Como hemos visto, las personas sólo confían y colaboran activamente si hay mucho que ganar y si son las primeras en hablar. Resulta alentador que la gente ya haya colaborado a escala masiva, incluso a escala mundial, en el ámbito del medio ambiente, aunque no en el de la violencia, lo cual tal vez se deba a que todos sabemos que la destrucción del ecosistema del planeta tendrá sin lugar a dudas un impacto en nuestras vidas. Mientras tanto, mucha gente preferirá no reconocer la verdadera amenaza de la violencia. Siempre es la mujer o la hermana de otro la que es violada, el hijo de otro el que es asesinado o va a la guerra y vuelve hecho pedazos. En cualquier caso, del litigio sobre el medio ambiente se desprende una lección que puede aplicarse sin más a la lucha contra el crimen: las leyes sólo funcionan si hay un número suficiente de personas que colaboran entre sí para hacerlas cumplir.
Sería estupendo que alguien fuera capaz de resolver por nosotros los problemas que nos plantea la violencia, pero eso es algo que no sucederá. La libertad de perseguir nuestra visión propia de la felicidad tiene un precio: asumir la responsabilidad y colaborar. Aunque mucha gente cree que se puede vivir sin pagar ese precio, su «opción de salida» supondrá, en última instancia, un precio mucho más elevado para todos nosotros. En realidad, la solución al problema de la violencia masculina —la versión real del «dilema del prisionero»— descansa en usted y en mí. No podemos esperar a que los demás colaboren; nos corresponde a nosotros. Nos hemos convertido en las criaturas que controlan este planeta y disponemos del poder de modificarlo y de modificar nuestra propia especie.
Ya existen pruebas de ello. Recientemente, los ciudadanos de muchas comunidades se han tomado en serio esta lección y han conseguido grandes éxitos gracias a la colaboración. Han actuado de diversas maneras: haciendo el seguimiento de grupos espontáneos de juegos de muchos niños, interviniendo activamente para evitar posibles actos de gamberrismo por parte de grupos de jóvenes, enfrentándose a aquellos que alteran el espacio público y mostrando cierta flexibilidad cuando disminuyen los niveles de los servicios públicos. Todas estas acciones son formas de control social informal basado en los ciudadanos. Si se comparan y analizan las comunidades del área de Chicago que efectuaron esta experiencia con las que no la llevaron a cabo, se observa que «la medida combinada de cohesión y control social informal y confianza constituye un indicador de menores tasas de violencia».[63]
El antídoto para la violencia masculina en Estados Unidos es que la mayoría de los ciudadanos del país tomen la decisión individual de colaborar colectivamente para llevar a cabo dos procesos que, en general, no se producen. El primero consiste en enseñar a los niños, a todos los niños, y desde el principio, la disciplina, la responsabilidad y el control sobre sí mismos, elementos del todo necesarios en un mundo en el que debemos ser precisamente nosotros quienes enseñemos que la violencia es algo condenable. Tenemos que hacer de la enseñanza de la imparcialidad, la justicia y los valores humanos nuestro objetivo fundamental. Los chicos que se convierten en adolescentes tienen que haber crecido rodeados de estos profundos valores humanos (de forma atrayente, más o menos como lo pretenden los Boy Scouts de América), inculcados por sus padres. Segundo, tenemos que decidirnos a colaborar para que la violencia criminal —la violación, el asesinato, la guerra ofensiva, el genocidio y el terrorismo— no sólo no salgan a cuenta a los depredadores sino que les supongan una penalidad. Es decir, para acabar con la violencia, tenemos que decidir que nuestra justicia es una justicia basada en la lex talionis.
Para conseguirlo es necesario que asumamos la responsabilidad personal de colaborar en la superación de la amenaza de la violencia; a la larga también puede exigirnos dar un salto gigantesco —hasta un nivel nunca alcanzado antes— para alejamos de nuestros instintos de egoísmo, xenofobia y desconfianza, ya sea individual o familiar, pues éstos estimulan la guerra y la violencia masculina que se manifiesta en la violación y el asesinato. Este salto nos impulsará hacia la lealtad patriótica en el seno de nuestra comunidad y nos llevará más allá, hacia la colaboración entre las naciones del planeta. Ni que decir tiene que este último objetivo no es una tendencia humana natural que cualquiera pueda esperar de forma realista (excepto en el caso de que la Tierra fuese invadida por alienígenas hostiles). Pero es la única forma de derrotar a la violencia masculina.
Si, como individuos, no logramos comprometernos en un esfuerzo disciplinado para atacar al lado oscuro de la psique masculina y desplegar iniciativas que hagan de la violación, el asesinato, la guerra ofensiva, el genocidio y el terrorismo los verdaderos delitos capitales, este lado oscuro nos perseguirá eternamente. Está muy claro que, en tanto que individuos colaboradores, somos capaces de hacer dar ese paso, ya sea a través de organizaciones como Primero la Tierra, Madres contra la Conducción bajo los Efectos del Alcohol o una hipotética Ciudadanos contra la Violencia. Como señala Anthony Robbins: «Cambiar una organización, una empresa, un país —o el mundo— empieza dando un paso sencillo: cambiarse a sí mismo».[64]
El precio de nuestra libertad —y el antídoto contra la violencia en nuestros genes y en nuestro mundo— es del todo innegociable. «El factor principal en el éxito de cada hombre y cada mujer», escribía Theodore Roosevelt, «debe ser el propio carácter del hombre o la mujer […] por encima de las cualidades de honestidad, valentía y sentido común. Nada aprovechará a una nación si no existe en ella el tipo adecuado de carácter del hombre y la mujer medios […] que constituyen la gran mayoría de nuestra ciudadanía.»[65]
¿Podemos modificar nuestros caracteres y situarlos en un nivel de responsabilidad individual más elevado? Cuando se bifurca la ruta que tenemos por delante, un camino nos llevará a la satisfacción propia, el otro a la colaboración y a la autodisciplina. Una decisión conduce hacia la violencia y la destrucción, la otra hacia la supervivencia, la confianza y un mundo mejor. ¿Parece imposible escoger el camino adecuado? Hace tiempo también parecía imposible volar.