Moléculas

En los años sesenta, Morris Goodman introdujo una forma totalmente nueva de ver el pasado.50[50] En lugar de desplazarse en un Land Rover hecho polvo por algún desierto olvidado en dirección a un barranco arrasado por el sol en búsqueda de algunos huesos fósiles, se quedó en el laboratorio y comparó las proteínas de la sangre de distintas especies vivas. Desde Goodman, los científicos han comparado la bioquímica, las proteínas, los espermatozoides, los cromosomas y otras características de los primates y los seres humanos, considerándolos como «máquinas del tiempo» que permiten calibrar el árbol taxonómico y el reloj molecular de la evolución.[51] Lo mejor de estos relojes lo debemos a James Watson y Francis Crick, quienes en 1953 consiguieron descifrar el secreto del ácido desoxirribonucleico (ADN).[52] El ADN es el contenido genético del cuerpo humano.[53] Organiza el metabolismo del cuerpo y la vida reproductiva y configura su psique. Incluso codifica el sexo y la violencia. Esta molécula de unos dos metros de longitud y de alrededor de una billonésima de metro de grosor, situada en cada una de nuestros 10 billones de células, no es más que una cadena de cuatro bases nucleotídicas (los aminoácidos adenina, guanina, timina y citosina) en forma de una doble hélice unida por la desoxirribosa y el ácido fosfórico. La secuencia de nuestros 3000 millones de nucleótidos contiene, como si se tratara de un código Morse, información compleja almacenada en 100.000 genes que controlan todas y cada una de las moléculas del cuerpo.[54] Según Edward O. Wilson: «Si se transformase toda la información completa allí contenida en letras de tamaño normal, se ocuparían las quince ediciones de la Encyclopaedia Britannica publicadas desde 1768».[55] El trabajo más elegante de comparación del ADN realizado hasta ahora tiene que ver con los pájaros. Charles Sibley y Jon Ahlquist introdujeron una nueva forma de comparar los ADN de distintas especies de pájaros.[56] Su objetivo consistía en establecer un esquema de las relaciones evolutivas de las nueve mil especies conocidas de pájaros del mundo. Hicieron hervir el ADN marcado con yodo radiactivo para separar la doble hélice en dos cadenas. Cuando se enfrían, las dos cadenas vuelven a unirse en forma de doble hélice. Sibley y Ahlquist separaron las cadenas de ADN, sustituyeron una de ellas por la de otra especie y dejaron enfriar. Midieron la nueva doble hélice híbrida calentándola hasta su punto de fusión único. Resultó que por cada grado de temperatura por debajo del punto de fusión del ADN puro, la diferencia entre las dos muestras era del 1 por ciento. Cuanto más intensa era la hibridación (puntos de fusión más elevados), más marcada era la relación. La falta de armonía se traducía en una mayor distancia evolutiva. Esta técnica no sólo era elegante sino que permitía medir la relación de dos especies mejor que cualquier otro enfoque molecular.

En los años ochenta, Sibley y Ahlquist se centraron en el ADN de los primates. Sus experimentos indicaron que los monos se separaron de la línea genealógica de los simios hace 25-34 millones de años. Por su parte, los orangutanes abandonaron la línea genealógica de los simios africanos hace 12,2-17 millones de años y los antepasados de los gorilas se separaron de los antepasados de los chimpancés, bonobos y seres humanos hace 7,7-11 millones de años. Por último, y ésta es la fecha que produce taquicardia a los paleontólogos, hace algo así como 5,5-7,7 millones de años, los chimpancés y los seres humanos se alejaron de nuestro antepasado común (los bonobos se separaron de los chimpancés más tarde, hace unos 2-3 millones de años). [57] [58]

Muchos paleoantropólogos se burlan de estas fechas, y se burlan aún más de la idea de utilizar moléculas en lugar de fósiles sólidos cuando se trata de reconstruir las líneas de descendencia.[59] Sin embargo, como ha señalado el biólogo molecular Vincent Sarich, es más fácil poner en entredicho los fósiles que las moléculas. «Sé que mis moléculas tenían antepasados; el paleontólogo sólo puede esperar que sus fósiles tuviesen descendientes.»[60]

