La clave para comprender por qué violan los hombres, según el psicólogo Craig Palmer, se encuentra en la motivación de los violadores. Desgraciadamente, así como el comportamiento de un violador es muy visible, su motivación está encerrada en su mente y sobre ella sólo pueden hacerse conjeturas. Por consiguiente, para responder a la pregunta de por qué violan los hombres hay que reformularla primero de manera que pueda encontrar una respuesta en el mundo real. Por tanto, debemos preguntamos: ¿la violación es un medio o un fin? En otras palabras, ¿qué es más importante para el violador, dominar a las mujeres o copular con ellas?
Según Palmer, los hechos relacionados con las violaciones indican que el objetivo principal es la copulación.[78] Por lo menos en dos tercios de las violaciones se produce una intervención sexual completa del violador. Además, mientras los violadores sexualmente funcionales presentan una tasa de repetición del 35 por ciento, la de los violadores castrados es sólo del 1 por ciento al 2 por ciento.[79] Palmer critica todos los argumentos que refuerzan el mito de que la motivación de la violación es el poder y el control, y no la actividad sexual, y demuestra de forma fehaciente que son todos falsos desde el punto de vista de la lógica o de los hechos, o ambas cosas a la vez. Su conclusión es que los hechos indican que el sexo es lo que mueve a casi todos los violadores.
Sin embargo, el mito del poder está muy asentado por el hecho de que algunos violadores lesionan efectivamente a sus víctimas. Palmer explica que, para comprender el fenómeno de la violación, hay que distinguir entre la fuerza instrumental,[80] la que se utiliza para controlar a la víctima con el fin de poder llevar a cabo la violación (y quizá para disuadir a la víctima de que se resista o denuncie el hecho), y la violencia excesiva, la que parece ser un fin en sí misma.
Para saber cuál es más importante, hay que tener en cuenta que los hombres que violan a mujeres no pretenden, en general, lesionarlas seriamente. Un estudio puso de manifiesto que mientras sólo 11 de cada 100 mujeres violadas habían sufrido lesiones de consideración, el 53 por ciento de los hombres heterosexuales violados por hombres bisexuales habían sido objeto de lesiones graves.[81] Para el conjunto del país, en el boletín del Departamento de Justicia de Estados Unidos, The Crime of Rape, se indica que, a pesar de que los violadores causaron algún tipo de lesiones al 58 por ciento de las 479.000 víctimas de violación, «una proporción muy reducida de las víctimas fue objeto de heridas por arma blanca o de fuego o acabó con algún hueso roto […] muy pocos casos en la encuesta como para tener un significado estadístico».[82] El gasto médico medio de esas 479.000 víctimas ascendió a sólo 115 dólares. En otro estudio se comprobó que el 88 por ciento de los violadores sólo utilizó la fuerza instrumental para consumar la violación.[83] Y en otro se observó que el 61,7 por ciento de los violadores confesaban que no habían pretendido utilizar ningún tipo de fuerza. Estas cifras no intentan ocultar el trauma emocional que sufren las víctimas, que puede ser muy intenso, o las lesiones sufridas. Simplemente muestran que los violadores sólo suelen utilizar la fuerza instrumental y que su objetivo es la copulación, no la dominación. La dominación no es más que un instrumento para la violación.
Especialmente reveladora es la respuesta de un violador en serie a la pregunta de qué diferencia veía entre practicar el sexo con una mujer dispuesta a ello o con una mujer no dispuesta. «Ninguna diferencia», empezó diciendo y luego explicó:
«Lo único que quería era un lugar en el que vaciarme. |…] Tenía que obligar a algunas [mujeres víctimas], pero no me gustaba hacerlo. Quena que todo se desarrollase lo mejor posible. Y si no lo facilitaban, las amenazaba, y si se creaba un gran lío y tenía que ser violento, no tenía ningún problema, pero no me gustaba».[84]
Todavía más significativo es el hecho de que, si bien la mayoría de los violadores confían en la fuerza para lograr su objetivo, su predisposición a mostrarse violentos es tan limitada que, a veces, las mujeres que pelean contra el agresor llegan a ganar. «La mayoría de las personas que ejercieron algún tipo de autoprotección sólo sufrieron el intento de violación [sólo fue consumada en el 27 por ciento de los casos]», según el boletín The Crime of Rape, «mientras que en la mayoría de las que no la ejercieron ésta llegó a consumarse [el 56 por ciento fueron violadas].»[85] Esta amplia encuesta sobre víctimas de violación puso de manifiesto que toda mujer que se protege del agresor, ya sea razonando, gritando, corriendo o luchando en contra multiplica por dos su probabilidad de evitar la violación y, al mismo tiempo, sólo hace aumentar la probabilidad de ser agredida físicamente en un 10 por ciento.
