Hace una década, el número de tesis doctorales presentadas por mujeres estadounidenses representaba sólo el 7 por ciento en ingeniería, el 10 por ciento en informática y el 16 por ciento en física y matemáticas.[97] En los últimos tiempos, la prestigiosa Academia de las Ciencias de Estados Unidos ha escogido 66 nuevos miembros, de los que sólo cinco eran mujeres.[98] Y, mientras el 68 por ciento de los hombres que dan clases de ciencias en las universidades estadounidenses son fijos, sólo el 36 por ciento de las profesoras de ciencias lo son.[99] Es más, en la actualidad las mujeres ocupan sólo el 3 por ciento de los puestos de alta dirección en las empresas norteamericanas.[100] ¿Acaso se debe este abismo entre los logros de hombres y mujeres al hecho de que los niños han sido estimulados en esa dirección y las niñas no?
Sí, responden la feminista Irene Frieze y otras cuatro psicólogas con las que colabora. Para ellas, estas diferencias son el resultado del arraigado sexismo que lleva a «formar a las mujeres para que no se realicen».[101] Añaden, además, que «la mayoría de las mujeres, incluidas las que ejercen una profesión, tienen tendencia a anteponer las preocupaciones familiares, lo cual significa que las mujeres, por regla general, no son tan productivas, o no alcanzan tantos éxitos, como los hombres».
Quizá. Pero antes de aceptar la conclusión de que las mujeres se preocupan más de sus familias que de sus carreras sólo porque la sociedad las obliga o las engaña para que lo hagan, tendríamos que preguntamos lo siguiente: ¿son otras las razones por las que las mujeres deciden que sus talentos más naturales y capaces de proporcionarles más satisfacciones se sitúan fuera de los ámbitos de las matemáticas, las ciencias puras y los negocios en un mundo capitalista ?
De hecho, la mayoría de las mujeres es consciente de que su carrera profesional entrará en conflicto con el cuidado de sus hijos. Un estudio puso de manifiesto que la relación entre la madre y el hijo que empieza a caminar es menos intensa en las madres trabajadoras que en las demás.[102] Los hijos que empiezan a caminar de madres trabajadoras también sienten y actúan de forma claramente más negativa (son mocosos, poco colaboradores y desobedientes) cuando se encuentran en el parvulario. Además, Frieze y sus colegas aportan datos que sugieren que, en su mayoría, las mujeres trabajadoras consideran que el cuidado de la familia es el criterio de principal «éxito». Por tanto, una madre que antepone sus hijos preescolares a su carrera puede no estar tomando una decisión de menor «éxito» o menos «productiva» que quien escoge trabajar o no ser madre.[103] Sin embargo, por extraño que parezca, Frieze y sus colaboradoras ignoran lo que las mujeres profesionales norteamericanas dicen en la actualidad que es su preferencia (una familia) y basan, en cambio, su definición de «éxito» y «decisión productiva» en los criterios de los hombres occidentales. Estas autoras no son las únicas que carecen de lógica ni las que sostienen puntos de vista más extremos.
La feminista Germaine Greer sostiene que la falta de «éxito» de las mujeres se debe a que los hombres las han «castrado» y las han obligado a convertirse en objetos sexuales autoinmolados e insípidos. También añade que «los roles sexuales “normales” que aprendemos en nuestra infancia son tan poco naturales como las travesuras de un travestí». Según Greer, el único éxito real que pueden tener las mujeres consiste en ganar a los hombres en su propio terreno y añade que, en la actualidad, el papel de las mujeres no es el adecuado: «La intimidad entre madres e hijos no es sana ni duradera». Para Greer, los matrimonios son un verdadero desastre y las familias nucleares no son buenas para los hijos, que deberían ser educados en comunidad por mujeres especialmente preparadas para ello, de acuerdo con lo que prescribieron Marx y Engels en su Manifiesto comunista.[104]
Aunque su lectura tiene un gran interés, estas explicaciones sobre las diferencias entre sexos son erróneas. La mayoría de nosotros está de acuerdo en que, cualesquiera que sean las prioridades de la mujer, los dobles raseros y el sexismo son aspectos que hay que reformar. Sin embargo, cuanto más sabemos acerca de ellos, más difíciles de entender parecen, especialmente para las mujeres científicas que intentan aclarar los efectos de la biología y la socialización.[105] Para el antropólogo físico Melvin Konner, autor de The Tangled Wing: Biológical Constraints on the Human Spirit, «estas mujeres [científicas] están realizando malabarismos formidables».
«Continúan luchando, tanto en lo privado como en lo público, a favor de la igualdad de derechos y de trato para ambos sexos; al mismo tiempo, descubren y presentan indicios de que los sexos son irremediablemente distintos, de que, una vez nos hayamos desembarazado por completo del sexismo y después de eliminar el corsé de las diferencias de formación, seguirá habiendo algo distinto, algo anclado en la biología.»
