Robo con asesinato

Un escéptico podría decir que algunos hombres matan «sólo» para robar, y no para forjarse una reputación o para conseguir mujeres. En Los Ángeles, por ejemplo, en un año tres ladrones mataron a sus víctimas para robarles su reloj Rolex.[144] Los ladrones eran hombres. Como sucede con los asesinos, las personas arrestadas por robo con violencia han sido básicamente hombres en las últimas décadas. A mediados de los años noventa, el 90 por ciento de los detenidos por robo con violencia en Estados Unidos eran hombres; el 65 por ciento de ellos tenía menos de 25 años y el 58 por ciento eran negros.[145] En Canadá, el 96 por ciento de los ladrones que cometen un asesinato eran hombres y, lo que es más significativo aún, el 80 por ciento de las víctimas de dichos robos con asesinato eran asimismo hombres.[146]

¿Por qué mueren tantos hombres en los robos con asesinato cometidos por otros hombres? La razón no es que los hombres sean objeto de un robo más a menudo. Según las estimaciones del Departamento de Justicia, un 73 por ciento de todas las mujeres estadounidenses mayores de 12 años podrían ser objeto de robo, violación o algún tipo de maltrato (violencia doméstica, violencia en la escuela, violación al salir con amigos, etcétera).[147] Las mujeres ofrecen menos resistencia ante un robo y se sienten más predispuestas a atender las exigencias de sus agresores. Los hombres, debido a su psicología machista y a su tendencia a salvar la cara —el mismo instinto que les lleva a cometer tantos asesinatos a raíz de discusiones en principio sin importancia—, se resisten más.

Volviendo a la afirmación de que algunos hombres matan «sólo» para robar, conviene tener presente que, tras haber cometido un robo con éxito, el ladrón, al disponer de dinero en el bolsillo, se crea una reputación de fiereza y, por tanto, como ya hemos visto, mejora la atracción que ejerce sobre las mujeres.

Es más, el robo poco tiene que ver con la cultura y casi todo con la naturaleza. Lawrence E. Cohen y Richard Machaleck, dos sociólogos que basan sus explicaciones en la biología, mantienen una posición sin fisuras, a partir de hechos y análisis, contra la idea de llamar robo a un producto aberrante, societal o patológico de la cultura. Para ellos, estas explicaciones no se justifican o no sirven para nada. El robo no es algo propio de la gente, ya sea civilizada o no. La mayoría de los depredadores —leones, leopardos, tigres, mustélidos, osos, tejones, lobos, tiburones, águilas, halcones— y la mayoría de los primates sociales roban presas u otros recursos a los animales más débiles y peor armados. También lo hacen las hormigas, los pájaros y hasta los árboles estranguladores. Calificar de «societales» dichos robos es no entender que la naturaleza ha suministrado a todas estas criaturas —como lo ha hecho con los delincuentes más despiadados— una estrategia extraordinariamente útil de hacerse con los recursos por la fuerza o con la amenaza de ejercerla. El hecho de que los recursos más importantes existan en cantidades limitadas no sólo hace que el mundo se desarrolle como lo hace sino que nos permite avanzar además en la comprensión de la violencia masculina: algunos individuos defenderán los recursos fundamentales y defendibles mientras que otros se apoderarán de aquellos recursos fundamentales que consideren que están poco defendidos.

Como es evidente, no tenemos que aceptar los robos y los asesinatos por el mero hecho de que sean naturales, de la misma manera que no aceptamos un virus mutante de la gripe. Pero, para conseguir que cesen estos delitos, hay que conocerlos.