Es evidente que los propios violadores quieren evitar sufrir ellos mismos algún tipo de lesión. Por ejemplo, el abogado Don Kates señala que la policía de Orlando, Florida, ejercitó a 2500 mujeres en el uso de armas de fuego tras un periodo de nueve meses en el que se cometieron 33 violaciones; en los nueve meses siguientes sólo se produjeron tres y la disminución fue del 88 por ciento.[86]
Más allá del deseo de no resultar heridos, se encuentra la gran cuestión acerca de qué buscan los violadores. En su estudio Stopping Rape: Successful Survival Strategies, Pauline Bart y Patricia O’Brien analizaron esta cuestión desde el punto de vista de las víctimas y compararon a las víctimas de una violación con las de un intento de violación. Enseguida apareció una diferencia fundamental. Las mujeres que tuvieron que hacer frente a un violador que logró su objetivo estaban preocupadas en primer lugar por el hecho de poder ser asesinadas o resultar heridas.[87] En cambio, la preocupación esencial de aquellas que tuvieron que hacer frente a un violador pero evitaron la violación era la de no ser violadas. Estas gritaron, pelearon y utilizaron cualquier táctica defensiva que les pasó por la cabeza. Por otro lado, las mujeres que se centraban en la idea de no ser asesinadas o no sufrir heridas utilizaron muchas menos tácticas o éstas fueron mucho menos contundentes (adoptaron el papel de «niñas buenas» atrapadas en una situación horrible) para disuadir al violador, que prosiguió su tarea y las violó.
El hecho de que, gracias a una resistencia desenfrenada, tantas mujeres consigan evitar la violación que persigue un macho mucho más fuerte y a veces armado sugiere que la mayoría de esas agresiones en realidad lo que buscan es sexo y no son un acto de dominación o de odio, para lo cual bastaría golpear a una mujer hasta dejarla sin sentido, hiriéndola o matándola. También aquí, los hechos muestran que los violadores sólo utilizan las armas o la fuerza como medio para coaccionar y obligar a las mujeres al acto sexual, y que esos violadores buscan sexo más que provocar cualquier tipo de lesiones.
Incluso en los casos en los que los violadores utilizan una violencia excesiva, la misma naturaleza de las agresiones es siempre sexual más que violenta. El escéptico podría responder a esta afirmación argumentando que el violador emplea la violencia para controlar a su víctima. Es cierto, pero una razón más inmediata y más utilitaria del uso de la violencia por parte del violador es que aterrorizará a su víctima y ésta no deseará declarar contra él. Hasta el psicótico y esquizofrénico Ken Bianchi, llamado el «violador de la colina», admitió haber asesinado, para que no hablaran, a sus 17 víctimas después de violarlas.[88] Por tanto, ni siquiera el hecho de llegar hasta el asesinato demuestra que un violador odie o desee dominar o controlar a su víctima. Nos dice, en cambio, que el violador buscaba actividad sexual y que no le importaba conseguirla actuando como un psicópata.
El argumento definitivo a favor del mito de «la violación como forma de dominación» es que algunos hombres violan a mujeres mayores o muy jóvenes y no a mujeres fértiles. Conviene tener en cuenta dos elementos, en primer lugar, los violadores eligen a sus víctimas no sólo por el deseo que suscitan sino también por su vulnerabilidad. Aunque casi todos los violadores prefieren mujeres jóvenes y atractivas (un 90 por ciento de las víctimas de violación en Estados Unidos tienen entre 12 y 35 años), a pesar de que la mayoría de ellas son más capaces de defenderse ante una agresión sexual, las mujeres mayores (menos del 5 por ciento de las denuncias por violación corresponde a mujeres de más de 50 años) y las muy jóvenes resultan más vulnerables y pueden ser violadas más fácilmente y con mayor seguridad. El segundo elemento es que los hombres que violan a niñas muy pequeñas o mujeres muy viejas no encajan con el perfil del violador típico. En este sentido, Nancy Thornhill, una psicóloga especializada en violaciones, y el biólogo Randy Thornhill insisten en que esos violadores están locos: son psicóticos o psicópatas.[89] Ésta es la razón por la cual las violaciones de niñas jóvenes o mujeres mayores son mucho más horripilantes.
