NOTICIAS DEL CANAL TREX

—¿Es necesaria esta entrevista?

—Todas son necesarias, Nora. Cuando hagamos el montaje ya veremos con lo que nos quedamos y lo que hay que quitar. Limítate al guión.

—Tú mandas. Pero esto me parece una tontería.

—Vega del Bierzo. Exteriores.

TRES, DOS, UNO…

Estas montañas, sus valles, no sólo guardan el sabor amargo del carbón y la historia épica de sus gentes sobreviviendo a duras condiciones de trabajo. También encierran la crónica violenta de la resistencia armada leonesa en el supuesto vergel de sosiego que quería presentarnos el régimen franquista. Por estas laderas que ustedes ven bajaban los guerrilleros, los maquis, en su lucha contra el régimen, a recibir cobijo y comida de las gentes de esta zona, que se la ofrecían sin preguntas. Para ellos fueron algo vivo y tratable. Cuando otros los admiraban en alguna parte del mundo, aquí se enorgullecían de ellos. Y simbolizaron los ideales de un compañerismo puro, sin reservas. Sufrieron la cárcel, las torturas y las ejecuciones sumarísimas. Pero su espíritu permanece vivo en estas tierras y ellos, y su coraje, las convirtieron en un mito.

Hoy es difícil encontrar a alguien vivo que combatiera con ellos o que les diese cobertura. Nosotros hemos encontrado a Lucinda Balanguer, que a sus ochenta y ocho años aún recuerda esa época y cómo ofreció su ayuda a los últimos combatientes antes de que partieran rumbo a París.

—Llegué a esta zona a finales del 37, con mi hijo de meses en brazos. Mi marido, teniente de la Guardia de Asalto, había partido de escolta con Negrín hacia Valencia. Nunca más le volví a ver. Fue un ferviente republicano. Por eso, si aún seguía vivo, yo estaba segura de que estaría con los guerrilleros en alguna montaña de España. Y no me equivoqué. Aquellos años de la posguerra fueron muy duros y crueles y más para una mujer sola con un bebé en sus brazos. La solidaridad de esta cuenca, esa solidaridad minera, nos ayudó a salir adelante. Yo llevaba a mi hijo Tomaso en una mochila mientras caminaba por las vías del ferrocarril buscando y recogiendo el carbón que se caía de los vagones. El plato de comida y una peseta nunca nos faltaron, siempre existió una mano que se nos tendía, sin pedirlo. Yo conocí a Girón y lloré su muerte con mis mejillas pegadas a las de su compañera Alida cuando la Guardia Civil le mató. Fue un chivatazo. La publicidad del régimen de que era un bandido sanguinario dio resultado en las gentes ignorantes de las zonas campesinas, pero esa visión nunca caló en las cuencas mineras, que lo sentíamos como parte de nosotros. Luego ayudé a los maquis a localizar a su delator. Bajaron desde el valle de Laciana hasta aquí y después de ajustar cuentas con el chivato emprendieron rumbo hacia la Meseta. En Valladolid les esperaban para llevárselos a Francia. No me olvidaré de ellos nunca: El Atravesado, El Quico, El Asturiano y El Jalisco eran sus nombres, pero sus rostros no se los puedo describir, pues llevaban todo el dolor marcado de las vidas que se fueron perdiendo. Ustedes andan preguntando por el pueblo por Ramalho, quieren saber cómo era, cómo se comportaba. Miren, si él hubiese vivido en aquella época, estoy segura de que su nombre estaría en la lista que les he citado.

—¿Tanto dolor encierran estos valles?

—Aquí se escribió una parte de la historia de este país, no te olvides, Nora.

—¿No volverá a ocurrir, verdad?

—No volverá a ocurrir. Te lo aseguro.