Crawford no prestaba atención a los quejidos de Jack en la habitación contigua. Estaba demasiado preocupado por las noticias que los tres jinetes le habían llevado esa mañana. Y de no ser porque su sobrino era el que maldecía entre lamentos, no se habría planteado el castigo y habría echado de una patada en el trasero a esos tres idiotas por intentar agredir a la señora Coleman. Pero no le gustaba nada la idea de que un pistolero se hubiera presentado para ayudar a Emily; no podía hacer oídos sordos a la teoría de Jack, quien aseguraba que ella lo había contratado. Si era el caso, todo su plan de quedarse con el rancho vecino por la deuda contraída por el idiota del marido peligraba. No, no podía quedarse de brazos cruzados esperando a que la señora Coleman llegara a Dodge City con su ganado y consiguiera dinero suficiente para saldar su deuda.
Se bebió el último trago de su vaso y se encaminó hasta la habitación de su sobrino. Presentaba una brecha en lo alto de la frente que sangraba profusamente. Tenía la nariz tan hinchada y amoratada que Crawford esbozó una mueca de dolor nada más entrar. Unos profundos cercos morados rodeaban sus ojos inyectados en sangre. La silenciosa ama de llaves, Irina, intentaba en vano ponerle un paño sobre el corte de la frente.
—Deja de lloriquear —ordenó Crawford—. Si no hubieras entrado en las tierras de la señora Coleman, nadie te habría herido. Ha sido una estupidez, solo llevas tres semanas aquí y ya te metes en problemas con tus dos amigos. Cuando le dije a tu madre que podías trabajar en mi rancho, eso no incluía convertirme de paso en tu niñera.
—No ha sido para tanto —replicó Jack a la defensiva, apartando una vez más la mano de Irina—. Solo estábamos divirtiéndonos un poco.
Crawford hizo un gesto al ama de llaves para que saliera. En cuanto quedaron los dos hombres solos, el dueño del rancho se sentó junto a la cama, pensativo.
—¿Dices que ese hombre conocía a la señora Coleman? ¿Estás seguro de que no fue un encuentro fortuito de un hombre que quiso ayudar a una mujer en apuros?
Jack negó con la cabeza e inhaló por la boca entreabierta al tiempo que se apretaba el paño con cuidado sobre la frente.
—No, Cass dice que la llamó por su apellido —explicó con voz gangosa—. Apareció tan de repente que no me dio tiempo a nada.
Crawford permaneció callado con la vista fija en el fuego de la chimenea, considerando aquel contratiempo. El hecho de que Gregory se hubiera marchado dejando sola a Emily con un rancho sin vaqueros había sido un regalo del cielo. Con tres hombres, la señora Coleman no habría podido hacer gran cosa, aunque se estaba mostrando mucho más decidida de lo que él había imaginado. Esa pequeña mujer era más tozuda que una mula y llevaba días reuniendo ganado con la intención de llevarlo a Dodge City. Un hombre más no es que fuese mucho, pero para él significaba una molestia. Sobre todo si era tan hábil con un arma.
—Si quieres el rancho —intervino Jack—, la señora Coleman no puede llevar su ganado a Dodge City, tío. Si consigue el dinero, pagará su deuda.
—No puedo forzarla a aceptar mi oferta. Le propuse que me vendiera el ganado y las tierras, pero se negó. No llegará a Dodge City, es una locura.
—Ha reunido casi todo su ganado —le informó Jack—. En pocos días podría iniciar el viaje.
Crawford asintió en silencio.
—Lo sé. No ha servido de nada diseminar las reses, ellos han recorrido las tierras de punta a punta y han dado con ellas.
—Pueden sufrir un accidente de camino a Dodge City —se aventuró a decir Jack.
—Podrían…, pero si la señora Coleman ha contratado a un pistolero, sería arriesgado. No quiero que nada me relacione con cualquier accidente. Aunque…
Jack esperó a que su tío siguiera, pero no tardó en impacientarse al ver que este parecía abstraído en sus pensamientos.
—¿Qué piensas hacer?
Crawford pareció salir de su despiste.
—¿Estarás listo para seguirlos hasta Dodge City?
—Sí, una nariz rota no me lo impedirá.
—Bien. Irás con tus dos amigos. —Clavó la mirada en su sobrino—. Y no harás nada que yo no te haya ordenado.
Crawford se puso en pie.
—¿Adónde vas? —quiso saber Jack, consciente de que su tío estaba tramando algo.
—Quiero ver con mis propios ojos a ese hombre. —Se acercó hasta que sus piernas dieron con el larguero de la cama y sin previo aviso abofeteó a Jack, que ahogó un grito de dolor—. No vuelvas a ponerme en un apuro. Aquí mando yo, y el hecho de que seas el hijo de mi hermana no te hace especial. Dame un motivo y te arrancaré el pellejo.
La mañana pasó en un suspiro. Tras cabalgar en un intento de reunir una vez más las reses de esa zona del rancho y llevarlas hasta donde estaban las demás, Emily y Sam regresaron a la casa cubiertos de polvo y agotados, sobre todo ella. Le dolía el brazo derecho de manejar el látigo, los muslos y el trasero por llevar toda la mañana montada a caballo, y el orgullo debido a las constantes indicaciones de Sam para enseñarla a manejar el látigo con más destreza. Sin embargo, pese a todos sus males, se guardó mucho de quejarse delante de Sam, que se mostraba tan cómodo sobre su caballo que jinete y montura se fundían hasta parecer uno solo. No intercambiaron muchas palabras, a excepción de las órdenes de Sam, apenas las necesarias para dar a saber lo que necesitaban. Emily fue consciente de su presencia en todo momento, como si la mirada del señor Truman la taladrara a cada movimiento. Se sentía juzgada, evaluada como una novata, y lo peor era que su torpeza ante los hombres de Crawford no le permitía afirmar que no lo fuera.
