—Ha observado usted que el barón estaba decidido a interpretar los últimos días de Poe como el resultado de una secuencia de acontecimientos de violencia creciente. Aquí el barón estaba mirándose a un espejo. Así es como el barón deseaba que la gente viera sus propios problemas. Deseaba exonerar a Poe de toda responsabilidad por su propia muerte, situando la causa de sus desdichas tan sólo en factores externos.
—¿Está usted diciendo que el incendio de la casa de Brooks no tuvo nada que ver con la búsqueda de refugio por parte de Poe? ¿Fue una coincidencia?
—No tanto, aunque debemos volver del revés la relación que usted establece. La fallida búsqueda de refugio de Poe tiene todo que ver con el incendio de la casa de Brooks. Puesto que sospechamos que Poe se dirigió inmediatamente a esa casa desde el puerto, con su baúl, está clarísimo que contaba con hallar no sólo ayuda literaria sino también una cama.
—Y en lugar de eso descubre que la casa se ha quemado o que aún se está quemando el mismo día y hora de la llegada de Poe, que son datos que desconocemos.
—Sí, y en cualquier caso si el incendio se declaró en el mismo instante de la llegada o dos días antes, eso es salirse del asunto. Y aquí está la dificultad. El doctor John J. Moran, que trató a Poe días después en el hospital, recuerda que Poe no sabía qué estaba haciendo en Baltimore o qué le había ocurrido allí. Las publicaciones antialcohólicas, en su búsqueda de una persuasiva lección que inculcar al público, se sirven de esa circunstancia para sugerir que Poe había empezado a beber, que se había abandonado a una francachela o una borrachera, y esto, según su lógica, explica por qué perdió la noción de lo sucedido en aquellos días.
—¿Usted no cree que fue así?
—Es un argumento de lo más débil, no precisamente defectuoso pero convertido obsesivamente en defectuoso. Es como si un día usted me ve por la calle y me vuelve a ver una semana más tarde yo le pregunto por unas señas y usted deduce que he estado perdido durante una semana entera. Recordará que ya tratamos de que a Poe le habían ofrecido viajar a Filadelfia para editar un libro de poemas de la señora St. Leon Loud, por el que le pagarían cien dólares. Una oferta que sabemos aceptó. Poe escribió a Muddy: «El señor Loud, el marido de la señora St. Leon Loud, la poetisa de Filadelfia, me visitó el otro día y me ofreció cien dólares para editar los poemas de su esposa. Por supuesto, acepté la oferta. Todo el trabajo no me ocupará más de tres días». Éstas son las palabras de Poe a principios del verano, como sabemos por las cartas que luego se publicaron.
»Pero como ya hemos establecido de forma definitiva, Poe estaba en el proceso de reunir más capital para su revista. Y si, como adicionalmente supusimos, Poe añadió una estancia en Baltimore a su itinerario en el último momento, en busca de aumentar ese capital, y si los fondos de que hubiera podido disponer disminuyeron, no por robo sino por la necesidad de tomar una habitación en un hotel, entonces es muy probable que, con esta oferta de edición todavía en pie en la cercana Filadelfia y su esperada entrevista con el doctor Brooks malograda por el inoportuno incendio, Poe se apresurase a partir hacia Filadelfia para llevar a cabo su trabajo para la vehemente y pudiente poetisa. Más que varios días «perdidos», como les hubiera gustado a los editores antialcohólicos, no cabe duda de que Poe pasó al menos una noche, posiblemente varias, en un hotel de Baltimore antes de poder tomar un tren para Filadelfia. De este modo, cuando Poe le dice al médico del hospital, en su lecho de muerte, que no sabe cómo llegó a Baltimore ni por qué está aquí, se está refiriendo no a su llegada desde Richmond, un viaje cuyo propósito hubiera conocido fácilmente, sino a una segunda llegada a Baltimore. Un viaje de retorno en un tiempo indefinido, pero tan reciente como el derrumbamiento de Poe la noche antes en el hotel Ryan’s o tan tarde como unas horas antes de ese derrumbamiento; un viaje realizado en cierta oscuridad interior, y que resultaba de un viaje a Filadelfia.
—Pero usted ha demostrado, monsieur —le recordé—, examinando el libro de poesía de la señora Loud y el poema sobre su muerte, que Poe no editó los poemas de esa señora, y que al llamarlo «extraño», ella no le había visto en Filadelfia en ningún momento en los días anteriores a su muerte. Usted me hizo observar que ése era sólo el primer documento de dos que lo demostraban. Pero ahora habla del viaje de Poe a Filadelfia. ¿Ha cambiado usted de opinión?
Duponte levantó un dedo.
—Cuidado. Yo no dije que Poe llegara a Filadelfia.
—Usted está en lo cierto: en el pasado aludí a una segunda demostración de que Poe no llegó a Filadelfia, si es que se necesita alguna prueba aparte la que se desprende de las producciones líricas de madame St. Leon. Recordará ahora que Poe dio instrucciones a Muddy de que le escribiera a Filadelfia como «E. S. T. Grey». ¿Quiere sacar de su cartera esas aparentemente oscuras instrucciones de monsieur Poe?
Así lo hice.
—«Contéstame inmediatamente a Filadelfia. Por temor a que no me llegue la carta, no la firmes ni pongas mi nombre y dirígela a E. S. T. Grey». —Hice una pausa y dejé la copia—. Monsieur, ¡dígame que tiene una respuesta para este extraño e indescifrable código!
—¡Código! ¡Extraño! La única cosa cifrada está en los ojos que miran y no comprenden, y así creen que pueden resolver algún rompecabezas.
Duponte levantó la tapa del baúl que le había llevado el mozo. Estaba lleno de periódicos hasta el tope.
—Antes de venir a encontrarme con usted, me he detenido en Glen Eliza. Su criada, Daphne, una doméstica de carácter excelente e ingenio agudo, me permitió muy amablemente trasladar una parte considerable de nuestra colección de periódicos, que había permanecido intacta en su biblioteca los últimos meses. Insinuó que debía aconsejarle a usted que se deshiciera de esos periódicos, pues han hecho imposible la limpieza de aquella habitación. Ahora —dijo volviéndose de nuevo hacia mí—, descríbame, por favor, dónde reside en concreto el misterio de las instrucciones de Poe a su querida Muddy.
Volví a leer en silencio. Por temor a que no me llegue la carta…
—En primer lugar, parece estar poseído por un miedo insólito a no recibir la carta.
—Cierto.
—Y, por añadidura, discurre un elaborado método con el que imagina que podrá evitarlo. ¡Recurriendo, claro está, a este nombre falso, E. S. T. Grey!
—Algunos podrían decir que es nuestro mejor indicio de que Poe, al final, enloqueció y se engañó.
—Entonces, ¿usted no está de acuerdo con eso?
—¡La afirmación se quedaba corta del todo! Aquello que se escoge, mi buen monsieur Clark, es menos racional y mucho menos predecible de lo que parece, y esto es lo que lo hace tan predecible para el hombre que piensa. Monsieur Poe, deberíamos recordarlo no es un espécimen ordinario; sus decisiones que parecen tan irracionales lo parecen porque, en realidad, son sumamente racionales. Puede sernos de provecho que se nos recuerde adónde se dirige Poe, cuando escribe estas palabras en el otoño de 1849, y dónde recibe su suegra sus cartas.
—Eso es bastante fácil. Poe, al escribir, se propone emprender viaje a Filadelfia antes de continuar hacia su casa en Fordham, Nueva York, para recoger a Muddy y llevarla de vuelta a Richmond, donde se casará con Elmira Shelton. Muddy recibe la carta en su casita de campo de Nueva York. Pero, como digo, eso parece bastante fácil.
