CAPÍTULO XVI

Cuando el señor T cortó la comunicación. Gerhard Smeit se volvió hacia sus tres subordinados.

—¿Y las disposiciones de seguridad? —gritó en francés—. ¿Quién está de guardia en este momento? ¿Por qué ha abandonado su puesto?

Los espías no tuvieron tiempo de contestar. Mientras metía el cuaderno amarillo en el maletín. Smeit prosiguió:

—Dispersión inmediata para todo el mundo, salvo el 88, que se quedará aquí, interrogará a este muchacho y hará saltar la antena en cuanto haya terminado. 67, tú vete por la calle. 91, tú márchate enseguida por la puerta trasera.

—¿Y usted, patrón? —preguntó el «esqueleto».

—Ya avisaré —contestó Smeit—. ¡Salid!

Los tres hombres se precipitaron a la escalera. Smeit llevaba la preciosa maleta. Langelot y 88 —el «carnicero»— se quedaron solos en la sala de hormigón.

—¡Vuélvele! —ordenó el «carnicero»—. Sin bajar las manos.

Langelot se volvió y se encontró frente a su enemigo, que era un poco más alto y dos veces más corpulento que él. Además, el hombre sostenía con ambas manos un fusil ametrallador BAR que no parecía pesarle más que una ramita.

Langelot no tenía precisamente miedo, pero sabía que el adversario estaba decidido a hacerle pasar un mal rato para después suprimirle, y la perspectiva no le alegraba en absoluto. Pero pensó que la largura del fusil ametrallador jugaba a su favor, porque el «carnicero» no podía acercarse a él más para golpearle con la mano, mientras continuaba amenazándole con el arma.

—Habla. Y date prisa —ordenó el 88—. ¿Quién eres? Rápido.

—Soy un oficial de un servicio de información francés —contestó Langelot.

—¿Tú un oficial? Si acaso un boy-scout.

—¿Quieres ver mi carnet?

El «carnicero» vaciló un instante. Ya hubiera debido registrar a su prisionero, pero olvidó hacerlo en medio del aturdimiento general.

—¿En qué bolsillo llevas el carnet? —preguntó.

—Interior derecho.

—¡No te muevas!

Sosteniendo el arma con la mano izquierda, tal como esperaba Langelot, el 88 extendió la mano derecha hacia el bolsillo correspondiente del prisionero. Al mismo tiempo, se inclinó sobre él; siguiendo su movimiento, el largo cañón del BAR se apartó por un segundo de su blanco.

Langelot no dejó pasar la ventaja que se le ofrecía. Se tiró contra el espía, buscando el cuerpo a cuerpo y, con un golpe de costado, apartó aún más el fusil ametrallador. Al mismo tiempo, sus manos, ya alzadas, se abatieron sobre el cuello del «carnicero», en un doble alemi. Un rodillazo en el vientre completó el conjunto. El 88 cayó hacia atrás. Su mano izquierda soltó el fusil y su cráneo golpeó contra el suelo de hormigón. Perdió el conocimiento.

Langelot recogió el fusil ametrallador y se lanzó en persecución de Smeit, que huía con los planos.