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Poe vino a Baltimore en el momento equivocado. No entraba en sus planes visitar Baltimore, pues iba camino de su casa de Nueva York en busca de su pobre suegra para empezar su nueva vida. Pero unos rufianes a bordo del barco de Richmond a Baltimore acosaron al poeta y probablemente le robaron el dinero, de modo que perdió el tren desde Baltimore al norte. Esto viene demostrado por el hecho de que Poe había ganado dinero dando conferencias en Richmond, pero a los pocos días ya no tenía nada. Hallándose, pues, sin recursos en Baltimore, advirtió que los ladrones lo seguían, y se refugió en casa de un amable amigo, el editor doctor N. C. Brooks. Pero el doctor Brooks no estaba en casa, y aquellos cobardes rufianes, ignorándolo y temerosos de que Poe pudiera dar cuenta de sus acciones a alguien de la casa, atolondradamente le prendieron fuego y quemaron casi por completo la vivienda de Brooks. Poe consiguió por poco escapar con vida.

Al poeta le había quedado dinero suficiente para alquilar una pequeña habitación en el hotel United States, pero no para tomar otro tren a Nueva York o a Filadelfia, donde lo aguardaba una lucrativa tarea literaria. Su nueva revista, que iba a llamarse The Stylus, estaba a punto de anunciar una nueva era genial en las letras americanas. Pero los enemigos de Poe deseaban detenerlo antes de que dejara al descubierto la mediocridad de sus escritos. Por eso Poe había empezado a utilizar un nombre falso, E. S. T. Grey. Incluso dio instrucciones a su querida suegra —su estimada protectora— para que le escribiera a ese nombre en Filadelfia «por temor a que no le llegara la carta», pues le preocupaba que sus adversarios trataran de interpretar la correspondencia de apoyo o suscripciones a su audaz empresa. Tampoco deseaba que supieran que se dirigía a Filadelfia seguro de que interferirían en su trabajo y malograrían su intento de fecundar dinero para su revista.

Se encontró atrapado en Baltimore durante una acalorada semana de elecciones. Poe era un hombre de letras y estaba por encima de aquello. Estaba por encima de las mezquinas y crueles acciones de los políticos y del hombre ordinario. Para el bribón apegado al día a día, el gran genio es mera carnaza.

Poe era una presa fácil. Había viajado bajo su nuevo alias, E. S. T. Grey. La noche antes de las elecciones, en medio del tiempo desapacible que había estado castigando la ciudad, buscó un refugio. Y aquí empieza el asesinato de Poe, quizá uno de los más largos de la historia y ciertamente el más largo y patético en la historia de los hombres de letras. El más triste desde que el poeta Otway fue estrangulado por unos mendrugos de pan, el más inicuo desde que a Marlowe lo apuñalaron en la cabeza, en el órgano mismo de su genio y todo esto convierte a Edgar Poe en el hombre más denigrado desde lord Byron.

Peor todavía, la familia de Edgar Poe —las personas que debieran haberlo protegido— se contaba entre los que lo convirtieron en blanco y víctima. Un tal George Herring, que podría estar sentado hoy entre nosotros, supervisaba a los whigs del Distrito Cuarto, y esos whigs se reunían en el mismo lugar donde fue hallado Poe, el hotel Ryan’s en el Distrito Cuarto. George Herring era pariente de Poe (aquí el barón peroraba algo sobre la rama familiar equivocada, pues Henry Herring era primo de Poe por matrimonio, y era Henry, y no Poe, el pariente consanguíneo de George Herring; pero dejémoslo continuar…) y como tal pariente cercano sabía que Poe era vulnerable. No fue una coincidencia, damas y caballeros protectores del buen nombre de los genios, que Henry Herring fuera uno de los primeros hombres en acercarse a Poe cuando se anunció que estaba enfermo; ni que el doctor Snodgrass se sorprendiera de encontrar a Henry Herring allí ¡aun antes de que lo mandara avisar!, pero es que los Herring habían escogido a Poe como víctima. Ellos lo conocían, y por tanto para ellos no era «E. S. T. Grey». George Herring sabía por Henry que Edgar Poe era impredecible cuando se veía forzado a ingerir alcohol u otras sustancias embriagantes, y decidió que era una persona vulnerable para hacerle participar como votante fraudulento. Sabiendo que era probable que Poe sufriera graves efectos colaterales, George envió más tarde a Henry para que acompañara a Poe al hospital, a fin de evitar problemas a los whigs del Distrito Cuarto. Como sabemos, Henri Herring aún guardaba rencor a Poe por haber tratado de cortejar a su hija, Elizabeth Herring, con poemas de amor cuando ambos primos aún eran jóvenes, en la época en que Poe vivía en Baltimore. Aquélla fue la mezquina venganza de Henry Herring por la efusión de aquel afecto, aquella travesura de un corazón puro, de un joven poeta.

