Mitos sobre la violación

La pregunta crucial es: ¿por qué violan los hombres?, pero para conocer la respuesta no basta con saber que entre los violadores predominan los hombres jóvenes y que buscan a sus víctimas entre las mujeres jóvenes. De todas las cuestiones que tienen que ver con la violencia humana, la violación parece ser la que más hunde sus raíces en los mitos. De hecho, resulta imposible plantearse una discusión sobre este tema sin que aparezcan estas falacias en forma de verdades no explicitadas que enmascaran cualquier atisbo de objetividad. Como la finalidad de este capítulo es dilucidar la verdadera naturaleza de la violación, es necesario primero ver dónde fallan dichos mitos.

Los tres mitos más recurrentes son los siguientes: 1.° la culpa la tiene la mujer, aunque no tuviese ningún deseo de ser violada; 2.° la víctima estaba predispuesta (quería ser violada); 3.° la violación es un delito motivado por el poder y el control, no el sexo. Cada una de estas explicaciones puede ser muy atractiva, pero es falsa.

Las encuestas indican que un número de hombres estadounidenses notablemente mayor que de mujeres considera que la víctima comparte la culpa de la violación.[28] Los norteamericanos no son los únicos. Los hombres de India y otras culturas también consideran que las víctimas femeninas contribuyen a su propia violación.[29] Por lo general, estos hombres creen que las mujeres, por el solo hecho de serlo, especialmente las jóvenes y atractivas, son víctimas potenciales. Puede parecer una tontería, pero no lo es en absoluto para los violadores. Este mito empieza a resultar más creíble si se le añaden las circunstancias concretas: la mujer tomó el atajo equivocado para llegar hasta su casa, se olvidó de cerrar la puerta con llave, llevaba las prendas que no debía o confió en el hombre equivocado. En un clima de violación, una mujer que no se protege evitando todas las situaciones en las que la violación tiene una remota posibilidad de producirse (aun cuando para ello recorte su libertad y gaste una gran parte de su dinero) es tan culpable como aquella que se olvida el paraguas y queda empapada hasta los huesos por un aguacero inesperado.[30]

Así como muchos hombres comparten esta lógica, las mujeres se ven obligadas a vivir con ella.[31] Los datos de una encuesta señalan que el 41 por ciento de las mujeres que viven en ciudades admiten que, para evitar ser violadas, nunca salen solas de noche.[32] Mucha gente cree que, además de ser una situación injusta, para las mujeres supone un grave inconveniente tener que actuar en función de la idea de violación: cerrar las ventanas incluso en días calurosos, no poder aparcar el coche en según qué sitios, etcétera. A pesar del hecho de que las mujeres viven en una sociedad en la que algunos hombres son violadores (por cierto, en todas las sociedades algunos hombres son violadores), en pura lógica es imposible sacar la conclusión de que las mujeres son culpables de las decisiones de los hombres violadores.

Otro mito muy extendido es el de la víctima predispuesta. Varios estudios indican que también es mayor el número de hombres que de mujeres que cree que por lo menos algunas mujeres (cuando no todas) desean ser violadas, a pesar de la resistencia que puedan ofrecer durante la agresión.[33] Mucha gente considera que una de las fantasías de las mujeres es practicar el sexo a la fuerza.

Para determinar las fantasías reales de las mujeres en la cuestión de la violación, Lisa Pelletier y Edward Herold entrevistaron a 136 mujeres solteras, todas ellas de ambientes universitarios. La fantasía sexual más frecuente (90 por ciento) se refería a practicar el sexo con el novio o el marido. Otras fantasías frecuentes consistían en ser desnudadas por un hombre (79 por ciento), revivir una experiencia sexual anterior (78 por ciento), hacer el amor en un lugar exótico (72 por ciento), desvestir a un hombre (71 por ciento), cunnilingus (66 por ciento) y hacer el amor con un amigo (60 por ciento). Sin embargo, la octava de las veinticuatro fantasías sexuales más frecuentes era tener relaciones sexuales a la fuerza con un hombre (51 por ciento). El número 19 de la lista consistía en tener relaciones sexuales a la fuerza con más de un hombre (18 por ciento).[34]