El robo es universal, como lo es el asesinato. Todas las sociedades reconocen que algunos individuos optan por esas estrategias para conseguir lo que desean, y promulgan leyes para impedir y castigar ambos delitos. La figura del ladrón típico nos permite comprender por qué algunos actúan con violencia y otros no. En general, los hombres que deciden robar con intimidación o con el uso de la fuerza son aquellos que tienen poca capacidad de satisfacer las necesidades de su hogar con un trabajo normal. Como la satisfacción «suficiente» de las necesidades es algo relativo, cualquiera podría convertirse, en principio, en ladrón, siempre y cuando su percepción le permita justificárselo a sí mismo. Cohen y Machalek sostienen que cada persona decide diariamente si va a robar o no, en función de los riesgos y los beneficios de dicha acción.[148] Y añaden que el robo es muy frecuente en las sociedades en las que el beneficio potencial es elevado, la necesidad percibida por el ladrón es alta, los robos son fáciles de ejecutar (las víctimas carecen de armas o son débiles), el riesgo de detención es bajo y el riesgo de ser castigado por ello es menor que el del beneficio potencial. (Lo mismo podría decirse de la decisión de violar o matar.)

No son sólo los excluidos quienes roban o matan, aunque son los que mayor probabilidad tienen de hacerlo. Adueñarse de las pertenencias de otra persona es un instinto tan enraizado en la psique humana que los robos generalizados en el «interior» de las empresas —tanto por los oficinistas como por los trabajadores manuales— supone que cada hogar norteamericano ha de pagar una «tasa de criminalidad» de 1376 dólares anuales por el incremento de los precios.[149] En su conjunto, representa nueve veces más dinero del que la gente pierde cada año en tirones y robos callejeros, lo cual asciende a su vez a la respetable cifra de 15.300 millones de dólares.[150]

El robo puede acabar en asesinato. Los datos estadísticos en Estados Unidos indican que en 1993 se produjeron 2301 robos con asesinato,[151] lo cual representa un porcentaje estable del 10 por ciento de todos los asesinatos cometidos en un año, en los que el 85 por ciento de las víctimas eran hombres. La tendencia natural de los hombres a conseguir lo que puedan, al precio que sea, genera verdaderos psicópatas que matan no sólo sin pensarlo, sino sin mostrar ningún remordimiento.

Un ejemplo muy adecuado es el que explica el psiquiatra Martin Blinder a raíz de una entrevista mantenida con Ken, un bisexual de treinta y dos años a la deriva, con un historial de doce condenas por pequeños hurtos.[152] Trabajaba de camarero en un bar y se encaprichó de una mujer casada llamada Karen. Ken se apropió del contenido de la caja del bar y fue detenido, pero consiguió escapar llevándose la pistola del guardia que le había detenido. Se dio a la fuga con Karen, con su consentimiento, utilizando para ello el vehículo del marido. Paraban cada hora a hacer el amor en el asiento trasero. Cuando se acabó el dinero, Ken intentó cambiar el neumático de repuesto por gasolina. Cuando el empleado de la gasolinera rechazó la propuesta, Ken le encañonó con el arma y le ordenó que le entregase todo lo que había en la caja. Después, lo mató. Blinder preguntó por qué lo hizo:

—No lo sé. Me pareció que era lo adecuado. No pretendía matarle. No había hecho daño a nadie hasta entonces. Pero Karen estaba esperando en el coche. Quería volver con ella y era la manera más rápida de hacerlo.

A la salida de Las Vegas, se averió el vehículo. Karen y Ken pararon un coche y pidieron a una mujer que les llevase hasta el pueblo más próximo.

—Cuando llegamos a un lugar tranquilo de la carretera, saqué la pistola, le dije que parase y que saliese del coche. Le disparé en la cabeza y la arrastré hasta una hondonada al borde de la carretera.

Blinder le preguntó a Ken qué había sentido al matar a aquella mujer.

—Nada. No sentí nada. No era más que una solución sencilla a un problema menor.

Más adelante, Ken recogió a una joven autoestopista que llevaba una guitarra. En una de las paradas, Ken le metió una bala en la cabeza. Sólo llevaba 12 dólares.

Meses más tarde, Karen confesó los hechos y la policía detuvo a Ken.

En resumen, la mayoría de los asesinatos cometidos por los hombres, y muy pocas veces también los de las mujeres, se producen en un contexto en el que la víctima intenta salvar la cara ante su compañero sexual y, cuando se trata de robos, en el de intentar acceder a drogas prohibidas o conseguir recursos vitales para lograr aparearse con parejas sexuales o proporcionar sustento a la familia. También el asesinato de menores está ligado a la reproducción y a los recursos de la reproducción. En pocas palabras, el vínculo evolutivo entre el sexo y la violencia puede ejemplificarse tanto a través del asesinato como de la violación, cuando no más. Los contextos del sexo y la reproducción, ya sea de forma directa o indirecta, no son las únicas circunstancias que intervienen en un crimen. Sin embargo, como veremos más adelante, representan una mayoría muy significativa de ellas.

