no consiga el dinero. El problema es averiguar qué estarán tramando.
—¿Por qué no aceptó Emily la oferta de Crawford? —preguntó Sam—. Se habría ahorrado muchos problemas.
Kirk emitió un gruñido de disgusto.
—Para empezar, la oferta de Crawford era ridícula. Se jacta de no querer aprovecharse de una mujer, sin embargo sabe que el rancho vale mucho más y es consciente de que ella está al límite. Además, sin la presencia de Gregory, no sabemos hasta qué punto sería válida una venta, ya que al casarse, todos los bienes de Emily pasaron a ser propiedad de su marido. Y por último, ella ama el rancho, ha nacido allí, es su hogar, el único que ha tenido.
Sam volvió la vista hacia el río, donde Emily estaría haciendo la colada, aunque no podía verla, porque los árboles creaban una pared que impedía distinguir la orilla. Por un estrecho sendero divisó a los hermanos Manning, que regresaban. No había rastro de Emily ni de Cody.
—Nube Gris, intenta no asustar a esos dos —pidió, señalando a los aludidos con la cabeza.
El indio emitió un bufido.
—Aunque me tirara al suelo para que me pisaran el cuello, seguirían considerándome un salvaje. La gente como ellos no ve más allá de sus prejuicios.
—Tal vez los hayan educado para temer a los indios —opinó Kirk.
Se sacó la petaca del bolsillo mientras estudiaba a los dos jóvenes, que caminaban sosteniendo una cesta entre ambos, y bebió un buen trago. Chasqueó la lengua con satisfacción y ofreció la petaca a sus compañeros. Nube Gris negó en silencio, pero Sam se sintió obligado a aceptar, de modo que bebió un poco. Notó el rastro que dejaba la bebida a su paso hasta asentarse en el estómago. Parpadeó varias veces.
—Dios, Kirk, si sigues bebiendo esto, te matará.
—Qué va, al contrario. Este whisky mata cualquier bicho malo, hasta las enfermedades.
Cuando Joshua y Edna se acercaron lo suficiente, Sam los interpeló:
—¿Y la señora Coleman?
—Está en el río lavando la ropa que le queda mientras su hijo se baña —explicó Joshua.
—Me ha pedido que tienda esto —indicó Edna, que hacía lo posible por no mirar hacia Nube Gris.
Los dos se veían limpios y por fin se les distinguía el rostro. Se parecían mucho, los dos tenían el cabello rubio muy claro, la piel blanca, de las que enrojecen enseguida al sol, y sus ojos eran azules, rodeados de pestañas espesas y coronados con cejas un poco más oscuras que el pelo. Eran de constitución delicada y estatura media; todo en ellos proclamaba a voces que no estaban acostumbrados a trabajar en una granja. Muchos soñadores embarcaban a sus familias en una odisea hacia el Medio Oeste en busca de tierras, aventuras y oportunidades, pero pocos eran los que conseguían adaptarse y salir adelante. Sam habría apostado cualquier cosa a que la historia de los chicos sería como la de muchas de esas familias. Los observó allí plantados, cohibidos y rehuyendo mirar hacia donde se encontraba Nube Gris. Aquello volvió a molestarle, pero entonces se fijó en lo jóvenes que parecían, mucho más de lo que Sam había calculado al principio.
—¿Qué edad tenéis? —quiso saber.
—Mi hermana cumplirá dieciocho años dentro de dos meses y yo acabo de cumplir los veinte —informó Joshua. Carraspeó y señaló la ropa mojada que goteaba en la cesta de mimbre—. La señora Coleman nos ha pedido que tendiéramos la colada.
Nube Gris se puso en pie tras enterrar los desechos de las liebres y se sacudió la tierra de los pantalones sin mirar a los hermanos.
—Yo me encargaré de poner unas cuerdas entre los árboles. Ven y ayúdame —le pidió a Joshua.
El joven entornó los ojos mirando al indio.
—¿Me estás dando órdenes?
Nube Gris se volvió sin prestarle atención y dijo por encima del hombro.
—Piensa lo que quieras.
El indio cogió una cuerda del carromato y echó a andar hacia los álamos. Indecisa, Edna buscó los ojos de su hermano. Era necesario colgar esa ropa, quería que la señora Coleman se sintiera satisfecha con ellos porque le daba pavor viajar sola con su hermano hasta Dodge City. Con esos hombres, Joshua y ella estaban a salvo. Al menos eso pensaba hasta que veía a aquel indio, entonces el recelo y el miedo la dejaban sin iniciativa.
—¿Joshua?
Kirk se rio por lo bajo, pero se alejó en dirección contraria para remover el guiso en la lumbre. Sam estuvo tentado de poner los ojos en blanco.
—Ya os he dicho que Nube Gris es de fiar, no os hará ningún daño. Joshua, ve con él y ayúdale a sujetar las cuerdas. Edna, ve tú también y tiende la ropa; cuando hayas acabado, vuelve con la señora Coleman por si necesita la cesta. Después ayudad a Kirk. También necesitaremos más leña para el fuego si no queremos que se apague esta noche. —Echó un vistazo a su alrededor. Douglas vigilaba el ganado al otro lado de la pradera—. Kirk, esta noche deberíamos organizar guardia, de dos en dos.
—Me parece bien… ¿Qué vas a hacer tú ahora?
—Voy a echar un vistazo, por si veo algo… —Miró fijamente a los Manning, que seguían allí plantados—. ¿No os he dicho lo que tenéis que hacer? —espetó secamente.
Los dos se sobresaltaron y se dirigieron a desgana hacia donde estaba Nube Gris, cuchicheándose al oído. La risa de Kirk llamó la atención de Sam.
—¿De qué te ríes? A mí no me hace gracia que sean tan desconfiados con Nube Gris. No deberían olvidar que los malnacidos que les destruyeron la casa eran hombres blancos, no indios, y menos aún el que tenemos con nosotros.
—Me río de Nube Gris. No sé por qué se molesta tanto. No es la primera vez que lo desprecian o rechazan, y él siempre ha hecho oídos sordos. Esta vez parece que le pinchan el trasero cada vez que esos dos están cerca. Me da que es más bien cosa de la chica. —Kirk movió las ralas cejas arriba y abajo varias veces, lo que le confirió un aspecto ridículo—. ¿Me entiendes?
—Vaya, Kirk, no pensé que esos detalles te importaran.
—He llegado a un punto en el que la vida de los demás me resulta mucho más interesante que la mía. Ve a echar un vistazo, esos tipos podrían estar merodeando por aquí. Yo me haré cargo de la lumbre y vigilaré a esos dos —señaló con una mano a Joshua y Nube Gris— para que no acaben enzarzándose en una pelea.
Cuando Sam se disponía a caminar hacia Rufián, la voz aflautada de Kirk le frenó, o acaso fue más bien lo que dijo.
—No creas que no te observo, y te aseguro que también tendré un ojo puesto en Emily.
—¿A qué viene eso? —inquirió con aspereza.
—Los ojos hablan mucho más claro que las palabras —replicó el anciano sin mirarle, pendiente de la olla en el fuego—, y tu mirada de hielo no me engaña.
Sam fue a replicar, pero Kirk ya le daba la espalda, dando por zanjada la conversación. Caminó hasta Rufián, que agitó la cabeza al verlo. ¿Acaso no sabía disimular lo que Emily despertaba en él? ¿Tan transparente se había vuelto?