Entre los ejemplos de violadores de amplio historial se encuentran «el estrangulador de la colina» y «el obseso de la noche» (Richard Ramírez, un joven desarraigado de 25 años que aterrorizó a Los Ángeles en 1985), quienes asesinaban a sus víctimas y provocaron pesadillas a millones de mujeres que se mantuvieron prisioneras en sus casas, con las puertas cerradas a cal y canto.[90] El «obseso de la noche» invadía las casas por la noche, mataba a los hombres de un tiro en la cabeza con una pistola del calibre 22, esposaba a sus víctimas y las violaba junto al cadáver de sus maridos. También apuñalaba, degollaba y mutilaba a sus víctimas masculinas, y llegó a decapitar a alguna. Después de exigir dinero a las supervivientes, Ramírez se ponía a dibujar pentagramas en las paredes y en los cuerpos de las víctimas. También se jactó de haber asesinado a veinte personas, algunas en una zona al norte de California. Proclamaba con orgullo: «Más que el estrangulador de la colina». Estos hombres no están en sus cabales. Además, representan una fracción diminuta, en absoluto representativa, del conjunto de violadores. Como ocurre con los violadores de niñas y mujeres mayores, aquellos que prefieren la penetración oral o anal u otras formas de violación sin ningún afán de reproducción están mal de la cabeza.
Una clara indicación de los verdaderos móviles que impulsan al violador medio la encontramos en su capacidad de engaño, totalmente opuesta a la fanfarronería del «obseso de la noche» y al engreimiento de los jóvenes violadores de Central Park. El violador típico no suele jactarse o confesar sus actos a su grupo de amigos. Es más, normalmente los niega. Más del 80 por ciento de los violadores condenados a penas de cárcel han negado sus agresiones, mientras que sólo el 25 por ciento de los que cometen otros delitos los niegan.[91] La mayoría de los estudiantes universitarios que admiten haber violado declaran acto seguido que no son violadores.
Los violadores son muy astutos en el manejo de su capacidad de engaño. Donald Symons hizo un seguimiento de las entrevistas mantenidas con violadores habituales convictos que recibían tratamiento en el hospital estatal de Atascadero en California. Al principio, mantenían que habían violado para dominar y controlar. Se quejaban de que ellos mismos eran víctimas de una sociedad que ensalza el machismo pero les niega las mujeres deseadas. (Este tipo de respuestas les permitía integrarse en la categoría de los «rehabilitados» que podían ser excarcelados.) Pero a medida que avanzaban las entrevistas, los violadores se iban centrando cada vez más en sus impulsos sexuales, hasta un punto en el que Symons comprendió (desgraciadamente, no les sucedió lo mismo a los psicólogos sociales del estado de California) que lo que les empujaba a violar era su apetito sexual. El objetivo no era nunca el «control» en sí mismo. Este grave error en el diagnóstico clínico puede tener trágicas consecuencias. Symons advierte que «dada la elevada tasa de reincidencia en los violadores procedentes del hospital estatal de Atascadero, los esfuerzos muy en boga en la actualidad de minimizar los móviles de los violadores —siempre que las autoridades del hospital los tomen efectivamente en cuenta— pueden contribuir a fomentar las violaciones».[92]
Desgraciadamente, los sociólogos no han hecho mucho caso del consejo de Symons. En su libro de 1990 titulado Violence: Patterns, Causes, Public Policy, Neil Weiner, Margaret Zahn y Rita Sagi escribían: «Para poder organizar respuestas eficaces, hay que considerar que la violación no tiene un móvil sexual».[93] Las «respuestas eficaces» a las violaciones «no sexuales» que recomiendan al sistema jurídico estos expertos consisten en la rehabilitación de los violadores, y la respuesta que aconsejan a las mujeres que sufren una agresión sexual es la de intentar hablar con el agresor en lugar de utilizar la fuerza física para resistirse.