Otra cuestión importante es la siguiente: las mujeres que componían ese 51 por ciento y que fantaseaban acerca de la idea de ser violadas, ¿imaginaban que eran víctimas, en absoluto dispuestas a practicar sexo a la fuerza, o simplemente se imaginaban sexo puro y duro con disposición a participar? Susan Bond y Donald Mosher aportaron una primera respuesta gracias a un estudio realizado con 104 estudiantes universitarias que no habían sido violadas y a las que se les preguntaba que escogiesen entre distintas versiones de la misma historia de una violación. La versión a era una fantasía erótica de una «violación». Las versiones b y c eran historias reales de violación con violencia. En la versión a, el «violador» era atractivo y deseaba a su víctima; la mujer iba sin sujetador, se sentía más atrevida de lo habitual y podía influir sobre las acciones del «violador», ya que «incitaba al hombre y le permitía que la “violase” para su propia satisfacción». La diferencia básica entre la versión a y las versiones b y c consistía en que la mujer conservaba el control sobre su propio comportamiento sexual.

En este estudio, de las mujeres que imaginaron una «violación» erótica (la versión a), el número de las que se excitaron sexualmente y experimentaron placer era mucho mayor que el de las que habían imaginado las otras versiones. Sin embargo, en la mitad de los casos, también se sentían culpables y molestas por haber sido excitadas. Mientras, ninguna de las mujeres que imaginaron las violaciones reales by c afirmó haberse excitado sexualmente. En cambio, sintieron «un gran dolor, repugnancia, ira, miedo y vergüenza, y tuvieron algunos síntomas de depresión, junto a cierto sentimiento de culpabilidad». Para Bond y Mosher, «las mujeres no sólo no disfrutan de la experiencia de ser violadas, sino que ni siquiera disfrutan de la experiencia de imaginar ser violadas».[35]

Esta conclusión puede parecer coherente o no con el estudio mencionado anteriormente según el cual por lo menos algunas mujeres disfrutan realmente con las fantasías de tener relaciones sexuales a la fuerza. Sin embargo, una distinción importante es que, para la mayoría de nosotros, el reino de las fantasías personales y el mundo real son ámbitos muy distintos. En cualquier caso, la prueba definitiva sobre el mito de la «víctima predispuesta» es qué sienten las mujeres hacia los hombres que las han agredido sexualmente a pesar de su lucha y sus protestas. F. Scott Christopher se interesó por los casos de violación de 275 mujeres universitarias solteras ocurridos en sus citas con hombres. Más de la mitad admitieron haber recibido presiones para practicar el sexo oral contra su voluntad; el 43,4 por ciento habían sido presionadas para llegar hasta el coito.

Más de la mitad de los hombres que presionaron a estas mujeres eran sus parejas, y los demás eran novios informales, simples amistades o desconocidos. Estos violadores solían empezar con intentos físicos persistentes. En el caso de la felación o el coito no deseado, los violadores consiguieron su objetivo aproximadamente la mitad de las veces. Cuando no lo consiguieron, los hombres prometieron a las mujeres que estaban dispuestos a mantener con ellas una relación segura en el futuro (promesa que jamás se materializa), lo cual dio lugar a una felación no deseada en el 44,9 por ciento de los casos y al coito en el 35 por ciento. Cuando fallaban ambas estrategias, los violadores amenazaban con el empleo de la fuerza. Las amenazas funcionaron el 3,8 por ciento de las veces en el caso de la felación y el 3,4 por ciento en el del coito. Y cuando nada de todo eso servía, los hombres utilizaron la fuerza. Para una felación, el 4,5 por ciento utilizó la fuerza. Para un coito, el 6,8 por ciento.

¿Qué sintieron las víctimas de estas citas con violación incluida? Se sintieron «verdaderamente enfadadas y utilizadas», «culpables, sucias y profanadas» y dijeron que la situación les había parecido detestable. Para Christopher, «las respuestas de las mujeres a las presiones con el objetivo de provocar un comportamiento sexual eran abrumadoramente negativas».[36]

Mientras la mayoría de las mujeres detesta la violación, a la mayoría de los hombres les produce cierta excitación, hasta el punto de que los psicólogos Alfred Heilbrun y David Seif se preguntaron si las mujeres sometidas a presiones excitan a los hombres más incluso que las mujeres dispuestas a mantener contacto sexual con ellos. Para obtener una respuesta, mostraron fotografías muy explícitas a 54 varones adultos y quedaron enormemente sorprendidos al detectar en muchos de ellos un «efecto de sadismo global»[37] que definieron como «una atracción sexual muy pronunciada hacia las mujeres sometidas a emociones angustiosas».

