Individuos de perfil bajo (en el terreno socioeconómico y otros)

Uno de los libros recientes que presenta los datos más fiables acerca de delitos y delincuentes es el de James Q. Wilson y Richard Herrnstein, titulado Crime and Human Nature. Los autores explican que los delincuentes suelen ser hombres que arrojan resultados muy bajos en las pruebas de inteligencia,[53] pero muy impulsivos y extravertidos, y cuyos sistemas nerviosos responden con lentitud y escasa autonomía. Otros estudios confirman esa idea. Según el escritor de temas científicos Bruce Bower, «las investigaciones sitúan sistemáticamente en 92 el nivel del CI de los delincuentes convictos, unos 8 puntos por debajo de la media de la población y 10 puntos por debajo de la media de las personas que cumplen con la ley».[54] Las investigaciones llevadas a cabo en Nueva Zelanda confirman la conexión entre delincuencia e impulsividad.

Según Bower, los jóvenes en los peldaños inferiores de la escala neurofisiológica no sólo son los delincuentes más habituales, sino que en general actúan con agresividad e impulsividad desde que tienen unos tres años de edad. Más reveladora todavía resulta la afirmación de la psicóloga Terrie E. Moffitt, para quien «los resultados sugieren que la escasa capacidad verbal es el «ingrediente activo» de la delincuencia en el CI [global]».

Este hecho se añade a la componente genética. Wilson y Herrnstein encontraron que aquellos hombres cuyos padres eran o habían sido delincuentes, aunque hubieran sido adoptados y no hubieran conocido a sus padres biológicos, tenían una probabilidad mayor de ser delincuentes que aquellos cuyos padres no lo eran. Además, el gemelo idéntico de un delincuente tiene una probabilidad 2,5 veces mayor de ser delincuente que un gemelo no idéntico.[55]

Pero, para conocer las razones que les llevan a matar, no basta con saber quiénes son los asesinos, cómo cometen sus crímenes y que los genes pueden desempeñar cierto papel. ¿Acaso los hombres matan porque piensan que su acto no tendrá ninguna repercusión para ellos? No es una pregunta tan frívola como se puede creer. Según el FBI, en 1996 sólo se detuvo a algún sospechoso en el 67 por ciento de los casos de asesinato cometidos en Estados Unidos.[56] Los datos más recientes del Departamento de Justicia indican además que menos del 38 por ciento de los asesinos acaban siendo condenados por asesinato[57] y que sólo el 97 por ciento de los asesinos condenados tienen que cumplir penas de prisión (el 3 por ciento restante está constituido, en su mayoría, por madres que han matado a sus hijos; véase más abajo).[58] Estas cifras sugieren que, en Estados Unidos, alrededor de un tercio de los asesinos tienen que cumplir penas de prisión. Es más, el tiempo medio que pasan en la cárcel es sólo de 10,5 años, mientras que la sentencia media es de 22 años.

Pero el hecho de no ser condenado, o de serlo con una condena suave, no explica por qué matan los hombres. ¿Acaso la cultura norteamericana «crea» asesinos, empujados por la pobreza, por ejemplo? Se suele considerar que la pobreza es otra causa estructural del asesinato, pero diversas investigaciones han demostrado que la correlación entre los estudiantes en escuelas o barrios desfavorecidos y el número de detenciones por delitos cometidos con violencia es bastante baja.[59] El Comité de la Academia Nacional de Ciencias para el conocimiento y el control de los comportamientos violentos publicó un informe según el cual, aunque se habían realizado pocos estudios sobre delincuencia con violencia,

«aquellos |estudios] que se centraban en la delincuencia con violencia siguieron mostrando que los homicidios se concentraban mayoritariamente en las zonas pobres. […] Este modelo de comportamiento era independiente del grupo étnico considerado. […] Pero la existencia de una relación estadística entre las características de una comunidad y la violencia sigue sin explicar cómo éstas se relacionan con la pobreza y, a su vez, cómo hacen aumentar la violencia. Y tampoco explica por qué tienden a desaparecer las diferencias raciales en los delitos violentos cuando se considera que la pobreza es una explicación posible».[60]

