Los asesinos y sus víctimas

Hawley estaba empeñado en convertirse en un asesino. Por desgracia, no era el único que lo intentaba. Cada año decenas de miles de hombres de todo el mundo cometen asesinatos. En Estados Unidos, un hombre asesina a una persona cada media hora. Tendríamos que detestar esa situación, pero, sorprendentemente, no lo hacemos.

Por alguna razón oculta y firmemente enraizada en la psique humana, nos fascinan los asesinatos, especialmente cuando son extraños y creativos, como una cobra encanta a un pájaro. Las historias de asesinatos tienen buena acogida, tanto si son en forma de novelas, como de obras teatrales o películas. La serie televisiva Se ha escrito un crimen (Murder, She Wrote), por ejemplo, era tan desenfadada como una comedia de enredo y durante muchos años tuvo una gran acogida por parte del público, una acogida mucho mayor de la que hubiesen podido soñar sus productores. Sin embargo, muchos de ellos saben que los asesinatos reales superan la ficción. Los productores compiten entre sí para adquirir los derechos de producción de homicidios estrafalarios, pero reales, porque saben que esas historias hacen que aumente el número de espectadores de una serie. Según algunas estadísticas, en los programas de televisión clasificados en el apartado «ocio» mueren unas 62 víctimas cada noche y va en aumento el número de historias televisivas adaptadas de la realidad. Los detalles de los asesinatos de Nicole, la antigua esposa del jugador de fútbol americano y estrella mediática O.J. Simpson, y su amigo Ronald Goldman ocurridos en 1994 aparecieron a diario en televisión durante años. Estuvieron más tiempo en pantalla que las noticias sobre la guerra de Vietnam en los últimos treinta años.[2]

¿Por qué los asesinatos llamativos desplazan sistemáticamente de las portadas a la destrucción del medio ambiente y la situación política general? ¿Acaso tiene razón el escritor Robin Winks cuando afirma que «las historias de intriga y detectives [tienen tanto éxito porque] conectan con algunos de los miedos más profundos de la sociedad»? Es posible.[3]

Más próximas a nuestros miedos, pero mucho más allá de nuestra comprensión, se encuentran las razones, cuando no la existencia misma, de los asesinatos múltiples y los asesinatos en serie.[4] Sin embargo, esos dos tipos de asesinato nada tienen que ver entre sí. En general, los asesinos múltiples son hombres blancos en el mejor momento de sus vidas (y, últimamente, jóvenes blancos en edad escolar) que pierden el control y se ven envueltos en una espiral asesina que finaliza con su propia muerte por un disparo de la policía o por suicidio.[5] Charles Whitman es un ejemplo clásico. Whitman había sido un excelente estudiante en la universidad, seguía una terapia psiquiátrica y, en 1996, mató a su esposa y a su madre. A continuación, desde los 100 metros de altura de la torre de la Universidad de Texas en Austin, disparó a 44 personas, 14 de las cuales murieron. La autopsia desveló que Whitman tenía un tumor cerebral. Entre los asesinos múltiples famosos se encuentran Patrick Purdy,[6] Joseph. T. Wesbacker[7] (un imitador de Purdy) y el más mortífero en Estados Unidos, George Hennard, que mató a 22 personas en una cafetería.[8] El asesino múltiple que más crímenes ha cometido por sí solo es el australiano Martin Bryant, que mató a 35 personas en Tasmania.[9] Los rasgos que, en general, caracterizan a los asesinos múltiples son dos: por un lado, la mayoría de ellos sigue un tratamiento psiquiátrico[10] o llaman la atención de alguna manera antes de cometer sus matanzas y, por otro, su modus operandi consiste en suicidarse, arrastrando con ellos a todos los que puedan.

En cambio, los asesinos en serie, aunque también suelen ser hombres blancos, normalmente tienen alguna motivación sexual, pero de la peor especie. Su forma típica de actuar consiste en violar y estrangular a una serie de víctimas femeninas vulnerables, ya sean prostitutas, autoestopistas, mujeres ancianas o niñas.[11] Los asesinos en serie homosexuales violan y estrangulan a hombres y niños. Entre los peores asesinos en serie de Estados Unidos se cuentan Donald Leroy Evans,[12] Jeffrey Dahmer,[13] Richard Ramírez («el obseso de la noche») y Ken Bianchi («el estrangulador de la colina»). Ed Gein, del condado de Waushara, en Wisconsin, es el prototipo perfecto de asesino en serie. Gein sirvió de modelo para la obra de Robert Block titulada Psicosis, que Alfred Hitchcock convirtió en una de las películas de terror más famosas de Hollywood, así como para la película El silencio de los corderos. Supongo que no tendría que sorprenderme el hecho de que esta historia de asesinatos sexuales, mutilaciones y canibalismo ganase un Oscar, pero me sorprende.

Sin embargo, por muy odiosos y enfermizos que sean los asesinos múltiples y en serie, sólo son responsables de una fracción de un 1 por ciento de los asesinatos cometidos en Estados Unidos. No son asesinos «normales». Y como el objetivo de este capítulo es el de identificar las razones que empujan a los asesinos «normales» a matar, pasaremos a ocuparnos de éstos.

Al margen de que «las historias de intriga y detectives conecten con algunos de los miedos más profundos de la sociedad», los 54 asesinatos reales que se cometen a diario en Estados Unidos (19.645 en 1996, un 20 por ciento menos que el récord de 24.700 asesinatos en 1991 )[14] nada tienen que ver con la ficción. Constituyen una tragedia que nos obliga a plantearnos una pregunta: ¿el asesinato es una epidemia propia de psicópatas que se produce entre gente «civilizada» o, en cambio, es algo inherente a la naturaleza humana? Si, al nacer, todos somos asesinos en potencia, ¿por qué es así? Y ¿por qué la mayoría de los asesinos son hombres?

A pesar del consenso generalizado en que quitar la vida a alguien es el peor de los delitos, no existe ninguna nación o tribu en la que no se produzcan asesinatos.[15] Para comprender la esencia de los asesinatos conviene conocer primero sus estadísticas.