La violación es un delito repugnante y, por tanto, difícil de comprender para muchos de nosotros, aun cuando los hechos sean muy claros. Muchos de los ideales, creencias y paradigmas que tenemos sobre la naturaleza humana pueden llegar a ser obstáculos para comprender el fenómeno de la violación cuando la idea de un móvil puramente sexual choca contra esas creencias. El problema es que muchos de nosotros preferimos nuestras propias ideas a los hechos. Por ejemplo, algunas feministas siguen defendiendo que los hombres violan para dominar y ejercer su control sobre las mujeres por el hecho de que la sociedad los educa para ser superiores a las mujeres y para dominarlas. Si fuese cierto, se apreciarían tres tendencias: en primer lugar, los hombres violarían más a menudo a mujeres mayores y más poderosas. (No lo hacen.) En segundo lugar, encontraríamos violadores de todas las edades y condiciones. (Tampoco es cierto.) Por último, cuando varía la socialización, debería variar la violación. (No es así.) Por ejemplo, algunas feministas sostienen que la solución definitiva es la igualdad sexual en cuanto a salarios, educación, empleo y prestigio social, de forma que se reduzca al mínimo la dominación masculina en la vida política y económica y que se equilibre el poder entre los sexos. Sin embargo, en 26 grandes ciudades de Estados Unidos en cuyos departamentos de policía se ha avanzado hacia la igualdad de los sexos, los investigadores han encontrado que las tasas de violación eran de las más elevadas, y no lo contrario.[94]
Algunas cuestiones están muy claras: el único factor que tienen en común todas las violaciones es la agresión sexual. En efecto, en Exploring Human Sexuality, los psicólogos Kathryn Kelley y Donn Byrne definen la violación como «un delito sexual violento en el que se utilizan la amenaza, la fuerza y la intimidación para coaccionar a una víctima que no está dispuesta a realizar actos de tipo sexual».[95] Además, según el psicólogo Herant Katchadourian en su obra Fundamentals of Human Sexuality, considerar que el móvil de la violación es la «agresión» en lugar de los impulsos sexuales presenta tres problemas:
«Primero, plantear que el coito puede ser un acto no sexual merma la capacidad de definir con objetividad el concepto de sexo. Segundo, induce a considerar que todo lo que tiene que ver con el sexo es maravilloso, cuando en realidad también puede ser horrible, y la violación es un buen ejemplo. Tercero, no permite establecer un contexto en los casos de violación durante una cita con un amigo o con un conocido, con o sin violencia, pero que en cualquier caso guardan relación con el tema de la sexualidad».[96]
Más esclarecedora todavía es la definición que dan las propias víctimas de violación. Pauline Bart y K.L. Scheppe entrevistaron a una serie de víctimas e intentaron precisar sus opiniones. Encontraron algo que no puede sorprendernos: «Aunque todas las mujeres consideradas habían sido víctimas de actos definidos legalmente como violaciones, aquellas que sufrieron agresiones sexuales en las que no intervenía el falo solían decir que habían evitado la violación».[97] En resumen, si no hay pene, no hay violación. Según este estudio, la dominación y el control carecen de importancia para las mujeres víctimas de violación que definen esa agresión.
Resulta muy revelador que incluso la penetración pueda no ser considerada una violación por parte de la víctima y de su esposo. En el caso de la violación de la cocinera de Biruté Galdika por el joven orangután macho Gundul, resultó que, poco después de finalizada la agresión, la mujer expresó su alivio por haber salido ilesa (excepto por el hecho de haber sido inseminada por un orangután). Le dijo a Biruté que se encontraba • bien». Más tarde, el marido le dijo a Galdikas: «Sólo era un simio. ¿Por qué tendríamos que preocupamos? No era un hombre».[98]
Así pues, por lo que parece, la definición de violación que propone la mayoría de la gente es que es un acto sexual en el que un hombre penetra a la fuerza a una mujer con su pene. Por tanto, la mayoría de los hombres violan a mujeres por motivos sexuales. Pero ¿por qué lo hacen?
Supongamos que pertenecemos a un equipo de biólogos extraterrestres cuya misión es comprender el comportamiento violento de los seres humanos. No tenemos prejuicios. Sabemos que la selección natural actúa de la misma manera en cualquier planeta del universo sobre el que exista vida y no tenemos ninguna duda de que el comportamiento humano ha surgido de los mismos procesos de la selección natural que ha producido las piernas, los brazos y el cerebro de los seres humanos. Además, como la violación está tan extendida y presente en todo el planeta, tanto por machos humanos como no humanos, claramente se trata de una adaptación biológica del macho. Pero ¿cómo puede haber llegado la violación a ser una adaptación?
