Empezaremos nuestro recorrido por los tipos de asesinatos cometidos por los seres humanos con el lado más oscuro de la naturaleza humana: el asesinato de los familiares consanguíneos.
El asesinato de un niño pequeño tal vez sea el más difícil de comprender. Sin embargo, algunas mujeres lo hacen, y más a menudo incluso de lo que mucha gente cree.
Los antropólogos Paul Bugos y Lorraine McCarthy descubrieron que las mujeres jóvenes ayoreo de Bolivia y Paraguay a veces «entierran» a sus hijos al nacer.[103] Una mujer ayoreo enterró a sus seis primeros hijos antes de criar a los cuatro siguientes. El infanticidio se produce sólo en una de las situaciones siguientes: la madre carece de marido (las mujeres ayoreo no pueden criar a un hijo sin la ayuda del marido); el crío es deforme; nacen gemelos (la madre no tiene suficiente leche para alimentar a ambos al mismo tiempo); el bebé nace poco tiempo después del anterior y pone en peligro la vida de éste. Las madres sienten una gran tristeza cuando tienen que dejar morir a un niño —que es como lo piensan— y suelen derramar con sumo cuidado agua sobre el hijo superviviente.
Por cruel que pueda parecer, el infanticidio practicado por los ayoreo evita el enfrentamiento entre el recién nacido y su hermano mayor por una cantidad limitada de leche materna. También deja intactas las posibilidades de que una mujer no casada encuentre un marido. Con la edad y el matrimonio, las mujeres ayoreo se muestran cada vez menos predispuestas a enterrar a sus hijos.
El caso de los ayoreo no es único. Napoleón Chagnon pudo observar el mismo comportamiento frío en las madres yanomamo, y Kim Hill y Hillard Caplan lo hicieron en las tribus aché de Paraguay. Los padres aché mataban al 6,9 por ciento de sus hijos a causa de enfermedades, malformaciones, intervalos excesivamente cortos entre dos alumbramientos, o porque el recién nacido no tenía el sexo adecuado.[104] Otro porcentaje de los hijos (el 2,8 por ciento) moría como consecuencia de que fallecían sus padres o éstos se separaban de sus madres. De hecho, eliminaban al 9,1 por ciento de los 66 niños menores de 15 años cuyos padres fallecían, frente al 0,6 por ciento de aquellos cuyos padres seguían con vida. Los aché explican que cuando al padre le resulta imposible cazar y alimentar a su grupo, su descendencia morirá de hambre y los demás niños dispondrán de una menor cantidad de alimentos.
¿Es una práctica extendida en todo el mundo? La antropóloga Susan Scrimshaw hizo un estudio a escala mundial sobre el infanticidio y comprobó que era frecuente en todas partes.[105] En Asia, se practicaba en todas las sociedades; en África, lo practicaba el 58 por ciento; en América del Norte, el 65 por ciento y en América de Sur, el 69 por ciento. Por otra parte, el 49 por ciento de las sociedades preindustriales practicaban el infanticidio, y únicamente un 12 por ciento lo condenaba. Por ejemplo, hace un siglo, en Alemania era frecuente que muriesen los primeros hijos poco después del fallecimiento de su padre.[106] En cambio, los hijos de un viudo vivían más tiempo, pero fallecían después de que el viudo se volviese a casar (debido al síndrome de «la madrastra de Cenicienta», por el que la nueva esposa elimina a los hijos «rivales» de la esposa anterior a base de negarles los recursos, ya sean alimentarios ya sea simplemente el oxígeno, o desviarlos).