—Entonces ésa es su respuesta a las insólitas instrucciones de Poe. Usted ha hablado antes de las muchas ciudades donde Poe vivió en su época adulta.
—Después de Baltimore, se mudó con Sissy y Muddy a Richmond, Virginia, donde permaneció varios años. Luego a Filadelfia durante unos seis años. Y, finalmente, en la última etapa de su vida vivía en Nueva York con Muddy.
—¡Sí! Así pues, como ve, Muddy debía escribir a «E. S. T. Grey».
Miré incrédulo a mi compañero.
—¡No veo nada en absoluto!
—¿Por qué, monsieur Clark, rechaza sin más la sencillez del asunto cuando ha quedado descubierto ante nosotros? He tenido la suerte de que en varias ocasiones durante mi estancia usted describió con algunos detalles precisos y exactos los procedimientos de sus oficinas de correos. En el año en cuestión, 1849, si le entendí a usted, en su país las cartas nunca se entregaban en las residencias particulares, sino que quedaban en la oficina de correos de la ciudad, adonde uno podía ir a buscar la correspondencia. Si una carta llega en 1849 a Nueva York para Edgar A. Poe, éste va y la recibe. Si una carta llegaba en 1849 a la oficina de correos de Filadelfia dirigida a «Edgar A. Poe», considere lo que inevitablemente sucedería. El jefe de la oficina, consultando su lista de nombres de los antiguos residentes en la ciudad, y hallando que un nombre figura en esa lista, remitiría la carta a la localidad de residencia actual de esa persona. Lo que es tanto como decir que una carta enviada por Muddy desde Nueva York a Filadelfia dirigida a Edgar A. Poe, al llegar a la oficina de correos de Filadelfia se consideraría una equivocación, y se devolvería instantáneamente a Nueva York.
—¡Desde luego! —exclamé.
Él prosiguió:
—Dado que Muddy era también una antigua residente en Filadelfia, lo comprendería, y no encontraría extraño en las instrucciones de Poe eso que nos parece tan peculiar a nosotros. El aparentemente estrafalario temor de Poe a no recibir la carta enviada por Muddy a Filadelfia es, en realidad, del todo razonable. Si Edgar Poe se presentaba con su propio nombre en la oficina de correos de Filadelfia, seguro que no habría nada esperándolo, pues esa carta a su nombre ya habría sido devuelta. En cambio, si daba un nombre ficticio, acordado de antemano con su corresponsal, y la carta se remitía a ese nombre, habría de recibirla en su momento.
—Pero ¿qué hay de sus instrucciones a Muddy de que no firmara la carta?
—Poe estaba ansioso. Muddy era su último vínculo familiar. Contéstame inmediatamente, dice. Recibir esa carta es esencial, y aquí manifiesta algún exceso de celo, una vez más no de falta de lógica, sino de excesiva racionalidad. Sabe que, en el proceso de doblar y sellar una carta, la firma y la dirección pueden confundirse. Si tal confusión se producía, y el jefe de correos de Filadelfia creía, equivocadamente, que la carta iba dirigida a Maria Clemm, en lugar de estar firmada por ella, esa carta tomaría de nuevo el camino directamente a Nueva York. Usted pudo darse cuenta de que monsieur Poe se mostraba por lo general ansioso respecto al correo, en la correspondencia que usted mantuvo ocasionalmente con él, cuando en varios puntos expresa preocupación porque una carta se pierda o vaya a una dirección equivocada. «En una de cada diez ocasiones la carta se ha perdido, por eso soy muy cuidadoso en esos asuntos», escribe una vez (si no recuerdo mal), refiriéndose a alguien que no había respondido a una de sus cartas. También sabemos, por la biografía de Poe, que su primer e infame desengaño amoroso se produjo porque sus cartas de joven, nunca llegaron a su amor, Elmira; y que otro noviazgo primerizo, el que mantuvo con su prima Elizabeth Herring, se rompió cuando Henry Herring leyó las cartas, que contenían poesías suyas. Así pues, la confusión sobre el destino de la carta, la ansiedad de quién la tiene y la asombrosa variedad de vericuetos por los que el destinatario de una carta puede ser confundido, dan tema para uno de los mejores cuentos de monsieur Poe de raciocinación y análisis, con el que me consta que está usted bien familiarizado.
»Queda todavía la cuestión del seudónimo que elige Poe, ese E. S. T. Grey. La verdad es que no importa qué nombre escoge en tanto no es Edgar Poe, ni tampoco el corriente George Smith o Thomas Jones, que podría suponer el riesgo de que coincidiera con el de otra persona en el montón de correspondencia. Así, monsieur Poe desea que Muddy utilice un nombre no con una sino con dos iniciales de apellido para que sea mucho más probable que le llegue a él.
»Supongo que usted desea dar más significado al nombre. Muy bien. En algunos de los últimos números de la fracasada revista The Broadway Journal, de la que Poe era editor, inserta por dos veces un anuncio solicitando capital para asegurar el (sentenciado) futuro de la publicación. En esos avisos indica que la correspondencia con ese fin debe dirigirse a «E. S. T. G.», en la redacción de la revista. Quizá deseaba mostrarse discreto en la recaudación de dinero. En cualquier caso, cuando escribe a Muddy esa carta cuatro años más tarde, está empeñado de nuevo en un esperanzado intento de controlar su propia revista —esta vez The Stylus— y se le ocurre quizá maquinalmente el mismo nom de plume de E. S, T. Grey, por la semejanza de la situación, y por revivir aquellas mismas esperanzas de un éxito siempre postergado. Las letras del nombre —E. S. T. G.— no precisan de más significado, de ningún código más que la relación que tienen para él con dos épocas de su vida. Códigos y simetrías son para quienes piensan demasiado. El misterio de las instrucciones de Poe a su suegra lo hemos desentrañado completamente.
Duponte, con un gesto de satisfacción, devolvió al baúl los periódicos relacionados con el tema.
—Salvo… —empecé a decir.
Al ver un destello en los ojos de Duponte, me detuve.
—¿Salvo?
—¿No dijo una vez, monsieur Duponte, que este punto constituiría una segunda prueba, y más segura, de que Poe no llegó a Filadelfia?
—Lo dije. ¿Recordará que una de las necrológicas que usted reunió tras la muerte de Poe procedía del Public Ledger de Filadelfia? Creo que la encontrará también en la selección que he traído de Glen Eliza.
La necrológica aparecía en el número del Public Ledger del 9 de octubre de 1849, dos días después de la muerte de Poe en Baltimore. Localicé el periódico y se lo alargué a Duponte. Me lo devolvió.
—¿Qué es esto?
—¡Pues el periódico que me ha pedido, monsieur Duponte!
—¡Yo no le he pedido tal cosa! Me he limitado a decirle que estaría en el baúl. Devuélvalo allí. Esta necrológica de monsieur Poe es en sí misma tan inconsistente como la mayoría de las otras. Pero usted no dejará de recordar que le encargué, poco después de nuestra llegada a Baltimore, que buscara todos los números de los periódicos de una semana antes y una semana después de cada artículo.
—No puedo dejar de recordarlo —admití.
—Debería dirigir su atención a la serie de números previa a esa necrológica. Cuando la encuentre, recuerde que ya ha leído la petición de Poe a su Muddy: «Contéstame inmediatamente», refiriéndose a su carta. En la misma nota, concluye insistiendo, como si ella, pudiera olvidarse: «No olvides escribir inmediatamente a Filadelfia para que tu carta esté allí cuando yo llegue». Sin duda ella no podía ignorar los urgentes ruegos de Poe de leer una palabra amable de ella durante su viaje.