Este sadismo marca una diferencia en el comportamiento de los hombres. Otro estudio realizado por Heilbrun, esta vez con M.P. Loftus, reveló que el número de varones universitarios que manifestaba sadismo sexual doblaba el que no lo manifestaba (60 por ciento frente al 29 por ciento). Es más, el 60 por ciento de los hombres admitió haber hecho uso de la fuerza, ya a los dieciséis años, para conseguir intimidad sexual con una chica, a pesar de su respuesta negativa. Sorprendentemente, estos sádicos también manifestaron sentir muy poco la presión de los demás hombres para violar a las mujeres. Para ellos, la presión de los demás y la masculinidad machista carecían de importancia, sólo importaba el sexo, según explicaron Heilbrun y Loftus. Estos hombres sexualmente sádicos y agresivos eran más numerosos que los no sádicos y, según su propia Confesión, los más propensos a violar.[38] [39]

El mito sobre la violación más reciente y generalizado en la actualidad, el que explica la violación a partir del control y el poder violento, y no del sexo, quizá sea también el más importante.[40] Muchos sociólogos y trabajadores sociales consideran que este mito es la «verdad definitiva» que, por ironías del destino, puede haber llevado a que muchas mujeres fuesen violadas cuando podrían no haberlo sido.

En 1975, la feminista Susan Brownmiller expresó esa misma opinión en su obra Against Our Will:

«De hecho, una de las primeras formas de vínculos entre los hombres posiblemente fuese la violación colectiva de una mujer por una banda de merodeadores. Una vez dado ese paso, la violación se convirtió no sólo en una prerrogativa de los hombres sino en el instrumento de fuerza básico contra las mujeres, el agente principal de la voluntad de él y del miedo de ella. La penetración a la fuerza del hombre en el cuerpo de la mujer, a pesar de la lucha y sus protestas, se convirtió en el vehículo de la conquista victoriosa del ser femenino por parte del hombre, la prueba definitiva de su mayor fuerza, el triunfo de su condición de hombre. […] En mi opinión, desde la época prehistórica hasta nuestros días, la violación ha desempeñado una función crucial. No es más que un proceso de intimidación consciente con el que todos los hombres mantienen a todas las mujeres en un estado de miedo permanente».[41]

Brownmiller considera asimismo que las verdaderas razones que hacen monógamas a las mujeres son el posible secuestro a la fuerza por parte de sus parejas, la penetración de un hombre en sus cuerpos a la fuerza y el «miedo a que se inicie una fase abierta de violaciones».[42] Según Brownmiller, la monogamia es la única razón que protege a las mujeres de los demás, que las violarían de no ser así. Bownmiller añade que los hombres son tan malos que incluso violan a estas mujeres tan desesperadamente monógamas.

El hecho de que la violación se manifieste y se generalice durante la guerra —la «fase abierta de violaciones» de Brownmiller— mucho más que en otras situaciones parece avalar la idea de que la violación no es sino un instrumento de control y poder. En todas partes los hombres parecen más proclives a violar a las mujeres que han perdido a sus defensores. «La oportunidad de dar rienda suelta a sus impulsos sexuales se ha considerado siempre una prerrogativa de los soldados que conseguían entrar en una ciudad asediada», señala Quincy Wright en su ya clásica obra A Study of War.[43]

Roma, por ejemplo, se mantuvo durante ochocientos años antes de que, tras dos años de asedio, las tropas de Alarico destrozasen las defensas de la ciudad el 24 de agosto del año 410.[44] Los visigodos de Alarico saquearon y mataron a los ciudadanos romanos hambrientos y violaron a las mujeres romanas. De la misma manera, los invasores nazis perpetraron violaciones masivas en todos los pueblos de Rusia en 1941.[45] Los soldados rusos que posteriormente ocuparon Alemania hicieron lo mismo.

En las guerras internas (pogromos) —como las desencadenadas contra los judíos por los nazis, contra los armenios por los turcos, contra los negros estadounidenses por el Ku Klux Klan y contra los blancos por los nativos congoleños antes de la independencia de su país—, también se producen violaciones del mismo tipo que en las invasiones. Por ejemplo, los soldados de Pakistán occidental violaron entre 200.000 y 400.000 mujeres bengalíes durante más de nueve meses en 1971. Los soldados iraquíes de Saddam Hussein llevaron a cabo violaciones masivas en Kuwait en 1990.[46] Los soldados hutu violaron en masa a las mujeres tutsi en Ruanda en 1994. En Bosnia, las tropas paramilitares de la etnia serbia violaron sistemáticamente a las mujeres musulmanas entre 1991 y 1995 y encerraron a muchas de ellas en campos de concentración sexuales para tenerlas a su disposición. En 1997, las mujeres argelinas fueron violadas sistemáticamente por los revolucionarios musulmanes como si fuesen esclavas sexuales. En 1998, las tropas de seguridad musulmanas de Indonesia participaron en sesiones de violación en grupo de centenares de mujeres indonesias de la etnia china.

