14: La mala hostia en la historia

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La mala hostia en la historia

«Los años que siguieron estuvieron marcados por el fortalecimiento del sindicalismo en la mina, las Comisiones Obreras, el intento de formación del ERP, la firma de la contrata de la mina La Castañeda con los Vallona y el asesinato cometido por Picas.

»Del tema de la creación del sindicalismo en aquella época poco le voy a contar, pues no tenía que ver directamente con la cuadrilla. Ya se puede imaginar: reuniones clandestinas por doquier, reparto de propaganda, adoctrinamiento de la gente, organización paulatina de todos, creación de los cuadros de dirección del futuro sindicato, las protestas contra detenciones en la cuenca y en otras partes del país… En fin, fueron esos momentos de nacimiento de un sindicalismo de nuevo cuño, como se le llamaba entonces, y que terminó como usted ya conoce.

»El asunto de La Castañeda y el de la creación del ERP fueron casi al mismo tiempo. Mire, Benito Vallona puede ser un explotador sin escrúpulos, un mafioso, un cacique local, lo que usted quiera, pero no es idiota. Él sabía, o lo sospechaba, que la mayoría de los daños a sus empresas eran producidos por la cuadrilla. Sabía que no podía hacer nada policialmente hablando, nadie les denunciaría. Por eso ideó otro sistema. Ofreció a Picas y a su cuadrilla la mina La Castañeda en régimen de arrendamiento y explotación por cuarenta años. Era una forma inteligente de librarse de ellos. Si aceptaban, se irían a explotar ese chamizo y dejarían de boicotear sus empresas. Además, dependerían de él en el régimen de distribución del carbón, ya sabe, el asunto de las cuotas que marcaban desde el gobierno. La renta no fue excesiva: veinte millones por cuarenta años, pago por anticipado. Todos los muchachos se empeñaron un poco; yo entré también en la contrata: tenía dinero ahorrado de los veranos y de la beca de estudios que había conseguido. Firmamos todos el acuerdo con Vallona. Él se libró de nosotros y nosotros de él, o eso pensábamos. Comenzamos la explotación de la mina a un ritmo mayor que el trabajo que realizábamos en Infierno. La maquinaria era obsoleta, pero de momento no teníamos más dinero para poderla cambiar. La verdad era que los metros cúbicos de carbón salían sin parar, pero a costa de nuestra salud, pues apenas descansábamos ningún día. Pero, para ser honestos, a ese ritmo de explotación en tres años habríamos amortizado lo invertido. Yo iba a trabajar los veranos y todas las vacaciones de Navidad y Semana Santa, pero los muchachos repartían conmigo a partes iguales.

»Pero no crea que eso amilanó a la cuadrilla y la separó de la lucha que llevaba en el valle. Al contrario, trabajaba con mayor libertad. Picas comenzó marcando unos objetivos diarios de explotación: si se cumplían, la jornada se había terminado. Su cálculo se establecía sobre tres años de trabajo duro, a partir de ese momento todo serían beneficios.

»Todo esto que le cuento los unió más si cabe. Y en ese momento comenzó a fraguarse el germen del ERP. Fue Picas quien desarrolló la idea. Partía de la base de que todas las organizaciones que se habían creado hasta el momento, el IRA, el FRAP, la OLP, las Brigadas Rojas, la Fracción del Ejército Rojo… habían cometido o cometían un error: separarse de la gente actuando por intereses en ocasiones desconocidos y pretendiendo sustituir a otras organizaciones sociales en su lucha. Su planteamiento se basaba en que tenía que ser una organización que actuase para crear “las condiciones objetivas” para que la lucha de masas se pudiera realizar. Era, más o menos, lo que ya se venía haciendo, pero con más medios y a lo grande, que cubriera en su acción todo el territorio nacional. Nos lo fue planteando uno por uno y nadie dijo que no. Todos lo veíamos como algo necesario en la situación de dictadura en que vivía el país. Fue entonces cuando comenzamos la acumulación de armas: escopetas que robábamos a cazadores despistados; armas cortas que pasaban la frontera de Portugal… pero nos faltaban dinamita y dinero. Lo primero era fácil de localizar, cada mina tenía su polvorín. Se hacían incursiones de dos en dos a diferentes minas que no trabajaban en el turno de noche y se les iban robando diferentes cantidades.

