CAPÍTULO XII

Con un aparato en cada mano, Langelot trató de razonar.

—Alguien más está siguiendo a la menuda Bertha, eso está claro. ¿Será la Sdéke? ¿La D.S.T.? ¿Un servicio alemán? Misterio. Otra explicación posible: nuestra pequeña espía disfruta de los servicios de una escolta que la sigue por todas partes gracias a este emisor. De todas formas, hay alguien en el barrio que se interesa mucho por la señorita Bertha Mann. ¿Me habrán visto cuando registraba el coche? Se puede apostar a que no, porque no ha venido nadie a pedirme explicaciones. De todas formas, no hay nada seguro. En cualquier caso, hay que tener los ojos bien abiertos. Ver sin ser visto, es el A B C del oficio.

«¿Qué es lo que debo hacer ahora? En primer lugar, volver a poner el emisor ajeno en su lugar, como si no lo hubiera tocado: de lo contrario nunca podría descubrir a la competencia. Segundo, cambiar la pila de mi emisor y colocarlo en la parte delantera del chasis para que mi rival no lo descubra, al cambiar la pila del suyo. Tercero, me daré un paseíto por las calles adyacentes para tratar de descubrir el receptor».

El paseíto dio resultados un tanto imprecisos. Langelot observó que había tres coches ocupados, estacionados, dentro del radio de captación normal de un emisor de aquel tipo.

En uno de ellos, una pareja charlaba muy animada: en el segundo, un joven esperaba; en el tercero, un caballero parecía dormir. Eran, respectivamente, un «Dauphine» un «Fiat 850» y un «BMW».

Langelot anotó los tres número de matricula correspondientes, subrayando el del potente «BMW»: un ocupante solitario en un vehículo de marca alemana, eso podía resultar significativo.

Por otra parte, aquella misma mañana, en el Louvre había visto un «BMW» aparcado al lado del «MG».

Por una vez. Langelot bendijo las dificultades de estacionamiento de París: si no le habían descubierto cuando estaba registrando el «MG» rojo, lo debía al hecho de que sus competidores no hubieran encontrado sitio en el bulevard Suchet y se hubieran visto obligados a situarse en una calle perpendicular.

Al volver al «Dos caballos», llamó de nuevo al S.N.I.F. y dio cuenta de su nuevo descubrimiento. La radio le dijo:

—Le paso a la autoridad de guardia.

Langelot reconoció la voz del oficial de guardia: era la de un teniente amigo suyo.

—¡Hola. Guillotina 2! ¿Te va todo bien?

—Buenas noches. Charles. Vamos pasando el rato.

—Escucha, he echado un vistazo a los papelotes que nos has enviado.

—¿Interesantes?

—No puedo hablarte claro, pero me comprenderás. He creído oportuno que despertaran a Guillotina 1.

—¡Dios mío!

—Si, amigo. Y él quiere que estés a la escucha en el canal HW a 68.42. ¿Comprendido?

Eran indicaciones en código de hora y longitud de onda. Precauciones indispensables en París, donde pupulan no solamente las redes de espionaje enemigo, sino también las de amigos a veces indiscretos, sin contar los aficionados demasiado curiosos.

El papel perforado que llevaba en el coche y que le permitía descifrar la clave, indicó a Langelot que debía permanecer a la escucha a las 2.17 de la madrugada en el canal 9. Entre tanto, se permitió echar un sueñecito. El cambio de tono que haría el monótono til-til de su receptor, en caso de que el «MG» se pusiera en marcha, bastaría para despertarle.

Pero el «MG» no se movió. Bertha Mann dormía probablemente con el sueño que —digan lo que digan— repara por un igual las fuerzas de los justos y los injustos, cuando son jóvenes.

A las 2 se despertó Langelot. Tenía el subconsciente puntual de los que llevan una vida peligrosa y deben contar permanentemente con su propia vigilancia, no sólo para el éxito de sus empresas, sino también para su seguridad.

A las 2.17 recibió un largo mensaje, cifrado en morse.

Dividido entre el fastidio y la curiosidad, porque detestaba los textos en clave, pero sentía grandes deseos de saber lo que le decía el S.N.I.F., descifró el mensaje y obtuvo lo que sigue.

«Guillotina 1. Guillotina 2. Primero: análisis pañuelo y bombón, negativos. Segundo: traducción postal, negativa. Tercero, me parece indispensable darle a conocer inmediatamente la importancia de la misión de la que temporalmente, se encuentra, encargado.

»El sobre que nos ha enviado contiene planos de circuitos electrónicos en miniatura, procedentes de las Fábricas y Laboratorios Mann, en Alemania occidental. Esta firma trabaja en particular en la construcción de calculadoras en miniatura fabricadas en serie, que pueden ser utilizadas en el espacio exterior, tanto en cohetes de exploración cósmica, como en artefactos militares autodirigidos. Los nuevos circuitos Mann se consideran como uno de los inventos más importantes y más secretos de los últimos cinco años. De hecho, su posesión permitiría a países de potencia media que se atrevieran a atacar, con innegables posibilidades de éxito, a países de potencia netamente superior a los cuales, gracias a la capacidad selectiva de la maquinaria equipada con calculadoras en miniatura Mann, podrían paralizar todos los centros de mando.

»En estas condiciones, las Fábricas y Laboratorios Mann están estrechamente vigilados por los servicios de protección alemanes y, en general, se considera que las fugas de información son prácticamente imposibles.

»Usted acaba de probar lo contrario. Hay que notar que la señorita Bertha Mann resulta ser, una vez efectuada la investigación, la hija del señor Bernard Mann, director general de la importante empresa del mismo nombre. Nada nos permite asegurar aún si los planos de los circuitos que ha obtenido usted son precisamente planos de las calculadoras en miniatura que hemos mencionado antes, o simplemente otros planos procedentes de las Fábricas y Laboratorios Mann, de los cuales llevan el membrete. Han sido confiados a especialistas franceses en estos asuntos, quienes los están estudiando en estos momentos.

»Siendo Alemania una potencia amiga, se le recomienda en este asunto, un máximo de discreción y de circunspección. Toda iniciativa desconsiderada podría ser perjudicial para las relaciones entre nuestros dos países.

»Dada la importancia de la investigación, probablemente será confiada a un agente más experimentado, durante las primeras horas de la mañana. Prepárese, por tanto, a pasarle las consignas. Le tendremos al corriente».

Langelot se mordió los labios. ¡Un agente más experimentado, no te fastidia! Para una vez que le habían confiado una misión verdaderamente importante iban a quitársela para darla a otro. ¡Qué desgracia tener dieciocho años! ¡Y qué desgracia también tener una cabeza de chorlito y arriesgarla bajo las guillotinas de la Conciergerie! Montferrand era comprensivo, pero Snif, que se encargaba de los presupuestos, no perdonaba las imprudencias.

—«Cuando se sabe lo que cuesta al Estado, y por tanto al contribuyente, la formación de un agente secreto…».

A Langelot le parecía oírle.

—«No querrá usted, Montferrand, que la seguridad de los circuitos Mann y la buena relación entre nuestro país y Alemania queden entre las manos de un muchacho que es brillante, lo reconozco, pero que resulta suficientemente ingenuo como para caer en la trampa tendida por un viejo guía torpón…»

Langelot suspiró, estiró las piernas y se esforzó en dormirse, distendiendo sus músculos. Para continuar la misión con competencia o para pasar las consignas con amabilidad, necesitaba imprescindiblemente unas horas de sueño.