La pobreza afecta a las relaciones entre hombres y mujeres. De hecho, como ya hemos visto y veremos más adelante en este capítulo, la pobreza de un hombre, o su condición de «fracasado en el terreno económico», afecta considerablemente su capacidad de atraer y mantener a una mujer a su lado el tiempo suficiente para iniciar con ella una familia, y más aún de hacerla prosperar. Por consiguiente, la pobreza, en tanto que condición «económica» del varón, es percibida a veces por la hembra como un signo biológico de que ese hombre no es el compañero ideal. Para ocultar, mitigar o invertir su falta de recursos y, por tanto, para tener las mismas oportunidades que los demás hombres, muchos hombres pobres roban dinero o bienes a los demás. La violencia es un instrumento básico en ese proceso, y el asesinato es uno de los resultados posibles. Pero la «pobreza» en tanto que condición económica no es más que una manifestación superficial de una realidad mucho más profunda para una mujer: ese hombre no será un compañero adecuado, no me proporcionará seguridad, no será capaz de aportar lo necesario para criar unos hijos con buena salud, arruinará mi vida.

Como causa estructural del homicidio, el fracaso económico de un hombre parece un importante factor desencadenante, una predisposición biológicamente predecible del uso de la violencia ofensiva para acceder con más facilidad a las mujeres deseables, para conseguir «derechos» de apareamiento más exclusivos y para engendrar y criar hijos que, en última instancia, son la finalidad del apareamiento. Para algunos hombres, la violación parece ser la forma más sencilla de conseguirlo. Robar o incluso asesinar para lograr los recursos deseados o eliminar a posibles rivales puede resultar una táctica mucho más peligrosa, pero en ambos casos el beneficio puede ser más duradero que en el de la violación.

La pobreza durante la vida matrimonial también afecta a la dinámica social de la familia. ¿Son estas dinámicas —estos procesos interactivos las que siembran la semilla de la violencia? Así lo creen muchos sociólogos. También yo lo pensé. Sin embargo, los resultados de las investigaciones más recientes sugieren algo muy distinto. La socióloga Cathy Spal/Widom afirma que «sorprendentemente, existen pocos indicios empíricos de que los malos tratos den lugar a más malos tratos».[61] Widom encontró que tan sólo el 20 por ciento de los hijos maltratados se convirtieron en padres maltratadores (en cualquier caso, la proporción no es claramente mayor que para los hijos no maltratados), si bien los niños negros maltratados o abandonados tenían una probabilidad un 3 por ciento mayor que los niños negros no abandonados de ser arrestados más tarde por algún delito violento.[62] Es interesante constatar que los niños que habían tenido padres maltratadores o habían vivido en barrios con niveles de delincuencia elevados, pero que no habían cometido delitos, presentaron CI más elevados que la media y demostraron tener capacidad de ganarse la vida honestamente. La conclusión de Widom es que la familia no es la causa de los asesinatos. A pesar de que sus investigaciones no contemplaron todas las formas posibles de asesinato, parece crucial buscar otras causas más allá de la dinámica social de la familia.

