Como muestra mi relato sobre la terrible experiencia de Lloyd Paul Blanchard en las Filipinas al comienzo de este capítulo, la segunda guerra mundial reveló el lado oscuro de la psique masculina. La razón no es que fuese la mayor guerra de la humanidad, sino que era el enfrentamiento más flagrante de reservas de genes en la historia de la humanidad.
La segunda guerra mundial duró seis años, de 1939 a 1945, durante los cuales vistieron uniforme unos 70 millones de personas de todos los países del mundo, excepto seis. Murieron alrededor de 70 millones de personas: 16 millones eran soldados y 54 millones, civiles.[24] Este último dato muestra la amplitud del genocidio de la guerra. De hecho, la segunda guerra mundial es un ejemplo tan revelador de la profunda naturaleza instintiva de las guerras entre seres humanos precisamente porque se trataba de un genocidio flagrante a una escala masiva jamás imaginada antes. Su dinámica en Europa ha sido descrita en centenares de libros, pero el de William L. Shirer titulado The Rise and Fall of the Third Reich tal vez sea el más revelador.
La ofensiva alemana de la segunda guerra mundial tuvo lugar a causa de un hombre, Adolf Hitler. Su visión de la pureza racial y del destino de los «arios», considerada la raza principal de Europa, llevó a un país a cometer atrocidades genocidas en proporciones gigantescas. En su obra Mi lucha, Hitler escribía:
«Toda la cultura, todos los resultados del arte, la ciencia y la técnica que hemos visto hasta nuestros días son casi exclusivamente el producto creativo de los arios. Este hecho da pie a la fundamentada inferencia de que ellos son los verdaderos fundadores de la humanidad más elevada y representan, por tanto, el prototipo de todo lo que entendemos que contiene la palabra “hombre”. […] Ningún niño o niña deberá salir de la escuela sin haber entendido por completo la necesidad y la esencia de la pureza de sangre».[25]
Para Hitler, los judíos, los eslavos, los gitanos, e incluso los rusos, eran Untermenschen, «subhumanos» que debían ser aniquilados de la faz de la Tierra.[26] Aunque Hitler era un loco cuya retorcida psique masculina alcanzó un alto nivel de desquiciamiento, los documentos alemanes de la época muestran que muchos científicos alemanes estaban de acuerdo con su retórica racista.[27]
Para lograr el dominio de los arios en toda Europa y garantizar la pureza de sangre en ese territorio, Hitler prohibió la posesión privada de armas, enroló en el ejército al 40 por ciento de los alemanes de edades comprendidas entre 18 y 45 años (de los que murieron 3,5 millones) y transformó los recursos y la población de Alemania en una máquina de guerra racial. Su «purificación» genocida de la sangre, es decir, el asesinato de enemigos políticos y «no arios», se produjo en ocasiones en espantosos campos de exterminio.[28]
Arthur Hadley, un comandante norteamericano de una unidad de carros de combate, recuerda la liberación de los prisioneros de un gran campo de concentración en la localidad alemana de Magdeburgo: «Cuando salimos del bosque y vimos los esqueletos humanos aplastados contra los alambres de espino que rodeaban el campamento, pensé en la maldad de los hombres capaces de amontonar cuerpos de este modo. Entonces observé que algunos cuerpos se movían ligeramente y me di cuenta de que estaba viendo a muertos de hambre en vida. Era un horror que superaba el horror de todas las muertes que había visto».[29]
Estos campos de exterminio nazis eran tan horribles que todavía hay gente que se niega a creer en su existencia. Sin embargo, bajo la dirección del jefe de la Gestapo, Heinrich Himmler, las SS (Schutzstajfel) de Hitler asesinaron a 5,7 millones de judíos en Europa (de los 11 millones previstos).[30] Las SS también asesinaron a centenares de millones de gitanos, católicos y prisioneros políticos, así como a otros 3,5 millones de rusos, polacos y demás prisioneros civiles y militares en más de 30 Vemichtungslager (campos de exterminio). Las SS también robaron sistemáticamente a sus víctimas todo aquello que poseían, incluidos los dientes de oro. En las naciones conquistadas, tras la invasión por parte del ejército, también las SS de Himmler asesinaron a civiles, en una «limpieza de judíos, intelectuales, clero y nobleza».[31]
En su obra Mi lucha, Hitler justificó su plan genocida consistente en eliminar a los no alemanes y conquistar todos los países europeos para entregarlos a la raza privilegiada de los arios, por la necesidad de Lebensraum, es decir, espacio vital para el pueblo alemán.