Asesinatos por celos

Como hemos visto, las mujeres matan para consolidar la seguridad de sus situaciones reproductivas y los hombres lo hacen para salvar la cara y para obtener recursos que los hagan atractivos a los ojos de las mujeres. Sin embargo, los hombres son más rápidos que las mujeres a la hora de matar por celos y, tanto los celos como los asesinatos cometidos por ese motivo resultan bastante frecuentes. Daly y Wilson mencionan un estudio en el que sólo una mujer de cada 168 personas afirmaba no haber tenido nunca celos.[153] Para los hombres y las mujeres, sentir celos son cosas muy distintas (véase el capítulo 2).[154] En la novela Wiseguy de Nicholas Pileggi, la protagonista, Karen Hill, explica el punto de vista típico de la mujer, después de darse cuenta de que Henry la estaba engañando.

«Me resultó muy duro darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Estaba casada con él. Me tenía que ocupar de Judy y del bebé. ¿Qué tenía que hacer? ¿Echarle de casa? ¿Echar a alguien que me atrae y que me proporcionaba muchas cosas? No era como la mayoría de sus amigos, a quienes sus esposas tenían poco menos que mendigar cada billete de cinco dólares. Yo siempre dispuse de dinero. El nunca contaba el dinero. Si yo deseaba algo, lo conseguía de inmediato, y eso lo ponía contento. ¿Por qué tendría que echarle? ¿Por qué tendría que perderle sólo porque había estado haciendo el tonto por ahí? ¿Por qué tendría que cederle a cualquier otra persona? ¡Nunca! Si tenía que echar a patadas a alguien, ese alguien era la que le estaba alejando de mí. ¿Por qué tenía que ganar ella?»[155]

Como se puede intuir, los hombres y las mujeres tienen actitudes distintas ante los celos. En ocho estudios sobre 147 homicidios derivados de «triángulos amorosos», los hombres mataron a sus rivales en 135 casos. Las mujeres sólo mataron en 12 ocasiones. En las estadísticas sobre homicidios, una de las causas principales son los celos, que ocupan normalmente los puestos del uno al tres.[156]

Un «experimento» natural a que dio lugar el motín de la Bounty indica el enorme peligro que pueden suponer los celos. Hace unos doscientos años, los nueve amotinados de ese famoso barco se refugiaron con seis hombres y trece mujeres de la Polinesia en un paraje deshabitado de las islas Pitcairn.[157] Cuando, dieciocho años más tarde, se acercó por causalidad un barco a ese paraje, sólo sobrevivía uno de los hombres. Doce habían sido asesinados, otro se había suicidado y otro había muerto. Mientras que sólo habían muerto tres mujeres. Según los antropólogos Donald E. Brown y Dana Hotra, «el motín de la Bounty se debió al deseo de los hombres de no perder los placeres que experimentaban con sus compañeras polinesias. […] En su mayoría, los celos sexuales fueron la motivación que movió a los asesinos».[158]

Aunque los celos pueden ser letales para el rival, también pueden serlo para la esposa o amante del celoso, especialmente en situaciones en las que los rivales no se conocen o son demasiado peligrosos o numerosos como para intentar una confrontación directa. Lo sorprendente es que el propio matrimonio aclara el porqué y el cómo de la capacidad letal de los celos. «Las mujeres necesitan hombres que las ayuden a criar a sus hijos», señala la antropóloga física Meredith Small, «pero los hombres tienen que estar seguros de que sus genes se mezclan con los genes adecuados. La evolución de nuestra especie ha girado en torno a esta necesidad de ayuda que manifiestan las mujeres para mejorar su éxito reproductivo y la respuesta del varón de que sólo la proporcionará si no hay dudas sobre la paternidad.»[159]

