Asesinos innatos: los gorilas

Uno de los resultados más impresionantes y reveladores de la selección natural es el gorila de las montañas, una especie con la que los seres humanos compartimos el 97,5 por ciento del ADN. De hecho, el carisma de tan sólo unos 200 gorilas llegó a convertirse en el principal motor económico de Ruanda. Sin embargo, al verlos en acción, pocos turistas eran conscientes de que cualquiera de esos gorilas macho, a pesar de la aparente placidez de sus vidas, podía tener el triste honor de ser el «primate más macho».

Dado que el elemento principal de su alimentación son las hojas de los árboles,[79] los gorilas pueden permitirse el lujo de vivir en pequeñas colectividades que sólo tienen que desplazarse diariamente unos centenares de metros para poder comer. Durante la mitad del día los gorilas no hacen nada o echan una siesta al sol (cuando éste consigue atravesar las frecuentes capas de niebla). Los rollizos jóvenes gorilas aprovechan para jugar y dar volteretas por las verdes laderas, aunque estos juegos pueden transformarse en enfrentamientos abiertos aderezados con un sinfín de muecas y gestos. Compartir la vida cotidiana de un grupo de gorilas convierte a cualquiera en un primatólogo en menos tiempo del que tarda un gorila de espalda plateada en engullir un grueso bambú.

Dian Fossey, una experta en gorilas, y sus colaboradores descubrieron que los gorilas de las montañas Virunga, por muy pacíficos que puedan parecer, no forman grupos aleatorios de simios amigables, sino harenes con un único macho que se han formado tras sangrientos combates. En un harén típico de gorilas se cuentan unos ocho miembros: cuatro hembras adultas, tres hembras en crecimiento y un gorila adulto de espalda plateada, que ha conseguido reunir al conjunto.[80] El gorila de espalda plateada no defiende un territorio ante cualquier intruso, pero sí su harén.[81] De hecho, el 79 por ciento de los encuentros entre machos adultos que no se conocen entre sí da lugar a algún tipo de manifestación violenta, y la mitad a alguna pelea.[82] Los combates entre estos machos hiperagresivos resultan tan exigentes, y en ocasiones tan mortales, que la selección natural de los machos ha hecho que alcanzasen un peso un 237 por ciento mayor que el de las hembras (que pesan unos 70 kg).[83] De hecho, la muerte violenta es tan frecuente entre los gorilas de la selva que su ferocidad original parece desmentir que tengan un encanto y una inteligencia similares a los de los seres humanos.

Sin embargo, es imposible que el apareamiento se produzca de una manera menos violenta. A los catorce años de edad, la mayoría de los machos abandona el harén de sus padres y vaga por la selva en busca de hembras con las que formar su propio harén. Ningún gorila de espalda plateada renunciará sin más a una hembra, por lo que los jóvenes machos se verán obligados a actuar utilizando la fuerza. Algunos llegan incluso a matar la cría que una hembra ha tenido con un macho anterior rival.[84]

¿Por qué se juntaría una hembra con un macho tan violento? La primera vez que una hembra abandona el harén en el que ha nacido, lo hace para evitar la endogamia con su padre o su hermano.[85] Pero una vez lo ha abandonado, entra en una jerarquía de dominación estable basada en el orden con el que se integró en el harén.[86] En dichas jerarquías, las esposas anteriores dominan a las recién llegadas, hasta el punto, muy poco frecuente, de matar a las crías de éstas.[87] Por consiguiente, parece ser que algunas hembras se «divorcian» y «vuelven a casarse» para mejorar su condición en la jerarquía o para escapar a la dominación de las demás hembras.

Por otro lado, algunas hembras no sólo se resisten a ser integradas en otro harén sino que incluso defienden a sus espaldas plateadas frente a los intrusos.[88] A pesar de esos casos poco habituales, la mayoría de las hembras no suelen permanecer con el primer macho que las ha reclutado.[89] El primatólogo David Watts explica el caso de una hembra, Simba, que vivió en cuatro harenes y tuvo tres crías con tres espaldas plateadas distintos. Simba abandonó a una hija pequeña, Jennie, en el grupo de Nunkie, un fornido gorila espalda plateada (cuando lo observé en 1981) y padre de Jennie, que se convirtió también en su madre.[90] Jennie se convirtió en la sombra de Nunkie. Cuando éste se detenía en la fría y húmeda selva de las montañas Virunga, Jennie se acercaba a él para calentarse y por la noche se acurrucaba contra su cuerpo.[91]

