¿Acaso no es razonable suponer que para conocer la mente humana nos ayudaría considerablemente saber el propósito con el que fue diseñada?
George C. Williams, 1966[1]
Desde bien entrada la mañana, Don Johanson y Tom Gray habían estado inspeccionando los sedimentos erosionados y quemados por el sol. La temperatura alcanzaba ya los 43° C. La búsqueda realizada durante la mañana no había revelado ningún secreto: fósiles de dientes y huesos de pequeños caballos extintos, enormes cerdos, también extintos, un antílope y un trozo de mandíbula de mono. En la colección del campo base ya había ejemplares de estos objetos, pero ninguno de ellos contribuía a resolver la gran pregunta: ¿de dónde venimos los seres humanos?
El día se presentaba como tantos otros. Era como jugar, una vez más, a la «máquina tragaperras del hombre primitivo», con la esperanza de conseguir el premio gordo, pero la jugada de hoy no había dado más que fresas y limones. Volverían a intentarlo al día siguiente.
Don Johanson y Maitland Edey explicaron lo que sucedió a continuación.
«—Ya tengo bastante —dijo Tom—, ¿cuándo regresamos al campamento?
»—Ahora mismo, pero volvamos por este camino y echemos un vistazo al fondo de aquel pequeño barranco.
»La hondonada en cuestión se encontraba justo al otro lado de la loma donde habíamos estado trabajando toda la mañana. Antes, otros trabajadores lo habían inspeccionado a fondo, al menos en dos ocasiones, pero no habían encontrado nada interesante. Sin embargo, consciente de las buenas vibraciones que sentía desde que me había levantado, decidí dar ese último rodeo. En apariencia, no había ningún hueso en aquel barranco, pero cuando dimos media vuelta para alejarnos, me di cuenta de que había algo en el suelo, a medio camino de la ladera.
»—Es un trozo de brazo de un homínido —dije.
»—Imposible. Es demasiado pequeño. Tiene que ser de algún tipo de mono.
»Nos agachamos para examinarlo.
»—Demasiado pequeño —insistió Gray.
»Negué con la cabeza e insistí:
»—Es de homínido.
»—¿Por qué estás tan seguro? —dijo.
»—Ese fragmento que está junto a tu mano. También es de homínido.
»—¡Dios mío! —exclamó Gray. Recogió el fragmento. Era la parte posterior de un pequeño cráneo. Unos metros más allá había un resto de fémur—. ¡Dios mío! —repitió.
»Nos levantamos y vimos otros restos óseos en la ladera: dos vértebras y fragmentos de una pelvis, todos de homínido. Por la mente me pasó una idea increíble y descabellada. Supongamos que estas piezas encajan. ¿Podrían pertenecer a un mismo esqueleto, muy primitivo? Hasta el momento, no se había encontrado ningún esqueleto como éste, en ningún sitio.
»—Mira esto —señaló Gray—. Costillas.
»¿Un único individuo?
»—No puedo creerlo —respondí—. Realmente no puedo creerlo.
»—¡Por Dios!, más vale que lo creas —gritó Gray—. Aquí está, delante de nuestras narices.
»Su voz se convirtió en un alarido. La mía también. Empezamos a saltar en medio de un calor abrasador. Como no teníamos a nadie con quien compartir nuestra alegría, nos abrazamos, sudorosos y malolientes. Gritamos y nos abrazamos sobre la grava ardiente, rodeados por los pequeños restos marrones de lo que ahora parecían ser, casi con total seguridad, partes del esqueleto de un único homínido.
»—Dejemos de saltar o pisaremos algo —añadí finalmente—. Además, tenemos que asegurarnos.
»—¡Por el amor de Dios! ¿No estás seguro?
»—Figúrate que encontramos dos piernas izquierdas. Podría haber varios individuos mezclados. Mantengamos la calma hasta que volvamos y nos cercioremos de que todo encaja.
»Recogimos dos fragmentos de mandíbula, marcamos el lugar exacto, nos subimos al Land Rover, que estaba hirviendo por el calor aplastante, y regresamos hacia el campamento. Por el camino recogimos a dos geólogos de la expedición, cargados de rocas que habían estado seleccionando.
»—Algo increíble —no dejaba de decirles Gray—. Algo grande, muy grande.
»—Tranquilízate —le pedí.
»Cuando apenas quedaban 400 metros para llegar al campamento, Gray explotó. Apretó el claxon del Land Rover y el largo sonido atrajo hasta nosotros a un grupo de científicos que habían estado bañándose en el río.
»—Lo hemos conseguido —gritó—. Dios mío, lo hemos conseguido, leñemos el esqueleto entero.»