Cogí todos los números del Public Ledger de Filadelfia que pude encontrar en el baúl. Duponte me dio instrucciones de abrir el periódico del 3 de octubre de 1849, la fecha misma en que Poe fue descubierto en el hotel Ryan’s de Baltimore. Me dijo que consultara la columna de correos de la última página; la sección del periódico donde el jefe de correos consignaba los nombres de personas con cartas por recoger. Lista de cartas depositadas en la Oficina de Correos de Fil., decía. Allí, en la letra pequeña de la larga lista con nombres de caballeros, encontré la siguiente entrada:
GREY, E. S. F.
Pasando rápidamente a la fecha siguiente, que contenía un anuncio de cartas por recoger en la oficina de correos, encontré de nuevo el mismo nombre.
—¡Debe ser él! —dije.
—Desde luego que lo es. Aquí vemos E. S. F. en lugar de E. S. T. La letra F, podemos estar seguros, puede ser fácilmente confundida con la «T» en la caligrafía de quienes escriben precipitadamente, como se ve en las cartas que Poe le escribió a usted, monsieur Clark. Muddy confundió la «T» de Poe con una «F», o bien la oficina de correos de Filadelfia cambió la «T» de ella por una «F», o acaso el Public Ledger tomó la «T» del jefe de correos por una «F». El cambio de nombre de Poe fue modificado de nuevo, de eso no hay duda. Ésta es la auténtica carta de Muddy a Poe, que llegó a Filadelfia puntualmente, si se calcula la rapidez del correo, en el momento esperado, después de que Muddy recibiera la carta de Poe del 18 de septiembre y se apresurara a escribir y depositar su respuesta dirigida a monsieur Grey en la oficina de correos de Nueva York.
—Y el Public Ledger la incluye en su lista dos días distintos.
—Significativo, monsieur Clark, si entendemos las normas de su oficina de correos tal como usted las ha explicado.
—Es verdad. La primera vez una carta debe ser anunciada, la gravan con dos centavos en concepto de franqueo adicional. Si tiene que ser anunciada una segunda y última vez, al destinatario se le exigen dos centavos más. Poco después, se convierte en una «carta muerta» y el jefe de correos la desecha.
—El 3 de octubre, cuando la carta apareció por primera vez en la lista del Public Ledger de Filadelfia, fue el último día que iba a ver Poe fuera de una habitación del hospital —murmuró Duponte en tono ausente—. Ese día, podíamos haber entrado tranquilamente por la puerta de la oficina de correos de Filadelfia y anunciarnos como E. S. T. (o E, si usted gusta) Grey, pues usted no es menos Grey que lo era Poe, y recibir esa carta.
—Probablemente es la última carta dirigida a Edgar Poe —dije tristemente, volviendo a mirar el nombre del destinatario, y pensando que aún era más triste que esta última carta, nunca abierta, y ahora por tanto tiempo abandonada, ni siquiera llevara su nombre y, presumiblemente, estuviera sin firmar con el nombre de aquella mujer que lo quería.
—Probablemente —admitió Duponte asintiendo.
—Me hubiera gustado verla.
—Pero no lo necesita. Quiero decir para nuestros fines. Esta lista en el periódico demuestra que, en el período que recogen los anuncios del jefe de correos, Edgar Poe no estaba en Filadelfia. Pues recuerde cuánto insistió en que Muddy escribiera inmediatamente, a fin de que la carta estuviera aquí en el momento de su llegada; si tal llegada se hubiera producido, no cabe duda de que hubiera acudido a correos con el corazón impaciente.
—Sin embargo, tenemos otra razón para asegurar con fundamento que Poe no llegó a Filadelfia —continuó Duponte—. Pero tenemos muchas razones, como ya he enumerado, para creer que trató de llegar, y podemos creer que estuvo a punto.
—Pero si trató de hacerlo y no lo consiguió, ¿qué sucedió?
—Recuerde lo que hemos dicho de los hábitos de Poe en materia de bebida.
—Sí. Que Poe no era un bebedor sino que por su constitución no toleraba la bebida hasta un grado desconocido para la mayoría. El hecho de que la entera naturaleza de Poe pudiera verse trastornada por un solo vaso de vino, como atestiguaron numerosas personas que lo conocieron bien, no indicaba que Poe se embriagara habitualmente, sino todo lo contrario: que Poe poseía una rara sensibilidad. Demasiadas personas, en lugares y momentos distintos, han atestiguado este hecho para que uno crea que es una simple excusa cortés de sus amigos. Un vaso, hemos sabido, bastaba para producirle un terrible ataque de insensibilidad que podía llevarlo a observar una conducta impredecible e incontrolada. ¿Pudo haber ocurrido eso antes de su llegada a Filadelfia? —pregunté.
—Considerémoslo un momento. Ahora hemos conjeturado, utilizando la información disponible, que con toda probabilidad Poe intentó viajar a Filadelfia y que, pese a tener ese propósito, no llegó a hacerlo. Sigue planteada la pregunta de cómo regresa Poe a Baltimore. El barón, si su razonamiento llegó hasta este punto, planteó una suposición, sin duda: a saber, que una vez Poe hubo montado en el tren hacia Filadelfia, un matón lo acosó y lo obligó, por algún motivo inconcebible y perverso, a regresar en otro tren a Baltimore, donde Poe acabó siendo encontrado. El barón se muestra romántico de la misma manera que los autores de cuentos de amor y los dibujantes. No tendría ningún sentido para un asaltante de cualquier tipo meter a Poe en un tren hacia Baltimore.
»Pero esto no significa que alguien más, alguien carente de motivaciones perversas, no lo hiciera. De hecho, es una actividad que lleva a cabo regularmente un revisor de ferrocarril, por diversas razones, cuando se encuentra con personas revoltosas, inconscientes enfermas, con polizones y demás. Mucho más probable que se encontrara con un transgresor como ése en el tren alguien que, como Poe, había vivido previamente tanto en el punto de origen, Baltimore, como en el de destino, Filadelfia, era encontrarse con un conocido que viajara por la misma ruta.
»No es mucho más que una suposición, dirá usted, pero a veces eso es todo lo que hay, monsieur Clark, para dar sentido a los acontecimientos. Consideramos esa palabra como algo inferior a las prácticas ensayadas del razonamiento, pero, de hecho, suponer es uno de los más elevados e indestructibles poderes de la mente humana un arte mucho más interesante que el razonamiento o la demostración, porque nos llega directamente de la imaginación.
»Ahora imaginaremos que Poe se encuentra con un conocido, antes que con un enemigo; y que ese conocido, naturalmente alguien que conoce a Poe pero no de manera íntima, lo invita a beber en el tren o en una estación intermedia. Podemos imaginar a Poe, esperando quizá obtener más apoyo financiero para su revista, aceptando la invitación, por la insistencia de este potencial benefactor, de un vaso. Sin duda la proposición provenía de alguien no lo bastante familiarizado con el Poe adulto para ignorar sus problemas con la ingestión de alcohol. Tal vez un amigo de la infancia o, supongamos, un condiscípulo de West Point puesto que, más que los miembros de ninguna otra institución, los antiguos militares es probable que estén repartidos por los diferentes estados. O acaso un condiscípulo anterior, de los tiempos de Poe en la universidad. Quizá hayamos sabido ya el nombre de uno de esos compañeros de clase por los datos que hemos reunido.
—¡Z. Collins Lee! —dije—. Era compañero de universidad de Poe, y ahora es fiscal del distrito. Fue el cuarto hombre que asistió al entierro.
