Las respuestas a la pregunta de qué quieren los hombres y las mujeres unos de otros podrían llenar este libro. De hecho, ya han llenado muchos libros que pretenden ayudar a los hombres desorientados (que son todos, cada uno en su momento). Por su parte, las mujeres ya han dicho lo que quieren, y sólo con un puñado de palabras.
«Independientemente de lo que digan en público las mujeres acerca de su disposición por compartir el peso de la vida cotidiana, en privado dicen cosas totalmente distintas», explica Willard F. Harley, Jr., un veterano mediador en asuntos matrimoniales y psicólogo clínico que en 1986 contaba con veinte años de experiencia durante los que había entrevistado a unas quince mil parejas con problemas.[80] Harley añade:
«Las mujeres casadas me explican que les molesta trabajar cuando lo hacen por absoluta necesidad. […] En nuestra sociedad, la incapacidad del marido por satisfacer las necesidades de vivienda, vestido, alimentación, transporte y otros elementos básicos provoca tensión en la pareja. Por mucho éxito que tenga una mujer en su carrera, en general desea que su marido gane el dinero suficiente como para que pueda sentirse ayudada y atendida».
Harley sugiere que, si bien las mujeres pueden desear varias cosas de sus maridos, la mayoría de ellas otorga una gran prioridad a la seguridad material. La antropología le da la razón. Por ejemplo, Laura Betzig, experta en antropología biológica, ha descubierto que, en cualquier parte del mundo, hay más mujeres que prefieren casarse con un hombre con posibilidades económicas que ya tenga una mujer que con un hombre soltero pero pobre (la mayoría de las comunidades practican la poliginia).[81] Betzig también ha observado que, a escala mundial, los hombres más ricos se casan con más mujeres y tienen más amantes que los hombres pobres.[82]
También los antropólogos Kim Hill y Hillard Kaplan observaron que las mujeres aché de las pluviselvas paraguayas se sienten más atraídas por los mejores cazadores.[83] Así es a pesar de que las mujeres sólo puedan tener una relación adúltera con esos hombres. Los cazadores aché proporcionan el 87 por ciento de todas las calorías consumidas. Los cazadores aché que disponen de escopetas son los que más éxito tienen.[84] No sólo elevan sus capturas de 910 calorías a 2360 calorías por hora de caza, sino que las mujeres los buscan para hacer de ellos sus maridos o sus amantes. En cambio, los cazadores aché mediocres tienen muchas dificultades para encontrar mujeres dispuestas a casarse con ellos. Para los hombres aché, las escopetas equivalen a los salarios de seis cifras de los hombres norteamericanos; ambos grupos tienen acceso sexual a más mujeres que sus iguales menos ricos.
¿Y qué ocurre globalmente con los hombres y las mujeres? El psicólogo David M. Buss y sus 50 colaboradores han estado estudiando durante seis años las preferencias de 10.000 personas en 37 países desde África a América del Norte.[85] Según Buss, ambos sexos prefieren una pareja afectuosa, estable, agradable y de la que puedan depender. Pero esos rasgos no nos dicen gran cosa. Por sí solos no satisfacen los criterios de casi nadie a la hora de elegir pareja, excepto quizás en el caso de algún hombre que lo que busca es una esposa sumisa. Por ejemplo, el rasgo más frecuente en las respuestas (aunque Buss no lo había incluido en su cuestionario inicial) era «el sentido del humor».
Además de estas cualidades, Buss encontró que los hombres de todo el mundo se sienten atraídos por mujeres jóvenes, atractivas y «valientes». (Es muy revelador que la industria pornográfica de Estados Unidos, que mueve unos ocho mil millones de dólares al año, también requiera mujeres jóvenes en torno a los veinte años, aun cuando la industria utiliza actores masculinos de hasta cuarenta años.) Según el informe de Buss, «en cada una de las 37 culturas, los hombres valoran el buen aspecto y el atractivo físico a la hora de elegir pareja más de lo que lo hacen sus homologas femeninas. Estas diferencias sexuales no se limitan a las culturas saturadas por los medios visuales, las culturas occidentales o los grupos raciales, étnicos, religiosos o políticos. En todo el mundo, los hombres valoran la apariencia física».
Por el contrario, aunque muchas de las mujeres del estudio de Buss afirmaban que se sentían atraídas por hombres físicamente fuertes, «en 36 de las 37 culturas las mujeres otorgaban mucho más valor a las posibilidades financieras que los hombres. […] Las mujeres desean un estatus social y una ambición mezclada con capacidad de trabajo en una pareja de larga duración bastante más de lo que lo desean sus homólogos masculinos».
