Armas

Muchos estudiosos de las ciencias sociales consideran que el asesinato se produce por una razón estructural: el amplio acceso a armas de fácil manejo. La gente culpa a las armas de fuego por razones emocionales. Muchas personas tienen miedo de las armas de fuego y las detestan y, como algunos han sido víctimas de delitos en los que han intervenido o lo han sido personas próximas a ellos, es fácil comprender sus emociones.

Sin embargo, a la hora de aceptar o rechazar el asesinato, las armas tienen menos que ver con éste que las actitudes de las personas y su sistema judicial (véase el capítulo 8). La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos sostiene que «las investigaciones de que disponemos no demuestran que exista una relación entre una mayor disponibilidad de armas y un mayor número de delitos o agresiones con violencia».[36] Las tasas de asesinatos no dependen de las armas, sino de quién las posee. Para reducir las cifras de asesinatos, el comité de la Academia Nacional sobre el conocimiento y control del comportamiento violento recomienda que se refuercen «las leyes ya existentes que rigen la compra, la posesión y el uso de las armas de fuego».

El estudio realizado por Robert J. Mundt sobre la comparación de las tasas de asesinatos en 25 ciudades estadounidenses y 25 ciudades canadienses de tamaños parecidos proporciona otros datos que desvinculan las armas de fuego de las tasas de asesinatos.[37] Dicho estudio muestra que entre los caucásicos no hispanos, las tasas de asesinatos son las mismas, a pesar de la facilidad de disponer de armas en Estados Unidos y de su prohibición, desde hace tiempo, en Canadá.

Una demostración ya clásica de que la disponibilidad de las armas de fuego en sí misma no hace aumentar las tasas de asesinatos consiste en comparar los casos de Suiza, Japón e Inglaterra. Todos los varones suizos en buenas condiciones de salud están obligados a tener en su casa, durante toda su vida, un rifle automático o una pistola con su munición correspondiente. Sin embargo, entre esos 6 millones de personas que poseen 600.000 rifles de asalto, medio millón de pistolas y miles de otras armas, es muy raro que se produzcan asesinatos.[38] Hasta las tasas de suicidio con arma de fuego son muy bajas. Japón, un país sin armas, y Suiza, un país fuertemente armado, presentan tasas idénticas de asesinatos, 1,20 y 1,23 homicidios por 100.000 habitantes, respectivamente (menos de la mitad de los asesinatos en Suiza lo fueron por disparos).[39] La tasa de asesinatos en Inglaterra, un país en el que la mayoría de las armas están prohibidas, era de 1,35 por 100.000. En resumen, ni en Estados Unidos ni en los demás países existe una correlación entre la presencia de armas y las tasas de asesinatos.[40]

En cambio, la forma de actuar de un asesino permite entrever su motivación. En las culturas en las que las armas de caza o de guerra más avanzadas son las flechas envenenadas, los palos y las lanzas, los asesinos eligen dichas armas. Análogamente, en Estados Unidos, en 1996, el 54 por ciento de los asesinos utilizó pistolas, el 14 por ciento otras armas de fuego y otro 14 por ciento objetos cortantes o punzantes.[41] Los demás usaron objetos no considerados como armas: objetos sin filo, manos, pies, venenos, fuego, etcétera (normalmente en los asesinatos de bebés o niños). En los años noventa, un tercio de los asesinatos cometidos en Estados Unidos lo fueron sin armas de fuego. De hecho, los principales instrumentos utilizados en los asesinatos no siempre son los que uno podría esperar. Por ejemplo, en 1998 en Chicago, hubo más víctimas de asesinato por bates de béisbol que por arma de fuego.[42] Y en Inglaterra, donde las armas de fuego son ilegales, el 35 por ciento de los asesinatos cometidos en 1994 lo fueron con cuchillos y sólo el 9 por ciento con armas de fuego. La cuestión que se plantea entonces es: ¿lo que lleva al asesinato se encuentra en la mente del asesino o en la propia arma? Hasta la fecha, los datos indican que la mente es mucho más letal.

El mejor estudio existente sobre los asesinos más recalcitrantes y sus armas es el trabajo de James D. Wright y Peter H. Rossi titulado Armed and Considered Dangerous: A Survey of Felons and their Firearms.[43] El objeto de dicho trabajo era servir de base para la redacción de nuevas leyes sobre las armas de fuego. Los autores, ambos sociólogos, no poseían armas de fuego y no las habían empuñado durante años. Desde el principio, Wright y Rossi se mostraron partidarios de imponer medidas de control más estrictas.[44] Sin embargo, las declaraciones de los asesinos atenuaron sus opiniones iniciales.