El matrimonio forma parte de la evolución. Es el contrato fundamental entre los seres humanos. En todas las sociedades, los hombres y las mujeres se casan de la misma manera. Por regla general, el matrimonio es un apareamiento «permanente» entre un hombre y una mujer cuyos objetivos principales (además de amarse) son procrear con un solo hombre y criar a los hijos en colaboración, de forma que la mujer los alimente y el hombre les preste todo su apoyo y los defienda. La institución del matrimonio es más vieja que los estados, las iglesias y las leyes. De hecho, el «matrimonio» y el apareamiento entre miles de especies no humanas son muy parecidos en cuanto al acuerdo económico, la división del trabajo, la crianza en colaboración y la defensa por parte del macho. Pero existen dos grandes diferencias entre los animales y los seres humanos. En primer lugar, la ley hace que el matrimonio sea vinculante. Segundo, en ocasiones, en una situación de fracaso matrimonial, un cónyuge mata al otro, y el motivo suelen ser los celos.

Todas las sociedades, incluso las poligámicas, consideran el adulterio como la unión sexual entre un adulto casado y otra persona con la que él o ella no está casado. Y en todas las sociedades las leyes prohíben el adulterio de la mujer. Estas leyes ponen de manifiesto dos cosas: la diferencia entre hombres y mujeres y la gran preocupación de los hombres por la paternidad. En Norteamérica, ambos sexos pueden divorciarse de un cónyuge adúltero, pero, como explicó Karen Hill y como señalan Daly y Wilson, «los hombres tienen más posibilidades que las mujeres de sentir que el adulterio del cónyuge justifica el divorcio».[160] De hecho, la primera ley conocida que contempla como delito el adulterio por parte del marido no fue promulgada hasta 1852, en Austria.

El término inglés cuckold (cornudo) refleja esa asimetría entre hombres y mujeres. Se basa en el hábito de crianza claramente parásito que caracteriza al cuclillo europeo.[161] La hembra pone los huevos en los nidos de otras especies de aves, de forma que a sus polluelos los cría una pareja de parientes involuntarios, lo cual supone una estrategia reproductora con una inversión parental mínima por parte del cuclillo. Si el pájaro que acoge los huevos del cuclillo se deshace de ellos, el cuclillo regresa al nido y destruye los huevos del otro pájaro. Análogamente, el hombre adúltero abandona a su hijo bastardo en la casa del marido cornudo para que éste le preste involuntariamente su apoyo. Sin embargo, cuando un hombre comete adulterio, su mujer no se enfrenta al problema de criar el hijo de otra persona y no tiene que pagar ese precio.

Esta diferencia es tan importante que muchas de las legislaciones nacionales no sólo prohíben el adulterio femenino, sino que permiten que el marido cornudo asesine a su rival. En Texas, hasta 1974, se consideraba justificado que un cornudo asesinase al amante de su mujer si les sorprendía en flagrante delito. Según Daly y Wilson, aun siendo ilegal dicho homicidio, «muchos jurados norteamericanos han votado a favor de la absolución de cornudos homicidas, basándose en una ley “no escrita”».[162] La ley inglesa sostiene que «un hombre razonable» perderá legítimamente la cabeza y sólo matará para defenderse a sí mismo o a un familiar, o cuando encuentre a su mujer en flagrante delito.

Todos estos elementos nos llevan a preguntarnos con qué frecuencia se produce el adulterio y, si nos centramos más en los aspectos evolutivos, con qué frecuencia tienen hijos las mujeres casadas con una relación adúltera de por medio. ¿Son tan frecuentes el adulterio y «los cuernos» para que los hombres tengan que obsesionarse hasta el punto de cometer un crimen? Aunque pueda parecer que, literalmente, todos los aspectos de la vida norteamericana han sido estudiados por un grupo u otro de investigadores, este tema constituye un tabú que prácticamente no ha sido abordado. En los años cuarenta, en un informe secreto elaborado por cierto Dr. X se daban datos sobre los grupos sanguíneos de un millar de parejas y sus descendientes. Los resultados del Dr. X indicaban que los padres de un 10 por ciento de los bebés norteamericanos no eran los esposos de las madres sino otros hombres. ¡Uno de cada diez maridos era cornudo![163] Estudios posteriores mostraron que entre el 5 por ciento y el 30 por ciento de los recién nacidos en Estados Unidos y Gran Bretaña correspondían a hombres que no eran los esposos de las madres. En resumen, desde el punto de vista de la reproducción, parece justificado que los maridos se «obsesionen» sobre la paternidad de los hijos que van a criar. Es muy posible que haya sido así a lo largo de la historia y la prehistoria y que la selección sexual haya dotado a los hombres, por un lado, de una naturaleza celosa y recelosa y, por otro, de una estrategia instintiva para utilizar la violencia máxima contra sus rivales sexuales y castigar a las esposas infieles.