En primer lugar, la violación es universal. En todas las sociedades, los hombres violan, ya sea en la jungla de cemento de Nueva York o en las selvas reales de Irian Jaya en Papua Occidental. Las distintas tribus de los indios yanomamo de las selvas húmedas de Venezuela se atacan entre sí Con frecuencia. Para ellos, la violación no es más que un elemento de su estrategia global de reproducción. Las aldeas yanomamo se estructuran de forma similar a las comunidades de chimpancés y cada una cuenta escasamente con un centenar de miembros. Los varones nacidos en una aldea permanecen juntos durante la madurez, mientras que lo más probable es que la madurez de las hembras transcurra en un grupo social distinto. También al igual que los chimpancés, los varones yanomamo comparten a las hembras recién capturadas, por lo menos al principio. Según el antropólogo Napoleón Chagnon: «[Una] mujer capturada es violada por todos los hombres que han participado en el asalto a la otra aldea y, más tarde, por los hombres de la aldea que deseen hacerlo pero que no participaron en el asalto. Luego, uno de los hombres la recibe como esposa».[99] ^ * ¿Por qué se produce este comportamiento sexual tan brutal? Randy y Nancy Thornhill proponen que la violación ha evolucionado como una estrategia sexual masculina «en función de las condiciones» en un sistema social en el que los hombres consiguen mujeres a base de controlar los recursos. La «condición» que lleva a la violación es la incapacidad de un macho de alcanzar la consideración o los recursos necesarios para atraer a una hembra. Dos hechos avalan esta hipótesis. Primero, los hombres violan casi exclusivamente a las mujeres que son más fértiles y deseables como esposas. Segundo, la mayoría de los violadores han fracasado en el ámbito socioeconómico o, por lo menos, no han triunfado todavía, y tienen una capacidad reducida de atraer a mujeres deseables mediante el cortejo habitual.
Las razones que los violadores suelen explicar sobre su comportamiento son muy ilustrativas. Según Donald Symons, las entrevistas con violadores ponen de manifiesto sistemáticamente que se sienten frustrados «porque las mujeres les provocan deseos sexuales imposibles de satisfacer […] por el mero hecho de ser mujeres».[100] Estas entrevistas también revelan que «el violador quería copular con las mujeres físicamente más atractivas; sus víctimas no sólo le resultaban atractivas a él sino a la mayoría de los hombres [… | y posiblemente tuviese razón al creer que era la única forma de tener relaciones sexuales con sus víctimas».
Una fuente de la violación es el hecho de que las mujeres son mucho más quisquillosas que los hombres cuando se trata de elegir pareja sexual. Según la opinión de los Thornhill, los hombres discriminan menos y se excitan sexualmente con más facilidad que las mujeres. Éstas tienen tendencia a seleccionar a sus parejas sexuales con mayor cuidado, ya que una mala elección de la pareja tiene un mayor coste de cara a la reproducción en las mujeres que en los hombres. El resultado inevitable es un mundo en el que a la mayoría de las mujeres no les interesan algunos hombres que se interesan sexualmente por ellas.[101]
Los hombres utilizan tres estrategias de cortejo para contrarrestar la reticencia de las mujeres: honestidad, engaño y coacción. La violación anida allí donde cada hombre traza la línea de separación entre la reticencia de una mujer y su rechazo. Para muchos hombres, esta línea no existe.
«La mayoría de los hombres utiliza una combinación de tácticas, con y sin coacción», explican los Thornhill, «y estas tácticas se solapan hasta el punto de que no existe una separación clara entre ellas.»[102] Estos comportamientos de los hombres están tan profundamente arraigados en nuestro pasado que tuvo que producirse algún tipo de «selección directa de la violación por parte de los hombres», de forma que permitiese «la erección de su pene, la copulación y la eyaculación con una mujer que no consintiese o no mostrara entusiasmo para mantener relaciones sexuales o incluso que no estuviese dispuesta a hacerlo. […] Y lo que no ha evolucionado en los hombres es la excitación sexual provocada sólo por mujeres sexualmente receptivas».
Resulta espeluznante el interés de los hombres por las mujeres no dispuestas a tener relaciones sexuales. Los Thornhill reconsideraron los experimentos, como los de Heilbrun y Seif mencionados con anterioridad, consistentes en mostrar a hombres jóvenes escenas de sexo consentido y de violaciones. Todos los jóvenes se excitaron sexualmente con las escenas de sexo consentido y muchos de ellos, aunque no todos, con las de violaciones. Pero todos los que no se excitaron con estas últimas escenas se excitaron, en cambio, después de beber alcohol o de creer que habían bebido alcohol después de escuchar a una mujer, y no a un hombre, narrar la escena de la violación o después de que se les dijera que resulta normal excitarse durante una escena de violación.
