NOTICIAS DEL CANAL TREX

—Atenta, que vamos.

—¡Qué asco, Dani! Me acabo de limpiar los zapatos y ya los tengo llenos de polvo. ¡Está todo sucio de carbón!

—No te despistes. Exteriores. Vega del Bierzo. Toma segunda.

TRES, DOS, UNO…

Nos hemos desviado de la nacional para acceder a Vega del Bierzo, al pueblo en el que ocurrieron los hechos. Pueden ustedes contemplar la orografía del terreno, diferente del resto de la Meseta. Da la impresión de que es una prolongación de la cordillera asturiana o de la gallega, un punto perdido en medio de ambas. Observen las casas levantadas sobre las laderas de las montañas, pero no se dejen engañar por su aspecto, la más antigua de ellas no fue construida hace siglos, sino hace algo más de cincuenta años.

Hemos entrado en Vega y lo que ustedes contemplan es un calco del resto de pueblos mineros de la comarca. Todos fueron levantados alrededor de una mina, de un pozo. Infierno fue el nombre que recibió la explotación minera sobre la que se elevó Vega del Bierzo.

Me gustaría que nuestro cámara enfocase hacia las viviendas que nos rodean para que así ustedes pudieran observar sus construcciones: casas unifamiliares distribuidas por las laderas. En un principio fueron chabolas y, como nadie ordenó derrumbarlas, se transformaron poco a poco en construcciones sólidas; miren sus tejados, todos cubiertos de pizarra negra, la que más abunda en el valle; observen sus ventanas, con sus persianas siempre bajadas para que no penetre el polvo del carbón; y no se asusten por la soledad de sus calles, todos estos pueblos han ido perdiendo sus gentes y su alegría.

Para que se hagan una idea: en menos de treinta años su población ha ido descendiendo a menos de la mitad, en el mejor de los casos; en otros nos encontramos con pueblos prácticamente desaparecidos. Ayer fue el éxodo del campo, hoy lo es de la mina, de la industria derivada del carbón. Primero se extrajo el carbón de las entrañas de la tierra; entonces se necesitaba mucha mano de obra, incluso se utilizaban niños en este trabajo. Luego vinieron las explotaciones a cielo abierto: menos mano de obra, más producción, menos problemas para la patronal del sector. Pero todo se hundió, resultó más barato traer el carbón de otros lugares, hasta de China. Otras fuentes de energía lo fueron sustituyendo: el petróleo, el gas, la energía solar, la eólica…

Si ustedes no ven a nadie por sus calles no es por el frío, son gentes recias, acostumbradas a batallar con las inclemencias del tiempo. Es más bien porque ya no queda nadie, ni nada por disfrutar. Hasta las tabernas, verdaderos templos mineros, han ido quedando vacías.

Allí, delante de aquella taberna, vemos a tres ancianos sentados. Nos acercaremos para preguntarles sobre lo que conocen del asunto que nos ha traído un día como hoy a este rincón apartado del mundo.

—Ese policía se integró bien entre nosotros, iba todos los días a trabajar a Infierno. Nunca sospechamos que fuese policía. Es más, si lo llegamos a saber, a lo mejor no le hubiéramos dirigido la palabra. Pero era buena gente. Hasta lideró una huelga y un encierro. Pero lo más importante es que salvó la vida de uno de nuestros paisanos. Y andaba siempre por el monte con la cara pintada, vigilando.

—Ese no era él. ¡Vayan al sindicato!

—¡Cállate, Rocky! No ves que estoy hablando con estos señores. Es Rocky, fue boxeador profesional y quedó un poco sonado. Además, tiene un mal día; se ha enterado de que ayer falleció Max nosequé…

—Max Schmeling, supongo. El que fuera campeón del mundo de boxeo.

—Sí, debe de ser ese, señorita. Un tipo que al parecer derrotó en doce asaltos a Joe Louis y que no se dejó utilizar por Hitler. Hasta parece que ayudó a escapar a mucha gente de los asesinos nazis.

—Zis, zis, zas, así golpeaba El Trini. Zis, zis, zas.

—¡Cállate, Rocky!

—Zis, zis, zas, la cara de Noriega era un putpiiii desastre, sangraba por las cejas, por la nariz. Quinto asalto, Noriega a tomar pol culpiüiii. Terry no le aguantó ni dos. Zis, zis, zas, Terry escupió sangre. El Trini en Atlanta fue el mejor. Zis, zis, zas.

—¡Deja de lanzar golpes al aire, Rocky! Rocky le cogió mucho cariño a El Trini, como él lo llamaba. Sólo le diré que, a nosotros, todos los domingos, cuando nuestras respectivas iban a misa, él se sentaba aquí y nos regalaba un cohíba. Y los cuatro lo fumábamos en silencio. Yo les recomendaría que entrasen y preguntasen a Pacita sobre él, ella le cuidó como a un hijo.

—¡Vayan al sindicato!

—¡Cállate, Rocky!

Dejamos a los tres ancianos sentados en los escalones de esta vieja taberna. Como ustedes pueden observar parecen los porteros de este valle, algo así como testigos mudos de la agonía que nos rodea. Nosotros proseguimos con nuestro reportaje.

—¡Corten! Todo perfecto, Nora.

—Dani, fíjate en ellos. Ahí sentados, con sus barbillas apoyadas en la curva de la cachava y su boina calada. Parecen tres gárgolas, vigilando la entrada de forasteros.

—No me hagas reír, Nora. Además, se dice que las gárgolas colocadas en lo alto de las catedrales servían para vigilar y proteger del mal al templo. Eran algo así como guardianes de la fe.

—No sé, todo esto me da miedo.