»El arsenal que íbamos recogiendo lo teníamos distribuido en las casas de los muchachos, que lo guardaban en sus bodegas, buhardillas o garajes. Sin embargo, no podíamos arriesgarnos a que una revisión de la Guardia Civil nos lo encontrara; por eso decidimos hacer un zulo.

»Ya teníamos el armamento y el zulo donde guardarlo. Nos faltaba el dinero para financiar cualquier tipo de operación.

»La solución la volvió a plantear Picas, que parecía nuestra cabeza pensante. Consistía en asaltar un furgón escoltado por la Guardia Civil con las nóminas del mes de Infierno. Las operaciones las iba a costear Benito Vallona. El plan era el siguiente: cuando el furgón ascendiera por una de las carreteras más estrechas, nada más dar una curva cerrada, para que no hubiera tiempo a reaccionar, se provocaría una explosión de no más de veinticinco kilos de dinamita. La carga la íbamos a poner en el tubo de un desagüe que atravesaba la carretera y, para que no explotase por los lados, después de colocarla teníamos que rellenar el tubo con tierra bien prensada, para que reventase por la parte de arriba y volase por los aires el furgón y el vehículo de escolta de la Guardia Civil. Lo demás era fácil: dispararíamos sobre los que aún quedaran vivos, les quitaríamos las armas y nos llevaríamos el dinero. Habíamos calculado que toda la operación reportaría treinta millones de pesetas y, si teníamos suerte, sólo cuatro muertos, suponiendo que no cayese nadie de los nuestros.

»Todo estaba preparado, la operación sería el siguiente día 15, que era cuando se cobraba, 15 de diciembre de mil novecientos setenta y tres. Por entonces yo estudiaba en la universidad, en Madrid, pero el fin de semana anterior al 15 de diciembre ya estaba en Vega, repasando con los muchachos la operación. Cada uno tenía que saber en todo momento cuál era su lugar. Los detonadores elegidos eran del 0, ya sabe, explosión inmediata, a la velocidad de propagación de la luz. Del interruptor se encargaba Picas. Después, el resto, salvo Manco y Zorro, que tenían que esperar con los coches en marcha, nos abalanzaríamos sobre el cargamento, y que pasase lo que tuviera que pasar.

»Fue el domingo por la noche cuando vi a Verónica, la novia de Picas, cargada de equipaje dirigirse hasta la estación. Me ofrecí a ayudarla. Me dijo que se marchaba de Vega rumbo a Madrid, que dejaba el pueblo para siempre. La acompañé hasta la estación. Algo había ocurrido entre Picas y ella, se le notaba, estaba triste, sus ojos reflejaban las lágrimas que había derramado. Cuando llegó el tren la ayudé a subir el equipaje y fue cuando me clavó una daga con sus palabras: “Adrián, tú eres buen muchacho. No te dejes engatusar por Picas. Lo que vais a hacer el día 15 no es para formar ninguna organización revolucionaria. Es para pagar deudas de juego. Picas se ha empeñado con el Carpintero y, si no le paga en menos de un mes, embargan La Castañeda”.

»El tren partió rumbo a Madrid, y yo me quedé petrificado en el andén. ¿Sería verdad? ¿Todo era mentira? Dudas y más dudas acudían de golpe. Toda la retórica, todas las acciones pasadas, todo, carecía ya de sentido. Era como si me hubiesen quitado la venda de los ojos. No había ningún sentido político, ningún interés de formar ese ejército para luchar contra la dictadura, todo era por el simple metal, por simple dinero para pagar deudas de juego. ¿Y la cuadrilla? ¿Lo sabrían y no me habían dicho nada? Todo se me derrumbó. Comencé a desconfiar de todos. Todo me dejó de importar, mis ídolos se derrumbaron en un momento. Fui en busca de Picas.

»Estuve toda la noche esperándole a la puerta de su casa. Llegó sobre las cinco de la madrugada. No le dejé ni salir del coche; me introduje en él y, sin esperar a que me preguntase qué hacía allí, le dije: “Lo he estado pensando bien. No contéis conmigo para el día 15. Y, tranquilos, no pienso decir nada a nadie. Estáis seguros conmigo”.