—Monsieur Lee es una posibilidad interesante, un asistente al entierro del que hemos examinado a los otros tres, cuya identidad hemos averiguado con más rapidez. Considere esto. Además del guardián, el señor Spence, el empresario de pompas fúnebres, el sepulturero y el ministro, exactamente cuatro hombres integraban el acompañamiento de la breve ceremonia fúnebre de Poe.
—Sí. El doctor Snodgrass, Neilson Poe, Henry Herring y el señor Z. Collins Lee. Ésos fueron todos los que asistieron.
—Piense qué tienen en común los primeros tres acompañantes, monsieur Clark: que conocían a Poe, por supuesto. Pero eso podría aplicarse a mucha gente en Baltimore; ciertamente a más de cuatro individuos, pues Poe vivió en esta ciudad varios años. Antiguos maestros, amantes, amigos y otros parientes. No. El hecho más notable en común era que cada uno de los tres intervino de algún modo en los días finales de Poe. Monsieur Herring se hallaba en el hotel Ryan’s, donde Poe fue descubierto y adonde, después, Snodgrass fue llamado para auxiliarlo. Y Neilson Poe estuvo presente en el hospital después de habérsele notificado la situación de su primo. El funeral no fue anunciado con antelación en los periódicos ni por otros medios y, sin duda, esos tres caballeros habrían podido reunir a más personas en el sepelio si hubieran querido.
»¿No debemos pensar, pues, como algo muy probable, sabiendo lo que tienen en común los otros tres asistentes, que nuestro Z. Collins Lee también hubiera visto a Poe en algún momento en sus últimos días antes de su muerte? Lee es un hombre rico, y por supuesto tan buen candidato como cualquiera para haber estado en el tren y, recordando los días de universidad, que siempre son más bien de relajación, tomara un solo vaso con Poe. Éste, por su parte, sabía que monsieur Lee era una persona influyente en el mundo del Derecho, y pudo tratar de mostrarse sociable con él para solicitarle el necesario apoyo para la campaña de su revista. Si es así, ello explicaría instantáneamente dos hechos: no sólo el incidente del tren, sino la presencia de monsieur Lee en el entierro del que tan pocas personas tenían noticia. Continúo. Tras su encuentro, Poe sufre un ataque de lo que usted denomina insensibilidad, a causa de ese único momento de debilidad. Esto es lo que nuestro otro grupo antialcohólico, los Hijos de la Templanza de Richmond, a los que su monsieur Benson pertenecía, se negó a aceptar en tanto no completara su investigación. Deseaban que Poe no bebiera una gota tanto como otros agentes de la templanza deseaban que sí se bebiera un barril. Por eso le pareció a usted que monsieur Benson ocultaba algo. Sin duda había descubierto, tras su llegada a Baltimore inmediatamente después de la muerte de Poe, ese pequeño incidente.
—Pero ¡qué dice! Volvamos al vaso del tren. Ese amigo —dije indignado—, ya fuera el señor Collins Lee o alguno desconocido para nosotros, ¿cuida de Poe cuando se siente enfermo?
—Si, como podríamos considerar, ese amigo no sabe nada de la especial circunstancia de Poe en relación con la bebida, y si Poe, cohibido por ello, intenta en lo posible imponerse a su degradación mental y racional en aras de su dignidad personal, entonces el amigo puede marcharse sin percibir indicios, o percibirlos en grado mínimo, de que deja tras de sí a una persona en apuros. Aunque Poe pudiera sentirse abandonado a raíz de ese incidente, eso difícilmente podría saberlo el inocente conocido. Un hombre como Z. Collins Lee, un ocupadísimo abogado, tan sólo podría descubrir que algo no fue bien días más tarde, al encontrarse con su colega Neilson Poe, ante el que mencionó que había visto a su primo. Recuerde por un momento, si puede, cómo responde el poeta cuando el doctor Moran, en el hospital de Baltimore, creyendo calmar a su desdichado paciente, le promete encontrar a sus amigos.
—¡Lo mejor que podría hacer mi mejor amigo sería volarme los sesos con una pistola!
—¡Sí! En sus últimos momentos, a Poe le parece que un amigo sólo puede herirlo, monsieur Clark. ¿No podemos decir por qué? ¿No podemos encontrar el origen de esos sentimientos en los postreros pasos del poeta? Él se arriesga a encontrar al doctor Brooks, y en su lugar se encuentra con que no hay casa. Se encuentra con un viejo amigo en el tren, sólo para verse obligado a compartir una peligrosa tentación. Menciona a su amigo el doctor Snodgrass una vez está en el Ryan’s, sólo para verse enfrentado con las miradas de desaprobación de Snodgrass y con la obvia aunque silenciosa acusación de que Poe es un borracho empedernido. Su propio pariente, Henry Herring, está junto a él en el Ryan’s, pero en lugar de llevárselo a su casa lo envía solo a un hospital en decadencia.
»¿Cree usted, y podríamos consultar a mayor abundamiento la prensa antialcohólica, que Poe hubiera convocado al doctor Snodgrass, entre todas las personas de la tierra, si estuviera en medio de esta supuesta borrachera? No negaremos que monsieur Poe confesó haber bebido en exceso durante unos períodos de su vida, y también estaríamos dispuestos a admitir que estableció una pauta para reformarse, alternándola con algún retorno al exceso. Pero precisamente por eso, como bebedor y como sobrio experimentado, podemos interpretar de manera inteligente su concreta mención de Snodgrass hecha a monsieur Walker en el Ryan’s. Podemos interpretar esa mención desde el adecuado punto de vista. Si Poe hubiera estado en plena borrachera, y por tanto hubiera quebrantado su voto, la última persona a la que habría nombrado habría sido a un destacado dirigente del movimiento antialcohólico local como Snodgrass. Por añadidura, Poe pudo haber escuchado en una conversación en Ryan’s, mientras estaba allí, que monsieur Walker trabajaba como tipógrafo en el Baltimore Sun, de modo que Walker hubiera sido un testigo directo de su situación. Por añadidura de nuevo, si Poe hubiera leído algún número de los periódicos recientes, habría visto que Snodgrass sólo un día antes había obligado a destituir al candidato de su organización, John Watchman, por beber, y que andaría buscando una compensación a ese episodio, como lo haría cualquier político. No, Poe dijo el nombre de Snodgrass a Walker como un mensaje, como si, utilizando más palabras, señalara: «Yo no he bebido; en realidad he sido tan moderado, si no completamente abstemio, que el único nombre que puedo pronunciar para que acuda en mi ayuda será el de un ávido y estricto antialcohólico, y se lo diré a un tipo que trabaja para la prensa».
Duponte continuó:
—Volvamos a nuestro tren. Poe se ha separado de su amigo, quien, supongamos, se apea del tren primero o, simplemente, regresa a un vagón distinto. Afligido por sus convulsiones, Poe es observado por un solícito revisor, quien decide que Poe ha enfermado: ¡cómo podía desconocerlo el revisor! Por la razón que sea, supone que es probable que Poe cuente con personas que cuiden de él en Baltimore, o el mismo Poe tal vez murmura algo que el revisor interpreta de este modo. Viendo en ello una oportunidad de mostrarse benevolente, el revisor traslada a Poe a un tren que parte en sentido contrario al llegar al siguiente depot (que según me consta es como los americanos llaman a las estaciones), quizá en Havre de Grace.