¿Se puede concluir de todo esto que los hombres son unos seres depravados, que los primates macho tienen tendencia a la violación, o ambas cosas? La antropóloga física Barbara Smuts (capítulo 6) explica que los chimpancés macho coaccionan con frecuencia a las hembras para que se apareen con ellos. Esta coacción va bastante más allá de las puras amenazas (la segunda táctica más frecuente utilizada por los hombres que violan a mujeres), pues incluye ataques físicos (la táctica más frecuente de los hombres). La conclusión de Smuts es que el apareamiento entre simios y otros primates suele producirse en un ambiente de coacción sexual asociado a la violencia.[103] Incluso cuando una hembra chimpancé en celo «se va de safari», de forma en apariencia voluntaria con un macho dominante, ese comportamiento puede ser perfectamente la respuesta a ataques previos lanzados por ese macho. En pocas palabras, los hombres no han inventado la violación. Lo más probable es que hayan heredado ese comportamiento de nuestros lejanos antepasados, los simios. La violación es una estrategia reproductiva estándar que posiblemente se haya desarrollado durante millones de años. Los hombres, los chimpancés y los orangutanes macho violan hembras de forma rutinaria. Los gorilas salvajes utilizan la fuerza para secuestrar hembras con las que aparearse. Los gorilas en cautividad también violan hembras a menudo.[104]
Por consiguiente, no causa sorpresa que, en la historia natural de las mujeres, las estrategias para evitar la violación o enfrentarse a ella hayan ido evolucionando. Paradójicamente, las víctimas casadas utilizan una estrategia negativa: son las víctimas de violación menos propensas a denunciar al agresor.[105] Su silencio es tan frecuente que los biólogos Richard Alexander y Catherine Noonan sugieren que estas mujeres, al «encubrir» a los violadores y evitar que sean identificados y eliminados por otros hombres, facilitan la evolución de la violación como estrategia masculina.
¿Por qué son tan reticentes las mujeres casadas a denunciar una violación? Los Thornhill descubrieron que las mujeres casadas eran las víctimas de violación más traumatizadas y avanzaron que el motivo es que, para las mujeres casadas, la violación representa una gran pérdida.[106] Como es evidente, todas las víctimas de violación sufren su impacto, miedo, humillación, culpabilidad, cierto sentido de impotencia y, en muchos casos, trastornos sexuales. Algunas víctimas sienten que les han robado la posibilidad de escoger el momento y el padre de sus hijos, así como su disposición a aparearse con un solo hombre para garantizar la máxima inversión en sus hijos. Además, una mujer casada víctima de violación puede encontrarse con que su marido se cuestione entonces la paternidad de sus hijos, hasta el punto de perder el compromiso de éste. Por tanto, la violación es un robo para cualquier mujer y puede llegar a ser un desastre para las mujeres casadas. De ahí sus grandes reticencias a admitir lo que pasó.[107]
Para los Thornhill, este tremendo precio que pagan las mujeres casadas que han sido violadas tiene cuatro consecuencias para ambos sexos. Primero, las mujeres casadas desconfían más de los varones desconocidos que las mujeres solteras. Segundo, las mujeres casadas se resisten a la violación con mayor agresividad que las demás mujeres y, por tanto, provocan un mayor uso de la fuerza por parte de los violadores que, a veces, abandonan el intento. Resulta significativo que, de todas las víctimas de agresiones sexuales, las mujeres casadas son las que más posibilidades tienen de ser violadas a punta de pistola.[108] Tercero, las mujeres casadas violadas con el uso de la fuerza resultan menos traumatizadas psicológicamente que aquellas que han sido violadas mediante formas de coacción más sutiles y no violentas.[109] Los Thornhill sugieren que estas últimas mujeres están mucho más preocupadas de que sus esposos puedan dudar de que han sido efectivamente violadas y sospechen que les han sido infieles. Cuarto, los hombres condenan enérgicamente y castigan con toda la fuerza que pueden a los violadores de sus esposas o de otras mujeres de su familia. La reacción más habitual del hombre cuya mujer ha sido violada es de rabia incontenible y un enorme deseo de que el culpable sea castigado.[110] Muchas veces, sólo se queda satisfecho con la muerte o la castración del violador.