Daly y Wilson sugieren que si se conociesen los verdaderos motivos, el adulterio, ya sea real o sólo sospechado, sería el número uno de causas de homicidio dentro del matrimonio.

Los celos de los maridos son más letales que los de las esposas. Según un estudio, las mujeres canadienses asesinaron a sus cónyuges menos de la tercera parte (248 casos) de lo que lo hicieron los hombres (786 casos).[164] De todos estos casos, el 46 por ciento de los maridos condenados ingresó en prisión, mientras que sólo lo hizo el 12 por ciento de las esposas. La diferencia está en que la mayoría de las esposas alegó en su defensa malos tratos repetidos por parte del fallecido, a ellas mismas o a sus hijos. Muchas veces los malos tratos se produjeron cuando los hombres sospecharon la posibilidad de adulterio.

¿Por qué los hombres maltratan a sus esposas? Ese tipo de maltrato está generalizado en todo el mundo.[165] Sin embargo, Donald G. Dutton mostró que, sorprendentemente, la violencia que se produce en las parejas norteamericanas la inician tanto las mujeres (11,6 por ciento de los matrimonios) como los hombres (12,1 por ciento).[166] (La violencia se produce incluso en el 18 por ciento de las parejas lesbianas.)[167] Dutton también comprobó que los hombres que maltratan a sus mujeres difieren de los agresores en general (aquellos que chocan con los demás hombres) en dos aspectos:[168] por un lado, los maltratadores de sus esposas «perciben un mayor abandono» cuando éstas actúan autónomamente y, por otro, les produce más ira. ¿Cómo han llegado a esa situación? Según Dutton, «para todos los hombres de este estudio, el nivel de ira [de los hombres que maltratan a las mujeres] se relaciona con los sentimientos de humillación y con la ocurrencia previa de malos tratos (tanto verbales como físicos) por parte de sus madres». Estos hombres inseguros y celosos, que imaginan que van a ser abandonados o van a tener que «llevar cuernos» cada vez que sus esposas actúan de forma autónoma, creen que maltratarlas es la mejor manera de acabar con esa situación.

Sin embargo, los seres humanos no tienen el monopolio de ese tipo de maltrato. También existe un lado oscuro en las relaciones entre machos y hembras en la mayoría de los primates, especialmente en los babuinos. La antropóloga física Barbara Smuts descubrió que el amigo macho especial de una hembra de babuino (un macho exterior al grupo que se ha incorporado a éste como pareja de la hembra), a pesar de su disposición y de su atención con las crías, también era el único macho capaz de atacarla, sin ninguna provocación previa. Sorprendida por esa actitud, Smuts concluyó que un macho atacaba a una hembra para hacerle saber que no debía interferir cuando él estuviese apareándose con otras hembras. Para Smuts, «la selección natural ha favorecido en los babuinos macho una tendencia a agredir a las hembras y las crías, como forma de hacer aumentar sus propias oportunidades reproductivas cuando las circunstancias lo permiten».[169]

Por extraño que parezca, mientras algunas hembras evitaban a los machos que las atacaban, otras se sentían atraídas por ellos. También esto sorprendió a Smuts, quien concluyó que, para muchas hembras, aun pagando el precio del maltrato, vale la pena conservar un macho que las maltrata de vez en cuando pero las protege y evita que sus descendientes mueran a manos de algún macho infanticida. Nuevos estudios tendrán que aclarar si esta tendencia a aferrarse a un compañero maltratador es una característica natural innata en otros primates, incluidos los seres humanos, pero es bien sabido que este comportamiento es frecuente entre los seres humanos y que, a veces, resulta fatal.