Nunkie parecía ser un padre gorila modélico. Pero ésta no es sino una de las múltiples facetas de la psique de un gorila macho. Hay que agregarla a una sorprendente tasa de infanticidio (una de cada siete crías)[92] por parte de los machos que no son su padre. La elevada tasa de divorcio entre las hembras, a pesar de la carnicería que puede conllevar, indica que la hembra situada en una posición baja en la escala jerárquica tendrá tendencia a divorciarse para alcanzar una posición más elevada (¿o tal vez para conseguir un marido más capaz?) aun a costa de pagar el precio de ver morir a uno de sus hijos.

¿Por qué los gorilas macho asesinan brutalmente a las crías? La antropóloga física Sarah Blaffer Hrdy se hizo un nombre en la primatología al ilustrar este hecho a golpe de frías estadísticas sobre el asesinato entre los monos.[93] Durante su estancia en India a comienzos de los años setenta, Hrdy se preguntó por qué desaparecían tantas crías de langures.[94] (Los langures son monos que comen hojas, viven en grupos matrilineales y se aparean con un macho adulto inmigrante en cada grupo.) Con el tiempo, Hrdy consiguió ver el combate de cuatro nuevos machos adultos que desplazaron a cuatro machos residentes. Cada uno de los recién llegados mató a las crías más jóvenes (seis, tres, una y dos crías, respectivamente) y se apareó con las madres. Como de otro modo los asesinos no se habrían podido aparear con las hembras del grupo sin tener que esperar de uno a tres años, el infanticidio tenía sentido reproductivo para los asesinos, a pesar de su interferencia con el éxito reproductivo de las hembras. La razón es que la lactancia normal habría provocado un estado hormonal de amenorrea, un periodo de infertilidad en el ciclo reproductivo de la hembra. El infanticidio aceleró el ciclo de la madre hasta hacerla fértil inmediatamente. Si se tiene en cuenta que, por término medio, un macho sólo está unos dos años con una hembra, resulta claro que muchos de los nuevos machos que no matasen a las crías no podrían tener descendencia.

Y pese a la defensa heroica y dolorosa de las madres ante esos machos, están dispuestas a aparearse con los asesinos. En algunos casos, como sucede con las leonas, las afligidas madres se refriegan con tanta languidez con los machos infanticidas que es fácil pensar que la naturaleza parece una pesadilla.

Globalmente, los nuevos machos que optaban por esperar en lugar de matar a las crías tenían menos descendencia que los infanticidas. Es todo lo que necesita la selección sexual para que el infanticidio se convierta en una estrategia de reproducción del macho.

Aun así, estos asesinatos practicados por los monos eran tan políticamente incorrectos que muchos antropólogos se limitaban a negarlos. (Curiosamente, el propio Darwin se hubiese mostrado escéptico. A pesar de que el infanticidio perpetrado por los machos es algo que viene determinado por la selección sexual, Darwin consideraba que el infanticidio era demasiado «pervertido» para que se diese en la naturaleza.)[95] Sin embargo, cuando se observó, en una docena de especies de primates, que los machos mataban a las crías al asaltar a un grupo, los monos asesinos fueron entrando en los libros de texto como ejemplos del poder de la selección sexual de los machos.[96] Lo mismo ocurre en muchas especies de carnívoros, como los tigres, los leones, los pumas y los guepardos.[97] De hecho, el asesinato en el seno de la especie está muy extendido en la naturaleza, pero lo significativo es que los machos matan a las crías de otros machos, no a las suyas propias.

Puede parecer extraño que las hembras de gorila de un harén no establezcan entre sí lazos que les permitan una defensa colectiva. Después de los años de vida en común, lo único que les une es el haber sido reclutadas por un mismo macho. Si éste muere, el grupo se disuelve y las hembras parecen desorientadas. En pocas palabras, la psicología de las hembras de gorila gira en torno al hecho de haber sido «atrapadas» por un macho.