Este «algo distinto» parece ser que, en su mayoría, las mujeres nacen programadas para ocuparse de la familia en mucha mayor medida que para luchar en el mundo de la política. Pero ocuparse de una familia en Norteamérica a la manera tradicional resulta algo imposible para la mayoría de la gente, pues hoy en día sólo a uno de cada cinco puestos de trabajo le corresponde un salario que permite ocuparse de una familia de cuatro personas.[106] Por tanto, la mayoría de las madres casadas y con hijos pequeños tienen que trabajar, para lo cual, en general, tiene que competir con los trabajadores varones. El dilema de trabajar para vivir y ocuparse de una prole es un problema antiquísimo que han tenido que afrontar los primates sociales hembra.[107] Pero lo revelador acerca de la violencia masculina es cómo han resuelto este problema muchas mujeres a lo largo de la historia: casándose con hombres capaces de ayudarlas y protegerlas y dispuestos a ello.
Sin embargo, incluso en las sociedades cazadoras y recolectoras, los maridos no suelen obtener lo suficiente como para ayudar del todo a su mujer y sus hijos. Por consiguiente, la mayoría de las mujeres también tienen que trabajar, normalmente recogiendo plantas para la despensa familiar. En la sociedad moderna, las madres trabajadoras encuentran muchas dificultades para realizar simultáneamente todas las tareas de matrimonio, maternidad, gestión doméstica y trabajo fuera de casa. No es sorprendente que surjan conflictos en la pareja, debido a las expectativas frustradas de la mujer cuando se da cuenta de que tiene que trabajar (y hacer todo lo demás) a pesar del salario de su marido o debido a las expectativas frustradas del marido cuando ve que su mujer no puede llevar a cabo (o no va a hacerlo) todos los roles que se le exige. Estos conflictos, en los que normalmente interviene el dinero, son causa de divorcio en la mitad de los matrimonios del mundo.[108]
Está claro que desempeñar con éxito los papeles de esposa, madre y trabajadora es algo muy complicado; en realidad, ese reto sólo está al alcance de poquísimas mujeres. Mientras, en su inmensa mayoría, las mujeres trabajadoras llevan la situación como pueden y hacen que aumente progresivamente la percepción de «una conspiración machista» que mantiene el doble rasero profesional de marcado carácter sexista.
El verdadero origen del doble rasero profesional no es una conspiración promovida por los hombres. No es más que la competencia que surge de las estrategias reproductivas instintivas de los hombres. Como hemos visto, los hombres intentan resultar atractivos a las mujeres, e incrementar sus probabilidades de formar una familia, a base de competir económicamente con cualquiera que se cruce en su camino, hombre o mujer, ya sea cazando elefantes de forma más inteligente ya sea jugando con eficacia en la Bolsa. Análogamente, la mujer que desea desarrollar una carrera económica no sólo se aleja de la posibilidad de formar una familia sino que resulta menos atractiva para los hombres interesados en casarse con una futura madre que cuidará con dedicación a sus hijos y no será independiente desde el punto de vista económico. Además de esto, la mujer trabajadora también se encuentra en competencia directa con los hombres trabajadores, quienes hacen todo lo que pueden, con parámetros típicamente masculinos, para arrasar en esa competencia.
Nada de todo lo anterior es específico de Estados Unidos, o ni siquiera del Primer Mundo. En todas las culturas conocidas, los hombres reciben más estímulos que las mujeres para dedicarse a la economía, la política y la guerra.[109] No es una coincidencia que, en todo el mundo, haya diez veces más hombres que mujeres en el ámbito de la política. Tampoco es casualidad que en todo el mundo las mujeres reciban muchos más estímulos que los hombres para criar hijos. Ocurre en todas las sociedades.
En los mamíferos, estas diferencias sexuales son el resultado de la biología, que ha configurado a los individuos a través de la selección natural para que tengan el mayor éxito reproductivo individual posible. Por muy acertadamente que un hombre pueda proteger a un niño, consolarlo, enseñarle o jugar con él, es incapaz de criarlo, y de ahí los instintos de las mujeres por llevar a cabo lo esencial de la crianza.[110] Pero, por razones
que se aclararán más adelante, las mujeres solteras (al margen de los programas de los gobiernos socialistas) tienen menos éxito que las casadas a la hora de criar a sus hijos. La antropología pone de manifiesto que las mujeres que tienen un mayor éxito reproductivo cuentan con la ayuda de un marido que mantiene y protege tanto a la madre como al hijo. A pesar de las reivindicaciones de Germaine Greer, ninguna otra distribución ha mejorado, ni igualado siquiera, la familia nuclear y sus derivaciones cuando se trata de elevar al máximo el éxito reproductivo de la mujer. Una de las claves que lo explican son los propios hijos. La mayoría de los niños son lo bastante resistentes como para superar situaciones próximas al hambre o a la enfermedad, pero las repercusiones emocionales de una mala crianza inhiben la secreción de la hormona del crecimiento[111] hasta el punto de que los niños no deseados que se educan en comunidad no sólo crecen poco sino que su crecimiento llega a detenerse. «Los niños criados en comunidad», admite la feminista Alice Rossi, «no son criaturas liberadas, sino muchas veces criaturas carentes de atención y alegría.»[112]
En pocas palabras, las mujeres se ven arrastradas por sus propias psiques a buscar el éxito reproductivo a través de mecanismos distintos a los de los hombres. Y aunque podemos convencer a hombres y mujeres de que las reglas son las mismas, siguen jugando a juegos muy distintos.