Wright y Rossi observaron que, teniendo en cuenta a todos los asesinos (muchos de los cuales matan en repetidas ocasiones), el 61 por ciento había matado con una pistola y la mitad con un rifle o una escopeta. Estos delincuentes disponían, sin permiso, de más del doble de armas (6,6 cada uno) de las que posee legalmente la familia norteamericana media. Los delincuentes llevaban armas porque sus iguales las llevaban y no porque hubiesen crecido con ellas.[45] Para cometer un crimen, el 85 por ciento de los «depredadores» armados prefería una pistola. Y lo que es más importante aún, el 18 por ciento de los que llevaban una pistola y el 16 por ciento de los que llevaban otras armas admitieron que las utilizaban para matar a sus víctimas, y no para asustarlas o para su propia protección.

Los asesinos preferían no utilizar armas baratas y de pequeño calibre, es decir, el tipo de armas a las que en los años ochenta se achacaba tantos asesinatos. Los «depredadores» armados consideraban que esas pistolas baratas no servían para nada. Sólo el 15 por ciento había llevado alguna en algún momento, y los únicos delincuentes que las «preferían» eran aquellos que jamás habían poseído un arma. Los «depredadores» de Wright y Rossi llevaban armas de buena calidad y lo justificaban diciendo que eran precisas, difíciles de rastrear, bien hechas y fáciles de manejar y de ocultar. En pocas palabras, querían las mejores armas para matar. De hecho, muchos «depredadores» habían robado esas armas a los policías y el 8 por ciento de ellos afirmó que la mejor manera de conseguir una buena arma al salir de la cárcel era robársela a un policía. El 71 por ciento de los delincuentes llevaba armas de calibre 0,38 o 0,357 o más. Según Wright y Rossi, «los criminales serios prefieren equipos serios».[46]

¿Qué lección se desprende? La mayoría de los asesinos utiliza las mejores armas que puede conseguir, y un gran número de ellos las usa con la intención de matar. Es interesante observar que la mayoría de los asesinos tiene miedo de que sus víctimas potenciales empleen las mismas armas.

Cuando empecé a escribir este libro estaba convencido de que las leyes que restringen el acceso a las armas resultaban vitales para que disminuyera el número de delitos en Estados Unidos. Tiene sentido, pero deja de tenerlo cuando uno conoce cómo piensan los hombres que deciden matar.

El economista John R. Lott, Jr. examinó una serie de datos sobre armas y asesinatos a lo largo de un periodo de varios años.[47] Se centró en los 31 estados que cuentan con leyes que permiten portar armas ocultas: las personas sin antecedentes que superan unas pruebas legales y de seguridad reciben un permiso de armas. Centenares de miles de norteamericanos portan legalmente armas ocultas, amparados por estas leyes. Lott estudió los registros de permisos de armas, unos 54.000, comprendidos entre 1977 y 1994 y analizó docenas de variables relacionadas con los delitos con violencia. Su objetivo consistía en responder a la pregunta: si se permite a la gente llevar un arma, ¿se evita la violencia o aumenta el número de agresiones? El mismo título de su libro, More Guns, Less Crime, parece darnos una respuesta, pero es preferible no sacar conclusiones por anticipado.

Lott observó que, contrariamente a lo que se suele pensar, incluso después de más de una década, ninguno de los que tenía permiso de armas había sido condenado por utilizarla para asesinar a alguien. En cambio, muchas mujeres que disponían de ese permiso habían podido evitar su asesinato (o violación) precisamente gracias a llevar un arma. Por ejemplo, las mujeres que no se enfrentaron a los agresores violentos fueron objeto de 2,5 veces más agresiones, por término medio, que aquellas que exhibieron un arma durante la agresión. Es más, al resistirse con un arma, las mujeres sufrieron heridas graves con una frecuencia cuatro veces menor que cuando se resistieron sin armas. Las encuestas señalan que los norteamericanos se defienden con armas entre 760.000 y 3,6 millones de veces ¡al año! Estas cifras coinciden con las de un estudio mucho más amplio llevado a cabo por Gary Kleck, un profesor de criminología que analizó durante muchos años los efectos de las armas en el aumento o la disminución de la violencia.