Pero lo más frecuente es que sean las mujeres jóvenes quienes asesinen a sus propios hijos cuando el padre no está dispuesto a casarse y garantizar su apoyo. Por ejemplo, en Canadá, el porcentaje de nacimientos en mujeres no casadas correspondía a sólo el 12 por ciento del número total de nacimientos; estas pocas mujeres (cuya edad media era de 27,7 años) cometieron el 61 por ciento (88 de 144) de los asesinatos madre-hijo habidos en Canadá.[107] En dicho país, las mujeres mataron a sus hijos con una frecuencia 1,5 veces mayor que los hombres. Y manifestaron menos remordimiento que los hombres. Así como en Canadá era bastante frecuente el suicidio de padres infanticidas (hasta el 43,6 por ciento), sólo se suicidó 1 de cada 50 madres infanticidas.
Lo mismo ocurre al sur de la frontera. Hace unos años, dos adolescentes llamados Amy Grossberg y Brian Peterson se registraron en un motel, tuvieron allí un bebé, lo mataron y abandonaron su cuerpo en un contenedor.[108] Unos meses más tarde, Melissa Drexler, una joven de dieciocho años, estudiante de secundaria, asistió a la fiesta de gala del colegio, tuvo a su hijo en el lavabo, lo depositó en un cubo de basura y regresó a la fiesta.
Es decir, las madres que matan a sus hijos no sólo lo hacen a sangre fría sino también para mejorar su condición socioeconómica o reproductiva.
En cierto sentido, el infanticidio parece todavía más odioso cuando las víctimas han dejado de ser recién nacidos. Hace unos pocos años, en Carolina del Sur, se produjo el caso de Susan Smith, una madre joven y blanca, separada de su marido, que afirmaba haber sido secuestrada por un hombre negro. Éste la habría obligado a salir de su coche y habría tomado como rehenes a sus dos hijos de catorce meses y tres años. Este secuestro dio lugar a un gran despliegue mediático, la búsqueda del secuestrador, el vehículo y los dos hijos a lo largo y ancho del país durante diez días. Mientras, mi esposa me repetía: «Hay algo raro en todo esto. Ninguna mujer que se preocupe por sus hijos los abandonaría en el coche. Yo le habría dicho: “De ninguna manera. O me quedo o me llevo a mis hijos”». Tenía razón; la búsqueda finalizó de repente cuando Smith confesó que no se había producido ningún secuestro. Smith había colocado a sus hijos en los asientos traseros, les había atado los cinturones de seguridad y había sumergido el coche, con sus hijos indefensos dentro, en las aguas del lago. ¿Por qué? Según explicó Smith, a su nuevo novio no le gustaban los hijos de otro.[109]
Quizá resulte sorprendente, pero Smith no es un caso único de tendencia asesina, sino más bien es un caso típico.[110] La mortífera lógica de Smith ejemplifica la de las madres jóvenes de todo el mundo que encuentran que su seguridad reproductiva a largo plazo y, en concreto, sus planes de matrimonio se ven amenazados por el «inconveniente» de tener algún hijo. El infanticidio parece estar escrito en nuestros genes, pero normalmente se manifiesta en madres jóvenes, no casadas y desesperadas, que matan a sus bebés recién nacidos. Smith se diferencia de ellas en el sentido de que asesinó a sus hijos cuando ya habían dejado de ser recién nacidos, ya podían hablar y caminar y estaban llenos de esperanzas. Posiblemente ésa fuera la razón por la que fue condenada a cadena perpetua. En cambio, la psicóloga forense Barbara Kervin señala que ninguna de las trescientas madres de Estados Unidos y el Reino Unido que mataron a sus recién nacidos pasó más de una noche en prisión.
El infanticidio hunde sus raíces tan profundamente en muchas culturas que a un recién nacido no se le reconoce la identidad hasta que sobrevive a la época de un infanticidio en potencia. Los !kung no consideran que un recién nacido esté a salvo hasta que le dan un nombre, lo cual es un anuncio de que la madre ha aceptado que el recién nacido no constituye una amenaza para sus otros hijos o para su matrimonio. Los amahuaca de Perú admiten incluso que no reconocen que los niños sean seres humanos hasta que no alcanzan los tres años.