A mi entender, The Rise and Fall of the Third Reich es el libro más escalofriante de todos los tiempos ya que muestra, paso a paso, la forma en que un dictador retorcido, masculino y xenófobo consiguió galvanizar en su persona todo el apoyo de un país hasta lograr que los ciudadanos siguieran su retórica etnocéntrica de destino racista.[32] El libro de Shirer revela claramente que el único objetivo de Hitler no era otro que la conquista, mediante la guerra, y la transformación, mediante el genocidio, de una inmensa región del planeta en una máquina esclavizada de reproducción de la reserva de genes de su raza privilegiada. Y si no hubiese sido por algunos errores fatales, habría ganado la partida. Hitler personificaba la lógica biológica del etnocentrismo más desbocado. Pero la Alemania nazi también nos enseña cuál puede ser el resultado cuando el gobierno decide que los derechos del Estado están por encima de los de los individuos. El genocidio de Hitler volverá a producirse. De hecho, como se ha dicho más arriba, ya se ha producido.
Como observó Carl von Clausewitz, el odio racista es el alimento básico de casi todas las guerras internacionales. El caballero de la armadura reluciente que (para «rescatar» a Francia, Inglaterra y Rusia) venció al dragón bicéfalo de la segunda guerra mundial, fue Estados Unidos.[33] Durante esa guerra, el 12 por ciento de los norteamericanos vistieron uniforme y el coste fue del 39,1 por ciento del producto interior bruto del país. No cabe ninguna duda de que Estados Unidos se comprometió en la guerra, pero la pregunta es: ¿hasta qué punto era puro el caballero?
En War Without Mercy, el historiador John W. Dower aporta documentos acerca de las actitudes descarada y deliberadamente racistas tanto de los japoneses como de los norteamericanos durante la segunda guerra mundial, actitudes que configuraron las políticas genocidas en el terreno militar y de cara al exterior. Según Dower, los japoneses creían que constituían la raza principal del mundo (Sido minzoku), basada en la «piedad y lealtad filiales expresadas bajo la influencia de la línea imperial japonesa por la gracia divina» y en su «pureza» racial.[34] Consideraban que todas las demás razas, tanto asiáticas como occidentales, eran tan inferiores y bárbaras que prohibieron aparearse con miembros de ellas. «El matrimonio interracial», insistían, «destruiría la solidaridad psíquica de la raza yamato.»
Más reveladora todavía es la visión de la guerra que mantenían los filósofos de la escuela de Kioto. Para ellos, la guerra era un ejercicio «de purificación eterna, […] creador y constructivo del poder racial único».[35] Sin embargo, el dogma racista de Japón pasó de ser un mero ejercicio genético a convertirse en una elevada misión de genocidio espiritual. Los planes de guerra de Japón incluían la conquista hacia el oeste de toda Asia hasta Turquía (las naciones al oeste de Turquía serían absorbidas por Alemania e Italia).[36] El objetivo explícito de Japón, que en 1942 se había materializado en la derrota de una séptima parte del planeta, consistía en crear un nuevo orden genético, es decir, una sociedad panasiática regida por un señor supremo, Japón, que, al hacer aumentar la población de cada país conquistado en un 10 por ciento con ciudadanos japoneses puros, garantizase «el espacio vital para la raza yamato».[37] También Japón desencadenaba una guerra a la búsqueda de su Lebensraum. Adolf Hitler se había aliado con un alma gemela.
El odio racial en el Pacífico era tan espeso que se podía cortar con una bayoneta.[38] Por ejemplo, mientras que el 4 por ciento de los prisioneros estadounidenses murió a manos de los alemanes, los japoneses se encargaron de un 27 por ciento. Sin embargo, el odio racial de Japón se extendía en todas las direcciones. Ya he mencionado más arriba que los japoneses violaron en masa a miles de mujeres chinas en Nanking y mataron a unas 30.000 personas durante y después de la Marcha de la Muerte de Bataan.[39] Pero los japoneses cometieron otras atrocidades, de mayor calibre, en nombre de la dominación racial. Al atacar Pearl Harbor mientras sus embajadores prometían un acuerdo a las autoridades estadounidenses, tan sólo cometían una traición menor.[40] Los japoneses maltrataron y asesinaron sistemáticamente a los prisioneros a base de torturas, trabajos forzados y «experimentos médicos». Entre los experimentos se contaba el de alinear a los prisioneros y fusilarlos con distintos tipos de balas para evaluar el daño relativo que provocaban. En 1937 los diarios japoneses daban la información de que dos oficiales japoneses habían protagonizado una «competición amistosa» consistente en ver quién acababa primero, provistos sólo de una espada, con la vida de 150 chinos desarmados.[41]