»Siguiendo con el razonamiento, podemos pensar con más seguridad en lo sucedido en el hospital. Poe responde a las preguntas del médico que no sabe cómo ha llegado a Baltimore o por qué: él no puede explicar estos hechos. No se debe a días enteros de francachela. Tampoco le han administrado opiáceos unos diablos políticos como afirma el barón. Por eso Poe se refiere a su segunda llegada a Baltimore, después de haber partido de esta ciudad, y ha estado inmerso en una nube de confusión sobre cómo acabó en un tren de regreso. Así hemos impugnado las pretensiones de la prensa antialcohólica acerca de Poe, y también el argumento del barón de que Poe fue raptado por un club político.
Yo podía ver cómo habíamos demostrado que las proclamas de la prensa antialcohólica eran falsas, pero no relacionamos eso con el argumento del barón. Planteé la cuestión a Duponte.
—¿Recuerda la conclusión del barón en este punto, monsieur Clark, tal como la escribió en su cuaderno?
La recordaba.
Los matones políticos de los whigs del Distrito Cuarto, que tenían su cuartel general en el garito de la compañía de bomberos Vigilant, frente al Ryan’s, llevaron al indefenso poeta a una bodega junto con otros desdichados: vagabundos, gentes de paso, haraganes y extranjeros. Esto explica por qué Poe, un bien conocido autor, no fuera visto por nadie en el transcurso de aquellos pocos días.
—¿Ve usted que en el asunto del reconocimiento el barón tergiversó la lógica? Como resultado de las iniciativas del propio barón respecto de la prensa de Baltimore y de otros lugares, y debido a los numerosos volúmenes biográficos y artículos que siguieron a la muerte de Poe, el retrato de éste ha sido ampliamente difundido entre las masas, y su rostro se ha vuelto conocido, pero sólo tras su muerte. Antes de ésta, cuando Poe vivía, sólo hubiera sido reconocido, en general, entre las gentes de letras y los ávidos lectores, a quienes en última instancia hubiera sido muy improbable encontrar en la calle, pues pasarían las horas diurnas encerrados en oficinas, bibliotecas y salas de lectura. Así pues, que no se tuviese noticias de que Poe fuera visto en el transcurso de esos días resulta muy poco sorprendente y en absoluto notable. Por añadidura, como visitaba Baltimore y no había anunciado su estancia, nadie hubiera esperado ver a Poe por la ciudad, ni siquiera sus parientes. Esto, si pensamos en cómo funcionan la mente y el ojo humanos, reduce grandemente el reconocimiento. ¿Ha tenido ocasión de darse cuenta de cómo, cuando inesperadamente se encontraba con un amigo íntimo en un local donde no contaba con encontrarlo, necesita algo más de tiempo de lo usual para captar la identidad de esa persona en su cerebro, o sea más tiempo del que ha precisado para ver a alguien con quien lo une mucha menos intimidad? Este último caso se aproxima más al extraño en la calle, que resulta más fácil de identificar.
»Es un fallo generalizado en el que incurren también los periódicos, monsieur Clark. Examine el extracto del Herald de Nueva York y verá.
Abrí mi libreta, donde había escrito el testimonio que había pensado prestar ante el tribunal aquel día. La parte relevante acerca de la muerte de Poe, escrita por su corresponsal en Baltimore, rezaba así:
El pasado miércoles, día de elecciones, fue hallado cerca del colegio electoral del Distrito Cuarto, víctima de un ataque de mania a potu, y en situación de choque profundo. Reconocido por algunos de nuestros ciudadanos, fue colocado en un carruaje y enviado al hospital Washington, donde ha sido objeto de todas las atenciones.
—¿Advierte el fallo, monsieur Clark? El corresponsal en Baltimore se empeña en mantener los hechos en su verdadera forma. Por ejemplo, es muy riguroso y concreto en que Poe fue colocado en un carruaje por otros que no lo acompañaron, de lo que en breve tendremos testimonio. Pero por otra parte sabemos que Poe no fue reconocido por unos ciudadanos. Eso lo ha escrito para nosotros un testigo de primera mano.
—¿Se refiere usted a la nota de Walker al doctor Snodgrass, que encontramos entre los papeles del propio Snodgrass?
—Así es. Walker escribe: «Hay un caballero extremadamente fatigado en Ryan’s, colegio electoral del Distrito Cuarto, que dice llamarse Edgar A. Poe, el cual parece hallarse en una situación de grave apuro», etcétera. Para Walker, Poe es «un caballero». Sólo porque Poe le comunica su nombre, Walker puede decirle a Snodgrass quién está en situación de apuro. El lenguaje empleado por Walker («que dice llamarse Edgar A. Poe») sugiere que abriga alguna sospecha de que el hombre ¡se llame de otra manera! Como si aquél fuera un alias. ¿Por qué no escribió en lugar de eso «El caballero Edgar A. Poe se halla en situación de grave apuro»?
Por indicación de Duponte continué recitándole el relato del barón sobre los últimos días de Poe.
—«Aquellos hombres ruines probablemente drogaron a Poe con diversos opiáceos. Cuando llegó el día de las elecciones, lo llevaron por la ciudad a varios colegios electorales. Lo obligaron a votar a sus candidatos en cada uno de ellos y, para que la farsa resultara más convincente, al poeta lo vistieron con ropa diferente en cada ocasión. Esto explica que fuera hallado con prendas raídas y manchadas que de ningún modo eran de su talla. Los matones, sin embargo, le permitieron conservar su hermoso bastón de Malaca, pues se hallaba en tan débil estado, que incluso aquellos rufianes reconocieron que el bastón podía ser necesario para apuntalarlo… En todo caso lo encontraron con ese bastón apretado contra el pecho…»
Al oír esto, Duponte señaló con cierta satisfacción que el argumento del barón, aunque inteligente, trataba de encontrar una razón de la presencia de Poe en un colegio electoral y de su atuendo, en lugar de utilizar la razón para hallar la verdad detrás de ese lugar y de ese aspecto.
—Sin casa, en un lugar donde su familia vivió en otro tiempo, donde sigue viviendo parte de su familia, el efecto que sobre los sentidos de Poe tuvo encontrarse de regreso en Baltimore, donde antaño se sintió más en su hogar; todo eso combinado con los efectos de la única debilidad que se permitió en compañía de Z. Collins Lee o de otro amigo, le hace sentir ahora en la más absoluta soledad. Sin techo, no tiene otra elección salvo ir en su busca bajo la terrible lluvia, empapándose la ropa y exponiéndose a contraer numerosas enfermedades adicionales. Creo que usted ya ha comprobado de primera mano que la mayoría de la gente ni siquiera toma en consideración la especial calidad de la ropa. Cuando nos mojamos, decimos de nuestra ropa: «La camisa ya no me sirve, está echada a perder». A diferencia de cualquier otro artículo «echado a perder», su deterioro es, digamos, temporal. Usted ha visto que esas cualidades especiales permiten a Poe cambiar su ropa por otra seca, la cual, por supuesto, no le cae como es habitual en un atuendo hecho a la medida. Probablemente esto ocurrió cerca del Ryan’s. Podemos señalar que de todas las descripciones detalladas de la ropa que llevaba Poe al ser descubierto, por los adjetivos escogidos para designar su mal estado, ninguna dice que sus vestidos estuvieran mojados, aunque ésa hubiera sido la primera palabra empleada si se hubiera dado el caso. Del peculiar bastón, con su costoso estoque, sabemos que Poe no lo vendió ni cambió, pues aun en su estado mental recordaba que no le pertenecía. Debía cuidar de devolvérselo a su dueño, el doctor Carter, de Richmond. Fue su dignidad, no su temor a sufrir violencia, lo que le llevó a mantener el bastón de su amigo apretado contra el pecho.
