El S.N.I.F. era una organización justamente famosa por la rapidez de sus métodos. A las seis de la tarde, su jefe supremo, que nadie ni siquiera Montferrand conocía personalmente, estaba ya enterado del mensaje, debidamente descifrado, y oprimía el botón de su interfono.
—¿Montferrand?
—Diga Snif.
—Me comunica usted que en el mensaje hallado en la moneda se lee: «67 a 4 INFORMA BIDON DEPOSITADO 9311 PH 75». ¿Qué significa eso?
—Sé tanto como usted. Snif.
—Recapitulemos un poco, ¿quiere? Una red que no conocemos utiliza como «buzón» al guía Leblanc de la Conciergerie. Como Leblanc es un poco torpón, entrega la moneda que contiene el mensaje no al verdadero destinatario sino a un muchacho distraído que pierde la pieza en el forro de su chaqueta y le entrega otra cuando usted le pide la primera. Como nuestro joven amigo Langelot es un pillín, se le ocurre registrar el forro del distraído y encuentra la moneda.
—Exactamente.
—Por tanto, ha habido: 1°, un error del adversario, muy explicable porque no hay mucha gente que pida a los guías de museo cambio de un billete de cien francos; 2°, una casualidad, que ha hecho que la famosa pieza haya sido entregada a un camarada de clase de su hijo; 3°, el espíritu de observación de Michel, que nos ha permitido aprovechar el incidente.
—Gracias en su nombre, Snif.
—Mi querido Montferrand, por una vez que el azar nos hace un regalo, seríamos ingratos si no lo aceptáramos. Por otra parte, cuando digo «azar»… De hecho, los espías viven, trabajan, se desplazan y se comunican entre nosotros. Si todos nosotros estuviéramos tan vigilantes, tan despiertos como su chico, atraparíamos un espía a diario, para servírnoslo con el desayuno. ¿No opina lo mismo?
—Es cierto que el enemigo se descubre en cuanto se mueve. Basta con ver que lo hace para disparar sobre él.
—Eso es. Ahora bien, moverse, para él, es una necesidad vital. Los espías son como un cáncer. Si la gente comunicara a las autoridades todas las cosas raras que ocurren ante sus ojos, el enemigo estaría derrotado desde el principio.
—Estoy convencido de ello.
—En estas condiciones, le autorizo a abrir una ligera investigación. Una vez se hayan reunido los datos generales, confíela a uno de nuestros jóvenes.
—¿A Langelot, por ejemplo?
—Excelente idea. Ha empezado él: que termine. Por otra parte, en el incidente de la guillotina se ha portado como un cachorrillo: esto le dará la oportunidad de redimirse. Y para incitarle a mostrarse más prudente, recordándole un mal momento, llamaremos a esta investigación La operación Guillotina.