Cuando se trata de tener descendencia, los machos sólo pueden recurrir a la violencia para ganar a otros machos o defenderse de ellos, a pesar de que esa violencia pueda parecer «mala» para la propia especie.[98] El punto crucial que muchos libros y vídeos de divulgación sobre estos temas no tienen en cuenta es que la selección natural actúa a través del éxito reproductivo de los individuos, y no de la especie. La máxima más elocuente sobre la naturaleza es: «Aquel o aquella que tiene la descendencia más capaz de sobrevivir es el que gana». Un macho que lucha hasta conseguir reclutar y defender, por ejemplo, a cuatro hembras puede tener entre 8 y 20 descendientes. Dian Fossey estimó que un gorila de espalda plateada llamado Beethoven había tenido por lo menos 19 hijos.[99]

Formar un grupo a base de luchar no es la única forma que tienen los gorilas de tener éxito en la reproducción, pero la lucha es un instrumento necesario para la reproducción. Por ejemplo, a la muerte de Beethoven, su hijo Icarus heredó el harén de su padre (un 40 por ciento de los harenes de las montañas Virunga[100] contaba con más de un gran macho, aunque normalmente el gorila jefe era el único en procrear y su hijo se abstenía de hacerlo).[101] A su vez, a la muerte de Icarus, posiblemente debida a las heridas recibidas durante un combate, otro de los hijos de Beethoven, Zizz, heredó el harén compuesto por cuatro hembras adultas. El primatólogo David Watts describe a Zizz como el mayor gorila que había visto jamás. Unos años antes, Zizz también era el gorila (en crecimiento) más agresivo que yo mismo había visto. Llegó incluso a atacar a nuestro rastreador, Antoine, a quien derribó y arrebató el machete, antes de morderlo y lanzarlo a la espesura de la selva. Cuando se convirtió en un adulto, Zizz utilizó toda su capacidad agresiva para reclutar a otras siete hembras, hasta componer un harén de once hembras.[102] Más tarde, dos de ellas pasaron a pertenecer a otros harenes.

La lección es que los gorilas macho se sirven de la lucha para construir y defender un harén, a veces con riesgo de perder la vida, tienen por lo menos tres veces más descendencia que aquellos que se aparean en régimen monógamo. De hecho, los machos muy agresivos como Beethoven y Zizz pueden tener incluso más descendencia y, en consecuencia, dar lugar a linajes que pueden durar millones de años. En cambio, cuando el gorila pierde el combate, o no se está dispuesto a luchar hasta el fin, el resultado es que será incapaz de tener descendencia.

Podemos imaginar, por tanto, el dilema que se plantea a cada joven espalda plateada: ¿ha de permanecer en el grupo en el que ha nacido y esperar, o tiene que abandonarlo y luchar hasta la muerte para formar un harén? Un espalda plateada viejo se enfrenta al mismo tipo de dilema: ¿tiene que reclutar a otra hembra? Y en ese caso, ¿cuándo, dónde y cómo ha de hacerlo, sin perder las que ya tiene?

En resumen, la sociedad de los gorilas parece tranquila e idílica, pero lo es sólo de modo superficial, pues en realidad consiste en una serie de unidades familiares radicalmente sexistas y decepcionantemente fugaces, constituidas a base de sangre por machos xenófobos que matan por mantener o ampliar sus harenes. Los machos suelen enfrascarse en combates a muerte para la posesión de las hembras, y éstas suelen divorciarse de los machos. Los gorilas en estado salvaje son un testimonio de casi todos los aspectos más extremos de la violencia masculina, entre los que se cuentan el infanticidio, la lucha abierta y el homicidio, utilizados como mecanismos con fines reproductores para vencer y monopolizar a las hembras. Los gorilas también muestran que la selección sexual de los machos pueden convertirlos en poderosas y despiadadas máquinas de luchar.

Todo esto viene a cuento porque, al plantearnos la cuestión de quién mata a quién y cuándo, debemos admitir primero la verosimilitud de que los asesinatos cometidos por los seres humanos no constituyen un accidente. El asesinato está grabado en la psique humana. Aquellos que asesinan lo hacen deliberadamente, a partir de sus propias decisiones y en función de sus intereses propios más íntimos. No asesinan, en cambio, porque ellos mismos sean las víctimas desdichadas de una sociedad que ha perdido el norte.