Los anuncios para corazones solitarios pagados por mujeres norteamericanas indican que, en su mayoría, también ellas buscan parejas con recursos y estatus.[86] Estos anuncios ponen asimismo de manifiesto que la probabilidad de que busquen recursos socioeconómicos en la pareja es tres veces mayor en las mujeres heterosexuales que en las lesbianas. Todavía más reveladora es la opinión que destaca Willard F. Harley, Jr. de sus entrevistas en el sentido de que las mujeres atractivas decían a menudo que encontraban físicamente atractivos a los hombres feos, pero interesantes desde el punto de vista económico. Para estas mujeres, habían desaparecido las imperfecciones de los hombres.
La «atracción» sexual depende tanto del sexo y, en el caso de las mujeres, está tan mezclada con las «promesas» de capacidad de aportar recursos que hasta los propios investigadores se muestran sorprendidos. El psicólogo John Marshall Townsend estudió las preferencias a la hora de elegir pareja de 1180 hombres y mujeres norteamericanos de distintos medios.[87] Presentó a cada uno de ellos una serie de fotografías de modelos vestidos con ropa de etiqueta y con uniforme del Burger King. Las mujeres de este estudio encontraron igualmente aceptables, para un primer encuentro, a un hombre feo con traje impecable y un Rolex en la muñeca que a un hombre guapo vestido de uniforme de trabajo. Este sesgo de las mujeres hacia los hombres ricos era más acusado aún cuando se les preguntaba si el hombre feo era un marido potencial o un padre potencial para sus futuros hijos. Townsend dedujo que las mujeres que dicen interesarse por el «amor» y la «entrega» de un hombre, en realidad están más preocupadas por la capacidad del hombre de invertir financieramente en ellas. Cuando una mujer dice «tengo que respetarle», según Townsend, lo que realmente quiere decir es «tengo que respetar su estatus socioeconómico».
Mientras tanto, los hombres del estudio de Townsend mostraban de forma mayoritaria sus preferencias por las mujeres guapas con uniforme de trabajo más que por las mujeres poco atractivas en trajes de ensueño.
Antes de condenar a esos hombres por su lamentable superficialidad, pasemos a un estudio reciente llevado a cabo por Judith H. Langlois y Lori. A. Roggmann. Estos investigadores digitalizaron los rasgos faciales de 99 estudiantes femeninas, hicieron una fotografía compuesta con la media de dichos rasgos y la mostraron, mezclada con las otras 99 fotografías, a estudiantes masculinos. El resultado fue que valoraron la cara «media» entre las cinco más atractivas del estudio.[88] Tan sólo cuatro caras reales mejoraron los resultados de la de aspecto «medio». En cambio, los hombres otorgaron puntuaciones bajas a aquellas caras que presentaban algún rasgo extremo. Al parecer, los hombres se sienten más atraídos por las mujeres cuyo aspecto parece simétrico y que, desde una perspectiva biológica, es realmente medio.
Otro aspecto de este estudio aclara la atracción que sienten los hombres hacia el aspecto medio frente a la «belleza». Se enseñó a los hombres de la muestra tres composiciones de caras femeninas y resultó que la cara más apreciada no fue una media real de caras auténticas sino una composición de varias caras compuestas en la que se habían exagerado deliberadamente unos rasgos «deseables» (y a veces infantiles), como labios gruesos, pómulos elevados, barbilla pequeña y ojos bastante separados, que los hombres habían considerado previamente entre los quince rasgos reales preferidos. El resultado es que, aunque los hombres prefieren mujeres medias desde un punto de vista biológico, también pueden ser seducidos por una belleza hiperatractiva, irreal, con rasgos femeninos infantiles en la mayoría de los casos.
Existen pruebas más sorprendentes todavía en lo relativo a la tendencia de los hombres a fijarse en los aspectos físicos. En una encuesta realizada entre estudiantes universitarios sobre las características que encontraban más atractivas en el sexo opuesto, los rasgos principales que buscaban las mujeres en los hombres fueron la inteligencia y el sentido del humor.[89] En el caso de los hombres, el pecho ocupó el primer lugar.
«Resulta que la apariencia física de una mujer es el indicador más claro del estatus profesional del hombre con el que se casa», afirma David M. Buss, después de su estudio sobre las 37 culturas.[90] «La apariencia de una mujer es más importante que su inteligencia, su nivel educativo o incluso su situación socioeconómica inicial, a la hora de elegir su futura pareja.»
Así pues, contrariamente a lo que sucede con las mujeres, cuyas preferencias para elegir pareja giran en torno a la seguridad y a ciertos aspectos del comportamiento de los hombres, éstos parecen buscar hembras reproductoras que tengan los genes adecuados, para lo cual utilizan indicadores físicos, no conductuales. Según Buss, lo fundamental es que «los hombres que poseen lo que las mujeres desean —capacidad de proporcionar recursos— tienen más posibilidades de aparearse de acuerdo con sus propias preferencias».
