Durante la primera década de trabajo de campo con orangutanes, los primatólogos se centraron en la historia natural de los simios, anotando con cuidado todos y cada uno de los detalles de sus vidas solitarias en las selvas tropicales. Desde el comienzo, observaron que los orangutanes, que comparten con los seres humanos el 96,3 por ciento del ADN, hacían cosas, por decirlo de una manera suave, políticamente incorrectas.
Como demostró el trabajo de campo, la mitad de la dieta del orangután consiste en fruta.[61] Desde el punto de vista evolutivo, la única razón que hace que los orangutanes coman es la de crear más orangutanes. Pero la conversión de la fruta, las cortezas, las hojas y las flores en otros orangutanes no es sencilla. El motivo es que los pies de los orangutanes son un segundo par de manos arqueadas. Esta adaptación a la búsqueda de comida en las partes altas de los árboles de la selva tiene como consecuencia una forma de andar tan lenta y torpe que, en un día normal, los orangutanes permanecen en las zonas superiores del bosque y pocas veces se desplazan más de un kilómetro.[62]
Por tanto, los problemas sociales y de apareamiento a los que han de hacer frente los orangutanes son bioenergéticos: si tuviesen un compañero, la pareja tendría que desplazarse más lejos, para poder alimentarse, que un orangután aislado. Esta posibilidad requiere más tiempo y más calorías y, por tanto, no vale la pena tener un compañero. Las madres y sus hijas mayores suelen buscar los alimentos en la misma parte del bosque, pero no hacen ese trabajo conjuntamente.[63] Las hembras y los machos son como trenes que se desplazan por vías distintas. Sólo de vez en cuando se paran al mismo tiempo en la misma estación (por ejemplo, un árbol frutal). Los orangutanes pasan la mayor parte de su vida en soledad.
Los orangutanes macho solitarios de Sumatra y Borneo despliegan tres estrategias cuando desean aparearse, y en todas ellas está presente la violencia.[64] El apareamiento también depende de las disparidades de la inversión parental (como ya se vio en el capítulo 1). Todas las hembras de simios salvajes han de hacer frente a una inversión abrumadora en cada uno de sus descendientes.[65] Como el intervalo medio entre dos partos de una hembra de orangután salvaje es muy largo, entre seis y siete años, una hembra sólo puede engendrar entre tres y cinco descendientes a lo largo de su vida. La mayoría de las hembras tienen menos. En cambio, los machos pueden dejar embarazada a una nueva hembra cada día.[66] El factor que limita esta posibilidad es que resulta difícil procurarse hembras «extra», lo cual da lugar a las tres estrategias violentas de apareamiento.[67]
La primera se basa en el territorio. Los machos que residen en un territorio y permanecen en él —al parecer, los que más éxito tienen en el apareamiento— controlan una región que incluye los ámbitos de actuación de dos o más hembras adultas.[68] Estos machos emiten gritos prolongados que pueden oírse hasta una distancia de un kilómetro y medio y sirven para advertir a posibles intrusos y atraer a las hembras.[69] Los machos que controlan un territorio desafían a los intrusos a una lucha sin cuartel, especialmente si hay alguna hembra en los alrededores.
La segunda estrategia de los machos consiste en mantenerse en movimiento.[70] Como las hembras escasean y pocas veces están receptivas sexualmente, el macho que va merodeando por la selva tiene una mayor probabilidad de encontrar hembras receptivas que aquellos que permanecen en un territorio determinado.[71] Sin embargo, para aparearse con cualquiera de dichas hembras, el macho tiene que derrotar al macho que controla el territorio en un combate muy arriesgado o actuar muy rápidamente.
Los orangutanes adolescentes macho también se desplazan por la selva, pero utilizan una tercera estrategia para aparearse. Los machos que todavía no han alcanzado la madurez son demasiado pequeños para intentar derrotar a un macho adulto de más de 70 kilogramos de peso, pero son mayores y más fuertes que una hembra adulta de 35 kilos.[72] Estos machos sin territorio permanecen junto a las hembras no receptivas, a veces durante días, y las violan más a menudo aún de lo que los machos adultos copulan con ellas en apareamientos consentidos. Entre una tercera parte y la mitad de los contactos sexuales entre orangutanes observados por los científicos han sido violaciones. Por regla general, estas hembras desgraciadas no pueden desprenderse de un macho al mismo tiempo violador y pretendiente. El macho se sitúa al acecho a unos metros de ella durante días y días y, cuando le conviene, obliga a la hembra a copular a la fuerza. La antropóloga Biruté Galdikas explica el caso de un macho de unos 40 kilogramos de peso llamado Gandul que había vivido en cautividad y que violó a su cocinera.
«Ataqué a Gandul con todas mis fuerzas, intentando golpearle con el puño en la garganta. Le grité al visitante que fuese a pedir ayuda al Campamento Leakey. Mis golpes continuos no producían ningún efecto sobre Gandul, pero tampoco me respondía agresivamente. Empecé a darme cuenta de que Gundul no pretendía hacerle daño a la cocinera, sino que tenía algo distinto en mente. La cocinera dejó de debatirse. “Está bien”, murmuró. Se tumbó en mis brazos, con Gundul encima de ella. Gundul actuaba con calma y parsimonia. Violó a la cocinera. Mientras se movía rítmicamente hacia delante y hacia atrás, sus ojos miraban fijamente hacia el cielo. Me quedé estupefacta. Creía que todo esto le estaba sucediendo a otra persona, que yo lo estaba viendo desde muy lejos. No tengo ni idea de cuánto tiempo duró todo aquello.»[73]
En pocas palabras, los orangutanes nos muestran un contexto natural en el que tiene cabida la agresión violenta del macho, pero muestran asimismo que la violación es una estrategia reproductiva primaria para aquellos machos que son demasiado jóvenes para haber alcanzado una posición que les permita ser atractivos a las hembras.
Es más, los orangutanes no son los únicos. La violación está muy extendida en el mundo animal. Las moscas escorpión,[74] los ánades reales,[75] los peces, los ánsares nivales, los azulillos pálidos[76] y, como se verá más adelante, incluso los chimpancés[77] y los gorilas en cautividad violan hembras. Una clave importante para explicar por qué violan es que los machos, que son incapaces de «odiar» o de desplegar una violencia gratuita, sólo violan hembras de su propia especie (Gundul había sido capturado siendo muy joven y había sido educado por humanos; muy posiblemente tuviese grabado en la mente que las mujeres eran las parejas más adecuadas), hembras fértiles y hembras que se niegan a aparearse con ellos.