Siempre que las mujeres pierden a sus protectores se producen violaciones en masa. Posiblemente en algún lugar del mundo esté ocurriendo lo mismo mientras usted lee estas líneas.

La «violación de Nanking» demuestra hasta dónde pueden llegar las cosas. Japón invadió la capital de China a raíz de la retirada de las tropas de Chiang Kai Chek en 1937.[47] El misionero norteamericano James MeCallum estimó que los soldados japoneses habían violado por lo menos a un millar de mujeres chinas (el 65 por ciento de ellas tenían entre 16 y 21 años) cada noche y a muchas más durante el día. Una vez saciados, los violadores solían matar a sus víctimas con bayonetas (sus superiores les habían ordenado que las silenciasen, con dinero o con la muerte). Durante el primer mes de ocupación, los japoneses violaron por lo menos a 20.000 mujeres, (Si la cifra resulta terrible, piénsese que durante cada uno de los meses de este año lo más probable es que el número de mujeres norteamericanas violadas sea incluso mayor.)

¿Por qué violan los soldados? ¿Es realmente, como sostiene Brownmiller, porque el objetivo de los hombres es machacar a las mujeres, controlarlas para mantenerlas en un estado de miedo perpetuo, y la guerra les ofrece una buena oportunidad para hacerlo?

Un análisis más detallado indica que la situación es mucho más compleja. En tiempos de guerra, la mayoría de los soldados tiene dudas sobre su supervivencia; muchos de ellos son jóvenes y no han tenido hijos todavía. Por consiguiente, su proyecto de ser padres es incierto y, sin embargo, conocen a jóvenes hermosas, fértiles y desprotegidas. Además, pocas veces se castiga la violación en tiempos de guerra. Y si la violación da lugar a descendencia, el violador no ha de invertir ni energía ni recursos en la educación de su hijo, porque nunca estará seguro de que sea suyo. Por otra parte, los soldados que están en condiciones de violar a las mujeres y hermanas de sus enemigos forman parte del grupo de los vencedores. Este tipo de violación es una expresión de la victoria y un precio por ella. Es decir, la violación en masa es una victoria masiva de la reproducción.

¿Podrían ser estas dos las verdaderas razones de la violación en tiempos de guerra? En About Face: The Odyssey of an American Warrior, el coronel David H. Hackworth explica lo siguiente:

«No hay que olvidar una cosa cuando se habla de sexo y soldados en combate. Por un lado, es la actividad más importante del mundo. Por otro, no significa nada. […] Siempre estás dispuesto y nunca discriminas; no buscas amor, sino sexo. […] Y cuanto más sexo logras, más desempeñas tu papel: ponerte a prueba en el catre es tan importante como ponerte a prueba en el campo de batalla. Supongo que es un comportamiento tribal —el gran guerrero, el gran conquistador de otras tierras— u otra cuestión psicológica muy profunda: saber que pueden matarte y desear plantar la vieja semilla antes de morir».[48]

Aunque Hackworth se refiere al sexo consensuado (incluso con prostitutas) y no a la violación, el mensaje es claro: los soldados desean plantar «la vieja semilla» antes de morir. Es un concepto difícil de aceptar por personas con una educación políticamente correcta de finales del siglo XX, pero ha sido una idea presente en el comportamiento masculino durante milenios.

En 1988, la periodista Barbara Crossette se interesó por las violaciones masivas perpetradas por militares y sacó la siguiente conclusión:

«Es cada vez más evidente que el nuevo estilo de hacer la guerra apunta muchas veces específicamente hacia las mujeres y se presenta como un ataque sexual organizado y premeditado como medio para aterrorizar y humillar a la población civil. En algunos casos, los violadores expresan un móvil que parece tener más que ver con las tácticas antiguas de las hordas saqueadoras que con el siglo XX: conseguir embarazos a la fuerza y de este modo emponzoñar las entrañas del enemigo».[49]

La violación en tiempos de guerra parece inducida por los impulsos sexuales del hombre. No busca «emponzoñar» las entrañas del enemigo sino plantar su semilla y, al mismo tiempo, demostrar su victoria sobre aquellos hombres incapaces de proteger a sus víctimas. En los conflictos bélicos, a veces la violación ofrece a los hombres jóvenes sus mejores oportunidades para practicar el sexo y tener descendencia. Y, en definitiva, de todos los recursos reproductivos al alcance de los hombres, las mujeres fértiles son el más escaso. De hecho, la violación en tiempos de guerra puede ser una estrategia masculina instintiva de reproducción.