Los matones de los whigs del Distrito Cuarto, que tenían su cuartel general en el garito de la compañía de bomberos Vigilant frente al Ryan’s, llevaron al indefenso poeta a una bodega junto con otros desdichados: vagabundos, gentes de paso, haraganes y extranjeros. Esto explica por qué Poe, un bien conocido autor, no fue visitado por nadie en el transcurso de aquellos pocos días. Aquellos hombres ruines probablemente drogaron a Poe con diversos opiáceos.

Cuando llegó el día de las elecciones, lo llevaron por varios colegios electorales. Lo obligaron a votar a sus candidatos en cada uno de ellos y, para que la farsa resultara más convincente, al poeta lo vistieron con ropa diferente en cada ocasión. Esto explica que fuera ataviado con prendas raídas y manchadas que de ningún modo eran de su talla. Los matones, sin embargo, le permitieron conservar su hermoso bastón de Malaca, pues se hallaba en tan débil estado que incluso aquellos rufianes reconocieron que el bastón podía ser necesario para apuntalarlo. Ese bastón lo había cambiado adrede por el suyo con un viejo amigo de Richmond, pues el interior escondía un arma —un estoque— de lo más peligrosa, y lo hizo pensando en sus muchos enemigos literarios que, en el pasado, lo habían desafiado en duelos o lo habían maltratado. Cuando se dio cuenta de que corría peligro aquí, en Baltimore, estaba demasiado débil incluso para desenvainar la hoja…, aunque él tampoco se hubiera permitido usarla. En todo caso, lo encontraron con ese bastón apretado contra el pecho.

El club político no había conseguido acarrear a tantas víctimas como hubiera querido, a causa de la inclemencia del tiempo, que apartaba a la gente de las calles. Incluso engatusó a un hombre que resultó ser un alto funcionario del estado de Pensilvania, capturado de aquel modo en el teatro del hotel Barnum, pero consiguió escabullirse cuando se descubrió que era un pez gordo. De este modo Poe fue utilizado una y otra vez, más de lo habitual. Para cuando sus captores lo llevaron al Distrito Cuarto, establecido en la taberna del Ryan’s, para votar otra vez, ya se le había maltratado en exceso. Tras haberle tomado juramento uno de los vocales, un tal Henry Reynolds, Poe no pudo cruzar la estancia y se derrumbó. Pidió que llamaran a su amigo el doctor Snodgrass, quien llegó disgustado. Snodgrass, dirigente de uno de los grupos antialcohólicos locales, estaba seguro de que Poe se había permitido la debilidad de beber. Los rufianes políticos abandonaron a su cautivo, y se alegraron de que esa creencia ocultara su deleznable acción. Pero no fue el severo Snodgrass el último en incurrir en tan garrafal error: el mundo entero no tardó en creer que la muerte del noble Poe fue el resultado de una debilidad moral.

Pero ahora la Verdad ha vuelto a nosotros.

Poe, muy drogado y privado del sueño, no se hallaba en condiciones de explicar nada; y la parte todavía racional de su mente, sin duda, sirvió al poeta enfermo para quedar anonadado al ver que Snodgrass, su supuesto amigo, lo contemplaba con desaprobación y con algo parecido al desdén. Poe fue trasladado en un coche de alquiler, solo, al hospital. Allí, sometido a los cuidados del doctor J. Moran y sus enfermeras, cayó alternativamente en la conciencia y la pérdida de ésta. Recordando como una visión distante su intento de ocultar su genio a sus atacantes recurriendo al anodino nombre de E. S. T. Grey, Poe le dijo al buen doctor lo poco que pudo acerca de sí mismo y del propósito de sus viajes. Pero su mente estaba débil. En un momento dado, sin duda recordando el juicio de Snodgrass, Poe dijo a gritos que la mejor cosa que su mejor amigo podía hacer por él era volarme los sesos con una pistola.

Creyendo Poe que el último hombre que podía haberse percatado de su situación y poner coto a las acciones de los criminales era aquel vocal, Reynolds, quien de manera rutinaria tomaba juramento a los votantes, lo llamó desesperadamente, como si todavía pudiera pedirle ayuda. ¡Reynolds! ¡Reynolds! Lo repitió durante horas, pero no era en realidad un grito de auxilio, sino como un toque a muerto. «¡Oh las campanas, campanas, campanas! ¡Qué relato de terror cuenta… De desesperación!». La vida de Poe llegó a su atormentado final.

Ahora que sólo ustedes han leído un discurso que nunca se pronunció, saben lo que el barón Dupin hubiera dicho aquella noche para electrizar a su auditorio. Era un discurso que, pese a haberme apresurado a reducir sus páginas a cenizas, yo estaría dispuesto a darlo a conocer pronto al mundo entero.