Muchos otros científicos saludaron con entusiasmo los trabajos de Sibley y Ahlquist.[61] Las fechas obtenidas mediante el ADN no sólo concuerdan con las de los fósiles reales sino que son capaces de llenar los huecos temporales entre ellos. Es más, cuando el biólogo molecular Jeffrey Powell repitió el trabajo de Sibley y Ahlquist, los resultados fueron exactamente los mismos.[62] «Resulta claro», escribía el paleontólogo David Pilbeam, «que el registro molecular nos puede dar más información sobre la genealogía de los homínidos que el registro fósil.»[63]

Las «máquinas del tiempo» de ADN de Sibley y Ahlquist nos explican que un bípedo con cabeza de simio inició su camino evolutivo hasta nosotros hace aproximadamente 6,6 millones de años. El estudio del ADN también nos ayuda a clarificar qué le sucedió al Homo erectus, nuestro único antepasado con toda seguridad. El Homo erectus apareció y en Africa hace 1,8 millones de años por lo menos durante una época de sequía y se difundió posteriormente por Asia. El Homo erectus floreció hace un millón de años, durante una nueva época árida en la que se produjo la desaparición de todas las demás especies de homínidos, incluidas dos o tres especies de australopitecos contemporáneos.[64] El Homo erectus desapareció de África hace unos 200.000 o 300.000 años, y evolucionó hacia una «cronoespecie» aún más inteligente que llamamos Homo sapiens arcaico. Esta población evolucionó hasta llegar a nosotros, el Homo sapiens sapiens, que causaría estragos en todo el planeta.[65]

¿Cómo se puede saber todo esto a partir de las moléculas? Los polimorfismos de las proteínas de los seres humanos indican que nuestros antepasados descendían de una población muy reciente. Así lo confirman los estudios sobre el ADN de unos orgánulos diminutos de nuestras células llamados mitocondrias que producen energía. El ADN de las mitocondrias experimenta mutaciones cinco a diez veces más rápidamente que el ADN de los núcleos. Es una herramienta de investigación perfecta, ya que los óvulos tienen mitocondrias, pero no el esperma, lo cual significa que cada uno de nosotros ha heredado el ADN de las mitocondrias de nuestra madre. De hecho, cada mujer ha heredado su ADN mitocondrial de su madre, su abuela, su bisabuela, y así sucesivamente hasta su madre común más antigua. A diferencia del ADN nuclear de los huevos y el esperma, que se mezclan para convertirse en el contenido genético de cada uno de nosotros, el ADN mitocondrial nunca se recombina con ningún otro ADN. Proporciona, por tanto, una vía despejada hacia los antepasados de la mujer.

Para establecer el árbol genealógico de las mujeres, Rebecca Cann, Mark Stoneking y Alian Wilson analizaron la variación de las mutaciones en el ADN mitocondrial de 182 mujeres nacidas en África, Asia, Australia, Nueva Guinea y Europa. Su trabajo resultó tan intrigante que apareció en la portada de Newsweek, con el título de La búsqueda de Adán y Eva. Fue el número más vendido de esa revista en 1988.[66]

En la portada pueden verse dos africanos modernos en un edén africano. El joven no lleva barba y ella es muy atractiva. Una serpiente pitón verde sale del árbol situado entre ambos mientras «Eva» ofrece una manzana a «Adán». «Los [genes] de Eva parecen encontrarse en todos los seres humanos de la actualidad: unos 5000 millones de parientes consanguíneos», escribieron los reporteros de Newsweek John Tierney, Linda Wright y Karen Springen. «Era aproximadamente nuestra 10.000a bisabuela.»[67]