Los japoneses masacraban con frecuencia a civiles inocentes. Según William Manchester, en Hong Kong algunas monjas fueron violadas y asesinadas en plena calle. Normalmente también obligaban a los oficiales coloniales europeos a cavar sus propias sepulturas, antes de ser asesinados. En Papua Nueva Guinea, la policía secreta japonesa arrancó las uñas de los dedos de las manos de tantos nativos que la mera palabra manicura aterrorizaba a cualquiera.[42] En las islas Gilbert, los soldados japoneses obligaron a cristianos a defecar sobre los altares de sus iglesias y forzaron a las mujeres a cometer actos obscenos con crucifijos. En una orgía de represalia asesina como respuesta a la entrada triunfal del general Douglas MacArthur en las Filipinas en 1945, las tropas japonesas mataron con sus bayonetas a casi 100.000 civiles en Manila. Sacaron a los pacientes de las camas que ocupaban en los hospitales y les prendieron fuego. Más horrible todavía, a muchos niños de corta edad les arrancaron los ojos, que luego hacían explotar contra la pared. «Posiblemente en toda nuestra historia», explica Alian Nevins, ganador del Premio Pulitzer, «ningún enemigo haya sido tan odiado como los japoneses.»[43]
Estados Unidos descargó su odio contra los japoneses internando a 112.353 norteamericanos de origen japonés en campos de detención (no sucedió lo mismo con los norteamericanos de origen italiano o alemán), un acto que constituye una de las violaciones más flagrantes de los derechos humanos de la historia de la nación [44] Según las encuestas, entre el 10 por ciento y el 13 por ciento de la población sostenía que los japoneses no sólo debían ser derrotados, sino eliminados en tanto que raza.[45] Al mismo tiempo, los psicólogos y antropólogos estadounidenses soñaban en «teorías científicas» que «justificasen científicamente» la idea del genocidio de los japoneses por parte de los norteamericanos.[46] Según su opinión, la raza japonesa tenía la mente enferma: estaba compuesta por mentes mediocres o pensadores perfectamente capacitados para copiar, pero no para innovar; sus adultos presentaban atrofia mental o física y no eran más que niños; por último, como raza, eran inferiores, debido a un retraso evolutivo de miles de años. Los japoneses eran primitivos y compulsivos, afirmaban los expertos, un verdadero «peligro amarillo» con ansias de dominar el mundo.
En 1943, el general Sir Thomas Blamey, comandante de las fuerzas de tierra de MacArthur, se dirigió al conjunto de los combatientes aliados, exhortando a las tropas australianas en Nueva Guinea con una retórica abiertamente genocida:
«Habéis mostrado al mundo que sois infinitamente superiores a esos enemigos inhumanos contra los que luchamos. Vuestros enemigos son de una raza muy curiosa, un cruce entre un ser humano y un simio. Y como los simios, cuando se ven acorralados, saben cómo morir. Pero son inferiores a nosotros, y lo sabemos, y este conocimiento os ayudará a vencer. […] Sabéis que tenemos que exterminar a esas alimañas si queremos vivir nosotros y que vivan nuestras familias. Tenemos que ir hasta el final si deseamos que sobreviva la civilización. Debemos exterminar a esos japoneses».[47]
¿Hasta qué punto son importantes la diferencias raciales (genéticas) en la disposición de los hombres a matar en combate? Un estudio exhaustivo realizado durante la segunda guerra mundial por S.A. Stouffer y sus colaboradores puso de manifiesto que el 44 por ciento de los soldados estadounidenses afirmaba que «les gustaría mucho matar a un soldado japonés».[48] Sólo el 6 por ciento se expresó de la misma manera con respecto a un soldado alemán.
Mientras tanto, el gobierno japonés protegía a sus ciudadanos de las atrocidades de la guerra y alimentaba la idea de que los norteamericanos sólo se preocupaban del sexo, el confort y la dominación.[49] La propaganda xenófoba de Japón era tan efectiva que cuando los soldados estadounidenses entraron en Saipan, miles de civiles japoneses huyeron hacia las montañas vecinas para no ser violados, torturados y asesinados por los norteamericanos.[50] Análogamente, en la sangrienta batalla de Guadalcanal, que había tenido lugar antes, ningún oficial japonés se rindió.[51] Las encuestas revelan que el 84 por ciento de los soldados japoneses esperaban la muerte o la tortura, y muchos de ellos recibieron lo que esperaban de manos de los norteamericanos.
La segunda guerra mundial fue un genocidio desatado.[52] Sin embargo, gracias al sacrificio verdaderamente heroico de los soldados estadounidenses y de sus aliados —y a los físicos del Proyecto Manhattan (véase más abajo)—, esa infernal pesadilla genocida finalizó hace ya bastante tiempo. Ahora todo es distinto. ¿No?