5. Asesinato

«Era una de esas noches tranquilas en las que no esperas que pase nada», explicaba pausadamente el sargento Ray Martínez. En efecto, la noche transcurría sin el menor incidente. Las noches así eran hermosas, pero decepcionantes. Las estrellas parpadeaban en el aire frío por encima de la autopista I-40, vacía a esas horas. Ray salió de la autopista al norte de Flagstaff, Arizona, y condujo el coche hacia una pequeña tienda al borde de la carretera, un lugar perfecto para detenerse a robar, como pensó luego.

Era la una de la mañana de un domingo. Aun así, había mucho ambiente en el local y, delante, había cuatro vehículos aparcados.

Ray conocía a la dependienta del establecimiento, una mujer ya mayor. Tenía todavía vivas las imágenes de un suceso ocurrido dos años antes, cuando había visto un Nova del 77 aparcado delante de otro local del mismo tipo. El coche estaba estacionado de forma que levantaba sospechas y Ray decidió comprobar la matrícula. Antes de recibir la respuesta, le llamaron por radio informándole de que se había producido un accidente y se requería su presencia. Era una falsa alarma, pero antes de que Ray regresase al establecimiento, los dos adolescentes del Nova del 77 habían disparado al dependiente y habían robado la caja. Afortunadamente, el dependiente se repuso de las heridas. Detuvieron a los dos ladrones gracias a que Ray había tomado nota de la matrícula y pudo identificar el vehículo. Pero habían herido al dependiente, y él lo habría podido evitar.

Ray vio que en la zona menos iluminada del aparcamiento había un Buick del 78. Dio una vuelta al establecimiento y comprobó la matrícula del coche.

Luego decidió echar un vistazo al coche, solo, sin el apoyo de ningún otro agente, antes de dirigirse hacia el local. Enseguida vio que había un adolescente sentado al volante.

Pasó por delante del Buick y se dirigió hacia el local. La dependienta se encontraba detrás del mostrador, como era habitual. Los clientes parecían normales. Este primer vistazo le tranquilizó y volvió a salir.

El adolescente del coche se encontraba ahora en el asiento de al lado del conductor. Ray escuchó el informe: el Buick no tenía antecedentes. Sin embargo, había algo extraño.

Ray mantuvo su mano derecha deliberadamente a la vista (era un agente veterano, con 19 años de experiencia a sus espaldas, que había dado cursos de seguridad en la escuela de policía) y llamó a la ventana con los nudillos. Le dijo al chico que mantuviera las manos a la vista y que se sentase en el lugar del conductor. Vio que en el asiento trasero dormía una mujer de mediana edad.

El chico se cambió de asiento y el movimiento hizo caer una pistola semiautomática situada entre los dos asientos. Ray pudo ver un puñal de grandes dimensiones sobre el asiento y una pistola del calibre 22 en el suelo.

«Este chico», explicó más tarde Ray con cierta ironía, «no era el tipo de cliente habitual.»

Ray comunicó por radio con la central: «Creo que tengo a más de un sospechoso». Le dijo al chico que saliese del vehículo.

Mientras le cacheaba, Ray pudo comprobar que el chico estaba nervioso e inquieto. Ray le preguntó:

—¿Dónde está tu compinche?

—Dentro —respondió.

Le puso las esposas. Sabía que no podía perder el tiempo interrogando a la mujer del asiento de atrás. Tenía que volver al establecimiento.

Un guardia de seguridad privado pasó por allí y advirtió que había un coche de la policía aparcado al lado del establecimiento. Aparcó delante, por si acaso.

Dentro, la dependienta estaba desorientada. Uno de sus clientes, Donald T. Hawley, de veintiséis años, había apilado en el mostrador un verdadero montón de objetos durante más de veinte minutos: juguetes, revistas, goma de mascar, comida… un verdadero arsenal.

Ray corrió hacia su coche para pedir ayuda. Esperaba contar con ella antes de tener que intervenir.

Frustrado porque había demasiada gente en la tienda para poder robar, Hawley miró hacia la ventana y se fijó en el coche de seguridad del guardia. Salió del local y se dirigió hacia el Buick. Entonces Hawley vio a los compañeros de Ray en el momento mismo en que llegaban al lugar y, a pesar de haber quedado deslumbrado por los faros del coche patrulla, pudo ver que Ray se acercaba hacia él.

«Se asustó el verme», me dijo Ray. «Se quedó inmóvil, pero en su cara podía leerse perfectamente que no haría lo que le pidiese.»

—¡Manos arriba! —gritó Ray, dirigiéndose hacia él con la radio en la mano.

Hawley se sacó el guante de la mano izquierda y dio un paso adelante.

—¡Alto!

A continuación Hawley se sacó el guante de la mano derecha. Continuó avanzando y se desabrochó la cremallera de la chaqueta.

Ray pudo ver la culata de la pistola que sobresalía del cinturón de Hawley cuando éste iba a sacarla. El acompañante de Ray también la vio y rápidamente sacó su propia arma. Le daba miedo disparar porque había otras personas en la tienda detrás de Ray y Hawley.

Se dio cuenta de que las palabras ya no servían de gran cosa. Desenfundó su Glock de 9 mm y se desplazó a la izquierda para no convertirse en un objetivo fijo. Les separaban unos metros e iba a empezar el tiroteo. Ray alcanzó a ver un relámpago en la boca del arma de Hawley cuando éste le disparó.[1]