¿Está justificado que las mujeres se interesen en primer lugar por el éxito de los hombres? Los hijos de los buenos cazadores aché presentan una tasa de supervivencia superior a la de los cazadores mediocres. Lo mismo ocurre con los padres profesionales en Inglaterra; la talla media de sus hijos adolescentes es unos cinco centímetros superior y se desarrollan antes que los de los trabajadores sin formación, independientemente del tamaño de la familia.[91] En Estados Unidos, las esposas de los hombres ricos tienen más hijos, y más sanos, que las de la clase media.[92] En pocas palabras, las mujeres parecen saber lo que hacen, por lo menos en lo que se refiere a la salud de sus hijos, cuando buscan hombres con dinero. La actriz Lana Turner dijo en una ocasión, con una buena dosis de ironía: «Un hombre con éxito es aquel que consigue más dinero del que su esposa pueda gastar. Una mujer con éxito es aquella que logra pescar a ese hombre».[93]
En definitiva, todo esto indica que las prioridades de los hombres y las mujeres norteamericanos difieren sustancialmente. Consideremos, por ejemplo, lo que 15.000 esposos admitieron a Willard F. Harley, Jr., acerca de los cinco rasgos que preferían en una mujer. Esos hombres deseaban plenitud sexual, compañía agradable, una esposa atractiva, ayuda en la casa y admiración. Mientras tanto, para la mujer, los seis rasgos preferidos en un hombre eran el afecto, la conversación, la sinceridad y la franqueza, la capacidad financiera y la dedicación a la familia. (Otras 4500 mujeres entrevistadas por la feminista Shere Hite corroboraron las conclusiones de Harley.) En su obra His Needs, Her Needs, Harley concluye: «Las necesidades de él no son las de ella».[94]
Hasta aquí nada que objetar, pero las tres prioridades de la lista de las mujeres no son tan íntimas y personales como pueden parecer. El afecto, la conversación y la sinceridad y la franqueza no son sólo aspectos sensibles y agradables. También constituyen las garantías más sólidas que proporciona el hombre de que su capacidad financiera y su dedicación a la familia son seguras y constantes. Por otro lado, la ausencia de afecto y de comunicación franca puede indicar que el marido tiene otros centros de interés.
Estas prioridades divergentes de hombres y mujeres se traducen en un notorio y generalizado fracaso en la conversación entre los dos sexos. En el libro Tú no me entiendes, la lingüista Deborah Tannen explica que, desde su niñez, las mujeres utilizan el lenguaje para buscar confirmación y reforzar su intimidad.[95] Los hombres lo usan para mantener su independencia y negociar su posición social. Los objetivos de los dos sexos en cuanto al lenguaje difieren tanto, según Tannen, que los mensajes asumidos por ambas partes, aunque nunca explicitados, superan con creces los explicitados. Y añade que por regla general, los hombres y las mujeres están tan en desacuerdo en el ámbito verbal que, una vez finalizada la conversación, con frecuencia tienen impresiones y opiniones totalmente distintas acerca de lo que se han dicho.
Así como la paradoja de que los hombres y mujeres que hablan una misma lengua pero no se entienden en absoluto no es un asunto que pueda tomarse a risa, tampoco lo es la propia risa.[96] El psicólogo Robert R. Provine encontró que menos del 20 por ciento de las risas que se producen en una conversación «responden a algo que se parezca a un esfuerzo formal de sentido del humor». En cambio, la risa parece funcionar bien como lubricante social contagioso. Reímos cuando oímos reír a alguien y, en general, nos sentimos mejor. Sin embargo, como puede intuirse, los hombres y las mujeres difieren en su «utilización» de la risa.
En las conversaciones, las mujeres ríen mucho más que los hombres. «Las mujeres, al hablar, ríen un 127 por ciento más que los hombres que las escuchan», señala Provine. «En cambio, los hombres, al hablar, ríen un 7 por ciento menos que las mujeres que les escuchan. Ni los hombres ni las mujeres ríen tanto cuando habla una mujer como cuando lo hace un hombre.» La tendencia que manifiestan las mujeres a reírse dos veces más que los hombres durante una conversación entre ellas parece ser transcultural. Y la risa puede servir para desarmar a alguien, incluso para congraciarse con esa persona. La diferencia entre hombres y mujeres en este terreno plantea diversos problemas, entre los que destaca por qué es así, aunque tal vez sea más importante todavía preguntarse: ¿hay algo equivocado en todo esto?