La Eva mitocondrial seguramente se parecería a una mezcla de mujeres actuales. Cann, Stoneking y Wilson creen que todos los humanos modernos proceden de una población que constituyó el Homo sapiens sapiens, descendiente a su vez, hace entre 140.000 y 290.000 años, de una población «arcaica» de transición del Homo sapiens africano. Más aún, ninguno de los descendientes de Eva se cruzó con otras poblaciones primitivas existentes, como el Homo erectus de China o el Neandertal.[68] Y, como quiera que los africanos nativos de la actualidad son la única población que posee toda la variabilidad del ADN mitocondrial, África es el candidato más firme para la ubicación de nuestros antepasados. Las hijas (y los hijos) de Eva emigraron de África hace unos 100.000 años.

La Eva mitocondrial fue objeto de tantos y tan acalorados debates que muchos científicos quisieron repetir el trabajo de Cann, Stoneking y Wilson.[69] Los análisis más rigurosos aseguran que la Eva mitocondrial vivió en África hace unos 143.000 años.

Algunos estudios recientes del ADN nuclear y la aparición de nuevos fósiles han venido a confirmar la presencia fuera de África del Homo sapiens hace unos 100.000 años.[70] Las investigaciones arqueológicas indican que el Homo sapiens africano ya era un cazador en grupo muy experimentado. La arqueología y la genética también han encontrado muestras de la emigración del Homo sapiens africano al Medio Oriente hace unos 62.000 años,[71] a Asia y Australia en un periodo comprendido entre 40.000 y 65.000 años[72] y a Europa y Tasmania hace unos 36.000 años.[73]

Sin embargo, el Homo sapiens moderno no sólo se dedicó a ocupar los jardines deshabitados del Edén. Es probable que se encontrara con otras poblaciones más primitivas de Homo, lo cual es significativo para nuestras explicaciones sobre la violencia masculina. ¿Qué ocurrió con estos descendientes no tan modernos de anteriores diásporas del Homo erectus?

Una de las familias de estos descendientes, el Homo sapiens neanderthalensis, aporta algunas pistas en este sentido. Los neandertales aparecieron en Europa y el Próximo Oriente hace unos 230.000 años y desaparecieron hace menos de 30.000 años.[74] Sus cráneos eran más robustos y primitivos que los nuestros, pero sus cerebros ocupaban unos 65 cm[3h] más que los de los seres humanos modernos. Los neandertales se mantenían erguidos, eran atléticos y estaban bien adaptados a la Edad del hielo. Sus rostros eran impresionantes y sus mandíbulas, unas potentes máquinas trituradoras.[75] En conjunto, disponían de unos huesos extremadamente densos y una gran masa muscular. Decir que la comparación entre los cráneos de un neandertal y un cromañón (moderno) resulta asombrosa, sería quedarse corto; tal es la diferencia entre ambos.

Los neandertales eran cazadores que prácticamente sólo comían carne.[76] Fabricaban hermosas puntas de lanza y hachas de mano bifaces. Masticaban cuero para hacer prendas de vestir. Dominaban el fuego, vivían en cuevas y otros refugios naturales y cazaban osos hasta casi extinguirlos, pero almacenaban sus cráneos en altares. En uno de esos altares, en la cueva de Drachenloch («Guarida de dragones»), a unos 2500 metros de altitud en los Alpes suizos, se encontraron trece grandes cráneos, siete de ellos en un sepulcro de piedra. Los neandertales enterraban a sus muertos con instrumentos, flores o alimentos,[77] También se ocupaban de sus heridos y lisiados. Sin embargo, en una línea más siniestra, se han encontrado muchos huesos de neandertal con marcas de cuchillos o aplastados para extraer la médula ósea, lo cual indica algún grado de canibalismo.[78] Por lo menos en un caso, se cree que la muerte se produjo en combate o como resultado de un asesinato.[79]

Parece un tanto extraño que los neandertales estuviesen bien adaptados a las condiciones de la Edad del hielo en Europa y que desapareciesen poco menos que de la noche a la mañana. Los neandertales eran los señores de sus dominios. ¿Qué les sucedió? Algunos científicos siguen insistiendo en que eran nuestros antepasados, pero tanto los fósiles como la bioquímica contradicen ese punto de vista.[80] En la actualidad, parece claro que los humanos modernos les siguieron la pista muy de cerca.