Sin embargo, el infanticidio no es únicamente un síndrome «primitivo». En Estados Unidos, por ejemplo, las tasas de infanticidio aumentaron un 46 por ciento desde 1975 hasta 1992 (durante el mismo periodo, los asesinatos familiares disminuyeron hasta la mitad).
El infanticidio también tiene un sesgo sexual. Los padres esquimales abandonan en la nieve a una de cada cinco niñas recién nacidas para que las madres puedan traer al mundo hijos antes.[111] Los cazadores son tan importantes, y mueren tantos a causa de accidentes, que los esquimales tienen que criar a más chicos que chicas para que todos puedan disponer de alimentos. Aunque parezca horrible, este comportamiento cruel es comprensible, quizás incluso inevitable. Mucho menos comprensible es el infanticidio en culturas en las que no se produce una elevada tasa de mortalidad de varones, pero simplemente se mata a las niñas porque se valora más a los niños. En Birmania, India, Bangladesh,[112] Jordania, Pakistán, Sabah, Sarawak, Sri Lanka y Tailandia, se constata que las niñas menores de cuatro años mueren con mucha mayor frecuencia que los niños. «Los indicios antropológicos parecen apuntar a que es más probable eliminar a las niñas recién nacidas que a los niños recién nacidos», explica Sheila Ryan Johansson.[113] Las perspectivas para las niñas recién nacidas pueden ser muy sombrías. Por ejemplo, de un estudio realizado en seis clínicas de Bombay en las que se practican abortos se desprende que, de los 8000 fetos analizados, 7999 correspondían a hembras.[114]
Los antropólogos sociales siguen intentando dar sentido a todos estos datos. Marvin Harris sostiene que el infanticidio ha sido «el método más extendido de control de la población a lo largo de toda la historia de la humanidad».[115] Esta idea viene corroborada por la existencia de diversos grupos de personas que mataban a los recién nacidos para poner freno al crecimiento vegetativo. Entre ellos se cuentan los antiguos griegos y, en la actualidad, los chinos, los japoneses y los esquimales, así como los yokun y los sakai de Malasia. Por ejemplo, los tapirapé de Brasil permiten que cada familia tenga tres hijos y obligan a abandonar a los siguientes en la selva. Sin embargo, estas culturas son la excepción.[116] El infanticidio es el resultado de la decisión de aquellos que intentan tener más descendencia a largo plazo aun a costa de sacrificar algún bebé antes.
¿Cómo puedo hacer esa afirmación? Me baso en los motivos a favor del infanticidio invocados por las 60 sociedades enumeradas en Human Relations Area Files.[117] La mitad de los niños asesinados en dichas sociedades lo fue como consecuencia de circunstancias adversas a la supervivencia del niño (por ejemplo, haber nacido en un parto múltiple o con un intervalo excesivamente corto después del parto anterior o de una madre sin marido), el 19 por ciento debido a malformaciones o falta de salud, el 18 por ciento por haber sido concebidos en situación de adulterio, el 3 por ciento como resultado de un incesto, el 3,5 por ciento por ser hembras, el 2 por ciento por haber sido sacrificados en ceremonias de magia negra y el 4 por ciento por inquina, para eliminar a un posible sucesor, o para prolongar la actividad sexual. Sólo el 9,5 por ciento restante lo fue para poner freno al crecimiento de la población (se observa que en los demás casos, el éxito reproductivo no tenía muy buen pronóstico o se ponía en peligro la supervivencia de los demás descendientes), pero en ningún caso se esgrimió como motivo de alguna de dichas muertes el control de la población.