Al llegar a la casa, Cody salió corriendo y se ofreció a ayudar con los caballos.
—¿Cómo está Nube Gris? —preguntó Emily al tiempo que echaba a andar hacia la cuadra sujetando las riendas de su yegua.
—Kirk llegó hace un momento y se lo llevó a la cabaña para que se acostara. Nube Gris dice que mañana estará bien. ¿Quieres que me ocupe yo de Rina? Puedo hacerlo. También puedo encargarme del caballo del señor Truman…
Cody se mostraba demasiado solícito y las miradas que intercambiaba con Sam alertaron a Emily. Las mejillas arreboladas de su hijo delataban su nerviosismo.
—Cody, ¿ocurre algo que deba saber?
Una vez en la cuadra, el niño dejó colgando las riendas de Rina y se metió las manos en los bolsillos, agachando la cabeza.
—Por mi culpa, Bella se escapó esta mañana y se fue hasta la orilla del río. Si el señor Truman no me hubiese ayudado a sacarla… —La voz se hizo apenas audible—. No sé qué habría pasado…
Cansada, Emily miró la espalda de Sam, que empezaba a cepillar a Rufián, aparentemente ajeno a la confesión del niño. Volvió a centrarse en Cody.
—Dejaste la cancela abierta.
El pequeño asintió con pesar. Arrastró la punta de una bota contra el suelo de madera.
—Fui a por agua para Bella después de dejarle el cubo de avena…, pero me entretuve con un lagarto así de grande que salió de debajo de una piedra —acompañó sus palabras con un gesto que señalaba el tamaño del lagarto— y lo seguí… Cuando volví, Bella ya no estaba en el establo…
Emily cerró los párpados unos segundos. Perder a Bella habría sido una ruina; gracias a ella tenían leche en abundancia con la cual hacía quesos y mantequilla que ocasionalmente vendía a algunos vecinos, pero lo más importante era que abastecía las necesidades de la casa. Castigar a su hijo se le antojaba un suplicio. No pensaba pegar al pequeño, teniendo en cuenta todos los castigos que había sufrido a manos de Gregory. Se devanó los sesos pensando en un escarmiento ejemplar, aunque no se le ocurría ninguno, ya que cualquier tarea que le encomendara era algo que Cody habría hecho igualmente sin necesidad de que lo castigara. Su hijo siempre se mostraba dispuesto a ayudar sin chistar. Con el rabillo del ojo vio que Sam se daba la vuelta con las riendas de Rufián en una mano. Sin pensarlo, colocó a Cody a sus espaldas irguiéndose.
—¿Qué va a hacer con esas riendas? —espetó ella a la defensiva.
Sam arqueó las cejas y señaló un gancho en un poste, justo detrás de Emily.
—Colgarlas. —Truman entrecerró los ojos—. ¿No pensará que iba a pegar a Cody?
Emily apretó los labios y negó sintiéndose como una idiota.
—Por supuesto que no…
Sin dar más vueltas al asunto, Sam pasó junto a los dos y colgó las riendas.
—Cuando tenía la edad de Cody —empezó sin mirarlos—, mi madre me castigaba obligándome a leer la Biblia durante horas. Era tan aburrido que me desesperaba. Mi padre le decía que era un castigo demasiado blando, pero yo no lo veía así porque, después de una hora, me entraban ganas de tirarme de los pelos.
Emily escondió una sonrisa con una mano y tosió.
—Sí, creo que su madre era una mujer muy sabia. Nada como leer las santas escrituras para recapacitar sobre nuestros errores.
Cody infló los carrillos frunciendo la nariz en muestra de una queja silenciosa. No le gustaba leer y menos aún permanecer sentado. Con todo esperó a que su madre hablara, dispuesto a aceptar el castigo.
—Creo que voy a tomar ejemplo de la madre del señor Truman. Cody, esta tarde, mientras yo hago la colada, tú me leerás la Biblia.
Los carrillos de Cody se desinflaron de golpe.
—Pero le dije a Kirk que le ayudaría a marcar los terneros… Yo iba a mantener el fuego y vigilar que los hierros estuviesen listos…
—Pues tendrá que buscar a otro para que le ayude.
Cody salió de la cuadra cabizbajo y arrastrando los pies de manera exagerada. Una vez solos, Emily miró a Sam.
—Gracias.
—No hay de qué, señora Coleman.
Llevado por un impulso, se acercó a ella y le colocó tras la oreja un mechón que se había escapado de la trenza. Se fijó en sus ojeras y en la palidez de su rostro, que delataban su cansancio. Le habría gustado ordenarle que se fuera a la cama y descansara, pero él no era nadie y ella era una mujer casada.
—Nunca dude de mis intenciones, yo no pego a las mujeres ni a los niños, aunque eso no me convierte en un santo.
Salió sin añadir nada más, dejándola sola y desconcertada.