Según el Grupo de Investigación sobre Violencia Doméstica de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, «cada año son maltratadas por sus compañeros íntimos por lo menos dos millones de mujeres [en Estados Unidos]»[170] y unas 1500 son asesinadas por sus compañeros, ya sea el marido, el ex marido, el amigo o el ex amigo. Y, de forma parecida a la de los babuinos, las mujeres maltratadas sin recursos económicos propios vuelven a juntarse con sus compañeros maltratadores con una frecuencia 2,4 veces mayor que aquellas que disponen de ingresos propios.

¿Con qué intensidad se transforma en asesinato la violencia doméstica? El Instituto de Control de la Delincuencia de Washington, D.C. examinó 15.537 casos de malos tratos domésticos.[171] El resultado fue que sólo 1 de cada 33 asesinatos domésticos estaba relacionado con episodios anteriores de violencia entre los dos individuos. Es más, de 110 amenazas de muerte, entre las que se cuentan ser encañonado con una pistola, ninguna se tradujo en lesiones o muerte. Todo esto demuestra que muchos de los hombres que deciden asesinar a sus esposas lo hacen sin más y no dan ninguna señal previa que permita anticipar su acción. Según Daly y Wilson, en muchos casos las decisiones de estos hombres son el resultado directo de «la preocupación del hombre, en tanto que propietario, por la fidelidad de su esposa o la intención de ésta de separarse».[172] Daly y Wilson añaden que «el caso de la mujer separada, perseguida y asesinada, es un clásico para la policía».[173]

Este «paquete de causas y efectos», incomprensible (para las mujeres), propio de la psique masculina y capaz de transformar el «amor» de un hombre hacia una mujer en su asesinato puede empezar a entenderse gracias a la que está llamada a ser la cita más famosa que liga estos dos conceptos. En 1998, al ser preguntado de nuevo sobre el asesinato de su ex mujer, Nicole Simpson, O.J. Simpson respondió: «Aun admitiendo que lo hubiese hecho, habría sido porque la amaba mucho, ¿no?».[174]

Todo lo que sabemos acerca de los hombres indica que, por encima de todo lo demás, lo que realmente quieren, y a veces consiguen, es monopolizar las vidas sexuales de «sus» mujeres: esposas, concubinas e incluso mujeres que acaban de conocer. Los hombres de todo el mundo desean sexo en exclusiva y pueden llegar a usar la violencia, incluso el asesinato, para conseguirlo. Daly, Wilson y Weghorst no lograron identificar ninguna sociedad del mundo con libertad de expresión en la que el adulterio y el sentido de propiedad de la sexualidad de las mujeres por parte de los hombres no hubiesen sido la causa frecuente del asesinato de sus cónyuges.[175]

Los celos masculinos son tan intensos que, de todas las mujeres norteamericanas asesinadas en 1996, el 30 por ciento —una cifra que se mantiene bastante estable a lo largo de los años— lo fue por sus esposos o compañeros.[176] En cambio, sólo el 3 por ciento —una cifra que también se mantiene estable— de los homicidios de hombres fue cometido por sus esposas o sus compañeras. La tasa de asesinatos de las mujeres canadienses a manos de sus compañeros sexuales es idéntica a la de las mujeres estadounidenses (aun en ausencia de pistolas, pero teniendo en cuenta el alcohol como uno de los factores).[177] Sin embargo, las mujeres canadienses matan a sus compañeros sexuales sólo el 50 por ciento de lo que lo hacen las mujeres estadounidenses. El problema que plantea el asesinato por celos es tan grave que llevó al Grupo de Investigación sobre Violencia Doméstica de la Academia de Ciencias de Estados Unidos a decir: «Los escasos recursos asignados a la violencia masculina contra las mujeres no deberían figurar en el epígrafe de “peligros desconocidos”, sino que corresponden al de conocidos y compañeros sexuales».