»Considerando la presencia de Poe en el hotel Ryan’s, llegamos ahora a las sospechas de que el barón hace objeto a la familia Herring, George y Henry. No deberían confundirse, como hace el barón, los hechos colaterales con el objeto de nuestra investigación. Como observó usted en el informe que me dirigió tras escuchar el relato del doctor Snodgrass, cuando éste se percató de la situación de Poe, subió a reservar una habitación para Poe antes de enviar en busca de sus parientes, que él sabía vivían en la vecindad. Pero cuando Snodgrass tomó esa iniciativa, Henry Herring estaba al pie de la escalera, antes de que Snodgrass lo hubiera llamado. El doctor, sumido en sus preocupaciones personales e inquieto por la salud de Poe, no pareció dar mucha importancia a este hecho sorprendente cuando le hizo a usted el relato. Pero nosotros sabemos más.
»George Herring, tío de Henry, fue identificado como presidente de los whigs del Distrito Cuarto, el grupo que utilizó el hotel Ryan’s en varias ocasiones en las semanas anteriores a las elecciones pan reunirse, incluida una vez dos días antes de los comicios. El barón da por hecho que después de eso George Herring también estuvo en el Ryan’s, aquel bastión whig, el mismo día de las elecciones, o sea el día en que Poe fue hallado. En esto su razonamiento es acertado. Sin embargo, el barón afirma luego que Henry y George Herring, sabiendo que Edgar Poe sufría los efectos de cualquier sustancia embriagante conspiraron para que fuera uno de sus votantes y llevarlo por toda la ciudad.
—Pero sigue siendo una coincidencia notable, me atrevería a decir que sospechosa, monsieur Duponte, que George y Henry Herring estuvieran presentes en el Ryan’s antes de que el doctor Snodgrass llamara a los parientes de Poe.
—Es una coincidencia, monsieur Clark, una mera coincidencia que convierte el otro hecho en algo completamente natural. La coincidencia a la que me refiero es la presencia de George Herring en el mismo lugar en que fue descubierto Poe. George Herring está allí porque es el presidente de los whigs del Distrito Cuarto, y el Ryan’s ese día el colegio electoral del Distrito Cuarto. Su presencia resulta de lo más natural. Por qué se encuentra allí Poe lo aclararemos dentro de un momento. Henry Herring es primo de Poe por su matrimonio con una mujer que murió hace algunos años. Muy poco después de ese fallecimiento contrajo otro matrimonio, lo que contribuyó, podemos imaginar, a que Poe caracterizara a monsieur Henry, en una carta, como un «personaje sin principios». Hablando en términos generales, Poe termina en un lugar bullicioso por partida triple (como hotel, taberna y colegio electoral), con un hombre que es el tío de una prima desaparecida. Me temo que en esto no hay tanta coincidencia como le hubiera gustado al barón.
»Sea como fuere, el barón propone que George Herring seleccione a Poe como votante fraudulento, porque monsieur George sabe, por su familia, de la vulnerabilidad de Poe cuando está bajo la influencia de sustancias embriagantes, incluso las normales. ¡Curiosa idea! Puesto que monsieur George es probable que sepa que Poe es impredecible bajo los efectos de sustancias embriagantes, ésa sería una razón concreta para no elegirlo como votante fraudulento, ¡papel que sólo pueden desempeñar hombres que toleren bien el alcohol!
»Pero dejando atrás los cuentos del barón sobre los votantes fraudulentos, retornemos a nuestras supuestas coincidencias. Dado que George Herring tendría algún conocimiento sobre Poe y tal vez una relación con él a través de Henry Herring, al advertir la situación apurada de Poe, casi con toda seguridad mandó llamar a monsieur Henry Herring. Nuestra mera coincidencia, a saber, la presencia de George Herring y Edgar Poe en el mismo edificio dedicado a tres actividades, da lugar de forma muy natural a nuestro segundo incidente, la insólita presencia de Henry Herring antes de que lo llamara Snodgrass.
»¿Y qué significan los subsiguientes acontecimientos que condujeron a que Poe fuera enviado al hospital? Snodgrass ofreció alquilar una habitación en el piso alto, en la parte del edificio dedicada a hotel. George Herring no quería que Poe permaneciera en el Ryan’s en su penosa situación, pues como presidente whig deseaba evitar precisamente las acusaciones de fraude o de recurso a votantes comprados que el barón hizo más tarde. Henry Herring no era precisamente un compañero predilecto de Poe, como el barón señala con razón, y no invitaría a Poe a su casa, donde monsieur Henry aún recuerda con disgusto que Poe pretendió a su hija Elizabeth años antes. Snodgrass no podía recordar si había uno o dos parientes de Poe en el Ryan’s, lo cual no es del todo cierto porque tanto Henry como George Herring estaban delante de él. Poe es enviado, pues, al hospital, cuyos responsables dan entonces aviso a Neilson Poe.
—Si no hubo nada insidioso, si los Herring no hicieron nada, monsieur Duponte, ¿por qué Henry Herring y Neilson Poe, primo tanto de Henry Herring como de Edgar Poe, se mostraron tan remisos a hablar del asunto o no instaron a la policía a realizar investigaciones?
—Al formular la pregunta, usted mismo la ha contestado, monsieur Clark. Porque no hicieron nada (o sea poquísimo), no deseaban llamar la atención sobre el caso. Piense en eso. George y luego Henry Herring estaban presentes aun antes que el doctor Snodgrass, y no hicieron nada. Cuando se hizo algo, se lo envió al hospital solo, tumbado, atravesado en los asientos del carruaje. Incluso se olvidaron de pagar al cochero, como usted supo por el doctor Moran. También sellaron el destino de Poe dando por supuesto que sencillamente estaba como una cuba, hasta arriba de licor, y no dudaron en transmitir esta idea a los médicos en una nota que acompañó a Poe al hospital. Con ello, los cuidados prestados al paciente, en lugar de combatir su compleja enfermedad y, tal vez, la multitud de enfermedades que había contraído por cansancio y exposición a la intemperie, se quedó en el tratamiento superficial que se aplicaba a los que llegaban muy bebidos. Neilson Poe llegó al hospital, pero ni siquiera pudo ver al paciente.
»Este relato de los hechos no es como para que la familia se sienta orgullosa, en particular para un hombre ambicioso como monsieur Neilson, que no quería empañar el apellido Poe. Esto explica también la renuncia de la familia a celebrar un entierro más concurrido. No deseaban atraer la atención hacia sus papeles en los días finales del escritor, ni tampoco recordar a nadie que el propio Edgar Poe había vertido palabras cáusticas sobre Henry Herring y sobre Neilson Poe. Hay algo de «vergüenza» en eso, que es la palabra que Snodgrass escribe en su poema sobre el tema. Los métodos que a menudo son necesarios para comprender los motivos de alguien no se deben a lo que ese alguien ha hecho, sino a lo que sencillamente ha omitido hacer y ha descuidado considerar.
—Pero —continuó Duponte— el barón no erró del todo al considerar el hecho del descubrimiento de la indisposición de Poe un día de elecciones como algo más que casualidad. El barón desea encontrar causa y efecto; nosotros, por nuestra parte, buscaremos causa y causa. ¿Cómo, monsieur, describiría usted la ciudad de Baltimore en día de elecciones?
—Un tanto impredecible —admití—, en ocasiones salvaje. Peligrosa en ciertos barrios. Pero ¿significa esto que Poe fue secuestrado?
—Desde luego que no. El error de hombres como el barón, que aplican sus pensamientos atolondrados a crear violencia, es imaginar que la máxima violencia contiene sentido y razón, cuando, por su misma naturaleza, eso es justamente lo que le falta. Pero no debemos olvidar los efectos secundarios que pueden provenir de intervenciones externas. Piense en monsieur Poe. Expuesto a un tiempo deplorable, habiendo fracasado en conseguir el dinero fácil de Filadelfia, su constitución se debilitó y su mente se alteró por un único vaso de alcohol. Poe fue vulnerable a los grandes enemigos de nuestro bienestar: en primer lugar el miedo y en segundo lugar el horror.