Tanto si somos biólogos extraterrestres como si sencillamente somos habitantes de la Tierra que pretenden saber por qué violan los hombres, la hipótesis planteada por los Thornhill acerca de la violación como una estrategia sexual que depende de las condiciones resulta verosímil. Los hombres violan a mujeres cuando no disponen de otra forma de mantener relaciones sexuales con ellas y, en muchos casos, estas violaciones sirven para incrementar el éxito reproductivo de los violadores. Por ejemplo, después de una violación masiva de mujeres bengalíes por parte de los pakistaníes occidentales, ocurrida en 1971 y que se prolongó durante más de nueve meses, las autoridades sanitarias bengalíes estimaron que los pakistaníes habían procreado por lo menos 25.000 hijos.[111]
Por cruda y precisa que pueda parecer la explicación de los Thornhill, quizá peque de exceso de optimismo. Y es que los que violan no son sólo hombres «inaceptables» desde un punto de vista económico. También lo hacen algunos hombres casados y aposentados. Este caso es fácil de explicar. Normalmente estos hombres tienen limitaciones para establecer relaciones con otras mujeres, debido a las leyes, las tradiciones culturales, los celos de sus esposas, el rechazo de la otra mujer, o todo al mismo tiempo. Pero aunque sean profesionales que han triunfado o pequeños rateros de barrio, los hombres sólo violan cuando creen poder evitar el castigo por su agresión.
También la violación muestra que la psique de los hombres y las mujeres son muy distintas, pero nos dice mucho más. En opinión de los Thornhill, los hombres «se adaptan psicológicamente a la violación», para robar actos sexuales a las mujeres que no desean hacerlos y aumentar sus posibilidades de tener descendencia.[112] Esta afirmación resulta aún más evidente si se le da la vuelta: ¿tiene sentido plantear que los hombres de todas las culturas de la Tierra violan, y lo hacen con frecuencia, porque carecen de una predisposición natural a la violación? En cambio, los hechos indican que la violación es un producto natural más de la selección sexual de los machos, una adaptación o un «instrumento» adicional utilizado por muchos hombres para ayudarles a «ganar» la competición reproductiva de la selección natural.
El conductor no le pasó la cuerda a «Chaqueta de cuero».
Después de una eternidad, «Chaqueta de cuero» le dijo a Kay que se pusiera los pantalones. Cuando buscaba a tientas sus bragas, él la miró a los ojos, cogió la prenda y se la metió en el bolsillo.
No podía creer que todo hubiese terminado. ¿Iba a matarla ahora? Estaba dolorida y magullada: los ojos, las orejas, la cara, el ano, la vagina. Le había roto los cartílagos de las manos y tenía dificultades para moverlas a causa de la hinchazón. Pero su deseo de sobrevivir seguía intacto.
Consiguió ponerse los pantalones.
Con un gesto sorprendente y surrealista, como todo lo que había panado esa noche, el conductor salió del vehículo y le abrió la puerta.
Kay corrió, huyendo de las luces del coche, hacia la oscuridad. Tenía la sensación de que iba dejando jirones de sí misma mientras corría.
—Sé que esperaba que me muriese allí mismo —explicó más tarde Kay—. Me estaba dejando morir.
Entrecerró los ojos hinchados para poder ver el valle que se extendía a sus pies. Las luces de Quito iluminaban el cielo. Las luces del coche se fueron alejando, hasta desaparecer. Kay siguió adelante; sangraba tanto que estaba convencida de que se iba a morir si no encontraba pronto ayuda.
Después de andar unos dos kilómetros, llegó a unos apartamentos. Eran las dos de la mañana. Llamó al timbre. El conserje quedó impresionado por su aspecto. Les imploró ayuda, pero tanto él como su esposa se la negaron y tan sólo le dieron algunas explicaciones sobre cómo llegar al hotel, a unos 15 kilómetros de distancia.
Kay comenzó a andar de nuevo y se dirigió hacia una escuela primaria. Había dos borrachos sentados en las escaleras de entrada y Kay dio media vuelta.
Seguía sangrando intensamente cuando se acercó a una casa. Respondieron un hombre y su esposa, que reaccionaron de inmediato y la condujeron enseguida al hotel.
Durante el trayecto, el hombre le dijo:
—Más vale que tenga muy presente que la violación es algo que le pasa a su cuerpo, no a su mente.
Esa idea le dio fuerzas, y cordura.
Los otros dos voluntarios de las Fuerzas de Paz que estaban en el hotel llamaron al hospital. Kay recuerda con confusión su estancia allí. Aunque era baja, Kay era corredora de fondo. Pero ahora, a pesar de su esfuerzo, ni siquiera conseguía sentarse. Sabía que se estaba muriendo. No podía desprenderse de la idea de que estaba revolcándose en sus propias heces y su propia sangre.
La policía la interrogó. Les imploró que la dejasen dormir, pero la obligaron a describir el episodio con todo lujo de detalles.