Otra intrigante explicación interactiva y estructural de las tasas de homicidios es la propuesta por David T. Courtwright en su obra Violent Land: Single Men and Social Disorder from the Frontier to the Inner City. Courtwright hizo un seguimiento de las tasas de homicidios a lo largo de la historia de Estados Unidos y halló que la composición de la población era un buen indicador de la tasa de asesinatos.[63] Las tasas más elevadas se producen en aquellas zonas en las que las poblaciones locales presentan las proporciones más altas de hombres jóvenes y más bajas de mujeres jóvenes en edad de casarse. Si a esta situación se añaden los competidores locales de otras razas (indios norteamericanos, chinos, hispanos), las tasas se disparan. Las tasas excepcionalmente elevadas, como las de las ciudades nacidas al calor de la fiebre del oro y ejemplificadas por Bodie, California (véase la tabla 1), se parecen mucho a las de los guetos urbanos acosados por «la fiebre de la droga». ¿Cómo podrían atajarse esas tasas de asesinatos? Según Courtwright, hay que incrementar la proporción de hombres jóvenes que se casan y se responsabilizan de una familia. El estudio de Courtwright sobre el asesinato en Estados Unidos resulta fascinante, pero no profundiza excesivamente en las razones por las que los hombres que no tienen esposa o familia matan con tanta facilidad. ¿Acaso la razón es la competencia por las pocas mujeres disponibles o por una condición económica suficiente que les ayude a ganar a esas mujeres? Por qué matan los hombres jóvenes sigue siendo algo que hay que aclarar.¿Se puede acusar a la violencia en la televisión de ser el factor que hace aumentar las actuales tasas de asesinatos? La programación de la televisión constituye una dinámica cultural-subcultural fundamental en el análisis sociológico del asesinato. Existen buenas razones para ello. Según el epidemiólogo Brandon S. Centerwall, un estudio realizado a lo largo de siete años por los centros de control de enfermedades descartaba como causa de los homicidios todas las de tipo psicológico, excepto la violencia en la televisión.[64] En Mayhem, su estudio sobre la violencia en la televisión y sus consecuencias, Sissela Bok explica que el 98 por ciento de los hogares norteamericanos disponen de un aparato de televisión,[65] que la mayoría de los niños tiene uno en su habitación y que la mayoría de las familias tiene la televisión encendida durante 7 horas diarias. Añade asimismo que, al final de la escuela primaria, cada niño ha visto una media de 8000 asesinatos. A los 18 años, el estadounidense medio ha presenciado unos 18.000 asesinatos en televisión a lo largo de 15.000 o. 20.000 horas (pero sólo ha asistido a 11.000 horas de clase en la escuela).[66] En resumen, la televisión es un poderoso y persistente acompañante de la mayoría de los niños.

Las conclusiones de un estudio de 1972, realizado en un periodo de diez años, señalaban que «la cantidad de violencia contemplada en la televisión por los niños de 9 años es el mejor indicador de la delincuencia juvenil con agresión a los 19 años».[67] Sin embargo, un estudio de 1986 sostenía que el número de horas ante el televisor tan sólo predecía la violencia de los jóvenes cuando éstos tenían padres capaces de cometer agresiones.[68] No obstante, resulta sospechoso que la tasa de homicidios en Canadá se duplicase cuando se introdujo la televisión en el país, sin que aumentase el número de armas en circulación.[69] Es más, según Centerwall, una encuesta realizada entre prisioneros norteamericanos indica que más del 25 por ciento de ellos habían cometido delitos que eran copias exactas de delitos que habían visto en la televisión.[70] Es muy posible que ocurra lo mismo con los jóvenes asesinos múltiples que abatieron a tiros a sus compañeros de colegio en 1997 y 1998.[71] De los estudios de los centros de control de enfermedades mencionados anteriormente, Centerwall deduce que «se estima que la exposición a la televisión se relaciona, desde el punto de vista etiológico, con unos 10.000 homicidios anuales, y con una proporción todavía mayor —tal vez la mitad— de violaciones, agresiones y otras formas de violencia interpersonal en Estados Unidos».[72]

Según Sissela Bok, uno de los problemas de la interpretación de Centerwall es que las tasas de homicidios han disminuido considerablemente desde la finalización del estudio, en 1989, pero no ha disminuido en cambio la cantidad de violencia en televisión. Aun así, Centerwall sostiene que la violencia en televisión contribuye en gran medida a la violencia real, aunque no somos capaces de decir cuánto.

¿Hasta qué punto es efectiva la violencia en la televisión o el cine para conformar los valores de los seres humanos? El psicólogo del ejército norteamericano Dave Grossman describe un informe acerca de las técnicas más sofisticadas utilizadas por el gobierno norteamericano para preparar a los reclutas y ayudarles a superar su reticencia a matar. Dichas técnicas habían sido elaboradas por un comandante de la armada y psiquiatra llamado Dr. Narut. La preparación consistía en atar a los reclutas ante un aparato de televisión y obligarles a ver escenas violentas. Como en el libro y posterior película La naranja mecánica, los reclutas visionaban los más violentos y horribles crímenes. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en La naranja mecánica, no se les administraban drogas para provocarles asco. Por el contrario, el objetivo consistía en insensibilizar a los reclutas ante la violencia y condicionarles a aceptar el asesinato como un simple hecho. No sabemos si esta información es o no apócrifa, pero Grossman señala que los norteamericanos están permitiendo que se ejerza el mismo condicionamiento sobre millones de niños que ven, uno tras otro, episodios de enorme violencia mientras mastican «comida» que les satisface o establecen contacto físico con un novio o una novia. A este respecto, escribe:

«Estamos haciendo un gran trabajo al insensibilizar y condicionar a nuestros ciudadanos ante el asesinato, mejor de lo que el comandante Narut jamás soñó en conseguir. Si nuestro objetivo consiste en educar a una generación de asesinos que no pueden ser frenados ni por la autoridad ni por la naturaleza de la víctima, resulta difícil imaginar cómo podría hacerse mejor».[73]

¿Es una opinión generalizada la idea de que la televisión condiciona a las personas a ser tan violentas? Los propios telespectadores así lo creen. En un estudio de alcance nacional realizado en 1996, el 92 por ciento de los telespectadores se mostraba de acuerdo con la idea de que la violencia que aparece en la programación tiene claras repercusiones sobre la violencia en la vida real; el 74 por ciento de ellos consideraba que tiene un «gran impacto».[74] La mitad de los adolescentes norteamericanos que manifestaron su opinión creían que la televisión contribuía a desarrollar la violencia entre los jóvenes de su edad. De hecho, hacia mediados de los años noventa, los jóvenes de menos de 18 años cometían unos 250.000 delitos violentos cada año.[75]

Lo cierto es que, sin ningún género de dudas, la televisión modifica los valores humanos. La empresa Corporate America, por ejemplo, está dispuesta a gastar millones de dólares en un anuncio de televisión de un minuto de duración que sea emitido durante el partido de la Super Bowl, por la sencilla razón de que la televisión es un medio muy eficaz en ese sentido. Cabe preguntarse si no son más eficaces aún, cuando se habla de modificar los valores de nuestros muchachos, los miles de horas de violencia gratuita, especialmente para los niños varones que viven en hogares monoparentales sin un modelo real de varón. En efecto, debemos estar preocupados.

¿Hasta qué punto? Sissela Bok recoge una escalofriante conversación tomada de un documental de la serie televisiva Frontline.

«Un muchacho, acompañado de sus padres, se encuentra en el plató. El entrevistador le pregunta qué respondería si se le ofreciese un millón de dólares a condición de no volver a ver nunca más la televisión. Enseguida responde: “No lo haría”. “¿Ni siquiera por un millón de dólares?”, le pregunta con incredulidad su madre. “Ni siquiera por un millón.” “¿Por qué?” Nuevamente, una respuesta inmediata, como si la respuesta fuese evidente. “¿Qué [otra cosa] harías tú?”.»[76]

Sin embargo, a pesar de una encuesta reciente realizada por TV Guide, según la cual se pueden ver unos cien actos violentos por hora en la programación televisiva, y a pesar de un estudio del Centro de Comunicación Annenberg según el cual en la programación infantil se puede contar un acto violento por minuto, vuelve a plantearse la cuestión recurrente: ¿por qué la violencia en la televisión no empuja a las mujeres a manifestar ese mismo comportamiento asesino?[77]

Como sucedía con la violación, las claves para resolver este misterio son más sencillas de lo que pensamos, pero a la vez más profundas de lo que pueden explicar los estudios sociológicos basados en consideraciones contrapuestas del tipo cultural-subcultural o estructural o interaccional. Como hemos visto, el 90 por ciento de los asesinos son hombres. En muy pocos casos se trata de hombres cualesquiera que pierden el control. En cambio, son muchos los que asesinan cuando se produce una pelea o cuando están cometiendo un delito delante de otras personas.

Para comprender un asesinato hay que dar un paso más: hemos de admitir que cada asesino ha tomado la decisión consciente de matar y es una persona responsable de dicha decisión. Como es lógico, la responsabilidad personal no basta para explicar el motivo que le induce a matar, pero la asunción de que el propio asesino —y no la sociedad en su conjunto— es el responsable de esa decisión es un primer paso importante para comprender por qué asesinan los hombres.[78]