»Ahora ¿quiere poner encima de la mesa esos periódicos locales que usted fue recogiendo poco después de nuestra llegada de París?
* * *
El primer recorte que seleccionó Duponte era del Baltimore Sun, del 4 de octubre, el día después de las elecciones. Muy poca emoción, decía, refiriéndose a las vicisitudes de los comicios. No tenemos noticia de perturbaciones en los colegios electorales ni en parte alguna.
Otro recorte rezaba así:
Ayer por la tarde, un individuo que al parecer había ingerido más alcohol del tolerable, se situó frente al mercado de Lexington, y durante una hora atacó y asaltó a todos los hombres que pasaban por el lugar, los cuales, afortunadamente para el pobre beodo, consideraron que éste mostraba un talante bondadoso; de lo contrario se lo hubieran hecho pasar mal. Golpeó a varios de ellos en la cara, pero ellos se abstuvieron de responderle dado su estado de ebriedad. Luego se dirigió a una taberna, y a continuación a las dependencias judiciales, que estaban cerradas (era hora de cenar), quizá en busca de justicia.
Y finalmente éste, que databa de la misma tarde.
Asalto. Hacia el atardecer del miércoles, cuando un carruaje en el que viajaban cuatro personas, entre ellas el señor Martin Rudolph, ingeniero del vapor Columbia, circulaba por la esquina de las calles Lombard y Light, un atroz desalmado arrojó una gran piedra que golpeó al señor Rudolph en la cabeza, sin causarle, afortunadamente, más que una grave contusión.
—El primer artículo —dijo Duponte— insiste en que no hubo perturbaciones en ningún lugar de la ciudad. Pero aquí, por separado, encontramos algunas muestras de lo que podríamos llamar perturbaciones habituales. Mire, en un periódico, en especial en los mejores, una mano difícilmente se da cuenta de la otra, y así, sólo leyendo todo el periódico (nunca un solo artículo) podemos afirmar que hemos efectuado una lectura completa. Es probable que algún policía les dijera que no se habían producido perturbaciones. En Europa, la policía quiere que todos los delincuentes sepan que están ahí; en América, la policía quiere que la gente crea que no hay delincuentes.
»Examinemos estas dos perturbaciones por separado. En primer lugar, tenemos a un tipo recio y tosco, del que se dice que ha golpeado en la cara a varios hombres que pasaban por allí, y que se fue sin que sus conciudadanos lo acosaran. Mientras que el redactor, desde la cómoda posición en su escritorio, prefirió creer que el público no se dio por ofendido por el hecho de que el beodo tenía un «talante bondadoso», yo preguntaría cuántos tipos de talante bondadoso han sido clasificados como tales después de haber dado de puñetazos a unos hombres en la cara. Más bien podemos sospechar con seguridad que la naturaleza de la perturbación era notablemente común ese día como para no atraer la atención ni de las autoridades ni de la gente corriente. O sea que hubo muchas como ésa que no dieron lugar a reacciones. Lo cual puede darnos más idea de los sucesos el día de las elecciones en el resto de la ciudad que lo que los redactores imaginan.
»Tomando ahora el segundo recorte, describe una escena a no mucha distancia, creo, del colegio electoral donde Poe fue descubierto, en Lombard esquina a High. Lea de nuevo el recorte, que describe a un ingeniero y a sus compañeros de carruaje golpeados por una gran piedra arrojada por algún desalmado. También podemos imaginar a Poe teniendo que esquivar una tempestad de piedras salvajes por esas calles o, quizá, ahora enfermo por haber bebido, por la terrible exposición a muchas horas a la intemperie y por la completa falta de sueño. Poe pudo haberse sentido lo bastante desorientado para andar arrojando piedras a villanos, malhechores y bribones, imaginados o reales, que llenaban las calles ese día. Apenas hay diferencia si pensamos en Poe como blanco o buscando blancos, o envuelto en este incidente o no. Lo que sí sabemos es que Poe padecía probablemente un miedo maniático en este punto, como reacción a los actos salvajes y desordenados que pudo presenciar por las calles a lo largo del día. El colegio electoral, más que como una oscura mazmorra de crueldad (como su barón considera necesario presentarlo), puede muy bien haberlo visto Poe como un santuario, un lugar donde acaso había algo parecido al orden. Poe entró en busca de ayuda, pero por desgracia era demasiado tarde para hallarla. De este modo, hemos seguido completamente a Poe desde su desembarco hasta su fútil rescate por Snodgrass.
—Pero ¿y las palabras de Poe en el hospital? —dije—. Sus gritos llamando a «Reynolds» ¿no podrían ser un indicio de alguna responsabilidad o conocimiento por parte de Henry Reynolds, aquel carpintero que sirvió de vocal en las elecciones en el lugar donde fue encontrado Poe?
En el rostro de Duponte se reflejó la auténtica diversión.
—¿No lo cree? —pregunté.
—No tengo ninguna razón para no creerlo como una posibilidad, si es eso lo que quiere decir, monsieur Clark. Otros creerán que pueden adivinar lo que es insólito en la mente de Poe, una imposibilidad para cualquiera, pero mucho menos tratándose de un genio. Para conseguirlo, lea sus cuentos, lea sus poemas y encontrará todo lo que es extraordinario y singular, o sea lo que no se repite en las mentes ajenas a Poe. Pero para entender los pasos que llevan a esa muerte, usted debe aceptar lo que es ordinario en él, en cualquiera, y en todo cuando lo rodea y que choca con su genio. Ésas serán las respuestas.
»Que Poe pronunciara esa palabra, «Reynolds», durante muchas horas la noche de su muerte en el hospital es algo a lo que no deberíamos prestar atención… si nuestro propósito es comprender cómo murió. Poe carecía de claridad mental debido a un conjunto de circunstancias dispares que ya hemos enumerado. Que el barón, que otros observadores pudieran fijarse en eso demuestra la común falta de comprensión sobre cómo y por qué las personas piensan y actúan como lo hacen. Aun sin una profunda consideración del asunto, podemos recordar que Poe se halla en un estado en el que se siente completamente solo. La verdad es que pudo haber llamado a cualquiera. Pudo haber sido el último nombre que oyó, que quizá correspondía al mismo carpintero que nos visitó en su salón, o pudo haber sido el nombre de alguien que tuvo parte en un asunto de muerte, ocurrido varios años antes, y que sigue siendo demasiado peligroso para nosotros hablar de él[7]. Pero es más probable que tenga que ver con algo tan distante de su muerte que nunca lo conoceremos; por eso Poe pensó en ello, como un hombre atrapado en un pozo pensaría en escapar, no en el pozo. No sobre la muerte, que está tan cercana a él, sino sobre la vida que deja atrás.
»Ahora lo comprende. Todo esto, todo lo que hizo en esos días, desde que bajó del barco de Richmond, fue escapar de Baltimore, de su falta de una casa. La ciudad había sido antaño su hogar, la tierra de su padre y de su abuelo, el lugar de nacimiento de su esposa y de su adorada suegra, a la que llamaba Muddy, Madre, pero ahora no tenía ya casa allí.
He llegado a mi casa, nunca más mi casa,
porque cuantos la constituían han desaparecido.
Aquí Duponte pareció dispuesto, completamente inconsciente de mi presencia, a recitar más versos de Poe, pero se detuvo.