En su libro Point Blank: Guns and Violence in America, Kleck señala que los ciudadanos norteamericanos utilizan armas de fuego 783.000 veces al año (645.000, si nos limitamos a las pistolas) para defenderse de los delitos con agresión, es decir, una vez cada 48 segundos.[48] Mientras tanto, los delincuentes utilizan armas contra sus víctimas unas 660.000 veces al año. Los resultados de una encuesta indican que un tercio de los norteamericanos considera que los ciudadanos armados son la mejor defensa contra los delincuentes.[49] Alrededor de la mitad de los propietarios de armas sostiene que las tiene básicamente para protegerse. De hecho, según el FBI, entre 1992 y 1996, los ciudadanos corrientes dispararon y mataron a 1382 delincuentes violentos,[50] una cifra del mismo orden (68 por ciento) que la de los 2035 delincuentes muertos a manos de la policía, en defensa propia. ¿Qué piensa la policía de todo esto? Lott menciona dos encuestas según las cuales más del 93 por ciento de las respuestas de policías muestran que es necesario que los ciudadanos posean armas de fuego para protegerse.

Lo sorprendente es que existe una enorme diferencia en cuanto al riesgo que corren las personas que se encuentran cerca del lugar donde se producen los hechos si quien dispara un arma es un agente de policía o un ciudadano corriente. Carol Ruth Silver y Donald B. Kates, Jr. encontraron que los disparos de la policía tienen una probabilidad 5,5 veces superior que los de un ciudadano normal de alcanzar a un inocente que se encuentre en el lugar de los hechos.[51] En cambio, en un año sólo unos 28 intrusos resultan asesinados por equivocación. Muchos de ellos lo son cuando una persona empuña el arma que tiene en la mesita de noche y dispara antes de despertarse del todo.

Lott explica qué significa la capacidad de protegerse en el contexto del asesinato:

«El número de delitos con violencia es un 81 por ciento mayor en los estados que no cuentan con leyes que permiten portar armas ocultas. En lo relativo al asesinato, los estados que no emiten esos permisos de armas tienen tasas de asesinatos un 127 por ciento superiores a las de los estados cuyas leyes a este respecto son más liberales.

»En síntesis, mi conclusión es que los delincuentes, como grupo, tienen tendencia a actuar racionalmente: cuanto más difícil resulta cometer el delito, menos delitos cometen. […]

»Las armas también son un elemento que iguala a los sexos. Las tasas de asesinatos disminuyen cuando más mujeres o más hombres disponen de permisos de armas, pero el efecto es especialmente pronunciado en el caso de las mujeres. Por cada mujer más que posea permiso de armas, se reduce la tasa de asesinatos de mujeres de 3 a 4 veces más de lo que disminuye la tasa de los hombres por cada hombre más».[52]

Lott señala asimismo los errores de los estudios que demuestran que la existencia de armas en las casas implica un mayor número de homicidios que los que se producirían en caso contrario. Así, para Lott, un incremento de un 1 por ciento en el número de permisos de armas se relaciona con una disminución del 4,1 por ciento en el número de delitos con violencia y añade que «la aprobación de leyes de permisos de armas en los estados que no las tenían en 1992 habría hecho disminuir ese año el número anual de asesinatos en 1839, el de violaciones en 3727, el de agresiones mayores en 10.900, el de robos en 61.064. […] El valor total de estas reducciones habría ascendido a 7600 millones de dólares de 1992». (Lott muestra también que, junto a esta disminución, quizá se habrían producido asimismo nueve muertes más en el conjunto de los estados que emiten permisos de armas.) Por consiguiente, Lott defendió con éxito sus puntos de vista frente a las críticas que suscitaron en su momento y respondió a la pregunta que había provocado su estudio. «¿Conseguirían salvarse vidas permitiendo que los ciudadanos portasen legalmente pistolas? La respuesta es afirmativa.»

Todos estos elementos aclaran algunos aspectos acerca de las armas y las razones estructurales por las que los hombres matan. En primer lugar, la mayoría de los asesinos norteamericanos prefiere el uso de pistolas. En segundo lugar, muchos asesinos potenciales tienen miedo de las armas que puedan utilizar en su contra las víctimas potenciales, hasta el punto de que pueden llegar a decidir no matar. Por tanto, los asesinos son, a veces, lo suficientemente racionales o tienen la suficiente sangre fría (es decir, normalmente no se dejan arrastrar tontamente por la pasión) para decidir no intentar asesinar a alguien cuando corren el riesgo de ser heridos o asesinados a su vez.

Por desgracia, aunque se trata de una información útil para cualquiera que necesite protegerse, la comprensión de los factores que intervienen en un asesinato no nos acerca gran cosa a la comprensión de los mecanismos por los que las personas actúan con intenciones homicidas.