Esta afirmación es pertinente porque la explicación de la violación que plantea Brownmiller como expresión de poder, y no de sexo, es algo que se acepta en la actualidad y se presenta, global o parcialmente, como el dogma central de la violación en ámbitos como la sociología, la psicología y otras ciencias sociales. En 1980, por ejemplo, C.G. Warner expuso el punto de vista mayoritario en las ciencias sociales: «Hoy en día los criminólogos, los psicólogos y otros profesionales que trabajan con violadores y víctimas de violación aceptan en su mayoría que la violación no es básicamente un delito sexual sino un delito violento».[50]

Como señala el psicólogo Craig Palmer, mucha gente comulga ciegamente con este dogma, hasta el punto de que, cuando en los años ochenta los violadores admitían que habían violado «buscando sexo y todo eso»,[51] los psicólogos políticamente correctos que los trataban no siempre admitían estas confesiones tan claras. El profesor Nicholas Groth sostiene, por ejemplo, que «como los violadores no hicieron ningún esfuerzo apreciable por negociar un encuentro sexual o determinar la receptividad de la mujer ante un acercamiento de tipo sexual, como suele darse en los intentos de hacer el amor o de acercamiento físico», no estaban interesados en el sexo, a pesar de sus manifestaciones en sentido contrario.[52] Groth justifica esa extraña forma de pensar con una definición especial de «motivación sexual» (como la llaman actualmente muchos estudiosos de las ciencias sociales): sólo un noviazgo y una unión honestos en los que los hombres sienten ternura, afecto y alegría. (Cabe recordar, sin embargo, que los estudios de Heilbrun y Loftus, en cambio, pusieron de manifiesto que los hombres se excitan, en un plano puramente sexual, ante las damas en apuros.) Como los violadores no experimentan ninguna de estas sensaciones de ternura, insiste Groth, la violación debe de ser, por definición, una búsqueda agresiva de poder y control, pero no de sexo.

Para Groth, la violación no puede tener una finalidad tan sencilla como el sexo.

Brownmiller insiste en que la violación no es sino un instrumento político que utilizan los hombres para someter a las mujeres y mantenerlas sometidas. Y añade: «Los hombres que violan actúan como tropas de choque masculinas, guerrilleros terroristas en la batalla más larga que ha conocido la humanidad».[53] La conclusión de Brownmiller según la cual los hombres de algún modo evolucionaron para odiar a las mujeres procede de su intuición, pero no se basa en estudios científicos. Resulta muy revelador que ningún biólogo de la evolución, ya sea hombre o mujer, considere correcta la idea de Brownmiller de que los hombres evolucionaron para odiar a las mujeres, aunque muchos estarán de acuerdo con la idea de que ambos sexos han evolucionado para explotar al otro de muy diversas formas reproductivas.

Es más, el modelo de Brownmiller según el cual «los hombres odian a las mujeres» no concuerda con el hecho de que, por cada tres agresiones con violencia a mujeres en Estados Unidos en los años noventa, también fueron agredidos con violencia cuatro hombres.[54] [55]

Incluso las violaciones en grupo y aquellas cometidas como una forma de castigo pueden tener motivos fundamentalmente sexuales. Como señala Donald Symons, la violación utilizada como forma de castigo «no demuestra que no haya impulsos sexuales, de la misma manera que la privación de bienes como forma de castigo no demuestra que la propiedad no tenga valor para quien castiga».[56] Según Symons, el sexo es la única forma de procrear que tienen los hombres y, por tanto, le dan mucho valor al sexo, y añade que la violación no es más que sexo con coacción, una copulación «robada» que puede hacer aumentar el éxito reproductivo del violador.

Sin embargo, existen dos hechos más que podrían hacer que las ideas de Brownmiller pareciesen razonables a algunas mujeres. En primer lugar, de la misma manera que existen violadores sádicos y asesinos, algunos hombres violan a las mujeres para dominarlas. En segundo lugar, para las mujeres normales, esta pequeña fracción de violadores con afán de poder representa la esencia de la violación, pues la mujer media —que no se ve empujada por los incesantes dictados sexuales, como le ocurre al hombre— no puede entender por qué un hombre puede llegar a colocar un cuchillo en la garganta de una mujer que desconoce, amenazarla de muerte, violarla sexualmente y torturarla emocionalmente si al mismo tiempo no siente un enorme odio hacia esa mujer y hacia todas las mujeres. Aun cuando las mujeres pueden entender perfectamente qué es el odio, la mayoría de ellas no dispone de una psique que le permita asociar realmente la insistente psicología sexual de los hombres con la psicología de violación que puede derivarse de ella.