Kay pasó cinco horas en el quirófano, donde los doctores ecuatorianos formados en Estados Unidos le reconstruyeron la vagina y el ano, le repararon el periné y le recompusieron el músculo del esfínter. Tuvo que llevar una bolsa de colostomía durante los tres meses siguientes. Uno de los cirujanos sospechaba que «Chaqueta de cuero» le había introducido la pistola en su interior.
La policía destacó a dos hombres armados para que vigilasen continuamente la puerta de su habitación y le asignó una enfermera que estuvo con ella las veinticuatro horas del día durante tres días, pero en una ocasión dos hombres desconocidos lograron entrar en la habitación. La enfermera consiguió que se fueran. La policía decidió enviar a Kay a Estados Unidos en cuanto fuese posible y evitar que «Chaqueta de cuero» la matase para que no pudiera declarar en su contra.
Kay llegó a Washington D.C. al día siguiente y fue trasladada de inmediato a un hospital. Pasaron tres días antes de que pudiese abrir los ojos. Pasaron tres semanas antes de que pudiese andar. Sus dedos tardaron un año en curarse. Tuvo que hacer rehabilitación durante muchas semanas y los oftalmólogos consiguieron que recuperase toda la visión. Kay había sobrevivido.
Mientras, el FBI, el embajador norteamericano y la policía ecuatoriana trabajaron codo a codo para cazar a «Chaqueta de cuero». La violación de Kay se parecía mucho a otro delito cometido tres años antes contra una víctima masculina. El violador era un peluquero bisexual. Había sido detenido, juzgado y condenado y enviado a la cárcel.
La policía comprobó que ya no se encontraba en prisión. Había conseguido sobornar a alguien para salir.
Una agente de la policía local estaba firmemente determinada a enviar de nuevo a «Chaqueta de cuero» a la cárcel. Recorrió el camino desde el lugar de la agresión hasta Quito, el mismo que había hecho Kay cuando luchaba por su supervivencia. Se arriesgó hasta el punto de presentarse en la peluquería sin ninguna escolta. El juego finalizó cuando la policía encontró las bragas de Kay en casa de «Chaqueta de cuero», junto a otras prendas de otras mujeres.
Lo detuvieron.
Dos meses después de la horrible agresión a Kay, la policía la llamó a Estados Unidos. «¿Puede regresar mañana a Ecuador?», le preguntaron.
Kay se desplazó hasta allí. La policía la acompañó desde la embajada norteamericana a la comisaría en un coche blindado. Se sentó entre dos agentes armados con sus respectivos Uzis. Sintió pánico durante el trayecto.
En la comisaría, protegida por el espejo de una sola cara, Kay identificó a «Chaqueta de cuero» entre quince sospechosos. Según la ley ecuatoriana, tuvo que identificarle de nuevo, esta vez cara a cara, delante del juez. A pesar de estar rodeada de varios hombres armados dispuestos a abatir a «Chaqueta de cuero» al menor movimiento, Kay sintió un terror profundo. No podía dejar de temblar. Se puso histérica cuando tuvo que verlo a unos metros de distancia.
El la miró a los ojos y le dijo: «Yo no lo hice».
Dos días más tarde, «Chaqueta de cuero» aceptó llevar a la policía hasta el conductor. Pero, cuando llegaron al lugar indicado y salieron del vehículo policial, los agentes sospecharon que era un montaje y dispararon cinco balazos a «Chaqueta de cuero» que le rompieron las dos piernas. Lo hicieron para «ablandarlo». Entonces le preguntaron: «¿Quién era el conductor?». No quiso hablar. La policía lo tuvo en un hospital durante un mes, sin calmantes. Seguía sin hablar.
—No deberían torturarlo —me dijo Kay sin rodeos—. Creo que tendría que estar muerto. Es injusto que viva.
El tribunal decidió que «Chaqueta de cuero» era culpable del delito más grave que puede cometerse en Ecuador. Le cayeron catorce años de cárcel.
El conductor nunca fue detenido.
Kay es una superviviente totalmente entregada a su trabajo. Decidió que las Fuerzas de Paz no preparaban a los voluntarios para todo aquello que podían tener que afrontar. Junto a otras dos compañeras de las Fuerzas de Paz, también víctimas de violación, produjo un vídeo para enseñar a las voluntarias cómo evitar las agresiones sexuales.
Kay se ha recuperado por completo, trabaja en el Servicio Nacional de Bosques, se ha casado y tiene un niño pequeño que goza de buena salud.