¿Cómo? Las enfermedades del Homo sapiens moderno, desconocidas para los neandertales, quizá fueron demasiado perniciosas para su sistema inmunológico y acabaron por borrarlos del mapa. Incluso en el caso de no existir este factor, las estrategias y armas de caza más avanzadas de estos seres humanos modernos podrían haber empujado a los neandertales a su extinción, aunque fuera tan sólo indirectamente. Cuando los Homo sapiens más modernos llegaron a la tundra europea, rica en vegetación, trajeron sistemas para lanzar proyectiles (atlatls) capaces de multiplicar su alcance, su fuerza y su precisión, arpones e instrumentos para fabricar armas, anzuelos y quizás incluso arcos y flechas.[81] Los cromañones eran además capaces de empujar a las manadas hacia pantanos, callejones sin salida o precipicios para poderlos matar fácilmente. En cambio, los neandertales seguían clavando o arrojando sus lanzas.[82] Los cromañones disponían de ropa de piel bien fabricada que tal vez les permitía cazar en condiciones climatológicas o en hábitats imposibles para los neandertales. También eran capaces de construir refugios a partir de huesos de mamut o tiendas a dos aguas, o cobijarse en cuevas formando comunidades de entre 50 y 70 personas.[83] En pocas palabras, el Homo sapiens moderno era superior en la obtención de aquellos recursos que también necesitaban los neandertales.

«Una pequeña ventaja demográfica [por parte del Homo sapiens moderno] de alrededor del 2 por ciento en la tasa de mortalidad», sostiene el paleoantropólogo Ezra Zubrow, «habría bastado para provocar la rápida extinción de los neandertales. El intervalo de tiempo es de unas 30 generaciones, un milenio.»[84] Un milenio no es más que un instante cuando se trata de fósiles. Zubrow sugiere que la extinción de los neandertales se produjo en un periodo de unos mil años durante los que los cromañones superaron a los neandertales en la caza de los animales que éstos necesitaban.

Como muestra el comportamiento humano actual, además de vencer a los neandertales, es posible que los cromañones también les declararan la guerra. Al parecer, los últimos neandertales vivos tuvieron que esconderse en las cavernas del peñón de Gibraltar hace tan sólo unos 29.000 años y, después de coexistir en Europa durante unos 7000 años, el Homo sapiens moderno también se apoderó del último refugio de los neandertales.[85]

Un estudio pormenorizado de la identidad molecular del Homo sapiens revela algo todavía más significativo sobre el lado oscuro del hombre. Los parientes vivos más próximos a los seres humanos son los chimpancés y los bonobos.[86] Dicho de otro modo, las moléculas indican que los seres humanos somos una especie de gran simio. Incluso esta formulación subestima la situación, pues el 98,4 por ciento del ADN nuclear de los seres humanos y los chimpancés coincide.[87] Por su parte, los chimpancés y los gorilas comparten sólo el 97,9 por ciento de su ADN. Desde un punto de vista genético, los seres humanos no somos sino grandes simios, constituimos una «especie hermana» tan estrechamente relacionada con los chimpancés que, si los antropólogos utilizasen los mismos criterios para definir la proximidad de especies que los especialistas en mamíferos o pájaros al fijar los géneros, los chimpancés y los seres humanos deberían figurar en el mismo género, el Homo.[88]

El Homo sapiens es ciertamente un «simio desnudo». También es un simio muy inteligente, un simio adicto a la cultura y, lo que es más importante para entender las raíces de la naturaleza humana y la violencia masculina, un simio que arrastra un enorme legado de instintos propios de los simios. ¿Cuáles son esos instintos?