—No, no tenía casa aquí. No en este Baltimore donde no se fiaba de los parientes que le quedaban de apellido Poe, ni siquiera para informarlos de su presencia, y por supuesto ellos se sintieron después avergonzados de cómo se comportaron ante su fallecimiento, y optaron por hablar lo menos posible del asunto con el fin de no parecer sospechosos. Tampoco era su hogar Nueva York, donde su esposa, Virginia, había muerto y estaba enterrada, y de donde se disponía a marcharse para siempre. Tampoco la ciudad de Richmond, donde el matrimonio con un amor de niñez no pasó de un proyecto, si bien atractivo, y donde persistía con fuerza el recuerdo de la pérdida de un hogar allí en otro tiempo y de la desaparición de su madre y de sus padres adoptivos. Y tampoco Filadelfia, donde residió y escribió, donde se vio obligado a utilizar otro nombre para no arriesgarse a perder la última carta amorosa de alguien de su familia entregado a él, y adonde, por alguna razón, resultaba que en ese instante no podía ni llegar en tren.
»Ahora ve con claridad el mapa de los movimientos que intentó Poe en la última época de su vida: desde Richmond trató de ir a Nueva York, desde Baltimore trató de ir a Filadelfia. No es un hecho baladí que en esas cuatro ciudades hubiera vivido alguna vez y que anduviera incesantemente de una a otra. Si en torno a su habitación del hospital había veinte hombres llamados Reynolds, el Reynolds de Poe, hombre o idea, seguiría estando muy lejos de allí (no de la enfermedad, no de la muerte). En algún lugar donde permanecerá mucho tiempo. Ese nombre, monsieur, no nos revela nada de las circunstancias de la muerte de Poe, y siempre permanecerá como posesión de Poe tan sólo. En este sentido, es el más esencial y el más secreto de todos los detalles.
* * *
Cuarenta minutos después de que la sala hubiera sido evacuada, cuando se encontró que las puertas estaban cerradas por dentro, se produjo otra conmoción. Más tarde se declaró que yo estaba más loco que una cabra por ese comportamiento hacia el juez, que naturalmente estaba airado.
Pero aún no había terminado con Duponte cuando las puertas empezaron a ser violentamente sacudidas. Después de que el analista concluyera por completo su demostración, que presentó con unos pocos detalles más de los fielmente transcritos más arriba, Duponte miró la puerta y me volvió la espalda.
—Puede usted contarle todo eso al tribunal —dijo—. Quiero decir, todo lo que hemos hablado. No perderá su fortuna ni entregará Glen Eliza. Todos los puntos concretos no serán comprendidos por algunos de sus colegas más simples, claro está, pero la cosa funcionará.
—No soy un comediante y no proclamaré esas ideas como mías, y no soy un charlatán como para atribuírselas al barón. Hablaré de usted, monsieur, debo revelar su genio, si les cuento esto. Y si por azar revelara algo que pusiera de nuevo a esos hombres tras la pista de usted… Si lo cazan…
—Puede decirlo todo —me interrumpió Duponte.
Asintió lentamente, para demostrarme que comprendía el riesgo para él, y fue sincero al otorgarme su permiso.
—Monsieur Duponte… —empecé a decir, lleno de gratitud.
Miré los fragmentos de rostros y de bocas vociferantes a través de los cristales de las puertas de la sala. La muchedumbre demandaba que fueran abiertas. Supongo que esa visión me hipnotizó. Cuando finalmente las puertas fueron desatrancadas, perdí de vista a Duponte en medio del torrente de gente. Peter corrió hacia mí y me hizo a un lado.
—¿Quién era ése…, quién era ese hombre que estaba contigo?
No respondí.
—Era él. Auguste Duponte, ¿no es así?
Lo negué, pero sin mucha convicción.
—¡Lo era, Quentin! —dijo Peter con irrefrenable alegría—. Entonces ¡te lo ha dicho! ¿Te ha contado todo lo que necesitas saber para descubrir el misterio de la muerte de Poe? ¡Y para sacarte de todos tus problemas! ¡Un milagro!
Asentí. Peter no dejó de sonreír mientras yo regresaba al estrado de los testigos. El juez, excusándose por la interrupción, reprendiéndome por haber cerrado las puertas y asegurándonos que el vagabundo que estaba fuera del edificio había sido desarmado, me pidió que prestara mi testimonio.
—No —susurré.
—¿Qué, señor Clark? —dijo el juez—. Debemos oír su testimonio. ¡Hable, por favor!
Me levanté. La piel en torno a los ojos del juez se arrugó a causa de la irritación. Los espectadores cuchichearon entre ellos. La sonrisa de Peter se borró de su rostro. Cerró los ojos ante lo que comprendía que iba a ocurrir, y apoyó la cabeza en la mano.
Miré a mi tía abuela a través de la muchedumbre. Peter empezó a gesticular desaforadamente indicándome que me sentara. La señalé con mi bastón.
—La memoria de mis padres me pertenece, y Glen Eliza y todo cuanto hay en ella pertenece al nombre que llevo. Lucharé por todo eso, tía abuela, aunque probablemente no venceré. Viviré felizmente si puedo y moriré pobre si debo. No me obligaréis a desistir ni tú, ni la tía Blum ni todo el arsenal del fuerte McHenry. Un hombre llamado Edgar Allan Poe murió una vez en Baltimore, y quizá sucedió porque era un hombre con unos sueños mejores que los nuestros y lo utilizamos para eso, lo utilizamos hasta que no quedó nada de él. Vigilaré para que nadie vuelva a utilizarlo. —Creí que podía añadir también esto, apuntando con mi bastón en todas direcciones hacia el auditorio—: Y me casaré con la señorita Hattie Blum mañana en el valle situado al pie de Glen Eliza, al atardecer, invito a todo Baltimore, ¡y todo saldrá bien!
Creo que oí a una de las hermanas de Hattie caer desmayada al suelo. Hattie, que permanecía rígida a pesar de estar arropada por los brazos de su tía, como tornillos de carpintero, se liberó y corrió hacia mí. Se requirió a Peter para que contuviera a la familia Blum con explicaciones y seguridades.
—¿Qué ha hecho? —me dijo Hattie con un susurro nervioso.
El hervidero humano había subido el tono, y el juez estaba ahora imponiendo silencio.
—He probado que tal vez mi tía abuela tenía razón —dije—. Su familia no nos dará nada, y yo ya tengo deudas. ¡Puedo haber despilfarrado cuanto tengo, Hattie!
—No. Usted me ha demostrado que tiene razón. Su padre se sentiría orgulloso hoy porque usted está hecho de la vieja madera, Quentin.
Hattie me besó rápidamente en la mejilla, escapando a mi abrazo y corriendo a tratar de calmar a su familia.
Peter me agarró del brazo.
—¿Qué es esto?
—¿Dónde está? —pregunté—. ¿Has visto adónde ha ido Duponte?
—¡Quentin! ¿Por qué no te has limitado a repetir todo lo que te dijo ese francés? ¿Por qué no le has dicho al tribunal la verdad de lo que tú y él descubristeis?
—¿Y con qué fin, Peter? —pregunté—. Para salvarme. No, eso es lo que ellos esperan que haga, y así podrían pensar que me conocen, y que soy inferior porque soy diferente. No, no pienso hacerlo. Que la opinión pública se vaya al diablo hoy: esta historia quedará por contar en lo sucesivo. Hay una persona a quien hoy se la contaré, Peter. Quiero que ella me comprenda siempre, como lo hizo antes, y ella debe oír la historia por sí misma.
—¡Quentin, Quentin! ¡Piensa en lo que haces!