Antes de condenar o rechazar esas prácticas como algo propio de «salvajes», conviene tener presente que los norteamericanos también matan a niños, y que en ocasiones lo hacen de una forma mucho más abominable que los padres de las tribus «primitivas». En la segunda encuesta nacional sobre la familia, el sociólogo Richard Gelles analizó hasta 6002 hogares con el objetivo de determinar la dinámica del maltrato y el homicidio de menores.[118] Encontró que las madres solteras eran un 71 por ciento más violentas con sus hijos que las casadas, especialmente en las clases más desfavorecidas, mientras que los padres solteros, independientemente de su situación económica, eran un 420 por ciento más violentos que los casados. En ambos grupos, las madres o los padres solteros que vivían con un novio o una novia eran los que presentaban un comportamiento más duro y los que más maltrataban a sus hijos. Estas tendencias no sólo recuerdan las que se producen en las tribus primitivas y entre muchos primates no humanos, sino que ponen de manifiesto que cuando lo que está en juego es el futuro matrimonial del padre o de la madre, los hijos suelen verse abocados a un juego de vida o muerte. En Estados Unidos, donde el infanticidio no sólo cuenta con un rechazo social total sino que se considera un delito muy grave, los adultos que han vuelto a casarse, a veces maltratan a los menores hasta el límite de lo posible, en lugar de matarlos abiertamente.
En efecto, algunos norteamericanos matan a los niños. Algunos padrastros tratan a sus hijastros peor de lo que lo hacen los gorilas. Las estadísticas canadienses al respecto muestran que es 70 veces más probable que un niño de menos de dos años muera a manos de su padrastro que de su padre biológico.[119] En Inglaterra, es 50 veces más probable, y en Estados Unidos, 100 veces más probable. Estos asesinatos abominables surgen del lado más oscuro de la psique humana.
Los varones matan a sus hijastros por las mismas razones que los primates macho matan a las crías: para eliminar la descendencia de otros machos competidores y hacer aumentar el éxito reproductivo. Estos asesinatos liberan recursos para futuros hijos e «inducen» en la madre un estado fisiológico o emocional que le predispone a criar nuevos hijos.
Por muy abominables que sean estos padrastros, no son nada comparados con lo que algunos hombres son capaces de hacer, llevados por su instinto de matar niños. Por ejemplo, los nazis exterminaron por lo menos a un millón de niños en los campos de concentración. Según Mildred Dickemann, «un informe de la Wehrmacht de junio de 1944 se planteaba el objetivo de suprimir entre 40.000 y 50.000 niños rusos de las zonas que controlaban: “Esta operación pretende no sólo reducir el crecimiento actual de la fuerza del enemigo, sino desmantelar su fuerza biológica en el futuro”».[120] Mientras tanto, como ya se ha visto en el capítulo 4, las fuerzas de ocupación nazis procedían a una violación masiva de las mujeres rusas.
El infanticidio pone de manifiesto que la selección natural puede ser un brutal escultor de los instintos y muestra cómo los varones y las hembras de la especie Homo sapiens (y otras especies de primates) son impulsados a matar a niños por instintos dirigidos a conseguir que el éxito reproductivo global sea el mayor posible.
En ocasiones se produce todo lo contrario al infanticidio. Sin embargo, en este caso, los asesinos no son niños, sino que suelen ser adolescentes. Normalmente las víctimas son padres maltratadores o, como han demostrado Daly y Wilson, padres que no están dispuestos a dejar de tener más hijos (y, por tanto, hacen que la cuota familiar correspondiente a cada uno de ellos sea cada vez menor).[121] En Canadá, por ejemplo, es 455 veces más probable que un hijo de 16 o más años de edad mate a su padre que lo contrario. Y, mientras que 45 hijos mataron a sus madres, sólo una madre mató a su hijo. La probabilidad de que una hija mate a uno de sus progenitores es 238 veces mayor que la de que suceda lo contrario.
Conviene tener presente que la mayoría de los padres asesinados han maltratado a sus hijos y que los padrastros tienen una probabilidad mayor de ser víctimas de «parricidio». Es evidente, sin embargo, que globalmente los menores llevan las de perder en cuanto a asesinatos se refiere.
Si se asesina a niños por cuestiones que tienen que ver con el éxito reproductivo de los adultos que les rodean, ¿por qué los adultos asesinan a otros adultos?