»Salí del coche con un portazo, sin darle tiempo a reaccionar. Al cabo de seis horas estaba de vuelta en Madrid. El día 15 estuve pendiente del televisor: nada. Pensé que a lo mejor se habían retrasado un día con las nóminas, solía pasar, pero al día siguiente tampoco ocurrió nada. Ni al otro. Estaba claro, la operación se había anulado y no sabía el porqué. Pensé que alguien más de la cuadrilla lo sabía y le había puesto los puntos en claro a Picas. Me dieron las vacaciones de Navidad y volví al pueblo todavía intrigado por lo que habría ocurrido. Me acuerdo que encontré a Zurdo en el camino desde la estación a mi casa y le pregunté la razón por la que aquello no se había ejecutado. “Picas anuló la operación”, me dijo. Fue su contestación, seca, contundente, sin explicaciones. Ni siquiera me dio pie a comentar nada al respecto y se alejó calle abajo. Tenía que encontrar a Picas, tenía que hablar con él sobre lo ocurrido, me sentía mal. Esos días en Madrid me habían hecho reflexionar: ¿y si Verónica conocía la operación y mintió sobre el objetivo de la misma por despecho? Esa era mi duda en aquel momento. Necesitaba hablar con Picas para aclarar el enredo.

»No le vi por el pueblo y pensé que la mejor forma de localizarlo era esperándolo en la puerta de su casa, hasta que llegase. Pero no podía soportar la ansiedad, necesitaba verlo. Cogí el tren con dirección a Bembibre y me dirigí hacia el Casino, tenía que estar allí. Eran las dos de la madrugada cuando llegué. Y allí lo vi, sentado en una mesa, en una partida de póquer, sin afeitar, sucio, destrozado. No podía verlo así, se me rompía el corazón, él era un ser indomable y yo no comprendía cómo había sido capaz de quedar atrapado por el juego. Tuve que salir a la calle a esperarlo. Una hora, dos. Vi salir del casino al baboso del usurero, a ese que llamaban el Carpintero, con el gordo. Esperé. Al cabo de un minuto escaso vi salir a Picas. Se dirigió hacia el gordo y el usurero y gritó: “¡Sapico!”.

»El gordo y el prestamista se dieron media vuelta y quedaron enfrente de Picas. Este extrajo una recortada de su abrigo y disparó. Dos tiros a bocajarro. Los cuerpos de los dos quedaron tendidos en el suelo rodeados de sangre. Aún vivían, se retorcían en el suelo. Picas cargó de nuevo la recortada y, antes de que al gordo le diera tiempo a empuñar su arma, volvió a disparar sobre ellos. Ya no había dudas, estaban muertos.

»Picas se entregó a la Guardia Civil. Fue condenado a treinta años. Al parecer no fue la perpetua porque tuvieron en cuenta el atenuante de arrepentimiento espontáneo. Pero era mentira: Picas no estaba arrepentido.

»El resto de la historia, a lo mejor ya la conoce usted: la cuadrilla siguió explotando La Castañeda, a mí me ingresaban mi parte proporcional en el banco y creo que a Picas también. Eso duró hasta que amortizaron el capital adelantado y pudieron ganar unos buenos dividendos. En ese momento lo dejaron y cada uno siguió su camino. Casi todos volvieron a la mina, pero como obreros de un patrón. Picas terminó en la cárcel la ingeniería superior y se benefició de una especie de amnistía. Volvió a trabajar en Infierno y esa vez como ingeniero.

»Y poco más me queda por contarle».

—Muchas gracias, profesor —recogí mi grabadora y me dispuse a marcharme.

—Inspector…

—Dígame.

—¿Encontrará al asesino de los muchachos?

—Tiene mi palabra.

Salí del hospital y una ráfaga de viento me golpeó en la cara, trasladándome al presente. Recordé que me había llamado Rosario.

—¿Rosario? Cuando llamaste estaba hablando con el profesor, por eso te corté. ¿Pasó algo?

—¡Prepárate! Hemos detenido a los propietarios del furgón negro y han confesado que ellos degollaron a los perros de Zurdo.

—¿Y sobre los asesinatos?

—Seguimos con los interrogatorios. Pero esto está visto para sentencia.

Yo no lo tenía tan claro.