Los episodios reales de violaciones que son una pesadilla —el tipo de agresiones sobre las que se centran los medios de comunicación— hacen que aumente el interés por el modelo de odio de Brownmiller. Patricia (no daremos aquí su apellido) era una mujer blanca que trabajaba en un banco de inversiones. Su trabajo en el distrito financiero de Nueva York no le permitía hacer ejercicio físico de día y acostumbraba a correr por Central Purk al atardecer. El 19 de abril de 1989 corría sola por el parque y seis jóvenes salieron de detrás de un grupo de sicómoros y la atacaron. Los jóvenes la llevaron hasta una hondonada y la golpearon durante media hora con una piedra y una barra metálica. La violaron repetidas veces y la dejaron medio muerta. Horas más tarde un paseante la encontró en coma. El charco de sangre a su alrededor era tan grande que el equipo médico que primero la atendió no podía creer que su corazón siguiese latiendo. (Finalmente salió de un coma muy prolongado y, según puede leerse en los escritos en los que se refiere a esa experiencia, no recuerda haber sido violada.)[57]

A los ciudadanos de Nueva York les horrorizó la noticia, aun cuando el caso de Patricia no fuese más que uno de los 3400 casos de violación que se produjeron en esa ciudad en 1989.[58] El alcalde Ed Koch pidió a los expertos en comportamiento humano que le «indicasen una razón de tipo social que pueda inducir a ciertas personas a participar en una jauría de lobos a la búsqueda de alguna víctima».[59] Los sociólogos respondieron a Koch que Patricia había sido violada y apaleada debido a las familias rotas, las comunidades desestructuradas, la pobreza, el fácil acceso a las drogas, la comercialización del sexo y la violencia en nuestra cultura, la tensión social y la ausencia de igualdad de oportunidades.

Pero los seis jóvenes negros que violaron a Patricia sólo tenían entre catorce y dieciséis años y ninguno de esos estereotipos se ajustaba a su situación. No había drogas de por medio. Tampoco era un caso de pobreza o alienación: la mayoría de los violadores procedían de familias trabajadoras bien insertadas en sus comunidades. Sólo uno de los chicos había tenido algún problema con la policía. Uno de ellos se había hecho cristiano hacía poco. Otro era un joven modélico. Entre los seis había jugadores de la liga juvenil de béisbol y estudiantes de escuelas privadas. Las tensiones raciales no parecían tener nada que ver, pues esa misma noche el grupo había agredido asimismo a un hombre negro.

¿Qué indujo a esos jóvenes a perpetrar la violación? Consideremos sus actitudes. Ninguno de los seis se arrepintió, sino que incluso se sintieron orgullosos. Explicaron que querían vivir una juerga «salvaje» y que habían golpeado y violado a Patricia para dejar de aburrirse. «Era por hacer algo», afirmó uno de ellos. «Fue divertido», dijo otro encogiéndose de hombros.

¿Se debía su manifestación de orgullo al hecho de que tenían una probabilidad muy pequeña de ser condenados con dureza? ¿O se debía a una actitud más profunda —posiblemente incomprensible para la mayoría de las mujeres—, según la cual la violación es razonable en determinadas condiciones? Una encuesta realizada a finales de los años ochenta a adolescentes de Rhode Island puede ayudar a dar con la respuesta. La mitad de los chicos consideró que el sexo a la fuerza era aceptable si el hombre había gastado por lo menos 15 dólares en una mujer.[60]

En el caso de Patricia, los violadores mostraron una actitud muy parecida. Esos chicos pusieron de manifiesto que las razones de su decisión de violar no eran el odio o el control, sino un intenso impulso sexual y una actitud según la cual la violencia es aceptable en un medio en el que las consecuencias de la violación incluyen, como máximo, un castigo leve para el agresor.

Lo que parece ser un delito de odio o control es en realidad una estrategia masculina de conseguir una copulación independientemente del coste que suponga para la mujer. El hecho de que la violación no sea una exclusiva del Homo sapiens avala la idea de que los hombres violan a las mujeres por cuestiones sexuales y no porque las odien o deseen dominarlas.